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Capitulo 8 

En navidad,el 25 de diciembre Erasmo estaba arrastrando una resaca y un dolor de cabeza


inmerso,fue a la casa de su padrino Don Toribio,le comento que había pasado la nochebuena con su
amada Natalia. 
Don Toribio quería saber como había pasado su amada Natalia,le comento que pusieron su árbol de
navidad y que había estrenado un nuevo camisón de encaje. 
Luego le comenta que Erasmo habría recibido un auto de regalo departe de Natalia,por lo que Don
Toribio se pone furioso,y le dice que no debe de aprovecharse de ella y que devuelva ese auto que le
habría regalado Natalia.
Y al final Don Toribio decide que Erasmo se quede con el auto. 
Luego Erasmo ya va a buscar el vehículo,Natalia le había dado una tarjeta con la dirección del
lugar,al llegar se percata de una casa quinta llena de árboles.
Erasmo tenia en mente un toyota,o un mercedes.
Resulto ser un packard 1942,salto sobre los guardabarros y empezó a mecerse. Sin embargo su
amigo Rene quedo encantado con el coche viejo,le propuso ir a toyotoshi y que elija un toyota
nuevo a cambio del packard 1942. Y así fue como Erasmo termino siendo propietario de un Toyota
y aprendió a manejar pronto. Natalia después del año nuevo no tuvo ningún inconveniente de firmar
la transferencia a nombre de Rene

Capitulo 9 
A fines de enero le dieron de alta a Lucia,insistió que la llevara a su casa,en el nuevo toyota de
Erasmo,Lucia creia que el era amante de una anciana rica.
Erasmo se despidió de la doctora,ella le pregunta si de verdad tiene una relacion con la anciana,por
lo que Erasmo responde que si,que es una relacion sin relaciones.
Ella dijo que cuando una mujer regala un auto es porque recibe en grande.
Erasmo le comento que la vieja le habia regalado ese auto porque fue a cambio de que mate a un
hombre. Ella le dice que el no estudia,que trabajaba arreglando monopatines,el le responde que se
alquila como cupido para un romance de viejos.
La doctora le comenta que eso es lo mas parecido a un prostituto
Erasmo se encuentra con Natalia,toman un cafe y hablan sobre el trabajo que debia de hacer
Erasmo,que es un empleado de su padrino,como lo estaba amenazando porque tendria que hacer ya
su trabajo.
Luego de una larga charla se dijieron adiós,Erasmo sabia que tendria que andar ya con cautela por
lo que le dijo Natalia.
Don Toribio le prohibe volver a ir a la casa,que era un ingrato y desgraciado.
Erasmo llega a un punto critico,otra vez sin trabajo y encima dueño de un auto.
En marzo ya le quitaron los yesos a Lucia,tambien se percato de que ella habia perdido mucha masa
muscular en sus piernas. Ella se deprime porque antes tenia unas lindas piernas y ahora tiene hasta
varices,Erasmo trata de consolarla,y recordar aquellos momentos intimos que tenian juntos,que le
hacia falta a Erasmo,y mas ahora en su crisis economica que cayó.
En Julio vendió el toyota y tuvo un montón de dinero,le confeso a Noelia,ella le dice para invertir
que ella queria agrandar su negocio,ella tenia una tienda de trajes y smoking,tres meses despues
ocurre un gran accidente en su local,se habia incendiado y Erasmo perdió absolutamente toda su
inversión ahi.
Erasmo decide ir a un bar,se encuentra a dos hombres que buscaban a  la hermana de Erasmo,los
hombres le comentan que ella se fue con un caficha,Erasmo le dijo que si,que ese era Valentin hasta
que por fin lo soltaron.
Luego Erasmo toma un taxi,y por el camino le encuentra a Rafael,ya le habian dado libertad,Rafael
le comenta que unos meses en la carcel le sirvieron de mucha experiencia y hablaron del tema que
Rafael le había atropellado a la indigente, Erasmo le recomienda que vaya a un psiquiatra.
Capitulo 10
Salí a las calles. Quería ver qué hace la gente.
Descripcion de la ciudad y su gente.

Capitulo 11
Capítulo XI
En este punto llego a la grave conclusión de que si salía a interrogar a Asunción quién
soy y quién o qué puedo ser, estaba errando el camino porque me estaba burlando de todo y
eso no era saludable porque el que se burla de todo no consigue nada, a no ser un cargo de
Embajador en Moscú, que no existe y donde me sentiría muy lejos de Noelia. Semejante
reflexión me asienta una primera experiencia válida.
