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~ EL MONO RELOJERO por CONSTANCIO C. VIGIL e IBLIOTECA INFANTIL ATLANTIDA Vi ' Obras de Constancio C. Vigil El Erial, — 23¢ edicién en castellano. Las Ensefianzas de Jestis. — Con las debidas licencias. 2# edicién. Reflexiones Cristianas. — 2# edicién. Las Verdades Ocultas. — 4% edicién. La Educacién del Hijo, — 7% edicién. Amar es Vivir, — 5# edicién.. - i Vidas que Pasan. — 3# edicion. { El Hombre y los Animales, — 3% edicién. } EI Maiz, Fabuloso Tesoro. — 2# edicién ilustrada, om wes igen | PARA LOS NINOS 4 jUpal’— Libro con método original del autor para aprender a leer. \ 17? edicién. AI La Excuela de la Seforita Susana. — Primer libro de lectura. ; ee 128 edicién. sa Compaiiero. — Lecturas para nifios de 8 a 10 afos. 11 edicién. f Mangocho. — Relato de Ja vida infantil del autor, quien se identifica | CONSTANCIO C. VIGIL ‘con los dems nifios. 10? edicién. Marta y Jorge. — 20* edicién. Alma Nueva, —-Lecturas adecuadas para la nifiez y la juventud, 9 edicién. Cartas a Gente Menuda. — Conjunto de cartas muy breves, con bellas ilustraciones en colores, que ningtin nifio, ninguna nifia, deja~ ran de leer con encanto y provecho positivo. Vida Espiritual. — Es un manual para la dignificacién del nifo, divi- dido en 5 tomitos independientes entre s{, del cual se agotan conti- nuamente copiosas ediciones. Cuentos. — Son yeintidés los cuentos de Constancio’ C. Vigil editados como el presente en otros tantos volimenes, cuya lista completa i se halla en la contratapa de este libro. { {Of 324 + 5* Edicién de 30,000 ejemplares Lista de precios a disposicién de quien la solicite a Editorial Atlantida, Florida 643, Buenos Aires. EDITORIAL ATLANTIDA BUENOS AIRES ae aires le SL : 12, Tlustraciones de Federico Ribas. la mayor parte del-dia atado con una larga cadena por la mitad del cuerpo ante la antigua “Relojeria del Mono”. De cuando en cuando, aparecia sobre el mostrador. Era notable entonces su curiosidad por observarlo todo, sin perder ningun detalle. Si por acaso el amo ibase a la trastien- da, se apoderaba de un reloj en compostura, y después de so- plarlo'y mirarlo con la lupa, remedaba trabajar en él con al- guna pequefia herramienta o con los dedos. Las personas que transitaban por Ja acera se detenian af) contemplarlo. Los nifios mas pequefios creian que, efectiva- __ mente, el mono limpiaba y componia relojes. i Cuando entraba un cliente, hacia gestos y adema- nes con la pretensién de que el amo subiera o bajara el precio de una compostura o de un articulo, y mostra- | base apenado de que sus indicaciones no fueran apro- __ vechadas, Con estas y otras chistosas ocurrencias diver- tia al amo y a cuantos lo conocian, y todos lo tra- aT el pueblo conocia a aquel travieso mono que pasaba Hecho el depésito que marca la Ley. Printed in Argentina pes a ot ¥ taban con carifio; pero él estaba siempre descontento y lleno de amargura por hallarse prisionero. Una maiiana, tres ices se arrojé al aire desde el travesafio de la puerta y con tanta violencia que por milagro no se rom- pid los huesos. Alarmado el amo, don Zacarias, de aquellos saltos morta- les, lo Mev al mostrador, y acariciindolo le pregunté: —Puedo saber qué te pasa? —Me pasa — contesté el mono — que no soy perro para tenerme atado y obligarme a que cuide la relojeria. —Amigo — replicé don Zacarias, — yo no necesito que tt me cuides nada; pero te advierto que en cuanto hagas al- guna nueva locura vas a la jaula, y alli estards encerrado hasta que te vuelva el juicio. Ante tan seria amenaza, se quedé el mono muy quieto, pe- to decidido a librarse de aquella esclavitud. Leg) = NTONCES se propuso cortar la cadena. Indudablemente, era bastante dura. La mordia, la miraba, la volvia a morder y la volvia a mirar sin distinguir siquiera sefales de sus dientes. —Lo mejor — pensé después — es hacerme el enfermo. Cuando el amo me vea triste, sin apetito y cada vez més fla- co comprendera que debe permitirme volver al bosque. Yo le prometeré regresar apenas me sienta bien... ;Y nunca mds me vera, aunque me busque con una lupa en cada ojo por los con- fines de la tierra! Comenzé a poner en obra su plan. Lo primero, no comer. De rato en rato, un quejido. Brindabale el relojero toda clase de manjares. Al mono se le hacia la boca agua, pero no probé ninguno. Al segundo diay