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“Después de 15 años de
megaminería estamos sin agua”
Sep 22, 2021

Por Mariel Fontanet Peres


Fotografía: TELAM

“La situación en San Juan es bastante grave», cuenta Eliana Laredo, vecina de Jáchal e
integrante de la asamblea Salvemos Huachi.»Ya es de público conocimiento que tenemos
un megaproyecto minero desde el 2000 que es Veladero de Barrick Gold. Por distintas
situaciones, en el 2015 nos levantamos como pueblo y surgió la idea de crear una
asamblea. No tardamos mucho en conformarla porque en septiembre de ese mismo año
ocurrió el derrame en Veladero. Y a pesar de las luchas en la justicia, en lo social, aquí
seguimos luchando en la calle y concientizando”, cuenta la militante sanjuanina.

Hace aproximadamente tres años, un grupo de jóvenes creó Salvemos Huachi con el
objetivo de llevar adelante una campaña social en el pueblo, concientizando principalmente
a las juventudes y complementando el trabajo que venía haciendo la Asamblea Jáchal No
se toca. Conformada en febrero de 2015, la Asamblea convocó a la comunidad movilizada
debido a las actividades de exploración minera en La Ciénaga para la explotación de uranio,
área natural protegida por su valor geológico y arqueológico, ubicada a 16 kilómetros del
centro de San José de Jáchal, ciudad cabecera del departamento homónimo.
“Con Salvemos Huachi vamos a las escuelas, damos charlas. Antes de la pandemia
hacíamos actividades en la plaza, todos los domingos pasábamos proyecciones. También
hacemos marchas, notas, juntamos firmas para apoyar a nivel judicial lo que hace la
Asamblea pero nuestro foco es más la concientización con distintas actividades en forma
personal y a través de las redes sociales para visibilizar todo lo que está pasando acá. A la
crisis ambiental se suma la crisis hídrica, “no tenemos una gota de agua”, dice Laredo. “Acá
ya hay cortes, a los productores se les han disminuido los días de riego e incluso les han
advertido que siembren menos para el año que viene porque va a haber menos agua”.
Desde hace varios años distintos sectores y distritos cortan las rutas porque sufren la falta
de este recurso primordial para la vida cotidiana y las actividades productivas de la zona,
durante días, semanas y hasta un mes entero.

Al mismo tiempo que sigue funcionando Veladero -ya que se extendió su vida útil por al
menos 10 años– se gestiona un nuevo megaproyecto de cobre, plata y oro tres veces más
grande llamado José María de la empresa Lundin Gold. Ubicado en la cordillera al noroeste
de San Juan en el departamento de Iglesia –entre los 3.700 y 5.300 metros sobre el nivel
del mar- usaría en promedio 550 litros de agua por segundo y podría afectar su calidad,
según figura en los informes de impacto ambiental. Este plan de mina a cielo abierto
comenzó a explorar y perforar el área en 2003, y para su explotación, utilizaría el agua de
las napas subterráneas.

“Las napas alimentan las únicas cuencas que tenemos acá y la mayoría de los distritos nos
alimentamos de pozos de agua porque el agua del río Jáchal, desde lo de Veladero, no se
puede consumir más”, dice Laredo. Ante el temor de la comunidad por el panorama
ambiental que pronostica José María, han estado elevando notas y denuncias al Ministerio
de Minería, al Consejo Consultivo Minero y al Ministerio de Ambiente de la Nación.

Además, por emplazarse dentro del ambiente periglaciar, en la Reserva de Biósfera San
Guillermo, la provincia estaría incumpliendo con la Ley Nacional de Glaciares que prohíbe la
actividad minera sobre estas reservas de agua dulce que alimentan las cuencas de San
Juan. A su vez, hay un conflicto latente con La Rioja que reclama regalías debido al impacto
ambiental que producirá en su territorio y a que hoy se accede a la mina a través de esa
provincia, entre otras razones.
Veladero, mina de Oro a cielo abierto, ubicada en la provincia de San Juan.

