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EL REFLEJO

EL REFLEJO
Hernández Terán Enrique Eduardo

Ensayo en relación a “Contra la interpretación” de Susan Sontag

26 de marzo de 2022
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Introducción

Quisiera que todos tuviéramos un espejo grande, con el que pudiéramos observarnos por

completo. Un espejo en el que al salir de un buen baño nos encontráramos ahí, desnudos

por completo, de pies a cabeza. Pienso en que quizá nos querríamos más así, si nos

acostumbráramos a ver una imagen completa y viva de nosotros a diario. Lo que ahora

haría falta es un espejo con la capacidad de reflejar las emociones y los pensamientos que

tenemos. Si bien nuestro rostro y postura pueden indicar algunas cosas, muchas veces nos

engañamos, haciendo lo posible por ocultar los síntomas. Sonreímos sin ganas, o nos

mantenemos serios, esperando a que lo que sea que experimentemos pase, para volver a la

supuesta normalidad. Quizá, si tuviéramos un espejo que reflejara fielmente nuestras

emociones y pensamientos, los querríamos más y los dejaríamos ser, sin ocultarlos, tanto

que los pudiéramos defender, apreciar o cambiar.

Este espejo existe, sólo que no está hecho de vidrio, si no de alma. El arte es este

maravilloso espejo en dónde podemos encontrar el reflejo de estas emociones y

pensamientos. Cuando entramos en contacto con una obra de arte, salen a flote más

características nuestras que de la obra o el autor. Este reflejo se deja ver de forma evidente

cuando nos hacemos ciertas preguntas: ¿Por qué esta imagen me incomodó? ¿Por qué este

chiste me dio risa? ¿Por qué este desenlace me hizo llorar? ¿Por qué estos colores me

resultan irritantes? Y es más obvio si nos hacemos la pregunta más general de todas: ¿Me

gustó o no? ¿Por qué?

Haz el ejercicio, ve una película sólo y hazte esa misma pregunta. Haz una lista de

motivos y busca el por qué de estos. Si revisas cada razón con detalle, te darás cuenta de

que lo que estás haciendo no es criticar la película, sino conocerte a ti mismo.


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La experiencia

“La interpretación da por supuesta la experiencia sensorial de la obra de arte, y toma a

ésta como punto de partida. Pero hoy este supuesto es injustificado. (…) La nuestra es una

cultura basada en el exceso, en la superproducción; el resultado es la constante

declinación de la agudeza de nuestra experiencia sensorial. Todas las condiciones de la

vida moderna —su abundancia material, su exagerado abigarramiento— se conjugan para

embotar nuestras facultades sensoriales. (Sontag, 1968)

Lo primero que tenemos que hacer para empezar a usar este espejo correctamente es

desempolvarlo y limpiarlo. Antes de adentrarnos en qué es lo que vemos, hay que conseguir

una imagen nítida en él. Hemos descuidado este espejo por años, culpa de la altísima

exposición a material superfluo e información sin relevancia. Al estar expuestos a tanta

información y a tantos estímulos a diario, hemos creado esta capa de mugre para que no se

inyecten directo sobre nosotros. Hemos de aprender a discernir entre lo que nos puede o no

ser relevante, en lo que estamos dispuestos a dejar que nos afecte.

Empecemos por enfocarnos en el presente. Cuando una obra de arte se abre camino

hacia nosotros debemos enfocarnos en lo que ella nos lo pida. En la técnica tenemos

diferentes métodos para encontrar la atención del público; podemos colocar una voz al

centro, hacer que todos los elementos de la composición apunten a un lugar, subir el

volumen de un sonido, hacer silencio antes de algún anuncio importante, etc. La obra ha de

llevarnos hacia el foco de atención con seguridad, y nosotros hemos de seguir la indicación.