viéndolo cada vez peor, le dijo: —Lo que tti necesitas'es quietud y dieta rigurosa. Dicho esto, lo encerré en la jaula, decidido a dejarlo alli hasta que mejorara o se muriese. Al comprobar que la treta no daba buen resultado, resolvié hacerse el muerto. El amo lo arrojaria en el terreno del fondo y durante la noche realizaria la ansiada fuga. Tan muerto le parecié a don Zacarias, que afligido por la pérdida del amigo, lo levanté por la cola, se dirigié al terreno y lo arrojé al suelo. —Todo va bien — pensé el mono entreabriendo los ojos para enterarse de lo que ocurria. Pero el patron volvid con una pala y comenzé a cavar una fosa. Horrorizado ante aquellos preparativos y en inminente pe- ligro de ser entetrado vivo, se apresuré a resucitar. te a= ee ey ape ee Abrié del todo los ojos, movié las manos y la cabeza, y se encaminé hacia don Zacarias, el cual no tuvo por seguro lo que veia hasta’ que en sus brazos lo condujo a la tienda y le present6, una tras otra, tres bananas. Mandibulas de hierro parecian las del “difunto”, que tragaba a ojos cerrados, con apetito impresionante. El nuevo plan de fuga también habia fracasado; mas no tardé en concebir otro. Cuando estuviera sobre el mostrador y hubiese varias per- sonas simularia un repentino ataque de locura. Entre la batahola que producirian sus saltos, sus mordiscos y chillidos saldria él disparando, sin que nadie lo estorbara. Pero de pronto tuvo mucho miedo. Si el amo seguia tran- 4 eer quilo en medio de la trifulca y atinaba a echarle mano, lo con- vertiria en puré de mono. En definitiva, sdlo quedé firme en su cabeza la idea de li- iar de noche los barrotes de la jaula y escapar por Ja abertuce de la ventana cuyo cristal faltaba desde hacia tiempo. Era lo mejor, sin duda, La unica dificultad estaba en conseguir una lima. Frente a la jaula habia él visto en un estante relojes en des- uso y una escopeta que pertenecié al hijo de don Zacarias cuando era nifio. Después de mucho elegir para llevarse el dia de la fuga se decidié por la escopeta, porque le serviria para defenderse de sus posibles'perseguidores y dominar a los dems animales, Pero no hallaba una lima y los barrotes continuaban siendo demasia- do duros para sus dientes, Por fin, la casualidad vino en su ayuda. Una noche, al ce- trar Ia jaula, don Zacarias no reparé que junto a la puerta habia una cascara de banana y eché el cerrojo en falso. El mono vid en seguida que la puerta estaba mal cerrada; pero se acostd y simulé dormirse. Al notar que el silencio era completo, abrié la puerta y salié mientras exclamaba con delirante jabilo: —jLibre!... jLibre!. erg) as Se apoderd de la deseada escopeta, pasd por el recuadro de la ventana sin cristal y se deslizé hasta el suelo por la vieja pared sin revocar. ‘ —jLibre!... jLibre!... — repetia, corriendo por el medio de la calle desierta. Salié del pueblo y siguié a toda carrera en pleno campo, a veces con violentos enviones, a veces dando saltos prodigiosos, hasta que llegé, por fin, a una arboleda. A noche estaba oscura, pero asimismo pudo elegir un arbol 5S y trepé por él dispuesto a quedarse arriba hasta que fuese de dia. No bien cerré los ojos para dormir, sintié temor de que el amo viniera en busca de él y lo encontrase. Bajo ra- pidamente y reanudoé la marcha. Anduvo hasta internarse en otra arboleda, subié a un fron- doso arbol y en el hueco que formaban varias ramas se acurrucé para dormir, deleitandose por anticipado con los placeres de la existencia en libertad. Pero muy pronto se incorporé, alarmado por un ruido que parecia de hojas secas pisadas por un animal grande. Buscaba en la oscuridad las pupilas de un tigre, que quiza lo habria descubierto por medio del olfato. Cien veces se acosté y otras cien se levanté para mirar al- rededor, seguro de que un tigre hambriento lo sitiaba. —Veremos — murmuré — quién aguanta mas; porque tt tienes hambre, y si este arbol me brinda alguna fruta te aconsejo que elijas otra presa. El nuevo dia vino, por fin, en auxilio del afligido mono. A medida que aclaraba conseguia ver mejor y fuése convencien- do de que no habia tigre ni ningun otro animal grande en las in- mediaciones. Sin embargo, el ruido de las pisadas se repetia en cuanto se acostaba. —Aqui hay algo raro — se dijo. Y al revisar lo que tuvo por almohada, descubrié un cascarudo. jEste maldito bicho, al eee pg —_-_ a * andar tan cerca de sus ofdos, entre las hojas secas, lo habia he- cho temblar de miedo toda la noche! VERGONZADO y furioso, se dispuso a emplear por primera A vez la escopeta. —jAhora verés — dijo — lo que significa burlarse de mi! Al notar que le apuntaba con el arma, el cascarudo su- plicé: —jNo me mates!... Yo no sabia que te molestaba; y ade- mas, jvalgo tan poco, que no merezco el honor de ese disparo! ee —Verdad es — pensé el mono — que con cualquier cas- carudo puede ocurrirme lo mismo. Bajaré y mataré algiin ani- mal grande. Cuando acabé de formar este propésito, ya estaba lejos del arbol; y, andando, vié dos lechuzas paradas en el suelo junto a su Cueva, que lo miraban asombradas. En seguida se eché el arma al hombro. Mas las lechuzas chi- rriaron: —iNo nos mates! jSi lo haces te buscaran de noche todas las lechuzas y al hallarte dormido te arrancaran las narices por malvado! : eSiie —iBah! — dijo el mono. — Todo el mundo tiene pretex- tos para que yo no pruebe mi escopeta. Pasé una liebre y, al verse amenazada, enderez6 hacia él las orejas, y le dijo: —iNo me mates! Pude desaparecer y me fié de tu bondad. La liebre obligaba asi la gentileza del mono. —iQuieto! — le grité a un pajarito. Pero el pajarito pid: —jiNo me mates! Estuve prisionero en una jaula, y no es justo que me condenes a morir ahora que vuelvo a gozar de libertad. Recordé el mono su jaula y su cautiverio y le perdonéd la vida. Sit —Pero — reflexionaba — jpara qué me sirve, entonces, esta soberbia escopeta?... Si me encontrara al menos con un ti- gre o un leén! Y apenas lo habia pensado, halldse frente a un tigre verda- dero. —jAhora veras! — grité. El tigre, inmévil, observaba con curiosidad sus actitudes y sus gestos, —jMuere! — exclamé. Y apretando el gatillo cerré los ojos, asustado de lo que iba a suceder, Pero no salié el tiro. Vol- vid a bajar el gatillo, y siguié el mismo silencio. Por tercera vez quiso hacer fuego, y tampoco hubo bala ni explosién. Avanzaba ya el tigre, y el mono sélo atiné a trepar al pri- mer 4rbol a su alcance. El arma quedé en el suelo, y la fiera, después de examinarla, rié con estrépito. y dijo: —jAy, que casi me matas!... ;Ay, que me muero... de risa! El arma era una vieja escopeta de jugueteria, de las que arrojan un corcho por efecto del aire comprimido. Las carcajadas del tigre retumbaban en la selva, mientras el mono, allé arriba, se abrazaba al tronco, con escalofrios de vergiienza y de terror. Cuando se alejé el tigre, no pensé mas que en comer y es- * tarse quieto. Por la noche no deseéd mas que dormir; pero des- pués concibié un proyecto Ileno de audacia y de ambicién. —Fui un tonto — meditaba — al elegir la escopeta, y tal error casi me cuesta el pellejo... jSi se me hubiese ocurrido traer los relojes! ;A estas horas los habria vendido todos y estaria convertido en un potentado! partir de aquel dia, lleno de orgullosas esperanzas, ya A no pens6 mas que en los relojes. —Aqui nadie tiene reloj — se decia — y todos son clientes seguros... Apenas los vean, me los sacaran de las ma- nos sin mirar clase ni precio. Poco a poco, y sin cesar en sus cavilaciones, fué acortando Fons la distancia que lo separaba de su tan conocida relojeria. Para no ser visto caminaba de noche y descansaba de dia encarama- do en algun 4rbol muy grande. Finalmente Ilegé a la arboleda lindante con el pueblo y aguardé el momento oportuno para consumar el robo. Seria la media noche, cuando estuvo ante la pared sin re- vocar. Subié por ella, entré por el cuadrado de la ventana sin cristal y se dirigié con febril ansiedad al estante de los relojes. Se hallaban éstos unidos por un cordel pasado por la argollita de cada uno. Asié el cordel y, con ello, se apoderé de todos. En seguida emprendié la retirada. Mientras bajaba hasta el suelo, su emocién era tan fuerte que el corazén le golpeaba en el pecho como un gran martillo. Por momentos temié que estos golpes ae ee le aturdiesen y lo hicieran caer. En cuanto pisé tierra, se alejé del poblado, gané el campo y anduvo, de dia y de noche, hasta situarse donde nadie podria reconocerlo. UANDO'se sintié con brios, bien alimentado y a salvo de peligros, se dispuso a iniciar la venta de los relojes. Las primeras ganancias serian para comprar una cé- moda casa y un automévil. Ya se veia convertido en potentado, con monos a su ser- vicio, bien