Si te pasas mirando todo con ojo crítico -me decía- terminarás con una úlcera y como un enfermo
realizado y maduro a la
fuerza, al menos si el sufrimiento es el modo de conocerse a sí mismo, cosa que puede
funcionar con los santones pero no conmigo, de modo que cuando Noelia me visite en mi
lecho de dolor me encontrará más bien podrido que maduro.
En los primeros días de setiembre de 1988 Lucía (su hermana) no había vuelto de lo que yo
empezaba
a considerar una luna de miel anticipada, si se suponía que las defensas puritanas de
Valentín se habían derrumbado. En las dos semanas anteriores había visto pasar dos veces frente a
casa el Mercedes sin chapa, como un gran gato silencioso que explora la presencia
de agujeros de ratones, y adentro iban Mutt y Jeff, como yo había bautizado a mis
atormentadores. Yo no cesé en esos días de importunar a René que me comunicaba con
Lucía para que yo repitiera mi temerosa advertencia, pero mi hermana daba cada vez menor
importancia a la cuestión. Por asociación de ideas, y porque me sentía aburrido con las dos
bicicletas y la aspiradora que debía arreglar, me tomé libre una mañana y fui a los Primeros
Auxilios a visitar a la insolvente doctora Jorgelina Báez de Doldán.
Regresé a casa cuando mamá y papá, en sus sendas camas empezaban a doparse con
«Rosa Salvaje». Dije hola y me dijeron chistt a dúo. Seguí al fondo y allí estaba Lucía en su
cubículo, ya no acostada en el suelo, sino sobre una cama con grueso colchón. Sufrí un
susto de muerte. Salí a la calle. Allí, en la esquina estaba la bestia negra, el Mercedes sin
chapa, pacientemente estacionado. La presa estaba cerca y se tomaba su tiempo,
pregustando carne fresca. Regresé como una centella y tropecé con Lucía que sorprendida,
en camisón, salía a ver qué me pasaba. La arrastré a su pieza a empujones.
La tomé de la mano. Apagué la luz del corredor. Le dije que asomara la nariz en el
portón y mirara a la esquina izquierda. Lo hizo.
- En ese coche están los que me hicieron papilla los testículos para averiguar tu
paradero. Todavía los tengo hinchados, boluda.
- Ese coche... -había reconocido el coche, y empezó a temblar y a castañearle los dientes
como si hubiera aterrizado en el polo Norte con un camisón de seda. No se podía controlar-.
No me dejes sola.
- No pienso hacerlo. ¿Tienes dinero?
Me entregó su cartera, bastante pesada. Esperé que el peso fuera de billetes, no de
artículos de tocador.
La vida de barrio tiene sus ventajas. Un vecino puede saltar murallas y pasar por el patio
de un segundo buen vecino, aterrizar después en el patio de un tercer buen vecino y salir a
una calle transversal, sin que el ruido y los tropezones alcancen a desencadenar a los
buenos vecinos de «Rosa Salvaje». Así empezaron muchos exilios. Corrimos como locos y
un señor compasivo que manejaba una camioneta hedionda de achuras sobrantes de la
venta diaria nos recogió y nos llevó a una parada de taxis.
Veinte minutos después estábamos en la casa taller de René. Ella quería ir a casa de
Valentín, pero yo confiaba más en René, el mecánico forzudo, y su hermana vikinga.
Nunca me perdonaré ese error.
Ninguno de los hermanos pidió explicaciones. Mi hermana necesitaba pasar la noche
allí, y no querían saber más. Gisela le preparó una cama, y como una medida de prudencia,
decidí yo también pasar la noche, y dormí en el Packard de René.
No amanecía cuando me encaminé a casa. El Mercedes no estaba, y la casa estaba
demasiado silenciosa y quieta, porque a esa hora ya debía estar humeando la yerba
quemada para el cocido y mi padre estaría escuchando a todo vapor el noticioso matinal de
Radio Cáritas. Entré con cierta aprensión y me enfrenté al horror. M padre estaba en el
piso, desvanecido o muerto, y tenía la cara y el pecho lleno de grandes ampollas. Fuego de
cigarrillos. Mi madre gemía en la cama, tirada boca abajo y su brazo derecho no estaba en
la posición de un brazo, sino en la de una muñeca con el brazo roto. La habían fracturado.
