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La metapsicología ha sido definida como una I

serie de conceptos abstractos que se encuen­


tra entre la teoría clínica construida inducti­
¡
vamente y los supuestos filosóficos en que
descansa toda la ciencia. Más que su verdad
o validez, im porta su utilidad y su c oheren­
cia interna. Si los nuevos hallazgos em píri­
cos no encuentran cabida dentro de la meta-
psicología vigente, debe revisársela.
E n el curso de su vida, F reud desarrolló una
serie de conceptualizaciones del funciona­
miento psíquico y creó diversos «m odelos de
la mente», pasando de uno a otro cada vez
que los esquemas previos no lograban expli­
car los nuevos datos observados en el aná­
lisis. La prim itiva concepción del «arc o re­
flejo» que privaba en sus escritos iniciales ( y
que aplicó luego en su análisis del «H om bre
de los L obos») fue sucedida — pero no su­
plantada— por el modelo tópico de L a in te r­
pre tac ión de los sueños y por el modelo es­
truc tural o tripartito de E l yo y e l e llo. Al
proponer estos nuevos modelos, no era su in­
tención dejar de lado los antiguos; más bien
presumía correctamente que para cada con­
junto de datos hay un particular marco de
referencia que los explica con mayor c lari­
dad. A medida que aumentaba su compren­
sión de la actividad anímica, F reud revisó
sus teorías, abandonando algunas ( y volvien­
do a otras) , pero nunca anunció expresamen­
te una modificación radical en sus modelos
o especificó sus nuevas hipótesis. E l resulta­
do fue el desorden; en sus obras, «lo antiguo
y abandonado se mezcla con lo nuevo, que
en ciertos lugares está sólo im plíc ito», dice
Grinker.
E sto hizo que en los últimos tiempos arre­
ciaran las críticas de los estudiosos dentro y
fuera del campo del psicoanálisis. E n espe­
cial, el empeño de los científicos de la con­
ducta por entenderlo se veía frustrado de­
bido a esa incoherencia: la estructura interna
de la totalidad era difíc il de captar, no se
veía el motivo de la falta de hipótesis espe
cíficas o de datos empíricos (que F reud dejó
de ofrec er a partir de 19 2 0 ) . Cuando el ho-
( Conti núa en l a segunda sol apa.)
M o d el o s d e l a mente

Jo h n G e d o y A r n o l d G o l d b e r g

Am orrortu editores
Unenos Aires
Direc tor de la biblioteca de psicología, Jorge Colapinto
M od e ls of th e M ind. A Psyc b oan alytic T h e ory, John E .
Gedo y Arnold Goldberg
© T he U niversity of Chicago, 19 7 3
T raducción, L eandro W olfson

Unica edición en castellano autorizada por T he U n ive rsity


of C hicag o, Chicago, y debidamente protegida en todos los
países. Queda hecho el depósito que previene la ley n°
11. 7 2 3 . © T odos los derechos de la edición castellana re­
servados por Am orrortu editores S. A., Icalma 2 0 0 1, B ue­
nos Aires.

L a reproduc ción total o parcial de este libro en form a idén­


tica o modificada por cualquier medio mecánico o elec tró­
nico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema
de almacenamiento y recuperación de informac ión, no au­
torizada por los editores, viola derechos reservados. Cual­
quier utilizac ión debe ser previam ente solicitada.

Industria argentina. Made in Argentina.

ISB N 84-6 10 -4 0 5 8 -9

Impreso en los T alleres Gráfic os Didot S. A., Icalma 2 0 0 1,


Buenos Aires, en oc tubre de 19 8 0 .

T irada de esta edición: 3 .0 0 0 ejemplares.


Indice general

1 Advertenc ia del traduc tor


3 Palabras prelim inares, Roy R. G rin k e r
7 Reconocimientos

9 P rim e ra p a rte . I n t ro d u c c ió n y re vis ió n


h is tó ric a

11 1. E l problema: la actual teoría clínica en psicoaná­


lisis
28 2. L a teoría clínica de F reud en 19 0 0 : el modelo
tópico
38 3. La teoría clínica de F reud en 19 2 3 : el modelo tri­
partito
51 4. Conceptualización freudiana de la psique no estruc ­
turada: el modelo del arco reflejo
58 5. Sobre el fragmento no form ulado de la teoría psi-
coanalítica: la incipiente psicología del self

75 Se g u n d a p a rte . E l m o d e lo je rá rq u ic o

77 6. L íneas de desarrollo en interac ción


103 7. Jerarquía de las modalidades de funcionamiento
psíquico
112 8. Demostración del uso clínico del modelo jerár­
quico
12 5 9. Aplicaciones del modelo jerárquic o
135 10. O tras aplicaciones del modelo jerárquic o

15 1 T e rc e ra p a rte . C o n c lu s io n e s y c o n sec uenc ia s

153 11. Una nosología psicoanalítica y sus consecuencias


terapéuticas
16 8 12 . Conclusiones y consecuencias para la teoría psi­
coanalítica

17 6 B ibliografía
.

. t •

......... .v
Advertenc ia del traduc tor

La traducción de este libro de Gedo y Goldberg fue simul­


tánea a la preparación, por parte de Am orrortu editores,
de una nueva versión castellana de las Ob ras c om ple tas de
Sigmund F reud, en la que me tocó partic ipar como traduc ­
tor de las notas y comentarios de James Strac hey. E n esa
nueva versión de las obras de F reud se adoptaron algunas
modificaciones terminológicas respecto del vocabulario psi-
coanalítico en uso en los países de habla hispana. Aquí he
querido atenerme a esas modificaciones. Algunos de los cam­
bios más im portantes son los siguientes:

T r aducción T raducc ión T é rm ino


an te rior actual ing lés

recusación, rene­ desmentida d isavowal


gación
condena, repudio desestimación re pud iation
prueba de reali­ examen de reali­ re ality-te stin g
dad dad
carga, catexia investidura c athe xis
escena primaria escena primordial p rim al scene
disolución del sepultamiento del d issolu tion ( re so-
complejo de complejo de lu tio n ) of the
E dipo E dipo Oe dipus com-
p le x

Consideración especial merece el término alemán « T rie b »,


anteriorm ente traduc ido al castellano como «instinto» y pa­
ra el cual ahora se propone «pulsión» (siguiendo en esto
la terminología franc esa). T ambién en inglés, como señala
Grinker en las «P alabras prelim inares» (pág. 4 ) , en la
actualidad se tiende a remplazar « in stin c t» por «d rive »;
empero, en el presente libro ambas formas aparecen usadas
indistintamente. H emos traducido «pulsión» en todos los
casos en que se hacía clara referencia al concepto freudiano
expresado por «T rie b ».

1
■l .

. 1
Palabras prelim inares
Roy R. Grinker

Considero un honor que se me haya invitado a escribir


unas palabras prelim inares para esta obra erudita y defini­
tiva, sobre todo porque hace mucho tiempo que se preci­
saba una conceptualización sistemática de la teoría psico-
analítica. Sigmund F reud creó, por sí solo, las teorías y mé­
todos básicos del psicoanálisis durante un período de cua­
tro décadas. A lo largo de su vida, a medida que aumen­
taba su comprensión de la actividad mental, abandonó mu­
chas de sus teorías, revisó y volvió a otras; pero en ningún
momento expresó públicamente su rechazo de conceptos pre­
vios, anunció un cambio en las teorías o modelos, o espe­
cific ó sus hipótesis. «L o antiguo y abandonado se mezcla
con lo nuevo, que en ciertos lugares está sólo im plíc ito»
( Grinker, 19 6 8 ) . E l resultado de esto fue el caos. Se es­
cribieron inc ontables artículos sobre teorías parciales y su
aplicación, con permanente confusión semántica.
Los seguidores de F reud en los institutos de formación psi-
coanalítica por lo general enseñaron el desarrollo históric o
de las teorías, no la manera en que estas se integraban en­
tre sí. De tal modo, menoscabaron su utilidad y perpetua­
ron el llamado psicoanálisis clásico, cuya fragmentación no
podía ocultarse con citas de F reud ni el uso de un vocabu­
lario sumamente especializado.
Como consecuencia, en las dos últimas décadas arreciaron
las críticas de los estudiosos de dentro y fuera del campo
del psicoanálisis. E stas crític as fueron repudiadas, atribu­
yendo «resistenc ia» y falta de comprensión a los científicos
de la conducta, cuyos serios empeños por entender el psi­
coanálisis eran frustrados debido a la propia incoherencia
que ellos critic aban. E stos científicos no podían captar la
estruc tura interna de esa totalidad o su relación con paráme­
tros externos, ni entendían la falta de hipótesis específicas y
de datos empíric os, que F reud dejó de ofrec er a partir de
19 2 0 . A la acusación de «resistenc ia» c ontestaron refirién­
dose a la autodesignación del psicoanálisis como un «m ovi­
m iento» o como «nuestra cienc ia», con lo cual quedaban
excluidos de él los científicos de la conducta, que deseaban
honestamente c omprenderlo y emplearlo.
L legan ahora los autores de esta monografía tratando de