provisto el guardarropa y con una despensa en la que nada faltara para satisfacer sus menores caprichos. jLo que seria él en cuanto vendiese los relojes! Todo estaba previsto en el estudio a fondo que hizo del negocio, hasta la eleccién de sitios adecuados para guardar lo que cobrase, pues no en vano observé a don Zacarias poner el dinero en un cajén que cerraba con doble Ilave. Asimismo se ejercité muchas horas en su nuevo oficio. Para esto anuncia- ba a gritos sus relojes, e imaginaba que lo detenian numerosos compradores. Con todos ellos fingia que conversaba, diciendo él mismo las preguntas y las respuestas. Como si alguien lo es- cuchase, ponderaba la calidad del articulo y discutia acalora- damente el precio. Llegé el ansiado dia de la iniciacién de sus actividades co- merciales. Con la mercancia al hombro, salié dando fuertes voces: — Relojes!... ;Buenos relojes! Casi en seguida, se hallé ante una tortuga. —éNo desearia la sefiora — pregunté — comprar un lin- disimo reloj? Hablaba cortésmente, igual que el amo cuando atendia a su clientela. —Soy demasiado pobre para comprar — repuso la tortu- 8a, — pero puedo serle util. Ponga eso encima de mi, y se lo llevaré, y asi har4 sus negocios con mayor comodidad. =) 94 es —jExcelente idea! — exclamé el mono y, colocando sus relojes sobre la tortuga, ordend: —jSigame! Después de andar un trecho, se dié vuelta y no vid a la tortuga por mas que miraba. — Dénde se habra metido? — se pregunté alarmado ante un posible robo. Desandando camino, la hallé casi en el mismo sitio en que la dejara. —Amiga Tortuga — dijo, — se mueve usted muy despa- cio. —No, sefior Mono; marcho a toda prisa; pero usted se.apre- sura una barbaridad. —Probemos otra vez... jSigame! Dié algunos pasos, se volvié y dijo: —Sefiora Tortuga, le agradezco su buena voluntad; pero a este andar no los venderia en un siglo. pgs YY, tomando los relojes, se dispuso a marcharse. — Alto! — grité la tortuga. — Si no me precisa més, esta bien que me despida; pero es justo que me pague lo que me debe. —iY qué puedo deberte? — pregunté el mono, tutedndola y de mal talante por el poco feliz comienzo del negocio. — No pretenderis con esa cara de vibora que te regale un reloj por lo que has hecho. —No insulte y pague mi trabajo — exclamé la tortuga. — Stibase a este arbol y bajeme una fruta. —No sé — replicé el mono — si eres loca o insolente; pero te aconsejo que te calles... porque, si no, jte levanto y desde la mas alta rama te arrojo contra una piedra y te hago trizas! Al terminar tan furibunda amenaza, se topé con la enorme boca de un leén, por milagro sin hambre, el cual, teniéndolo de espaldas contra el robusto tronco de aquel Arbol, le dijo: —iPagale a esta pobre trabajadora!... {Deja eso aqui y buscale la fruta, o te mastico! Dejé el mono con humildad los relojes, trepé, bajé la fruta, la puso ante la tortuga, recogié su mercancia y se apresuré a ponerse fuera del alcance del temible carnicero. ELOJES! jBuenos relojes! {Muy baratos! ——jSefior Mono! jSefior Mono! — grité un ratoncito asomado a su cueva. Detiivose el vendedor, y el ratoncito preguntd: —Dice mi mami si vende uno a uno, o por docena. —Dile — contesté el‘mono complacido — que le venderé como desee. Se fué el ratoncito y aguardé el mono, seguro de que alli realizaria el primer negocio. Tras fastidiosa espera, regresé el pequeno, y dijo: —Dice mi mama que cuanto valen. —Explicale a la sefiora que hay de todos los precios, y que elija primero los que quiere. Desaparecié en la cueva y, luego, volvié a salir: —Dice mi mam4 que cuanto vale el mas lindo. —Cincuenta pesos — contest el mono, muy contento. De nuevo fuese el ratoncito, y regresé con esta patochada: —Dice mi mami que est bien y que si usted sabe dénde hay cincuenta pesos que no deje de avisarle. Ronco de ira y sin poder entrar en aquella cueva para ven- garse, continué el mono voceando su mercancia. —Sefior Mono — le dijo un tero, — veo por su'ronquera que esta resfriado y, si quiere, me ofrezco a usted como prego- nero... Le aseguro que me oiran en todos los contornos, y cuanto mas me pague, més fuerte gritaré. Aleccionado por el percance con la tortuga, preguntd: —iCuanto me cobraria por el trabajo? —Poca cosa — contesté el tero. — Una lombricita o una pequefia langosta. —Perfectamente — dijo el mono. — Quedamos de acuerdo. —Permitame — aclaré