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Jo h n G e d o y A r n o l d G o l d b e r g
Am orrortu editores
Unenos Aires
Direc tor de la biblioteca de psicología, Jorge Colapinto
M od e ls of th e M ind. A Psyc b oan alytic T h e ory, John E .
Gedo y Arnold Goldberg
© T he U niversity of Chicago, 19 7 3
T raducción, L eandro W olfson
ISB N 84-6 10 -4 0 5 8 -9
75 Se g u n d a p a rte . E l m o d e lo je rá rq u ic o
17 6 B ibliografía
.
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......... .v
Advertenc ia del traduc tor
1
■l .
. 1
Palabras prelim inares
Roy R. Grinker
3
sintetizar las partes componentes de la teoría psicoanalítica
mediante la teoría general de los sistemas. Sin emplear esta
última expresión, Anna F reud proc uró integrar entre sí las
teorías del desarrollo desde la niñez hasta la adolescencia.
Que esta es una difíc il empresa, lo adm ití ya en mi propia
tentativa de 19 6 9 , que comenzaba así: «Aquí nos centra
remos espec íficamente en una comparación entre la meta-
psicología freudiana y la teoría general de los sistemas, en
cuanto a su manera de conceptualizar el simbolismo. Sin
embargo, como ambas son abstracc iones teóricas generales
que abarcan una gama de subteorías ubicadas a variable dis
tancia de los datos empíric os, es preciso hacer ciertas elec
ciones. A tal fin yo he elegido, y no en form a arbitraria,
la relación que mantienen la teoría tópica psicoanalítica y la
teoría transaccional con el simbolismo. N o es, por c ierto,
la única comparación posible, pero es la m ás se n c illa» (Grin-
ker, 19 6 9 ) .
E sta dific ultad, que los autores acometen valientem ente, se
complica por el hecho de que las teorías originales de F reud
constituían un sistema abierto — ya que el concepto de arco
reflejo implicaba transacciones psíquicas y ambientales— ,
que repentinam ente se c erró al surgir la teoría de la pul
sión de m uerte. Sólo mucho después, con el desarrollo de
la teoría estruc tural ( la denominada «teoría tripa rtita ») , la
teoría de la autonomía y la inclusión del punto de vista
adaptativo, la metapsicología psicoanalítica se c onvirtió en
un sistema abierto. E sto tuvo inmensa importanc ia para lo
que yo he llamado «psiquiatría de sistema abierto» (Grin-
ker, 19 6 6 ) .
E ntre otros problemas que los autores han resuelto en par
te se encuentra el derivado del uso de dos términos poco
felices. Uno de ellos es «instinto» [ «in s tin c í» ] , que debe
ría ser remplazado por el menos reduc cionista «pulsión»
[ « d rive » ] . O tro es «m etapsicología». E sta «palabra-c omo
dín», que abarca sin integrarlas las teorías dinámica, eco
nómica, genética, estruc tural y adaptativa, presenta un falso
desafío que los autores psicoanalíticos se sintieron obliga
dos a enfrentar, y un falso sentimiento de certidumbre cuan
do se lo enfrenta. Como bien indican los autores, ni la
más supraordinada teoría ha incluido un proceso de c ontrol
o regulación, que no es una vaga metapsicología sino el
sistema del self ( Grinker, 19 5 7 ) .
E n cualquier intento de usar una teoría sistémica general
hay que definir sus componentes. Diez de ellos se enume
ran en la introducc ión a la obra T oward a U n ifie d T h e ory
of H um an B e h avior, de la que fui com pilador ( 19 6 7 ) . E n
el epílogo de esa obra, Jurgen Ruesch advierte lo siguiente:
«E l producto de cualquier modelo debe ser codificado me
4
diante términos que puedan verific arse con los sucesos ori
ginales en cuestión o con otros modelos c ientífic os. Si los
resultados coinciden, la predic ción o reconstruc ción de su
cesos se torna posible. Si no coinciden, hay que repetir todo
el procedim iento modific ándolo». E n su análisis, Gedo y
Goldberg se hacen eco de estas palabras.
E n los capítulos 2 a 6, los autores recapitulan el desarrollo
de la teoría psicoanalítica desde los puntos de vista del arco
reflejo, el tópic o, el tripartito o estruc tural y el adaptativo,
y señalan que la teoría del self es todavía un borroso hori
zonte hacia el cual avanzamos. E videntemente, no todos los
detalles de la teoría psicoanalítica se acomodan a su reseña,
pero utilizan los elementos esenciales y dejan de lado los res
tantes. E stos capítulos primeros son interesantes porque con
sideran la propia evolución de F reud partiendo de un abor
daje sistémico. Se torna notorio que, como sucede en toda
la naturaleza, las continuidades no son reales sino que cons
tituyen el intento de los seres humanos por im poner al uni
verso una certidumbre que no existe en nuestro mundo real
de discontinuidades.
E sto implica que no hay un solo modelo de la mente: son
muchos los que tienen cabida. P ero para cada uno de ellos
es menester que se especifique cuál es la posición del ob
servador, cuáles los instrumentos que utiliza, y qué es lo
que observa. ¿D e qué manera, entonces, se conectan estos
modelos? H emos oído hablar mucho de conceptos y len
guajes «puentes», y esperamos pasivam ente su llegada co
mo la del Mesías. Los autores adoptaron un modelo evo
lutivo de cinco fases en transic ión, cuyo valor heurístico
deberá dem ostrarse. E sto los fuerza casi automáticamente a
postular un sistema jerárquic o, acerca del cual ofrecen cier
tas argumentaciones científicas (c apítulo 7 ) .
E n los capítulos 8 a 10 , los autores escogen los historiales
clínicos del «H om bre de las Ratas», el «H om bre de los L o
bos» y el caso Schreber, presentados por F reud, para rein
terpretarlos de acuerdo con el modelo por ellos propuesto;
y a mi juicio lo hacen con éxito.
L e sigue un c apítulo sobre nosología y conclusiones referi
das al tratam iento. N uestra nosología actual no especifica
el tipo de problema terapéutic o, sino que indica en qué
punto de la serie evolutiva ha quedado detenido el paciente
o adónde ha regresado al enfrentar conflic tos insolubles o
stre ss exterior. Aquí los autores se basan en un c riterio de
continuidad entre la salud y la enfermedad que, según creo,
es necesario, dado que en la maduración no existen saltos
bruscos. Las consecuencias extraídas respecto del tratam ien
to dependerán de la fase de desarrollo y del conjunto de
comportam ientos. No hay un tratamiento único para todos
5
los enfermos mentales, y muchas afecciones exigen métodos
no analíticos. Muchos analistas tendrán que adm itir final
mente la necesidad de utilizar «el apaciguamiento, la uni
ficación, la desilusión óptima y la interpretac ión» allí donde
resultan apropiados — al menos como guía para el comienzo
de la terapia— .
E l últim o c apítulo tiene implicaciones teóricas, por cuanto en
él los modelos se aplican según un esquema de maduración
vertic al. E sto reviste importanc ia para el c ientífic o de la
conducta, que puede inc orporar su investigación extrapsi-
coanalítica en un punto cualquiera (m odelo o etapa de ma
durez) utilizando sus propios conceptos, hipótesis, instru
mentos y c riterios de validez. Se internará así en un ámbito
de problemas bien definido, no en una jungla amorfa, y
podrá hacer observaciones sistemáticas de fenómenos bien
determinados. Su posición podrá definirse y sus observa
ciones estar focalizadas. De esta manera, el psicoanálisis co
mo sistema abierto pasa a form ar parte, al fin, del sistema
científico total.
E n 19 5 7 escribí lo siguiente: «E s imperioso que el psicoaná
lisis se c onvierta en un sistema abierto, que tenga mayor
comercio a través de sus fronteras. La evolución progresiva
no se produce en el aislamiento, sino sólo mediante la se
paración parcial ( espec ializac ión) tendiente a concentrar el
patrimonio genético (form ac ión de conceptos) y, mediante
transacciones con otros grupos, a agregar nuevos símbolos-
genes ( com unic ación) para ponerlos a prueba en la selección
natural (m étodo c ientífic o). E ste será, espero, el curso fu
turo del psicoanálisis» ( Grinker, 19 5 8 ) . Los autores han
hecho un notable aporte en esta dirección.
Y hay algo más en lo que debemos estarles agradecidos. N o
sólo indican con claridad las partes que componen sus mo
delos-sistemas, sino además cómo están controlados, regu
lados y organizados en torno de ciertos «princ ipios», según
se los denomina. E sta idea, absolutamente imprescindible,
está a menudo ausente en la teoría de los sistemas.
P or últim o, aconsejo al lec tor que antes de sumergirse en
el libro dé un rápido vistazo a cada uno de sus capítulos y
examine las figuras 1 a 10 . E llo le perm itirá comprender
mejor lo que considero una exposición brillante, erudita y
necesaria de un tema sumamente difíc il.
6
Rec onoc imientos
7
él. E l doc tor M. R obert Gardner, de Cambridge, nos ofre
ció el más vigoroso testimonio acerca de la utilidad clínica
de nuestro enfoque. F inalmente, debemos expresar nuestra
partic ular deuda con la última de nuestras lectoras, la doc
tora E stelle Shane, de Los Angeles, cuyas cuantiosas suge
rencias c ontribuyeron en grado notable a que nuestra com
plicada materia se hiciera más legible.
N unca se ponen más de m anifiesto las dific ultades de un
trabajo en colaboración que en la coyuntura a que ahora he
mos llegado: cuando cada uno de nosotros tendría que ex
presar sus sentimientos individuales hacia aquellas personas
que le proveyeron del sustento emocional para intentar esta
obra creadora. T al vez podamos eludir el dilema confiando,
una vez más, en la capacidad de estas queridas personas para
comprender lo que significaron para nosotros, sin que lo
digamos.
8
Primera parte. Introduc ción
y revisión histórica
1. E l problem a: la actual teoría
clínica en psicoanálisis
12
menos psíquicos, aunque no siempre se haya puesto sufic iente
énfasis en él. E l princ ipio de la sobredeterminación, en par
ticular tal como se lo aplica a la interpretac ión de los sueños
y a los síntomas neurótic os, es un exc elente ejemplo de la
insistencia analític a en que no existe una sola respuesta fren
te a un interrogante psicológico. Desde que W aelder expu
siera en 19 3 6 el principio del funcionam iento m últiple del
aparato psíquico, se admite que el «camino final» que adop
ta la conducta es una solución de compromiso que está al
servicio de muchos amos o instancias psíquicas. No es po
sible aislar un único m otivo o un fac tor de máxima im por
tancia. T rabajando dentro del marco del modelo tripartito
de la mente que prevalecía entonces, W aelder dem ostró que
todos los fenómenos psíquicos están simultáneamente al ser
vic io del yo, el ello, el superyó y la adaptación a la realidad,
así como al servicio de las complejas interrelaciones que es
tas instancias mantienen entre sí. Introdujo así la idea de
las Ínte r relac ione s m últiples. E stas últimas deben distinguir
se, no obstante, de las variab le s m últiples, tal como las im
plicaba el mencionado princ ipio de sobredeterminación. Una
variable es un agregado o cambio singular introducido en un
conjunto de fac tores que c onstituyen un sistema, mientras
que las interrelaciones describen los efectos recíprocos de
las variables.
Si no se toma en cuenta este concepto de las variables múl
tiples, se puede caer en una u otra form a de reduccicnismo
teórico. Aunque en el examen de fenómenos complejos
puede ser c onveniente centrarse en unidades más simples pa
ra fac ilitar la comprensión o la comunicación, es erróneo
suponer que el concepto simplificado es idéntico o equiva
lente al concepto complejo. E n otras palabras, jamás podre
mos «reduc ir» lo indomeñable a aquello que se deja mani
pular. Uno de los infortunados resultados de estos esfuerzos
por lograr claridad es la tendencia a desestimar las sutilezas
de la organización psíquica.
Además de esta necesidad de examinar los fenómenos psico
lógicos en términos de variables m últiples en interac ción,
hay otro problema que debe tenerse en cuenta, y es que si
los datos son observados desde distintos puntos de vista, se
recogerán también datos diferentes. E sto es algo bien cono
cido para los psicoanalistas. E n el encuadre clínico, los di
versos aspectos simultáneos de la trasferencia muestran que
la situación analític a actual, así como la actitud del analis
ta-observador, influyen en la índole del m aterial que surge
en la sesión o en la forma en que el analista lo experimenta.
Para subrayar el aspecto experiencial, se c onvendrá en que
comunicaciones idénticas son experimentadas de distinta
manera por el analista en las primeras fases defensivas de
13
la trasferencia y en el punto culminante de una neurosis
de trasferencia. P odría sostenerse que el material difiere, en
verdad, en elementos afectivos apenas perc eptibles, pero esto
no es sino reconocer que hemos logrado comprender mejor
de qué manera la cambiante perspec tiva del observador mo
difica al objeto de estudio.
E xisten, pues, dos cuestiones que deben considerarse en
cuanto a la formación de la teoría: la de las variables m últi
ples en acción y la de las perspec tivas m últiples. E n la prác
tica clínica, el analista habitualmente maneja estas cuestio
nes mediante sutiles movimientos intuitivos que lo llevan a
concentrarse ora en uno, ora en otro aspecto del material
que le ofrec e el paciente, a medida que examina diversas ca
tegorías o configuraciones de la informac ión y rec orre la
gama de las experiencias del self. P ero estas mismas cues
tiones no han sido manejadas con igual soltura en el desarro
llo de las teorías clínicas del psicoanálisis o en su meta-
psicología. E n este caso puede ser de utilidad un «enfoque
sistémico».
La teoría general de los sistemas es el estudio de una orga
nización y sus partes en interacc ión; su tesis básica es que las
interrelaciones complejas, sea cual fuere su contenido, se
rigen por reglas y procesos similares (c f. Von B ertalanffy,
19 6 8 ) . Y a sea que estudiemos a las plantas, los animales o
los seres humanos, reglas y pautas comunes gobiernan el es
tudio de estos complejos fenómenos. E l examen de tales
reglas y procesos permite captar la organización de los sub
sistemas en totalidades mayores, que a veces se disponen de
acuerdo con un orden jerárquic o.1 E l partic ular valor de es
te enfoque consiste en que es «abierto»: aspectos antes deja
dos de lado pueden incorporarse a la jerarquía en un mo
mento posterior, encontrando su articulación adecuada en
los subsistemas existentes.
Dijimos que la teoría de los sistemas consiste en la c odifi
cación de las reglas y pautas comunes carac terísticas de las
interrelaciones de cualquier serie de fenómenos complejos.
Un ejemplo de una regla tal es el principio de equifinalidad:
en c ierto conjunto complejo de interac ciones, puede obte
nerse un resultado final a partir de condiciones iniciales muy
diferentes y rec orriendo caminos muy distintos. E n la prác
tica analítica, este principio opera en lo tocante al problema
de la interpretación correcta. Sabemos que diferentes inter
pretaciones pueden ser todas igualmente «c orrec tas», en el
sentido de que conducen a resultados similares.
La aplicación más eficaz de los princ ipios de la teoría de los
sistemas al psicoanálisis está dada por el uso que ha hecho
Anna F reud del concepto de líneas de desarrollo ( 19 6 5 ) .
E ste concepto organiza los datos psicoanalíticos de una ma-
14
ucra singular, que difiere de las modalidades previas de con-
ceptualización psicoanalítica (c f. L ustman, 19 6 7 ) . Las lí
neas de desarrollo representan secuencias coexistentes de
conducta más que cortes trasversales del funcionamiento psí
quico en un momento dado. La obra de Anna F reud nos
sirve de base para dem ostrar que distintas conductas pue
den ser observadas desde diferentes perspectivas, que puede
comprendérselas utilizando una variedad de teorías clínicas
o modelos de la mente, y que estos conceptos pueden organi
zarse de acuerdo con un ordenam iento jerárquic o general.
Anna F reud dem ostró que es posible rastrear en la historia
de una persona muchas áreas de funcionamiento o líneas de
crec imiento; algunas de las más im portantes líneas de des
arrollo trazadas, como la de las relaciones objétales, incluyen
las fases libidinales, los mecanismos de defensa y las diversas
pautas adaptativas. Con este novedoso método puede exa
minarse cualquier zona de la personalidad del individuo en
la que se dé una interac ción entre la maduración, la adapta
ción y la estructuración. Anna F reud observa que en el es
tado normal hay una correspondencia en cuanto al progreso
global a lo largo de las diversas líneas de desarrollo, mien
tras que un desequilibrio en tal sentido indica un problema
evolutivo o psicopatológico. L a evaluación correc ta de la
personalidad exige tom ar en cuenta todas las líneas de desa
rrollo pertinentes y sus complicadas interacciones en una
configuración total. E s, pues, indispensable establec er c rite
rios acerca de cuáles son las líneas de desarrollo relevantes
para la identificac ión de las diversas entidades psicopato-
lógicas.
E n psicología, la obra de Jean Piaget en el área de los estu
dios cognitivos representa la aplicación más eficaz de la teo
ría de los sistemas. Piaget bosquejó y examinó en detalle
las etapas de desarrollo cognitivo que pueden ser a su vez
divididas en subetapas y que, en su organización total, cons
tituyen un sistema epigenético. Piaget aclara que tal secuen
cia de desarrollo conduce a sistemas de autorregulac ión y
los implica. Su empleo del concepto de «asimilac ión» — la
integración de nuevas estructuras dentro de las existentes
sin que se quiebre la continuidad del func ionamiento— es
importante para el psicoanálisis. La formación de nuevas es
tructuras es puesta en marcha por la necesidad de adaptarse
a nuevas situaciones. Confiamos en dem ostrar que el con
cepto de esquemas epigenéticos (vale decir, la interacción
del organismo con el medio en una secuencia de fases espe
cífic as) es la más útil concepción teórica acerca del desarro
llo del funcionam iento mental humano.
Pasemos ahora al segundo requisito de una teoría no reduc
cionista, la capacidad de dar cuenta de las variaciones de
15
perspec tiva. L os métodos de recolección de datos utilizados
para la construcción de teorías en psicoanálisis son, funda
mentalmente, observaciones efectuadas dentro del trata
miento psicoanalítico y, en menor grado, la observación
directa de niños. E stos datos se organizan luego mediante
diversas construcciones o modelos, cuyo nivel de abstracción
es progresivam ente mayor y que recorren toda la gama que
va desde los límites con la biología a los enunciados filosó
ficos de la epistemología. E sta variedad de herram ientas teó
ricas es perfectam ente adecuada, ya que dentro de un siste
ma total puede haber diversos niveles de funcionamiento,
regidos por distintas leyes. E s, asimismo, perfec tamente
apropiado utilizar varios modelos de funcionamiento psíqui
co, ordenados mediante un esquema jacksoniano de jerar
quías (c f. Rapaport, 19 5 0 , 19 5 1) .
E l diccionario define una jerarquía como un sistema de ni
veles según el cual se organiza algo. Piaget afirma que en
toda diferenciación de una organización se produce un orden
jerárquic o. La «form a» más general que aparece en una
jerarquía es la inclusión de una parte o subestructura dentro
de una totalidad o estruc tura total. Según la descripción del
organismo que hace B ertalanffy, hay dentro de este muchas
clases de jerarquía. P ara nuestros fines, designaremos con
la palabra «jerarquía» las conexiones de diversos subsiste
mas en una organización global con distintos niveles de re
gulación. Que haya niveles dentro de la jerarquía no im
plica que uno de ellos tenga mayor importanc ia que otro; lo
que interesa es la captación, por parte del observador, de las
relaciones entre los subsistemas. L a serie «célula gástrica-es-
tómago-aparato digestivo» constituye un orden jerárquic o;
aunque el estómago no es sino un subsistema del aparato di
gestivo, no puede decirse que tenga más o menos im por
tancia que la célula gástrica.
De este concepto de jerarquía se desprende que no todos los
modelos utilizados para una c orrec ta organización y ordena
miento de los datos tienen necesariamente la misma im por
tancia. Los modelos pueden representar conceptos de distin
to nivel de abstracción, pero no debe interpret* rse erró
neamente este hecho emitiendo juicios de valor acerca de
las conductas a las que pueden aplicarse los modelos. Un
modelo es una herram ienta, y ninguna herram ienta es «m e
jor» que ninguna otra, aunque para llevar a cabo una tarea
en especial ciertas herramientas son más útiles que otras.
P or ejemplo, si se ordenan los datos clínicos en un nivel
próximo a la observac ión (en un enunciado tal como «los
neuróticos obsesivos-compulsivos se debaten con el c ontrol
del afec to») se obtendrá algo distinto que si se los concep-
tualiza sobre una base más abstracta ( «los neuróticos ob
ló
scsivos-compulsivos se debaten con un superyó rig uroso»).
Ambas formulaciones son igualmente útiles; ninguna de ellas
es mejor que la otra, y cada una debe utilizarse en distintas
circunstancias, según las necesidades de la organización de
los datos clínicos.
Análogamente, todos los modelos de la mente tienen igual
importancia, pero como se aplican a distintos niveles dentro
de la jerarquía, no tienen todos ellos la misma utilidad en la
comprensión de un problema determinado. P or consiguien
te, los diversos modelos analíticos deben también ordenarse
en una jerarquía, y establec er la función que le corresponde
a cada cual en la explicación de los diversos subsistemas o
modalidades de la vida psíquica. Un tal ordenamiento jerár
quico de modelos paralelo a la jerarquía de modalidades de
func ionamiento psíquico constituiría un modelo supraordi-
nado de la mente, que puede luego ser empleado total o
parcialmente, de manera flexible, según lo exija la situación.
Por desgracia, no es fác il tener presente dicha complejidad
y existe siempre la fuerte tentación de abandonar la rica
multiplicidad de puntos de vista en favor de algún modelo
unitario más simple. P or supuesto, no es ilegítimo ordenar
los fenómenos en su totalidad mediante un modelo deter
minado, pero con ello quizá se restrinja indebidamente la
apreciación de las múltiples perspectivas desde las cuales
pueden contem plarse los datos.
Waelder ( 19 6 2 ) ha establecido un orden jerárquic o de las
proposiciones de la teoría psicoanalítica diferenciando, en el
nivel superior de abstracc ión, las proposiciones metapsico-
lógicas, y en los niveles inferiores, las interpretac iones, ge
neralizaciones y teorías clínicas en que se organizan las ob
servaciones. La metapsicología consiste en conceptos expli
cativos ad hoc no induc tivos, que, a su vez, también difieren
en cuanto a su nivel de abstracción. Los de más alto nivel
dentro de la jerarquía son los llamados «puntos de vista»
metapsicológicos. Rapaport y Gilí ( 19 5 9 ) enumeraron los
cinco puntos de vista siguientes: dinámico, económico, ge
nético, estruc tural y adaptativo. Muchos consideran que
estos son los supuestos básicos de la teoría psicoanalítica.
De acuerdo con tal concepción, todas las demás proposicio
nes pueden y deben ser vistas simultáneamente desde estas
múltiples perspec tivas. P or consiguiente, toda teoría psico
analítica del funcionam iento mental debería inc orporar ca
da uno de estos puntos de vista.
Los modelos de la mente son convenciones sumarias que
representan la teoría clínica del psicoanálisis y sus principios
de organización pueden atenerse a algunos de los puntos de
vista metapsicológicos o a todos ellos. Así, un modelo puede
m ostrar la interacción de fuerzas dinámicas, o representar
17
las estruc turas, o ambas cosas, etc. A fin de representar una
teoría partic ular pueden crearse varios modelos diferentes.
P ara ciertos lectores, las representac iones gráficas (las «tra
ducciones simbólicas» de Suzanne L anger) no son más cla
ras que los enunciados verbales de la teoría que apuntan a
desc ribir; esta reacción no hace sino m ostrar que los mode
los de la mente son meros expedientes, útiles para algunos
pero no para todos. L o fundam ental es la teoría a cuyo
servic io están. Con el objeto de mantener esta diferenc ia
ción entre modelos y teorías, distinguiremos siempre el
«modelo tripartito», por ejemplo, de la «teoría estruc tu
ral» a la que corresponde.
E n los últim os tiempos se ha intentado conciliar los diversos
modelos de uso c orriente en la teoría psicoanalítica (c f.
Gilí, 19 6 3 ; Arlo w y B renner, 19 6 4 ; Sandler y Joffe, 19 6 9 ) .
E n nuestra opinión, tales intentos derivan del supuesto de
que en la actualidad es posible c onstruir un único modelo
que represente la totalidad de la vida psíquica. E mpero,
debe advertirse que ninguna de las funciones que se desa
rrollan de manera autónoma o que adquieren autonomía
con posterioridad ha encontrado representación en ningún
modelo basado en las teorías clínicas del psicoanálisis, todas
las cuales fueron creadas con el objeto de explicar los con
flic tos mentales. Sostener que ciertas funciones autónomas,
como la percepción o la cognición, están implícitas en los
modelos carece de todo justific ativo; no sería más legítimo
sostener que tales esquemas implican un aparato digestivo
intacto. Si se introdujera en la teoría clínica el problema de
la digestión, o de la percepción, o de la cognición, deberían
revisarse los modelos a efectos de m ostrar explícitamente
tales funciones.
H ay algo que es quizá más decisivo aún que la desestima
ción de las funciones autónomas en todos los modelos vi
gentes: nos referim os a la omisión en ellos del punto de vista
genético, pese a la importancia que este tiene en las teorías
clínicas que están destinados a representar. T al vez no sea
posible crear un único modelo que describa en form a ade
cuada todos los aspectos cruciales de la vida psíquica, y sea
más fac tible c onstruir modelos basados en el princ ipio de
que, para el estudio de cada una de las diversas fases de la
historia del individuo, puede haber un modelo diferente,
más útil y teóricam ente válido que los demás. Cada uno de
estos modelos representaría sólo aquellos aspectos de la vida
mental que tienen máxima importanc ia para esa fase del
desarrollo. Si estos modelos incompletos y aún imperfectos
se ordenasen en una secuencia que reflejara la sucesión de
fases evolutivas que ellos describen en sus atributos funcio
nales primordiales, dicho esquema cronológico perm itiría
18
c \poner del modo más c onveniente el desarrollo gradual de
hi vida mental. Desde luego que sería una enorme falacia
ai poner que son los modelos sucesivos del esquema los que
. desarrollan o cambian, desde los primeros hasta los últi
mos, o que la últim a fase ya estaba presente, como An lag e n ,
rn todas las otras.
N osotros postulamos el concepto de desarrollo epigenético
por oposición al concepto alternativo de preform ac ión. La
epigénesis concibe la formac ión de la estruc tura como re-
ilitado de sucesivas transacciones entre el organismo y su
ambiente. Se entiende que el resultado de cada fase depende
de los resultados de las anteriores. Cada nueva fase integra
entre sí a las anteriores y posee un nuevo nivel de organiza-
c ion y regulación. P or ende, un modelo que quiera describir
esta nueva organización tendrá que basarse en principios
enteramente distintos de representac ión que los que resul
taban óptimos para los niveles de organización inferiores.
I lartmann y L oewenstein ( 19 6 2 ) han señalado que la bio
logía actual desc artó la noción de que la forma adulta del
organismo está ya preform ada desde sus más tempranos co
mienzos, y han mostrado cuán tenazmente se aferró la teoría
psicoanalítica al concepto de preformac ión. Sin embargo,
I rikson ( 19 5 8 ) ha propuesto un esquema epigenético ex
plícito, tratando de salvar con él la brecha entre la psicolo
gía individual y la psicología social. P or c ontraste, nuestro
trabajo se c entrará exclusivamente en la psicología del mun
do intrapsíquic o, derivada de datos psicoanalíticos.
Ouisiéramos subrayar la importanc ia de la concepción epige-
nética mediante un ejemplo concreto, el de la formac ión del
superyó. E l modelo tripartito, propuesto por F reud en E l
yo y e l e llo ( 19 2 3 b ) para ilustrar la teoría estruc tural, es el
que con mayor frecuencia se presenta como el modelo de la
mente que debería rem plazar a todos los demás. E ste mode
lo sirve para explic ar una amplia gama de observaciones psi-
coanalíticas en términos de conflictos entre las instancias
que él postula. Una de estas instancias, la de la moralidad in
teriorizada, es el superyó. Dado que el modelo tripartito
presume la existencia del superyó como unidad func ional de
la mente, es una herramienta óptima para estudiar ciertos
tipos de psicopatología, a saber, los trastornos resultantes
de diversas resoluciones fallidas de la fase edípica, ya que el
superyó se forma como consecuencia del sepultamiento a del
complejo de E dipo. E l modelo tripartito resulta inadecuado
para examinar el funcionam iento mental de personas en las
que esta experiencia evolutiva aún no ha tenido lugar ( niños
muy pequeños o ciertos individuos de desarrollo atípic o).
E l superyó plenamente formado no deriva de un predecesor
más elemental, sino que es una instancia psíquica entera-
19
mente nueva. P or c ierto, sus funciones reguladoras son cum
plidas de otra manera antes de su formación. T anto las bi
cicletas como los autom óviles y los aviPnes son medios de
trasporte, pero las bicicletas no se c onvierten en autos ni
a estos les crecen alas para volar. P or el c ontrario, los pre
cursores de los modernos aeroplanos no fueron medios de
trasporte terrestres, sino juguetes como las cometas y globos
de los niños.
H artmann y L oewenstein ( 19 6 2 ) han expresado esta misma
idea con respecto al superyó:
20
•t «inepto de líneas de desarrollo. Dentro de una línea de-
!■ i minada, en distintas fases, la función reguladora de la con-
•Im la es cumplida por unidades estructurales de la psique
que, en fases posteriores, pueden asumir funciones comple
tamente distintas, y a su vez serán sucedidas en su tarea de
autorregulación por un nuevo c onjunto de estruc turas. Aun
que a los fines de la comprensión psicoanalítica el punto de
i isla estruc tural es siempre esencial, el modelo tripartito es
<u verdad aplicable sólo dentro de una limitada extensión
de la línea de desarrollo.
I al definición de la gama de aplicación óptima de un modelo
o de la teoría de funcionam iento mental que él representa no
constituye una crítica a su utilidad. Sin embargo, los inten-
los llevados a cabo para utilizar la teoría estruc tural a fin
de aclarar fenómenos que quedan fuera de esa gama óptima
Imn demandado arduos e insatisfactorios esfuerzos. T ales in
tentos hacen confiar excesivamente en la ausencia total o
parcial de estructuras más maduras, como el diagnóstico de
•dagunas del superyó». E n lugar de ello, sería más provecho-
•o centrarse en el funcionam iento de las estructuras realmen-
u existentes. Para seguir con el mismo ejemplo, ello impli
caría aclarar la forma en que se regula en la práctica la
conducta del delinc uente. P or c ierto, este concepto se hace
extensivo a toda aplicación errónea de la teoría a los datos;
véanse las dific ultades que nos trae explicar ciertos proble
mas, como la reacción terapéutic a negativa, en términos de
la teoría y del modelo tópicos, que sólo utilizan los con
ceptos de sistemas inc onciente y prec onciente, y no incluyen
al superyó.
21
cional en la que el peligro típico es la castración. T ras el
establecimiento del superyó, viene el peligro del c onflic to
intersistémico entre el yo y el superyó, vale decir, la an
gustia moral. La última etapa, posterior a la consolidación de
la barrera de la represión, es aquella en la que el peligro
típico está dado por las amenazas externas realistas.
E sta línea de desarrollo puede representarse mediante un
gráfico de barras.
F a s e s s u c e si v a s e n la l ín ea d e d esar r o l l o
22
ha llamado a este proceso «cambio de func ión». Podemos
c itar como ejemplo la atenuación gradual del tem or a la
castración, que tal vez perm ita al individuo adquirir una
sensibilidad especial en cuanto a los efectos de su agresivi
dad en los demás. L a capacidad de usar tal sensibilidad con
fines adaptativos o inc luso creativos puede llegar a ser «au
tónom a», como un elemento positivo permanente del carác
ter. E n este sentido, la maduración y la autonomía no im
plican un apartamiento de la personalidad profunda sino
sólo la preeminencia del dominio activo (cf. Kohut, 19 7 2 ) .
E n síntesis, el eje de ordenadas de nuestro diagrama puede
también admitir dos lec turas: indica el paso del tiempo y
el grado en que se dispone de una función para usarla de
manera autónoma.
Los diagramas así confeccionados perm iten representar, a
lo largo del eje de abscisas, cualquier desarrollo que se esco
ja (etapas libidinales, relaciones objétales, e tc .) ,4 y, en el
eje de ordenadas, las vic isitudes que sufre en cuanto a ma
duración el aspecto fundam ental característico de la línea
de desarrollo en cada una de las fases graficadas. Aunque
ciertas cuestiones son más decisivas en una determinada eta
pa de la vida, nunca desaparecen por entero de la vida men
tal; considerarlas en etapas posteriores como si hubieran
meramente persistido sin cambios m adurativos sería sacrifi
car la verdad en aras de la simplicidad. E n cuanto al pro
blema fundam ental, el de la elección de las líneas de desa
rrollo que han de diagramarse, es preciso determ inar qué
cuestiones de la vida psíquica tienen mayor relevancia para
diferenc iar los diversos tipos de funcionamiento mental,
normal y patológico.