3
sintetizar las partes componentes de la teoría psicoanalítica
mediante la teoría general de los sistemas. Sin emplear esta
última expresión, Anna F reud proc uró integrar entre sí las
teorías del desarrollo desde la niñez hasta la adolescencia.
Que esta es una difíc il empresa, lo adm ití ya en mi propia
tentativa de 19 6 9 , que comenzaba así: «Aquí nos centra­
remos espec íficamente en una comparación entre la meta-
psicología freudiana y la teoría general de los sistemas, en
cuanto a su manera de conceptualizar el simbolismo. Sin
embargo, como ambas son abstracc iones teóricas generales
que abarcan una gama de subteorías ubicadas a variable dis­
tancia de los datos empíric os, es preciso hacer ciertas elec­
ciones. A tal fin yo he elegido, y no en form a arbitraria,
la relación que mantienen la teoría tópica psicoanalítica y la
teoría transaccional con el simbolismo. N o es, por c ierto,
la única comparación posible, pero es la m ás se n c illa» (Grin-
ker, 19 6 9 ) .
E sta dific ultad, que los autores acometen valientem ente, se
complica por el hecho de que las teorías originales de F reud
constituían un sistema abierto — ya que el concepto de arco
reflejo implicaba transacciones psíquicas y ambientales— ,
que repentinam ente se c erró al surgir la teoría de la pul­
sión de m uerte. Sólo mucho después, con el desarrollo de
la teoría estruc tural ( la denominada «teoría tripa rtita ») , la
teoría de la autonomía y la inclusión del punto de vista
adaptativo, la metapsicología psicoanalítica se c onvirtió en
un sistema abierto. E sto tuvo inmensa importanc ia para lo
que yo he llamado «psiquiatría de sistema abierto» (Grin-
ker, 19 6 6 ) .
E ntre otros problemas que los autores han resuelto en par­
te se encuentra el derivado del uso de dos términos poco
felices. Uno de ellos es «instinto» [ «in s tin c í» ] , que debe­
ría ser remplazado por el menos reduc cionista «pulsión»
[ « d rive » ] . O tro es «m etapsicología». E sta «palabra-c omo­
dín», que abarca sin integrarlas las teorías dinámica, eco­
nómica, genética, estruc tural y adaptativa, presenta un falso
desafío que los autores psicoanalíticos se sintieron obliga­
dos a enfrentar, y un falso sentimiento de certidumbre cuan­
do se lo enfrenta. Como bien indican los autores, ni la
más supraordinada teoría ha incluido un proceso de c ontrol
o regulación, que no es una vaga metapsicología sino el
sistema del self ( Grinker, 19 5 7 ) .
E n cualquier intento de usar una teoría sistémica general
hay que definir sus componentes. Diez de ellos se enume­
ran en la introducc ión a la obra T oward a U n ifie d T h e ory
of H um an B e h avior, de la que fui com pilador ( 19 6 7 ) . E n
el epílogo de esa obra, Jurgen Ruesch advierte lo siguiente:
«E l producto de cualquier modelo debe ser codificado me­

4
diante términos que puedan verific arse con los sucesos ori­
ginales en cuestión o con otros modelos c ientífic os. Si los
resultados coinciden, la predic ción o reconstruc ción de su­
cesos se torna posible. Si no coinciden, hay que repetir todo
el procedim iento modific ándolo». E n su análisis, Gedo y
Goldberg se hacen eco de estas palabras.
E n los capítulos 2 a 6, los autores recapitulan el desarrollo
de la teoría psicoanalítica desde los puntos de vista del arco
reflejo, el tópic o, el tripartito o estruc tural y el adaptativo,
y señalan que la teoría del self es todavía un borroso hori­
zonte hacia el cual avanzamos. E videntemente, no todos los
detalles de la teoría psicoanalítica se acomodan a su reseña,
pero utilizan los elementos esenciales y dejan de lado los res­
tantes. E stos capítulos primeros son interesantes porque con­
sideran la propia evolución de F reud partiendo de un abor­
daje sistémico. Se torna notorio que, como sucede en toda
la naturaleza, las continuidades no son reales sino que cons­
tituyen el intento de los seres humanos por im poner al uni­
verso una certidumbre que no existe en nuestro mundo real
de discontinuidades.
E sto implica que no hay un solo modelo de la mente: son
muchos los que tienen cabida. P ero para cada uno de ellos
es menester que se especifique cuál es la posición del ob­
servador, cuáles los instrumentos que utiliza, y qué es lo
que observa. ¿D e qué manera, entonces, se conectan estos
modelos? H emos oído hablar mucho de conceptos y len­
guajes «puentes», y esperamos pasivam ente su llegada co­
mo la del Mesías. Los autores adoptaron un modelo evo­
lutivo de cinco fases en transic ión, cuyo valor heurístico
deberá dem ostrarse. E sto los fuerza casi automáticamente a
postular un sistema jerárquic o, acerca del cual ofrecen cier­
tas argumentaciones científicas (c apítulo 7 ) .
E n los capítulos 8 a 10 , los autores escogen los historiales
clínicos del «H om bre de las Ratas», el «H om bre de los L o­
bos» y el caso Schreber, presentados por F reud, para rein­
terpretarlos de acuerdo con el modelo por ellos propuesto;
y a mi juicio lo hacen con éxito.
L e sigue un c apítulo sobre nosología y conclusiones referi­
das al tratam iento. N uestra nosología actual no especifica
el tipo de problema terapéutic o, sino que indica en qué
punto de la serie evolutiva ha quedado detenido el paciente
o adónde ha regresado al enfrentar conflic tos insolubles o
stre ss exterior. Aquí los autores se basan en un c riterio de
continuidad entre la salud y la enfermedad que, según creo,
es necesario, dado que en la maduración no existen saltos
bruscos. Las consecuencias extraídas respecto del tratam ien­
to dependerán de la fase de desarrollo y del conjunto de
comportam ientos. No hay un tratamiento único para todos

5
los enfermos mentales, y muchas afecciones exigen métodos
no analíticos. Muchos analistas tendrán que adm itir final­
mente la necesidad de utilizar «el apaciguamiento, la uni­
ficación, la desilusión óptima y la interpretac ión» allí donde
resultan apropiados — al menos como guía para el comienzo
de la terapia— .
E l últim o c apítulo tiene implicaciones teóricas, por cuanto en
él los modelos se aplican según un esquema de maduración
vertic al. E sto reviste importanc ia para el c ientífic o de la
conducta, que puede inc orporar su investigación extrapsi-
coanalítica en un punto cualquiera (m odelo o etapa de ma­
durez) utilizando sus propios conceptos, hipótesis, instru­
mentos y c riterios de validez. Se internará así en un ámbito
de problemas bien definido, no en una jungla amorfa, y
podrá hacer observaciones sistemáticas de fenómenos bien
determinados. Su posición podrá definirse y sus observa­
ciones estar focalizadas. De esta manera, el psicoanálisis co­
mo sistema abierto pasa a form ar parte, al fin, del sistema
científico total.
E n 19 5 7 escribí lo siguiente: «E s imperioso que el psicoaná­
lisis se c onvierta en un sistema abierto, que tenga mayor
comercio a través de sus fronteras. La evolución progresiva
no se produce en el aislamiento, sino sólo mediante la se­
paración parcial ( espec ializac ión) tendiente a concentrar el
patrimonio genético (form ac ión de conceptos) y, mediante
transacciones con otros grupos, a agregar nuevos símbolos-
genes ( com unic ación) para ponerlos a prueba en la selección
natural (m étodo c ientífic o). E ste será, espero, el curso fu­
turo del psicoanálisis» ( Grinker, 19 5 8 ) . Los autores han
hecho un notable aporte en esta dirección.
Y hay algo más en lo que debemos estarles agradecidos. N o
sólo indican con claridad las partes que componen sus mo­
delos-sistemas, sino además cómo están controlados, regu­
lados y organizados en torno de ciertos «princ ipios», según
se los denomina. E sta idea, absolutamente imprescindible,
está a menudo ausente en la teoría de los sistemas.
P or últim o, aconsejo al lec tor que antes de sumergirse en
el libro dé un rápido vistazo a cada uno de sus capítulos y
examine las figuras 1 a 10 . E llo le perm itirá comprender
mejor lo que considero una exposición brillante, erudita y
necesaria de un tema sumamente difíc il.

6
Rec onoc imientos

H ace algunos años, en una reunión inform al, uno de los


autores pidió al extinto R obert Waelder que hablara sobre
los avances más im portantes del psicoanálisis en los úl­
timos treinta años y pico. Su respuesta podría haber servi­
do como titular de un periódico: «¿E s que hubo acaso algún
avanc e?».
E ste libro es un intento de expresar la convicción de que
la teoría clínica del psicoanálisis ha experimentado un avan­
ce signific ativo desde la muerte de F reud, como lo tuvo en
vida de él. P ara que esta convicción, después de muchos
ensayos y errores, pudiera ser expuesta de esta manera a
los lectores, recibimos una inestimable ayuda, proveniente
de muchos ámbitos.
E l doc tor Roy R. Grinker, direc tor del Instituto P siquiá­
tric o y Psicosomático del H ospital Michael Reese y profesor
de psiquiatría en la F ac ultad P ritzker de Medicina de la U ni­
versidad de Chicago, así como el doctor Melvin Sabshin, pro­
fesor y presidente del departamento de psiquiatría de la F a­
cultad de Medicina Abraham L incoln de la U niversidad de
Illinois, nos perm itieron a tal fin hacer uso del tiempo que
dedicamos a esas instituciones.
N o sólo de pan vive el hombre, ni siquiera el hombre de
ciencia. E nc ontramos un apoyo indispensable para nuestra
iniciativa en nuestro ex profesor de teoría psicoanalítica en
el Instituto de Psicoanálisis de Chicago, el doctor H einz
Kohut, quien además de alentarnos a poner en práctica nues­
tro proyecto nos sugirió cuál debía ser el eje en torno del
cual convenía que girase nuestro estudio.
Cada uno de estos hombres leyó varios borradores del libro,
ofreciéndonos sus valiosas, esenciales crític as. Y como una
ayuda similar nos brindaron amablemente un gran número
de colegas y amigos, al fin nos alarmamos, puesto que así
habíamos agotado un im portante sector de nuestro público
potencial. E s a todas luces imposible nom brar a cada uno
de los que merecen nuestro aprecio por la invalorable tarea
de servirnos como auditorio de estreno. N o obstante, la ge­
nerosidad de algunos nos obliga a una mención especial. Las
«P alabras prelim inares» del doc tor Grinker darán a nues­
tros lectores una idea del vasto aliento que recibimos de

7
él. E l doc tor M. R obert Gardner, de Cambridge, nos ofre­
ció el más vigoroso testimonio acerca de la utilidad clínica
de nuestro enfoque. F inalmente, debemos expresar nuestra
partic ular deuda con la última de nuestras lectoras, la doc­
tora E stelle Shane, de Los Angeles, cuyas cuantiosas suge­
rencias c ontribuyeron en grado notable a que nuestra com­
plicada materia se hiciera más legible.
N unca se ponen más de m anifiesto las dific ultades de un
trabajo en colaboración que en la coyuntura a que ahora he­
mos llegado: cuando cada uno de nosotros tendría que ex­
presar sus sentimientos individuales hacia aquellas personas
que le proveyeron del sustento emocional para intentar esta
obra creadora. T al vez podamos eludir el dilema confiando,
una vez más, en la capacidad de estas queridas personas para
comprender lo que significaron para nosotros, sin que lo
digamos.