el tero, — una lombricita o una pe- quefia langosta, cada quince minutos. —jLindo negocio! — exclamé el mono: — jPasaria mi tiempo buscandote bichitos! ;Vamos!... Te regalaré un reloj, cuando haya vendido todos los demas. El tero, al oir tal proposicién, salié corriendo con la cola abierta, mientras le gritaba a su compajiera: —jVen, querida, ven pronto!... j{Un mono loco que quie- re regalar cascaras duras! an AB Prefirié el mono alejarse de aquel sitio, no fuera que se le apareciese de nuevo el leén, y andando se encontré con una cierva. —Buen dia, sefiora — le dijo. — ¢Querria comprarme un magnifico reloj, a un precio insignificante? —Con mucho gusto — contesté la cierva. —Gracias — dijole el mono, alborozado, — Son vein- ticuatro pesos. — Y se apresuré a presentarselo. —Digo — continué la cierva — que con mucho gusto se lo compraria; pero gdénde lo guardo?... {Yo no tengo bol- sillo! —Debi haberlo supuesto — reflexioné el mono rascandose la cabeza. — ;Clarc! Para usar reloj se necesita bolsillo. Oportunamente vid a un camello echado al sol y se le acercd en seguida. —Buen dia, sefior Camello; usted que tiene dos hermosos bolsillos, gquerria comprarme un reloj? —Es muy cierto, hijo mio — dijo el camello, — que poseo dos hermosos bolsillos, pero también es verdad que no los uso nunca. —Eso, sefior Camello, no seria una dificultad. —Lo es, porque no puedo levantar la pata hasta tocarlos, y ademas, estan cerrados. BEN) wrens ‘Ante tantos inconvenientes, el mono se propuso hallar'a una comadreja, y la encontré. —Buen dia, sefiora; usted que puede guardar lo que desee en su bolsillo, quiere comprar este reloj? —Mi bolsillo es para mis hijitos — dijo la comadreja, — y usted comprender4 que sélo una mala madre destinaria a ese chirimbolo el sitio reservado para ellos. ENER que oir semejantes tonterias! — exclamé el mono al reanudar la marcha. —jTonterias! — repitié un papagayo desde una rama. epg te —jAh, sefor! — dijo complacido el mono. — Usted me entiende... ¢Querria comprarme un reloj? —iUn reloj? —Un verdadero y lindisimo reloj, por poca plata. —;Poca plata? —Muy poca, y un espléndido reloj, con el cual podra saber las horas, los minutos y los segundos en todo momento. —;En todo momento? — repitid el papagayo. —Si, sefior: de dia y de noche, en los arboles y en el suelo, con sol y con Iluvia, en verano y en invierno. —jEn invierno? —;Palabra de honor! — afirmé el mono, — y por més frio aeugy que haya. Si me decido a vendérselo, es por ser usted una gran persona, y al precio que se lo doy es un regalo. —Un regalo? —En efecto: 30 pesos con 20 centavos. —20 centavos? —Con 30 pesos. —#30 pesos? —Con 20 centavos, —é20 centavos? —jAdemés de los 30 pesos! — grité el mono ya mareado. — Bien claro digo: {30 pesos con 20 centavos! —j20 centavos! — insistié el papagayo. —En resumen, sefior; gcompra 0 no compra? —jiNo compra! — repitié el papagayo y emprendié vuelo gritando: — {No compra! ;No compra! No quedé papagayo en el mundo libre de los insultos e im- properios del mono enfurecido, hasta que se encontré con un * —Muy buenos dias, sefior Jabali. Queria ofrecerie este re- loj que es una maravilla, y para usted indispensable. Basta darle cuerda, asi, pata que marque las horas... Usted comprenderd la enorme importancia de saber la hora exacta. : —Comprendo, sefior Mono — dijo el jabali, mostrando al sonreir sus peligrosos colmillos, — que usted pueda darle cuer- da con sus dedos; pero yo, con mis pezufias, claro es que no pue- do hacerlo, ¢Habra tenido usted la peligrosa idea de burlarse de mi? — Y los colmillos aparecieron mas amenazantes atin. OMPRENDIO el mono que al hablar de darle cuerda habia perdido el negocio, y saludando al jabali con su mejor sonrisa prosiguié la caminata. —jRelojes! ;Buenos relojes! {Muy baratos! Chistaron desde un altisimo arbol y se detuvo. Miré hacia arriba y distinguié a un pajaro negro y amarillo, que gritd: LBA 2 i ey gy) —Bienteveo! —Si bien me ves, bien comprar4s — pensé el mono. Y col- gandose la sarta de relojes en el hombro, trepé por el tronco y tras no pocos esfuerzos estuvo ante el supuesto interesado, quien pregunté: —A ver, amigo, iqué es eso? —Relojes — contesté el mono. — Bienteveo!... Para qué sirven? —Para conocer las horas. —jNada mas? —Las horas, los minutos y los segundos. Dando el mono el negocio por realizado, sacé un