E l enfoque epigenético no es en modo alguno nuevo en psi
coanálisis. F reud ( 19 0 5d ) construyó una teoría epigenética
de la libido, sin duda influido por el énfasis que había
puesto H ughlings Jackson en la progresión evolutiva gra
dual de las estruc turas neurológicas y en la persistencia de
organizaciones anteriores dentro de las posteriores. F reud
destacó que aunque cada etapa de la libido era sucedida por
otra, persistía a lo largo de toda la vida. N o pensaba que los
retoños de pulsiones parciales infantiles indic aran necesaria
mente fijaciones a los diversos niveles prim itivos de desarro
llo, ni tampoco que la regresión a puntos de fijación fuera
una señal automática de patología.
La experienc ia clínica sugiere que también los diversos es
tadios de la libido deben conceptualizarse considerando su
maduración. Cada componente de la libido (la oralidad, la
analidad, etc .) sigue a lo largo de la vida un decurso propio.
E s menester diferenc iar el desarrollo apropiado a lo largo de
un eje específico de maduración de las fijaciones patológicas.
23
H ay que aclarar que la oralidad de un deprimido con fijación
oral es muy distinta que la de un g ourm e t. N o basta aludir
a la maduración general del yo para distinguir la oralidad
prim itiva de la madura; con esa referencia, lo único que se
está diciendo es que la persona total es más madura. Se prec i
san explicaciones detalladas de aquellos cambios que, en su
conjunto, componen el «desarrollo yoic o».
Podemos definir a la oralidad como una moción pulsional b
que experim enta cambios a partir de su estado prim itivo,
adoptando formas más maduras, «neutralizadas»; pasando
de las metas y objetos arcaicos a los que resultan más ade
cuados en la vida posterior, y de una etapa de descarga no
integrada a una de síntesis cada vez más compleja dentro
de la totalidad de la personalidad.
E stas consideraciones se aplican a cualquier secuencia evolu
tiva de funciones que examinemos: las relaciones objétales,
las situaciones de peligro, la regulación de la conducta, por
mencionar sólo algunas. E n el ordenam iento de los datos
psicoanalíticos por parte de F reud y sus sucesores, la epi
génesis fue un tema rec urrente; el prim ero que lo tornó
explíc ito es F erenczi, quien acuñó la expresión «líneas de
desarrollo» ( 19 11, 19 13 ) para designar las etapas sucesivas
en la ontogenia de las func iones mentales. F ue Anna F reud
( 19 6 5 ) quien hizo el uso más amplio de este concepto, que
ahora debe ser aplicado a los problemas de la psicopatología
y a la teoría de la terapia.
Como ya hemos dicho, la epigénesis pone de manifiesto la
crec iente complejidad de la vida mental a medida que el or
ganismo crece. La secuencia de niveles cada vez más altos
de organización, que dan por resultado nuevas modalidades
de autorregulación, no tiene solución de continuidad. Si bien
el desarrollo es dividido en etapas, esta división es arbitra
ria y responde a propósitos didácticos; algunas de esas eta
pas son más definidas que otras. E l empleo de una teoría
clínica, esquema o modelo aplicable a una sola de ellas suge
riría una discontinuidad carente de base real. T rataremos de
dem ostrar que las diferentes teorías y sus modelos esclare
cen los datos correspondientes a diversas fases evolutivas.
E l enfoque topográfico de F reud de 19 0 0 parece apropiado
para eluc idar los sueños «exitosos», los chistes, los actos
fallidos y ciertos síntomas neuróticos aislados. E l modelo
tripartito de E l yo y e l e llo ( 19 2 3 b ) explica m ejor los fenó
menos provoc ados por conflic tos yoicos y supervoic os in
concientes, siendo por lo tanto más útil para la comprensión
de los trastornos de carác ter, los sueños disfóricos y algunos
problemas superyoicos. Si se pretende explicar las psicosis,
los trastornos narcisistas de la personalidad y otras pertur
baciones de la psique prim itiva mediante el uso de algunos
24
de estos modelos, debe ponerse el acento en las fallas de
la estruc tura o en su ausencia, refiriéndose, por ejemplo, a
la «debilidad del yo» o a la «carenc ia de la barrera de repre
sión». La falta de una estructuración adecuada a la edad
constituye un hallazgo im portante, pero no explica el fun
cionamiento real de la mente. Valga como analogía para el
empleo erróneo de estas teorías lo siguiente: ¿P uede dec ir
s e que un bebé que gatea padece la falta de la capacidad de
caminar? E sta descripción no le cuadra al niño que gatea,
.um cuando sea cierto que este no alcanzó aún el nivel de
desarrollo muscular que exige la marcha. Si bien la marcha
e s un proceso subsiguiente al gateo, se trata en verdad de
actividades distintas.
H asta ahora no se ha propuesto ningún conjunto satisfac
torio de conceptos para el estudio de la psique anterior a la
diferenciación yo-ello-superyó. Acerca de esta laguna en la
teoría analítica ha dicho Modell:
25
5. Som eter el sistema en su conjunto a ciertas pruebas de
aplicabilidad clínica.
6. E sbozar ciertas consecuencias teóricas y clínicas que se
siguen del establecimiento de este modelo de funcionamien
to mental.
26
101-04, 12 4 - 2 6 ) , y lo mismo hizo Anna F reud para ejempli-
licar su trabajo sobre los mecanismos de defensa ( 19 3 6 ,
pií^s. 7 3 - 8 8 ) . E n otras palabras, sean cuales fueren las fallas
de los historiales clínicos de F reud en cuanto a su confiabi-
lidad, estas fallas permanecen constantes cualquiera que sea
el instrumento conceptual que se utilice. E n consecuencia,
u los fines de poner a prueba estos instrumentos, puede pa
sarse por alto el problema de la confiabilidad.
N o ta s
27
2. La teoría clínica de F reud en 19 0 0 :
el m odelo tópic o
E l m o d el o tó p ic o
28
.unientos, condensaciones, etc. E stos aspectos del trabajo
*leí sueño tornaban ininteligible su contenido latente, perm i
tiendo así la entrada del contenido manifiesto a la concien
cia. F reud postuló que similares soluciones de compromiso
actuaban en la formac ión de los síntomas psiconeuróticos.
I labitualmente, el trabajo del sueño trasform a los pensa
mientos oníricos latentes en perceptos visuales o auditivos,
i través de los cuales se representa un deseo inaceptable
como cumplido. P ara explicar este fenómeno, F reud se basó
en una afirmación de F echner en el sentido de que «la esce
na de la acción de los sueños difiere de la que es propia de los
pensamientos de la vida de vigilia». E scribió a F liess: « A mí
me ha sido dada la tarea de esbozar el prim er mapa de ella»
( 1950 [ 18 9 2 - 18 9 9 ] , Carta 8 3 ) . L a metáfora del mapa in
dica que el prim er modelo de la mente concebido por F reud
estaba destinado a ilustrar la noción de «localidad psíquica».
I s por esta razón que ha dado en llamárselo modelo «tó
pico»0 (véase la figura 2 ) .
29
nentes denominó «sistem as» o «instanc ias».1 E n una versión
prelim inar del modelo, la secuencia tem poral de los procesos
psíquicos se representaba mediante un ordenam iento espa
cial entre el extrem o sensorial y el extrem o m otor del apa
rato. E sta es una figurac ión de la concepción según la cual
la ac tividad motora es posterior a la percepción y a cierto
tipo de proc esamiento intrapsíquic o de los perceptos.
E l sistema perceptual ya había sido distinguido de otros
procesos intrapsíquic os por B reuer (B reuer y F reud, 18 9 5 ) ,
quien había señalado que debía estar organizado de manera
tal de perm itir de la manera más rápida posible el retorno
al estado de reposo; en cambio, los sistemas de la memo
ria debían ser capaces de sufrir una modificación perm a
nente. P or consiguiente, en su modelo espacial F reud ubi
có los sistemas de la memoria entre el perc eptual y el mo
tor.2 Se introdujeron en el diagrama diversos sistemas mné-
micos, según las múltiples formas en que podían asociarse
los recuerdos (c omo la simultaneidad temporal o las rela
ciones de sim ilitud).
A continuación F reud intentó organizar mediante este es
quema los datos obtenidos del estudio de los sueños:
30
I'.íu, que se experimentaban como placer o displacer. Con el
desarrollo psíquico, a la capacidad inic ial de la conciencia de
i c a stra r sólo percepciones de plac er y displacer se le agre
gaba otra, y aquella se c onvertía en un órgano sensorial que
<aptaba una porción m ayor de procesos intrapsíquic os. E sta
11asformación tenía lugar cuando los procesos preconcientes
.c ligaban con el sistema mnémico de los símbolos lingüís-
(¡cos, adquiriendo así cualidades perceptuales.
I.ucgo de esta trasformación, los contenidos del sistema Prc c ,
que están predominantemente unidos a representaciones-pa
labra, pueden entrar en la conciencia toda vez que son in
vestidos con la atención suficiente. L os contenidos del sis-
urna Ic e nunca tienen acceso direc to a la conciencia; para
ser percibidos, deben prim ero pasar a través del Prc c , su
friendo una modificación en ese proceso. E n otros términos,
el deseo oníric o inconciente sólo puede entrar a la concien
cia luego de experim entar alteraciones adecuadas resultantes
de su tránsito a través del Prcc. A estas alteraciones F reud
las denominó «el trabajo del sueño». Con suma frecuencia,
este consiste en la amalgama del deseo infantil y de un resto
diurno prec onciente; el resultado se experimenta de una ma
nera arcaica, por lo general como una alucinación visual, que
deriva de la regresión de la actividad del pensamiento du
rante el dorm ir. Si bien en el estado de vigilia también pue
den oc urrir alucinaciones basadas en los mismos procesos
intrapsíquicos, con más frecuencia los estados regresivos no
afectan tales aspectos formales del pensamiento, y por tanto
dan origen a otros resultados. Sin embargo, estos otros fe
nómenos también implican la «trasferenc ias» de material
ice a contenidos prcc.
E reud dejó bien en c laro que el modelo de func ionamiento
mental que había construido sólo era aplicable a los adul
tos; lo hizo al examinar su conclusión de que el deseo oní
rico debía ser un deseo infantil:
31
modelo tópic o, esto se pasó por alto. Al abordar en unos
agregados de 19 19 la cuestión de los sueños de angustia y
de castigo, dem ostró que los deseos cumplidos en aquellos
sueños que pueden llamarse «frac asados» no pertenecen a lo
reprim ido sino al «yo», nombre con que designaba en esta
época a la instancia crític a que determina la conducta vo
luntaria. T rasgrediendo el modelo tópico, se abandonaba así
el c riterio del acceso a la conciencia como principio expli
c ativo cardinal de los sueños de angustia y de castigo. De
hecho, F reud estaba definiendo otro lím ite de aplicabilidad
del modelo tópico: este modelo no sólo era inútil en el
caso de los niños y de ciertos tipos de personalidad de adul
tos que se especificarán en capítulos posteriores, sino que
resultaba poco satisfactorio para explic ar los sueños frac a
sados. Sostenía F reud que los problemas que originaban los
sueños de angustia y de castigo no podían eluc idarse sin ir
más allá de la psicología del sueño. La necesaria revisión de
sus concepciones teóricas no se efectuó sino en 19 2 3 , en
E l yo y e l e llo.4
T ambién en 19 0 0 F reud se había visto obligado a aducir
datos provenientes del estudio de la neurosis para comple
tar su cuadro de la teoría tópica:
32
que a pesar de su utilidad deja inexplicadas grandes zonas de
la vida mental; la psicosis es sólo una de esas omisiones.5
Los procesos prim arios operan de acuerdo con el «prin
cipio de displac er».6 Cuando la conducta está gobernada por
ellos, la persona no perc ibe nada displac entero. E sta evi
tación automática del displac er es el prototipo de la repre
sión. E l proceso secundario de pensamiento se basa en la
adquisición de la capacidad de investir e incluso rec uerdos
displacenteros; este logro se vuelve posible por el desarro
llo de la capacidad de inhibir el displac er provocado por
un recuerdo displac entero. E ventualm ente, el afecto gene
rado por la ac tividad de pensamiento debe reduc irse a la
mínima intensidad requerida para ac tuar como señal. La
represión propiamente dicha se produce cada vez que se
«dejan librados a sí m ism os» los contenidos Prc c a los que
se trasfirieron intensidades I c e , lo cual significa que la con
ciencia se ha apartado de ellos bajo el im perio del prin
cipio de displacer. P or consiguiente, la existencia de repre
sión propiamente dicha presupone una neta diferenciación
entre los dos sistemas psíquic os.
Además, el modelo tópic o perm itió explicar a F reud las per
turbaciones del func ionam iento mental sobre una base «di
námica», o sea, m ediante el concepto de fortalec im iento y
debilitamiento de los diversos elementos que intervienen
en el juego recíproco de fuerzas (c f. 19 0 0 a, pág. 2 0 8 ) .
Amén de los sueños exitosos y de los síntomas psiconeu-
róticos, examinó mediante este modelo los actos fallidos
v los chistes; los prim eros fueron analizados en detalle en
Psicopatolog ía de la vid a c otidiana ( 19 0 1 b ) , y los segun
dos en E l c histe y su re lac ión con lo inc onc ie nte ( 19 0 5 c ) .
No obstante, F reud puso cuidado en advertir, al final de
1.a in te rp re tac ión d e los su e ñ os , acerca de las fallas que
el modelo presentaba; en la últim a sección de ese libro hizo
hincapié en el punto de vista económico, que no había
encontrado representación diagramática en él. E n ese exa
men final, las metáforas espaciales del modelo tópico fue
ron remplazadas por el concepto de investiduras de energía.
E j em p l o c l í n i c o d el u so d e l o s c o n c e p t o s tó p i c o s
34
simples trastornándolas hacia lo contrario. P or ejemplo:
“ Que Dios-no-lo-proteja” . [ . . . ] Repentinam ente, diec io
cho meses atrás, había cortado todo eso, inventándose una
palabra con las iniciales de algunas de sus plegarias ( 19 0 9 d ,
pág. 2 6 0 ) .
» . . . [E sta palabra] era “ Glejisam en” :
g Í s "e l a
S AME N
N o tas
36
d E m p leam o s las ab re v iaturas ado p tadas en la n ue va ve rsió n de
las o b ras de F re ud , do n de p o drá h allars e la j ustif ic ac ió n en un a
n o ta al p ie (A m o rro rtu e d ito re s, vo l. 5 , p ág. 5 3 3 ». ) . [N . del T .]
3 P o r lo ge n e ral n o se h a ap re c iado e l h ec h o de q u e e l c ap ít u lo V I I
de L a i nterpretaci ón de l os sueños c o n tie n e tam b ié n un m o delo
de f un c io n am ie n to de la p siq ue in m ad ura, t o d av ía no e struc tu
rada (v é as e e l c ap ít u lo 4 de l p re se n te lib r o ) .
4 C f . supra, la n o ta 2 .
5 A rlo w y B ren n er ( 1 9 6 4 ) h an tratad o de lle n ar e sta lagu n a e x
p lic an do p sic o an alític am e n te las p sic o sis m e dian te la t e o ría es
t ruc t ural de 1 9 2 3 .
6 P ara un e x am e n d e lo s «p rin c ip io s re gulad o re s » d e l f un c io n am ie n to
m e n tal c o n e sp e c ial re f e re n c ia al d istin go e n tre lo s c o n c epto s de
«p rin c ip io de d is p lac e r» y «p rin c ip io d e p lac e r», c f . S c h ur ( 1 9 6 6 ) .
F re ud c o m pletó su e x p o sic ió n de la t e o ría tó p ic a p ro c e dien do a
d e f in ir la n aturale z a de lo s siste m as I ce y Prcc. D en o m in ó «p r i
m ario s» a lo s pro c eso s d e l I ce: so n m ó vile s, atem p o rale s e in d e s
truc tib le s [ j /'c ], y tie n den sin c esar a la de sc arga. L o s pro c eso s de l
Prcc se n «s e c u n d ario s »: so n ligado s, q uie sc e n te s y su de sc arga e stá
in h ib id a. E n o tras p alab ras, lo s pro c eso s p rec o n c ien tes de p en sa
m ie n to so n rac io n ales y, en lo to c an te a la e n e rg ía p s íq u ic a, o pe
ran en un b ajo n iv e l d e in te n s id ad . P ue de n se r «arras t rad o s a lo
in c o n c ie n te » si se le s «t r a s f ie r e » la e n e rgía q u e p e rte n e c e a un
deseo in c o n c ie n te . E sto d a o rige n a la f o rm ac ió n d e un a e struc
t u ra p sic o p ato ló gic a c arac te riz ada p o r c o n den sac io n es q ue po seen
b astan te in te n s id ad p ara ab rirse p aso h asta lo s siste m as perc ep-
tuale s c o n c ien tes. L as e struc turas re su ltan te s p re se n tan lo s c arac
teres de l pro c eso p rim ario : aso c iac io n es lax as, t o le ran c ia de c o n
tradic c io n es, de sp laz am ien to s de in v e stid uras , e tc . É sto s c arac te re s
so n o b servab le s e n e l trab ajo de l sueñ o as í c o m o e n lo s sín to m as
p sic o n euró tic o s de las h is te rias y las n euro sis o b sesivas. E n e stas
n e uro sis, c uan do lo s c o n ten ido s in c o n c ien tes ac túan so b re la c o n
c ie n c ia a travé s de las trasf e re n c ias se p ro duc e in v ariab le m e n te
an gustia.
r V é ase la «A d v e rte n c ia d e l t rad u c t o r», supra, p ág. 1 . [N . del T .]
7 L a m ue rte d e l p ac ie n te e n c o m b ate po c o s añ o s de sp ué s de c o n
c lu ir su an álisis im p idió , de saf o rtun adam e n te , c o n tin uar c o n e l
e stud io d e l c urso q ue siguió e l c aso ; p ero , po r o tro lad o , se c ue n ta
c o n las an o tac io n es o rigin ale s de F re ud d uran te las sesio n es (c f .
S trac h e y, SE, vo l. 1 0 ) .
8 M ás ad e lan te , F re ud c o m en ta e l d e sarro llo u lt e r io r d e e stas luc h as
de f e n sivas ( i bi d ., p ágs. 2 9 4 - 9 5 ).
9 E n W a e ld e r ( 1 9 6 2 ) se e n c o n trará un e sq uem a c o m p leto d e c la
sif ic ac ió n e p iste m o ló gic a de las p ro po sic io n es p sic o an alític as.
10 E l p rim e r m o delo p sic o an alític o q u e rec o n o c ió un áre a d e ac c eso
in in te rrum p id o a lo s e strato s m ás p ro f un do s de la p e rso n alidad
f ue e l e x p ue sto p o r K o h ut y S e itz ( 1 9 6 3 ) .
37
3. La teoría clínica de F reud en 19 2 3 :
el m odelo tripartito
38
Pocos años más tarde, en 19 3 2 , F reud habría de destacar
ipie la función más im portante del yo es la adaptación del
individuo a la realidad (c f. 1933rf, págs. 7 5 - 8 0 ) .
perc epc ió n -
c o n c ien c ia
Sobre esta base, conc luyó que «el Ic e no coincide con lo re
prim ido»; en consecuencia, hay una parte del yo que no
pertenece al Prc c sino que es inconciente.
A continuación, pasó a dem ostrar que debía introducirse un
nuevo concepto para entender el aspecto de la vida mental
vinc ulado a la percepc ión de los procesos de pensamiento,
lista idea era que los pensamientos se vuelven Prc c sólo
cuando una representación-cosa ha sido conectada con una
representación-palabra. Sin embargo, también se puede pen
sar sin palabras, como se hace en la m ayoría de los sueños;
en este caso, los residuos ópticos de las propias represen
39
taciones-cosa que han quedado en la memoria suministran
la cualidad perc eptual requerida. E se pensamiento en imá
genes está más próxim o al proceso prim ario que los pensa
mientos verbales. T ambién las sensaciones internas de pla
cer y displacer deben trasm itirse a ese sistema perceptual
para tornarse concientes. A causa de que los cambios en la
investidura psíquica que producen estas sensaciones inter
nas tienen en sí mismos cualidades sensoriales, no necesitan
pasar a través del Prc c para alcanzar la conciencia.
Mediante estos argumentos, F reud había aclarado que la
Ce es simplemente una parte del aparato perceptual. E staba
ya en condiciones de redefinir al yo de manera tal que in
cluyera a este aparato perc eptual:
40
mente célebre, la del jinete y su cabalgadura. E l yo-jinete
extrae su fuerza del ello-cabalgadura; en consecuencia, a me
nudo se ve obligado a hacer la voluntad del ello como si fue
ra la suya propia. E n otras palabras, si el jinete monta un
caballo desbocado, apenas puede hacer otra cosa que si
mular que lo c ontrola.
Ciertos hallazgos analíticos de esa época, que mostraban
que las fac ultades de autocrítica y de conciencia moral son
también a menudo inc oncientes, obligaban a un perfecciona
miento del nuevo modelo. F reud ya había hecho observa
ciones de este tipo en 18 9 4 vinc uladas con los autorrepro-
ches obsesivos. E n 19 16 , describió unos tipos de carác ter
en los que un «sentim iento inconciente de c ulpa» desempe
ñaba un papel decisivo. E n el modelo tópic o, el sentido
moral no pertenece al Ic e sino al Prcc. E videncias posterio
res de que es también en parte inconciente impulsaron a
F reud a las innovac iones teóricas de 19 2 3 .
E n realidad, la conceptualización de una instancia psíquica
separada c orrespondiente a las funciones de autocrítica ya
se había iniciado en «Introduc c ión del narc isismo» ( 19 14 c ) ,
donde F reud había postulado la existenc ia de un «grado»
dentro del yo, utilizando la palabra en el sentido de un
nivel o escalón. Pensaba que el desarrollo de este núcleo fun
cional separado era consecuencia de la trasformac ión del
narcisismo infantil en un «ideal del yo». L os estudios clí
nicos que en la década siguiente realizó sobre la melancolía
y la paranoia atrajeron más insistentem ente su atención ha
cia esta «instancia c rític a» de la psique, y comenzó el exa
men detenido del problema en Psic olog ía de las m asas y
análisis d e l yo ( 19 2 1c ) . Sin embargo, el término «superyó»
no fue introducido hasta 19 2 3 .
Se consideró que esta tercera instancia tenía su origen en
la identificac ión con los progenitores producida por el aban
dono de los vínc ulos libidinales con ellos en la época del
sepultamiento del complejo de E dipo. Varios años después,
F reud mejoró esta teoría: «E l superyó del niño se c onstru
ye, en verdad, no sobre el modelo de sus progenitores sino
sobre el modelo del superyó de sus progenitores» ( 19 3 3 a,
pág. 6 7 ) .
E l superyó, «heredero del complejo de E dipo», contrasta
con el yo, que es el «representante del mundo ex terior».
El superyó es el «representante del mundo interior [ . . . ] ,
de lo psíquico» ( 19 2 3 b , pág. 3 6 ) . E n su esquema de la men
te incluido en E l yo y e l e llo, F reud no introdujo el superyó;
en realidad, no trazó un verdadero modelo «tripartito» has-
ta la publicación de sus H ue vas c onfe re n c ias (basándonos
en estas últim as confeccionamos el diagrama de la figura
1) . No obstante, ya había hecho una descripción verbal de
estas configuraciones en 19 2 3 , cuando afirm ó que, en vis
ta de su origen, el superyó «cala bien profundo dentro
del ello y por esa razón está más lejos de la conciencia que
el yo» ( 19 2 3 b , pág. 4 9 ) . E sta conclusión se veía reforzada
por la interpretac ión de las «reacciones terapéutic as nega
tivas» como fundadas en necesidades inconcientes de sufrir
para expiar una posible culpa.
E l modelo de estruc tura mental propuesto en 19 2 3 y de
nominado «m odelo tripartito» ha sido el prevalec iente des
de entonces en los medios psicoanalíticos. F reud lo refor
muló en varias ocasiones. E n 19 3 3 , destacó la diferencia
entre los princ ipios en que se basaban el nuevo modelo y
el modelo tópico. E l modelo tripartito representa agrupa-
mientos de ju n c ion e s mentales; el topográfico, distingue
c onte n idos mentales de acuerdo con su acceso a la concien
cia. F reud insistía en que esta distinc ión debía reflejarse en
una diferenc iación congruente entre el yo y el sistema P-Cc
(percepción-conciencia), que es «la porc ión más superficial
del aparato psíquico [ . . . ] el órgano sensorial del aparato
en su c onjunto» ( 19 3 3 a, pág. 7 5 ) .
E n las N ue vas c on fe re nc ias F reud hizo hincapié en la do
ble función del yo: por un lado, la de observar y recordar
el mundo ex terior; por el otro, la de interponer el pensa
miento entre el ello y la actividad motriz. Según esta con
cepción, el ello es una instanc ia que controla las mociones
pulsionales, aunque nunca en forma absoluta. Dicho con
trol debe siempre tener en cuenta las posibilidades que ofre
ce la realidad externa, así como las normas del superyó.
F reud agregaba esta advertencia:
42
La cualidad de la preconciencia era atribuida únicamente 1
al yo; el ello, se decía, permanecía siempre inconciente,
aunque también el yo y el superyó podían tener esta cua
lidad. E n este sentido muy lim itado, puede sostenerse que
el concepto tópico sobrevivió hasta el fin en el pensamiento
de F reud.
44
luego de su jubilac ión forzosa a los 63 años y de la muerte
de su anciana madre pocos años después.
Kstos breves fragmentos bastan para m ostrarnos una psi-
. opatología de caleidoscópica complejidad. E l cuadro se com
plica aún más si consideramos la vida anterior del paciente,
lie aquí el relato de Jones ( 19 5 3 - 5 7 , vol. 2 ) :
45
con Cristo como víc tim a sexual de su propio padre, iden
tificación fac ilitada por el hecho de que el paciente había
nacido el día de N avidad. Se c onvirtió en un niño muy
beato, entregándose compulsivamente a ceremoniales obse
sivos destinados a expiar ideas blasfemas. L a tierna rela
ción que había mantenido con el padre, objeto de su ad
miración en el pasado, poco a poco se deterioró, en parte
a causa de la aparente preferencia de aquel por la hermarna
del paciente. La neurosis obsesiva pareció mitigarse, em
pero, en el c ontexto de una nueva relación con un tutor
de sexo masc ulino; el paciente se identific ó entonces con
este. E n la pubertad hizo nuevas propuestas de juegos se
xuales a su hermana y, rechazado por ella, se volvió hacia
una serie de empleadas domésticas de las que se enamoró en
form a repetitiva. Al declararse la afección emocional del
paciente en su adolescencia, su hermana se suicidó.
E n 19 14 , F reud expresó grandes reservas en cuanto a la
suficiencia del modelo tópic o, el principal instrum ento teó
rico entonces disponible, para el estudio de una neurosis
infantil:
46
I'iü vez la interpretac ión no se capte con fac ilidad porque
el sueño se basa en un retruéc ano propio del idioma ruso:
las asociaciones con las avispas habían llevado a las peras
de vetas amarillas, y la palabra rusa para pera es «g ru sh a».
I a explicación que ofrec e F reud es en extrem o suc inta, de
modo tal que su correspondenc ia exacta con el modelo tó
pico puede pasarse por alto. Ampliém osla de la siguiente
manera: el deseo sádico de vengarse en la persona que ha
bía amenazado al niño con la castración persistió como
luiella mnémica de gran intensidad. E sta intensidad Ic e re
primida se trasfirió a una representac ión-palabra en el Prc c ;
de ahí que se «arranc aran» de la palabra avispa sus letras
iniciales para form ar una «isp a», así como en el sueño el
hombre arrancaba las alas del insecto. E ste sueño fue com
pletamente exitoso, en el sentido de que su ingeniosa fo r
mación perm itió el cumplimiento encubierto de un deseo
prohibido sin produc ir angustia. Así ampliada, la interpre
tación de F reud revela que era posible c aptar la dinámica
de este sueño mediante el simple contraste de los dos sis
temas psíquicos opuestos del modelo tópico.
Pero la famosa pesadilla de los lobos no pudo explicarse
sobre la base de los princ ipios tópicos; para interpretarla,
l’reud debió invoc ar el concepto de desestimación de un
deseo. E sta nueva generalización clínica habría de llevar a
una inferencia de más alto nivel: la de que ciertos aspectos
de la conciencia son también inconcientes (c f. 19 18 b , pág.
4 2 « . ) . E n la teoría tópica, las fuerzas que gobiernan las
pulsiones no pertenecen al sistema Ic e ; por consiguiente,
este nuevo concepto desbordaba el modelo de 19 0 0 .
F1 sueño de Grusha fue relatado en una etapa del análisis
en que la resistencia era mínima, y el paciente logró des
c ifrar por sí mismo su significado. Cuando se enfrentan re
sistencias mayores, como en el caso del sueño de los lo
bos, la interpretac ión siempre debe tener en cuenta los com
plejos fac tores defensivos, que exigen rec urrir a la teoría
de conflic tos intrapsíquic os en los que está involuc rado el
yo inconciente. E ste enfoque de los datos psicoanalíticos es
propio del modelo tripartito.
Antes de abordar aquellos aspectos del caso que exigen
para su elucidación el empleo de la teoría estruc tural y del
modelo tripartito, demostraremos que los conceptos tópi
cos sirvieron para explic ar otros datos además de los sue
ños exitosos. A este fin, examinaremos el rec iente informe
del H ombre de los L obos ( 19 6 8 ) concerniente a las inter
pretaciones de F reud sobre la historia de su enamoramiento
con la m ujer que más adelante sería su esposa. E l hecho
había oc urrido un año antes de que acudiera a consulta con
F reud, en un momento en que estaba internado en el Sa
47
natorio Kraepelin de Munic h. La muchacha era divorciada
y trabajaba como enfermera en dicho sanatorio; era, pues,
una figura apropiada para que él le trasfiriera los sentimien
tos que había tenido de niño hacia todas las empleadas encar
gadas de cuidarlo. E l H ombre de los L obos se enamoró
de ella a primera vista, en el sentido literal de la palabra.
T ambién advirtió de inmediato su ascendencia hispana.
F reud pudo rec onducir cada fac tor determinante de este
incidente a fuentes infantiles reprimidas. La fascinación
que el H ombre de los L obos había sentido durante toda
la vida por lo español tuvo su origen en una representac ión
de C arm e n a la que asistiera en San P etersburgo cuando
niño; el papel de Carmen había sido protagonizado por la
querida de su tío, cuyo prim er nombre coincidía con el de
la madre del H ombre de los L obos. Un enamoramiento re
pentino con una m ujer española en la vida adulta represen
taba la trasferencia del amor incestuoso reprim ido hacia su
madre. E ra esta una exitosa formación de compromiso en
tre fuerzas del le e y del Prc c a través de la barrera de la
represión.
Cuando se produjeron erupciones no tan notoriamente liga
das, de las profundidades del paciente, las explicaciones tó
picas dejaron a F reud en definitiva insatisfecho. E n In h i
b ición, sín tom a y ang ustia reexam inó las fobias a los ani
males de los niños desde la perspec tiva del modelo tri
partito, ganando mucho en claridad. A l examinar la fobia
del H ombre de los L obos, F reud repitió su interpretación
previa del lobo como sustituto del padre:
48
el temor a la inminente castración. [ . . . ] E l pequeño niño
miso renunció al deseo de ser amado por su padre como ob
le to sexual, pues ha comprendido que una relación de esa
Indole presuponía que él sacrificara sus genitales» ( 19 2 6 d,
piíg. 10 8 ) .
49
entonces el papel del E spíritu Santo. Debía ‘‘inspirar” el
E spíritu Santo, o “ espirar” los malos espíritus de que tenía
noticia por haber escuchado y leído. A esos malos espíritus
atribuía también los pensamientos blasfemos que lo forza
ron a imponerse tantas penitencias» ( 19 18 b , pág. 6 6 ) .
N o tas
50
4. Conceptualizac ión freudiana
de la psique no estruc turada:
el modelo del arco reflejo
51
ha quedado claramente diferenciado del tópic o. O tros au
tores han intentado m ostrar que el diagrama del vallado
de estacas puede trasponerse a la form a tópica introdu
ciendo en él las zonas del Ic e y del Prc c. N osotros pensa
mos que esta trasposición pasa por alto el hecho de que
estos instrumentos teóricos, desvinc ulados entre sí, se ba
saban en princ ipios conceptuales completamente diferentes.