Se habían vengado de nuestra escapatoria, o los habían torturado para confesar un paradero
del que no tenían ni la más remota idea.
Para colmo, llegó Valentín, que miró aquello y
gritó:
- Dios de misericordia. ¿Qué pasó?
Papá se movió. Vivía.
- ¡Lucía! - aulló Valentín y fue a buscarla en su habitación. Volvió enseguida, me
sacudió repitiendo Lucía, Lucía, Lucía como un enajenado.
- Ella está bien -le dije-. Pero vamos a ocuparnos de papá y mamá, Vecinos
voluntariosos ya estaban llenando la casa. Uno corrió a llamar a la Policía, y otro al médico
que vivía en el barrio, que miró y dijo que ahí nada se puede hacer y hay que llevarlos a los
Primeros Auxilios. Alguien trajo una camioneta y acostaron en la carrocería a mis padres.
Llegó la Policía, que quiso impedir la partida. El médico dijo que era urgente y que él
explicaría lo que sabía de las lesiones. La camioneta partió. El médico informó de las
quemaduras de papá y del brazo roto de mamá. El oficial examinó el dormitorio destrozado
y el televisor roto. Tomó nota de manchas de sangre y me interrogó a mí. Me puse en
estado de alerta. Valentín escuchaba y temblaba y su cara se volvía del interrogador y al
interrogado, como un espectador de tennis, y me dispuse a no comprometer a mi hermana.
Cuando llegamos, Lucía, enterada por el mismo Valentín de la agresión en casa, le
estaba contando a Valentín que su padre había apostado y perdido y no tenía dinero y le
dieron plazo para pagar y no pudo pagar y le hicieron eso. Que ella sospechaba y me pidió
que la pusiera a salvo. Una mala película que Valentín se la tragó de punta a punta. No sólo
creía, sino quería creer. El Oficial escuchaba, sonreía, miraba a Valentín con el aire
superior del macho que mira al cornudo, y a Lucía con aprobación, como diciéndole «dale
muñeca que yo me callo y te ayudo a salir del pozo».,
Absolutamente aterrorizada, Lucía consintió en marcharse a casa de Valentín, y mi
tercer error fue que yo lo aprobé. El Oficial fue más inteligente que yo, preguntó la
dirección de Valentín y dijo que por unos días pondría guardia frente a la casa. Finalmente
el Policía se dirigió a Primeros Auxilios a continuar con la redacción de su informe y le
pedí que me llevara. En el vehículo me interrogó sobre el Mercedes negro y poco le pude
decir, salvo que era parecido a cientos de Mercedes negros y no tenía chapa, por lo menos
detrás. Le conté lo de mis testículos torturados, y describí a Mut y Jeff. El Oficial me dijo
que me fuera al día siguiente a hacer un identikit en la Comisaría. Cuando nos separamos
en los Primeros Auxilios, el Oficial me dijo con seriedad:
- Mejor le dice a su hermana que se vaya del país. Está metida con gente peligrosa.
Le prometí hacerlo.
- Gente peligrosa incluso para mí.,
Mi madre estaba en la misma cama en que estuviera Lucía, y a mi padre le habían
llevado al Instituto del Quemado. El brazo enyesado, mi madre dormía su profundo sueño
anestésico. Allí nada podía hacer, salvo sentir un desasosiego sostenido que no supe a qué
atribuir en principio, y después reconocí como consecuencia de que desde el principiohabíamos
incurrido en una cadena de torpezas. Mut y Jeff conocían su oficio. Mi hermana,
estuviera donde estuviera, era vulnerable. Estaba en peligro, y su guardián, Valentín, no
conocía la naturaleza de la amenaza. Empecé a creer firmemente que la salida estaba en
contarle toda la historia a Valentín y podía apostar que Valentín aceptaría que su adorada
era una programera promiscua, cortesana de alguna organización erótico-profesional para
ejecutivos, o algo parecido y diría que borrón y cuenta nueva, y como tenía recursos, podía
sacarla del país. Si sus padres pagaban sus vagancias asuncenas, igual podían pagar
vagancias porteñas. Pero no le conté la verdad a Valentín, y ese fue mi cuarto error.
No tardaron en desencadenarse los acontecimientos. Lucía sobrevaloraba la protección
de Valentín, y se dedicó alegremente a la casa donde vivían juntos, aunque no sabía si
ayuntados. Valentín adquirió muebles nuevos, un televisor y una enorme refrigeradora
congeladora, destinada a conservar los abundantes «bastimentos» que le remitían de la
estancia paterna.