reloj y se lo present6, diciendo: —Treinta y dos pesos. —(Bienteveo! — repitié el pajaro, — Lo que no veo es 34. quien se ocupe de minutos y segundos, ni quien precise de tu chirimbolo para conocer las horas. —Pues si no sabe eso — mascullé enojado el mono — no me hubiera hecho subir hasta semejante altura. Y descendié tan atropelladamente que se dié un fuerte po- rrazo contra ¢l suelo, mientras el benteveo gritaba desde arri- ba, balanceandose de risa: : — Bienteveo!... jBienteveol... Pero ya se acercaba otro posible cliente, al cual le dijo: —Sefior Avestruz, ¢le interesaria poseer este precioso reloj? El avestruz lo tanteé con el pico, considerando si podria tragarlo: 3 —Demasiado grande, demasiado duro — dijo. = {Qué verdadero: animales yon todos! — murmurs al mono, y volvié a andar y a gritar: — jRelojes! ;Buenos relojes! jMuy baratos! ENora Hormiga! — dijo inclinandose hasta la tierra: — éno comprarian ustedes este reloj para colocarlo dentro del hormiguero y enterarse de la hora en que viven? —Sefior Mono — repuso ella, — todas nosotras la sabemos sin necesidad de eso. bi Siguid el mono su marcha y encontré a dos bueyes aradores en el abrevadero. Bah Ge oak —Sefiores Bueyes, :quieren comprarme este reloj? Marca muy bien las horas. Un buey le contesté: —Nosotros sabemos perfectamente las horas por el sol y por los surcos que hacemos. Sdlo tu, grandisimo haragin, puedes venir a fastidiar con tales tonterias a trabajadores como nos- otros. Al oir estas palabras se fué el mono, pregonando su mer- cancia con alaridos de rabia. —Amigo Gorrién — dijo deteniéndose, — con este reloj en la mano podr4 usted saber a qué hora se levanta la gente, a qué hora le conviene a usted entrar en la huerta, cual es la hora exacta para recogerse a dormir, y asi en cuanto se le ocurra. —Ante todo — le contesté el gorrién, — yo no soy su amigo, sino conocido y gracias; en segundo lugar, yo no tengo manos, sino patas, y respecto a las horas, no necesito para nada ni de usted ni de sus embelecos. Hizo el mono muecas de desprecio al ver al gorrién con tantas infulas, y le hubiese dado el castigo merecido a poder volar como él, Opté, pues, por seguir adelante y oyé a dos hor- neros en lo alto de un tronco seco que gritaban: — Venga! ;Venga! jVenga pronto! Seguro de que lo Ilamaban, trepé hasta Ilegar ante ellos y les dijo: —Supongo que querrin ustedes dos relojes, uno para cada uno... gNo es asi? Estaban los dos horneros muy apurados por hacer su casa, y no llovia. No habia barro por ninguna parte. Salian de ma- fiana y tarde a recorrer los alrededores y, al reunirse, gritaban como tinico consuelo: —jVenga! jVenga! jVenga pronto! — refiriéndose a la lluvia. Al ver que el mono les ofrecia aquello en venta, imagina- ron algo muy distinto y preguntaron: — Hay mucha agua en eso?’ Bera ein? =~ dijo wombrato, el tone ‘staat mente ninguna! Son espléndidos relojes, que marcan las horas, Jos minutos y los segundos, y que les vendo a ustedes por una bicoca. —Si no fuese usted bobo o loco — exclamé el hornero — pensaria en lo que puede importarnos saber la hora, cuando no podemos trabajar, cuando no podemos construir nuestra casa, cuando no encontramos en ninguna parte un poquitito de ba- rro... | V4yase con sus bromas, porque si no, lo pasara bastan- te mal! Deslizése el mono por el tronco hasta la tierra y alli se que- dé sentado, abandonando los relojes, lleno de desilusion, con la jeta caida y una mano en la cabeza. —jQué animales son Jos animales! — reflexionaba. — Unos por ignorancia; otros, porque no los necesitan, nadie quiere comprar tan espléndida mercancia. {Qué falta hace que les en- sefien a vivir!... Mis sinicos clientes posibles son los monos; los monos son inteligentes y progresistas. Mafiana mismo iniciaré con ellos mis negocios. 