Nos tenemos que abrir hacia la obra, tal como ella lo hace hacia nosotros. Las obras más

intensas suelen hacerlo por nosotros, forzándonos a destapar nuestras verdaderas

impresiones. El primer paso es estar abiertos ante el diálogo que se nos va a presentar.
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Por practicidad dividiré la experiencia en dos partes, aunque puede ser desglosada en

muchas más. Según como nos ataque la obra, nos encontraremos con la primera o la

segunda parte de la experiencia ante nosotros. Y claro, nuestra percepción de lo que

llamemos arte también nos predispondrá a verla desde una perspectiva antes que con la

otra. Si nos sentamos asumiendo algunas características de la obra, listos para ser “poco

sorprendidos” y nos preparamos para analizar la pieza, sólo estamos desbordando una

predisposición a la experiencia intelectual. Mientras que, si nos acomodamos, sin pensar

mucho sobre lo que estamos por ver, simplemente apáticos, o en el otro extremo, muy

excitados y buscamos en la obra qué nos mueva el interior, sólo estamos desbordando una

predisposición a la experiencia emocional.

A lo que debemos de apuntar es a encontrar un balance entre ambas experiencias, siendo

guiados por la obra, podremos salir satisfechos tanto intelectual como emocionalmente.

Estas experiencias son opuestas, pero no por ello imposibles de juntar. Esto es trabajo del

artista, que ha de saber qué partes de su obra serían optimas observadas desde el intelecto o

sentidas desde el corazón, o mejor aún, si es capaz de crear imágenes, escenas o piezas que

puedan ser tanto analizadas como sentidas, llevando al espectador a unir estas dos piezas

consiguiendo en él un máximo resultado: que viva el momento.

Unir ambas partes no es tarea sencilla, debemos de movernos con sigilo, como un ninja

entre las paredes. Encontrar la mirada crítica del espectador mientras aun le duela el pecho.

A veces en tan simple como mostrar la escena desde un plano más grande en una película,

pues esto nos hará minimizar el problema y observarlo de una manera distinta, contrastado

con la intensidad que pudiéramos sentir viéndolo desde dentro. Los rompimientos

brechtianos son la máxima expresión de esta búsqueda: romper para encontrar.


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La experiencia intelectual y emocional

“Ninguno de nosotros podrá recuperar jamás aquella inocencia anterior a toda teoría,

cuando el arte no se veía obligado a justificarse, cuando no se preguntaba a la obra de

arte qué decía, pues se sabía (o se creía saber) qué hacía.” (Sontag, 1968)

El primer error en el que podemos caer es asumir cualquier característica de la obra. El

segundo, hacer preguntas que no responda la obra por sí misma. Una obra de arte es un

cuerpo completo, que se ha de explicar por si mismo (si es necesario que se explique) y que

ha de funcionar como un todo. Al final de la película “Competencia Oficial” (Gastón

Duprat, Mario Cohn) se nos entrega la reflexión sobre la finitud de una obra y sobre la

concepción del público ante esto.

Cuando cuestionamos una obra de manera directa ella sólo puede responder con lo ya

establecido en ella. En una de las últimas escenas de la misma película, a la directora Lola

(Penélope Cruz) se le hacen varias preguntas en relación al mensaje, crítica social y al

concepto que ella tiene de su cinta. Ella responde de una manera cortante, sin dar

información relevante al respecto. ¿Por qué? Porque ella cree que su obra respondería esas

mismas preguntas, y es el público el que se las quiere adjudicar a ella. Se hacen preguntas

inconsistentes e innecesarias, y aun así la obra sería capaz de responderlas. Pero ese no es el

punto, la experiencia artística jamás ha de ser un mero interrogatorio en el que lleguemos

con preguntas y nos vayamos con respuestas, habiendo descubierto “la verdad” en el sujeto

entrevistado. Es mucho más útil si dialogamos por completo, preguntamos tanto como

respondemos, en una reciprocidad de ideas. Habrá películas que nos pregunten más y nos

exijan un nivel más alto de diálogo. Quizá esto pueda entusiasmar a los eruditos, pero

existe el riesgo de alejar a un público menos preparado.


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Esto no significa que no podamos generar un diálogo interesante y sustancial con un

público popular, simplemente hay que saber hacerlo. Una obra convence a su público para

tener un diálogo conectando con él, haciendo evidente una parte de la imagen en el espejo.

La cultura, el lenguaje y las tradiciones son ejemplos claros de como conectar con una

audiencia, y aparte, hacer más específica y creíble su ficción, haciendo aún más fácil el

acceso para la audiencia. Un estudio que hace esto con maestría es Disney, ya que al

apuntar a un público infantil debe capturarlo desde el primer instante con los elementos que

conecten con ellos, sin escatimar en la originalidad del ambiente.