El momento fatal fue cuando Lucía quiso aprovisionar por su cuenta el gran
refrigerador, y pidió a Valentín que la llevara al supermercado. Obediente, Valentín la sentó
a su lado, y en medio de los dos, compartía el asiento una enorme Magnum 38 cargada.
Entre Valentín y el revólver, Lucía parecía menos temerosa. Conociendo a sus cazadores,
mi pobre hermana no entrevió siquiera que el torpe de Valentín y su arma eran apenas una
ficción inútil, un tranquilizante tramposo.
Lo que recuerda Valentín es que estacionó el coche frente al supermercado, que Lucía
descendió del coche, entró al negocio... y nunca volvió a salir, al menos como debe salir un
ama de casa cargada de yantares para el hogar.
No pude concurrir a la cita con Natalia ese viernes por culpa de aquellos
acontecimientos. No la llamé y fui el martes siguiente, después de una entrevista con el
oficial Acuña, que investigaba también la desaparición de mi hermana. Como todas las
veces, me decía lo mismo, que «estaban siguiendo una pista», y lo consternante para mí, y
tal vez para él, era que no lo decía con optimismo, sino casi con vergüenza.

Capitulo 12
Quiero saber,
descubrir en alguna línea si fui aquel Erasmo que se pasó la vida sin creer en sí mismo y
queriendo hacerlo todo con el menor esfuerzo, aleccionado casi subliminalmente por la
vieja Doctora Jorgelina Báez de Ayala, que nació golpeada y murió golpeada al fin, para
encender la furia misional del Dr. Codas. El Sandoval real era sado-masoquista y
homosexual, sublimó el suicidio como atractivo sexual, pero no murió tomando pastillas
somníferas, sino de Sida y llorando su muerte por anticipado.
Me hice de tiempo para visitar a mi madre en los Primeros Auxilios, y a mi padre en el
Instituto del Quemado, donde llegué exactamente a tiempo, porque le estaban dando de
alta, y lo traje a casa. Una ambulancia que se dirigía a la ciudad, nos transportó por
generosidad del chofer, y llegamos a casa en un taxi. En todo el trayecto mi padre se
mantuvo ceñudo y con expresión amarga. En su dormitorio se miró al espejo las cicatrices
que se iban secando bajo una capa de pomada.
- Mirá lo que le debemos a esa bastarda de mierda. Cuando le ponga las manos encima...- Lucía ha
desaparecido, papá, hace ya más de ocho semanas.
- Entonces esos tipos la encontraron.
- No se lo digas aún a mamá.
- Está bien. Sabía que terminaría así. El romance con el comadreja millonario era
demasiado hermoso para ser verdad.
Se acostó en su cama.
- Papá... ¿conoces al Dr. Gilberto Ortiz?
- Personalmente no. Sé lo que se dice de él. Que es un gran hombre. Creo que fue
político un tiempo. Dejó eso. Se recluye en su casa y escribe libros. Deben ser libros
importantes, porque de vez en cuando un Embajador le pone una condecoración. Sale en los
diarios, y hay discursos, y se dicen cosas como que es «decoro de la ciencia jurídica
paraguaya».
- ¿Cómo sabes tanto?
- Su chofer fue camarada mío en la Escuela de Artes y Oficios. Y seguimos siendo
amigos. A veces nos chupamos el Whisky del viejo.
Fue en la edición del 13 de octubre de los diarios que se daba la noticia. El cadáver
podrido de una mujer al parecer joven había sido encontrado por unos chicos en los límites
del campo de golf del Jardín Botánico. Las crónicas abundaban en términos como
«macabro hallazgo», «ultrajante crimen», «sádico asesinato». Al cuerpo le faltaban la
cabeza y las dos manos. El médico forense calculaba la edad entre los 20 y treinta años y el
cronista agregaba que los restos no tenían ropa, salvo unas zapatillas de tenis, y que estaban
depositados en la morgue y era imposible la identificación. Lucía. Uno de los diarios
publicaba una imagen borrosa de algo parecido a un gran sapo tirado en el suelo, y en la
foto aparecía un policía uniformado que adelantaba la mano y decía que no al fotógrafo.