1 dia siguiente, temprano, nuestro relojero se dirigio a largos pasos hacia unos monos que comian frutas en los Arboles, y les dijo: — ae —iAqui tienen ustedes los magnificos relojes que estoy dispuesto a vender por poca plata! jAprovechen, porque no alcanzan para todos! Asombrados los monos lo contemplaban, y al escuchar la extraordinaria oferta, fijaron sus ojillos maliciosos en aquellas cosas tan raras que veian por primera vez, y en poder de un mono. Uno de ellos pregunté: — Para comer? —Para conocer las horas — contesté el vendedor con tono de superioridad. —~Cémo, asi? — dijo otro. @ Tomando el reloj, con estudiado ademan, explicé el comer- ciante: Ahora, por ejemplo, son las once y veinte. —¢Qué quiere decir las once y veinte? — dijo una mona. —Las once y veinte — respondié él enfadado — significa que son las once y veinte... jDebiera darles vergiienza ignorar algo tan sencillo! . Rieron los monos y con brincos y chillidos se alejaron. Cuan- do estuvieron a cierta distancia dirigieron al comerciante pre- guntas y propuestas, a cual mas ofensiva. Compadecida de su situacién, se le aproximé una mona vieja y le dijo: —¢Dénde has visto, infeliz, a un mono de payaso, como tu?... gO pretendes mofarte de tus semejantes? Mientras tanto, los monos imitaban sus gestos y ademanes y fingian comprarle los relojes. —jTrae uno! — ;Dame dos! —.jA mi, cinco! — ;Te com- pro todos! — gritaban. Pero de las burlas pasaron pronto a los hechos, y a los gri- tos de: — jCébrate! ;Toma por tus relojes! ;Ahi va el dine- ro! — cayé sobre el improvisado comerciante un chaparrén de piedras arrojadas con estupenda punteria. —jEn la que te has metido, monigote!... — dijole la mona vieja. — jHuye lo més que puedas!... jEscéndete en las entra- fias de la tierra, porque te matarén de muerte horrible como a una cucaracha! | Al oir esto el relojero eché a correr a lo galgo, y no paré hasta que fué noche oscura. Cuando quiso dormir, no pudo hacerlo, desvelado por el derrumbamiento de sus alegres planes. Sentia algo asi como un enjambre de avispas que zumbaban en busca de salida den- tro de su cabeza. Y la sacudia con rabia para expulsarlas. Al dia siguiente iba a estrellar los relojes contra una pie- dra cuando se aproximé una elefanta, y le dijo: — Qué es lo que va a tirar, amigo mono? —Relojes, distinguida sefiora — repuso él reanimandose. — Los traje desde el pueblo, a costa de mil trabajos y des- velos, para venderlos a cualquier precio, y es tan grande la ig- norancia de los animales, que no he podido vender uno siquiera. —Permiteme — prosiguié la elefanta, y tomando un reloj con la trompa pregunté: — ;Esto sirve para?... ae —Para marcar las horas, las minutos y los segundos. Basta darle cuerda asi — repuso el mono. —jCémo! — exclamé la elefanta. — Aqui no hay mis que tapas, jtapas, y no relojes!... jCaro te saldra, bribon, querer burlarte de mi! Sin recoger la mercancia disparé el mono, y cuando se de- tuvo, lejos de alli, se dijo en alta voz: —iPobre de mi si consigo vender algo! Al imaginar la venganza que se hubieran tomado los com- pradores le castafieteaban de terror los dientes. partir-de aquel dia ya perdié los: desece de vivir en i= bertad. Le parecia que todos los animales se hallaban enterados de su audaz aventura, y que se la echaban See en cara con sus gritos, sus cantos y sus chillidos. Poco a’ poco, triste y cabizbajo, fuése aproximando al pue- blo donde habia estado prisionero. Y una mafana, temprano, se presenté ante don Zacarias, que exclamé sorprendido: —jTu otra vez aqui!... gEs posible que yuelvas a esta vida de perro? Conté Ilorando el mono sus desdichas y agregé: —Vuelvo arrepentido, mi amo, para que me perdone. No te daré mis castigo — dijo don Zacarias — que el que tu mismo te has dado. Pero ahora ya no viviras como antes, ocioso y regalado, sin otras preocupaciones que las de divertirte, comer, dormir y rascarte. Ahora limpiaras todos los dias el mos- trador y el piso, ya que te mostraste capaz de mayores cosas, Y el dia que no trabajes, no comeras. jYa lo sabes! L principio, todo marché muy bien. El fracasado comer- ciante manejaba el plumero con habilidad, perseguia a los ratones y las arafias, y adquiriéd bastante destreza en el barrer, en el fregar y en el robo de algunas golosinas, cuando la ocasién se presentaba, Enterado don Zacarias de los malos ratos y de las terribles amarguras que habia pasado en sus andanzas, supuso que nun- ca mas en la vida volveria a escaparse. Sin embargo, no fué asi; pronto eché el mono en olvido sus fracasos y le picé la idea de todar nuevamente por el mundo. Y al definir su propésito, le aparecia tal comez6n por todo el cuerpo que largaba la es- cobilla o el plumero para rascarse a dos manos, —1Yo no aguanto més aqui! — se decia. — {Me voy, me voy cuanto antes y bien lejos! Tuvo la genial idea de arrimar a la puerta de la jaula cdsca- tas de banana, y asi consiguié que una noche quedara