8
Primera parte. Introduc ción
y revisión histórica
1. E l problem a: la actual teoría
clínica en psicoanálisis

Las teorías científicas se crean con el objeto de reunir lo


aprendido, de dar coherencia a los descubrimientos c ientí­
ficos. Como tales, nunca puede considerárselas versiones
definitivas de la verdad: su validez es a lo sumo aproximada.
Ciertas teorías clasifican los datos procedentes de la obser­
vación o los ordenan en categorías a fin de hacer predic ­
ciones o de explic ar las lagunas existentes en la información.
E n c ontraste con ellas, las teorías «hipotétic o-deduc tivas»
dan un salto en la imaginación más allá de los datos obser­
vables, para postular cuál es su causa. E n este libro no nos
ocuparemos de las teorías concernientes a las causas de los
fenómenos, sino que nos dedicaremos enteram ente a aque­
llas que sirven para c ate g orizar los datos clínicos recogidos
mediante el método psicoanalítico.
Una teoría es útil sólo en la medida en que brinda la más
fruc tífera explicación de las observac iones, y debe desechár­
sela o modific ársela cuando cesa de c umplir dicha función.
Si bien la teoría psicoanalítica se form uló como marco ex­
plicativo del material clínico reunido durante el proceso
analítico, su pronta adecuación a nuevos descubrimientos
ha originado dific ultades. Un notorio ejemplo de este desfa-
saje es la conceptualización del funcionamiento mental en
su totalidad, como observó Rapaport en 19 5 1, al afirm ar
que ninguno de los modelos psicoanalíticos de la mente
desc ribe en forma satisfac toria todos los aspectos func iona­
les representados por los datos psicoanalíticos.
Uno de los métodos corrientes para comunicar un concepto
es la construcción de modelos. Un modelo es una construc­
ción ad hoc destinada a fac ilitar la comprensión de proposi­
ciones teóricas abstractas y complejas mediante el uso de
analogías figurativas y verbales más fác ilm ente comprehen-
sibles. Suzanne L anger ha dicho de los modelos lo siguiente:

«U n modelo ilustra siempre un princ ipio de construcción


o de operac ión; es una proyec ción simbólica de su objeto,
que no necesariamente debe asemejarse en su apariencia a
este, pero que debe perm itir equiparar los fac tores pre­
sentes en el modelo con los respectivos fac tores del objeto
de acuerdo con c ierta convención. E sta convención rige la
selec tividad del modelo; el modelo es igualmente válido pa­
ra todos los ítems pertenecientes a la clase seleccionada, hasta
el lím ite de su exactitud, o sea, hasta el lím ite de la sim­
plificación form al impuesta por la traduc ción simbólica»
( 19 6 2 , pág. 5 9 ) .

Los modelos de la mente son una form a especial de cons­


trucción teórica de tradic ional importanc ia en la teoría psi-
coanalítica. E llos han sido utilizados como esquemas explica­
tivos de los datos analític os. Los más frec uentem ente em­
pleados son los que logran representar una apreciación ac­
tual del func ionam iento psíquico, tal como se lo observa en
el encuadre del psicoanálisis, en una gama relativam ente
amplia de estados clínicos. Y pese a su importancia, como
señalaba Rapaport, no existe aún ningún modelo de la men­
te totalm ente satisfac torio.
E n el curso de sus escritos, F reud desarrolló una serie de
conceptualizaciones del func ionam iento psíquico y c reó, por
ende, diversos modelos de la mente. O sea, pasó de una
teoría y el empleo del c orrespondiente modelo, a otra teoría
y su modelo cada vez que los conceptos previos no lograban
explicar los nuevos datos observados. Sin embargo, el pasaje
de un conjunto de conceptos a otro no significa necesaria­
mente que el segundo su p lan tó al prim ero. Creemos que
cuando F reud proponía nuevos conceptos no tenía la inten­
ción de dejar de lado los antiguos; más bien, presumía correc ­
tamente que es posible comprender con mayor claridad cierto
c onjunto de datos utilizando un partic ular marco de referen­
cia o modelo de la mente, mientras que otro c onjunto de
datos demanda una nueva serie de conceptos para su eluc i­
dación. A este principio, según el cual hay varios caminos con­
currentes y válidos para la organización de los datos de la
observac ión, lo llamamos el principio de la «complementarie-
dad teóric a». E ste principio opera en tanto y en cuanto no
surjan contradicciones internas entre las diversas partes de la
teoría. E xige, empero, definir rigurosamente el ámbito apro­
piado para el uso de cada una de esas partes. Un ejemplo to­
mado de otro campo puede aclarar la aplicación general de
este princ ipio: ni una teoría que conceptualice la luz como
ondas, ni una que la conceptualice como una sucesión de pe­
queñas partículas en movimiento, hará justicia a todos los fe­
nómenos observables. P or el momento, una teoría completa
de la luz debe rec urrir a ambas hipótesis. Con el progreso del
saber tal vez se llegue a una hipótesis unitaria bajo la cual
puedan subsumirse, como casos especiales, todas las teorías
anteriores sobre la luz.
H ace ya mucho tiempo que los psicoanalistas están fam iliari­
zados con el concepto de las variables múltiples en los fenó-

12
menos psíquicos, aunque no siempre se haya puesto sufic iente
énfasis en él. E l princ ipio de la sobredeterminación, en par­
ticular tal como se lo aplica a la interpretac ión de los sueños
y a los síntomas neurótic os, es un exc elente ejemplo de la
insistencia analític a en que no existe una sola respuesta fren­
te a un interrogante psicológico. Desde que W aelder expu­
siera en 19 3 6 el principio del funcionam iento m últiple del
aparato psíquico, se admite que el «camino final» que adop­
ta la conducta es una solución de compromiso que está al
servicio de muchos amos o instancias psíquicas. No es po­
sible aislar un único m otivo o un fac tor de máxima im por­
tancia. T rabajando dentro del marco del modelo tripartito
de la mente que prevalecía entonces, W aelder dem ostró que
todos los fenómenos psíquicos están simultáneamente al ser­
vic io del yo, el ello, el superyó y la adaptación a la realidad,
así como al servicio de las complejas interrelaciones que es­
tas instancias mantienen entre sí. Introdujo así la idea de
las Ínte r relac ione s m últiples. E stas últimas deben distinguir­
se, no obstante, de las variab le s m últiples, tal como las im­
plicaba el mencionado princ ipio de sobredeterminación. Una
variable es un agregado o cambio singular introducido en un
conjunto de fac tores que c onstituyen un sistema, mientras
que las interrelaciones describen los efectos recíprocos de
las variables.
Si no se toma en cuenta este concepto de las variables múl­
tiples, se puede caer en una u otra form a de reduccicnismo
teórico. Aunque en el examen de fenómenos complejos
puede ser c onveniente centrarse en unidades más simples pa­
ra fac ilitar la comprensión o la comunicación, es erróneo
suponer que el concepto simplificado es idéntico o equiva­
lente al concepto complejo. E n otras palabras, jamás podre­
mos «reduc ir» lo indomeñable a aquello que se deja mani­
pular. Uno de los infortunados resultados de estos esfuerzos
por lograr claridad es la tendencia a desestimar las sutilezas
de la organización psíquica.
Además de esta necesidad de examinar los fenómenos psico­
lógicos en términos de variables m últiples en interac ción,
hay otro problema que debe tenerse en cuenta, y es que si
los datos son observados desde distintos puntos de vista, se
recogerán también datos diferentes. E sto es algo bien cono­
cido para los psicoanalistas. E n el encuadre clínico, los di­
versos aspectos simultáneos de la trasferencia muestran que
la situación analític a actual, así como la actitud del analis­
ta-observador, influyen en la índole del m aterial que surge
en la sesión o en la forma en que el analista lo experimenta.
Para subrayar el aspecto experiencial, se c onvendrá en que
comunicaciones idénticas son experimentadas de distinta
manera por el analista en las primeras fases defensivas de