Fui al Hospital de Clínicas donde nadie me impidió que viera los restos. Unos
estudiantes indiferentes al insoportable olor parecían repartirse los trozos que había dejado
el médico forense tras hacer una inútil autopsia. Me tapé la nariz con mi pañuelo y supe que
aquel olor me acompañaría toda la vida, pegado para siempre a mis vías respiratorias, tan
distinto, tan distinto a la Loción Colonia Charpentier con que se empapaba mi hermana
después de bañarse, con tanta lealtad a su colonia que mamá decía que Lucía no huele a
Charpentier, sino Charpentier huele a Lucía. Miré sobre los hombros de un estudiante, el
vientre estaba abierto, pero aun estaba allí aquel vello público espeso y ensortijado a
medias, formando un triángulo cuya punta terminaba en el ombligo. Era Lucía.
- Es Lucía -le dije poco después al oficial Acuña.
- Ya lo sabía.
- ¿Y qué?
- Ha dejado de ser Lucía. El caso sigue abierto, pero... extravié por ahí el expediente -sus
ojos me pedían perdón.
- ¿Y los diarios, Acuña?
- Les basta el cadáver. Van a fantasear un tiempo y...
Recorté la fotografía del diario. Y el artículo y fui a casa de Valentín. Se había dejado
crecer la barba, o la barba creció sola y parecía Rasputín, hasta en los dos agujeros negros
en que se habían convertido sus ojos. Vestía un short y nada más. Su poderoso torso peludo
le quitaba lo poco de humano que tenía. Sentado en la cama me saludó con indiferencia,
casi con hostilidad, porque después de todo, yo era el hermano de la traidora.
Le mostré los recortes y la foto. Los miró primero con indiferencia. Después empezó a
palidecer. Palidecía en la misma medida en que la verdad se iba abriendo paso en su mente.
- Es Lucía -le dije.Esperé una explosión de furia asesina y desesperación, pero se mantuvo pasivo,
blanco
Recorté la fotografía del diario. Y el artículo y fui a casa de Valentín. Se había dejado
crecer la barba, o la barba creció sola y parecía Rasputín, hasta en los dos agujeros negros
en que se habían convertido sus ojos. Vestía un short y nada más. Su poderoso torso peludo
le quitaba lo poco de humano que tenía. Sentado en la cama me saludó con indiferencia,
casi con hostilidad, porque después de todo, yo era el hermano de la traidora.
Le mostré los recortes y la foto. Los miró primero con indiferencia. Después empezó a
palidecer. Palidecía en la misma medida en que la verdad se iba abriendo paso en su mente.
- Es Lucía -le dije.
¿Por qué?
Le conté -demasiado tarde- la historia que debí contarle antes, sin ahorrarle nada.
Convertí la imagen idílica de su Lucía en la pájara de avería que era. No se inmutó.
- Conmigo hubiera cambiado todo. Nos hubiéramos ayudado para olvidar -meditó un
momento, y como quien dice que el ómnibus se toma en la esquina agregó-. Vamos a matar
a los que hicieron esto.
Entonces comprendí la razón que me había traído a casa de Valentín. Yo nunca sería
capaz de matar. Necesitaba máquinas de matar, y ya tenía la primera. Por mi mente cruzó
veloz la imagen de una vieja bruja dorada con las piernas al aire mostrando una bombachita
rosada. Que reía mucho.

Capitulo 13 -pag 134


¿Quién dice que el hombre dormido ha sido
vencido por el sueño? El sueño no vence, arropa como una madre tierna. El sueño no es
derrota, sino la victoria contra el insomnio.
Me pasé tratando de convocar al sueño, pero adivinaba que
las vallas; eran muy recias. Mi conciencia me remordía por lo de mi hermana, me dolía la
muerte a golpes de la Doctora, odiaba a Noelia y detestaba hasta la profundidad a Natalia.
Noelia me exigió madurez. Y cuando me sentí maduro, cuando de pronto me sentí adulto
me apartó de su vida, y se quedó con mi dinero que podría hacerme vivir mi madurez sin
cruzar abismos caminando sobre troncos podridos.
Sin poder dormir tuvo que llevar a su padre al hospital de Clínicas al darse cuenta de lo mal que
estaba por problemas de los riñones.
Tuvo que pedir prestado dinero para la hospitalización y tuvo que mentir a su madre sobre el
verdadero estado de salud de su padre.
- Lo malo es que yo no sé cómo morir contento. Si no se vive para nada... ¿por qué
razón se debe morir?
- Te agradecería que cambies de tema, Sergio. Siento bailar calaveras alrededor mío.
Tengo la sensación de que atraigo la muerte...
Le relaté lo de mi hermana. Que suyo era el cadáver anónimo en el campo de golf.