Sin diálogo

Los vecinos y vecinas de Jáchal no mantienen un diálogo formal con el gobierno provincial
ni tampoco fueron convocados a una instancia participativa respecto a este nuevo proyecto
ya que la licencia social se limita a la población de Iglesia. Sin embargo, Jáchal se vería
afectado ya que las cuencas hídricas alimentan ambos departamentos. Por el momento,
sólo hubo reuniones de funcionarios de gobierno, concejales del departamento y
proveedores con representantes de la empresa, a puertas cerradas, en busca de apoyo
local. Laredo recuerda la llegada de CEOs para dar charlas en el municipio: “Les pasan un
listado diciendo que firmen con nombre y DNI, una planilla común como para justificar que
ha ido gente a la reunión y esa es la licencia social, pasó con Veladero. Ahora como saben
que ya estamos advertidos y en pie de lucha, en el departamento no apareció nadie”.

Salvemos Huachi lleva ese nombre porque en el año 2018 quisieron instalar una minera en
la zona aledaña al pozo que alimenta a toda la población de Jáchal y que toma agua del
acuífero Pampa del Chañar. “A la gente no le gustó nada cuando se enteraron que la mina
quería asentarse en Huachi, saben que es nuestra única fuente de agua. Sobre el río ya
están resignados que está muerto pero tocar el acuífero era matarnos. La gente tomó
conciencia y salimos todos. Cuando vieron a la gente en la calle el proyecto quedó en
pausa. Y seguimos controlando porque no se dio de baja, no nos hemos quedado
tranquilos. Tenemos contacto con vaqueanos y pobladores porque el lugar no está tan lejos
pero no es fácil el acceso, y cuando podemos, vamos para ver si hay algún movimiento. Es
más, hay una obra, un puente en el medio de la nada que es el paso de las maquinarias de la
empresa para Huachi”, cuenta Laredo.

Hoy están latentes más de 180 proyectos mineros de una escala menor en toda la provincia
aunque la mayoría se encuentra dentro de Jáchal, Iglesia y Calingasta. “Cuando nos
enteramos de un proyecto ya tienen aprobada la prospección, exploración, ya hicieron todo”,
dice Laredo. Tanto el gobierno departamental como provincial tienen una postura
prominera, alineada con los gobiernos nacionales que han favorecido a estas empresas, por
ejemplo, estableciendo un tope de regalías y eliminando las retenciones a las exportaciones
mineras durante dos años en la gestión de Mauricio Macri o reduciéndolas de manera
arbitraria.

“Ellos insisten que con la minería vamos a salir y va a haber desarrollo, trabajo, un montón
de cosas pero nos están exponiendo a todos”, afirma Laredo. Las autoridades se escudan
en rever las condiciones para el nuevo megaproyecto como el cobro de más impuestos y la
mitigación de los efectos ambientales, e incluso proponen que la empresa provea de pozos
de agua y del sistema de riego por goteo a los productores y la población en general.

“La gente pasa semanas sin agua y el gobierno no da solución alguna, largan el agua por
unos días y le cortan a otro sector, y así. Muchas veces hemos tratado de entablar un
diálogo para que se nos tenga en cuenta, no para mediar ni consensuar. Ellos quieren que
nosotros tengamos un diálogo para que aceptemos la minería con controles pero no hay un
punto medio lamentablemente. Sabemos que los controles no existen y que estamos en un
contexto de emergencia hídrica en un pueblo precordillerano semidesértico donde el agua
siempre ha sido escaza. Qué casualidad que después de 15 años de megaminería nosotros
estamos sin agua”, sostiene la ambientalista jachallera.

¿Cómo se vinculan las empresas mineras con la comunidad? Desde Salvemos Huachi
cuentan que su esfuerzo a veces se ve afectado por los recursos que manejan: “Siempre se
han involucrado pero a la gente igualmente no le gusta. Desembolsan mucha plata con las
instituciones deportivas, con las escuelas, con salones, iglesias, lo que te imagines. Aparte
de eso, el gobierno se encarga de hacerles el lobby: aunque no sea con plata de la minería
ellos pusieron un foco o asfaltaron una calle y te dicen que lo hicieron con las regalías
mineras”, cuenta Laredo.

A lo largo de la provincia, los proyectos mineros son innumerables pero el pueblo está
activo y movilizado, defendiendo sus recursos desde las asambleas como lo hicieron y lo
hacen en Chubut, Mendoza y Catamarca, territorios que tampoco le dieron licencia social a
esta industria.
En defensa «de»

El Colectivo Crisis Socioambiental y Despojo del Instituto Tricontinental de Investigación


Social, formado por José Seoane, Viviana García y Patricio Vértiz, describe en su Cuaderno
N° 4 un nuevo ciclo de luchas contra la megaminería. En él escribieron las organizaciones
sociales y militantes populares de estas provincias que resisten para transformar las
distintas realidades de las comunidades que habitan.