52
v psicosis pueden desc ribirse como retornos regresivos a
modalidades «de la vida psíquica infantil [ . . . ] que habían
■ido sobreseídas».
l'rcud mencionó por primera vez el «desvalim iento origina-
iio de los seres humanos» en el Proye c to de 18 9 5 . Con
cluía ahí que la descarga de la excitac ión provocada por
los estímulos endógenos sólo podía lograrse mediante alte-
i aciones en el mundo ex terior, pero que en una etapa tem
prana de la vida
E j em p l o s c l í n i c o s d el ag reg ad o d el m o d el o
d el arco ref lejo a los c o n c ep to s an teri o res
53
F reud inform ó que en una época avanzada del análisis, el
paciente volvió sobre este sueño y señaló que el árbol sobre
el cual estaban los lobos, cerca de la ventana de su cuarto,
había sido un árbol de N avidad:
54
lecimientos que rodearon su brote psicótico. P ara ello nada
mejor que atenernos al breve resumen del historial suminis
trado por Jones:
35
ascender por una pendiente apenas inclinada me producía
ataques de angustia. [ . . . ] Pasaba la noche casi en vela y
en una oportunidad dejé el lecho presa de la angustia y
comencé a hacer los preparativos para un intento de suici
dio. [ . . . ] A la mañana siguiente mis nervios estaban he
chos trizas; la sangre se había agolpado en mi corazón y
había abandonado mis miembros, mi talante era en extrem o
tac iturno. [ . . . ] E n los días que siguieron no pude ocu
parme en nada [ . . . ] mi mente estaba casi exclusivamente
ocupada con ideas de m uerte. [ . . . ] Y a había llegado a un
estado de alta excitación, a una fiebre de delirio, por así
dec ir» (Sc hreber, 19 0 9 , págs. 3 8 - 3 9 ) .
R esu m en d e los tr e s m o d el o s d e la m en te
em p l ead o s por F reu d
56
taba de comprender tenían como propiedad común su in
capacidad de acceder en form a direc ta a la conciencia. E n
c ontraste, el modelo tripartito de 19 2 3 se basa en la idea
cardinal de la existenc ia de unidades funcionales desiguales,
que conforman un aparato; y su elección obedeció a la nece
sidad de F reud de eluc idar observaciones clínicas vinculadas
con diversas series de conflictos intrapsíquicos típicos.
N uestra reseña ha revelado, asimismo, una im portante la
guna en la teoría psicoanalítica: no se han llevado a cabo
intentos de delinear conceptos y modelos útiles para aque
llos estadios del desarrollo mental que se hallan entre los
puntos extrem os de los que se ocupó F reud. P ara aclarar los
estados funcionales que tienen lugar entre los que c orrespon
den a la psique del recién nacido y los que corresponden a
la psique plenam ente diferenc iada se precisan nuevos ins
trumentos conceptuales.6 E n los próximos capítulos trata
remos de esbozar algunos conceptos y modelos provisiona
les aplicables a estos estados funcionales.
N o tas
57
5. Sobre el fragm ento no form ulado
de la teoría psicoanalítica:
la inc ipiente psic ología del self
58
se refiere a tales situaciones, es equívoco, en la teoría, in
cluir dentro de la psicología del yo los comportamientos
libres de conflic to.
E l punto de vista que aquí adoptamos consiste meramente
en traduc ir a una terminología teórica más precisa el con
cepto referido a un área de la personalidad que está en
contacto ininterrum pido con los estratos profundos y sepa
rada del área de las trasferencias, tal como lo propusieron
Kohut y Seitz ( 19 6 3 ) y como fuera ya bosquejado por
F reud en 19 15 . 1 Una m etáfora análoga a la empleada por
F reud para el yo y el ello — la del jinete y su cabalgadura—
puede servirnos para describir estas esferas del com porta
miento: la de un centauro. Cuando la actividad mental es
del tipo del centauro, comprende tanto las motivaciones
pulsionales como los procesos de regulación de las pulsio
nes. T al el estado en que se halla la organización mental in
fantil antes de la diferenc iación definitiva del yo respecto
del ello, que tiene lugar con el sepultamiento del complejo
de E dipo.2 Cuando en la vida mental adulta prevalec e la au
sencia de conflic to, el empleo de la palabra «yo» para de
signar el sistema regulador de la personalidad introduce con
fusión, pues asigna al térm ino un significado que difiere del
que se le da en la teoría estruc tural. P referim os buscar otra
solución terminológica para dar cuenta de fenómenos como
la percepción, la memoria, el pensamiento, la afectividad,
etc. E stas son algo más que «funciones del yo» si el término
«yo» ha de conservar el sentido de la teoría estruc tural, o
sea, el de un sistema de organización de defensas contra las
pulsiones. E n su examen de la autonomía secundaria, H art-
mann ( 19 3 9 ) indica claramente que él extiende el alcance
del psicoanálisis más allá de las áreas de func ionamiento
mental que abarca el modelo tripartito. Ciertam ente, el asig
nar al sistema del yo funciones supraordinadas como la in
tegración y la síntesis trasgrede la concepción original de
F reud de 19 2 3 — la del jinete— ; por lo tanto, insistir en
una clara diferenciación entre estos usos divergentes del
concepto del yo no es sofistería semántica.
Cuando la organización psíquica aún no se ha diferenciado
en la estruc tura tripartita que adopta, en e l caso típ ic o , con
el sepultam iento del complejo de E dipo, o cuando dicha
diferenciación se ha perdido por una regresión, los conceptos
subsidiarios de la teoría estruc tural resultan poco aplica
bles. Designar funciones como la memoria o la percepción
con la expresión «funciones yoic as» es impreciso. T al vez
ni siquiera los mecanismos de defensa de estos modos ar
caicos de organización psíquica deberían concebirse funda
mentalmente como funciones de regulación de las pulsiones,
dado que la mayor parte de las veces les concierne el manejo
59
de los peligros externos, o sea que son defensas contra per
cepciones más que contra mociones pulsionales.
E n síntesis, nos inclinamos por una estrategia que torne
más circunscrito al concepto del yo, basándonos en que
otras construcciones resultan más pertinentes en muchas de
las situaciones en que se lo aplicó. G. Klein ( 19 6 8 ) tam
bién llega a la conclusión de que la psicología psicoanalítica
puede beneficiarse más si sigue esta dirección de construc
ción teórica que la otra alternativa, la de «c ontinuar expli-
citando un modelo del yo como mecanismo regulador, in
corporándole supuestos más detallados sobre los procesos
con el fin de instrum entar las cosificaciones que hasta ahora
había implíc itas en él pero nunca habían sido aclaradas».
La insatisfacción con una teoría arraigada es estéril a me
nos que se ofrezca en su lugar algo más útil. E n consecuen
cia, hemos contraído la obligación de enc ontrar conceptos
analíticos apropiados para remplazar los de la psicología del
yo en aquellas áreas de la vida mental en que esta últim a no
resulta verdaderam ente convinc ente. E n nuestra reseña de
la obra teórica de F reud ya hemos encontrado un caso (el
modelo del arco reflejo de 18 9 5 y 19 0 0 ) en que un instru
mento conceptual resultó aplicable a la organización psí
quica indiferenciada. T ambién hemos visto que hay un seg
mento de la vida psíquica, el comprendido entre los orígenes
prim itivos y el estado de diferenc iación plena representado
por el modelo tripartito, para el cual la teoría psicoanalítica
todavía no ha form ulado ningún modelo. T rataremos ahora
de proponer una conceptualización apropiada de estos es
tadios intermedios.
E n dicho intento tendremos que guiarnos por nuestra apre
ciación de los problemas fundamentales del func ionamiento
psíquico en estas etapas intermedias y por las mejores con-
ceptualizaciones psicoanalíticas existentes de tales proble
mas.3 L a tarea de diseñar un modelo que esclarezca de la
mejor manera posible estas etapas es muy compleja, a causa
de la gran variedad de modalidades de operac ión, resultante
de la maduración simultánea de muchos aspectos funciona
les decisivos. E n su obra más extensa sobre psicología evo
lutiva, N orm alidad y p atolog ía en la niñez ( 19 6 5 ) , Anna
F reud escoge como línea evolutiva principal y prototípic a
la que va «de la dependencia a la autonomía emocional y a
las relaciones objétales adultas» (pág. 6 4 ) . E sta elección
refleja la enorme importancia de las transacciones efec tivas
entre el bebé y su medio para la organización de la persona
lidad. Como dijera Anna F reud, esta es «una secuencia con
respecto a la cual las sucesivas etapas de desarrollo de la
libido (oral, anal, fálic a) constituyen meramente la base ma
durativa congénita» (págs. 6 4 - 6 5 ) .
60
La psicología psicoanalítica alcanzó este punto de vista en
un momento com parativam ente tardío de su desarrollo. E l
estudio explíc ito de la relac ión del self con el mundo de sus
objetos no comenzó hasta 19 14 , cuando F reud publicó «I n
troducción del narcisism o», trabajo en el cual resumió sus
conclusiones extraídas de la investigación de las neurosis
narcisistas. Según él, estas eran las entidades psicopatológi-
cas más próximas, en cuanto a su modo de organización, a
las fases más arcaicas de la vida psíquica infantil. P or su
puesto, una hipótesis general de la psicología psicoanalítica
ha sido que la elucidación de la psicopatología adulta puede
revelar ciertos rasgos que, si bien modificados en c ierto mo
do en el curso de la maduración, aún reflejan en otros as
pectos esenciales los modos infantiles de func ionamiento que
caracterizaron su inicio. Así pues, el examen de las neurosis
narcisistas prom etía ofrec er inferencias que luego, con cau
tela, podrían ser aplicadas al desarrollo de la mente en la
temprana infancia.
E l hecho de que al abordar por primera vez mediante el
psicoanálisis las neurosis narcisistas se las considerara no
analizables se c onvirtió entonces en un fac tor históric o que
demoró tal vez la apreciación de la importancia de las rela
ciones objétales. La observación psicoanalítica sobre neuró
ticos adultos proporc ionó datos referentes a los conflictos
intrapsíquicos, principalmente los derivados del complejo
de E dipo. E n esos estados, las relaciones objétales efec tivas
(las que perm iten satisfacer las necesidades, en el sentido
de Anna F reud) no desempeñan un papel signific ativo.
Aún no se había iniciado el psicoanálisis de niños, que po
día haber llamado la atención de F reud sobre la imperiosa
necesidad que tienen los niños de que otros realicen por
ellos las funciones para las cuales aún no está capacitado su
inmaduro aparato psíquico (c f. Kohut, 19 6 6 ) . E l único
niño tratado por F reud, el pequeño H ans, fue observado di
rectamente por él en una sola consulta.4 Gracias a la gradual
expansión del tratam iento psicoanalítico y al avance del aná
lisis de niños, hemos reunido un vasto c onjunto de datos
referentes a las fases iniciales de la psicología evolutiva, los
cuales han sido complementados mediante la observación di
recta de niños que no pueden ser sometidos a tratamientos
psicoanalíticos (c f. H artmann, 19 5 0 ) .
Sin embargo, en «Introduc c ión del narc isismo», F reud ya
había establecido el problema de las relaciones objétales
como un problema c entral para el estudio de la psique en
un estadio aún no totalm ente diferenciado.5 P or lo general
no se ha reconocido que esto implica utilizar un modelo de
func ionamiento mental basado en la descripción de cambios
en las relaciones objétales, aunque F reud no trazó dicho
61
esquema ni hizo partic ular hincapié en la importancia teó
ric a que tenía examinarlo. E n realidad, esta importancia era
muy difíc il de captar a causa de la ambigua y confusa ter
minología empleada por F reud, en partic ular la expresión
«el yo» { «d as I c h » ) . H artmann fue el prim ero en resolver
esta confusión al dem ostrar que para el período anterior a
19 2 3 este térm ino debía traducirse en los escritos de F reud
como «el self», o sea, la persona propia.6 Consecuentemente,
el narcisismo debía entenderse como «la investidura libidi-
nal de la persona propia, por oposición a la de los objetos»
(H artm ann, 19 5 6 , pág. 2 8 8 ) .
L a diferencia establecida por F reud entre las neurosis nar-
cisistas y las neurosis de trasferencia se basaba en que la
frustrac ión libidinal origina en ambos tipos de pacientes
respuestas diversas. Los individuos que padecen una neu
rosis de trasferencia responden a ella colocando su libido en
objetos fantaseados, o sea, en representac iones intrapsíqui-
cas de objetos. E n circunstancias semejantes, los individuos
con neurosis narcisistas muestran un retiro de la libido hacia
el self. F reud postulaba que esa investidura del self con li
bido c onstituye una trasformac ión de la pulsión misma, que
de «libido de objeto» se c onvierte en «libido narc isista».
Consideraba que un cambio en esta direc ción era regresivo y
de ordinario reversible. E n lo tocante al desarrollo normal,
su conclusión era que si la diferenciación del self respecto
de los objetos está bien establecida se produc e un pasaje pa
ralelo del «narcisismo prim ario», o investidura exc lusivam en
te narcisista de la libido, a un progresivo predominio de la
libido de objeto, y que este cambio es relativam ente estable.
Sin embargo, F reud describió este proceso como si se lo
cumpliera en etapas tentativas, utilizando para ello una de
sus más elocuentes m etáforas, la de los seudópodos de una
ameba que se extienden para apresar un objeto y luego se
retraen de él. E sta analogía verbal puede considerarse un
modelo de funcionamiento mental que incluye la descripción
de las relaciones objétales, y admite ser representado en fo r
ma gráfica (véase la figura 5, en pág. 7 0 ) . 7
E stos son los modestos comienzos a partir de los cuales se
desarrolló la teoría psicoanalítica de las relaciones objétales.
T al vez fue L ichtenstein ( 19 6 4 ) el prim ero en entrever que
la teoría de F reud sobre el narcisismo, o sea, su psicología
del self, «contiene una revoluc ión tan radic al» como su in
troducción de la teoría estruc tural en 19 2 3 . Quizás haya sido
justamente este segundo avance revoluc ionario en la teoría
en menos de una década lo que tornó tan difíc il sacar par
tido de la brecha abierta en 19 14 : la teoría estruc tural es
relevante para aquellos aspectos de la vida psíquica que
ocupan el proscenio en el tratamiento de las neurosis de tras
62
lerenda, y por ello su importancia fue comprendida más
rápidamente que la del narcisismo — aun cuando incluso a
aquella le llevó varias décadas imponerse— . E n el ínterin, la
teoría de las relaciones objétales fue ava da ndo lentam ente,
carente de consenso y de la necesaria prec isión metapsicoló-
gica. No es este el lugar para hacer la historia de dicho pro
ceso. B aste con rec ordar que quienes más sintieron la ne
cesidad de una teoría de las relaciones objétales fueron los
analistas con experiencia clínica con personas cuya organi
zación psíquica era relativam ente inmadura (niños y psi-
c ótic os) .8
La falta de prec isión a que aludimos puede haber sido origi
nada por la necesidad de establecer dos series esenciales de
distinciones en cuanto al sentido del concepto de «objeto».
La prim era de ellas es la diferenc iación entre un objeto como
persona real del mundo externo y la representac ión de esa
persona en la psique. E l significado inic ial del concepto de
relaciones objétales, tal como lo empleó Anna F reud al
hablar de la línea evolutiva que va desde la dependencia a
las «relac iones objétales adultas», tiene que ver con tran
sacciones humanas verdaderas en el mundo de la realidad
efec tiva. P uede ser oportuno resum ir brevem ente las etapas
numeradas por Anna F reud a lo largo de esta línea de
desarrollo:
63
están vinc uladas a la significación de los objetos intrapsí-
quicos, tal como ha quedado impresa en el sistema de la
memoria. L a más clara exposición de este aspecto del fun
cionamiento mental es el concepto de «mundo de represen
taciones» de Sandler y Rosenblatt ( 19 6 2 ) . E stos autores,
junto con Jacobson ( 19 6 4 ) , destacan que la construcción
de un c onjunto de representac iones mentales del propio self
del niño y de las diversas personas que pueblan su universo
es un largo proceso evolutivo.0 Los modelos de funciona
miento psíquic o que deseamos c onstruir para la época de la
vida mental intermedia entre los modos de organización pro
pios del arco reflejo y del modelo tripartito se referirán a
este mundo de representac iones de objetos intrapsíquic os y
de representac iones del self.
Antes de abordar un examen metapsicológico minucioso de
las relaciones objétales es preciso diferenc iar, además, las
relaciones objétales en general del amor de objeto. E ste
avance teórico se debe a la obra reciente de H einz Kohut
sobre el narcisismo ( 19 6 6 , 19 6 8 , 19 7 1) . Kohut ha señalado
que los objetos necesarios para c umplir func iones de las
que aún no dispone la psique inmadura serán experim enta
dos en el mundo intrapsíquic o como partes del self. E n tér
minos de las formulaciones de F reud sobre la libido, estos
objetos satisfacientes de necesidades están investidos con li
bido narcisista. E n consecuencia, Kohut propuso designarlos
«objetos-self» [ se lf-ob je c ts ] . L as relaciones que mantiene
el niño con estos objetos arcaicos no pueden incluirse con
propiedad en la línea evolutiva de las vicisitudes del amor
de objeto, sino que pertenecen más bien a la del narcisis
mo.10 E l desarrollo del amor de objeto propiamente dicho
sólo puede comenzar una vez que está claramente implan
tada la diferenc iación del self respecto del objeto. E n la
serie de etapas descritas por Anna F reud, este punto se
alcanza con el logro de la constancia de objeto. Antes de
ello, como manifestó Kohut ( 19 7 1) , los objetos no se aman
por sus atributos; en el mejor de los casos apenas se reco
nocen borrosamente. Debe destacarse que la diferenciación
cognitiva entre el self y un objeto del mundo externo se lo
gra mucho antes, por lo general antes de finalizar el primer
año de vida, y corresponde al pasaje de la simbiosis original
madre-bebé a la etapa de objeto satisfaciente de necesidades
en el esquema de Ánna F reud. Mucho después de alcanzar
esta distinción c ognitiva, el niño aún sigue utilizando el ob
jeto como parte de su mundo narcisista. Modell ( 19 6 8 )
form ula esto en términos de la necesidad continua que tiene
el niño de crear sustitutos ilusorios que pueda c ontrolar para
que ocupen el lugar de la madre real, dotada de una volun
tad independiente de la suya. Ateniéndose a las convíncen-
64
tes observac iones clínicas de Winnic ott ( 19 5 1) , Modell pre
fiere denom inar «objeto transicional» al c orrespondiente a
i*ste tipo de relación de objeto. Mediante esas fantasías de
om nipotenc ia, el bebé puede preservar en un aspecto de su
mente su ilusión de simbiosis.
Según la conceptualizac ión de Modell, en esta etapa de la
vida psíquic a el niño tolera habitualmente groseras contra
dicciones en su organización psíquica. E stá simultáneamente
separado del objeto y fundido con él en la medida en que lo
necesita para func ionar como una parte del self, o sea, como
un objeto-self. O tro aspecto de esta modalidad de organi
zación ha atraído más la atención en la literatura psicoanalí-
tica: me refiero a la falta de integración de los rec uerdos
de experienc ias gratificantes y frustrantes con el objeto, que
conducen a la perdurac ión, una junto a la otra, de imagos
«buenas» y «m alas» referentes al mismo objeto (c f. Segal,
19 6 9 ) . A causa de la incapacidad del niño para ver al objeto
en su totalidad, a menudo se denomina a estas imagos ar
caicas «objetos parciales».
Tal vez sea mera cuestión de preferencia personal referirse
a estos objetos-self arcaicos como «transic ionales» (am plian
do la c onceptualizac ión de W innic ott aplicable a los objetos
preferidos de los niños pequeños y haciéndola extensiva a
sus relac iones humanas de significado análogo) o como «ob
jetos parc iales». Sea como fuere, Modell ( 19 6 8 ) ha mostra
do que poc o a poco estas diversas imagos objétales van
siendo selecc ionadas de manera realista y, al alcanzarse un
examen de realidad estable,11 se consolidan en objetos tota
les con carac terístic as permanentes. Apunta Modell que este
paso abre el camino para amar y odiar a la misma persona.
E l exam en que hace Modell de las relaciones objétales se
centra en el mundo intrapsíquic o, y consigue evitar la con
fusión de esta fase temprana del desarrollo con las posterio
res, que se pueden describir apropiadamente en términos
de la teoría estruc tural. E l no hacer esta distinción cons
piró c ontra los intentos de Melanie Klein y su escuela por
crear una teoría válida de las relaciones objétales (c f. Segal,
19 6 9 ) ; la falta de claridad teórica en los escritos de F air-
bairn ( 19 5 4 ) tal vez obedezca a la misma confusión. T am
poco M odell es sufic ientemente claro cuando suscribe el
punto de vista de que la diferenc iación cognitiva del self
respecto del objeto marca la emergencia de aquel como en
tidad c ohesiva. E l aporte de Kohut, al diferenc iar los obje
tos-self de los investidos con auténtica libido objetal, perm i
te por prim era vez eluc idar, no sólo la secuencia evolutiva
de los objetos infantiles sino, además, el problema comple
m entario, el del desarrollo del self en el niño.12
E l hallazgo clínico cardinal del estudio de los trastornos
65
narcisistas de personalidad que emprendió Kohut ( 19 7 1)
fue com probar la enorme importancia que tiene lograr un
sentido de cohesión del self. A este estado de consolidación
se refirieron otros autores (Jac obson, 19 6 4 ; L ichtenstein,
19 6 1) como el «Sentido estable de la identidad». La impo
sibilidad de alcanzarlo caracteriza diversas psicopatologías
graves. E n los tipos analizables de trastornos narcisistas de
limitados por Kohut, esta unidad sigue siendo vulnerable a
la fragmentac ión en situaciones de stre ss. La fragmentación
regresiva del sentido de integridad de la personalidad corres
ponde a los estados clínicos que F reud denominó «escisio
nes del yo» ( 19 2 7 e ) . Aquí F reud retom ó, a todas luces, un
uso de la palabra «yo» que no condice con la definic ión de
este últim o en la teoría estruc tural. P or ende, proponemos
que se designe a ese concepto, con más propiedad, con la
frase «escisión del self».
Como ya dijimos, fue H artmann quien señaló que en mu
chas de las referencias de F reud al das Ic h este debía en
tenderse como «la persona propia». H artmann lim itó su
uso del término «self», aplicándolo sólo a la totalidad de la
persona, vale decir, en un sentido no psicológico. T ambién
Jacobson ( 19 6 4 ) rechazó el empleo de este término para una
construcción psicológica. Kohut, en cambio, mostró la im
portancia dinámica y genética del sistema organizado de re
cuerdos que comúnmente se denominan representac iones del
self. E n nuestra opinión, las complicadas controversias habi
das recientemente en la teoría psicoanalítica en torno del
concepto de identidad sugieren que en esta cuestión la teo
ría presentaba por cierto una carencia. E l sistema de recuer
dos que constituyen la representac ión del self es una cons
telación psicológica organizada y duradera que ejerce una
influencia continua, dinámica y ac tiva sobre la conducta. No
basta conceptualizar estos recuerdos como meros contenidos
psíquic os; son algo más que los perceptos pasivamente re
gistrados de las actividades de la persona propia en el pasa
do. E n virtud de sus efectos dinámicos continuos, debe en
tendérselos, además, como una realidad efec tiva: la persona
lidad organizada en su c onjunto. Y la designación más sim
ple para esto es el término «self».
Muchos autores prefieren el término «identidad» para de
signar la organización perdurable de la personalidad alcan
zada en el curso del desarrollo (c f. L ic htenstein, 19 6 1,
19 6 4 ; Jacobson, 19 6 4 ) . Coincidimos con Kohut en el recha
zo de este término, basado en que c onstituye un intento de
sentarse a horcajadas de dos disciplinas, la psicología social
y la psicología individual, sin comprometerse realmente con
ninguna de ambas. E rickson ( 19 5 9 ) complicó aún más este
embrollo terminológico al introduc ir la variante «identidad
66
i
ilcl yo» para designar la maduración última del sentido del
self en la adolescencia. H uelga decir que deploramos este
injerto del lenguaje de la psicología del yo en cuestiones que
no corresponden a esta últim a. Creemos, por añadidura, que
el término «identidad» no denota con suficiente claridad
que lo que está en juego no es simplemente un conjunto de
transacciones rec ordadas del pasado. E l término identidad
tal vez sea útil si se lo restringe a la descripción del self
en su ámbito social, pero su empleo en el campo psicoana-
lítico puede acarrear peligros; llam ar «problemas de identi
dad» a los correspondientes a la formación del self nuclear
arcaico (Kohut, 19 7 1) es volc arlos en el contexto social de
la vida adulta del paciente, y esto puede dar origen a con
fusiones.
E l empleo de la construcción «self» se ha visto obstaculi
zado por la intrínseca dific ultad de captar la huidiza idea
de que la organización de la personalidad en su conjunto
puede c onstituir un im portante logro evolutivo de los co
mienzos de la niñez, pero también por los problemas se
mánticos que origina superponer este concepto al modelo
tripartito. T al vez no sea posible enc ontrarle un lugar al self
dentro del esquema del yo, dado que el concepto del yo
corresponde a un nivel distinto de abstracción, se refiere a
un segmento más estrec ho de la conducta y es válido para
comportamientos que no comienzan sino mucho después de
la unificación del self. E n este sentido, puede ser oportuno
recordar la recomendación de Grinker ( 19 5 7 ) :
68
ación del self. Queremos dec ir con esto que una línea evo
lutiva del self puede dividirse en tres fases princ ipales: la
del self en formac ión, coronada por un estado de cohesivi-
dad; la del self en conflic to entre sus pulsiones, sus normas
interiorizadas y su sentido de realidad, y la del self que se
encuentra más allá del c onflic to, la expansión de capacidades
permanentes que influyen en la conducta a través de la ar
monía interior — la m etáfora del centauro— . O tros estudios
deberán pormenorizar esta visión epigenética del self.16
Tal vez ya estemos en condiciones de esbozar un modelo
que describa las vicisitudes del self y los objetos durante las
fases de la vida psíquica en que estas constituyen los más
importantes problemas psicológicos. H emos resuelto cons
truir este modelo basándonos en la metáfora freudiana de las
relaciones objétales, la de la ameba con sus seudópodos. Los
diagramas que sugerimos deben entenderse como desc rip
ciones del mundo de las representac iones: no de realidades
efec tivas del ámbito interpersonal o social, sino de condicio
nes intrapsíquicas.
E l modelo se basa en unidades que describen la relación del
self con uno de sus objetos. La figura 5 ilustra los diversos
tipos de relaciones objétales posibles. La relación de amor
madura de un self total con un objeto total está represen
tada por dos círculos próximos entre sí. Las leyendas iden
tifican a sujeto y objeto; también pueden diferenciar a los
objetos elegidos sobre la base del apuntalamiento de los
elegidos por reflejar de alguna manera al self (los «objetos
narcisistas» en la terminología de F reud) . A los primeros
los hemos denominado simplemente «objeto»; a los segun
dos, «self' ( o bjeto ) ». E l empleo de objetos-self se muestra
gráficamente por la fusión de los círculos que representan
a cada persona. F inalmente, el empleo de un objeto tran-
sicional está dado por la apertura parcial de los círculos
que simbolizan al self y al otro, abarcando un terc er círculo
aue se superpone a ambos y los une.
E n el modelo de la mente basado en las vicisitudes actuales
del self y los objetos, el mundo de las representac iones se
describe escogiendo entre estas descripciones simbólicas de
diversos tipos de relaciones objétales las que mejor corres
pondan a la situación clínica del momento. E n la figura 6
ofrecemos dos de esas posibilidades; la gran variedad de
configuraciones que se encuentran en la práctica será ilus
trada más ampliamente cuando apliquemos el modelo del
objeto-self a la casuística (c f. los capítulos 8 a 10 ) . La
figura 6 { a) muestra un self cohesivo relacionado con una
gama de objetos totales, algunos de los cuales fueron elegi
dos por apuntalamiento y otros sobre una base narcisista.
De hecho, este es el cuadro que presentan las relaciones
69
F igura 5. Ilu strac ión de los d ive rsos tipos de relac ione s
ob jé tale s.
O b je to an ac lític o
O b je to n arc isista
70
I’igura 6. M ode los de re pre se n tac ione s in trap síq uic as d e l se lf
v los ob je tos.
N úcleo s dispares
71
E n contraste con las condiciones maduras que describe este
modelo, en la figura 6 { b ) se pinta el mundo de las repre
sentaciones anterior a la formac ión del self cohesivo. H ay
varios objetos-self, dotados cada uno de distintas cualidades
( lo cual se indica en el diagrama mediante el uso de letra
redonda y bastardilla, marcando así la falta de integración
entre los diversos aspectos de estos objetos). Análogam en
te, coexisten sin integrarse diversos aspectos del self ( y tam
bién esto se designa mediante diferenc ias tipográfic as). Para
señalar que cada aspecto del self o núcleo es solamente
parc ial, en lugar de utilizar un círculo completo se emplea
un segmento circ ular.
La fragmentación de un self cohesivo en sus núcleos ante
cedentes puede graficarse dibujando al self como un círculo
completo y luego subdividiéndolo en un cierto número de
segmentos, cada cual con un rótulo diferente. De ordinario,
tal regresión irá acompañada de un conjunto de cambios
adicionales en el func ionam iento, fuera de la esfera de las
relac iones objétales. Conceptualizaremos tales fenómenos
dentro de un marco más amplio, que será expuesto en el
próximo capítulo.
N o tas
72
K El primero de estos investigadores fue probablemente Federn
(1926-52), cuyos innovadores aportes clínicos nunca obtuvieron
el reconocimiento que merecen debido a las fallas de su expo
sición teórica. La minuciosa introducción que escribió Weiss para
la recopilación de sus escritos mitigó sólo en parte el problema.
Federn empleó los términos «yo» o «yoico» de manera descrip
tiva para una confusa gama de fenómenos: sentimiento yoico, fron
tera del yo, investidura del yo, estado yoico, etc. Con esos tér
minos parece haber aludido, en diferentes momentos, al self (tal
como aquí lo definimos), al yo sistémico de la teoría estructu
ral, al sistema Pr c c de la primera tópica, etc. Aparentemente, la
psicología interpersonal de Sullivan procura abarcar el mismo
ámbito, pero se limita a las conductas observables exteriormente,
sin formular una teoría de la psique en sí. La escuela kleiniana
ha librado una lucha en gran medida infructuosa por integrar al
conjunto de conocimientos analíticos las observaciones proceden
tes del tratamiento de sujetos con una organización psíquica re
lativamente primitiva, y su fracaso se debe a la impropia utili
zación de las construcciones de la teoría estructural para exa
minar los problemas que plantea la psique primitiva. En Grin-
berg (1968) se hallará un ejemplo de las insostenibles cosifica-
ciones a que esto puede dar lugar.
9 Sandler y Rosenblatt incluyen su conceptualización bajo el rótulo
de la teoría estructural. Quisiéramos señalar que esa concepción
sólo es sostenible para las condiciones prevalecientes luego de
la diferenciación del yo, vale decir, en líneas generales después
del sepultamiento del complejo de Edipo. E l mundo de las re
presentaciones se va erigiendo poco a poco en una época en que
los recuerdos están organizados en gran medida según su sig
nificación respecto de las pulsiones. Por consiguiente, las repre
sentaciones tanto del self cuanto de los objetos continúan ejer
ciendo su influencia dinámica de una manera que no tiene sen
tido clasificar en términos de la distinción entre el yo y el ello.
10 Se hallará una descripción más completa de esta línea de desa
rrollo en la sección sobre el narcisismo del capítulo 6.
11 Esta evolución se examina con más detalle en la sección sobre
el examen de realidad del capítulo 6.
12 Estudiaremos más minuciosamente los descubrimientos clínicos
de Kohut en los capítulos destinados a ilustrar el empleo del
modelo jerárquico para el ordenamiento de material clínico real.
Véanse esp. los capítulos 8 y 10.
13 Otra declaración de Rapaport acerca de la necesidad de un con
cepto del self en la teoría psicoanalítica aparece en (1967¿>, pág.
688, n. 2).
* Véase la «Advertencia del traductor», su p r a, pág. 1. [N. d el T .]
14 Destaquemos que si bien los trastornos neuróticos del carácter
presentan muchos de los denominados «rasgos pregenitales» en
la esfera de la libido, su modo de organización n o corresponde
al de la fase de los objetos-self arcaicos. Estructuralmente, están
organizados según el modo característico del período de latencia.
Discutiremos con más amplitud este importante problema en el
capítulo 8, al dar un ejemplo clínico de trastorno neurótico de
carácter. Además de la obra de Kohut sobre los trastornos nar-
cisistas de la personalidad, se han hecho importantes contribu
ciones psicoanalíticas que utilizaron como marco de referencia,
implícitamente, el del self y los objetos. Entre ellas resalta la
obra de Mahler (1963, 1965, 1966, 1967), basada en la obser
vación directa de las relaciones objétales de niños pequeños.
Jacobson (1964) se las ingenia para examinar el mismo tema
empleando el vocabulario de la psicología del yo.
73
11 « E x p ectab l e» ; literalmente, «previsible», o sea, la que previsible
mente ha de darse en casos normales. Los autores utilizan con
Segunda parte. E l m odelo jerárquic o
frecuencia este término, evitando la palabra «normal»; por ejem
plo, en la expresión « ex p ec t ab l e ad u l t f u n c t i o n i n g » , que hemos
traducido «funcionamiento adulto regular». [N. d el T . ]
15 Goldberg (1971) ha aplicado esta conceptualización del self al
examen de un significativo fenómeno psicológico que no es pe
culiar de la situación psicoanalítica: el de la «espera».