Las últimas dos películas del estudio: Turning Red y Encanto manejan una accesibilidad

magistral. Al usar arquetipos vigentes en las culturas asiáticas y latinoamericanas,

respectivamente, el grado de identificación y acceso es muy alto. Recordemos que las

películas para niños no sólo las ven los niños, también lo hacen los papás, y la cinta ha de

mantener despiertos e involucrados a ambos públicos al mismo tiempo. Al público infantil

le da música y colores, una animación vistosa y grandilocuente, visualmente llamativa y

divertida; mientras que, al adulto, le ha de ofrecer una experiencia nostálgica e

introspectiva, al hacer resonar sus recuerdos y sus problemas.

Contrastemos ambas películas para ilustrar la diferencia entre la experiencia emocional e

intelectual, y cómo la obra es la que nos acerca a ellas. Competencia oficial nos mantiene

cautivos con comedia y escenas hilarantes, mientras que Encanto con canciones y escenas

en los que los personajes cambian para bien. Ninguna es mejor que otra, sólo apuntan a

diferentes objetivos, la primera nos hace REFLEXIONAR sobre el ego en el medio artístico

mientras que la segunda nos hace SENTIR el problema del perfeccionismo familiar. La

diferencia fundamental no es el qué, si no el cómo nos abren hacia el problema.


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La experiencia estética y natural

“La belleza junta y enlaza dos estados opuestos, sentir y pesar; y sin embargo, no cabe

absoluto término entre los dos. (…) Los filósofos que al reflexionar sobre este objeto se

entregan ciegos a la dirección de su sentimiento, no lograrán jamás un concepto de la

belleza.” (Schiler, 1795)

Cuando nos adentramos más en el análisis de la experiencia al entrar en contacto con

una obra de arte encontramos la disyuntiva entre una experiencia estética (tratémosla aquí

como genuinamente artificial, imaginativa y humanamente ordenada), o natural (salvaje,

espontánea y ordenada naturalmente, sin intervención directa). Si bien todo el arte es

artificial, causa de la subjetividad de la obra humana, el espectador puede llegar a ser

azotado por una experiencia más silvestre. Hay obras tan fuertes o sólidas, que nos llevan a

abandonar la razón, quizá a parcialmente aburrirnos, pero si accedemos a soltarnos ante

ellas podemos encontrar una experiencia totalmente gozosa.

El caso óptimo es en el que la obra haga que los cuatro “tipos de experiencia” convivan

simultáneamente, aunque por pares lo hacen ya por defecto. Para ser más claro quiero

proponer el siguiente diagrama:


Intelectual / Emocional
Placer
Natural / Estética

Goce
Aquí, la experiencia de contacto podría describirse como un punto en el cuadrante, siendo

los deseados los dos extremos señalados, puntos máximos de placer y goce, y, el punto

máximo de experiencia viva: el centro, dónde todo parece convivir.


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Así, el punto ideal a alcanzar es el centro, pero este resultado requiere que muchos

factores trabajen con armonía. De primero necesitamos una obra contundente, que sepa

moverse entre las cuatro divisiones del cuadrante, de manera tan imperceptible que parezca

que está en todas a la vez. Por otra parte, necesitamos a un espectador dispuesto a abrirse a

lo salvaje y emocional, pero sin soltar la capacidad crítica que le exigiría una obra

fundamentalmente intelectual. Debe soportar de todo, para ser brutalmente recompensado.

Lástima que la mayoría de los espectadores capaces de afrontar un desafío de este calibre,

están ciegos porque ya asumen que entienden las obras, que disecan su contenido, que

interpretan hasta el cansancio a la perfección.

El problema de la interpretación

“Siempre sucede que las interpretaciones de este tipo indican insatisfacción (consciente o

inconsciente) ante la obra, un deseo de reemplazarla por alguna otra cosa. La

interpretación, basada en la teoría, sumamente cuestionable, de que la obra de arte está

compuesta por trozos de contenido, viola el arte. Convierte el arte en artículo de uso, en

adecuación a un esquema mental de categorías.” (Sontag, 1968)