Para Patricia Collado, socióloga de la UNCuyo e investigadora del CONICET, el objetivo de


estas experiencias “trasciende la lucha en ‘contra de’ para proponer ‘la defensa de’ una
forma de desarrollo de la comunidad que no empeñe en el presente o el futuro la forma de
vivir que los caracteriza”. ANCCOM habló con José Seoane, Sociólogo y Doctor en Ciencias
Sociales, sobre estas historias recientes. ¿Es posible un modelo alternativo a la narrativa
del desarrollo que pone en riesgo la vida? ¿Luchar sirve?

¿Por qué teniendo tanta información y evidencias de lo que genera el extractivismo minero
los gobiernos continúan avalándolo?

Tenemos que tener en cuenta que estamos ante corporaciones mineras transnacionales de
gran porte que manejan grandes finanzas, que obtienen grandes ganancias de la
explotación megaminera en los territorios, incluso producto de los beneficios fiscales
sancionados en la Argentina y a nivel provincial. Esos grandes actores transnacionales
tienen capacidad de influir y de incidir, e incluso a través de la corrupción, de comprar las
representaciones políticas particularmente de los estados provinciales que, en términos de
sus capacidades económicas y de gobierno, son ciertamente débiles frente a estas grandes
corporaciones. Otra cuestión es la contribución a los recursos locales provinciales que
pueden hacer este tipo de actividades económicas. De todas formas el balance es
absolutamente negativo. Claramente en el caso de las provincias con más tradición minera,
por ejemplo en Bajo de la Alumbrera, el primer gran proyecto megaminero de Argentina de
esta fase neoliberal, los resultados en términos sociales son terribles. La provincia no deja
de ser una de las más pobres, con un alto nivel de desempleo, con un alto porcentaje de la
población debajo de la línea de la pobreza. O sea que el impacto social real en la vida de las
poblaciones, en términos de los beneficios prometidos, está por demás ausente.

¿Cómo romper con la dicotomía ambiente–economía que limita el debate a la premisa de


que sólo es posible una política de “desarrollo económico” extractivista?

Hay toda una narrativa que afirma la importancia de las actividades extractivas y de ciertos
daños “colaterales” sobre el territorio, sobre el ambiente y la naturaleza, en razón del
prometido desarrollo económico y social, que es totalmente falaz. Creo que ahí una de las
rupturas y de la pérdida de credibilidad de estos discursos tiene que ver con la experiencia
en los pueblos. En la medida que llevan adelante una experiencia de sufrimiento, también
de frustración en relación con la ausencia de mejora social que implican estos
emprendimientos, crece el cuestionamiento y estas falacias muestran toda su falsedad. Por
eso las resistencias tan fuertes que están habiendo hoy en las provincias donde se quieren
llevar adelante estos proyectos, donde en muchos casos ya ha habido experiencias de este
tipo o ha habido grandes movilizaciones rechazando la minería como el caso de Catamarca.
El enfrentamiento entre el desarrollo y lo ambiental es una construcción discursiva en una
narrativa de los sectores dominantes. En la realidad e incluso en la práctica de estos
movimientos, lo social y lo ambiental están profundamente articulados.

¿De qué manera se conectan estas historias de lucha en el país?

Hay un movimiento social que las articula. En 2001-2002 se inicia un primer gran ciclo de
lucha en la Argentina contra estos proyectos megamineros con la resistencia en Esquel a la
implantación de un emprendimiento de explotación de oro que tiene una victoria importante
a través de un plebiscito que realiza la comunidad en rechazo. A partir de ahí se generalizan
estas experiencias, incluso se construyen marcos de articulación regional y nacional. Fue el
periodo de la UAC, la Unión de Asambleas Ciudadanas. Ese primer período es el gran ciclo
de lucha y de movilizaciones del 2003 al 2010, que incluso conquista leyes importantes
como la Ley de Protección de los Glaciares o la Ley de Bosques. Incluso las leyes a nivel
provincial, donde siete provincias conquistan regulaciones que prohíben o limitan la
megaminería contaminante. Ese ciclo de luchas está retomándose ahora, a partir del 2019,
en este nuevo contexto donde estos emprendimientos son empujados por los altos precios
de los minerales en el mercado mundial. Lo que los lleva a volver o a poner más énfasis en
el desarrollo de sus proyectos y en ese sentido reaparece este ciclo de las resistencias.