74
6. Líneas de desarrollo en interacc ión
77
Rapaport ( 19 6 0 ) , «los fac tores estructurales que determ i
nan el comportamiento [ . . . ] son re lativam e n te perma
nentes» (las bastardillas son nuestras). E l estudio más con
gruente sobre la relativa estabilidad de diversas funciones
mentales y «su reversibilidad o irreversibilidad [ . . . ] fren
te al stre ss interior o ex terior» fue el emprendido por H art-
mann ( 19 5 2 ) . E ste nos advirtió que las funciones reciente
mente adquiridas «m uestran un alto grado de reversibilidad
en el niño» (pág. 17 7 ) y diferenció los «aparatos de auto
nomía prim aria» de los de «autonom ía secundaria». Los pri
meros son estructuras relativam ente estables desde el co
mienzo, en tanto que los otros adquieren sólo poco a poco
esa estabilidad. E sta es una manera novedosa de diferenciar
las estructuras congénitas de las adquiridas. T odo modelo de
desarrollo debe ocuparse, al menos en lo que atañe a las
func iones más importantes de la psique, de la cuestión de
la autonomía, planteada por H artmann ya en 19 3 9 .
Como dijimos en el c apítulo introduc torio, la maduración
en pos de la autonomía secundaria puede indicarse en un
esquema evolutivo mediante el eje de ordenadas de un
gráfico de barras ( véase la figura 1) . P resentándolo de esta
manera, seguimos la recomendación de Glover ( 19 5 0 ) :
78
E s bien sabido que ciertos montos de libido no participan
en la progresión general del desarrollo (c f. H artmann y
Kris, 19 4 5 ) . E n personas que ya han alcanzado el primado
de los genitales se encontrarán deseos orales, anales y fá-
licos. Un modelo apropiado del desarrollo debe poder mos
trar todas estas diversas c orrientes de la pulsión sexual en
su operac ión conjunta. Adem ás, algunas de estas funciones
tempranas, «prim itivas», persisten inalteradas en su forma
original, mientras que otras experimentan «cambios de fun
c ión»; estos cambios serán indicados en el eje de ordenadas
del diagrama.
A medida que avanza el desarrollo, las posibilidades poten
ciales de funcionar tanto en niveles prim itivos como más
maduros, con o sin «cambio de func ión», se tornan crecien
temente complejas. E n nuestro modelo, esta complejidad
puede indicarse mediante el artificio gráfico de la superpo
sición de estratos; vale decir, en cada fase evolutiva, debajo
del casillero que indica los modos de funcionamiento típicos
de esa fase incluiremos todos los modos utilizados con an
terioridad, cada uno de los cuales puede todavía ser ac tiva
do. E sta activación puede tener lugar como resultado de
una regresión en estado de stre ss o de alteración de la con
ciencia, y en varias otras circunstancias, y puede estar al
servicio de la adaptación o de la creatividad.
E l despliegue de la personalidad humana es un proceso
intrincado que implica varios logros, posibilitados por el
progreso m adurativo, específico de cada fase, de cierto nú
mero de funciones independientes. E n consecuencia, la elec
ción de las líneas de desarrollo que han de inc luirse en . un
modelo jerárquic o no se apoya en criterios rígidos o abso
lutos. Las sugerencias que ahora expondremos deben con
siderarse tentativas y flexibles. N uestras opciones se han
guiado por la nosología de los comportamientos que, me
diante el modelo, se espera diferenc iar uno de otro.2
E n la elección de las funciones a inc luir en el modelo, la
orientac ión clínica de los fundamentos racionales de este
hace que nos concentremos en las áreas sensibles a la inte
racción con el medio, y nos preocupemos menos de aquellas
secuencias madurativas cuyas pautas de desarrollo son más
o menos invariables. P or ejemplo, no incluiremos el desa
rrollo de las pulsiones agresivas o de los aparatos de auto
nomía primaria, partiendo de la base de que estas pautas
de desarrollo comparativamente invariables, o bien c ontri
buyen poco, en general, a la evaluación diagnóstica, o bien
deben aguardar la elucidación futura de su importancia por
parte de las investigaciones psicoanalíticas.
79
L a i n terac c ió n d e d o s l í n e a s d e d e sa r r o l l o :
si tu ac i o n es d e p elig ro típ i c as y rel ac i o n es o b j étal es
80
A
automático e involuntario de la angustia a su reproduc ción
deliberada como señal de peligro» ( 19 2 6 d , pág. 13 8 ) . 4
81
importanc ia suprema de las relaciones objétales en el sen
tido interpersonal comienza a disminuir y a ser remplazada
por la de los conflictos intrapsíquic os. A su vez, luego de
la consolidación de la barrera de la represión, la angustia
moral es sustituida por las amenazas realistas. L a form a
ción de esta nueva estruc tura termina de diferenc iar defi
nitivam ente al yo del ello. Al mismo tiempo, la angustia
es típicamente puesta al servicio del yo como se ñal de
peligro.
L a secuencia de peligros esbozada — sobrestimulación, pér
dida del objeto, castración, conflic to intrapsíquic o y ame
nazas realistas— puede dividirse en tres períodos tempo
rales sucesivos, cada uno de los cuales requiere, para su
mejor comprensión, el uso de un modelo distinto de la
mente. La época de posible sobrestimulación traumática re
quiere el empleo del modelo del arco reflejo. A partir del
punto nodal del desarrollo en que se establece una firm e
diferenciación cognitiva entre el self y el objeto, el mo
delo más c onveniente es el basado en las vicisitudes de la
formación del self y de los objetos en el mundo de las
representaciones. Cuando, una vez establecido el superyó, ya
no se hace indispensable la partic ipación de una persona
externa para la autorregulac ión del niño, el modelo de los
objetos-self deja de ser el más pertinente para la elucidación
de la conducta. E n la fase en que los conflic tos intrapsí
quicos suceden a la angustia de separación o de castración
como peligros típicos, los más aplicables son los modelos
tripartito y tópico.
F reud puso mucho cuidado en aclarar que cada situación
de peligro persiste aún después de haber sido sucedida
como típica por una nueva amenaza:
82
íigura 7 ) . 6 E ste artific io gráfico apunta a m ostrar que los
peligros nunca se dejan atrás por c om pleto; más bien se
agregan otros nuevos a los que ya existían. E l mismo prin
cipio se aplicará a las otras func iones que intentaremos
elucidar con este m odelo, todas Jas cuales se representarán
con una serie sim ilar de superposición de estratos.
Peligro
de
amenazas
realistas
Peligro Peligro
de de
angustia angustia
moral moral
ti
Irreversible
Peligro
de
castración
Peligro
de
castración
Peligro
de
castración
83
una nueva manera. Sin embargo, en ciertas condiciones,
aspectos que acaban de dejarse atrás pueden volver otra vez
a la palestra.
Para que sea posible suponer diversas líneas de desarrollo,
cada una de ellas debe estar subdividida en segmentos que
comiencen y terminen en idénticos puntos nodales. E stos
puntos de viraje evolutivos representan el logro de autono
mía secundaria por parte de algún «aparato» de inusual
importancia — una interiorizac ión estruc tural que, en c ir
cunstancias c orrientes, ya no estará sujeta a una desdife
renciación regresiva— . E n los diagramas se indicarán tales
cambios mediante la inversión de la direc ción de una de
las dos flechas que originalmente corrían en sentido con
trario; cuando ambas flechas apuntan en el sentido de la
maduración, la estructuración se ha vuelto irreversible.
C o n si d er ac i ó n de o tras l ín eas de d e sa r r o l l o :
el n a r c i si sm o , el se n t i d o de real i d ad ,
l o s m ec an i sm o s d e d ef en sa típ ic o s
N arcisism o
84
«L a observación del adulto norm al muestra amortiguado el
delirio de grandeza que una vez tuvo, y borrados los ca
rac teres psíquicos desde los cuales hemos discernido su nar
cisismo infantil» ( 19 14 c , pág. 9 3 ) .
85
objeto, la frustrac ión o la desilusión, tendrá lugar la iden
tific ación con el progenitor idealizado. L a mayor de estas
pérdidas es la c orrespondiente a la desilusión edípica, la
cual da por resultado la interiorizac ión que a su vez desem
boca en la formación del superyó: «E l ideal del yo es aquel
aspecto del superyó que corresponde a la introyecc ión ma
siva, específica de la fase, de las cualidades idealizadas del
objeto» (Kohut, 19 6 6 , pág. 2 4 9 ) . Análogamente, el self
grandioso debe sufrir una modificación gradual, «fundirse
con la estruc tura de las metas yoicas y alcanzar la autono
mía. [ . . . ] E l exhibicionismo del niño debe poco a poco
desexualizarse y quedar subordinado a estas actividades que
apuntan a una meta» ( 19 6 6 , pág. 2 5 3 ) . E l contenido idea-
tivo de las imágenes exhibicionistas-narcisistas prim itivas del
self grandioso es la fantasía grandiosa.
La tercerá contribución de Kohut respecto del narcisismo
consistió en tom ar en cuenta las trasformaciones del narc i
sismo prim itivo en atributos func ionales que poseen auto
nomía secundaria, como la sabiduría, la empatia, el humor,
la creatividad y la aceptación de la transítoriedad. T odas es
tas trasformaciones son posteriores al establecimiento firm e
de ideales rectores viables. E n el diagrama jerárquic o que
proponemos, se representarán por un avance ascendente a lo
largo del eje de ordenadas.
E n su examen del complejo de castrac ión, en 19 14 , F reud
examinó por primera vez la correspondenc ia entre el desarro
llo del narcisismo y del amor de objeto, aclarando que el
predominio de esa constelación en una de las fases — que
posteriorm ente ( 19 2 3 e ) habría de denominar la «fase fá-
lica»— se basa en la maduración de la libido de objeto y
la simultánea investidura narcisista del falo. Dentro de la
psicología evolutiva de F reud, es bien conocido el papel
prim ordial que cumple el complejo de castración en la re
solución de los conflictos edípicos libidinales y agresivos
(c f. 19 2 4 d ) ; quizá no sea tan vastam ente comprendido el
hecho de que F reud consideraba el temor de la castración
específicamente como un peligro de daño narc isista (c f.
19 2 3 e , 1925/ ) . E xpresado de otro modo: la gradual reduc
ción de la grandiosidad del niño alcanza a su falo en úl
timo término, de manera tal que el exhibicionismo fálico
— así como su equivalente en las mujeres— continúa some
tido a la excesiva vulnerabilidad que caracteriza a cada as
pecto del self grandioso. Como señaló F reud ( 19 19 e ) , cuan
do el complejo de E dipo no ha sido bien resuelto se pro
duce un sentimiento subjetivo de inferioridad cuya mejor
descripción sería la de una «herida narcisista». Desde este
partic ular punto de vista, se torna evidente que es requisito
para el sepultam iento del complejo de E dipo una madura
86
i
ción sufic iente del narcisismo a lo largo de sus vías de tras
formac ión, que perm ita al niño tolerar la mortific ac ión cau
sada por el colapso de su grandiosidad fálica. P or supuesto,
no debe interpretarse que este es el único requisito; para
mencionar sólo los requerimientos esenciales en términos
de amor objetal, el objeto edípico debe haber sido inves
tido con intensidad suficiente como una persona separada,
y toda la tríada edípica debe haber pasado a ser el com
ponente ideativo dominante de la vida m ental.8
T al vez este sea el lugar apropiado para hacer un comen
tario acerca de las diferencias, en cuanto a esto, entre el
desarrollo del hombre y el de la m ujer.9 F reud ( 19 2 5 ; )
llegó a afirm ar que la percatación por parte de la niña de
su falta de pene es una herida narcisista que origina un sen
timiento de inferioridad y un «complejo de masc ulinidad».
E l desarrollo favorable en la mujer depende de que acepte
esta humillación narcisista, y, bajo los efectos conjuntos del
amor por el padre y la rivalidad con la madre, trasforme
este deseo de un pene en el anhelo de tener un bebé. Como
en las niñas el sepultam iento del complejo de E dipo depende
de la frustrac ión libidinal ( y no del peligro de castración,
su principal agente causal en los varones), el superyó de
las mujeres tiende a funcionar de manera distinta que el
de los hombres (c f. F reud, 19 3 1 b ) . Sin embargo, estas
diferencias en el desarrollo no impiden aplicar a hombres y
mujeres el mismo modelo de la mente.
Quizás estemos ahora en condiciones de inc orporar la línea
de desarrollo del narcisismo al modelo trazado para ilustrar
la de las relaciones objétales y las situaciones de peligro tí
picas. Se recordará que en el diagrama (figura 7 ) no in
tentamos dar cuenta del período de transic ión que va des
de aquel en que el peligro típico es la separación del objeto
hasta aquel en que lo es la castración. Nos perm ite expli
car esta transic ión la gradual reducción del self grandioso,
ya bosquejada: la etapa de transición se produce toda vez
que la grandiosidad queda irreversiblem ente limitada al falo
del niño. Análogam ente, la idealización de los progenito
res pasa a c entrarse en sus atributos fálicos.
Podemos ahora superponer, en la figura 7, la línea de desa
rrollo del narcisismo. Al hacerlo, se advierte que antes de
la diferenciación cognitiva del self respecto del objeto pre
valec e un estado de narcisismo prim ario, y luego de ella,
hay correspondencia entre la etapa de la angustia de sepa
ración y la del self grandioso y las imagos parentales ideali
zadas. Cuando la grandiosidad narcisista queda limitada al
falo, la angustia de castración desplaza gradualmente, como
peligro típic o, a la amenaza de pérdida del objeto-self ar
caico. L a formación del superyó entraña la interiorización
87
del ideal del yo así como el pasaje a la preponderancia de
los conflic tos intersistémic os, o sea, el surgimiento de la
angustia moral como peligro típico. T ras la consolidación
de la barrera de la represión, estos conflictos ya no son di
rec tamente discernibles; la angustia queda confinada a su
función de señal de peligro, y el narcisismo sufre de ordi
nario sus trasformaciones maduras en empatia, c reatividad,
sagacidad y humor (véase la figura 8 ) .
Áa
na Trasforma
ciones del
narcisismo
Angustia-señal
y amenazas
realistas
Ideal 1 1Ideal
Irreversible del yo del yo
Angustia Angustia
moral moral
Tiempo
G randiosidad Consolidación
limitada de la barrera
al falo de la represión
E l se ntido de re alidad
88
racterística del pensamiento de vigilia del adulto norm al, fue
llevada a cabo por F erenczi ( 19 13 ) . Al hacerlo, construyó
la primera línea de desarrollo psic oanalítica,10 que puede
correlacionarse con la descripción posterior de Piaget, más
detallada, sobre el desarrollo cognitivo del niño (c f. Piaget
e Inhelder, 19 6 9 ) .
F erenczi comenzó su exposición partiendo del hallazgo de
F reud en el caso del «H om bre de las Ratas» ( 19 0 9 J ) ; en
la neurosis obsesiva el paciente está convencido de la om
nipotenc ia de sus pensamientos. F erenczi describió cuida
dosamente lo que más tarde habría de denominarse «esci
sión del yo» en estos pacientes. Una parte de su organiza
ción psíquica queda detenida en la etapa del pensamiento
mágico, mientras que otra, habiendo aceptado el principio
de realidad, puede ver ese pensamiento prim itivo del otro
fragmento de la personalidad como algo ridíc ulo. F erenczi
interpretó el pensamiento prim itivo como una regresión al
estadio infantil caracterizado por una falta de c ontrol de los
impulsos. F reud había relacionado la fantasía de omnipoten
cia con la megalomanía infantil; en nuestros diagramas, co
rresponde a la era del self grandioso.
De acuerdo con F erenczi, «el remplazo de la megalomanía
infantil por el reconocimiento del poder de las fuerzas na
turales c onstituye el contenido esencial del desarrollo del
yo» ( 19 13 , pág. 2 18 ) . Suponemos que aquí F erenczi se
refiere al establecimiento de una representac ión estable del
self (en ese contexto, nosotros preferimos utilizar la ex
presión «sistem a del s e lf» ) .11 F erenczi concebía la megalo
manía infantil como la persistencia de un estadio de «om
nipotencia incondicional» inmediatamente posterior a la
existenc ia intrauterina. Aunque la expresión «narcisismo
prim ario» fue introducida por F reud al año siguiente, F e
renczi debe de haber supuesto ya que una etapa así no po
día perdurar mucho tiempo, pese a los mejores esfuerzos
en tal sentido de la madre o sus sustitutos. Inevitablemen
te, las frustraciones debían interferir con la ilusión de la
omnipotencia incondicional. Sin embargo, toda vez que la
crianza lograra satisfacer los deseos del bebé, «este debía
sentirse en posesión de una capacidad mágica mediante la
cual podía efectivam ente realizar todos sus deseos. F erenczi
llamó a esta etapa la de la «omnipotencia alucinatoria má
gica». Argum entó que los adultos normales retornan a este
estadio de organización en el sueño, y que las psicosis cons
tituyen «la contrapartida patológica de esta regresión».12
P ara conseguir que las personas que lo crían satisfagan sus
deseos con mayor frecuencia, el niño debe aprender a emi
tir señales mediante actividades motrices. Al principio, cada
vez que estas son seguidas de una satisfacción, experimenta
89
sus descargas motrices no coordinadas como si fueran seña
les mágicas; más adelante, desarrolla con este fin un len
guaje gestual partic ular. P or ello, F erenczi llam ó a la etapa
siguiente el «período de la omnipotencia mediante el auxi
lio de gestos mágicos». E n la vida adulta, su equivalente
es el uso de los diversos rituales mágicos.
E l fracaso de estas medidas mágicas para provoc ar una sa
tisfacción real causa a la postre el colapso de la ilusión de
omnipotenc ia. A través de este enfrentam iento con su in
capacidad de c ontrolar mágicamente el mundo externo, el
niño aprende poco a poco a establec er la distinción cogni-
tiva entre el ex terior y su propio self. E sto pone fin a la
era del narcisismo prim ario e inaugura la de las imagos pa-
rentales idealizadas. F erenczi suponía que a continuación el
niño atraviesa un período animista, en el cual «cada objeto
le parece dotado de vida»; ello implica que los objetos son
vistos únicamente como representac iones proyectadas o es
pejadas del self, aunque cognitivam ente ya se los reconoce
como externos a él.13 Las personas encargadas de la crian
za, a las que ahora se les atribuyen poderes mágicos, pue
den incluso en esta etapa satisfacer los deseos del niño,
siempre y cuando este aprenda a «representar simbólica
mente un objeto». E n consecuencia, F erenczi afirma que
«si el niño está rodeado de cuidados cariñosos, no precisa
[ . . . ] renunciar a la ilusión de su omnipotencia» ( 19 13 ,
págs. 2 2 8 - 2 9 ) . N aturalm ente, entre los medios de comu
nicación simbólica reviste suprema importancia el lenguaje;
su mayor eficacia prom ueve el remplazo gradual del sim
bolismo gestual por un «período de pensamientos y palabras
mágicos». E sta es la etapa que se reproduc e en la adultez
en las neurosis obsesivas, así como en ciertas creencias y
prácticas religiosas (c f. F reud, 19 12 - 13 ) .
De acuerdo con F erenczi, «para F reud el imperio del prin
cipio de plac er sólo concluye con el total desprendimiento
psíquico respecto de los progenitores» ( 19 13 , pág. 2 3 2 ) .
Aunque no hemos podido enc ontrar ningún escrito publi
cado de F reud que ratifique esto, creemos que es una buena
síntesis de su posic ión teóric a.14
La etapa en que el c omportam iento es regulado de manera
habitual por el principio de realidad no queda firm emente
establecida hasta el sepultam iento del complejo de E dipo.
F erenczi dem ostró que el sentimiento de omnipotenc ia per
siste por más tiempo en el ámbito de la sexualidad que en
otras áreas, y lo explicó sobre la base de que la posibilidad
de gratificación «autoerótic a» prolonga el imperio del prin
cipio de placer en este sector de la conducta. (E n este con
texto, habría sido preferible hablar de «autosatisfacc ión li-
bidinal» para designar los resultados de la masturbación.
dado que F reud había ampliado la palabra «autoerotism o»
para designar el prim er estadio del desarrollo libidinal, an
terior al narcisismo. N osotros hicimos esta misma distinción
al trazar la línea de desarrollo del narcisismo, cuando ob
servamos que la grandiosidad fálica es el últim o aspecto que
se resigna de la megalomanía infantil.)
L uego de la aceptación del principio de realidad, la necesi
dad de omnipotencia del hombre sólo puede enc ontrar ex
presión (en su vida de vigilia) en sus creaciones artísticas,
que tienen el carácter de ilusiones concientemente compar
tidas. Debe volver a destacarse aquí que la resignación de
la omnipotenc ia infantil por efec to de las frustraciones de la
realidad, como las que impone la derrota edípic a, c ontri
buye a la consolidación del self como sistema psíquico, de
finiendo en form a cada vez más precisa sus lím ites y ca
pacidades reales y concluyendo así con la posibilidad de que
se produzcan en él escisiones permanentes (en circunstan
cias regulares) una vez que se renunc ia a las ilusiones de
omnipotencia de la esfera sexual.
L os m ecanism os de d e fe n sa típic os
91
Como métodos de defensa típicos, F reud diferenció el uso
de la represión en la histeria del uso de la regresión libi-
dinal, la formac ión reac tiva, el aislamiento de afec to y la
anulación retroac tiva en la neurosis obsesiva. Adoptando un
punto de vista evolutivo, afirm ó asimismo:
i
«B ien puede oc urrir que antes de su tajante división en
un yo y un ello, y antes de la formación del superyó, el
aparato psíquico utilice diferentes métodos de defensa de
los que emplea luego de haber alcanzado estos estadios de
organización» ( 19 2 6 d, pág. 16 4 ) .
Renuncia
Principio
de realidad
Represión Represión
propiamen propiamen
te dicha te dicha
Principio Principio
Irreversible de realidad de realidad
Desmentida Desmentida Desmentida
(aislamien (aislamien ( aislamien
to de afec to de afec to de afec
to, etc.) to, etc.) to, etc.)
Omnipoten Omnipoten Omnipoten
cia del au- cia del au- cia del au-
Maduración tocrotismo tocrotismo toerotismo
(arte, e 1S oñación)
Proyección, Proyección, Proyección,
introyección introyección introyección
Palabras y Palabras y Palabras y Palabras y
ademanes ademanes ademanes ademanes
mágicos mágicos mágicos mágicos
Reversible ( neurosi >bsesiva)
Represión Represión Represión Represión Represión
primordial primordial primordial primordial primordial
Omnipoten Omnipoten Omnipoten Omnipoten Omnipoten
cia alu- cia alu- cia alu- cia alu- cia alu-
cinatoria cinatoria cinatoria cinatoria cinatoria
( sueños psicosis) 1
v
T iempo------ Diferenciación Cohesividad Superyó Barrera
cognitiva del del self y función de la
self y el objet* sintética represión
92
«L a proyec ción e introyecc ión eran métodos que depen
dían de la diferenc iación del yo [ self] respecto del mundo
exterior. La expulsión de representac iones o afec tos del yo
[ self] y su relegación al mundo externo sólo serían un ali
vio para el yo [ self] cuando este hubiera aprendido a
distinguir entre sí y ese mundo. [ . . . ] Procesos como la
regresión, la inversión y la vuelta sobre la persona propia,
son probablemente [ . . . ] tan antiguos como las pulsiones
mismas, o al menos como el c onflic to entre las mociones
pulsionales y cualquier obstác ulo que ellas pudieran encon
trar en su camino hacia la gratificación» ( 19 3 6 , págs. 55-
56 [ las interpolaciones son nuestras] ) .
93
■
tos divergentes puntos de vista se hace necesario un aná
lisis más detallado del desarrollo del yo.
E n el capítulo 1 reseñamos la evolución del concepto freu-
diano del yo y concluimos que F reud no se había ocupado
en grado apreciable de este problema. E l prim er examen
amplio de la cuestión es el de H artmann, Kris y L oewen-
stein ( 19 4 6 ) :
94
vida. De esta generalización clínica cabe deducir que la re
presión, como modalidad prim ordial de defensa, no co
mienza hasta esa edad. (E stamos definiendo la demarca
ción entre el yo y el ello en términos del advenimiento
de la represión como mecanismo de defensa típic o, aunque
nunca exc lusivo.)
H echo este examen de la formac ión del yo, podemos aho
ra volver al tema de la línea de desarrollo de las defensas.
Repitamos una vez más que cada mecanismo cumple el pa
pel de modo de defensa predominante o típic o sólo en un
período partic ular del desarrollo, aunque el hecho de que
predomine un c ierto mecanismo no implica que en esa fase
no se utilicen otros. Una vez que se adquiere un meca
nismo de defensa como capacidad funcional, siempre se
puede rec urrir a él en caso de necesidad. Adem ás, el con
cepto de defensa típica no implica que el mecanismo en
cuestión surja de la nada al comienzo de la fase en que
pasa a c umplir la función defensiva típica. P or el con
trario, cada mecanismo debe tener una historia previa, un
período de génesis en cuyo trasc urso aún no cumple la
función defensiva.10 Y una vez instaurado como modo de
defensa característico, puede experim entar un cambio de
función y comenzar a operar al servicio de fines adaptati-
vos, no defensivos. Concomitantemente en caso de un stre ss
mayor que el regular, puede haber una regresión a un modo
anterior de organización, reinstaurando la función defen
siva del mecanismo.20 P or últim o, digamos que la jerarquía
de defensas que habremos de proponer ha sido ordenada de
acuerdo con la secuencia en que estos mecanismos son uti
lizados como típic os; no debe c onfundírsela con la secuen
cia de su génesis como procesos mentales, que puede ser
muy distinta.
Como hemos visto, Anna F reud ( 19 3 6 ) ordenó las defen
sas en una línea evolutiva, colocando como etapa inicial los
destinos de las pulsiones. Glo ver ( 19 5 0 ) expresó su coin
cidencia con este punto de vista, agregando que la fase
siguiente podía entenderse como la del establec imiento de
un sistema de c ontrainvestiduras; subrayaba Glover que
este sistema es, para empezar, de respuesta al stre ss trau
mático más que al c onflic to interno. E l princ ipal proceso
de c ontrainvestidura es el de la represión prim ordial. H a
blando en términos estric tos, este no es propiamente un
mecanismo de defensa, sino más bien una consecuencia de
la incapacidad para erigir activamente defensas; la repre
sión prim ordial es vivenciada por el sujeto de manera pasiva
como algo inevitable.
E n su trabajo sobre la represión ( 1 9 1 5 d ) , F reud había es
tablecido la hipótesis de que, antes de instaurarse la «re-
95
presión propiamente dic ha» hay una fase de « re pre sión
p rim ord ial [ . . . ] , que consiste en que a la agencia repre
sentante psíquica (agencia representante-representación) de
la pulsión se le deniega Ja admisión en lo conciente» (pág.
14 8 ) . F rank y Muslin ( 19 6 7 ) han reseñado muy bien la
historia del concepto de represión prim ordial. Señalan estos
autores que F reud (en 19 15 e ) había supuesto que para
mantener la represión prim ordial debía instalarse una con
trainvestidura; con la represión propiamente dicha, «hay
además un retiro de investidura Prc c ». E n 19 2 6 , F reud plan
teó la posibilidad de que la represión propiamente dicha
remplace a la represión prim ordial luego de la formación
del superyó. E sto implica que, tras el logro de la autorre
gulación autónoma, los retoños de impulsos peligrosos de
ben ser exc luidos permanentemente de la conciencia; antes
de alcanzar dicha autonomía, basta con oc ultar esas ideas
a los demás; sólo los estados que provocan real displacer,
vale decir, los traumas, deben ser evitados, para lo cual al
canza con la represión prim ordial. Sin duda, cabe suponer
que esa transición de una a otra etapa tiene lugar de mane
ra gradual. ¡ '
Como apuntamos en nuestro examen de la teoría tópica,
la represión prim ordial es la evitación automática del dis
placer que caracteriza a los procesos mentales primarios. P or
consiguiente, aunque tal vez no se cuente con ella en una
etapa tan temprana de la vida como la que c orresponde a
los destinos de las pulsiones, puede considerársela el me
canismo de defensa «típic o» en la etapa en que el funcio
namiento mental se cumple según el modelo del arco re
flejo: es el prim er mecanismo psíquico que posee un pro
pósito adaptativo. La represión prim ordial sigue operando
como defensa efec tiva en caso de sobrestimulación trau
mática a lo largo de toda la vida, pero es en la temprana
infancia en que tales contingencias tienen más probabili
dades de producirse. Si la maduración y el desarrollo psí
quico siguen un curso regular, esa época es pronto suce
dida por otra en la cual, además de las medidas para evitar
la sobrestimulación, deben erigirse defensas contra los con
flic tos intrapsíquic os. E sta progresión es paralela al logro
de la capacidad de diferenc iar cognitivamente el self del
mundo externo.
Y a hemos dicho que para Anna F reud el logro de la dife
renciación perm ite comenzar a utilizar con fines defensivos
los mecanismos de proyección e introyecc ión. Quisiéramos
subrayar una vez más que tales procesos mentales no se
inician allí, sino que ya existen en una etapa anterior de
la infancia, en la que no cumplen propósitos defensivos.
T ienen el carác ter de mecanismos de defensa típic os du
96
rante un período limitado del desarrollo, que va desde la
adquisición de la capacidad de diferenciar cognitivamente
al self del no-self hasta la consolidación del examen de
realidad. Modell ( 19 6 8 ) describió ya la indispensable co
rrelación entre el logro del examen de realidad y la agluti
nación del self como sistema estable; esta coalescencia im
plica que a partir de entonces ya no será posible dejar de
reconocer ni siquiera aquellos aspectos del self que se evi
dencian como narcisistamente displacenteros o peligrosos
desde el punto de vista de la libido o de la agresión; así,
la realidad de sus propias cualidades se le hace más estable
mente perc eptible al sujeto, y, concomitantemente, mejora
su captación de las realidades del mundo exterior.
La proyección como modo de defensa típic o se corresponde
con las fobias preedípicas de los niños pequeños, con su
tem or a los objetos exteriores o a los ruidos que pueden
servir como representac iones de sus propias excitaciones in
ternas peligrosas. L os mecanismos proyec tivos que aparecen
en las psicosis tienen similar significación. E stos casos de
ben diferenciarse de las proyecciones más maduras, pro
pias de las neurosis, que acontecen una vez establecida la
barrera de la represión. E n las zoofobias características de
la «neurosis infantil» posterior a la formac ión del superyó,
así como en las fobias de los adultos, hay presentes meca
nismos proyec tivos; pero su significación es mucho menor
que las proyecciones masivas del niño pequeño; además, en
estos últim os estados, la proyec ción no es el mecanismo de
defensa típic o. E n c ierto sentido, la proyec ción, como me
canismo, continúa madurando. Al m ejorar la aptitud para
perc ibir la realidad, pasa a sustentar la evoluc ionada capaci
dad de empatia del adulto.
Rapaport (1967¿z) ha descrito los diversos usos de la pro
yección en una secuencia evolutiva semejante. Debe tenerse
en cuenta que la posibilidad de rec urrir a este mecanismo
depende de la capacidad de distinguir el self del objeto.
Con frec uenc ia, lo que se denomina «proyec c iones» de los
psicóticos son provoc adas por la imposibilidad de mante
ner esta delimitac ión del self; la adjudicación de un pen
samiento o sentimiento propio a otro individuo obedece a
la falta de diferenciac ión entre el self y el objeto. De ma
nera análoga, incluso ciertas «proyec ciones» preedípicas pos
teriores se describirían con más propiedad como «exterio-
rizac iones», en los casos en que cierto impulso insoportable
es meramente arrojado fuera del self sin que necesariamen
te se lo atribuya a un objeto en partic ular. Como observara
Jacobson ( 19 6 4 ) , los términos «proyec c ión» e «introyec-
ción» han sido utilizados con poca precisión en la literatu
ra. E stas confusiones pueden evitarse si se evalúa cada com
97
portam iento en términos de la jerarquía de posibilidades
de desarrollo.
Una vez que el self queda definido como unidad psíquica
de acuerdo con las realidades efec tivas, se torna imposible
atribuir los impulsos peligrosos a los demás como modo
típico de defensa. A partir de ese momento y hasta la in
teriorización de las normas morales, la defensa típica es la
desmentida de las realidades peligrosas. La interiorización
de la moral pone término a este estado de cosas al exigir
la aplicación de contrainvestiduras permanentes para man
tener reprimidos los contenidos psíquicos inaceptables. Para
una correc ta elucidación del mecanismo de la desmentida,
debemos pasar revista a las ideas de F reud sobre el proble
ma de la percepción de la realidad externa.
