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TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA ARGUMENTACIÓN

Ciclo 2022-Ciclo 1 Marzo


Semana 5
Argumentos enfocados en el orador (ethos): la apelación a la autoridad

Logro de la sesión Al final de la sesión, el alumno redacta un texto argumentativo en el cual


sustenta una opinión a través de la apelación a la autoridad.

Actividad 1
Analiza el siguiente texto. Luego, determina cuál es la tesis que defiende y en qué autoridad se ampara.

Proyecto de ley discriminatorio

“Que una persona tenga más experiencia laboral que otra no la hace más merecedora de estar en el Senado”.
El gobierno, a través del presidente de la República y del presidente del Consejo de Ministros, ha presentado un
proyecto de ley de reforma constitucional con la finalidad de restablecer la bicameralidad. Como se sabe, el
proyecto debe ser aprobado primero por el Congreso y luego consultado a la ciudadanía para convertirse en ley. Sin
embargo, al analizar el texto en detalle, encontramos un párrafo que viola el principio de igualdad recogido en el
artículo 2 de la Constitución. Dicho artículo afirma –en su numeral dos– que toda persona tiene derecho a la
igualdad ante la ley y que nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión,
condición económica o de cualquier otra índole.

En el artículo 90 del proyecto de ley de bicameralidad, no obstante, se estipula que para ser senador se requiere diez
años de experiencia laboral o haber sido diputado. A simple vista, podría asumirse como positivo que un
representante del pueblo tenga diez años de experiencia laboral y que haya sido diputado. Pero la realidad es que
esta norma contradice el principio de igualdad y colisiona con el derecho de todo ciudadano a ser elegido. La
condición de ciudadano, en cuanto persona, vale por sí misma, es intrínseca, y no depende de situaciones externas.
El voto de cada uno de nosotros es igual; un voto no vale más que otro. El voto del rico no puede valer más que el
del pobre, porque la condición de ciudadano se erige por encima de las diferencias económicas. Del mismo modo,
que una persona tenga más experiencia laboral que otra no la hace más merecedora de estar en el Senado. La
experiencia es, al fin y al cabo, una situación relacionada con el tiempo en el que uno se ha desempeñado en un
trabajo; eso no puede limitar un derecho ciudadano. No es equitativo imponer un criterio de esa naturaleza y decir:
“como tú no tienes diez años de experiencia laboral, entonces no puedes ser senador”. Esto es discriminatorio y
crea una condición de exclusión para cualquier persona que quiera ser senador, más allá del límite de edad (35
años) que es otro impedimento. Por lo general, la mayoría de congresistas tiene una profesión. Esto no garantiza
nada más allá de una experiencia profesional. Y esto último, como sabemos, es muy distinto a la experiencia
política, a la función de representación popular, a la inteligencia, a la capacidad de un líder –que puede ser elegido
sin tener experiencia laboral– o a su calidad moral.

En una democracia, lo más importante es la condición de ciudadano que faculta a los individuos para representar al
pueblo en un cuerpo legislativo. De ahí en adelante, será el pueblo el que juzgará si su representante se desempeñó
o no adecuadamente. Algunos especialistas han sostenido que el filtro para determinar la calidad de un candidato
debería ser el mismo partido político a través de elecciones internas. El artículo 90 del proyecto, si es aprobado tal
como está por el Congreso, devendría en un acto nulo y punible según el artículo 31 de la Constitución,
precisamente porque limita el derecho ciudadano a ser elegido, el que, además, es un derecho universal válido para
cualquier persona que pretende una elección.
Lo más saludable a fin de evitar esta discriminación, que afecta seriamente el principio de igualdad ante la ley,
sería que los congresistas retiren los dos últimos párrafos del proyecto legislativo, que atañen a la experiencia
laboral y al haber sido antes diputado, porque condicionan el derecho ciudadano a ser senador. Una persona, como
ha ocurrido en otras situaciones cuando había bicameralidad en el Perú, podría perfectamente postular al Senado
sin haber sido antes diputado.
No es justo medir la política, en tanto actividad humana, con el mismo rasero con el que se mide un requisito para
ocupar cargos públicos o privados. La condición de ciudadano y el derecho a ser candidato a cualquier cargo de

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elección popular no pueden estar sujetos a la experiencia laboral ni a la exigencia de haber ocupado un puesto
público previamente. Eso es antidemocrático. 
Francisco Miró Quesada Rada
[Extraído de https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/proyecto-ley-discriminatorio-francisco-miro-quesada-rada-noticia-
554399 (Consulta: 7 de setiembre de 2018)]

Actividad 2 (trabajo grupal)1


El novelista Gabriel García Márquez leyó un discurso durante la inauguración de un congreso de la Real Academia
de la Lengua Española celebrado en Zacatecas, México, en 1997, titulado «Botella al mar para el dios de las
palabras». ¿Coincides con la opinión del novelista Gabriel García Márquez expuesta en su discurso? Sustenta tu
opinión a través de un texto argumentativo en el que se evidencie la apelación a la autoridad.

Botella al mar para el Dios de las palabras


Gabriel García Márquez

A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con
un grito: «¡Cuidado!»
El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo
supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un
dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las
palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está
potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la
inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros
desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los
altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del
amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es
fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden,
disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho
histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica
creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de
kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas
en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de
distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador
tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola,
y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos
poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y
triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de
toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó
escrito de su puño y letra que el amarillo es «la color» de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado
nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra
contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que
entre en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia
que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos
sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para
enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos
infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo
parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos,
cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía,
terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y
jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga

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Esta actividad es calificada en base a 5 puntos y forma parte de la nota de Participación 1 (PA1).

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lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos
españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de
las palabras. A no ser que, por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar,
con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 años.
[Extraído de http://www.mundolatino.org/cultura/garciamarquez/ggm6.htm (Consulta: 24 de enero de 2017)]

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