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A partir del siglo XV, con el Humanismo, el XVI, con el Renacimiento, al recuperarse
obras de los antiguos autores helenos, resurgen la Preceptiva y la Retó rica
normativas; consiguientemente, las teorías sobre el arte dramá tico. Precisamente,
es a partir del siglo XVI cuando cobra má xima difusió n la Poética aristotélica; cuando
se la traduce, estudia e interpreta constantemente y cuando comienza a
consolidarse el legado aristotélico en el orden dramá tico.
Ello explica el cará cter de Preceptiva que adquiere la Poética y que crea una manera
dramá tica, por cuya filiació n se la conoce como teatro clá sico o regular. El
fenó meno, al acentuarse particularmente en Francia en el siglo XVII sobre todo bajo
el influjo de L’art poetique de Boileau, fue gestando una especie de có digo de buen
sentido artístico; una normativa cuyo apoyo racionalista le confirió particular
rigidez. Luego, al llegar el siglo XVIII, con el avasallamiento cultural francés y las
manifestaciones del seudoclasicismo, se corroboran las imposiciones de la
Preceptiva. Se elevan sus indicaciones a dogmas inflexibles; los preceptos se
convierten—sobre todo a través del acuñ amiento sentencioso, de Boileau— en
recetarios para la creació n, frente a los cuales el artista pierde toda libertad. É se fue
el gran error del preceptismo: abandonar el cará cter de teoría del arte dramá tico,
de reflexió n a posteriori sobre el hecho estético consumado y pretender
generalizaciones apriorísticas con valor de ley, de acatamiento forzoso,
posponiendo toda originalidad individual, toda espontaneidad.
Los orígenes de la preceptiva dramá tica han de rastrearse en los griegos, si bien
estos no tuvieron una preceptiva propiamente dicha. Instintivamente se desarrolló
entre ellos el sentido de la medida, de la proporció n, del orden de la racionalidad,
del equilibrio y serenidad, del realismo moderado, que integra la esencia de su arte
junto con la capacidad de conjugar deleite y enseñ anza, de procurar el
apaciguamiento de las sobrecargas anímicas. Así surgió la Poética aristotélica, que
analizó a posteriori obras de Homero y de los poetas trá gicos y englobó sus
conclusiones y las volcó en su Poética. Estas apreciaciones no tardaron en
convertirse en preceptos en manos de discípulos, gramá ticos y comentaristas
debido a que trasuntaban sentido comú n y, en muchos casos, el tono en que iban
redactadas tenía mucho de perentoriedad y obligació n.
Los romanos, discípulos de los griegos, eran proclives a la normativa en los cá nones
artísticos. Aunque en la Edad Media hubo pocas preocupaciones preceptísticas y
menos aú n relativas al arte dramá tico, en su transcurso, éste ofrece la extrañ a y
cruel contradicció n de estar, por una parte, vinculado estrechamente a lo religioso,
y, por otra, que en su pasado inmediato arrastra el anatema de los problemas éticos
acerca de la inmoralidad del teatro y de la profesió n teatral. Desde otro punto de
vista general, ha de reconocerse que, en la alta y en la baja Edad Media, las
manifestaciones dramá ticas acerca de las cuales se tienen má s noticias
fragmentarias —farsas, pasos, entremeses, autos, etc.— presentan cará cter
espontá neo, no reglado, popular. No requieren preceptos y nadie se ocupó de
sistematizar normas en un Corpus teó rico. La Edad Media, frente a la necesidad de
aprender a crear literaria o dramá ticamente, no adoptó cá nones ni planteos
escolares en lo relativo al arte popular, que no constituye todo el arte medieval ni
expresa toda la Edad Media. La Edad Media, en ciertos niveles, conoce elementos
preceptísticos.
A partir del siglo XV, con el Humanismo, y el XVI, con el Renacimiento, al recuperarse
obras de los antiguos autores helenos, resurgen la Preceptiva y la Retó rica
normativas, junto con las teorías sobre el arte dramá tico. Precisamente, es a partir
del siglo XVI cuando cobra má xima difusió n la Poética aristotélica; cuando se la
traduce, estudia e interpreta constantemente y cuando comienza a consolidarse el
legado aristotélico en el orden dramá tico. De ese modo, la Poética adquiere cará cter
preceptivo; a la manera dramá tica creada por ella se la conoce como teatro clá sico o
regular.
A lo largo del siglo XVI y buena parte del XVII se perfila en el arte dramá tico un
conflicto entre dos tendencias fundamentales, cuyos cultores conciben de distinto
modo la creació n teatral, segú n las respectivas teorías a las que responden. Esas dos
tendencias se distinguen por el mayor o menor apego a la tradició n clá sica,
intentando, o no, innovar con relació n a ella; buscando, o no, inyectar mayor
elasticidad y originalidad a las pautas recibidas. Al teatro clá sico se lo denominará
«regular», en tanto el má s innovador será el «irregular». Entre los “clasicistas”,
como tendencia mayoritaria, está n Italia y Francia. Entre los que mayoritariamente,
sin ser decidida y absolutamente “anticlasicistas”, prefieren una mayor flexibilidad
de criterios para el arte dramá tico cuentan Inglaterra y Españ a.