Basch ( 19 6 8 ) ha mostrado que la tentativa más exitosa de
F reud para conceptualizar el problema de la percepción ex
terna fue la que llevó a cabo en el «P royec to de psicología»,
especialmente con las modificaciones que introdujo en la
Carta 39 a Wilhelm F liess (F reud, 19 5 0 [ 18 9 5 ] ) . Aquí
F reud postuló por primera vez un aparato psíquico con un
sistema perceptivo y de memoria separados. F orm uló una
hipótesis decisiva, que ha sido ratific ada por gran parte de
las investigaciones sobre la percepción realizadas desde
aquel entonces (cf. G. Klein, 19 5 9 ) , a saber: el sistema
perceptual (</>) invariablemente trasmite los estímulos que
recibe a la conciencia ( to), definida esta últim a como una
instancia intermedia que im parte cualidades sensoriales a
los perceptos. E stas cualidades pueden entonces ser nota
das por el sistema de la memoria ( 'tp) ; para que se cumpla
este paso del proceso debe aplicarse investidura de aten
ción. E n los comienzos de la vida mental no es posible
seleccionar las percepciones que han de registrarse en la
memoria: aun aquellas que originarán displacer son inves
tidas.21 Consec uentemente, F reud postuló que es preciso
desarrollar algún mecanismo de defensa que permita al niño
desinvestir rápidamente las percepciones displacenteras. La
desinvestidura de los estímulos endógenos que producen
displacer es el mecanismo de la represión prim ordial. Sin
embargo, antes de la formación del superyó la mayoría de
los traumas provienen de acontecimientos reales del ám
bito interpersonal, de tal modo que la represión prim ordial
es en sí misma insufic iente como defensa. Basch señala
que F reud recién habría de resolver el problema de la de
fensa contra percepciones externas inevitables al describir
el mecanismo de la desmentida, en la década de 19 2 0 .
F reud comenzó a utilizar el concepto de renegación en 1923,
en una serie de artículos sobre la fase fálica del desarrollo
psicosexual. Inform ó acerca del hecho observado por él
98
de que los niños desmienten su percepción correcta de la
ausencia de pene en la m ujer (cf. también F reud, 1924c ,
19 2 5 ; ) . E n su trabajo sobre el fetichismo ( 19 2 7 c ) , des
tacó que en el sistema mnémico perdura la percepción co
rrec ta, pese a lo cual se persiste en la creencia de que la
mujer posee falo. Apuntó que este mecanismo se observaba
también en casos en que había que defenderse de alguna
otra percepción externa displacentera.22
Según F reud, como consecuencia de la desmentida, se pro
ducía una «escisión del yo». Cuando volvió a este tema,
en el E sq uem a d e l psic oanálisis ( 19 4 0 a ) , sostuvo que los
niños deben optar con frecuencia entre la renuncia pulsio-
nal y la desmentida de la realidad; esta última implica la
presencia de una «fisura» en el yo, un abandono de su fun
ción sintética. Para uno de los fragmentos de la persona
lidad la conducta se basa en el rec onocimiento del verda
dero estado de cosas, mientras que el otro fragmento no
lo toma en cuenta. E n el E sq ue m a, F reud explícito que
la desmentida de las percepciones tiene lugar durante el mis
mo período de la niñez en que se evitan las exigencias pul-
sionales desagradables merced a la represión.23
Destaquemos una vez más que la desmentida, defensa tí
pica de este breve período del desarrollo, tiene una prehis
toria no defensiva que data de la época en que existen
núcleos del self dispares — la época anterior a la consoli
dación de un self unitario y cohesivo— . La fase de la des
mentida como defensa típica concluye una vez que la fun
ción sintética ha madurado lo suficiente como para tornar
imposible, en circunstancias regulares, cualquier fragmen
tación regresiva del self cohesivo. E ste logro incrementa la
angustia de castrac ión, tornando menos eficaces las defen
sas, y prom ueve así el eventual sepultamiento del complejo
de E dipo. La formación concomitante del superyó hace
que ya no baste meramente con alejar de sí las ideas pe
ligrosas: a partir de allí, estas deben ser prosc ritas de la
conciencia mediante la represión propiamente dicha.
La represión es la defensa típica c orrespondiente a la épo
ca de la neurosis infantil, o sea, la de los conflic tos intra-
psíquicos entre el yo, por un lado, y el superyó y las pul
siones, por el otro. L a represión propiamente dicha im
plica el establecimiento de contrainvestiduras permanentes,
lo cual es otra manera de decir que se ha erigido o es
truc turado una barrera de la represión. A este paso evolu
tivo se lo suele denominar la consolidación del yo como
sistema. Una vez que la barrera de la represión se ha vuel
to inmune a la desactivación regresiva en circunstancias re
gulares o una vez que el niño ya no puede vivenc iar como
tales sus impulsos incestuosos, canibálicos o prim itivos de
99
algún otro tipo, los nuevos peligros procedentes de las
pulsiones serán enfrentados mediante la renuncia, sin re
c urrir a esfuerzos defensivos.
H asta ahora nos hemos ocupado sólo de una fracción del
repertorio de mecanismos de defensa que se describen en
la actual teoría clínica, aquellos que hemos considerado tí
pic os de diversas fases del desarrollo psíquico. Un punto
de vista similar está im plícito en la obra de Rapaport (cf.
19 6 1) . N o podemos abordar aquí la tarea de situar dentro
de este esquema las defensas restantes; apuntemos simple
mente, a título ilustrativo, la probabilidad de que el ais
lamiento de afec to se funde en procesos similares a los que
están en la base de la desmentida, y entonces pertenezca,
carac terísticamente, al mismo estadio de organización psí
quica (cf. también Gedo, 19 7 1) . 24
Mediante la superposición de diversas líneas de desarrollo
se obtiene un modelo jerárquic o de la evolución de la es
truc tura de la mente. Reservamos para el próxim o capítulo
el análisis de este modelo complejo y su comparación con
otros modelos.
N o tas
100
7 A la vez, Freud estableció la distinción entre libido narcisista
e «interés del yo»: «. . . en cuanto a la diferenciación de las
energías psíquicas, nos vemos llevados a la conclusión de que
al comienzo, en el estado del narcisismo, coexisten [ . . . ] y sólo
cuando hay una investidura de objeto es posible discriminar una
energía sexual —la libido— de una energía de las pulsiones yoi-
cas» (1914c, pág. 76).
8 Kohut ha llamado nuestra atención (en una comunicación per
sonal) sobre el vínculo entre las fantasías de vuelo presentes en
todos los niños y las tempranas experiencias de erección; en am
bos casos se combina la grandiosidad con el placer sensual. La
afición a la velocidad que con frecuencia manifiestan las per
sonas de carácter fálico puede ser un retoño, en la vida adulta,
de estas experiencias infantiles. A la inversa, el temor a caer
quizá represente tempranos traumas que interfirieron prematura
mente la grandiosidad «voladora» del niño —casi con seguridad
por la pérdida del apoyo que le brindaba el objeto omnipotente
idealizado—. Tales temores serían así los precursores inmediatos
de la angustia de castración.
9 Para la evolución de la teoría de Freud acerca de la sexualidad
femenina, cf. Strachey (S E , vol. 19, págs. 245-46).
10 En rigor, la línea de desarrollo de la libido ya estaba implícita
en los T r es en say o s d e t eo r í a sex u al de Freud (1905¿), pero
sólo más tarde especificó las diversas fases de esta evolución.
11 En el capítulo 5 hablamos ya del logro de la capacidad de dis
tinguir de manera realista entre el self y el mundo externo, al
referirnos a las relaciones objétales; en la próxima sección de
este capítulo volveremos a hacerlo en conexión con la secuencia
de operaciones de defensa típicas.
12 Sobre la ficción teórica que constituye el concepto de «cumpli
miento alucinatorio del deseo», véase el capítulo 4. Su empleo
no implica establecer nada acerca del funcionamiento real del
cerebro durante la infancia.
13 Tal vez sea esta la etapa recreada en ciertas formas de «trasfe-
rencia especular» o «en espejo», producidas en el análisis de tras
tornos narcisistas de la personalidad (cf. Kohut, 1968, 1971). El
concepto es congruente, además, con el uso de la expresión de
Winnicott, «objeto transicional», como período intermedio en la
línea evolutiva de las relaciones objétales.
14 En una «Nota introductoria» a «Complemento metapsicológico
a la doctrina de los sueños» (S E , vol. 1, págs. 219-21), Strachey
traza la historia de los trabajos de Freud en relación con el
examen de realidad. Este artículo de Freud gira en torno del
problema de la alucinación y de la facultad de distinguir entre
fantasía y realidad en la vida de vigilia. Como señala Strachey,
Freud ya había postulado en el «Proyecto» de 1895 la necesi
dad de que exista un sistema psíquico estable; la denominó en
tonces «el yo», afirmando que se caracterizaba por los «proce
sos psíquicos secundarios» capaces de establecer una demora que
permite al sistema perceptual suministrar «indicaciones de la rea
lidad», con lo cual es posible distinguir los perceptos de las re
presentaciones mentales. La «Nota introductoria» de Strachey
incluye una nómina de los trabajos posteriores en que Freud vol
vió a ocuparse de este problema.
15 En 1894, Freud atribuyó esta actitud defensiva a «el yo» —ex
presión que a la sazón significaba la organización del self per
cibida por la conciencia—.
16 Véanse los comentarios de Strachey (S E , vol. 20, págs. 173-74).
17 Rapaport (1967a, 1961) da otra formulación sobre los diversos
usos de la proyección.
101
18 El hecho de que la diferenciación entre el yo y el ello no tiene
lugar sino luego de la formación del superyó constituye una ob
jeción irrefutable de la alternativa teórica consistente en utilizar
un modelo «bipartito» —esto es, en el cual la psique quedaría’
dividida en yo y ello— antes del funcionamiento del superyó,
para los casos en que el tripartito resulta inaplicable.
19 Véase también Rapaport (1961).
20 Como más adelante demostraremos con material clínico, tales re
gresiones pueden adoptar dos formas. El retorno de la totali
dad de la vida psíquica a un modo anterior de organización
puede denominarse «regresión estructural»; cuando, en cambio,
entran a jugar ciertos mecanismos de un tipo comparativamente
más primitivo, pero se mantiene el modo general de organización,
es mejor hablar de «regresión funcional».
21 La cuestión planteada por el registro subliminal de perceptos
externos aún no ha sido resuelta. Si existe dicho registro, única
mente puede dar cuenta de él un modelo como el del «Pro
yecto». En otras palabras, es preciso postular dos sistemas sepa
rados para el registro y la conciencia, en vez de uno (el sistema
P-C c de los escritos posteriores de Freud).
22 Al respecto, Freud ofrece un bello ejemplo de autoanálisis en
(1936a ).
23 En la monografía de Anna Freud (1936), estas cuestiones fue
ron expuestas en forma algo menos clara, por razones que Basch
(1967) examina lúcidamente.
24 La existencia de los fenómenos de la formación reactiva antes
de instaurarse la barrera de la represión es explicada más eco
nómicamente mediante la hipótesis de que también se basan
en una escisión vertical de la personalidad (Kohut, 1971), que
mediante el concepto de «represión parcial».
102
7. Jerarquía de las modalidades
de func ionam iento psíquico
103
curso; de ahí las dific ultades de c orrelac ionar las proposi
ciones psicoanalíticas con las recogidas dentro del campo
social o con las de la fisiología cerebral. T al vez los inten
tos de tender puentes que perm itan unir al psicoanálisis con
algunos de esos campos vecinos estén destinados al fracaso,
e incluso pueden ser nocivos si confunden los problemas
(cf. Rosenblueth, 19 7 1) . La mejor manera de abordar el
problema c ientífic o de los diferentes niveles de observación
es hacerlo a través del enfoque sistémico, como ya indica
mos en el capítulo 1. Aunque nosotros nos limitamos a
estudiar los sistemas interac tuantes de la psique tal como
es posible observarlos en el tratam iento psic oanalític o, no
vemos incongruencia alguna entre nuestros conceptos y los
de E rikson, que se ocupan de un orden distinto de siste
mas interactuantes.
Un breve resumen de la argumentación contenida en los
capítulos precedentes puede ayudarnos a aclarar nuestra
conceptualización del modelo jerárquic o. F reud postuló el
modelo tópic o con el propósito de explicar la psicología de
los sueños ( 19 0 0 d) . E ncontró que era posible hac erlo pos
tulando la existenc ia de dos sistemas psíquicos, el Prc c y el
Ice. Los contenidos del prim ero son accesibles a la con
ciencia con un aumento de la investidura de atención, en
tanto que los del segundo sólo pueden hacerse concientes
mediante trasferencias a elementos Prcc. F reud aplicó esta
conceptualización únicamente al estado funcional de los
adultos; en el caso de los sueños de niños, no existía según
él división o censura entre el Prc c y el Ice. Los síntomas
psiconeuróticos, como los sueños, dem ostraron ser form a
ciones de compromiso que trasferían a los procesos Prcc
las carac terísticas del proceso prim ario propias del Ice.
Más tarde, F reud se encontró con otros fenómenos clínicos,
como la reacción terapéutic a negativa, que no se adecuaban
al modelo tópico. E n 19 2 3 agrupó series de func iones psí
quicas de acuerdo con nuevos c riterios que no estaban vin
culados con el acceso a la conciencia, y creó así un segundo
modelo psicoanalítico de la mente. Definió como el «yo» a
aquella organización de los procesos psíquicos que c ontrola
la motilidad, genera las resistencias y se ocupa de la adap
tación al medio. E l «ello» era la parte de la mente que
consistía en fuerzas pulsionales. L os ideales y el sentido
moral, que al igual que las defensas son primordialmente
inconcientes, fueron situados en una instancia separada, el
superyó. E l modelo que consta de estos tres conjuntos de
funciones es el tripartito. F reud trazó la analogía entre el
yo y el ello comparándolos con un jinete y su cabalgadura:
el yo c ontrola las pulsiones pero nunca de manera absoluta;
el equilibrio entre estas fuerzas debe determinarse siempre
104
I
105
miento maduro, en tanto que en el resto del diagrama las
actividades inconcientes profundas están en un amplio e in
interrum pido contacto con los estratos preconcientes super
fic iales. Kohut ha denominado al sector dicotomizado de la
psique el área de las trasferencias, y al sector ininterrum
pido, el área de la neutralizac ión progresiva» (pág. 13 6 ) .
106
de teoría psicoanalítica que hemos bosquejado. E stos mo
delos fueron creados para aclarar modalidades de funciona
miento específicas que no parecen tener nexos manifiestos
entre sí, aunque puede dem ostrarse que forman subsistemas
dentro de la jerarquía global de la mente. Las líneas de
desarrollo describen la evolución de las diversas funciones
representadas en cada uno de los subsistemas y de este mo
do demuestran las conexiones subyacentes entre estos (c f.
Suslick, en Gedo y Goldberg, 19 7 0 ) .
M odo V U s ese
el m o d el o
tóp ico
M odo IV IV U s e se
el m o d el o
trip artito
U s e se
el m o d el o
M odo III III III
d el sc l f y
l os o b j eto s
ín teg ro s
U s e se e l
m o d el o de
M odo II II II II
l o s n ú c l eo s
d i sp a r e s
d el sel f y
l os o b j eto s
M odo I I I U s e se
I I
el m o d el o
d el ar f o
r ef l ej o
T i e m p o — ►D i f e r e n c i a c i ó n C o h c si v i d ad S u p ery ó B ar r er a
cogn itiv a d el sel f y f unció n d e la
d e! sc l f si n t ét i c a r ep r esi ó n
y el o b j e t o
107
al repertorio de conductas potenciales, la vida psíquica y su
descripción en este tipo de modelo se hacen, con la madu
ración, cada vez más complicadas. E n ciertas situaciones,
pueden producirse regresiones a modalidades más arcaicas,
pero las funciones que ya han logrado autonomía respecto
del conflic to tal vez no participen en ellas. E sta irreversibi
lidad funcional con la maduración puede indicarse en el eje
de ordenadas del modelo.
Las líneas de desarrollo que escogimos para su examen más
detenido fueron las que consideramos esenciales para esta
blec er un esquema mínimo de nosología psicoanalítica. E sto
será tratado con más detalle en el c apítulo 11. Dichas líneas
se dividen en una serie de fases paralelas, congruentemente
separadas entre sí por los mismos puntos nodales de tran
sición en el desarrollo (véase la figura 10 ) :
108
misma fase para cada uno de estas líneas de desarrollo. E llo
implica que de ordinario todos estos aspectos cardinales de
la mente formarán configuraciones cohesivas. Cuando tiene
lugar un movimiento regresivo en la organización psíquica,
habitualmente quedarán exceptuadas de este aquellas fun
ciones que han logrado autonomía respecto de los c onflic tos;
las funciones autónomas constituirán excepciones ante la
organización prevalec iente de la vida psíquica en términos
de alguna fase o configuración específica del desarrollo.
Los cinco modos de organización funcional correspondientes
a las diversas fases de desarrollo que describe el modelo
pueden sintetizarse como sigue:
109
tripartito y tópic o ( por separado o combinados de la manera
sugerida por Kohut y Seitz) , los más convenientes para cla
rific ar los modos posteriores de comportam iento.
Con anterioridad a la unificación del self y el objeto al tér
mino de la F ase I I , la func ión mental consta de aspectos se
parados de ac tividad entre ciertas partes del self y ciertas
partes de los objetos. L a naturaleza del núcleo del self y
del objeto parcial involucrados en una actividad cualquiera
, dependerá de la pulsión específica que procura la descarga
a través de esa actividad. E n la vida adulta, las regresiones
a este nivel de organización ( o sea, al Modo I I ) se produ
cen en los estados delirantes en que ha habido fragmentación
del self. L os aspectos caóticos del self que dicho proceso
saca a luz pueden más tarde, durante la fase de rec upera
ción, reagruparse en torno de un rasgo psíquico dominante.
Com o señaló F reud en su examen de la enfermedad de
Sc hreber ( 19 11c ) , en el curso del desarrollo pueden esta
blec erse varios puntos de fijación, y cualquiera de ellos
puede o no adquirir significación patológica en la vida del
individuo. E n otras palabras, el uso del modelo de los nú
cleos del self y los objetos puede c onvenir no sólo para el
período de la niñez que hemos designado aquí como F ase II
y para las fragmentaciones psicóticas del self, sino también
para el estudio de ciertas conductas aisladas de adultos no
psicóticos.
Correspondientemente, el modelo del self y los objetos inte
grales se torna apropiado tan pronto tiene lugar la conso
lidación en entidades unitarias cohesivas; o sea, cuando el
niño ingresa en la F ase I I I . Sin embargo, el Modo I I I no
sólo es característico de esta etapa de la niñez, sino además
de ciertos estados psicopatológicos y conductas que carecen
de importanc ia patológica en la vida adulta.
Distinciones similares a las establecidas para el uso de los
dos tipos de modelos del self y los objetos pueden hacerse
en cuanto al uso óptimo de los modelos tripartito v tópico,
respectivamente. E n la etapa de la neurosis infantil ( o sea,
la F ase I V ) , así como en los estados psicopatológicos de
adultos que consisten en una regresión a condiciones simi
lares (las del Modo I V ) , el modelo tripartito perm ite es
c larecer sintéticamente el funcionam iento psíquico. Las con
diciones caracterizadas por el Modo V se presentan con
poca frecuencia, de manera que este modo y el modelo tó
pico (que es el que mejor da cuenta de él) son pertinentes
sólo para conductas aisladas, como los actos fallidos, los
chistes, los sueños exitosos, etc. E n la práctica, para com
prender el funcionamiento regular del adulto lo más indi
cado es, pues, combinar los modelos tópico y tripartito tal
como lo hicieran Kohut y Seitz en 19 6 3 .
110
E l modelo jerárquic o descrito es un esquema sobresim plifi
cado y arbitrario; no deben extraerse deducciones legítimas
de sus correlatos de una manera rígida, y no es de manera
alguna completo.2 E n contextos clínicos específicos, deben
tenerse en cuenta otras líneas de desarrollo adicionales; su
uso puede muy bien exigir la subdivisión de la jerarquía en
un c onjunto distinto de fases, llevando así a delim itar nue
vas configuraciones o modos de func ionamiento. Sin embar
go, las consecuentes modificaciones no tienen por qué ori
ginar un cuestionamiento de los princ ipios sobre los cuales
se basa el modelo. E s por ello que no haremos aquí una ela
boración más detenida de él.3 E n los capítulos que siguen
demostraremos su utilidad al ser aplicado a las múltiples
actividades humanas que los científicos de la conducta están
llamados a comprender.
N o tas
111
8. Demostrac ión del uso clínico
del m odelo jerárquic o
P r i m e r ej em p l o : el « H o m b r e d e l as R a t a s »
112
i
el de una persona que ha alcanzado la etapa de sepultamien
to del E dipo. Aunque modos más regresivos siguieron cum
pliendo un papel en su vida psíquica, su organización global
nunca sufrió una regresión desde los logros de esta etapa
evolutiva. E n términos del modelo jerárquic o, el H ombre
de las Ratas se mantuvo siempre dentro de la F ase I V.1 E l
modelo jerárquic o es la única herramienta conceptual capaz
de distinguir el uso de modos regresivos dentro de una or
ganización estable de fase, como la que ejemplifica el H om
bre de las Ratas, y regresiones estructurales de tipo más
global, en las que toda la organización retorna a las condi
ciones propias de una fase anterior.2
L os rasgos regresivos más notables en el caso del H ombre
de las Ratas eran el pensamiento mágico y la manifestación
de aspectos del self grandioso. Debe concluirse, pues, que un
núc leo sustancial del self había escapado al im perio de la
función sintétic a, o, dicho de otro modo, que persistía en la
vida adulta una escisión crónica dentro de la psique. E scisio
nes de esta índole corresponden al concepto freudiano de
desmentida; Kohut ( 19 7 1) las ha llamado «escisiones verti
cales». Debe distinguírselas de las escisiones de la persona
lidad causadas por la represión, que habitualmente está re
presentada en los modelos de la mente por la barrera de la
represión (c f. Basch, 19 6 7 ; Modell, 19 6 8 , págs. 10 0 - 0 2 ) .
L os datos clínicos que abonan esta interpretación de la per
sonalidad del H ombre de las Ratas fueron citados por Zetzel
en su rec onsideración del caso en el Congreso de Amsterdam
de 19 6 5 (c f. Zetzel, 19 6 6 ) . E l uso de la desmentida además
de la represión fue probado por el hecho de que en un
sector de su psique el paciente mostraba «una incapacidad
para admitir auténticam ente la muerte de su padre, condo
lerse por ella o aceptar su irreversibilidad». Zetzel citaba pa
ra ello los apuntes originales de F reud: «L e demuestro que
su intento de rechazar la realidad de la muerte de su padre
era la premisa de toda su neurosis» ( 19 0 9 d , pág. 3 0 0 ) .
Zetzel hizo también la admisible conjetura de que la desmen
tida siguió operando a causa de que en su niñez el H ombre
de las Ratas había sido incapaz de manejar el trauma de la
muerte de su hermana; presumiblemente, esta incapacidad
fue el resultado de haber vivenciado sus propios impulsos
sexuales y hostiles como agentes causales de la tragedia. E n
consecuencia, una porc ión de la personalidad no participó en
su desarrollo psíquic o general, y continuó func ionando al
nivel de la organización de la neurosis infantil (en nuestro
esquema, el Modo I I I ) . E ste modo de func ionamiento fue el
que salió a reluc ir, aunque con aislamiento de afecto, en el
curso de la neurosis adulta como la personalidad inconciente
«maligna y apasionada» que describió F reud.
113
Dado que estos rasgos regresivos de la personalidad fueron
confinados en la vida adulta mediante diversos mecanismos
de defensa del yo, la manera más económica de conceptua-
lizarlos es mediante el marco teórico de los conflic tos intra-
psíquicos, como hizo F reud en la última parte de la exposi
ción original del caso. Para este fin específico resulta óptimo
el modelo tripartito. E n la tem prana infancia del paciente,
esos mismos problemas habían cobrado relevancia, en lo in
terpersonal, en su medio fam iliar. Zetzel, así como el co
mentarista de su monografía en el Congreso de Amsterdam ,
Myerson ( 19 6 6 ) , intentaron rec onstruir imaginariamente
esas circunstancias de la niñez del H ombre de las Ratas.
F u n cio n a
m ien to
ad u lto
/ ^p o s-an alític o
N eu r o si s
o b sesi v a; /
/
c o n f lic to s C o n f lic to s
estr u c tu r al es estr u c tu r al es
N eu r o si s
¡i
« P er so n al i d ad « P er so n al i d ad
i n f an til i n c o n c ien te* i n c o n c ien te»
d esm en ti d a d esm en ti d a
/
S el f i
S el f g r an d i o so ; G r an d i o si d ad G r an d i o si d ad
g r an d i o so , p alab ras y d e f e n si v a d ef en si v a
etc . ad em an es y r e c u r so s y r e c u r so s
m ág i c o s m ág i c o s m ág i c o s
114
nes y contragresiones edípicas fantaseadas, son un excelente
ejemplo de lo indic ado en el modelo jerárquic o mediante las
dobles flechas vertic ales que corren en dirección opuesta,
simbolizando así que una c ierta función puede abandonarse
mediante regresión.
E n su examen de las neurosis obsesivas, Sandler y Joffe
( 19 6 5 ) también subrayaron que en estos estados la estruc
tura del yo permanece intac ta; los cambios en el modo de
funcionamiento que se producen con el estallido de los sín
tomas no son más que distorsiones y exageraciones de las
actividades normales del yo. Así, los mecanismos obsesivos
característicos de aislamiento del afecto, formación reactiva,
anulación retroac tiva, intelectualización y racionalización,
así como el rec urso al pensamiento mágico, son exageracio
nes de los procesos cognitivos y perceptivos c orrientes.
E l hecho de que en el caso del H ombre de las Ratas no hu
biera habido regresión en la estructuración puede indicarse
claramente incorporando los detalles del historial al esquema
jerárquic o, como se hace en la figura 11.
S eg u n d o ej em p l o : el « H o m b r e d e l o s L o b o s »
115
E n 19 14 se puso término al tratamiento a solicitud de
F reud. L uego de esta separación forzosa, el H ombre de los
L obos «fue presa del anhelo de desprenderse de su influen
cia [ la de F reud] » ( 19 18 b , pág. 12 2 ) . P or consiguiente, el
retorno al síntoma intestinal debería interpretarse en apa
riencia como resultado de la técnica activa no interpretativa
introducida por F reud, que obstaculizó lo que había sido
hasta entonces una silenciosa trasferencia de fusión (c f.
Kohut, 19 7 1) . A la luz de los acontecimientos posteriores,
no puede menos que sostenerse que la m ejoría lograda en
19 19 - 2 0 , durante el breve período en que se retom ó el
análisis, debió basarse, una vez más, en el restablec imiento
de un vínc ulo narcisista arcaico con F reud, más que en el
insig ht.
E n tal sentido, conviene rec ordar las palabras con que el
H ombre de los L obos describió ( 19 5 8 ) su encuentro inicial
con F reud: «L uego de trascurridas las primeras horas con
F reud sentí que al fin había encontrado aquello que du
rante tanto tiempo había estado busc ando». Nos vemos aquí
con fenómenos relacionados con la idealización de la imago
parental, la angustia de separación y el uso de ademanes y
palabras mágicos. E n otras palabras, estos aspectos de la
personalidad del paciente estaban organizados de acuerdo
con el Modo I I.
F reud de ninguna manera había pasado por alto la fijación
narcisista de este paciente; ya había señalado que el esta
llido de su neurosis en la adolescencia fue resultado de una
herida narcisista, el descalabro de su ilusión grandiosa de
invulnerabilidad por causa de una infección gonorreica. Ade
más, apuntó que el H ombre de los L obos «se veía a sí mis
mo como un hijo dilec to de la fortuna, al cual no podía
sobrevenirle ningún m al» ( 19 18 b , pág. 9 9 ) , debido a que
había nacido envuelto en la cofia fetal.
L o que F reud omitió mencionar en 19 14 , sin embargo, fue
el otro aspecto del narcisismo arcaico, la necesidad que te
nía el paciente de objetos idealizados — y que podía expli
car la remisión de su sintomatología en la niñez, cuando
esa necesidad fue satisfecha por el vínc ulo entablado con un
admirado instruc tor de sexo masculino— . E l reciente infor
me del H ombre de los L obos ( 19 7 0 ) sobre los comienzos
de su análisis revela que F reud satisfizo espontáneamente
esa necesidad mediante algunas de sus maniobras terapéu
ticas, como el decidir en qué momento debía el paciente
visitar Munich para encontrarse con su amante.
E n años posteriores, el hecho de que el H ombre de los L o
bos se c onvirtiera en el paciente célebre del profesor F reud
satisfizo encubiertamente los requerimientos específicos del
self grandioso. Su afán narcisista de acreditación se vio más
116
gratificado todavía por las colectas anuales de dinero que
hacía F reud en su beneficio, a causa de haberse convertido
en un refugiado carente de recursos. E ste mismo afán de
acreditación se expresó en su ocultam iento de un envío de
joyas procedente de sus fam iliares rusos, por tem or de que
F reud suspendiera el subsidio.
E l segundo período de relativa estabilidad en el estado clí
nico del paciente llegó a su término cuando se enteró de que
F reud había sido operado de un tum or maligno en 19 2 3 .
E ste acontecimiento aparentemente destruyó la ilusión de
omnipotenc ia de una imago parental idealizada. Reapareció
la constipación, como para señalar el colapso de su confian
za en F reud, y surgieron una serie de preocupaciones hipo
condríacas, principalm ente centradas en sus dientes y en
su nariz.
E sto puede entenderse como una ulterior regresión narcisis
ta tendiente a im pedir la cohesividad de la experiencia del
self. T al interpretac ión de la fragmentac ión incipiente viene
apoyada por el hecho de que el H ombre de los L obos se
tornó muy suspicaz respecto de su dentista, así como tam
bién de su dermatólogo, a quien consultó por problemas
nasales obligándolo a aplicarle diversas terapéutic as. E n
oc tubre de 19 2 6 , cuando su desesperación y furia paranoide
llegaban a su punto culminante, retornó a F reud obsedido
con su idé e fix e , y apenas percatado de que su estado psí
quico era anormal.
E l últim o inform e de B runswic k, que desc ribe la sintomato-
logía paranoide del H om bre de los L obos en los períodos
iniciales de su vida, perm ite inferir que esta drástica evo
luc ión podía haber sido prevista. E n apariencia, las ideas y
afec tos a que hicimos referencia pudieron ser exitosamente
encapsulados y desmentidos. Apunta B runswic k:
117
el enorme cambio que experimentó el carác ter del H ombre
de los L obos a partir del últim o inform e de F reud. Señaló
hasta qué punto se había sometido al c ontrol de su esposa,
que lo manejaba de todas las maneras posibles. Claramente,
había tenido lugar una im portante regresión estruc tural.
E ste proceso evolutivo ha sido hace poco aclarado por
F rosch ( 19 6 7 ) , quien, coincidentemente con H arnik, opina
que representaba una repetición, en la trasferencia con
F reud, de una psicosis infantil. H arnik había indicado que
ese podía ser el sentido de la conducta frenétic a evidenciada
por el H ombre de los L obos de pequeño, cuando, en un mo
mento en que sus progenitores lo habían abandonado, fue
sometido a un duro régimen por su institutriz. Si bien esta
hipótesis resulta persuasiva si se atiende a los datos clínicos,
preferiríam os form ularla en términos algo diferentes. E l es
tado clínico infantil puede o no haber c onstituido una «psi
cosis» según la definición que se dé a este término en el
caso de un niño pequeño. Sea como fuere, la repetic ión de
ese estado en la vida adulta del H ombre de los L obos sin
lugar a dudas dio como resultado un síndrome psicótico con
gran menoscabo del examen de realidad.
Una vez sobrevenida la psicosis, la relación entablada con
F reud y con las diversas personas que actuaron como figu
ras sustitutivas o de desplazamiento ya no podría llamarse
«trasferenc ia». Desde el punto de vista metapsicológico, la
trasferencia tiene lugar cuando existe una barrera de la re
presión efec tiva; es una formación de compromiso que per
mite eludir parcialmente esta barrera. Como m ostró Nun-
berg ( 19 5 1) , en los estados delirantes como el del H ombre
de los Lobos la relación del paciente con el terapeuta es una
realidad actual y no una trasferencia procedente de deseos
infantiles reprimidos. F reeman ( 19 5 9 , 19 6 2 ) ha llamado la
atención repetidas veces sobre esta im portante distinción.
Pese a la pérdida regresiva del examen de realidad, la psi
cosis del H ombre de los L obos rara vez originó un retorno
a las condiciones del Modo I ( falta de defensas, narcisismo
prim ario, etc .) . P or el c ontrario, su estado se caracterizaba
por una intensa y furiosa relación con el objeto frustrante,
y por el mantenimiento de la idealización de las imagos pa-
rentales. Cabe inferir que el desarrollo de hipocondriasis no
implicaba que la libido objetal se hubiera trasform ado en
libido narcisista. Deben haber sido investiduras narcisistas
de tipo más maduro las que, una vez más, se tornaron más
prim itivas y fueron reinvestidas en partes aisladas del self
corporal. Para defenderse contra la angustia de separación,
concomitante de la desilusión traumátic a, el paciente logró
preservar su vital relación con F reud mediante el uso amplio
de la proyección. Atribuía todas las imperfecciones y male
118
volenc ias a otros no signific ativos, tales como su dentista.