13
la trasferencia y en el punto culminante de una neurosis
de trasferencia. P odría sostenerse que el material difiere, en
verdad, en elementos afectivos apenas perc eptibles, pero esto
no es sino reconocer que hemos logrado comprender mejor
de qué manera la cambiante perspec tiva del observador mo­
difica al objeto de estudio.
E xisten, pues, dos cuestiones que deben considerarse en
cuanto a la formación de la teoría: la de las variables m últi­
ples en acción y la de las perspec tivas m últiples. E n la prác­
tica clínica, el analista habitualmente maneja estas cuestio­
nes mediante sutiles movimientos intuitivos que lo llevan a
concentrarse ora en uno, ora en otro aspecto del material
que le ofrec e el paciente, a medida que examina diversas ca­
tegorías o configuraciones de la informac ión y rec orre la
gama de las experiencias del self. P ero estas mismas cues­
tiones no han sido manejadas con igual soltura en el desarro­
llo de las teorías clínicas del psicoanálisis o en su meta-
psicología. E n este caso puede ser de utilidad un «enfoque
sistémico».
La teoría general de los sistemas es el estudio de una orga­
nización y sus partes en interacc ión; su tesis básica es que las
interrelaciones complejas, sea cual fuere su contenido, se
rigen por reglas y procesos similares (c f. Von B ertalanffy,
19 6 8 ) . Y a sea que estudiemos a las plantas, los animales o
los seres humanos, reglas y pautas comunes gobiernan el es­
tudio de estos complejos fenómenos. E l examen de tales
reglas y procesos permite captar la organización de los sub­
sistemas en totalidades mayores, que a veces se disponen de
acuerdo con un orden jerárquic o.1 E l partic ular valor de es­
te enfoque consiste en que es «abierto»: aspectos antes deja­
dos de lado pueden incorporarse a la jerarquía en un mo­
mento posterior, encontrando su articulación adecuada en
los subsistemas existentes.
Dijimos que la teoría de los sistemas consiste en la c odifi­
cación de las reglas y pautas comunes carac terísticas de las
interrelaciones de cualquier serie de fenómenos complejos.
Un ejemplo de una regla tal es el principio de equifinalidad:
en c ierto conjunto complejo de interac ciones, puede obte­
nerse un resultado final a partir de condiciones iniciales muy
diferentes y rec orriendo caminos muy distintos. E n la prác ­
tica analítica, este principio opera en lo tocante al problema
de la interpretación correcta. Sabemos que diferentes inter­
pretaciones pueden ser todas igualmente «c orrec tas», en el
sentido de que conducen a resultados similares.
La aplicación más eficaz de los princ ipios de la teoría de los
sistemas al psicoanálisis está dada por el uso que ha hecho
Anna F reud del concepto de líneas de desarrollo ( 19 6 5 ) .
E ste concepto organiza los datos psicoanalíticos de una ma-

14
ucra singular, que difiere de las modalidades previas de con-
ceptualización psicoanalítica (c f. L ustman, 19 6 7 ) . Las lí­
neas de desarrollo representan secuencias coexistentes de
conducta más que cortes trasversales del funcionamiento psí­
quico en un momento dado. La obra de Anna F reud nos
sirve de base para dem ostrar que distintas conductas pue­
den ser observadas desde diferentes perspectivas, que puede
comprendérselas utilizando una variedad de teorías clínicas
o modelos de la mente, y que estos conceptos pueden organi­
zarse de acuerdo con un ordenam iento jerárquic o general.
Anna F reud dem ostró que es posible rastrear en la historia
de una persona muchas áreas de funcionamiento o líneas de
crec imiento; algunas de las más im portantes líneas de des­
arrollo trazadas, como la de las relaciones objétales, incluyen
las fases libidinales, los mecanismos de defensa y las diversas
pautas adaptativas. Con este novedoso método puede exa­
minarse cualquier zona de la personalidad del individuo en
la que se dé una interac ción entre la maduración, la adapta­
ción y la estructuración. Anna F reud observa que en el es­
tado normal hay una correspondencia en cuanto al progreso
global a lo largo de las diversas líneas de desarrollo, mien­
tras que un desequilibrio en tal sentido indica un problema
evolutivo o psicopatológico. L a evaluación correc ta de la
personalidad exige tom ar en cuenta todas las líneas de desa­
rrollo pertinentes y sus complicadas interacciones en una
configuración total. E s, pues, indispensable establec er c rite­
rios acerca de cuáles son las líneas de desarrollo relevantes
para la identificac ión de las diversas entidades psicopato-
lógicas.
E n psicología, la obra de Jean Piaget en el área de los estu­
dios cognitivos representa la aplicación más eficaz de la teo­
ría de los sistemas. Piaget bosquejó y examinó en detalle
las etapas de desarrollo cognitivo que pueden ser a su vez
divididas en subetapas y que, en su organización total, cons­
tituyen un sistema epigenético. Piaget aclara que tal secuen­
cia de desarrollo conduce a sistemas de autorregulac ión y
los implica. Su empleo del concepto de «asimilac ión» — la
integración de nuevas estructuras dentro de las existentes
sin que se quiebre la continuidad del func ionamiento— es
importante para el psicoanálisis. La formación de nuevas es­
tructuras es puesta en marcha por la necesidad de adaptarse
a nuevas situaciones. Confiamos en dem ostrar que el con­
cepto de esquemas epigenéticos (vale decir, la interacción
del organismo con el medio en una secuencia de fases espe­
cífic as) es la más útil concepción teórica acerca del desarro­
llo del funcionam iento mental humano.
Pasemos ahora al segundo requisito de una teoría no reduc­
cionista, la capacidad de dar cuenta de las variaciones de

15
perspec tiva. L os métodos de recolección de datos utilizados
para la construcción de teorías en psicoanálisis son, funda­
mentalmente, observaciones efectuadas dentro del trata­
miento psicoanalítico y, en menor grado, la observación
directa de niños. E stos datos se organizan luego mediante
diversas construcciones o modelos, cuyo nivel de abstracción
es progresivam ente mayor y que recorren toda la gama que
va desde los límites con la biología a los enunciados filosó­
ficos de la epistemología. E sta variedad de herram ientas teó­
ricas es perfectam ente adecuada, ya que dentro de un siste­
ma total puede haber diversos niveles de funcionamiento,
regidos por distintas leyes. E s, asimismo, perfec tamente
apropiado utilizar varios modelos de funcionamiento psíqui­
co, ordenados mediante un esquema jacksoniano de jerar­
quías (c f. Rapaport, 19 5 0 , 19 5 1) .
E l diccionario define una jerarquía como un sistema de ni­
veles según el cual se organiza algo. Piaget afirma que en
toda diferenciación de una organización se produce un orden
jerárquic o. La «form a» más general que aparece en una
jerarquía es la inclusión de una parte o subestructura dentro
de una totalidad o estruc tura total. Según la descripción del
organismo que hace B ertalanffy, hay dentro de este muchas
clases de jerarquía. P ara nuestros fines, designaremos con
la palabra «jerarquía» las conexiones de diversos subsiste­
mas en una organización global con distintos niveles de re­
gulación. Que haya niveles dentro de la jerarquía no im­
plica que uno de ellos tenga mayor importanc ia que otro; lo
que interesa es la captación, por parte del observador, de las
relaciones entre los subsistemas. L a serie «célula gástrica-es-
tómago-aparato digestivo» constituye un orden jerárquic o;
aunque el estómago no es sino un subsistema del aparato di­
gestivo, no puede decirse que tenga más o menos im por­
tancia que la célula gástrica.
De este concepto de jerarquía se desprende que no todos los
modelos utilizados para una c orrec ta organización y ordena­
miento de los datos tienen necesariamente la misma im por­
tancia. Los modelos pueden representar conceptos de distin­
to nivel de abstracción, pero no debe interpret* rse erró­
neamente este hecho emitiendo juicios de valor acerca de
las conductas a las que pueden aplicarse los modelos. Un
modelo es una herram ienta, y ninguna herram ienta es «m e­
jor» que ninguna otra, aunque para llevar a cabo una tarea
en especial ciertas herramientas son más útiles que otras.
P or ejemplo, si se ordenan los datos clínicos en un nivel
próximo a la observac ión (en un enunciado tal como «los
neuróticos obsesivos-compulsivos se debaten con el c ontrol
del afec to») se obtendrá algo distinto que si se los concep-
tualiza sobre una base más abstracta ( «los neuróticos ob­


scsivos-compulsivos se debaten con un superyó rig uroso»).
Ambas formulaciones son igualmente útiles; ninguna de ellas
es mejor que la otra, y cada una debe utilizarse en distintas
circunstancias, según las necesidades de la organización de
los datos clínicos.
Análogamente, todos los modelos de la mente tienen igual
importancia, pero como se aplican a distintos niveles dentro
de la jerarquía, no tienen todos ellos la misma utilidad en la
comprensión de un problema determinado. P or consiguien­
te, los diversos modelos analíticos deben también ordenarse
en una jerarquía, y establec er la función que le corresponde
a cada cual en la explicación de los diversos subsistemas o
modalidades de la vida psíquica. Un tal ordenamiento jerár­
quico de modelos paralelo a la jerarquía de modalidades de
func ionamiento psíquico constituiría un modelo supraordi-
nado de la mente, que puede luego ser empleado total o
parcialmente, de manera flexible, según lo exija la situación.
Por desgracia, no es fác il tener presente dicha complejidad
y existe siempre la fuerte tentación de abandonar la rica
multiplicidad de puntos de vista en favor de algún modelo
unitario más simple. P or supuesto, no es ilegítimo ordenar
los fenómenos en su totalidad mediante un modelo deter­
minado, pero con ello quizá se restrinja indebidamente la
apreciación de las múltiples perspectivas desde las cuales
pueden contem plarse los datos.
Waelder ( 19 6 2 ) ha establecido un orden jerárquic o de las
proposiciones de la teoría psicoanalítica diferenciando, en el
nivel superior de abstracc ión, las proposiciones metapsico-
lógicas, y en los niveles inferiores, las interpretac iones, ge­
neralizaciones y teorías clínicas en que se organizan las ob­
servaciones. La metapsicología consiste en conceptos expli­
cativos ad hoc no induc tivos, que, a su vez, también difieren
en cuanto a su nivel de abstracción. Los de más alto nivel
dentro de la jerarquía son los llamados «puntos de vista»
metapsicológicos. Rapaport y Gilí ( 19 5 9 ) enumeraron los
cinco puntos de vista siguientes: dinámico, económico, ge­
nético, estruc tural y adaptativo. Muchos consideran que
estos son los supuestos básicos de la teoría psicoanalítica.
De acuerdo con tal concepción, todas las demás proposicio­
nes pueden y deben ser vistas simultáneamente desde estas
múltiples perspec tivas. P or consiguiente, toda teoría psico­
analítica del funcionam iento mental debería inc orporar ca­
da uno de estos puntos de vista.
Los modelos de la mente son convenciones sumarias que
representan la teoría clínica del psicoanálisis y sus principios
de organización pueden atenerse a algunos de los puntos de
vista metapsicológicos o a todos ellos. Así, un modelo puede
m ostrar la interacción de fuerzas dinámicas, o representar

