Está en la página 1de 9

1.

El niño y los clavos


Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa
con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, clavase un clavo en la
cerca del patio de la casa. El primer día, el niño clavó 37 clavos. Al día
siguiente, menos, y así el resto de los días. Él pequeño se iba dando cuenta que
era más fácil controlar su genio y su mal carácter que tener que clavar los
clavos en la cerca. Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni
una sola vez y fue alegre a contárselo a su padre. ¡Había conseguido,
finalmente, controlar su mal temperamento! Su padre, muy contento y
satisfecho, le sugirió entonces que por cada día que controlase su carácter,
sacase un clavo de la cerca. Los días pasaron y cuando el niño terminó de
sacar todos los clavos fue a decírselo a su padre.

Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca y le dijo:

– “Has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate en
todos los agujeros que quedaron. Jamás será la misma. Lo que quiero decir es
que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y mal carácter dejas
una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa que pidas perdón.
La herida siempre estará allí. Y una herida física es igual que una herida
verbal. Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas
joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te
escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón
abierto para recibirte”.

Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos,
hicieron con que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.

2. El papel y la tinta
Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella,
cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la manchó completa y la llenó
de palabras.

– “¿No podrías haberme ahorrado esta humillación?”, dijo enojada la hoja de


papel a la tinta. “Tu negro infernal me ha arruinado para siempre”.
– “No te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te he vestido de palabras. Desde
ahora ya no eres una hoja de papel sino un mensaje. Custodias el pensamiento
del hombre. Te has convertido en algo precioso”.

En ese momento, alguien que estaba ordenando el despacho, vio aquellas


hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la
hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el
mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.

3. La aventura del agua


Un día que el agua se encontraba en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo
de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego y le dijo:

– “¿Podrías ayudarme a subir más alto?”.

El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire,


transformándola en un sutil vapor. El vapor subió más y más en el cielo, voló
muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no
podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron
obligadas a juntarse, se volvieron más pesadas que el aire y cayeron en forma
de lluvia. Habían subido al cielo invadidas de soberbia y recibieron su
merecido. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo
durante mucho tiempo prisionera en el suelo, purgando su pecado con una
larga penitencia.

4. Secreto a voces
Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía
guardar un secreto.

– “¿Qué hablabas con el Gobernador?”, le preguntó a su padre, después de


intentar escuchar una larga conversación entre los dos hombres.

– “Estábamos hablando sobre el gran reloj que mañana, a las doce, vamos a
colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes divulgarlo”.

Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la plaza con
todas sus compañeras de la escuela para ver cómo colocaban el reloj en el
ayuntamiento. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que tal reloj no
existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad fue dura, pues
las niñas del pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le
sirvió para saber callar a tiempo.

5.- El árbol mágico


Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro

encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las

palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó

con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras,

pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y

entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un

cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias,

arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino

hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del

mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras

mágicas

6. Un conejo en la vía
Daniel se divertía dentro del coche con su hermano menor, Carlos. Iban de
paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y
elevarían sus nuevas cometas. Sería un paseo inolvidable. De pronto el coche
se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz
ronca:

– “¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!”.

– “¿A quién, a quién?”, le preguntó Daniel.


– “No se preocupen”, respondió su padre. – “No es nada”.

El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio,


empezó a sonar una canción de moda en los altavoces.

– “Cantemos esta canción”, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás.

La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la
ventana trasera y vio tendido sobre la carretera a un conejo.

– “Para el coche papi”, gritó Daniel. “Por favor, detente”.

– “¿Para qué?”, respondió su padre.

– “¡El conejo se ha quedado tendido en la carretera!”.

– “Dejémoslo”, dijo la madre. “Es solo un animal”.

– “No, no, detente. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales”. Los


dos niños estaban muy preocupados y tristes.

– “Bueno, está bien”, dijo el padre dándose cuenta de su error.

Y dando la vuelta recogieron al conejo herido. Sin embargo, al reiniciar su


viaje una patrulla de la policía les detuvo en el camino para alertarles sobre
que una gran roca había caído en el camino y que había cerrado el paso.

Entonces decidieron ayudar a los policías a retirar la roca. Gracias a la


solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al
veterinario, donde curaron la pata al conejo. Los papás de Daniel y Carlos
aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se curara. Y unas semanas más tarde
toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque. Carlos y Daniel
le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz estando en
libertad.