L o que sí se perdió, por la amenaza a la fusión permanente
con F reud como un otro omnipotente, fue la cohesividad del
self como sistema psíquico.4
Modell ( 19 6 8 ) ha sostenido con razón que la capacidad
para examinar la realidad se desarrolla en form a simultánea
a la capacidad para tolerar la separación del objeto. E n los
términos empleados por nosotros, siguiendo a Kohut, esto
últim o quiere dec ir la capacidad de tolerar la herida narci-
sista provocada por las desilusionantes imperfecciones de las
imagos parentales. E l curso seguido por el cuadro clínico del
H ombre de los L obos ofrec e notable asidero a estos puntos
de vista. Con anterioridad a la desilusión que sufriera res
pecto de F reud, los sentimientos persecutorios del paciente
— o, dicho en términos de Kohut ( 19 7 2 ) , su «inquina ma
ligna»— se habían lim itado a la reducida esfera de sus
contactos con los sastres. E ra fác il desmentir la importancia
de este núcleo psicótico. E l resto de la personalidad había
conservado su cohesividad y se caracterizaba por un ade
cuado examen de realidad. Así, el uso de rituales mágicos
durante las obsesiones fue correc tamente juzgado por el pa
ciente una compulsión irracional. Con el colapso de esta or
ganización habitual del self, sobrevino la incoherencia; a
partir de entonces, F reud pudo ser experim entado simultá
neamente como idealizado protec tor y como objeto que
había perdido su omnipotencia. E l H ombre de los Lobos
podía verse a sí mismo como un hombre íntegro y probo y,
a la vez, oc ultar su verdadera situación financ iera a fin de
ser narcisistamente abastecido por F reud. Su personalidad
se había fragmentado en una serie de núcleos no coordina
dos entre sí y carentes de un nexo interno.
Para lo esencial de nuestro estudio no es necesario que so
metamos los datos clínicos a una mayor elaboración. H emos
tratado de dem ostrar que la recaída del H ombre de los L o
bos, tal como fuera informada por B runswic k, puede en
tenderse sin hacer ninguna referencia a los modelos tópico o
tripartito. E n lo que antecede sólo hemos utilizado en nues
tro intento explic ativo los modelos del self y los objetos.
H emos disc ernido dos estados clínicos distintos en este frag
mento de la evolución del paciente: el prepsic ótic o y el de la
desintegración psicótica. E stos estados guardan estrecha co
rrespondencia con los Modos I I I y I I , respectivamente, de
nuestro esquema jerárquic o: el estado prepsicótic o puede
conceptualizarse adecuadamente mediante el modelo del self
íntegro y los objetos íntegros, en tanto que para compren
der la psicosis se debe rec urrir al modelo de los núcleos
del self y de los objetos transicionales o parciales. E sta opi
nión encuentra apoyo en un examen cuidadoso de la exitosa
119
intervención terapéutic a de B runswic k, cuyo inform e ha sido
algo soslayado en los trabajos sobre la técnica a emplear con
pacientes regresivos.6
La técnica empleada por B runswic k consistió en tom ar como
foco el delirio megalomaníaco del H ombre de los L obos, su
ilusión de que era el paciente favorito de F reud y de que
tenía con él una desacostumbrada intimidad. B runswic k «le
recalcó cuál era su verdadera posición respecto de F reud, y
la total ausencia [ . . . ] de toda relación social o personal
entre ambos» ( 19 2 8 , pág. 8 3 ) . T ambién le hizo ver que el
hecho de que F reud publicara el inform e de la enfermedad
y el tratam iento no era en modo alguno inusual. E chó por
tierra su falsa creencia de que F reud supervisaba el trata
miento que ella le estaba administrando. E ste enfoque obli
gó al paciente a enfrentarse con la cólera que le provocaba
el haber sido abandonado por F reud — en el doble sentido
de trasferir la responsabilidad del tratam iento a B runswick
y de desilusionarlo con su propia enfermedad— .
Como resultado de esto, el H ombre de los L obos reconoció
su necesidad real de la ayuda terapéutic a de B runswic k.6
Volvió a experim entar entonces su necesidad infantil de ser
protegido por las personas que, a la vez que cuidaban de
él, eran sus perseguidores. La cólera m ortal que sentía
hacia F reud y B runswic k fue desapareciendo a medida que
comenzó a darse cuenta de que, en realidad, esta últim a le
ofrec ía la protecc ión que él precisaba.7 P udo así admitir la
pasividad contra la cual antes se había defendido mediante
los mecanismos paranoides. E n un momento posterior del
tratam iento su ligazón con B runswic k adquirió un tono más
libidinal y una meta heterosexual.
La lúcida exposición de B runswic k ha llamado nuestra aten
ción sobre datos que, una vez más, pueden ser perfectam ente
ordenados sin rec urrir a los modelos tópico o tripartito: los
modelos del self y los objetos nos han bastado en nuestro
examen. E mpero, hay que hacer una salvedad: B runswick
inform ó sobre una serie de sueños de este tratam iento para
cuya interpretac ión se requerían conceptos tópicos. A nues
tro entender, este hallazgo implica que durante el sueño la
psicosis de este paciente quedaba sometida a una conside
rable reintegración psíquica. De este modo, en el estado del
dorm ir el H ombre de los L obos se situaría en el mismo es
tadio de organización que cualquier otro soñante en su vida
adulta, o sea, en el Modo II y la F ase V, mientras que en la
vigilia lo estaría en el Modo I I y la F ase I I . F reud hizo una
observación similar, expresada en términos algo diferentes,
al describir los sueños «norm ales» de un paciente paranoide
( 19 2 2 b ) .
H emos mencionado ejemplos de conductas tomados de di
120
versos períodos de la historia del H ombre de los Lobos y
los hemos organizado de acuerdo con los modelos del fun
cionamiento mental aplicables a cada fase partic ular de or
ganización que los caracterizaba. Para aclarar las diversas
conductas de este paciente debimos rec urrir a los cinco mo
delos subsidiarios que inc luye el esquema jerárquic o; por
el c ontrario, solamente uno de esos modelos dem ostró ser
verdaderam ente esclarec edor con respecto a cada serie de
tales conductas.
Si ahora pasamos de estos ejemplos aislados de conducta a
la consideración de toda la historia vital del paciente, se
torna evidente que ninguno de los modelos subordinados
puede por sí solo hacer justicia a la complejidad de los da
tos. Desde el nacimiento hasta la muerte, todas las personas
recorren en su totalidad la secuencia epigenética sobre la
cual se basa el modelo jerárquic o.8 Además, en el caso del
H ombre de los L obos fue menester apelar a la gama com
pleta de fases de organización psíquica para explicar sus
variados comportamientos adultos, pero esto no se repite
si, con las mismas herram ientas conceptuales, examinamos
a personas con otros tipos de organización de la personali
dad. De hecho, no se hizo sentir esa necesidad en el caso
del H ombre de las Ratas, cuya vida adulta pudo caracte
rizarse exclusivam ente en términos de las F ases I V y V (c f.
figura 11) .
Los datos clínicos del H ombre de los L obos a los que hemos
pasado revista se exponen gráficamente en la figura 12.
Debe entenderse que en cada fragmento del período en es
tudio ( 19 10 a 19 2 7 ) hubo comportamientos pertenecientes
a todos los modos presentes en el esquema; en aras de la
claridad, únicamente se ha indicado en dicha figura el modo
más im portante y carac terístico que se utilizó en un mo
mento dado.0
Dentro del período mencionado, el H om bre de los L obos
alcanzó un funcionam iento adulto regular en dos lapsos:
luego de la terminación de su análisis con F reud en 19 14 , y
nuevam ente al term inar el análisis en 19 2 0 . Con estas curas
aparentes se reprim ieron los problemas infantiles no resuel
tos. E n el diagrama, esta secuencia está indicada por el
punto nodal A, de tránsito de la organización de la F ase I V
a la F ase V. L a conducta del paciente fue típicamente «neu
rótic a» (un trastorno de carác ter de estruc tura similar a la
neurosis obsesiva de su infancia) en los dos períodos de
análisis con F reud y en la breve recaída de 19 2 3 . E n tales
circunstancias, su personalidad se organizó según nuestra
F ase I V, indicada por la superficie entre los puntos nodales
A y B. E ste modo de funcionamiento se caracterizaba por
graves conflictos intrapsíquic os; por añadidura, ciertas con
12 1
ductas delataban que por debajo de la superficie estaban
activas modalidades más regresivas.
E sporádica
mente, 1923-,
y ------------
122
regresión más allá de este punto nodal C implica una pér
dida de la cohesividad del self, con tolerancia de c ontra
dicciones psíquicas groseras, grandiosidad manifiesta, pérdi
da del examen de realidad y empleo de la proyec ción como
defensa típica. E sta organización c orresponde a la F ase I I,
indicada por el espacio comprendido entre los puntos C y
D. Una regresión así oc urrió cuando el H om bre de los
Lobos sufrió su desilusión respecto de F reud como progeni
tor omnipotente — lo cual probablemente repetía el aban
dono real por parte de sus padres sufrido en su niñez— . E n
caso de que la psicosis del paciente no hubiera sido tratada
adecuadamente, podría haberse repetido la organización
existente en la época de su pesadilla infantil, y la satura
ción de la capacidad de ligar la excitación habría originado
un trauma. Una regresión tal más allá del punto nodal D
c onstituye un retorno a las condiciones de la F ase I.
Y a hemos demostrado que el modelo jerárquic o puede ser
aplicable en otro caso que clasificamos como trastorno nar-
cisista de la personalidad. H abrá quienes prefieran conside
rar al H ombre de los L obos una personalidad fronteriza o
francamente psicótica. N o obstante, es un hecho histórico
que en cada una de las etapas de su enfermedad fue tratado
mediante el método psicoanalítico, por lo cual es lógico in
c luir su caso, junto con el del H ombre de las Ratas, en un
único grupo funcional.
E n el próxim o c apítulo ampliaremos la concepción jerárqui
ca de estudio de casos a materiales clínicos que no suelen ser
tratados psicoanalíticamente. E s una tentativa de desarrollar
una nosología psic oanalítica amplia, que incluya toda la ga
ma de la psicopatología con independencia de las considera
ciones terapéutic as.
N o tas
123
4 Para una amplia discusión de tales vicisitudes en el tratamiento
de los trastornos narcisistas de la personalidad, véase Kohut
(1971). Abordaremos la cuestión con algún detalle en el pró
ximo capítulo, al ocuparnos del caso Schreber, donde tiene im
portancia cardinal.
5 Serota (en McLaughlin, 1959), quien estudió el trabajo de Bruns
wick, ha expresado una opinión algo distinta al respecto.
6 Winnicott (1954) ha insistido en que el análisis debe proveerle
al paciente psicótico un encuadre en el que sea capaz de renun
ciar a su «falso self» y reconocer su «self auténtico» menesteroso
de una temprana dependencia. Por otra parte, Kohut (1971) es
tablece una neta distinción entre los problemas narcisistas anali
zables y los que exigen otros tipos de intervenciones terapéuticas.
7 Según nuestra experiencia, si en esas críticas circunstancias no
se proporciona al paciente un encuadre apropiado, se origina un
estado traumático, una ulterior regresión al Modo I, caracterizada
por desvalimiento, sobrestimulación y narcisismo primario.
8 Es preciso hacer ciertas salvedades a esta afirmación: en la reali
dad, hay individuos cuyo desarrollo no discurre por este camino
de progreso previsible; en el próximo capítulo examinaremos
tales detenciones en el desarrollo. En una futura nosología psi-
coanalítica, probablemente deba ubicarse en categorías psicopato-
lógicas especiales a las personas que no logran completar la su
cesión de fases evolutivas y a aquellas cuya conducta adulta exige,
para ser comprendida, recurrir a toda la gama de fases de la
jerarquía.
9 Debe tenerse presente que los diagramas como las figuras 11
y 12 no son «modelos» del funcionamiento mental. Cierto es
que tienen los mismos fundamentos que el modelo jerárquico,
y que cada uno de sus casilleros corresponde a una etapa parti
cular a lo largo de las líneas de desarrollo que el modelo abarca
(la etapa que ocupa en el modelo una posición análoga); pero
estas figuras son resúmenes de interpretaciones clínicas referidas
a un solo individuo, y en consecuencia no puede generalizárselas
para construir una teoría. Con datos organizados de manera si
milar, procedentes de una amplia gama de casos investigados en
el análisis, podrían hacerse generalizaciones inductivas que, ellas
sí, permiten construir teorías clínicas.
124
9. Aplic ac iones del m odelo jerárquico
U n tr asto r n o p si c ó t i c o : D an i el P au l S ch reb er
125
su c riterio decisivo fue siempre el de una relac ión trastro
cada con la realidad; según él, lo que abre el camino a una
psicosis es «el predominio de la realidad psíquica interna
por sobre la realidad del mundo externo» ( 19 3 9 a, pág.
7 6 ) . Aún en 19 3 2 F reud seguía explicando este trastorno
en términos tópicos: «lo reprimido inconciente [ se vuelve]
excesivamente fuerte, de modo tal que avasalla lo concierne,
que está adsc rito a la realidad» ( 1933¿z, pág. 16 ) .
Al traduc ir esto a términos estructurales, F reud afirm ó que
en la psicosis el balance de fuerzas se resuelve en desmedro
del yo, de modo tal que sobrevienen alteraciones o una es
cisión en el yo (c f. 19 4 0 e , págs. 2 0 1- 0 2 ) , en tanto que se
resigna la investidura de c iertos objetos ( 19 15 c ) . E n época
más reciente, H artmann destacó las deficiencias en las fun
ciones autónomas primarias en la esquizofrenia ( 19 5 3 ) .
Como sugiere esta síntesis, las más im portantes form ulac io
nes analíticas sobre la psicosis tendieron a destacar las
deficiencias, ausencias o fallas de tal o cual func ión mental:
no hay represión, el yo es débil o falta la capacidad de neu
tralizac ión. E ste hincapié en la falta de desarrollo de ciertos
aspectos del func ionamiento mental, notorio en los modelos
comúnmente utilizados, tiene escasa utilidad para aclarar el
modo real de operación mental en la psicosis; la teoría debe
especific ar no sólo lo que falta sino lo que previsiblemente
debe haber.
F reud inició esa especificación al conceptualizar los fenóme
nos restitutivos de la esquizofrenia en su «Introduc c ión del
narc isismo» ( 19 14 c ) . Conceptos análogos para las depresio
nes psicóticas fueron postulados en «Duelo y melancolía»
( 19 17 c ) . E n esos dos trabajos, F reud se centró en las rela
ciones entre los objetos intrapsíquic os y las representacio
nes del self.
H artmann ha sugerido, asimismo, que la investidura del
self, y en especial la investidura con agresión pura, puede
c onstituir una característic a definitoria de la esquizofrenia
( c f. B ak, 19 7 1) .
A continuación examinaremos los datos clínicos del caso
Schreber desde distintos puntos de vista, a fin de demos
trar el potencial explic ativo de cada uno de los modelos
tradic ionales, como hicimos en capítulos previos para los
casos del H ombre de las Ratas y del H ombre de los L obos.
Más adelante aplicaremos el modelo jerárquic o al historial
del paciente.
Se recordará que los datos prim itivos provenían de una au
tobiografía escrita por el paciente durante una fase de rem i
sión parc ial de su psicosis. E n su examen de esa autobiogra
fía, F reud empleó principalmente, como ya dijimos, el punto
de vista tópico. E ste enfoque implica dar por sentada la
126
preservación de amplias áreas de funcionamiento regular
aun en las fases de exacerbación de la enfermedad, y tomar
como fenómeno que exige ser explic ado la intrusión de men
tación patológica en la conciencia de vigilia. E n otras pa
labras, F reud se c entró en el «retorno de lo reprim ido», la
emergencia de una homosexualidad previam ente reprimida
durante la psicosis. Supuso que el amor homosexual repri
mido de Schreber por el padre de su infancia fue trasferido
al doc tor F lechsig en el momento de la prim era internación.
Cuando se quebraron las fuerzas de la represión dando lugar
a la segunda fase de la enfermedad, el amor por F lechsig se
había vuelto franco y se manifestaba en una variedad de
formas. F reud enunció una fórm ula que compendiaba todas
esas variedades de posibles distorsiones defensivas del te
ma: «Y o [un hom bre] lo amo». E sta fórm ula se c onvirtió
en un clásico de la psiquiatría psicoanalítica y es la parte
que mejor se recuerda del estudio de F reud.
Y a en 18 9 7 F reud había desc ubierto que ni aun en las
psicosis más profundas irrum pe el rec uerdo inconciente
( 19 5 0 [ 18 9 2 - 9 9 ] , pág. 2 6 0 ) . E sto significa que las ideas
patológicas que, en la psicosis, penetran en el pensamiento
de vigilia son en realidad una expresión deformada del in
conciente. Precisamente estos delirios proveen las necesa
rias distorsiones defensivas en las diversas formas de pa
ranoia que F reud describió en 19 11.
L os intentos posteriores tendientes a establec er si la homo
sexualidad reprimida cumple un papel etiológico en la gé
nesis de la paranoia generaron gran confusión. P or lo ge
neral, en estas c ontroversias se pasa por alto que F reud
en ningún momento sostuvo haber aclarado este problema.
De hecho, con las herramientas conceptuales del modelo
tópico era imposible estudiarlo; sólo podía examinarse la
índole del material que retorna de la represión, pero no los
datos referentes a las causas del debilitam iento de las fuer
zas represivas. F reud afirm ó con toda claridad que para
comprender las causas del estallido de una psicosis se pre
cisaba un marco conceptual distinto:
127
Schreber el punto de transic ión entre aquel estado en que
la fenomenología dominante todavía era comprensible en
términos de conceptos tópicos y aquel en que esto ya no era
válido. Como mencionamos en el capítulo 4, la serie de
sueños traumáticos que inauguraron la psicosis es conceptua-
lizable m ejor en términos económicos que en términos tó
picos. F reud observó que el resultado esencial del desequi
librio psicoeconómico de Schreber era la formac ión del de
lirio del «fin del m undo», interpretado por F reud como
proyección de una c atástrofe interna. «E l mundo subjetivo
ha llegado a su fin a causa de que se le ha retirado el amor»
( 19 11c , pág. 7 0 ) .
Las explicaciones más coherentes de este estado y de los
fenómenos restitutivos que le siguieron son las expresadas
en términos del modelo del objeto-self (véase el capítulo
5 ) . E n verdad, este drástic o colapso de la organización
habitual de la personalidad — del self como sistema psí
quico dotado de cohesión— es precisamente el tipo de fe
nómeno clínico que marca el desplazamiento regresivo de
un estado caracterizado por un self íntegro que se relaciona
con objetos íntegros, a otro en el que un conglomerado de
núcleos desintegrados del self interac túan con una serie de
objetos transicionales (c f. Kohut, 19 7 1; Glover, 19 6 8 ) .
No hay mejor manera de ilustrar este tipo de fragmentación
que c itar la signific ativa descripción de este proceso que hizo
Sc hreber en sus M e m orias :
128
bien y del mal era un intento de integración, de reunión
de una m ultitud de excitaciones en una cantidad mucho
menor de unidades. N iederland, en una serie de trabajos
basados en amplios datos biográficos sobre los comienzos
de la vida de Schreber, recientemente dados a conocer, mos
tró de manera convinc ente que cada uno de esos fenómenos
delirantes o aluc inatorios tenía su origen en una partic ular
interacción infantil con figuras familiares significativas.
Muchas pruebas abonan también la conclusión de que cier
tos aspectos de la personalidad de este paciente (c iertos
núcleos de su self) continuaban operando en niveles com
parativam ente más maduros. Un ejemplo de ello es que,
invitado a comer a la casa del direc tor del hospital, no sólo
mostraba allí un desempeño social aceptable sino la con
ducta propia de un hombre c ulto y bien inform ado. Gran
parte de sus relaciones humanas se m antuvieron casi in
cólumes, en partic ular el vínc ulo con su esposa.5 E s común
sin duda realizar observaciones similares en la mayoría de
los casos de psicosis. Como indicara F reud, un observador
interno dotado de racionalidad parece seguir el trayecto de
la enfermedad desde algún recoveco de la psique del psi-
cótico.
N aturalmente, en una evolución normal la secuencia ha
bría sido la inversa de la regresión puesta de manifiesto
en este caso; ya pasamos revista a ese proceso en el capí
tulo 5. E l caso de Schreber nos perm itió ilustrar el trán
sito, en la organización del self, de un estadio de integridad
cohesiva a otro de fragmentac ión en núcleos componentes,
pero no nos permite m ostrar el pasaje de la fragmentación
a la cohesividad, ya que Schreber, por lo que sabemos, nun
ca alcanzó un estado de remisión de su psicosis en el que
desaparecieran los delirios.
Para dem ostrar la relevancia del modelo del self íntegro y
los objetos íntegros y su aplicabilidad al caso Schreber, por
oposición al modelo del self fragmentado y los objetos tran-
sicionales utilizado para explic ar la psicosis, tenemos que
atender al período anterior al estallido del episodio pato
lógico principal. Las observaciones concernientes a esta eta
pa de la vida de Schreber son más escasas de lo que qui
siéramos, pero pueden bastar para ilustrar la utilidad de
conceptualizar el desarrollo mental como una progresión a
partir de núcleos dispersos hasta la cohesión, como pro
puso por prim era vez Glover ( 19 5 0 ) . E ste señaló que la
eventual fuerza o debilidad del «yo» (en nuestros térm i
nos, esto corresponde a la organización del self como sis
tema c ohesivo) depende del grado en que los núcleos pri
mitivos retienen energía y, de este modo, la capacidad po
tencial para una acción autónoma:
129
«De acuerdo con la fuerza de su dotación pulsional, la gra
vedad de la frustrac ión, el grado de fijación y la riqueza
de los productos de su fantasía, un núc leo puede intentar,
por así dec ir, apoderarse del aparato psíquic o y ocupar las
vías que llevan a la conciencia perc eptual» (págs. 3 17 - 18 ) .
130
i
rrota elec toral, y luego al ser prom ovido a un alto cargo ju
dicial. E stos dos acontecimientos lo sometieron a una cre
ciente tensión narc isista, a través de la estimulación y pos
terior frustrac ión de sus impulsos exhibicionistas grandio
sos. Al mismo tiempo, pueden haber puesto en peligro su
confianza en un progenitor idealizado, ya que este no era
capaz de asegurar su éxito político.
O tro aspecto de la organización psíquica de Schreber que
puede comprenderse mejor utilizando los modelos del self
y los objetos es la desmentida como mecanismo de defensa
característico que debió emplearse para salvaguardar los ras
gos adaptativos predominantes de la conducta anterior al
estallido psicótico. F reud pudo dem ostrar que luego de la
aparición de la psicosis la defensa típica pasó a ser la pro
yección, y explicó las diversas permutaciones delirantes del
impulso homosexual inc onciente sobre la base de la proyec
ción de varios atributos del self a las representac iones in-
trapsíquicas de los objetos.6
Debe también tenerse presente que la regresión a un estado
de fragmentac ión del self va acompañada inevitablemente
de una regresión concomitante de la capacidad para el exa
men de realidad (c f. Modell, 19 6 8 ) . Como consecuencia,
vuelve a oscurecerse la diferenciación entre el self y el ob
jeto, y estos cambios intrapsíquic os pueden también con
cebirse como nuevas fusiones de las representaciones del self
y los objetos.7
Ilustrar el uso adecuado del modelo tripartito para el caso
del historial de Sc hreber es muy difíc il. Como ocurre con
la mayoría de sus historiales clínicos, en su descripción
F reud destaca lo patológico, soslayando comparativam ente
el resto de la personalidad, que puede haber tenido un
func ionamiento más apropiado (c f. Katan, 19 5 3 ) . N o obs
tante, la insistencia en las altas dotes morales de Schreber
nos lleva a suponer que en la fase prepsic ótica deben de
haber abundado los ejemplos de conflictos entre el yo y el
superyo. Sin embargo, sólo podemos c itar un ejemplo de
dicho conflic to correspondiente a la fase psicótica: es el
proporc ionado por N iederland ( 19 5 9 b ) en su admisible
reconstrucción de la dinámica de la reacción psicótica en sí.
N iederland explicó este colapso en la organización de la
personalidad de Sc hreber sobre la base del típic o conflic to
intrapsíquic o que se encuentra en «los que fracasan cuan
do triunfan» (c f. F reud, 19 16 d ) . P or supuesto, se trata de
un conflic to entre el yo y el superyó inconciente. N iederland
basó su reconstruc ción en el delirio de Schreber según el
cual en su fam ilia había marqueses de la T oscana y de Tas-
mania; en este material, vio el deseo de un triunfo edípico,
así como la necesidad contrapuesta de punición.8
131
L a figura 13 sintetiza la historia de Schreber, en especial
la historia de su enfermedad. Su infancia siguió aparen
temente la progresión previsible de fases, culminando en
la formac ión de una rígida estruc tura de carác ter en la F ase
I V. A partir de los seis años aproximadamente, al iniciarse
el período de latencia, fueron reprimidos o desmentidos los
graves problemas narcisistas que quedaban pendientes de fa
ses anteriores. Pese a la rigidez del carác ter pudo alcan
zarse, interm itentem ente, un func ionamiento adulto regular.
Funciona
miento
adulto
regular
Estructura
rígida de
carácter
Neurosis Problemas
infantil; narcisistas
idealización desmentidos
narcisista
Psicosis de
la primera
infancia
Estados
traumáticos
infantiles
132
vida, Schreber continuó padeciendo, en forma caótica, deli
rios asistemáticos caracterizados por la proyec ción prim i
tiva y una franca megalomanía. E n distintas oportunidades
— en partic ular al comienzo del episodio psicótico y en un
período de exacerbación de la enfermedad cuando el pa
ciente perdió a su esposa— , hubo regresiones al estado
traumático del Modo I, con episodios de excitación aguda.
N o tas
133
ranoia y la homosexualidad» (1922 b ), Freud describió el caso de
un hombre joven cuya psicopatología paranoide sólo se puso de
manifiesto en el curso de su análisis: «Sus relaciones reales con
hombres estaban presididas a todas luces por la desconfianza;
con su potente intelecto supo racionalizar esta actitud y dispo
ner las cosas para que conocidos y amigos lo engañasen y explo
tasen. Lo nuevo que aprendí en él fue que pensamientos clási
cos de persecución pueden estar presentes sin que se les dé
crédito ni se les atribuya valor. [ . . . ] tal vez juzguemos las
ideas delirantes exteriorizadas como producciones nuevas, cuan
do en verdad pudieron existir desde mucho antes» (pág. 228 ).
En este pasaje, Freud estuvo muy próximo a formular explíci
tamente el concepto de un núcleo del self que puede permanecer
sumergido o aislado durante todo el tiempo en que prevalece una
síntesis total. A continuación pasó a discutir el «problema eco
nómico» —lo que hoy llamaríamos el problema de la capacidad
relativa de adaptación de la personalidad para hacer frente a una
motivación que el yo discierne correctamente como patológica—.
El mejor abordaje conceptual de estos problemas es el del punto
de vista adaptativo y la psicología del self.
8 El delirio sobre los margraves de la Toscana indica una victoria
cdípica, por el antagonismo político entre Schreber y el amo de
Alemania, Bismarck. La marquesa Matilde de Toscana había hu
millado a un emperador alemán en Canossa, en uno de los más
célebres episodios de la historia medieval. Análogamente, la re
ferencia a Tasmania tiene significación de culpa y expiación, ya
que esta isla fue originalmente utilizada como colonia penal.
134
10. Otras aplicaciones del m odelo
jerárquico
U n c aso d e t r a s t o r n o d e l d e sar r o l l o
135
haber crec imiento psicológico en las áreas de funcionamien
to libres de c onflic to, de modo tal que la interrupc ión en
el desarrollo nunca debe considerarse total.
La literatura sobre interrupc ión del desarrollo ofrec e escaso
material ilustrativo, a causa de que la conceptualización de
esta entidad diagnóstica es relativam ente nueva. Además,
ninguno de los historiales clínicos publicados aptos para
ser reproduc idos aquí rec ibieron el rótulo diagnóstico de
«interrupc ión del desarrollo». A continuación examinare
mos uno de los estudios dados a conocer rec ientemente que
se ajusta a esta categoría, aunque no fue visto bajo la mis
ma luz por su autor.2 De hecho, aquellos datos clínicos pu
blicados con el fin de dem ostrar que la intervenc ión ana
lítica puede ser beneficiosa en ciertos síndromes de tipo pri
mitivo, síndromes en los que (a nuestro entender) la na
turaleza de la psicopatología no fue delineada con prec i
sión, son óptimos para nuestros propósitos. E jem plificar
todos y cada uno de los niveles posibles de interrupción
del desarrollo sería repetitivo. H emos elegido nuestro ejem
plo a fin de dem ostrar dicha interrupc ión en un estadio
comparativam ente prim itivo, en la esperanza de poder así
diferenciar de la manera más clara posible esta entidad no-
sológica respecto de otras.
E l caso seleccionado por nosotros fue descrito originalmen
te por Zavitzianos, quien presentó así el cuadro clínic o ini
cial y sus antecedentes:
136
l\
»Adem ás de sus hurtos y sus recorridas por las tiendas,
L illian tenía el hábito de m entir. H abía mantenido una pro
miscua vida sexual desde los 13 años y, en años rec ientes,
se había dado a la bebida en los bares, llegando algunas
veces a la ebriedad. O tro rasgo carac terístico de su perso
nalidad era la imitación de los gestos, vestim enta y manera
de hablar de las mujeres a quienes admiraba; y admiraba
y envidiaba, en especial, a mujeres casadas y embarazadas,
cuyas ropas trataba de robar, o bien de comprar otras si
milares. E sto la hacía sentirse como si fuera “ casi comple
tam ente” la mujer admirada.
»L illian anhelaba intensamente tener hijos, pero con fre
cuencia m altrataba y descuidaba a los niños, incluso a aque
llos que quedaban a su cuidado. L e gustaba herirlos físi
camente hasta el punto de hacerlos llorar. Se dedicaba a
masturbar a los pequeños varones y a estrec har a las niñas
entre sus brazos con tanta fuerza que quedaban agonizan
tes. E legía para estos fines a niños que aún no habían
aprendido a hablar y, por ende, no podían quejarse ante
sus madres. T ambién m altrataba a los animales; por ejem
plo, solía arrancarle las uñas a su gato. Con frecuencia,
ya en su prim era cita con un muchacho le hacía atrevidas
propuestas; acostumbraba elegir chicos menores que ella.
Su deseo era masturbarlos manualmente o prac ticar con
ellos el fe llatio. E n cualquier tipo de relación sexual era
completamente frígida. E l coito no despertaba en ella goce
sexual ni ningún tipo de sentimiento, lo cual era rac ionali
zado dic iendo que, puesto que era ella la que provocaba el
orgasmo del varón, a ella le pertenecía en verdad la poten
cia y las sensaciones de placer de este. Sentía que “ absorbía
la experienc ia del muchacho” y la hacía suya propia.
»L a capacidad intelec tual de L illian estaba intacta. Aun
que era una m ujer inmadura e infantil, su comportamiento
general era adecuado y equilibrado. L e gustaba dar la im
presión de ser una persona bien c ontrolada y dueña de sí,
ajena a cualquier perturbac ión emocional. T rataba de mos
trar buenos modales y de ser seductora para encantar a la
gente. Se mostraba complaciente y acataba exteriorm ente las
normas impuestas por las autoridades universitarias, reali
zando sus actuaciones sólo a sus espaldas.
»Sus hurtos, a menudo planeados con anticipación y cui
dadosamente ejec utados, le procuraban plac er. E staba orgu-
llosa de sus realizaciones delictivas y no experimentaba
ningún sentimiento de vergüenza o de culpa por su acting
ou t. Mediante la negación y la racionalización fác ilmente
engañaba a su deficiente, no integrado y en parte delin
cuente superyó: Se las ingeniaba para eludir los sentimien
tos de culpa sobre sus robos y su conducta promiscua, ya
137
sea negando por entero los actos correspondientes o bien
ignorando una parte de su self y negándose a sí misma que
fuera ella la que perpetrara dichos actos o partic ipara en
ellos. A veces, cuando robaba en los negocios, tenía lugar
un estado de leve disociación, con escisión de la imagen del
self, que la hacía sentirse como si fuera dos personas: la
rica y agradable muchacha adinerada, y la pobre e infortu
nada chica que debía robar. L a chica agradable, de la que
a su juicio nadie sospecharía que podía dedicarse a robar,
era en verdad cómplice de la ladrona a la que encubría.
L illian decía que esta disociación era un juego.
»De niña, L illian no había sido amamantada; su madre le
prestó una atención insufic iente e irregular, carente de cali
dez emocional. Abundante material analítico y algunos va
gos recuerdos indican que la paciente fue sometida muy
tempranamente a masturbación por parte de su madre. T am
bién asistió repetidas veces a la escena primordial. Durante
su prim er año de vida sufrió un grave ataque de tos con
vulsa. F ue sonámbula hasta la pubertad, y también se suc
cionó el pulgar hasta esa etapa. E ntre los antecedentes de
la vía materna se contaban esquizofrenia y psicopatía.