17
las estruc turas, o ambas cosas, etc. A fin de representar una
teoría partic ular pueden crearse varios modelos diferentes.
P ara ciertos lectores, las representac iones gráficas (las «tra ­
ducciones simbólicas» de Suzanne L anger) no son más cla­
ras que los enunciados verbales de la teoría que apuntan a
desc ribir; esta reacción no hace sino m ostrar que los mode­
los de la mente son meros expedientes, útiles para algunos
pero no para todos. L o fundam ental es la teoría a cuyo
servic io están. Con el objeto de mantener esta diferenc ia­
ción entre modelos y teorías, distinguiremos siempre el
«modelo tripartito», por ejemplo, de la «teoría estruc tu­
ral» a la que corresponde.
E n los últim os tiempos se ha intentado conciliar los diversos
modelos de uso c orriente en la teoría psicoanalítica (c f.
Gilí, 19 6 3 ; Arlo w y B renner, 19 6 4 ; Sandler y Joffe, 19 6 9 ) .
E n nuestra opinión, tales intentos derivan del supuesto de
que en la actualidad es posible c onstruir un único modelo
que represente la totalidad de la vida psíquica. E mpero,
debe advertirse que ninguna de las funciones que se desa­
rrollan de manera autónoma o que adquieren autonomía
con posterioridad ha encontrado representación en ningún
modelo basado en las teorías clínicas del psicoanálisis, todas
las cuales fueron creadas con el objeto de explicar los con­
flic tos mentales. Sostener que ciertas funciones autónomas,
como la percepción o la cognición, están implícitas en los
modelos carece de todo justific ativo; no sería más legítimo
sostener que tales esquemas implican un aparato digestivo
intacto. Si se introdujera en la teoría clínica el problema de
la digestión, o de la percepción, o de la cognición, deberían
revisarse los modelos a efectos de m ostrar explícitamente
tales funciones.
H ay algo que es quizá más decisivo aún que la desestima­
ción de las funciones autónomas en todos los modelos vi­
gentes: nos referim os a la omisión en ellos del punto de vista
genético, pese a la importancia que este tiene en las teorías
clínicas que están destinados a representar. T al vez no sea
posible crear un único modelo que describa en form a ade­
cuada todos los aspectos cruciales de la vida psíquica, y sea
más fac tible c onstruir modelos basados en el princ ipio de
que, para el estudio de cada una de las diversas fases de la
historia del individuo, puede haber un modelo diferente,
más útil y teóricam ente válido que los demás. Cada uno de
estos modelos representaría sólo aquellos aspectos de la vida
mental que tienen máxima importanc ia para esa fase del
desarrollo. Si estos modelos incompletos y aún imperfectos
se ordenasen en una secuencia que reflejara la sucesión de
fases evolutivas que ellos describen en sus atributos funcio­
nales primordiales, dicho esquema cronológico perm itiría

18
c \poner del modo más c onveniente el desarrollo gradual de
hi vida mental. Desde luego que sería una enorme falacia
ai poner que son los modelos sucesivos del esquema los que
. desarrollan o cambian, desde los primeros hasta los últi­
mos, o que la últim a fase ya estaba presente, como An lag e n ,
rn todas las otras.
N osotros postulamos el concepto de desarrollo epigenético
por oposición al concepto alternativo de preform ac ión. La
epigénesis concibe la formac ión de la estruc tura como re-
ilitado de sucesivas transacciones entre el organismo y su
ambiente. Se entiende que el resultado de cada fase depende
de los resultados de las anteriores. Cada nueva fase integra
entre sí a las anteriores y posee un nuevo nivel de organiza-
c ion y regulación. P or ende, un modelo que quiera describir
esta nueva organización tendrá que basarse en principios
enteramente distintos de representac ión que los que resul­
taban óptimos para los niveles de organización inferiores.
I lartmann y L oewenstein ( 19 6 2 ) han señalado que la bio­
logía actual desc artó la noción de que la forma adulta del
organismo está ya preform ada desde sus más tempranos co­
mienzos, y han mostrado cuán tenazmente se aferró la teoría
psicoanalítica al concepto de preformac ión. Sin embargo,
I rikson ( 19 5 8 ) ha propuesto un esquema epigenético ex­
plícito, tratando de salvar con él la brecha entre la psicolo­
gía individual y la psicología social. P or c ontraste, nuestro
trabajo se c entrará exclusivamente en la psicología del mun­
do intrapsíquic o, derivada de datos psicoanalíticos.
Ouisiéramos subrayar la importanc ia de la concepción epige-
nética mediante un ejemplo concreto, el de la formac ión del
superyó. E l modelo tripartito, propuesto por F reud en E l
yo y e l e llo ( 19 2 3 b ) para ilustrar la teoría estruc tural, es el
que con mayor frecuencia se presenta como el modelo de la
mente que debería rem plazar a todos los demás. E ste mode­
lo sirve para explic ar una amplia gama de observaciones psi-
coanalíticas en términos de conflictos entre las instancias
que él postula. Una de estas instancias, la de la moralidad in­
teriorizada, es el superyó. Dado que el modelo tripartito
presume la existencia del superyó como unidad func ional de
la mente, es una herramienta óptima para estudiar ciertos
tipos de psicopatología, a saber, los trastornos resultantes
de diversas resoluciones fallidas de la fase edípica, ya que el
superyó se forma como consecuencia del sepultamiento a del
complejo de E dipo. E l modelo tripartito resulta inadecuado
para examinar el funcionam iento mental de personas en las
que esta experiencia evolutiva aún no ha tenido lugar ( niños
muy pequeños o ciertos individuos de desarrollo atípic o).
E l superyó plenamente formado no deriva de un predecesor
más elemental, sino que es una instancia psíquica entera-

19
mente nueva. P or c ierto, sus funciones reguladoras son cum­
plidas de otra manera antes de su formación. T anto las bi­
cicletas como los autom óviles y los aviPnes son medios de
trasporte, pero las bicicletas no se c onvierten en autos ni
a estos les crecen alas para volar. P or el c ontrario, los pre­
cursores de los modernos aeroplanos no fueron medios de
trasporte terrestres, sino juguetes como las cometas y globos
de los niños.
H artmann y L oewenstein ( 19 6 2 ) han expresado esta misma
idea con respecto al superyó:

«Con frecuencia se ha dicho que los determinantes genéti­


cos del superyó son sus precursores, o estadios previos, o
primordios. Nada tienen de objetables estas distinciones ter­
minológicas siempre y cuando se tengan en cuenta las dife­
rencias entre función y génesis [ . . . ] y se vean tales fac ­
tores sólo como los determinantes genéticos del sistema su-
peryoic o y no como una parte de él. [ . . . ] E s muy probable
que haya un lazo genético que lleve de lo que F erenczi de­
nomina “ moralidad del esfínter” al superyó posterior; pero
en este c ontexto la palabra “ m oralidad” es equívoc a, porque
soslaya la diferencia a la que estamos refiriéndonos. . . »
(pág. 14 6 ) . 2

Pensamos que incluso la expresión «prec ursor del superyó»


puede hacer recaer en la errónea noción de que esta estruc ­
tura se genera a partir de instancias autorreguladoras pre­
vias, inferiores y menos eficientes. La propiedad esencial del
funcionamiento del superyó, la de la autorregulac ión interna
(en especial con respecto a las cuestiones morales) simple­
mente está ausente antes de form arse esta nueva instancia
psíquica, en el momento del sepultamiento del complejo de
E dipo. L a adquisición de la genuina moralidad viene pre­
cedida por una conducta adaptada que se basa en el tem or a
las consecuencias exteriores, como el castigo o la pérdida
de amor. E n estadios más tempranos aún, la conducta puede
ser regulada a través de las identificaciones prim itivas. Las
estructuras mentales sobre las que se basa este tipo de con­
ductas (p. ej., los recuerdos de la figura externa del padre,
con sus admoniciones y prohibic iones, para el niño de dos
años) deben ser representadas mediante un modelo algo di­
ferente al de las tres instancias psíquicas.
E n todo modelo de la mente, las etapas sucesivas de desa­
rrollo se representan artific ialm ente como discontinuidades.
E n la vida real, no existe discontinuidad en la función, y los
estadios evolutivos se suceden de modo tal de perm itir la
asimilación de nuevas estruc turas. P or ejemplo, siempre hay
en acción funciones reguladoras; esto está im plícito en el

20
•t «inepto de líneas de desarrollo. Dentro de una línea de-
!■ i minada, en distintas fases, la función reguladora de la con-
•Im la es cumplida por unidades estructurales de la psique
que, en fases posteriores, pueden asumir funciones comple­
tamente distintas, y a su vez serán sucedidas en su tarea de
autorregulación por un nuevo c onjunto de estruc turas. Aun­
que a los fines de la comprensión psicoanalítica el punto de
i isla estruc tural es siempre esencial, el modelo tripartito es
<u verdad aplicable sólo dentro de una limitada extensión
de la línea de desarrollo.
I al definición de la gama de aplicación óptima de un modelo
o de la teoría de funcionam iento mental que él representa no
constituye una crítica a su utilidad. Sin embargo, los inten-
los llevados a cabo para utilizar la teoría estruc tural a fin
de aclarar fenómenos que quedan fuera de esa gama óptima
Imn demandado arduos e insatisfactorios esfuerzos. T ales in­
tentos hacen confiar excesivamente en la ausencia total o
parcial de estructuras más maduras, como el diagnóstico de
•dagunas del superyó». E n lugar de ello, sería más provecho-
•o centrarse en el funcionam iento de las estructuras realmen-
u existentes. Para seguir con el mismo ejemplo, ello impli­
caría aclarar la forma en que se regula en la práctica la
conducta del delinc uente. P or c ierto, este concepto se hace
extensivo a toda aplicación errónea de la teoría a los datos;
véanse las dific ultades que nos trae explicar ciertos proble­
mas, como la reacción terapéutic a negativa, en términos de
la teoría y del modelo tópicos, que sólo utilizan los con­
ceptos de sistemas inc onciente y prec onciente, y no incluyen
al superyó.

