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9 de julio, enero de 2022

No me gusta leer las noticias en el teléfono como no me gusta escribir en la


computadora. No termino de acostumbrarme. Aunque lo hago, leo y escribo en dispositivos
electrónicos a diario. Textos larguísimos. Pero escribir a mano es otra cosa, la escritura así
tiene otros tiempos, cierta cadencia. La corporalidad de las letras que se van formando con el
movimiento de los dedos transmite una sensación que la maquina no puede darme. A veces la
letra A sale con tanta fuerza que parece que estoy haciéndole una herida a la hoja y otras
veces es como una pincelada. Tengo algunas B que simulan besos (muy pocas debo confesar) y
unas O muy lindas, todas diferentes entre sí.

Me pasa algo similar con las noticias, las leo en el teléfono todas las mañanas aunque
sigo extrañando el papel impreso. Esta mañana, por ejemplo, vi en instagram una imagen del
rey de España .Tan bien plantado el rey Felipe. Alto y trajeado. Tan revista Hola. Después
presto atención al texto que lleva impreso sobre su noble estampa: “El rey volvió a reivindicar
la colonización en América “¡Y lo dijo pisando suelo americano! El de Puerto Rico para ser
exactos, haciendo que todo suene más cínico, si es que fuera posible eso. Abro la nota y leo
“España trajo consigo su lengua, su cultura, su credo. Y con todo ello aporto valores y
principios, como las bases del derecho internacional o la concepción de los derechos humanos
universales”. Las venas abiertas en este continente desde hace más de 500 años dejaron de
sangrar por un instante. Asombradas. Don Felipe de Borbón y Grecia nos dice que existen más
de cuatrocientos millones de hispanohablantes que andamos por ahí compartiendo valores y
principios universales ¡Tan revista Hola el Felipillo este! nadie parece haberse tomado el
tiempo de contarle algunas cosas que estuvieron pasando por aquí en los últimos cinco siglos.

Cerré la nota y salí a la calle. Necesitaba ir al mercado. En esos días la casa era un
desfile de gente por las fiestas de fin de año, las vacaciones y mi cumpleaños y se habían
acabado casi todas las reservas. Me muevo en 9 de Julio como si nunca me hubiera ido pero
tengo a la vez una sensación de extrañeza. No es mi ciudad desde hace mucho tiempo, si me
alejo del centro ya no la reconozco. Las calles guardan mi historia y me enlazan con el pasado,
son buena parte de la memoria de mi vida. Amigas de la infancia, casi hermanas. Rincones
donde estrené sueños de juventud pero que ya no habito. Los italianos usan la misma palabra
para referirse al país y al pueblo: paise. Es una costumbre maravillosa. Tomo la avenida mitre,
la escribo así con minúscula, como me enseñaron cuando era hija: “no vamos a darle a ese
apátrida falaz la gloria de ser nombrado con mayúscula”. Unitarios y federales. Dos bandos
siempre. Diferencias antiguas como el asombro.

Eras días poco usuales. La visita de mi sobrina que vino de Alemania después de dos
años. La pandemia y la suba de contagios que hacía que los encuentros se armaran y se
cancelaran en cuestión de segundos. No me esperen, estoy aislado decían los mensajes en
whatsapps. Todo era tan imprevisible ese verano. Y era un verano terrible además, el aire
acondicionado no llegaba a refrescar el interior del coche. Escuché que estábamos terceros en
el ranking mundial de altas temperaturas. Frene en la esquina por culpa del semáforo. La luz se
reflejó en mi parabrisas como una brasa ardiente. Rojo ALTO. Un malabarista callejero corre a
pararse delante de los autos detenidos y se apura en lanzar sus clavijas al aire antes de que la
luz vuelva a cambiar y acabe con su acto. Lo miro con pena ¡Hacia tanto calor! El sol del

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mediodía pegaba en el asfalto y rebotaba como si fuera el mismísimo fuego del infierno
¿Quién bajaría la ventanilla para darle dinero? La luz se puso verde, el chico atrapo sus clavijas
y se acercó hasta un auto que estaba a mi derecha. Visiblemente nuevo y caro. Color gris.

Me sentí aliviada y mire yo también. Vi unos dedos amontonados hacia abajo


sosteniendo las monedas, en el país donde no valen nada. El termómetro marcaba 43 grados
y la sensación térmica aun más pero el tipo llevaba una camisa de manga larga arremangada,
fue inevitable llegar hasta su cara, verle los ojos hundidos en la piel cetrina y los bigotes que le
ocultaban los labios. Yo sabía quién era. Lo conocía muy bien. Era el mismo que había logrado
que su propia hermana hiciera un testamento en el que le dejaba la mayor parte de sus
cuantiosos bienes. Así contado no tendría nada de sorprendente si no fuera porque ellos
formaron una sociedad años atrás que se termino cuando cada uno acusó al otro de estafarlo
y se separaron interpretando escenas propias de un drama griego y, lo que fue peor, sin
recuperar nunca el trato de hermanos. Desde entonces el resto de la familia vivió escuchando
las quejas y lamentos de ambos mientras intentaban poner paños fríos para que retomaran el
vínculo y, especialmente, no tomar partido por ninguno de los dos ya que ellos jamás
contaron bien cómo habían sido el arreglo y el desarreglo posterior. Pero todo había sido inútil
porque, según ellos mismos decían, era imposible revertir tamaña ofensa.

¿Y cómo sabía yo todo eso? porque ambos eran los hermanos de mi padre y,
básicamente, porque hace unos meses fui a visitar a mi tía y la mujer que la cuidaba me lo
conto todo de un tirón, como quien arroja un vómito, algo que le molestaba en el cuerpo y que
necesitaba sacar.

-La apuraron para que firmara- me dijo -Venían todos los días tu prima y la abogada. Y
también venía la escribana esa que es amiga de tu prima. Tu tía dudaba mucho, pero las otras
insistían mucho. Cuando nos quedábamos solas me decía que si quería volvía todo para atrás
pero al final firmó y después de eso se desmoronó anímicamente. Yo le dije a tu prima… está
triste la señora ¿Para que la apuraron así? ¡y bueno… bastante se tardó! me contesto.

A partir de ese día a mí se me clavo un dolor en el pecho que me quemo durante


meses y me dejo una cicatriz que aun noto.

Nuestros ojos se encontraron, había turbación en los de él. No había nada en los míos.
Simplemente lo miré y levanté la mano. No fue un saludo, más bien una despedida. Verde
AVANCE. Miré hacia adelante y me alejé para no volver a verlo nunca más.

Toda luna, todo año,


Todo día, todo viento
Camina, y pasa también.
También, toda sangre llega
Al lugar de su quietud.

Así fue escrito en lengua maya en los libros de Chilam Balam, que narran hechos
históricos y circunstancias vividas por la civilización maya en la península de Yucatán durante
los siglos XVI y XVII cuando los españoles llegaron al continente que desconocían.

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