»L illian había idealizado a su madre, quien era alcohólica
y confesó haber robado en el pasado, y casi con certeza
había mantenido una conducta promiscua en su juventud.
L a madre tenía una actitud despreciativa hacia su marido
y era incapaz de ofrec er auténticos cuidados maternos o
una cálida simpatía. N o obstante, se las ingeniaba — me
diante sus constantes regalos, sus falsedades y engaños, su
excesiva indulgencia y permisividad— para mantener a L il
lian ligada a ella y apartarla de su padre. N ecesitaba a
L illian a fin de satisfacer sus propias necesidades simbió
ticas y de gratific ar vicariamente su inclinación por el de
lito. Su ac titud era hipóc rita: ensalzaba la virtud, pero alen
taba tácitamente el delito.
»E 1 padre, un empleado de banco, era un hombre honesto
pero débil; su vida giraba en torno de sí mismo y revelaba
una pasiva agresividad. Se mostraba hostil y con frec uen
cia despreciativo hacia los niños. La fam ilia le tenía poco
respeto a causa de su falta de autoridad. Durante un tiem
po, desde que L illian tuvo dos o tres años hasta que llegó
al período de latenc ia, mantuvo con ella una relac ión bas
tante cordial. E n una oportunidad, cuando la niña tenía
doce años, él la azotó viciosamente por un m otivo trivial;
a partir de entonces lo odió siempre y c ortó prácticamente
todo vínc ulo con él, salvo, ya crecida, el uso de su auto
m óvil, que le causaba a L illian gran satisfacción. E l her
mano de L illian, tres años menor que ella, era un joven
muy inmaduro, de actitudes a menudo irrealistas y escasos
138
valores morales. Cuando él nació, L illian sufrió una depre
sión y perdió el apetito.
»E lla no se quejaba de ningún síntoma y su conducta anti
sociable le resultaba muy gratific ante. E n realidad, pese a
su consentimiento, no tenía intención alguna de continuar
realmente con el tratam iento. Confiada en su inteligencia
y en su capacidad para manipular a la gente, había pla
neado relatarme un caso fic ticio. Su intención era causar
me una buena impresión para que, en breve lapso, yo acla
rara su problema con las autoridades universitarias. Ante
un requerim iento que el decano de la fac ultad hiciera a
L illian, redacté un c ertific ado para dichas autoridades en el
que sostenía que su conducta era impulsiva y que había
iniciado tratamiento. E ste c ertific ado no sólo decepcionó a
L illian en cuanto a la posibilidad de ser reincorporada en
la fac ultad sino que, como se reveló más tarde durante el
análisis, la m ortific ó porque indicaba su patología.
»P ara L illian el análisis fue una experienc ia hum illante, que
desafió su autoestima y su omnipotenc ia mágica» (Z avit-
zianos, 19 6 7 , págs. 4 4 0 - 4 1) .
139
produjo a la postre cambios im portantes. Comenzó a acep
tar que el analista considerara patológica su conducta y luego
a tem er separarse de él. L a quiebra de sus ilusiones narci-
sistas de fusión con el analista, perfec to para ella según
lo vivenciaba en su fantasía, dio lugar a reacciones depre
sivas. E mpero, durante gran parte del tiempo podía con
servar la estabilidad, mientras experim entara al analista ora
como una imagen especular de ella, ora como una parte de
sí misma.3
Su acostumbrado acting ou t como respuesta a las heridas
narcisistas fue remplazado poco a poco por las ensoñaciones.
«Comenzó entonces a relacionarse con un objeto psicológico
parcial, el pene-pecho del analista» ( 19 6 7 , pág. 4 4 3 ) . A la
vez, comenzó a masturbarse. La significación de estos he
chos fue explicitada mejor por Zavitzianos en el trabajo de
19 7 1; m ostró allí que representaba la inversión de una se
cuencia de acontecimientos cruciales de su infancia vinc ula
dos con el nacimiento de su hermano cuando la niña tenía
tres años. Su depresión de esa época no sólo fue el resul
tado de haber perdido gran parte de los cuidados y aten
ciones de su madre, sino también de su abrupto enfrenta
miento con el cambio producido en la imagen corporal de
esta últim a. Aparentem ente, esto implicó para ella que no
podía fundirse con su madre en la fantasía, puesto que en
ciertos im portantes aspectos eran distintas. A la sazón Lil-
lian había vuelto a utilizar a manera de fetiches infantiles
los libros que ya le había leído su madre, y se sentía inde
pendiente pretendiendo que los podía leer por sí sola.
E n los años que siguieron, L illian trató de lograr una fan
taseada fusión con su padre, pero también esto le fue difíc il
a causa de las manifiestas diferenc ias anatómicas entre sus
genitales y los de él. La niña se había ingeniado para sal
var esta diferencia c onstruyendo una creencia casi delirante
en que poseía un falo propio. Durante el análisis, esto salió
a reluc ir en sus actuaciones, propias de un exhibicionismo
fálic o, como si ella fuera un hombre. E n su niñez, la ilusión
fue apuntalada por una rigurosa evitac ión de sus genitales,
que Zavitzianos atribuyó a la angustia de castración. Sea
como fuere, lo cierto es que le hizo renunciar a la mastur
bación. P ero ninguna de estas medidas conseguían hacer
perdurar la fusión con el padre; el análisis reveló sus fuer
tes impulsos castradores hacia él, reexperimentados con re
lación al pene del analista. P ara defenderse contra la des
truc tividad de sus fantasías, debió rec urrir a una ulterior
regresión, que amenazó fragm entar su self cohesivo. Subjeti
vamente, experim entó esto como una sensación de que su
cuerpo se desintegraba. Sus actividades delictivas cumplían
la función de aliviar esta angustia mediante fantasías de
140
refusión con el objeto perdido: «Así, la angustia de cas
tración y de separación desaparecían, y se restauraban la
omnipotencia y la autoestim a» ( 19 7 1, pág. 3 0 1) .
E l progreso habido en el análisis se evidenció por el rem
plazo del pene por el rostro del analista como m otivo cen
tral de las fantasías de L illian. Al mismo tiempo, la rela
ción entre ambos adquirió «un tono más hum ano»; Z avit
zianos interpreta este cambio como resultado de haber al
canzado L illian la capacidad de mantener la investidura de
objeto pese a la separación, capacidad que implica el esta
blec imiento de una representac ión interna estable del ob
jeto íntegro.
Siguió luego en el análisis un prolongado período que se
caracterizó por los crecientes esfuerzos de la paciente para
funcionar de manera autónoma. E sta fase representaba un
nuevo avance, magníficamente sintetizado en un sueño de
L illian en el cual caminaba sola por «un lugar en el que
nadie había caminado antes». Zavitzianos notó mejoría en
L illian «en cuanto a los límites del self, así como en el
examen de realidad, el sentido de identidad y las relaciones
objétales». La paciente comenzó a discriminar mucho mejor
las carac terísticas de diversas personas, y sus investiduras
libidinales se desplazaron crec ientemente hacia la heterose-
xualidad. Luego de cierta elaborac ión de las angustias vin
culadas con los impulsos incestuosos, el análisis se inte
rrum pió por m otivos vinc ulados con la realidad externa.
E n síntesis, Zavitzianos nos presentó el caso de una mu
chacha con conducta delic tiva manifiesta, cuyo análisis, de
seis años de durac ión, culminó con éxito. N o nos referire
mos aquí al examen que hace el autor de los problemas téc
nicos con que se enfrentó en el análisis ( 19 6 7 ) ni a la rela
ción entre las perversiones que salieron a la luz durante su
trasc urso y los síntomas de psicopatía presentados ( 19 7 1) .
N uestro objetivo es centrarnos en la importanc ia del creci
miento prom ovido por la intervención analítica en una per
sona extrem adam ente infantil.4
Siguiendo las líneas de desarrollo del modelo jerárquic o,
podría bosquejarse este crec imiento desde una fase más pri
m itiva de organización hacia una fase más diferenc iada. Co
mo indicó Zavitzianos, L illian había experimentado una
regresión de su nivel óptimo de funcionamiento durante la
fase fálica de la niñez hacia un nivel de adaptación más
frágil: «E n un nivel, la paciente estaba relacionada con la
realidad y aceptaba las normas sociales (aunque muy su
perfic ialm ente), mientras que en otro era una delincuente
y virtualm ente una delirante. T ambién la relac ión con el
objeto se presentaba en dos niveles: en uno era fálica, mien
tras que en el otro era oral y se efectuaba con un objeto
141
pardal que no estaba claramente diferenciado del self»
( 19 7 1, pág. 3 0 3 ) .
E s evidente que la regresión de L illian no implicó un
repliegue respecto de la organización propia de la fase ( véa
se la figura 10 ) , sino sólo un rec urso frec uente a modos
más prim itivos accesibles en ella. L a utilización de estos m o
dos fue posible mediante una escisión del self — el uso
de la desmentida como mecanismo de defensa— . Como era
previsible, entonces, L illian había quedado detenida en la
F ase I I I , característic a de la fase fálica de la niñez y en la
cual la defensa típica es la desmentida. H ubo un aspecto
de su personalidad que no sufrió la interrupc ión general
de su desarrollo: a causa de la especial significación que te
nía para ella leer o que le leyeran, esta función intelectual
y otras conexas c ontinuaron evolucionando y alcanzaron su
fic iente autonomía como para perm itirle desempeñarse sa
tisfactoriam ente como estudiante.
Curiosamente, el nivel desmentido fue el más alto de los
dos niveles alcanzados por L illian dentro de esta organiza
ción global; el modo de personalidad que ella presentaba
era el más arcaico. Z avitzianos interpreta correctamente la
fragmentac ión de su self, así como su uso de objetos tran-
sicionaies, fetiches y objetos parciales. E l rec urso a las ac
tividades delictivas constituía una afirmación de omnipo
tencia. A la vez, ella podía preservar la ilusión de que sus
progenitores eran poseedores de cualidades ideales; esto se
tornaba partic ularm ente c laro en la trasferencia cuando ella
recobraba el equilibrio fundiéndose con la fantaseada per
fección de su analista. Su utilizac ión de groseros mecanis
mos de defensa proyec tivos e introyec tivos puede ilustrarse
por su pretensión de que al produc ir un orgasmo en un
muchacho se apropiaba de su poder y de sus sentimientos
de placer. E n este modo de organización (Modo I I ) , sus
angustias se vinc ulaban con la amenaza de separación del
objeto-self idealizado. Cuando esta amenaza realmente fue
cosa del pasado, su indefensión la llevó a fenómenos de
descarga más arcaicos (del Modo I ) , como sus robos.
La descripción que hizo Z avitzianos del tratam iento nos
sugiere que el prim er movimiento de avance estuvo dado
por la cura de la escisión del self y el gradual retorno al
más alto modo de organización funcional disponible en la
F ase I I I . E n este punto la paciente cesó en sus actuacio
nes delictivas, retom ó la masturbación, experim entó la an
gustia de castración y comenzó a perc ibir al analista como
una persona total. E n la esfera de la sexualidad persistió
la omnipotenc ia, bajo la form a del exhibicionismo vinc u
lado al falo fic tic io; en este aspecto c ontinuó actuando el
mecanismo de la desmentida de las realidades narcisista-
142
mente dolorosas. Con el ulterior trabajo analítico, la inte
riorización de ideales parece haber avanzado lo suficiente
como para perm itir a L illian presc indir del rec urso al ana
lista como complemento ex terior de su defic iente funcio
namiento psíquico. L a m ejor prueba de que se dio este
paso es la aparición de la culpa como reacción frente a las
fantasías agresivas de su trasferencia incestuosa. Simultánea
mente, sus relaciones objétales maduraron perm itiéndole ha
cer más finas discriminaciones en cuanto a las cualidades del
analista. Al mejorar su capacidad de juzgar con realismo el
objeto, pudo también distinguir mejor la fantasía de la ac
ción en la esfera externa, y su conducta comenzó a estar
gobernada por el principio de realidad. E ste cambio in
dicó, asimismo, la coalescencia del self como sistema psí
quico cohesivo y estable, vale dec ir, un sistema capaz de
mantener su integridad funcional aun en ausencia del ob
jeto. E n esta etapa del análisis, el papel de mecanismo de
defensa típico parece haber sido asumido por la represión,
según se infiere del inform e de Zavitzianos referido al aná
lisis de sus deseos incestuosos, el cual enfrentó intensa re
sistencia y generó gran angustia.
L os cambios producidos en la paciente en las últim as eta
pas del análisis indican la maduración de la organización
general de su personalidad. Pasó de la F ase I I I a la F ase IV
como mínimo; la conclusión del análisis puede incluso ha
ber representado la renuncia a ciertos deseos, y ser indica
tiva de la capacidad de funcionar por momentos en el Modo
V. Así pues, L illian llegó quizás a funcionar en niveles adul
tos regulares (F ase V ) . La experiencia terapéutic a decisiva
fue, aparentemente, el remplazo de la grandiosidad arcaica
por la idealización del analista, que llevó a la interiorizac ión
de ideales más razonables, en tanto se iban dejando de lado
poco a poco las ilusiones en torno de la perfección del
self y del objeto.
Afirm ar que las cinco líneas de desarrollo examinadas en
las páginas anteriores e incluidas en el modelo jerárquic o
abarcan todos los problemas esenciales para evaluar este
historial no sería legítim o: puede haber otras líneas de
desarrollo más im portantes que aquellas para nuestra com
prensión. Sin embargo, no hemos querido ampliar este es
tudio de caso porque partimos de la base de que la mayo
ría de esas líneas de desarrollo se interrum pirían en la F ase
I I I , regresarían al Modo I I , etc. Las únicas excepciones se
rían aquellas funciones mentales que no estuvieran envuel
tas en conflic tos y, por ende, hubieran alcanzado autonomía
sec undaria, como la capacidad de lec tura.
N uestra hipótesis de que la interrupc ión evolutiva abarca
por igual a todas las líneas de desarrollo debe ser probada
143
empíric amente mediante amplias investigaciones clínicas. I n
términos más generales, también la correlación de diver•
líneas de desarrollo con las entidades psicopatológicas cxi||.
estudio empíric o. P or el momento debemos contentarnon
con un examen incom pleto de este tema; todo lo que n<»>
cabe hacer es dem ostrar de qué manera el modelo jerárquico
nos perm ite diferenciar los casos de desarrollo interrumpí
do de otras entidades diagnósticas. Para esta exposición no-
servirán de ayuda las figuras 14 y 15.
R en u n ci a
li l A n g u sti a-
F a se IV señ al
R e p r e s i ó n ./
F u n c i o n es n tel ec tu al es A n g u sti a' M odo IV
(e n esp ec i a 1, l a lec tu ra) m o r a l ./
I d eal d el yo.
Principio
F ase I II ,d e real i d ad
D e sm e n t i d a ,/
A n g u sti a de
c astr ac i ó n /
O b jeto / M odo III M odo I II
i d eal i z ad o .
G r an d i o si d ad
f ál i ca /
F ase II
P ro y ecc ió n .
A n g u sti a de
se p a r a c i ó n .
V
S el f g ran d i o M o l II M odo II M odo II
so y o b j e t o s
p ar c i al es.
O m n ip o ten c ia
F ase I
I n d e f e n si ó n
y f en ó m en o s M odo I M o do I M odo I M odo I
de d esc a r g a
E st a d o
i ------f
clín ico al E st ad o clín ico al
c o m en z ar el an ál i si s ter m i n ar el an ál i si s
C u r so d el a n á l i s i s -- - - - - - - - - -
144
15) es marcadamente diferente de los que ilustran los ca
sos ya examinados en capítulos anteriores, incluidos el de
trastorno narcisista de la personalidad (figura 12 ) y el de
psicosis (figura 13 ) . E n estos ejemplos (los del H ombre
de los L obos y Schreber, respec tivam ente) no hubo inte
rrupc ión en el desarrollo: cada una de las líneas de desarro
llo consideradas avanzó en algún momento hasta su fase
más madura, y fue sólo en la vida adulta, bajo el impacto
de diversas situaciones de stre ss , que tuvo lugar la regresión
a organizaciones psíquicas características de fases anteriores.
Funciones intelectuales
(en especial, la lectura)
Fase III
Desmentida.
Angustia de
castración.
Grandiosidad
fálica.
Objeto idea
lizado, fundido
con el self.
Principio de
Fase II placer
Introyección
y proyección.
Angustia de
Modo II separación.
Omnipotencia.
Self grandioso
y fetiches
Fase I infantiles
Fenómenos
Modo I Modo I de descarga
(robo)
Nacimiento
t—
Alrededor
f
20 años
de 2 años
145
te mediante los modelos del self y los objetos. E n un pri
mer momento su c omportam iento fluc tuó entre relaciones
que implicaban núcleos del self y objetos parciales (como
los fetiches infantiles), por un lado, y por el otro la cohe
sión del self mediante la fusión con un objeto íntegro idea
lizado. L a m ejoría posterior puede medirse por la menor
frecuencia de conductas a las que es aplicable ese modelo y
su remplazo por conductas más maduras, que pueden en
tenderse mejor mediante el modelo tripartito. E l uso de
este modelo antes de la interiorizac ión del superyó entra
ñaría las dific ultades que ya hemos mencionado: excesiva
preocupación por los defectos, ausencias y carencias.5
E n resumen, el caso de L illian puede caracterizarse como un
caso de desarrollo interrum pido debido a que ninguna de
las líneas de desarrollo que estimamos esenciales para la
evaluación de la personalidad avanzó en momento alguno
más allá de un partic ular punto nodal. P or el contrario,
había tenido lugar c ierta regresión respecto de ese nivel má
ximo de func ionam iento, de modo tal que el cuadro que pre
sentaba la paciente al inic iar el tratam iento era aún más
prim itivo que su funcionam iento en el más alto nivel, salvo
en el ámbito intelec tual. A causa del nivel relativam ente
arcaico en que había quedado detenida esta paciente, su
caso exhibe un notable c ontraste con otros tipos de psico-
patología cuando se lo compara mediante el esquema jerár
quico. Si las interrupciones hubieran tenido lugar en niveles
algo menos arcaicos, el c ontraste habría sido menor, pero
se hubiera aplicado el mismo princ ipio: esas interrupciones
no se superarían mediante la secuencia usual de fases evo
lutivas de la infancia. O tros tipos de psicopatología mues
tran una regresión en la vida adulta a configuraciones orga-
nizacionales anteriores después de un desarrollo infantil
regular.
E n el trabajo de Adatto ( 19 5 8 ) sobre análisis exitosos de
«adolescentes tardíos» se hallan ejemplos de interrupc ión del
desarrollo en fases más avanzadas:®
146
tes del sepultamiento final de los c onflic tos edípicos. La
exposición del autor no perm ite decidir si la interrupc ión
ya era clínicamente evidente durante la latenc ia o si se
desarrolló en la adolescencia. La adaptación general había
sido en algunos aspectos apenas satisfac toria y en otros ex
celente con anterioridad a las dific ultades que dieron lugar
a la intervenc ión terapéutic a. E s posible que los pacientes
de Adatto no c onstituyeran un grupo homogéneo en este
sentido. De todos modos, el autor afirm a que «la transición
de los objetos edípicos y narcisistamente coloreados a los
maduros no había tenido lugar antes del comienzo del aná
lisis» (pág. 17 5 ) .
Adatto es muy explíc ito en cuanto a la cuestión de las re
laciones objétales, sugiriendo que durante el tratam iento él
actuó simultáneamente como objeto trasferencial y como
nuevo objeto real para estos pacientes. Sin embargo, «aun
que la trasferencia se resuelva en grado suficiente como
para crear relaciones no incestuosas de objeto, desde el
punto de vista inconciente sigue resuelta sólo en parte. No
es como la libertad que se observa en los análisis comple
tos de los adultos, que no tienen necesidad de huir repen
tinam ente» (pág. 17 5 ) .
Adatto piensa que un nuevo objeto de amor hallado fuera
del tratam iento puede catalizar el proceso de maduración,
aunque no hubo oportunidad de c onfirm ar esta hipótesis
con datos analíticos.
E n su trabajo se hace breve referencia a otras líneas per
tinentes de desarrollo: Adatto apunta que las «identific a
ciones narcisistas» se tornaron más estables y las relaciones
más realistas; las defensas pasaron de la im pulsividad a la
estabilidad. La angustia típica, interpreta Adatto, es el te
mor de la castración. H ay pocos indicios de perturbac ión
en el sentido de realidad.
Como Addato concibe la problemática de estos pacientes
dentro de una estruc tura psíquica plenamente diferenciada,
compuesta por yo, superyó y ello, se ve en el dilema de
sugerir que el analista es al mismo tiempo una figura tras
ferencial y un nuevo objeto real; que su utilidad trasciende
el tratam iento, al salvar la brecha que existe entre los ob
jetos de amor parentales y los maduros no incestuosos; e
incluso, que un nuevo «equilibrio yoic o» permite concluir
con éxito un tratam iento a los cinco meses de iniciado. Si
realmente la estruc tura mental de estos pacientes perm itiera
la autorregulac ión interna, las diversas manifestaciones re
gresivas observadas por Addato serían de índole prim ordial
mente libidinal y podría concebirse que hubieran tenido fi
nes defensivos. N osotros consideramos probable, sin em
bargo, que a menudo estos adolescentes no sean capaces
147
de una autorregulac ión plenamente interiorizada. P or con
siguiente, es más útil concebir su func ionamiento como un
sistema abierto, vale decir, como si hubiera ocurrido una in
terrupc ión en su desarrollo. E ste últim o volvió a ponerm
en marcha gracias a la relación real de objeto proporcin
nada por el analista durante la terapia; el tratam iento pn
m itió, de tal manera, que la evolución alcanzara a un sul»
sistema caracterizado por la regulación interna (c f. Gitel
son, 19 4 8 ) .
E l modelo del objeto-self proporc iona el medio más eco
nómico de conceptualizar el estado de estos pacientes antes
de entrar en tratamiento. Al alcanzar en la terapia la regu
lación interna propia de la psique plenamente diferenciada,
dicho modelo perdería relevancia y pasaría a ocupar su
lugar el modelo tripartito. Si pudiéramos estudiar a tales
pacientes en términos de las m últiples líneas de desarrollo
del modelo jerárquic o, podríamos responder concretamente
al interrogante acerca de qué significa su «reintegración yoi
ca» (c f. Gedo, 19 6 6 ) .
148
parte de este libro bosquejaremos esa nosología a que he
mos hecho referencia y algunas de las consecuencias que se
derivan de este enfoque amplio.
N o tas
149
T ercera parte. C o n c l u s i o n e s
y consecuencias
11. U na nosología psicoanalítica
y sus consecuencias terapéuticas
153
de L illian. E l estudio de esta casuística con la ayuda de
los diversos modelos nos ha perm itido en cada oportunidad
considerar también dos categorías adicionales de conduc
tas dentro de la nosología: el funcionamiento regular de la
psique adulta, y los estados traumáticos.
Rangell ( 19 6 5 ) ha pasado revista a los problemas que de
ben superarse para obtener una auténtica nosología psico-
analític a, basada en las regularidades que ofrec en las obser
vaciones analíticas y la generalización clínica de ellas deri
vada, y no en una descripción fenomenológica. Pide Ran
gell que para la comprensión de la personalidad total se
emplee un marco de referencia único. A su aguda crític a
de las categorías diagnósticas tradicionales le sigue un es
quema que él propone, fundado en la teoría estruc tural y
que enuncia los numerosos fac tores que caracterizan las
funciones yoica y superyoica. A nuestro juicio, su propues
ta es a la vez demasiado limitada y demasiado compleja.
L o prim ero, porque en el extrem o más prim itivo de la es
cala de desarrollo agrupa una variedad de estados clínicos,
creando con ellos una clase general de trastornos a los que
les corresponde una estruc tura psíquica incompleta; lo se
gundo, porque en el otro extrem o de la escala establece
una abundancia de discriminaciones finas que se torna in
manejable a los fines diagnósticos.
N uestros supuestos para un ordenam iento más equilibrado
de la psicopatología son los siguientes:
154
la personalidad global. Como hemos mostrado en los ca
pítulos anteriores con nuestro método de estudio de casos,
las áreas separadas de func ionamiento patológico pueden
identificarse y estudiarse mediante el modelo apropiado al
modo de organización del subsistema psíquico pertinente;
al mismo tiempo, el esquema jerárquic o general clarifica la
totalidad de la conducta del individuo en el curso de su
vida. P or ejemplo, en el caso de un sujeto los sueños de
cumplimiento de deseo, los actos fallidos, los síntomas neu
róticos aislados y ciertas conductas c reativas pueden ubi
carse dentro de un marco coherente mediante el modelo
tópico. Para aclarar aspectos del trastorno del carác ter de
ese mismo sujeto debemos rec urrir al modelo tripartito. Si
sufre una regresión en situaciones de stre ss o establece una
neurosis de trasferencia en un tratam iento psicoanalítico,
ciertas facetas de su comportam iento serán c onveniente
mente ilustradas mediante el modelo del self y los objetos
íntegros. Si la regresión avanza hasta la pérdida de cohe-
sividad del self, habrá de invoc arse el modelo de los nú
cleos dispares del self y los objetos transicionales. E n casos
extrem os, si se producen traumas, será preciso acudir al
modelo del arco reflejo. Sin embargo, ha de tenerse bien
presente que, en cualquier momento dado, para dar cohe
rencia a la multiplicidad de comportamientos de ese sujeto
será preciso apoyarse en más de uno de los modelos men
cionados. Como ya hemos visto, aun los psicóticos con un
self fragmentado que alucinan ac tivamente pueden tener
sueños «exitosos» en los que aparezcan fenómenos trasfe-
renciales. E n c ontraste con ello, puede rec urrirse al mo
delo jerárquic o para evaluar la configuración total de las
posibilidades de conducta simultáneas, integrando así esos
subsistemas en un cuadro global de la personalidad.
E ste enfoque concuerda con la propuesta de Glover ( 19 6 8 ,
pág. 7 5 ) en favor del establecimiento de una serie evolu
tiva de los trastornos mentales. Advirtió Glover que una
serie tal debe dar cuenta de la continuidad del funciona
miento psíquico, habitualmente soslayada en los enfoques
diagnósticos trasversales. L a mayoría de los esquemas no-
sológicos tradicionales descuidan el principio de la epigé
nesis en aras de una teoría del desarrollo caracterizada por
estratos superpuestos. Consideramos que tal enfoque es in
sostenible, en muchos aspectos. Quisiéramos destacar una
vez más que las capacidades funcionales tempranas persis
ten siempre, tanto en sus formas «prim itivas» originales
como en las formas cada vez más «m aduras» que pueden
alcanzar. E l desarrollo procede mediante la adición progre
siva de nuevas estructuras que operan en form a paralela
a las anteriores y perm iten la maduración de estas, madu
155
ración a la que H artmann ( 19 3 9 ) denominó «cambio de
func ión».
La correlación de las princ ipales categorías psicopatológicas
con las cinco fases de organización funcional y las diversas
modalidades posibles de func ionamiento específico en cada
una de esas fases (c f. figura 16 ) ofrec e el siguiente esquema
nosológico, en orden decreciente de madurez relativa:
B. Interrupciones en el desarrollo:2
1. En la F ase IV.
2. En la F ase I I I .
3. En la F ase I I.
4. En la F ase I.
156
las líneas que abarca el modelo. E stos son los casos de desa
rrollo interrum pido, en los que sólo tienen vigencia los
subsistemas menos maduros y los modelos que les son
aplicables. Además, en tales casos las funciones adquiri-
ridas por lo general no logran la autonomía secundaria
( Gedo, 19 6 8 ) .
Modo V
Funciona Usese
miento el modelo
adulto tópico
regular.
Introspección
Modo IV Modo IV
T rastorno
neurótico Usese
del carácter, el modelo
o interrupción tripartito
cu Modo IV.
Interpretación
Modo I II Modo III Modo 111
Trastorno Usese
narcisista el modelo
de la del self y
personalidad, los objetos
o interrupción íntegros
en Modo III .
Desilusión
óptima
Modo II Modo 11 Modo II Modo 11 Usese el
Desintegración modelo de
psicótica, los núcleos
o interrupción dispares
en Modo II. del self y
Unificación los objetos
157
Se requieren muchos trabajos ulteriores para llegar a posen
una nosología útil basada en principios psic oanalíticos; lo
que hemos hecho es esbozar apenas un método posible en
tal dirección. La correlac ión de los destinos que sufren he.
diversas líneas de desarrollo de categorías más circunscritas
incluidas en el esquema, así como su relación con síndrome,
específicos, es una enorme tarea empírica que espera sei
abordada por los investigadores clínicos. P or ahora nos li
mitaremos a examinar las consecuencias del esquema nosoló
gico presentado para una teoría de la terapia.
158
H asta ahora los parám etros han sido desc ritos en su mayoría
sólo en términos conducíales, enumerando las diversas ac
ciones del analista que van más allá de la interpretac ión. No
se ha intentado clasificar la infinita variedad de estas con
ductas posibles dentro de un ordenam iento racional de mo
dalidades terapéuticas no interpretativas. Sin embargo, de
bería poder definirse la característic a princ ipal de las técni
cas terapéuticas necesarias para las clases fundam entales de
psicopatología. A este fin puede servirnos de guía la defini
ción de E issler: la herramienta básica de la técnica psico-
analítica es la inte rp re tac ión . E sta herram ienta es eficaz to
da vez que se aplique la técnica básica del análisis al campo
en que es idónea, a saber, al tratam iento de las «neurosis
de trasferenc ia». E n nuestro esquema nosológico, estos es
tados corresponden a los «trastornos neuróticos del carác
ter». Cualquier otro grupo de nuestra clasificación debe te
ner su modalidad terapéutic a carac terística, y cuando esté
en análisis un paciente cuyos problemas princ ipales corres
pondan a una de esas categorías, tales modalidades terapéu
ticas constituirán los parámetros específicos necesarios para
complementar la técnica psicoanalítica básica.
Si bien en la práctica el analista debe proceder, en general,
sin planear de antemano en form a explícita su estrategia,
debe estar preparado para utilizar una variedad de paráme
tros en todo análisis, ya que el «yo inmodificado» al que se
acomoda la técnica básica no es sino un ideal teóric o, con
cuya existencia efec tiva no ha de contarse jamás. E n todos
los pacientes reales surgirán problemas proc edentes de ám
bitos del psiquismo anteriores a la diferenciación estruc tu
ral, y estos problemas no pueden ser tratados solamente
mediante la interpretac ión.
A menudo se ha afirm ado, por c ierto, que el func ionamiento
de los aspectos prim itivos regresivos de la psique es m odifi
cado por la sola interpretac ión (B oyer y Giovac c hini, 19 6 7 ;
Rosenfeld, 19 6 9 ) . N o obstante, creemos que estas afirm a
ciones tienden a ignorar los efectos de aquellos parámetros
involuntariam ente introducidos en la transacción. Pensamos,
con Gitelson ( 19 6 2 ) , que en la fase inicial del análisis, an
tes de poder influir mediante interpretaciones sistemáticas
en la relac ión analista-paciente, se introducen inevitable
mente parám etros, aun en aquellos casos que perm iten el
empleo del modelo de técnica básica. Z etzel ( 19 6 5 ) ha sos
tenido que el establecimiento de una alianza terapéutic a en
la fase inic ial del análisis es una forma de gratificación obje-
tal, basada en cualidades del analista análogas a las que pre
senta una madre empática respecto de su hijo. A estas cua
lidades Gitelson las designó como la «función diatrófic a»
del analista. E stablec er y preservar una alianza terapéutica
159
es partic ularm ente difíc il con pacientes cuyas organizacio
nes psíquicas se encuentran en una fase prim itiva o cuya pa
tología principal se presenta en un modo arcaico. Según
nuestra experiencia, el tratam iento exitoso de tales pacien
tes exige utilizar en buena medida técnicas paramétricas.
Discrepamos con el punto de vista de que el enfoque tera
péutico más racional para el tratam iento de pacientes re
gresivos es la interpretación de sus mecanismos de defensa.
Pensamos que si esas intervenciones verbales a veces resul
tan eficaces, eso no es más que un epifenómeno. Las expli
caciones fundadas en la influencia de los conflictos intra-
psíquicos, aunque sean válidas en sí, fallan en cuanto a los
procesos e senciales que tienen lugar en estos casos ( Arlo w
y B renner, 19 6 4 , 19 6 9 ) . A nuestro modo de ver, la psique
arcaica opera de hecho como un arco reflejo, siendo su prin
cipal cometido la descarga de la excitación. Para abordar
las regresiones a este modo de organización (Modo I ; véan
se las figuras 10 y 16 ) serán adecuados aquellos métodos
terapéuticos que apacig üen al paciente utilizando las vías
de descarga disponibles o c ontrolando las fuentes de exci
tación. E s probable que la regularidad de las sesiones y las
posibilidades catárticas inherentes a cualquier «c ura me
diante la palabra» suministren este tipo de apaciguamiento.