- Me da pena. Era una hermosa mujer -dijo.
Le conté lo de la Doctora muerta a golpes, la enfermedad de mi padre, que parecía poner
los pelos de punta al urólogo.
- La próxima víctima me pertenece -agregué.
- No sé a qué te refieres, Erasmo.
- Voy a matar, por dinero.
- ¿Estás loco?
- Y vos me vas a ayudar.
Erasmo se reune con la señora Natalia para comentar los avances en su trabajo de asesinar al Dr.
Gilberto Ortiz, quien según Natalia asesino a su esposo.
La señora Natalia le revela que quien asesino a su esposo trunco su vida y de que forma lo hizo.
Empieza los calculos y preparativos para asesinar al que asesino al marido de la señora Natalia.
Quiere que su amigo Sergio sea su complice paro el viaja a Paris, a causa del pedido.
Su amigo Rene de quien suele prestar dinero le pide que no vuelva. Porque Sergio que tambien era
su amigo le conto el trato que erasmo queria hacer con el para asesinar a alguien.

Capitulo14
He estado releyendo mis apuntes, y aquella noche en que dormí oliendo el inagotable
aroma de la colonia de Lucía, tuve primero mi también infaltable hora de insomnio, aunque
ya no lo recuerdo, habré llegado a la conclusión de que cierta predestinación de soledad se
estaba cerrando sobre mí. De mis cuatro amigos solo me quedaba Valentín, ermitaño
completo. René me rechazaba, puritano aún a pesar de su renuncia religiosa, al menos en
cuestiones mayores, como posiblemente era también su hermana, la vikinga. Rafael se
había marchado de su casa, con la cárcel metida en su alma y con su rechazo de todo lo que
le rodeaba, empezando por sí mismo. Sergio a París, huyendo de mí como del diablo, y
Sandoval, hasta aquel día, esperando la muerte con un continuado espanto tan femenino y
tan cobarde. La Doctora ya no estaba, Lucía tampoco. Si esto fuera una novela -ya me he
convencido de que solo es una crónica- estaría cometiendo el mayor disparate que puede
cometer un novelista: quedarse sin personajes, ya que de hecho, solo, en ese momento, me
quedaba mi madre, con su vitalidad, su inocencia y su niñez inagotable, y que de paso, unos
días después de haberme ordenado que repintara el número de la casa, molesta por el yeso
que no le permitía amasar la harina para bollos, se lo hizo sacar con un vecino armado de
una gran tijera de podar diciéndose mutuamente y a dúo que los médicos son unos
sinvergüenzas. También estaba mi padre, y en aquellas fechas aún no sabía que sobreviviría
milagrosamente mediante la ayuda económica de su amigo Marcelo Soto».
Marcelo Soto le consiguió trabajo a Erasmo, con su jefe el Dr. Gilberto Ortiz, a quien Erasmo
planeaba asesinar a pedido por encargo de la señora Natalia.
Feliz mi querida mamá-niña que nunca iría más lejos de la inmediatez de los pequeños
disparates que adornan la vida de la gente.
Erasmo visito a Noelia a quien le pidio dinero ya que ella le debia.

Capitulo 15
Marcelo Soto ya me estaba esperando cuando a las 8 en punto, con traje y corbata, me
presenté a la casona del Dr. Gilberto Ortiz, donde trabajaria ordenando y clasificando una pieza
llena de viejos documentos.

Capítulo 16
Terminaba el año 1988 cuando por fin, después de 4 semanas de trabajar en la
clasificación de papeles, adquiriendo de paso un molesto catarro, tuve contacto directo con
el Dr. Gilberto Ortiz, que entró inesperadamente en la habitación. Entonces Erasmo empezo a
conocer la filososfia del Dr. Ortiz, quien le invito a desayunar, y mnaqtuvieron mucho tiempo de
dialogo.

Capítulo 17
En la víspera de Navidad de 1988 sucedieron muchas cosas, desde la mañana temprano.
Cuando salía rumbo a mi trabajo encontré que me esperaba en la calle Valentín. No había
aliviado el tiempo ni su ceño tozudo ni la animal intención de acabar con todo lo que había
acabado con el sentido de su vida.
Hay que tener paciencia, Valentín.
- Quiero acabar con todo de una vez. Estoy harto de los sermones de René. Y ahora
también su hermana. Dicen que cualquier cosa que esté ocurriendo, vos sos mi perdición. A
mí no me importa la perdición. Solo pienso en lo que sufrió Lucía. Y lo que pasa en mí.