cerrada en falso. Y en cuanto esto ocurrié, escapése por la misma yen- tana que la otra vez. Al llegar a campo abierto tomé una direccién distinta de la de su primera fuga, temeroso de encontrarse con aquellos ani- males a quienes habia irritado con los relojes. Hizo bien, pues muchos de ellos lo buscaban todavia para hacerlo pedazos en castigo de su petulancia y osadia. aha Rajuna noche muy clara, de luna Ilena, y el mono como una sombra se deslizaba en la Ilanura. Alcanzé a distinguir una arboleda. Apresuré la mar- cha, llegé a ella, eligié el tronco mas grueso, trepé por él y se instalé en lo mas alto y oculto, entre las ramas, diciéndose: —A dormir. Cuando sea dia veremos dénde estoy y qué se hace, Tan rendido estaba y tan profundo era su suefio, que cuan- do abrié los ojos hacia rato que alumbraba el sol. A poca distancia descubrié una casita blanca, con macetas de geranios en las ventanas y un escudo en el frente, Después de cierto tiempo, empezaron a llegar nifios y nifias con carteras y libros. No cabia duda: era una escuela rural. Aunque el hambre y la sed lo mortificaban, esperé aun sin moyerse, mientras reflexionaba. —Esto, una escuela, es lo que necesito. Me presentaré con la mayor humildad y, si consigo que me acepten, estaré alli, con casa y comida aseguradas, hasta aprender lo que mas pueda convenirme. Las voces, los cantos y toques de campana le quitaban el 4nimo para descender, temeroso de que los nifios le tiraran de la cola. Al mediodia salieron los alumnos y se alejaron en distintas di- recciones. El silencio era completo. Entonces bajé, dié unas vuel- { tas alrededor de la casa y, finalmente, se decidié a entrar. Rape fué la sorpresa del maestro al ver en la escuela a un mono, y mayor todavia al enterarse de que era el ya famoso Mono Relojero, que tanto daba que hablar en todas partes por sus habilidades en la relojeria y sus tentativas ; para aprovechar sus robos. El buen maestro no tuvo inconveniente en: acogerlo como a huésped extraordinario y con la natural curiosidad de obser- varlo bien de cerca. Muy pronto comprobé que en viveza y picardia no era posible que lo superara ningun mono. Juntaba los papeles que hallaba por el suelo, manejaba el plumero y la escoba con suma habilidad, a una sefial del maestro daba los = toques de campanz, y cuando los alumnos marchaban hacia sonar las palmas de sus manos para marcar el compas. Aparte ! de esto, las golosinas desaparecian como por encanto de la ala- cena y de las carteras de los colegiales. Ocurrié entonces que nadie se interesaba en las lecciones. El mono acaparaba la atencién con sus piruetas y sus travesu- ras. Entonces el maestro resolvié encerrarlo durante las horas de estudio en una pequefia pieza sin ventana. Para evitar que la oscuridad fuese completa quedaba la puerta entreabierta, ase- gurada con una cadenita. Sin ser visto, él se enteraba de cuan- to ocurria en el salén. Para él eran molestas menudencias la lectura, la escritura, la historia, la geografia, la aritmética. En cambio, le gustaba extraordinariamente que hablaran de las frutas, y mas que to- do le encantaba oir las explicaciones relativas a la siembra. pd guiente: “Si ponéis esta papa bajo tierra, al cabo de cierto tiempo encontraréis en el mismo sitio quince o veinte papas. No es esto un milagro de la naturaleza?” —Ya lo creo que lo es — se decia <' mono. Y repetia la frase en esta forma: — Si pongo una co.a bajo tierra, al cabo de un tiempo encontraré en el mismo sitio quince o yeinte cosas. No es esto un milagro de la naturaleza? Con la seguridad de que habia sacado de la escuela la ense- nanza necesaria, se dedicé a robar y esconder lo que creyé con- veniente para sus planes, Cuando supuso que ya tenia bastante cantidad de cosas, se apoderé de la bolsita de hule en que se guardaba la tiza, metié todo en ella, y esperé la oportunidad Para escapar sin ser visto. Ts: cuanto explicé el maestro aprendié de memoria lo si- N ‘dia, a la caida de la tarde, con Ia bolsita en la mano y después de saltar por una ventana, corrié hasta la arbo- leda y trepé al mismo Arbol en el que habia estado antes de entrar en la escuela. Encaramado en la altura, oculto entre las hojas, aguardé la noche para huir. Un rato después oyé pasos. El maestro caminaba debajo de los arboles y decia: —

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