Para ilustrar los princ ipios de un esquema epigenético (que


examinaremos más detenidamente en el c apítulo 6 ) , quisié­
ramos ofrec er un diagrama de una de las im portantes líneas
de desarrollo de la personalidad, la de las clásicas «situac io­
nes de peligro» (c f. Strac hey, 19 5 3 - 7 4 , vol. 2 0 , pág. 8 1) .
E stas son las situaciones típicas que generan angustia o te­
mor en las fases sucesivas del desarrollo. E l hecho de que
una situación de peligro sea típica de una fase determinada
no implica que sea la única pertinente en ella; tampoco des­
aparecen las situaciones de peligro cuando dejan de ser tí­
picas, sino que persisten a lo largo de todo el ciclo vital.
E l peligro típico más temprano es la sobrestimulación trau­
mática. L uego, a partir del desarrollo de la capacidad de
discernir a un objeto confiable, pasa a ser la posibilidad de
la pérdida de este objeto gratificador de las necesidades.
Poco a poco, este tem or se refina y se c onvierte en el temor
a la pérdida del amor del objeto. Sigue luego una época fun­

21
cional en la que el peligro típico es la castración. T ras el
establecimiento del superyó, viene el peligro del c onflic to
intersistémico entre el yo y el superyó, vale decir, la an­
gustia moral. La última etapa, posterior a la consolidación de
la barrera de la represión, es aquella en la que el peligro
típico está dado por las amenazas externas realistas.
E sta línea de desarrollo puede representarse mediante un
gráfico de barras.

F igura 1. L íne a de d e sarrollo de las situac ione s de pe lig ro


típic as.

P u l si o n e s P érd i d a P érd i d a C a st r ac i ó n S u pery ó R eal i d ad


d e o b j eto d e am o r ex t er n a

F a s e s s u c e si v a s e n la l ín ea d e d esar r o l l o

De izquierda a derecha, el gráfico muestra, a lo largo del


eje de abscisas, el despliegue o progresión gradual de fun­
ciones psicológicas cada vez más complejas. Así pues, este
eje de las abscisas tiene dos significados simultáneos: por
un lado representa el paso del tiempo, por el otro muestra
las diversas posibilidades con que cuenta el individuo, res­
pecto de una func ión en especial, en un momento determ i­
nado. E n el eje de ordenadas se grafican los cambios de las
configuraciones psicológicas específicas que se inc orporan
en períodos sucesivos a la vida mental, mientras se va pro­
duciendo su maduración.'5 Utilizamos el término «m adura­
c ión» para designar la crec iente autonomía que adquiere
cada func ión psíquica con el c orrer del tiempo, o sea, su
relativa libertad para no caer en una regresión en momen­
tos de stre ss. E n este sentido, el concepto de maduración
concuerda con la idea habitual de que el crecimiento está
determinado por elementos constituc ionales dados. Al mis­
mo tiempo, restringimos su uso a los casos en que este cre­
cimiento lleva a la autonomía secundaria. H artmann ( 19 3 9 )

22
ha llamado a este proceso «cambio de func ión». Podemos
c itar como ejemplo la atenuación gradual del tem or a la
castración, que tal vez perm ita al individuo adquirir una
sensibilidad especial en cuanto a los efectos de su agresivi­
dad en los demás. L a capacidad de usar tal sensibilidad con
fines adaptativos o inc luso creativos puede llegar a ser «au­
tónom a», como un elemento positivo permanente del carác­
ter. E n este sentido, la maduración y la autonomía no im ­
plican un apartamiento de la personalidad profunda sino
sólo la preeminencia del dominio activo (cf. Kohut, 19 7 2 ) .
E n síntesis, el eje de ordenadas de nuestro diagrama puede
también admitir dos lec turas: indica el paso del tiempo y
el grado en que se dispone de una función para usarla de
manera autónoma.
Los diagramas así confeccionados perm iten representar, a
lo largo del eje de abscisas, cualquier desarrollo que se esco­
ja (etapas libidinales, relaciones objétales, e tc .) ,4 y, en el
eje de ordenadas, las vic isitudes que sufre en cuanto a ma­
duración el aspecto fundam ental característico de la línea
de desarrollo en cada una de las fases graficadas. Aunque
ciertas cuestiones son más decisivas en una determinada eta­
pa de la vida, nunca desaparecen por entero de la vida men­
tal; considerarlas en etapas posteriores como si hubieran
meramente persistido sin cambios m adurativos sería sacrifi­
car la verdad en aras de la simplicidad. E n cuanto al pro­
blema fundam ental, el de la elección de las líneas de desa­
rrollo que han de diagramarse, es preciso determ inar qué
cuestiones de la vida psíquica tienen mayor relevancia para
diferenc iar los diversos tipos de funcionamiento mental,
normal y patológico.
E l enfoque epigenético no es en modo alguno nuevo en psi­
coanálisis. F reud ( 19 0 5d ) construyó una teoría epigenética
de la libido, sin duda influido por el énfasis que había
puesto H ughlings Jackson en la progresión evolutiva gra­
dual de las estruc turas neurológicas y en la persistencia de
organizaciones anteriores dentro de las posteriores. F reud
destacó que aunque cada etapa de la libido era sucedida por
otra, persistía a lo largo de toda la vida. N o pensaba que los
retoños de pulsiones parciales infantiles indic aran necesaria­
mente fijaciones a los diversos niveles prim itivos de desarro­
llo, ni tampoco que la regresión a puntos de fijación fuera
una señal automática de patología.
La experienc ia clínica sugiere que también los diversos es­
tadios de la libido deben conceptualizarse considerando su
maduración. Cada componente de la libido (la oralidad, la
analidad, etc .) sigue a lo largo de la vida un decurso propio.
E s menester diferenc iar el desarrollo apropiado a lo largo de
un eje específico de maduración de las fijaciones patológicas.

23
H ay que aclarar que la oralidad de un deprimido con fijación
oral es muy distinta que la de un g ourm e t. N o basta aludir
a la maduración general del yo para distinguir la oralidad
prim itiva de la madura; con esa referencia, lo único que se
está diciendo es que la persona total es más madura. Se prec i­
san explicaciones detalladas de aquellos cambios que, en su
conjunto, componen el «desarrollo yoic o».
Podemos definir a la oralidad como una moción pulsional b
que experim enta cambios a partir de su estado prim itivo,
adoptando formas más maduras, «neutralizadas»; pasando
de las metas y objetos arcaicos a los que resultan más ade­
cuados en la vida posterior, y de una etapa de descarga no
integrada a una de síntesis cada vez más compleja dentro
de la totalidad de la personalidad.
E stas consideraciones se aplican a cualquier secuencia evolu­
tiva de funciones que examinemos: las relaciones objétales,
las situaciones de peligro, la regulación de la conducta, por
mencionar sólo algunas. E n el ordenam iento de los datos
psicoanalíticos por parte de F reud y sus sucesores, la epi­
génesis fue un tema rec urrente; el prim ero que lo tornó
explíc ito es F erenczi, quien acuñó la expresión «líneas de
desarrollo» ( 19 11, 19 13 ) para designar las etapas sucesivas
en la ontogenia de las func iones mentales. F ue Anna F reud
( 19 6 5 ) quien hizo el uso más amplio de este concepto, que
ahora debe ser aplicado a los problemas de la psicopatología
y a la teoría de la terapia.
Como ya hemos dicho, la epigénesis pone de manifiesto la
crec iente complejidad de la vida mental a medida que el or­
ganismo crece. La secuencia de niveles cada vez más altos
de organización, que dan por resultado nuevas modalidades
de autorregulación, no tiene solución de continuidad. Si bien
el desarrollo es dividido en etapas, esta división es arbitra­
ria y responde a propósitos didácticos; algunas de esas eta­
pas son más definidas que otras. E l empleo de una teoría
clínica, esquema o modelo aplicable a una sola de ellas suge­
riría una discontinuidad carente de base real. T rataremos de
dem ostrar que las diferentes teorías y sus modelos esclare­
cen los datos correspondientes a diversas fases evolutivas.
E l enfoque topográfico de F reud de 19 0 0 parece apropiado
para eluc idar los sueños «exitosos», los chistes, los actos
fallidos y ciertos síntomas neuróticos aislados. E l modelo
tripartito de E l yo y e l e llo ( 19 2 3 b ) explica m ejor los fenó­
menos provoc ados por conflic tos yoicos y supervoic os in­
concientes, siendo por lo tanto más útil para la comprensión
de los trastornos de carác ter, los sueños disfóricos y algunos
problemas superyoicos. Si se pretende explicar las psicosis,
los trastornos narcisistas de la personalidad y otras pertur­
baciones de la psique prim itiva mediante el uso de algunos

24
de estos modelos, debe ponerse el acento en las fallas de
la estruc tura o en su ausencia, refiriéndose, por ejemplo, a
la «debilidad del yo» o a la «carenc ia de la barrera de repre­
sión». La falta de una estructuración adecuada a la edad
constituye un hallazgo im portante, pero no explica el fun­
cionamiento real de la mente. Valga como analogía para el
empleo erróneo de estas teorías lo siguiente: ¿P uede dec ir­
s e que un bebé que gatea padece la falta de la capacidad de
caminar? E sta descripción no le cuadra al niño que gatea,
.um cuando sea cierto que este no alcanzó aún el nivel de
desarrollo muscular que exige la marcha. Si bien la marcha
e s un proceso subsiguiente al gateo, se trata en verdad de
actividades distintas.
H asta ahora no se ha propuesto ningún conjunto satisfac­
torio de conceptos para el estudio de la psique anterior a la
diferenciación yo-ello-superyó. Acerca de esta laguna en la
teoría analítica ha dicho Modell:

«Si hay un ámbito de la experiencia clínica que aguarda


una mejor conceptualización es el de las perturbaciones en
las relaciones objétales humanas. N ecesitamos un modelo
que conceptualice mejor la relación del yo [ del self] con el
ambiente y que abarque las alteraciones progresivas y regre­
sivas en las relaciones objétales» ( 19 6 8 , pág. 12 5 ) .