Nos íbamos a casar y ni siquiera sé dónde está sepultada.
Erasmo empezó a vislumbrar que su plan de acabar con la vida del Dr. Ortiz por encargo y
beneficios económicos, tenia muchos agujeros, como el había engañado al enamorado de su
hermana , Valentín, al hacerle creer que su hermana había sido asesinada por el Dr. Ortiz. Con el
objetivo de usarlo como sicario gratuito.
Al descender del ómnibus, tenía más o menos la impresión de que saldría bien librado.
Erasmo asiste diariamente al trabajo que le había dado por compasión el Dr. Ortiz, que era una
persona muy caritativa y compasiva.
Erasmo va conociendo al Dr. Gilberto Ortiz y adquiere una perspectiva totalmente distinta a qla que
le había contado la señora Natalia, quien le había contratado para asesinar al Dr. porque
supuestamente este había asesinado a su esposo en el año 1947.
Erasmo se entera que el Dr. Ortiz no se encontraba en el pasi ese año porque fue becado. tenía una
beca de la Fundación Ford para investigaciones jurídicas referidas a la
colonización española y se paso todo 1947 en los Archivos de Indias, en Sevilla.
Entonces Erasmo fue a la casa de la señora Natalia a quien le contó que no fue el Dr. Ortiz quien
mato a su esposo, por encontrarse fuera del pais ese año, y alli se dio cuanta de que la señora estaba
loca, de que habia elegido en su locura a ese Dr. por considerarlo digno de matar a su esposo.
Entonces la cuestión no fue nunca quién lo mató, sino quién merecía el honor de
matarlo.
Erasmo decidio no matarlo por ser inocente.
En Marzo de 1989, yo había vuelto al principio, es decir, a vivir de las changas de mi
dudosa habilidad manual. Consecuencia de su enfermedad, o de las poderosas drogas que le
había aplicado, mi padre iba perdiendo paulatinamente la vista y era desgarrante verlo llorar
como un niño aterrado. Marcelo Soto, embebido de su papel de ángel de la guarda, amobló
el cuartucho que fue de Lucía e hizo construir un baño con ducha, y se mudó a vivir con
nosotros, asumiendo feliz el rol de generoso proveedor de comida, y sospecho (pobre
mamá, cómo te fallé) en el tercer vértice de un triángulo casero. Solía traer también revistas
que seguramente hurtaba de sus patrones, y en una de ellas, española y cortesana, mi madre
leía la crónica ilustrada de la visita de los reyes de Suecia a los reyes de España cuando de
pronto lanzó un grito. Había reconocido a Lucía en una de las damas de la comitiva de la
reina sueca. Desmelenada y como poseída corrió por el barrio mostrando la fotografía, sin
cesar de repetir jubilosa que «ya lo decía yo, ya lo decía yo». Cuando por fin la tranquilicé
y la senté en su cama, me tendía la revista, y sus grandes pechos vibrantes subían y bajaban.

una reseña periodística en el diario de la tarde que Marcelo depositó con orgullo
perruno en mis manos. Se refería a su patrón, que acaba de recibir la comunicación de que
había sido nombrado Miembro de la Academia de Ciencias Jurídicas de Francia.
La distinción recaída en el Dr. Gilberto Ortiz provocó ríos de tinta y coros de alabanza y
aleluyas. Demostraciones de alto nivel, calificaciones periodísticas como «hombre superior
a su tiempo», «modelo de saber y cordura en una Sociedad desgarrada por el sectarismo»,
En los primeros días de abril hice mi última visita a Natalia Valois. Descubrí que ciertas
formas de demencia pendulan entre la furia y un profundo sosiego, y en este estado de
ánimo la encontré, vistiendo una modesta bata y con sus pies de pájaro enfundados en una
zapatilla de felpa.
No sé, aun ahora, si lo que me llevó a su casa fue la curiosidad o la compasión. En
aquellos días tonantes del 2 y 3 de febrero los cañones y las metrallas acaso hubieran
clamado, o colmado, sus ansias de venganza. Tuvo la sangre que quería, la muerte y el
holocausto, la noche acribillada de granadas y el amanecer iluminado por las lenguas de
fuego de los tanques.
- Tu teniente ya está vengado, Natalia -le dije.
