La exigencia de velos en las mujeres no es o no ha sido exclusiva de los musulmanes.
Escolásticos y padres de la iglesia han gastado tiempo y sesos razonando por qué las mujeres deben cubrirse la cabeza o el rostro, y la verdad no hay necesidad de mucha malicia para adivinar sus por qués. Explícita o implícitamente, la razón se basa en la idea de que el velo representa un símbolo de obediencia, recato y sumisión. Exigida esta conducta, las racionalizaciones vienen después. La más generalizada entre los cristianos es la de que “el hombre tiene por gloria el ser imagen de Dios; y la mujer tiene por gloria el ser sujeta al hombre”. Si queremos seguir preguntando, nos daremos de narices con la idea de las ideas: es justo que el superior mande sobre el inferior. No obstante el peso de las tradiciones en el mundo occidental el velo se quedó para el día de la boda, donde sigue representando lo que representaba. Los musulmanes en cambio, que los tienen de diferentes clases, nombres y materiales, desde el chador en Irán, el haik en Argelia y la burga en otras zonas, lo han convertido en una obligación y un deber. En estos mismos días, según una noticia del 23 de junio publicada en La República, el “nuevo año musulmán” se inició con persecuciones de mujeres iraníes por parte de su propio gobierno. Detenidas y trasladadas a las estaciones policiales, se les levantaba un expediente y se las obligaba a firmar una declaración en la que se comprometían a no volver a maquillarse ni a “atentar contra el pudor”. Según la noticia, las que tuvieran expediente abierto serían flageladas. El hecho de que las persigan por maquillarse o no velarse, indica además de la arbitrariedad del régimen, el desacuerdo de las mujeres contra las costumbres que las oprimen. Pero es el caso que cuando se requiere defender la identidad cultural ante posibles invasores de ideas o gobiernos extranjerizantes, ellas mismas han decidido utilizar el velo, como protesta. Esto es, igual lo adoptan ante la necesidad colectiva de proteger su identidad cultural mediante el símbolo de su segregación, que se lo quitan para manifestar inconformidad contra las represiones de que son víctimas en su propia cultura. Esto explica por qué años atrás muchas iraníes se enfrentaron a la policía del emperador al grito de “Dios es grande” y vestidas con el “chador” tradicional; y después, durante la revolución que precedió a la dimisión del Sha, y antes del oscurantismo jomenista, lo quemaron simbólicamente, antes de iniciar un desfile de protesta gritando “velos no”. Igual ocurrió en Argelia, durante las luchas anticolonialistas, en las cuales miles de mujeres habían participado activamente en la guerrilla del Frente de Liberación Nacional, o ayudaron con su resistencia activa o pasiva a los independistas. Igual que los hombres, muchas murieron en los combates o fueron torturadas. Y habiendo probado de tal manera su patriotismo, supusieron que la independencia era una conquista general que las incluía. Las fotografías de la época las mostraban con el rifle en la mano y en la cabeza y cuerpo el haik. Lograda la liberación argelina, bajo el gobierno de Ahmed Ben Bella se quemaron velos y se pidió la igualdad ante la ley y la realidad. Pero el velo volvió, con el velo la sumisión que representa, y veinte años después de acabados los combates contra el colonialismo francés, el gobierno argelino aprobó un Estatuto de la Familia, donde se consagra la subordinación de la mujer al hombre, “para mayor gloria del Islam”. Pareciera que el problema de las mujeres es el de ser extranjeras y siempre inferiores en su propia cultura, condición que en el Islam resulta más patente. Allí, su estatuto resulta siempre ambiguo. Si intentan reafirmar su identidad colectiva, forzosamente tienen que hacerlo asumiendo un atuendo que pretende diluir su identidad individual. Por lo tanto o infieles a su cultura o infieles a sí mismas, siempre infieles.