Los numerosos hallazgos psicoanalíticos acerca de la dife­


renciación del self con respecto a los objetos podrían servir
de base a modelos de esta índole. Sin embargo, estos datos
evolutivos suelen resultar poco claros cuando se los pre­
senta en la form a y en la terminología de la teoría estruc tu­
ral y del modelo tripartito. Una de las tareas que aborda­
remos en el presente estudio es proponer un método alter­
nativo de organización de tales datos (véase especialmente
el c apítulo 5 ) .
E l plan de esta obra podría trazarse así:

1. Desc ribir las principales teorías y modelos psicoanalíti­


cos signific ativos de la mente con el fin de definir sus rangos
de empleo óptimos.
2. Delinear otros conceptos implícitos en la teoría psicoana-
lítica aceptada y esenciales para el estudio de la psique pri­
mitiva.
3. E scoger y desc ribir las líneas de desarrollo necesarias pa­
ra form ular las distinc iones nosológicas claves en un sentido
psicoanalíticamente válido.
4. Correlacionar estas líneas de desarrollo dentro de un
modelo jerárquic o general, que describa el modo en que se
interrelacionan todos los subsistemas hasta ahora descritos.

25
5. Som eter el sistema en su conjunto a ciertas pruebas de
aplicabilidad clínica.
6. E sbozar ciertas consecuencias teóricas y clínicas que se
siguen del establecimiento de este modelo de funcionamien­
to mental.

A lo largo de esta monografía presentarem os datos clínicos


con el fin de ilustrar el análisis teóric o. No nos es posible
m ostrar el razonamiento induc tivo que condujo a la form ula­
ción de determinadas teorías psicoanalíticas sobre la base de
tales observaciones o de otras similares. T endremos que con­
tentarnos con la tarea más modesta de tratar de dem ostrar en
qué medida se esclarece el m aterial de un cierto historial
clínic o al organizarlo de acuerdo con la teoría en cuestión,
y en qué medida no puede ser conceptualizado signific ativa­
mente mediante dicha teoría. E sto equivaldrá a probar has­
ta qué punto fac ilitan cada teoría y su c orrespondiente mo­
delo la reducción y ordenam iento de los datos clínicos.
E l principal problema metodológico que plantea esta tarea
radica en la confiabilidad de las observaciones clínicas a que
habrá de rec urrirse para esta prueba.5 E ste problema reviste
máxima importanc ia respecto de los datos reunidos por el
investigador en su propia prác tica clínica. No está dentro de
nuestras posibilidades establec er los minuciosos recaudos
que deben tomarse para elim inar los efectos distorsionantes
de nuestras inclinaciones inconcientes. P rocuraremos eludir
este problema ocupándonos, en lo posible, de una serie de
observaciones muy conocidas y que son de dominio públi­
co: los datos clínicos publicados por Sigmund F reud. Unica­
mente complementaremos este c onjunto de datos con otros
materiales de casos publicados cuando no encontremos en la
obra de F reud los ejemplos necesarios. H uelga decir que no
pretendemos hacer una exposición completa de los datos
clínicos de F reud, sino que nos limitaremos a aquellos in­
formes que suministran suficientes pormenores para nues­
tros fines.6
Aunque el problema de la confiabilidad no se elimina del
todo seleccionando historiales clínicos de autoridades res­
petadas, al menos se lo reduce a la tarea de reflejar datos
bien conocidos de una manera confiable. N uestra exposición
parte del supuesto de que el lec tor conoce ya los historiales
originales, que deberá volver a consultar para comprender lo
mejor posible nuestro examen, así como para evaluar la exac­
titud y representatividad de nuestras versiones.
Al utilizar para esta prueba los historiales clínicos «c lási­
c os», estamos siguiendo una acreditada tradición psicoanalí-
tica. E l propio F reud volvió al caso del «pequeño H ans» en
19 2 6 para poner a prueba el modelo tripartito ( 19 2 6 d, págs.

26
101-04, 12 4 - 2 6 ) , y lo mismo hizo Anna F reud para ejempli-
licar su trabajo sobre los mecanismos de defensa ( 19 3 6 ,
pií^s. 7 3 - 8 8 ) . E n otras palabras, sean cuales fueren las fallas
de los historiales clínicos de F reud en cuanto a su confiabi-
lidad, estas fallas permanecen constantes cualquiera que sea
el instrumento conceptual que se utilice. E n consecuencia,
u los fines de poner a prueba estos instrumentos, puede pa­
sarse por alto el problema de la confiabilidad.

N o ta s

I S uslic k h a se ñ alado ( e n G e do y G o ldb e rg, 1 9 7 0 ) q u e en sus


p rim itivo s in te n to s p o r de sc rib ir las f un c io n es p síq uic as en el
«P ro ye c to de p sic o lo gía» de 1 8 9 5 ( 1 9 5 0 ) , F re ud ut iliz ó de h ec h o
lo q ue h ab itualm e n te se den o m in a «e n f o q u e sisté m ic o ».
■ V éase la «A d v e rte n c ia d e l t rad u c t o r», supra, p ág. 1. [N . del T .]
I C o m o h a dic h o L an ge r ( 1 9 6 2 ) : «U n a m uy d if u n d id a f alac ia, a la
q ue se c o n o c e c o m o la “ f alac ia ge n é tic a” , t ie n e su f ue n te e n el
m éto do h istó ric o de la f ilo so f ía y la c rít ic a : e l e rro r c o n siste n te
en c o n f un dir e l o rige n de algo c o n su sign if ic ac ió n , de rec o n duc ir
esa c o sa a su f o rm a m ás p rim itiv a y lue go d a rle “ m e ram en te ”
el n o m b re de ese f en ó m en o arc aic o » ( p ág . 2 0 1 ) .
\ N os ap artam o s a q u í de la de f in ic ió n p sic o an alític a c o rrie n te de
m adurac ió n , q ue de sign a c o n e sta p alab ra lo s pro c eso s b io ló gic o s
del c re c im ie n to c o n stituc io n alm e n te de te rm in ado s ( c f . H artm an n
v K ris, 1 9 4 5 ).
•I Un diagram a de e sta ín d o le n o es un «m o de lo d e la m e n te » sin o
q ue re p re se n ta só lo un asp ec to p art ic u lar de la v id a p s íq u ic a. S e
no s o b je tará q ue un c uadro t al d e un f ragm e n to d e la m en te no
puede c o m p ararse c o n o tro s m ás elab o rado s, co m o e l m o delo
trip artito . N o s an tic ip am o s a e sta o b je c ió n so lic itan do al lec to r
q ue ten ga p ac ie n c ia, ya q u e es n ue stra in te n c ió n e x p o n e r e n un
c ap ítulo p o ste rio r un m o delo de l f un c io n am ie n to m e n tal b asado
en lo s p rin c ip io s q u e ilu s t ra e ste diagram a.
h «I nsti nctual dri ve»; v é ase la «A d v e rte n c ia d e l t rad u c t o r», supra,
pág. 1. [N . del T .]
T S e h allará un a re se ñ a de la lit e ra t u ra p e rtin e n te en G e do y P o llo c k
( 1 9 6 7 ) y en S c h le ssin ge r et al . ( 1 9 6 6 ) .
6 E n lo s dato s q u e se dan a p ub lic id ad , e l m ate rial e n b ruto o b ­
servado sie m p re es re duc ido a aq uello s asp ec to s q ue p arec en sig­
n if ic ativo s a la luz d e la te o ría v ige n te en e se m o m en to . A s í, lo s
prim ero s h is to riale s c lín ic o s de F re ud n o in c luye n en grado su­
f ic ie n te to do lo q u e h o y se e stim a de c isivo p ara un a evaluac ió n
p sic o an alític a de l f un c io n am ie n to p síq uic o c o m o p ara q u e no s re ­
sulte n de u t ilid a d . P e ro , p o r o tro lado , si se de m ue stra q u e un
m ate rial p ub lic ado m uc h o s añ o s atrás in c luye dato s de o b serva­
c ió n q u e to d av ía n o e ran c o n ve n ien tem en te m an e jado s m e dian te
lo s in strum e n to s teó ric o s d isp o n ib le s, e ste h allaz go e s tan to m ás
in te re san te co m o p rue b a d e la n ec e sidad d e n uevo s c o n c epto s.