Si así fuera, ello implic aría que cualquier tratam iento psico
lógico ( y el psicoanálisis más que ningún otro, quizá) pro
porcionaría automátic amente, hasta cierto punto, esa moda
lidad terapéutic a; pero en muchos casos hay que adoptar
medidas más radicales para suministrar un apaciguamiento
apropiado. L a medicación, el suministro de ambientes pro
tec tores y aun el empleo sensato de estrategias de aislamien
to relativo pueden c ontribuir a pacificar al paciente sobresti-
mulado (Goldberg y Rubin, 19 6 4 , 19 7 1) . Difícilm ente sea
atinado atribuir la eficacia del tratam iento en un medio
hospitalario a la interpretac ión, al menos en lo tocante a la
superación de los problemas propios del segmento prim iti
vo de la psique. Se da por sobrentendido que los mismos
pacientes que requieren apaciguamiento pueden tener pro
blemas derivados de sectores más maduros de la personali
dad y que exigen otra clase de ayuda terapéutic a. E n tales
casos puede ser necesario aplicar una combinación de moda
lidades de tratam iento. Sin embargo, para los estados de re
lativo desequilibrio de la economía psíquica, el agente te
rapéutico eficaz es siempre aquel que propende a la reduc
ción de la tensión y al dominio a través de la descarga
parcial. T ales períodos de desequilibrio se presentan en todo
análisis. E n esos casos cobra primacía, comparativam ente, el
proceso de reelaboración [ workin g -th rou g h ] , y disminuye
la importancia de las interpretaciones.
160
L
Las regresiones profundas en la organización psíquica pue
den llegar casi a la traumatización. E n tales casos, así como
en los períodos de recuperación de los traumas, puede pre
dominar la organización según el Modo I I. Se trata de frag
mentaciones psicóticas del self, para comprender las cuales
el mejor modelo es el de los núcleos aislados. E n estas con
diciones las terapias eficaces suelen depender de la habilidad
del terapeuta para ac tuar como foco en torno del cual pue
dan aglutinarse los núcleos no integrados, para form ar un
self integrado y cohesivo. No es este el lugar para ofrec er
las amplias evidencias indispensables para c orroborar esta
hipótesis. B astará c itar, como breve ejemplo, la frec uente
afirmación de que en los tratam ientos exitosos de psicosis
agudas la reintegración se produce por identificac ión con el
terapeuta. Desde esta perspec tiva, parecería que la princ ipal
necesidad terapéutic a de la psique fragmentada es la de
unific ación. Y es posible brindar esta última mediante la
presencia continua de un objeto confiable (o sea, de una
persona real) o incluso de un medio confiable. E n otros tér
minos: para este modo de organización ya no es menester su
ministrar las gratificaciones que lleven al apaciguamiento;
bastará con establec er una relac ión ininterrum pida.3
L os conocidos efectos disruptivos de la separación del tera
peuta en el curso de estos empeños terapéutic os con pacien
tes regresivos demuestran la cardinal importancia de una
relación confiable. P or ello, resulta algo paradójico que
tantas presuntas explicaciones de la eficacia de diversos ti
pos de tratam iento de psicóticos se centren en el contenido
verbal de la transacción. Más bien, la aparente eficacia de
los llamados enfoques interpretativos basados en los más
diversos supuestos teóricos llevaría a sugerir que si la ma
nera de obrar de esos diversos terapeutas es correcta, poco
im porta lo que les digan a sus pacientes.4 Más irrazonable
aún, y creador de mayores confusiones, es invoc ar el con
cepto de la trasferencia y su interpretac ión para explicar los
cambios clínicos de pacientes que carecen de un sistema del
self cohesivo y no están en condiciones de concebir a los
demás como objetos íntegros. Sería más lógico conceptuali-
zar estos fenómenos como efectos del ingreso del terapeuta
en el mundo narcisista del paciente, en calidad de objeto
transicional; su intervenc ión lleva a ligar e integrar la perso
nalidad fragmentada a través del dominio gradual de las
heridas narcisistas. P or lo común, empero, esta experiencia
no consiste en revivir una relac ión del pasado, sino que es
una experienc ia real del presente, que tal vez carezca de an
tecedentes. De ahí que sería un error concebirla como la
trasferencia de un pasado reprimido al presente. Más cohe
rente es considerarla la reparación de una «falta básica»
161
mediante un «nuevo comienzo», para usar las palabras de
B alint (Khan, 19 6 9 ) . Si se logra la unificación del self, pue
de avanzarse hacia una ulterior mejoría mediante la madu
ración de diversas funciones en pos de la autonomía secun
daria. E sto a su vez puede llevar progresivam ente a toda la
organización psíquica hacia el Modo I I I , caracterizado por
la relación del self íntegro con objetos íntegros.5 E ste tema
ha sido ampliamente examinado en la monografía de Kohut
sobre los trastornos narcisistas ( 19 7 1) . Antes de eso, Ko
hut ( 19 6 8 , pág. 9 9 ) había dado a conocer un convinc ente
ejemplo clínico de ese progreso madurativo.
Los empeños terapéuticos que utilizan como técnicas prin
cipales el apaciguamiento y la unificación deberían clasifi
carse como terapias no psic oanalíticas.6 No obstante, en el
caso de ciertos individuos el núcleo de la tarea terapéutica
es el apaciguamiento y la unificación, pero no puede obrarse
sobre ellos sin antes poner en marcha una disolución regre
siva de sus defensas mediante un proceso analític o. Son es
tos los pacientes fronterizos y psicóticos desc ritos por Win-
nic ott ( 19 5 4 ) , que han desmentido sus «selfs auténticos»
infantiles y han adoptadc n su vida un «falso self», seu-
domaduro. Sólo la exposición de la dolorosa experiencia
infantil del self en un prolongado empeño analítico logrará
modific ar el self auténtico. Como ha mostrado Winnic ott,
una vez que los pacientes de esta clase reconocen emocional
mente su desvalimiento infantil y todos sus concomitantes
psicológicos, por lo general se tornan incapaces de tolerar las
frustraciones propias de la técnica básica del psicoanálisis.
E n consecuencia, en estas fases posteriores del análisis puede
ser necesario introduc ir parámetros. A esta modificación de
la técnica W innic ott la denominó el suministro de un «am
biente sustentador» [ holding e n viron m e n t] . E n nuestra ter
minología, debe ofrec erse un apaciguamiento y unificación
apropiados. Modell ( 19 6 8 ) se ha hecho eco de la opinión de
Winnic ott en el sentido de perm itir que esos individuos uti
licen el tratam iento como fenómeno transicional (c f. tam
bién Goldberg, 19 6 7 ) .
Al pasar de la relac ión con objetos transicionales a la in
teracción con objetos íntegros tras la unificación de un self
cohesivo, se produce una concomitante restricción de la
grandiosidad infantil. Como resultado de ello la personali
dad ingresa en la era de la renuncia a las ilusiones. E ste
modo de organización psíquica (M odo I I I ) exige, como
princ ipal herram ienta terapéutic a frente a las dificultades
de la desilusión, el enfrentamiento con la realidad (c f. Bib-
ring, 19 5 4 ) . Más concretamente, las realidades que deben
enfrentarse son las que fueron desmentidas mediante ilusio
nes de motivac ión narcisista. P or ende, preferimos pensar
162
en la de silusión óp tim a como meta terapéutica de tales en
frentam ientos. E sta modalidad de tratamiento es partic ular
mente útil para tratar los problemas de la adolescencia.
Como alternativa, los individuos que aspiran a modificar
sus trastornos narcisistas crónicos de la personalidad, deri
vados de la fijación a este modo de organización, pueden,
una vez más, ser tratados mediante psicoanálisis. Los aportes
de Kohut ( 19 6 6 , 19 6 8 , 19 7 1, 19 7 2 ) y otros ( v. gr., Kern-
berg, 19 7 0 ) han hecho posible un enfoque analítico siste
mático y racional de estos problemas. Si bien los individuos
con trastornos narcisistas de la personalidad experimentan
en el curso del análisis repeticiones trasferenc iales de rela
ciones objétales del pasado, la principal batalla terapéutica
se libra en la liza del narcisismo, siendo la problemátic a cen
tral la del self grandioso y la idealización de las imagos
parentales. E l self grandioso, aunque es por lo general des
mentido y escindido, ejerce su influencia encubierta bajo
la forma de ambiciones inalcanzables y una consecuente ten
dencia a la vergüenza y a la mortificación fác il. La idealiza
ción suele presentarse en el análisis como una necesidad de
que el analista sea perfec to, o una ilusión de que lo es. A fin
de trasform ar el narcisismo arcaico o hacer que madure
hacia la autonomía secundaria (en nuestra term inología),
Kohut halló indispensable introduc ir una variante en su téc
nica analítica. P ropone que durante un largo período se
acepte sin interpretaciones la idealización que el paciente
hace del analista, quien en tal caso se le brinda como un
objeto nuevo, real, para perm itir el dominio de un defecto
evolutivo. Debe notarse que muchos de estos pacientes han
sufrido detenciones del desarrollo en esta etapa (F ase I I I ) ,
en tanto que muchos otros han pasado a etapas posteriores
mediante la desmentida y represión de estos problemas cen
trales de su vida. E n uno y otro caso, la desilusión sólo
puede instituirse muy gradualmente, mediante la interpre
tación de la auténtica necesidad de imagos parentales idea
lizadas. Si con tales interpretaciones puede anularse el pará
metro técnico, se originará una nueva formación estruc tural
y el narcisismo cederá dando paso al humor, el ingenio, la
empatia y la creatividad en grados variables.
Sólo las personas que han adquirido este dominio sobre su
narcisismo infantil, sea en el curso de su evolución normal
en la niñez o mediante una posterior intervención terapéu
tica, son capaces de organizar su vida mental de acuerdo con
el Modo I V. A este tipo de organización psíquica le es pro
piamente aplicable el modelo tripartito. A partir de allí la
técnica ideal de análisis es la básica, la interpretac ión. E sto
implica que el desarrollo yoico se haya producido de una
manera favorable, c onstituyendo lo que E issler ( 19 5 3 ) de
163
finió como el «yo intac to». T ambién hay que haber atrave
sado este punto nodal del desarrollo para poder form ar la
clase de alianza terapéutic a concebida por Z etzel.7
E l Modo I V, c orrespondiente a la neurosis infantil y sus
equivalentes en la vida adulta, los trastornos neuróticos del
carác ter, se caracteriza por el c onflic to intersistém ic o; así
pues, la meta principal del tratam iento es la resolución de
este c onflic to mediante la in te rp re tac ión . Y orke ( 19 6 5 ) ha
traduc ido a términos metapsicológicos los efectos de la inter
pretac ión: fortalec e el yo, mitiga la severidad del superyó,
perm ite la descarga de pequeñas cantidades de energía del
ello hasta entonces bloqueadas. E stas conceptualizaciones
muestran que aquí adquiere verdadero significado el lengua
je-construcción de la teoría estruc tural.
P ara el ámbito del func ionamiento adulto regular (Modo
V ) indicamos que el tratam iento como tal es innecesario,
señalando que la introspe c c ión basta para comprender la
psicopatología de la vida cotidiana, los sueños y los produc
tos de la creatividad (como los chistes, obras de arte, etc .).
E n estas condiciones es posible el autoanálisis.8
E stamos ahora en condiciones de ofrec er un esquema sinté
tico de las posibilidades racionales de tratamiento para toda
la gama de condiciones diagnósticas contenidas en nuestra
propuesta nosológica. Uno de nosotros ya intentó previa
mente diferenciar las psicoterapias aplicables a crisis evolu
tivas propias de determinada edad, de las psicoterapias que
tratan las secuelas de crisis del pasado mal, resueltas (Gedo,
19 6 4 ) . P uede considerarse a cada una de las fases en que se
divide el esquema del desarrollo como una crisis de esa ín
dole, en cuyo caso las intervenciones psicoterapéuticas apro
piadas para cada fase o crisis serían las siguientes:
F ase I Apaciguamiento
F ase II Unificación
F ase I I I Desilusión óptima
F ase I V Interpretac ión
164
den tratarse mediante psicoterapia no analítica. P or lo co
mún, tales regresiones implican funcionar en un modo más
arcaico, pero no entrañan un repliegue de toda la estruc tu
ra psíquica a una organización general más simple, corres
pondiente a una fase anterior del desarrollo. E n el modelo
jerárquic o estas regresiones funcionales pueden indicarse
como un descenso en la dimensión vertic al, señalando así
que los comportamientos que pasan a predominar permane
cen dentro de la organización de fase alcanzada por el in
dividuo en su etapa más avanzada de desarrollo, pero co
rresponden a uno de los más arcaicos modos posibles de
esa fase. La modalidad psic oterapéutic a apropiada en tales
casos dependerá, una vez más, del modo al cual haya regre
sado el sujeto: apaciguamiento para el Modo I, unificación
para el Modo I I , desilusión óptima para el Modo I I I e in
terpretac ión para el Modo I V. E l éxito terapéutic o estará
dado entonces por el avance al m odo inmediato superior,
más que por la reorganización en una fase superior. E s
esta la princ ipal distinc ión entre las crisis regresivas agudas
y las crisis del desarrollo, en términos de los fines que per
sigue el tratam iento en uno y otro caso.
Un ejemplo de terapia exitosa para una regresión sería el
apaciguamiento de un psicótico sobrestim ulado: organizada
la persona de acuerdo con la F ase I I , el progreso estaría
dado por el pasaje del Modo I al Modo I I . Un individuo
que habitualmente tiene un funcionamiento adulto regular
(Modo V ) pero ha recaído, en forma tem poraria, en con
ductas explicables por conflictos intersistémicos (Modo I V)
puede volver al modo superior mediante interpretaciones
adecuadas. T al vez sea este el mecanismo que actúa en lo
que F . Deutsch ( 19 4 9 ) llamó «análisis sec torial», así como
en lo que se denomina, con menos rigor, «psicoterapias de
orientac ión analític a».
H emos dedicado amplio espacio a la teoría de la acción tera
péutica en las terapias no analíticas para destacar, como con
clusión, que es en verdad posible una intervenc ión terapéu
tica exitosa en pacientes con una organización psíquica re
lativam ente arcaica. Señalamos que el éxito de tales empe
ños depende fundam entalmente del uso de modalidades de
tratam iento distintas del psicoanálisis propiamente dicho,
vale decir, de técnicas diferentes de la interpretac ión. Si la
meta del tratam iento es alcanzar el nivel de func ionamiento
regular en los adultos (carac terístic o del Modo V ) , antes
es preciso dominar las tareas evolutivas de fases anteriores
de organización psíquica. Como estas dific ultades son en la
mayoría de los casos desmentidas y/ o reprimidas durante la
posterior maduración, con frecuencia esos problemas tem
pranos sólo se tornan accesibles a la influencia terapéutic a
165
mediante la disoluc ión de tales defensas y la toma de con
ciencia de los aspectos arcaicos. E stos cambios únicamente
pueden producirse mediante los métodos psicoanalíticos.
Sin embargo, el análisis de dichos pacientes casi siempre
exige el uso de parám etros. H emos definido los parámetros
necesarios para los problemas propios de los Modos I, II
y I I I : son ellos el apaciguamiento, la unificación y la des
ilusión óptima, respectivamente. (Véase también E issler,
19 5 8 . ) u
N o tas
166
5 Según dijimos en el capítulo 5, en esta etapa el self y el objeto
aún no están funcionalmente separados, aun cuando cada uno de
ellos esté unificado en una sola entidad. Este estado de cosas pue
de representarse recurriendo al expediente tipográfico del guión:
«objeto-self» (cf. Kohut, 1971).
6 Se hallará una clasificación más completa de las terapias psico
lógicas en Gedo (1964).
7 La definición de Zetzel (1965) sobre los casos en que está in
dicado el análisis parece muy estrecha, hasta que uno recuerda que
lo que esta autora examina es el empleo de la técnica básica.
Nosotros preferiríamos incluir dentro de los límites del psicoaná
lisis propiamente dicho una técnica paramétrica bien definida, 'o
cual exige a la vez tener una visión más amplia de los casos en
que está indicado el análisis.
8 Afirmar que no es necesario tratamiento no implica afirmar que
el individuo en cuestión no se beneficiaría con el psicoanálisis,
que es capaz de corregir problemas latentes pertenecientes a cual
quier modo de la jerarquía. De manera similar, las conclusiones
científicas del psicoanálisis aplicado acerca de los productos crea
tivos del hombre deben ser confirmadas por el estudio de los artí
fices de esas creaciones mediante el propio método psicoanalítico.
9 En la reseña anterior hemos omitido deliberadamente considerar
las numerosas formas de tratamiento en que el terapeuta evita con
acierto abordar los problemas nucleares de la psicopatología. Al
gunas de estas cuestiones se examinan en Gedo (1964).
12. Conclusiones y consecuencias
para la teoría psic oanalítica
168
puramente verbal de las generalizaciones clínicas que ellos
representan. P or ende, estas herramientas teóricas no pue
den considerarse «c orrec tas» o «inc orrec tas». Una teoría
explic ativa, en cambio, tendría que ser sometida precisa
mente a tales tests de verdad.
Creemos haber demostrado que en este ámbito de la teoría
el problema de la relevancia ha sido difíc il y apremiante.
Conclusiones derivadas de un conjunto partic ular de obser
vaciones, formuladas como teorías clínicas, condujeron a
abstracciones metapsicológicas que ciertos autores reaplica
ron a un conjunto distinto de datos de observac ión, sin de
tenerse a examinar la pertinenc ia de tales construcciones en
ese nuevo ámbito. E sta falacia se denomina, en lógica, ge
neralización — el tratam iento de universos separados de da
tos, que comparten ciertas carac terísticas, como si c onstitu
yeran un mismo universo— 2
Siem pre existe la tentación de c onferir a los conceptos y
principios un carác ter más universal del que pueden o deben
tener. E sto priva al concepto en cuestión de su significado,
a menudo elevándolo a un plano filosófic o en que el estudio
c ientífic o ya no tiene cabida. P or c ontraste, nuestro prin
cipal empeño en este estudio ha sido delim itar fases y modos
distintos de func ionamiento mental, para los cuales deter
minados modelos de la mente pueden servir como los ins
trumentos conceptuales más idóneos. N uestra suposición de
que cada modelo fue útil para ordenar un conjunto diferente
de datos clínicos pero era inaplicable a otros se sometió a
prueba aplicando a la misma casuística los diversos modelos.
Creemos que la suposición pasó la prueba. A nuestro enten
der, el hecho de que un modelo tenga poco valor para es
tudiar fenómenos diferentes de aquellos cuya investigación
dio origen a ese modelo no quiere dec ir que deba prescin-
dirse de él.
Si bien resolvimos estudiar c iertos modelos explícitamente
propuestos por F reud o sugeridos de manera indirec ta por
sus hallazgos, tenemos conciencia de que otros modelos han
sido construidos o pueden serlo en el futuro. Uno de estos
es el prim ero que postuló F reud, el contenido en el «P ro
yecto de psicología» de 18 9 5 . T enemos la convicción, em
pero, de que también estos modelos demostrarán poseer un
grado limitado de relevancia. P or ello, proponemos que se
otorgue igual estatuto a todos los modelos psicoanalíticos
de la mente que son válidos. De igual manera, los «puntos de
vista» metapsicológicos, como mostrara Rapaport ( 19 6 0 ) ,
representan diferentes perspec tivas en el estudio del mismo
fenómeno. Nos desplazamos de uno a otro punto de vista
en lo que podría considerarse un «plano horizontal», sin
tener en cuenta una jerarquía de importancia.
169
E n otros c ontextos se presenta dicha jerarquía; lo ilustra
el hecho de que los modelos de la mente se encuentran, en
general, en un plano inferior de abstracción que los puntos
de vista metapsicológicos. T ambién Gilí ( 19 6 3 ) ha situado
estos puntos de vista en la cúspide del sistema conceptual
del psicoanálisis. De ello se infiere que cada modelo de la
mente debe ser subsumido en todos los puntos de vista me
tapsicológicos. Será útil ver en detalle cómo cumple el mo
delo jerárquic o con este requisito.
Dado que el modelo jerárquic o pone el acento en la adqui
sición de las diversas estructuras psíquicas en el curso de la
epigénesis, es fundam entalmente un modelo estructural-ge-
nético. E l punto de vista económico está representado en él
por la indicación de las posibilidades de sobrestimulación
continua. Los puntos de vista dinámico y adaptativo, por
el pasaje de cada func ión de la esfera de conflic tos a la de
la autonomía secundaria. Análogam ente puede indic arse la
adquisición de las funciones autónomas primarias.
T al vez con un ejemplo pueda aclararse la distinción entre
un punto de vista metapsicológico y un modelo de la mente.
E lijamos a tal fin el concepto de «tópic a». H emos visto que
el modelo tópic o esbozado por F reud en 19 0 0 conserva su
utilidad para ordenar una c ierta clase limitada de observac io
nes clínicas; la «teoría tópic a», como marco de referenc ia
universal para clasificar el comportam iento humano, ha mos
trado ser inadecuada (F reud, 1923¿> ; Arlo w y B renner,
19 6 4 ) . E n su intento de sistematización de los conceptos tó
picos, Gilí ( 19 6 3 ) llegó a la conclusión de que, como punto
de vista metapsicológico, el tópico no es imprescindible, no
obstante lo cual los conceptos tópicos son signific ativos en
un nivel inferior de la jerarquía conceptual. N uestra de
fensa del modelo tópic o armoniza con la posición de Gilí:
aunque lo hemos empleado para aclarar una gama limitada
de fenómenos, no hemos estimado necesario utilizar los con
ceptos tópicos en otras circunstancias. Así pues, en nuestro
trabajo no se lo inc luye entre los puntos de vista metapsi
cológicos.
P or lo tanto, nuestra principal conclusión atañe a la nece
sidad de contar con distintas teorías para distintos conjun
tos de datos empíricos. Como complemento, agregamos que
ninguna teoría basta por sí sola para ordenar ni siquiera un
único c onjunto de observaciones clínicas. Schroedinger
( 19 4 3 ) ha llamado la atención sobre el error, común a todas
las ciencias, de intentar imponer a la naturaleza, que es a me
nudo discontinua, una continuidad conceptual. Aplicada a
los datos psicoanalíticos, su posición exige suponer que cada
personalidad humana presenta una variedad de conductas, y
que la mejor manera de comprenderlas es utilizar una varie
170
dad de perspectivas o modelos. Aunque en nuestro modelo
jerárquic o tratamos de trazar un mapa global del funciona
miento psíquico siguiendo las líneas del desarrollo, repetida
mente insistimos en que esto debe ser teóricam ente concebi
do en términos de un conjunto infinito de variables po
tenciales. L a necesidad de introduc ir combinaciones siempre
novedosas de variables en el modelo cuando se abordan
nuevos datos mantiene fiel nuestra propuesta a la concep
ción de Schroedinger.
M ostrar que cada modelo existente de la psique tiene rele
vancia para un conjunto diferente de situaciones clínicas ha
sido la más sencilla de las tareas que nos hemos propuesto
en esta monografía. Mucho más difíc il es probar que la
discontinuidad que hemos demostrado refleja una serie de
transiciones significativas en la manera de organización del
func ionamiento mental. E n tal sentido hemos caracterizado
dentro de una secuencia de desarrollo cinco fases, cada una
de ellas más compleja que la anterior. T ratamos de mos
trar la dependencia mutua de varias de esas líneas de desa
rrollo para su avance regular hacia la madurez. E n un nú
mero signific ativo de casos, señalamos que el progreso hacia
una posición funcional más madura en una línea evolutiva
depende del logro de c ierto grado de maduración en una o
más de las restantes líneas evolutivas incluidas en el esque
ma. P or lo común, esa maduración debe desembocar en la
autonomía secundaria, de modo tal que las situaciones de
stre ss previsibles de la próxima fase no la hagan retornar
a niveles más arcaicos. Las líneas de desarrollo estudiadas
en esta monografía experim entan más o menos concomitan-
temente su transic ión de posiciones funcionales anteriores a
las posteriores; a estos momentos de avance evolutivo con
comitante los hemos denominado «puntos nodales» de la
diferenciación psíquica. Resta dem ostrar que otras funciones
tienen también su transic ión madurativa en esos mismos
puntos nodales.
N uestra exposición no procuró dem ostrar la importancia de
los puntos nodales específicos que hemos marcado; esto
sólo podría lograrse demostrando que las cinco fases des
critas son significativas, respecto de la diferenciación fun
cional, para subdividir cualquier otra línea evolutiva que se
considere. Dicha tarea sobrepasa los alcances de la presente
obra y exige amplios esfuerzos de investigación. P or el mo
mento, sólo podemos rec lamar admisibilidad para nuestra
concepción de una serie de discontinuidades regulares en el
desarrollo psíquico. E n otras palabras, concebimos la cre
ciente complejidad de la vida mental, con sus transiciones de
una a otra fase, como una secuencia de cambios de naturale
za c ualitativa, en la cual la psique va adquiriendo progresi
171
vamente la capacidad de funcionar en un número creciente
de modos, ordenados de manera jerárquic a.
E ntre la amplia gama de líneas de desarrollo concebible»
hemos resuelto examinar el número mínimo necesario para
suministrarnos criterios diferenciadores, con vistas a un es
quema nosológico simple pero comprehensivo. H emos esta
blec ido esta nosología de modo tal que las diferencias en tu*
sus categorías posea máxima signific atividad psicoanalítica
L os seis conjuntos de comportamientos que escogimos para
esta clasificación son los trastornos del desarrollo, los esta
dos traumátic os, las psicosis, los trastornos narcisistas de la
personalidad, los trastornos neuróticos del carác ter y el fun
cionamiento regular adulto. Una clasificación más refinada
exigiría añadir ulteriores líneas de desarrollo para diferen
ciar entre sí diversas categorías.
Como ejemplo de ulteriores distinciones nosológicas signifi
cativas podemos c itar la necesidad de diferenc iar, por un
lado, las psicosis depresivas de las paranoides, y, por el otro,
los trastornos de carác ter obsesivos de los histéric os. A fin
de lograr esto, un requisito mínimo sería inc luir en el es
quema la línea de desarrollo de la agresión. Así pues, cada
refinam iento nosológico dará origen a un mapa evolutivo
general de mayor complejidad. E s muy probable que con tal
propósito sea preciso subdividir en unidades menores los
modos y fases del esquema jerárquic o. E mpero, quisiéramos
recalcar que tal perfecc ionamiento del modelo no alteraría
los princ ipios en los que descansa su construcción. Son estos
princ ipios los que, a nuestro juic io, constituyen el aporte
importante de esta monografía: entendemos que los porme
nores que discernimos no son definitivos ni inmutables.
Como últim a consecuencia general de este trabajo, desearía
mos llam ar la atención sobre la importancia de describir la
maduración dentro de modelos, y en especial indicar la per
sistencia de aspectos prim itivos del func ionamiento mental
o las vicisitudes que pueden estos sufrir. T ratamos de satis
fac er esta condición empleando el concepto de «maduración
vertic al», el cual abarca la posibilidad de que ciertos aspec
tos prim itivos de la psique persistan incólumes en la adultez
como parte del funcionamiento regular, manifestándose en
conductas sintomáticas ocasionales o en actividades creado
ras. Con él puede categorizarse, asimismo, el tipo de madu
ración que entraña cambios en la pulsión parcial o en la
meta u objeto de la pulsión, así como diversos grados de
predominio o inhibición de los aspectos prim itivos de dicha
línea de desarrollo. E ste princ ipio se aplica al análisis de una
amplia variedad de func iones, desde las pulsiones mismas
pasando por las defensas, las situaciones de peligro, el exa
men de realidad, y otras. L os cambios de func ión logrados
172
mediante la maduración vertic al requieren concepciones más
elaboradas de la salud o la normalidad, en armonía con la
propuesta de H artmann ( 19 3 9 ) de añadir la adaptación a la
nómina de puntos de vista metapsicológicos.
Concluiremos nuestra exposición form ulando una conse
cuencia del enfoque jerárquic o que posee, en potencia, la
capacidad de ordenar una vasta extensión de datos empí
ricos. E sta inferencia implica correlac ionar con el esquema
evolutivo los princ ipios reguladores del func ionamiento psí
quico. N o repasaremos aquí los enunciados de F reud acerca
de estos últim os, pues ya han sido bien examinados recien
tem ente en la magnífica monografía de Schur ( 19 6 6 ) .
E n el c apítulo 6 indicamos que la conducta regida prim or
dialmente por el principio de realidad se torna típica cuando
el desarrollo alcanza el nivel designado como F ase I V. E n
consonancia con lo dicho sobre otras func iones, repitamos
una vez más que las funciones típicas de fases más arcaicas
persisten, como modos potenc iales, aun después de lograda
esta posición más madura como posición «típic a». Antes
de que se establezca el predominio del principio de realidad
como regulador típic o de la conducta, en la F ase I I I , el
principio de plac er es el típico.
Y a en 19 2 0 F reud había demostrado que la división de la
vida psíquica según esta dicotomía simple de princ ipios re
guladores es insufic iente para carac terizar todos los com por
tamientos. A su definic ión de los princ ipios de plac er y de
realidad dada en 19 11 le agregó otra esfera de la vida men
tal que estaba «más allá del principio de plac er», afirm ando
que la fuerza organizadora de estas conductas arcaicas era
la «compulsión de repetic ión». T rató de explicar estos fe
nómenos mal conocidos, que a menudo parecen amenazar la
adaptación y hasta la vida misma, sobre bases pulsionales,
concibiendo para ello su nueva teoría de las pulsiones de
vida y de muerte. E n el presente estadio de la evolución
psicoanalítica, quizá sea posible ofrec er categorizaciones de
estos comportamientos en un nivel de abstracción más pró
ximo a la relevancia clínica.
Los modos de func ionamiento que F reud conceptualizó en
términos de la compulsión de repetición reflejan las condi
ciones de la organización psíquica típicas de las F ases I y
I I . Concordamos con el fundado argumento de Schur en
cuanto a que las conductas más prim itivas se basan en la
necesidad de evitar el displacer. E s lógico entonces pensar
que las conductas de la F ase I están reguladas por un «prin
cipio de displac er», como propone Schur. E ste principio
c onstituye el regulador del equilibrio de la economía psíqui
ca durante toda la vida, y es carac terístico del Modo I en
todas las fases.
173
E n la F ase I I , en cambio, la compulsión de repetición debe
entenderse de otra manera. Los problemas decisivos que
son típicos del Modo II entrañan la necesidad madurativa
de unific ar los núcleos dispares del self en un todo cohesivo.
E n cualquier fase, cuando privan estos problemas del Mo
do I I , se producen conductas repetitivas que apuntan a res
taurar un sentido de cohesión del self, por costosos que sean
tales intentos en otros sentidos.
M odo V
Prin cip io
de creació n
M odo IV M odo IV
Prin cip io Prin cip io P rin cip io Prin cip io P rin cip io
de d i sp l ac er de d i sp l ac er de d i sp l a c e r de d i sp l ac er de d i sp l ac er
174
V pió de displac er; a este le suceden el principio de definición
del self en el Modo I I , el principio de placer en el Modo I I I ,
el principio de realidad en el Modo I V y el principio de
creación en el Modo V.
E studios futuros intentarán perfec cionar aún más la concep-
tualización del funcionamiento psíquico como sistema je
rárquico.
N o tas
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<*1
B ibliotec a de psic ología
Obras en preparación
A ída A i senson K ogan, El yo y el sí-mismo
W i ll y B aranger y col aboradores, Aportaciones al concepto de ob|ri.i
en psicoanálisis
Peter Bl os, La transición adolescente
I vatt Boszormenyi -Nagy y G eral di ne M . Spark , Lealtades invisible*
Eugéni e L emoi ne-L ucci oni , La partición de las mujeres
D avi d M al davsky, El complejo de Edipo positivo y sus trasformneionr.
A ugustas Y . N api er y Cari A . W hi tak er, El crisol de la familia
V ami k D. V ol k an, Relaciones de objeto primitivas interiorizada»
Obras completas de Sigmund F reud
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(Vlena de la primera solapa,)
nesto empeño de esto» científico* ñor com
prender y aplicar el psicoanálisis Imcasaha,
eran acusados de «resistencia».
Rapaport señaló ya en 1991 que no existía
ningún modelo de la mente totalmente satis
fac torio; esto es c ierto aún hoy. F.n la etapa
actual, es forzoso acudir a distintas teorías
para otros tantos conjuntos de datos: habría
varios caminos concurrentes, válidos todos
ellos, para organizarlos. Gedo y Goldberg
llaman a esto el «princ ipio de la complemen-
tariedad teóric a». Demuestran que cada uno
de los modelos existentes tiene relevancia
para diferentes situaciones clínicas, y postu
lan un modelo jerárquic o de cinco fases de
desarrollo, de complejidad creciente. E l pro
greso hacia una posición funcional más ma
dura depende del logro de la autonomía se
cundaria en una o más de las restantes líneas
evolutivas, de modo que las situaciones de
stre ss propias de una fase no hagan retornar
al individuo a niveles más arcaicos.