7.- gallinita roja

Érase una vez una gallinita roja que encontró un grano de trigo.
—¿Quién plantará este grano? —preguntó.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Y plantó el grano de trigo y este creció muy alto.
—¿Quién cortará este trigo? —preguntó la gallinita roja.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Y cortó el trigo.
—¿Quién llevará el trigo al molino para hacer la harina? —preguntó la gallinita roja.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Llevó el trigo al molino y más tarde regresó con la harina.
—¿Quién amasará esta harina? —preguntó la gallinita roja.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
La gallinita amasó la harina y luego horneó el pan.
—¿Quién se comerá este pan? —preguntó la gallinita roja.
—Yo —dijo el perro.
—Yo —dijo el gato.
—Yo —dijo el cerdo.
—No, me lo comeré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Y se comió todo el pan.
Moraleja: No esperes recompensa sin colaborar con el trabajo.

8.- Tío Tigre y Tío Conejo

Una calurosa mañana, se encontraba Tío Conejo recolectando zanahorias para el almuerzo.
De repente, escuchó un rugido aterrador: ¡era Tío Tigre!
—¡Ajá, Tío Conejo! —dijo el felino—. No tienes escapatoria, pronto te convertirás en un
delicioso bocadillo.
En ese instante, Tío Conejo notó unas piedras muy grandes en lo alto de la colina e ideó un
plan.
—Puede que yo sea un delicioso bocadillo, pero estoy muy flaquito —dijo Tío Conejo—.
Mira hacia la cima de la colina, ahí tengo mis vacas y te puedo traer una. ¿Por qué
conformarte con un pequeño bocadillo, cuando puedes darte un gran banquete?
Como Tío Tigre se encontraba de cara al sol, no podía ver con claridad y aceptó la
propuesta. Entonces le permitió a Tío Conejo ir colina arriba mientras él esperaba abajo.
Al llegar a la cima de la colina, Tío Conejo gritó:
—Abre bien los brazos Tío Tigre, estoy arreando la vaca más gordita.
Entonces, Tío Conejo se acercó a la piedra más grande y la empujó con todas sus fuerzas.
La piedra rodó rápidamente.
Tío Tigre estaba tan emocionado que no vio la enorme piedra que lo aplastó, dejándolo
adolorido por meses.
Tío Conejo huyó saltando de alegría.

9.- Juan y el caldero

En la bella isla de Puerto Rico, vivía Juan con su mamá. Juan era un niño de buen corazón,
pero siempre andaba en problemas por no seguir instrucciones.
Un día su mamá lo llamó y le dijo:
—Juan, necesito que vayas donde tu madrina y le pidas prestado el caldero. Estoy
cocinando un asopao de pollo y no me cabe en la olla. ¡Apúrate que lo necesito con
urgencia!
—Claro que sí, mamá —respondió Juan.
El asopao de pollo era su comida favorita, así que salió corriendo colina arriba hacia la casa
de su madrina.
Al llegar, su madrina lo saludó y le entregó el caldero.
—Juan, ten mucho cuidado con mi caldero, recuerda que es de cerámica y puede romperse
—le dijo.
—No te preocupes madrina —respondió Juan, mirando la enorme olla de tres patas.
Entonces, emprendió su camino colina abajo hasta que el sudor empezó a recorrerle por la
cara y sus brazos comenzaron a sentirse muy, pero muy cansados ante el peso del caldero.
Su casa no quedaba muy lejos, Juan puso el caldero en la tierra y se detuvo para pensar:
“Los perros tienen cuatro patas y caminan. Los gatos tienen cuatro patas y caminan. Las
gallinas tienen dos patas y caminan, ¿cómo es posible que este caldero de tres patas no
camine?”
Juan miró el caldero y con toda seriedad le dio la orden:
—Camina caldero de tres patas, mi madre te espera para hacer asopao de pollo.
¡Pero el caldero no se movió ni un poquito! Muy enojado, Juan le dio una patada y lo
mandó rodando por la colina, con tan mala fortuna que el caldero se estrelló contra una roca
y se quebró en mil pedacitos. Nadie supo si Juan cenó asopao de pollo.
Lo que sí se sabe es que después de ese día, la madrina dejó de confiar en Juan... y su mamá
nunca volvió a pedirle favores.