Cuál es el horizonte de estos movimientos sociales?

Me parece que uno de los desafíos es cómo poder articular estas protestas y resistencias
de las comunidades y de las poblaciones que habitan los territorios donde se asientan los
proyectos mineros, con las luchas, las resistencias y las poblaciones de los grandes centros
urbanos, que también sufren el impacto de estas políticas que deterioran el ambiente.
Cómo articular esta diversidad de luchas que están cuestionando un modelo de desarrollo
que implica un deterioro ambiental y social. Por ejemplo en Chubut la resistencia es un
movimiento que atraviesa toda la provincia y que articula una diversidad de sujetos, actores
y organizaciones muy disímiles, desde las comunidades indígenas hasta los sindicatos de
salud y de educación hasta los pobladores, los vecinos de las ciudades o las resistencias
más locales. Son comunidades que se levantan no sólo por una preocupación abstracta
respecto de la naturaleza o del ambiente sino que están resistiendo, están movilizándose y
están llevando también propuestas. Están defendiendo su propia vida, sus propias
condiciones de vida. No hay una cuestión ambiental separada de lo social en la emergencia
de estos movimientos.

¿Cuál es el camino a trazar para que un modelo alternativo sea posible y se traduzca en la
práctica?

Hay respuestas que están formuladas por los propios movimientos, las resistencias contra
la megaminería tienen propuestas en sus territorios de desarrollos alternativos, de formas
de gestión económica alternativa. En los grandes centros urbanos hay otro tipo de
movimientos que hoy están también en el centro de la discusión, por ejemplo los
relacionados con la economía popular. Particularmente aquellos de la agricultura familiar,
de la pequeña producción agrícola, movimientos territoriales como el MTE [Movimiento de
Trabajadores Excluidos] Rural y la Unión de Trabajadores de la Tierra, que vemos a diario en
la escena pública y en las movilizaciones mostrando que hay otra forma de producir
alimentos. Incluso para abastecer el consumo de las grandes ciudades, con una producción
cooperativa, comunitaria y de carácter agroecológico. Con otra forma de distribuir y de
acceder a los alimentos, a menos precio y con más calidad. Es decir, hay un montón de
propuestas que podrían ponerse en marcha y que incluso en algunos casos se logran
conquistas. Existe toda una variedad de iniciativas legislativas de políticas públicas que
están siendo impulsadas por estos movimientos de carácter socio ambiental.

¿Qué dificultades atraviesan estas resistencias?

Aparecen las grandes corporaciones, financiando y apadrinando, vinculadas a los


representantes políticos. Eso es una realidad que sucede en todas las provincias donde se
llevan adelante estos emprendimientos pero también en otras partes. Las últimas semanas
circuló mucha información sobre el peso del lobby que hacen las empresas en el
parlamento para garantizar que proyectos como la Ley de humedales o la del etiquetado no
prosperen. Estamos ante corporaciones muy poderosas, globales, que han salido
victoriosas y gananciosas de todo este proceso de transformaciones neoliberales que lleva
varias décadas. Que ha concentrado el dinero y el poder en pocas grandes corporaciones
mundiales a despecho de las condiciones de vida de los pueblos. Hay toda una cuestión de
poder, de política, que ciertamente es el nudo gordiano a resolver. Tienen una capacidad de
influir sobre los gobiernos de forma legal, en el sentido de los aportes que estas actividades
pueden hacer al fisco, pero también de forma ilegal, respecto a las contribuciones en el
terreno de la corrupción, del bienestar privado que pueden asegurar. Hay lógicas muy
perversas de cooptación mercantil de las representaciones políticas y la lógica de la
impunidad que construyen estas grandes corporaciones internacionales parece asegurarles
estar por fuera de los mecanismos de administración de la justicia.

¿Luchar sirve?

Las movilizaciones y la acción de las comunidades tienen logros: se sancionaron leyes, se


pararon proyectos, se pueden conseguir cosas. Por otro lado, respecto del pasado me
parece que en la actualidad hay una mayor conciencia social general en las provincias pero
también en las grandes ciudades de la importancia de las cuestiones socioambientales. Se
ha ganado en una conciencia más socioambiental y es más complejo justificar las
destrucciones del territorio de las comunidades a nombre de un desarrollo económico que
no se visualiza. Hay una mayor presencia incluso en términos de la opinión pública, de la
agenda política y de la agenda mediática.

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