Si pretendemos saber con antelación lo que nos dice una obra de arte, o peor aún,

pretendemos clasificar su significado absoluto en nuestro esquema de pensamiento, solo la

estamos matando despiadadamente, al igual que a la capacidad de crecimiento y

aprendizaje que nos podría dar la obra. Pretender tan si quiera que conocemos todo su

significado es limitarla. La obra de arte es arte por algo, y algunas de sus capas se han de

escapar de nosotros tanto como del autor. Debemos dejar de caer en los extremos, ni asumir

que entendemos ni asumir que no podemos entender. Escuchar una pieza, ver una película,

presenciar una obra o contemplar un cuadro siempre serán experiencias de apertura


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personal. El arte tiene mayor nivel de introspección que de exposición a material nuevo, y

si bien puede añadir información fresca a nuestra biblioteca mental, trabaja a profundidad

con lo que ya tenemos. Siempre podremos conocer cosas nuevas a partir del arte, aunque

siempre será más lo que “descubramos” desde nuestro interior.

“Lo que ahora importa es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a

oír más, a sentir más.” (Sontag, 1968)

La tarea está en agudizar nuestros sentidos, tanto físicos, emocionales como

intelectuales. Entre más grande sea nuestra capacidad de entender y sensibilizarnos con

nuestro entorno, mayor será la comprensión (y por tanto el disfrute o el impacto) de una

obra de arte. Debemos de desfasarnos de la idea que sostiene que el artista codifica

significados para que, a través de una interpretación, estos sean comprendidos. Ese trabajo

le corresponde a la criptografía, jamás al arte. Como he revisado a lo largo del ensayo el

contacto con una obra de arte es una experiencia completa, tanto que se ha de asemejar con

detalle a una real: salir del teatro como si lo hubiéramos vivido, convencernos de que la

imagen que vimos en el cuadro exista, que al salir de la sala salgamos tan afectados

(emocional e intelectualmente) como si en efecto, hubiera sucedido.

“La finalidad de todo comentario sobre el arte debiera ser hoy el hacer que las obras de

arte —y, por analogía, nuestra experiencia personal— fueran para nosotros más, y no

menos, reales. La función de la crítica debiera consistir en mostrar cómo es lo que es,

inclusive qué es lo que es y no en mostrar qué significa.” (Sontag, 1968)

La interpretación resulta opuesta a esta visión sensorial del arte. No pretendemos que las

obras no deban ser criticadas o sintetizadas, basta con que entendamos hacia dónde tiene
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que ir la crítica, qué parte de la experiencia se puede resumir. Y aún así, por el grado de

placer y/o goce que nos puede suministrar el arte, siempre sostendré que ninguna crítica o

ningún resumen es capaz de hacerle justicia a la obra completa y desnuda. Cuando nos

enfrentamos a una obra la vivimos en todos los aspectos, y no hay nada comparable a la

experiencia viva de un evento; a haberlo visto, pensado y sentido en el presente.

“En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte.” (Sontag, 1968)

Necesitamos adoptar un lenguaje tan crítico como subjetivo, que permita ilustrar la

sensualidad del verdadero arte. Si lo conseguimos, como artistas, estaremos un paso más

cerca de nuestro público deseado, y como público, otros dos más de tener este espejo nítido

y claro, para poder ahondar en él.

Conclusión

Regresemos al espejo en el que encontramos nuestros pensamientos y emociones, el que

nos refleja con fidelidad. Si ponemos en práctica y a consciencia lo mencionado, nos

encontraremos frente a una imagen mucho más clara que antes, incluso más atractiva. Todo

el sistema que conforma el arte es tan social como individualista, porque si bien lo hacemos

para comunicar o expresar algo al público, el deseo de hacerlo es totalmente personal y

egoísta. Esto no está mal, de hecho, es mejor, porque los deseos egoístas son más puros.

Como público y como artistas hemos de ser honestos con la verdad tanto con la mentira,

con nuestra realidad como con nuestra ficción. No pretendamos cambiar al mundo sin

cambiarnos primero. No pretendamos cambiarnos sin antes cambiar como vemos al mundo.

No pretendamos entender el arte si no sabemos dialogar con sus obras; pues interpretar y no

vivir la obra es buscar lo que hay detrás del espejo, ignorando lo que se refleja en él.
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Bibliografía

Schiler, F. (1795). Cartas sobre la educación estética del hombre.


Sontag, S. (1968). Contra la interpretación.

Otros materiales mencionados:


Competencia oficial (2022) Gastón Duprat, Mario Cohn
Encanto (2021) Disney
Turning Red (2022) Pixar

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