- No, Erasmo. Yo no quiero sangre de soldaditos. La quiero de milicianos desorbitados y
violadores. Quiero que todo el país tiemble aterrado por el castigo divino, o infernal, si
prefieres. Quiero una pira donde arda todo... todo. No quiero una guerra mirada por
televisión sino que los televisores escupan fuego a la cara de los que cuentan los
estampidos como si fuera un programa más. Que la cuidad arda, raudales de sangre
arrastrando automóviles destrozados, con cadáveres adentro.
¿Viste? La pequeña violencia ha llegado, asoma una mecha como un brote de espino. Es
hora de darle fuego, con la muerte de Gilberto Ortiz.
Natalia estaba loca, pero tenía razón, los días erizados de febrero y marzo contenían un
irremediable sentimiento de miedo a violencia... que me empezó a enamorar, contagiado en
mi inocencia por la pasión demencial de Natalia.
¿Acaso lo que yo no era, lo que mi madre y mi padre no eran, no reclamaban violencia?
¿No merecía mi hermana también un funeral de cañones?
Quizás la violencia sea la respuesta de los valientes, pero también es el sueño de los
cobardes y de los viciosos que cantan aleluyas magnificando su frustración y su reproche en
el estampido de las bombas.
Entonces empezó a corroerme el odio. Un odio inútil porque era el deseo de matar que
nunca llegaría a su culminación, por la absoluta certidumbre de mi cobardía, por el temor
de hormiga ante la enormidad de la tormenta. Alimenté mi odio con una comedia grotesca.
Le seguía los pasos al Dr. Gilberto Ortiz, tomaba apuntes de sus actividades, interrogaba a
Marcelo, llenaba carpetas con recortes de diarios que se referían a él, daba bienvenida al
insomnio porque me daba todo el territorio de la noche para urdir mis trampas, tender
emboscadas, disponer bombas en ejercicios macabramente placenteros.
Llegó agosto. El Dr. Gilberto Ortiz debería morir antes del 30. Veía discurrir los días
con una angustia creciente, y llegué a sospechar que estaba loco porque mi erizada
expectativa no llegaría nunca a nada, pero yo esperaba la fecha como quien espera una
noche de bodas, triunfal, definitiva, puerta abierta a una felicidad infinita.
Dios sabe que solo quise llegar hasta el límite extremo, antes del disparo mortal. Gozar
de la sensación de tenerlo a mi merced, de hacer pagar al mundo con sangre y
desesperación el haberme ignorado y condenado a sobrevivir arreglando tostadoras y
planchas. Por eso fui aquel viernes 29 de Agosto al Unión Club, donde el Dr. Gilberto Ortiz
daba una conferencia sobre el «Derecho Espacial a la luz de los avances de la tecnología
moderna».
Llevando bajo el saco el revólver de Valentín.
La sala estaba atestada, con dos bloques de asientos separados por un pasillo central
estrecho, pero había espacio entre los extremos de los bloques y la pared y en él se apiñaba
una multitud de pie. El Dr. Gilberto Ortiz ya había comenzado su exposición, y lentamente
fui abriéndome paso entre la gente apostada contra la pared fingiendo la prisa de un
coordinador o algo parecido. Llegué tan adelante que veía de perfil al viejo maestro, y solo
bastaba un paso para estar en la tarima.
Y entonces maté. Maté en un momento mágico, irrepetible.
Maté a Natalia Valois, que estaba en primera fila, con su perfecto casco blanco y su
máscara de colores, con la mano enfundada en blancos guantes que se introducían
lentamente en la gran cartera, empuñaba sin ninguna crispación algo de brillo azulado y
parecía que lo iba extrayendo lentamente. Le disparé antes de que sacara el arma.
El juicio fue rápido. Nadie creyó mi historia. Los diarios decían que era un delirio de
paranoico. Exhibí los documentos de Natalia y resultaron una burda falsificación.
La primera gran ironía es que el Dr. Gilberto Ortiz muriera de un ataque cardíaco a fines
de setiembre, y no se produjo cataclismo alguno, porque murió en su cama. Y la otra, fue
que en el curso de las investigaciones, nadie supo explicarse por qué la víctima tenía un
arma descargada en la cartera.
Yo sí supe explicarme. También Natalia, en su demencia, vivía una ilusión de venganza
que se detenía en el borde de la realidad.
Marcelo Soto fue a trabajar a Pedro Juan Caballero. Mi padre está ciego y mi madre jura
que yo estoy en Estocolmo donde el marido de Lucía me consiguió un puesto en la Corte.
Viven de la caridad de Noelia.

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