Frente al panorama del arte dramá tico inglés, en Francia se acentú a una tendencia
al orden, a la regularidad, a lo razonado, a lo prá ctico y limitado, a la claridad, a
cierta aristocracia ajena a la condició n social, al esplendor cortesano. Preciosismo y
academicismo constituyen puntales para sostener el sentido clá sico del arte, que en
el caso francés se nutre, ademá s, de racionalismo (Descartes y la duda metó dica,
carriles del espíritu de claridad y orden al que aspirará n los artistas). Con todo, los
autores, si bien respetan el espíritu clá sico (por ejemplo, las unidades de lugar y de
tiempo o los cinco actos), pueden disentir de algunos de sus rasgos, como el pasaje
de la dicha a la desdicha en el personaje trá gico.
Lo mismo que en Inglaterra y Españ a, en Francia en los siglos xvi y xvii hubo
divergencia entre la aceptació n de los criterios derivados de Grecia y Roma como
normas de cumplimiento fiel e ineludible y un teatro renovado que promueve
mayor libertad creadora, dado en formas de aparente rebeldía que, en el caso fran
cés—al contrario de Españ a e Inglaterra—, son las que han pasado a segundo plano
y que constituyeron una especie de defensa del llamado teatro irregular, el de las
pastorales y tragicomedias.
De má s está decir que estas dos líneas divergentes del teatro de alto nivel, en cada
país, derivan hacia la afirmació n decisiva de una de ellas. Y así como en Inglaterra y
Españ a la que logra preponderancia y gravitació n es la del teatro nacional e
irregular, en Francia el triunfo pertenece a la que sostiene las formas clá sicas y
regulares.
El desacuerdo con el concepto aristotélico tiene que ver con la finalidad del arte.
Para un autor de teatro irregular, el arte no ha de producir placer y enseñ anza, sino
solo placer. No acepta aferrarse estrictamente a las unidades, que traban al autor,
achican las posibilidades de la acció n, le obligan a desechar la exhibició n de hechos
de importancia visual para el espectador y a sustituirla por raccontos; le mueven a
apelar a recursos excesivamente convencionales, como mensajeros que contribuyen
a romper la ilusió n que debe levantar la ficció n escénica, de la cual mana el placer.
También propone la mezcla de géneros y especies (hibridez), en transgresió n del
criterio horaciano, de la variedad de matices ofrecidos a los espectadores,
rechazando la prolongació n de un solo tono —tierno o trá gico, có mico o serio— y
justifica, por ejemplo, una especie híbrida como las tragicomedias, que mezclan lo
grave y lo liviano, no solo por el placer que generan, sino porque todo ello es parte
de la vida de los hombres —rasgos que también encontramos en Hamlet—.
Este cambio se da por razones éticas, religiosas, sociales, econó micas y estéticas.
Cuando se produce la Reforma, junto con la crisis religiosa se observa en Inglaterra
una transformació n socioeconó mica: se reparten los bienes eclesiá sticos
confiscados, se redistribuyen las tierras pertenecientes a ó rdenes y congregaciones.
El dinero afluye, las oportunidades de diversió n son má s buscadas, de las cuales el
teatro es la má s directa, inmediata y general. Los escritores no dan abasto para
cubrir la demanda de producciones; se repiten los argumentos. La paternidad de las
obras o apropiarse de los temas no los preocupan.
Los géneros preferidos son: la comedia (novelesca, pastoril, fantá stica, etc.); la
tragedia orientada a suscitar la emoció n, al escalofrío (imitaba el modelo de Séneca
y su "tragedia de horror"); las tragicomedias y las de tema histó rico (este es un
género muy característico del teatro isabelino). Aprovechando que los papeles
femeninos debían ser desempeñ ados por hombres, el teatro isabelino también
afirmó una especie dramá tica basada en la confusió n de sexos y el juego de
equívocos de fá cil derivació n có mica.
Inglaterra recibe todo tarde, esta identificada más con lo gótico, lo sobrenatural,
también lo hermético, como es arriba es abajo, siempre hay una estrella
maligna, Shakespeare se interesa por la astrología. vive el renacimiento cuando
ya estamos en la época del barroco.
- KOTT, J.: (1966). “El Hamlet de este siglo y medio”, en Apuntes sobre
Shakespeare, Seix Barral.
1) Trabaje a partir del texto la relación que entabla la obra con el contexto de
recepción y de qué forma (y hasta qué punto) su estructura posibilita las
diferentes interpretaciones.
En Hamlet todos pueden hallar lo que sea que busquen: cuestiones políticas y
morales, debates sobre la unidad de la teoría y de la prá ctica, sobre la finalidad
suprema y el sentido de la vida; hay un drama amoroso, una tragedia familiar,
discusiones sobre el rol del Estado, filosó ficas y má s. Se la puede interpretar como
una intriga policial, como un estudio psicoló gico, como un melodrama sangriento,
como un drama político, como una crítica a la crueldad de los tejemanejes de la
monarquía o al oportunismo cortesano… siempre segú n los intereses que movilicen
su puesta y/o su recepció n.