10.- Quetzalcóatl y el maíz

Cuenta la leyenda que muchos siglos atrás, antes de la existencia del dios Quetzalcóatl, el
pueblo azteca solo se alimentaba de raíces y animales.
Sin embargo, detrás de las enormes montañas vecinas, yacía un tesoro imposible de
alcanzar; ese tesoro era el maíz. Otros dioses intentaron sin triunfo dividir las montañas
para que los hombres pudieran atravesarlas.
Fue entonces que apareció Quetzalcóatl.
Quetzalcóatl prometió a los aztecas que les entregaría el preciado maíz, pero no mediante el
uso de la fuerza, sino de la inteligencia. Fue así como se transformó en una hormiga negra y
acompañado de una hormiga roja que conocía el camino, se marchó hacia las montañas.
En el recorrido encontró innumerables obstáculos, pero estos no lo detuvieron. Él mantuvo
en sus pensamientos las necesidades del pueblo azteca, y siguió avanzando.
Pasaron muchos días antes de que Quetzalcóatl llegara a cima de la montaña y encontrara el
maíz. Tomó un grano entre sus mandíbulas y emprendió el camino de regreso. Al llegar, les
entregó a los aztecas el grano de maíz prometido.
Desde ese día, el pueblo azteca prosperó bajo el cultivo y cosecha del maíz. Se hicieron
poderosos, llenos de riquezas y construyeron las más imponentes ciudades, palacios y
templos.
Y por esto, veneraron con fervor a Quetzalcóatl; el dios que les trajo el maíz.
12.- El conejo plasmado en la luna

Cuenta la leyenda azteca, que el dios Quetzalcóatl dejó su aspecto de serpiente emplumada
para transformarse en un hombre común y así poder explorar la Tierra.
El dios se encontraba tan maravillado con los hermosos paisajes que siguió caminando
hasta que el cielo se oscureció y se llenó de estrellas. Cansado y hambriento, se detuvo al
lado del camino.
Un conejo pasó por su lado y le preguntó:
—¿Estás bien?
—No, me siento muy cansado y hambriento —respondió el dios.
Sin saber que estaba hablando con una deidad, el conejo rápidamente se ofreció a compartir
su comida con Quetzalcóatl.
—Gracias, pero no como plantas — le dijo el dios al conejo.
El pequeño animal sintió mucha pena por el viajero:
—No tengo nada más que ofrecerte, soy una criatura insignificante y tú necesitas recuperar
tus fuerzas, por favor cómeme y reanuda tu viaje.
El dios conmovido por el noble gesto de la pequeña criatura, regresó a su forma de
serpiente emplumada y sostuvo al conejo tan alto que su reflejo quedó plasmado para
siempre en la luna.
Luego, regresó al conejo a la Tierra y dijo:
—No eres una insignificante criatura, tu retrato pintado en la luz de la luna contará a todos
los hombres la historia de tu bondad.

13.- El señor Salcedo

En una tarde de lluvia desaforada, el señor Salcedo se detuvo al borde de una solitaria
carretera, sin memoria de cómo ni cuándo había llegado a este lugar. Continuó caminando
apresuradamente con la esperanza de encontrar resguardo, pero solo se encontró con el
vacío de una carretera que ahora parecía interminable.
Al cabo de unas horas, el señor Salcedo divisó a lo lejos las luces de un carro y agitó sus
brazos para llamar su atención. El carro se detuvo, sin embargo, cuando el señor Salcedo se
acercó a la ventana, la mujer que conducía dejó escapar un grito aterrador y aceleró el
carro.
Lo mismo sucedió con otros tres autos que detuvo en el camino.
— Algo muy extraño está pasando— se dijo el señor Salcedo.
En aquel momento recordó que llevaba consigo un teléfono celular y esculcó los bolsillos
de su abrigo mojado.
Llamó a un taxi, pero con solo mirarlo, el conductor, al igual que los demás, se alejó
rápidamente.
El señor Salcedo no podía entender lo que estaba pasando. Entonces llamó a su casa. La
voz que respondió la llamada era una voz desconocida.
— ¿Puedo hablar con la señora Salcedo? —preguntó.
— No, la señora Salcedo no se encuentra —respondió la voz.
El señor Salcedo comenzó a sentir pánico.
— ¿Acaso no se ha enterado? —añadió la voz—. El señor Salcedo fue victima de un
accidente en la carretera y ella se encuentra en su funeral.
El señor Salcedo cortó la llamada sin decir una palabra y acercó el celular a su rostro como
si fuera a tomarse una foto.
Lo que vió en la pantalla fue espeluznante, su rostro era una máscara de humo negro y de
su imagen ya no quedaba nada.

También podría gustarte