27
2. La teoría clínica de F reud en 19 0 0 :
el m odelo tópic o

Como dijimos en el c apítulo anterior, es preciso hacer una


reseña de las principales herram ientas teóricas elaboradas
por F reud y que aún hoy siguen utilizándose. E mprendemos
esta reseña históric a no solamente para inc orporar una des­
cripc ión sumaria confiable de cada modelo de la mente y de
su significación, sino también para dem ostrar que cada uno
de ellos corresponde a una teoría clínica diferente. Dicho de
otro modo, F reud se ocupó en distintos momentos de di­
ferentes temas, de fenómenos clínicos distintos, cada uno de
los cuales exigía una explicación teórica separada. E n cada
ocasión, creó teorías apropiadas y, con fines didácticos, las
encarnó en diversos modelos. P or ende, cada uno de estos
modelos fundamentales intenta representar una fac eta dife­
rente del funcionamiento mental, de modo tal que estos es­
quemas no son intercambiables. Dado que han sido elegi­
dos sobre una base ad hoc a fin de hacer frente a diversas
necesidades didácticas, no hay un principio rec tor único que
rec orra estos variados conceptos, ni tampoco una manera
simple de organizar las relaciones entre ellos. N uestro pro­
pósito es sugerir una form a de organizar tales relaciones.

E l m o d el o tó p ic o

F reud c onstruyó por primera vez un modelo explíc ito


del aparato psíquico en L a in te rp re tac ión d e los sue ños
( 19 0 0 tf) ; sus esfuerzos teóricos anteriores para explicar el
func ionamiento psíquico no incluyeron modelos diagrama-
ticos. Así pues, el prim er modelo fue propuesto en el con­
texto de la descripción y la explicación de la psicología de
los procesos oníricos ( 19 0 0 íz, cap. 7 ) .
E l punto de partida de F reud fue el difundido fenómeno del
olvido de los sueños, el cual le sugirió que en el momento
del despertar se produc ía un fortalec im iento de una censura
endopsíquica. Si la formac ión del sueño era posible, ello se
debía a que durante el dorm ir se reducía el poder de la cen­
sura, y aun en el contenido manifiesto del sueño, F reud de­
tectaba la actividad de la censura bajo la form a de despla-

28
.unientos, condensaciones, etc. E stos aspectos del trabajo
*leí sueño tornaban ininteligible su contenido latente, perm i­
tiendo así la entrada del contenido manifiesto a la concien­
cia. F reud postuló que similares soluciones de compromiso
actuaban en la formac ión de los síntomas psiconeuróticos.
I labitualmente, el trabajo del sueño trasform a los pensa­
mientos oníricos latentes en perceptos visuales o auditivos,
i través de los cuales se representa un deseo inaceptable
como cumplido. P ara explicar este fenómeno, F reud se basó
en una afirmación de F echner en el sentido de que «la esce­
na de la acción de los sueños difiere de la que es propia de los
pensamientos de la vida de vigilia». E scribió a F liess: « A mí
me ha sido dada la tarea de esbozar el prim er mapa de ella»
( 1950 [ 18 9 2 - 18 9 9 ] , Carta 8 3 ) . L a metáfora del mapa in­
dica que el prim er modelo de la mente concebido por F reud
estaba destinado a ilustrar la noción de «localidad psíquica».
I s por esta razón que ha dado en llamárselo modelo «tó ­
pico»0 (véase la figura 2 ) .

F igura 2. E l m ode lo tópic o (tom ado de Kohut y Seitz,

F reud puso mucho cuidado en diferenc iar su modelo de la


realidad que pretendía ac larar:

«T ales analogías no persiguen otro propósito que servirnos


de apoyo en el intento de hacernos comprensible la comple­
jidad de la operación psíquica. [ . . . ] T enemos derecho,
creo, a dar libre curso a nuestras conjeturas con tal que en
el empeño mantengamos nuestro juicio frío y no c onfun­
damos los andamios con el edific io» ( 19 0 0 a , pág. 5 3 6 ) .

Consec uentemente, F reud trazó una analogía entre el apara­


to mental y un instrum ento óptico complejo a cuyos compo­

29
nentes denominó «sistem as» o «instanc ias».1 E n una versión
prelim inar del modelo, la secuencia tem poral de los procesos
psíquicos se representaba mediante un ordenam iento espa­
cial entre el extrem o sensorial y el extrem o m otor del apa­
rato. E sta es una figurac ión de la concepción según la cual
la ac tividad motora es posterior a la percepción y a cierto
tipo de proc esamiento intrapsíquic o de los perceptos.
E l sistema perceptual ya había sido distinguido de otros
procesos intrapsíquic os por B reuer (B reuer y F reud, 18 9 5 ) ,
quien había señalado que debía estar organizado de manera
tal de perm itir de la manera más rápida posible el retorno
al estado de reposo; en cambio, los sistemas de la memo­
ria debían ser capaces de sufrir una modificación perm a­
nente. P or consiguiente, en su modelo espacial F reud ubi­
có los sistemas de la memoria entre el perc eptual y el mo­
tor.2 Se introdujeron en el diagrama diversos sistemas mné-
micos, según las múltiples formas en que podían asociarse
los recuerdos (c omo la simultaneidad temporal o las rela­
ciones de sim ilitud).
A continuación F reud intentó organizar mediante este es­
quema los datos obtenidos del estudio de los sueños:

« . . . nos resultaba imposible explicar la formac ión del sue­


ño si no osábamos suponer la existenc ia de dos instancias
psíquicas, una de las cuales sometía la actividad de la otra
a una crítica cuya consecuencia era la exc lusión de su deve-
nir-conciente. La instancia c riticadora, según inferim os, man­
tiene con la conciencia relaciones más estrechas que la c ri­
ticada. Se sitúa entre esta últim a y la conciencia como una
pantalla. Adem ás, encontramos asideros para identific ar la
instancia c riticadora con lo que guía nuestra vida de vigilia
y decide sobre nuestro obrar conciente, voluntario. Ahora,
conforme a nuestras hipótesis, sustituyam os estas instancias
por sistemas; si tal hacemos, en virtud del conocimiento ad­
quirido por nosotros que acabamos de c itar, el sistema c riti­
cador se situará en el extrem o m otor» ( 1900a , pág. 5 4 0 ) .

F ormulado en estos términos el modelo distingue un siste­


ma «inc onc iente» de un sistema «prec onc iente» (véase la
figura 2 ) . F reud simbolizó estos sistemas con las abrevia­
turas Ic e y Prc c .á
P or esta época, F reud conceptualizaba la conciencia como un
«órgano sensorial para la aprehensión de las cualidades psí­
quic as». Suponía que ella podía rec ibir excitaciones del sis­
tema perceptual, por un lado, y de dentro del propio apa­
rato psíquico, por el otro. Sin embargo, pensaba que los
únicos procesos que poseían inic ialmente cualidades psíqui­
cas eran los correspondientes a las trasposiciones de encr-

30
I'.íu, que se experimentaban como placer o displacer. Con el
desarrollo psíquico, a la capacidad inic ial de la conciencia de
i c a stra r sólo percepciones de plac er y displacer se le agre­
gaba otra, y aquella se c onvertía en un órgano sensorial que
<aptaba una porción m ayor de procesos intrapsíquic os. E sta
11asformación tenía lugar cuando los procesos preconcientes
.c ligaban con el sistema mnémico de los símbolos lingüís-
(¡cos, adquiriendo así cualidades perceptuales.
I.ucgo de esta trasformación, los contenidos del sistema Prc c ,
que están predominantemente unidos a representaciones-pa­
labra, pueden entrar en la conciencia toda vez que son in­
vestidos con la atención suficiente. L os contenidos del sis-
urna Ic e nunca tienen acceso direc to a la conciencia; para
ser percibidos, deben prim ero pasar a través del Prc c , su­
friendo una modificación en ese proceso. E n otros términos,
el deseo oníric o inconciente sólo puede entrar a la concien­
cia luego de experim entar alteraciones adecuadas resultantes
de su tránsito a través del Prcc. A estas alteraciones F reud
las denominó «el trabajo del sueño». Con suma frecuencia,
este consiste en la amalgama del deseo infantil y de un resto
diurno prec onciente; el resultado se experimenta de una ma­
nera arcaica, por lo general como una alucinación visual, que
deriva de la regresión de la actividad del pensamiento du­
rante el dorm ir. Si bien en el estado de vigilia también pue­
den oc urrir alucinaciones basadas en los mismos procesos
intrapsíquicos, con más frecuencia los estados regresivos no
afectan tales aspectos formales del pensamiento, y por tanto
dan origen a otros resultados. Sin embargo, estos otros fe­
nómenos también implican la «trasferenc ias» de material
ice a contenidos prcc.
E reud dejó bien en c laro que el modelo de func ionamiento
mental que había construido sólo era aplicable a los adul­
tos; lo hizo al examinar su conclusión de que el deseo oní­
rico debía ser un deseo infantil:

«E n el adulto proviene del Ic e ; en el niño, en quien la


separación y la censura entre Prc c e Ic e aún no existen o
están constituyéndose poco a poco, es un deseo incumplido,
no reprimido, de la vida de vigilia» ( 19 0 0 a, pág. 5 5 3 ) .

E n otros térm inos, antes de que queden firm emente esta­


blecidos los dos sistemas separados del funcionamiento men­
tal, no se puede hablar con propiedad de fenómenos de
«trasferenc ia». P or consiguiente, los conceptos de la «pri­
mera tópic a» no son aplicables a la organización infantil.3
Aun cuando F reud siguió añadiendo, en las ediciones pos­
teriores de L a in te rp re tac ión de los sue ñ os, ejemplos que
insistían en la limitac ión de la gama de aplicabilidad del

31
modelo tópic o, esto se pasó por alto. Al abordar en unos
agregados de 19 19 la cuestión de los sueños de angustia y
de castigo, dem ostró que los deseos cumplidos en aquellos
sueños que pueden llamarse «frac asados» no pertenecen a lo
reprim ido sino al «yo», nombre con que designaba en esta
época a la instancia crític a que determina la conducta vo ­
luntaria. T rasgrediendo el modelo tópico, se abandonaba así
el c riterio del acceso a la conciencia como principio expli­
c ativo cardinal de los sueños de angustia y de castigo. De
hecho, F reud estaba definiendo otro lím ite de aplicabilidad
del modelo tópico: este modelo no sólo era inútil en el
caso de los niños y de ciertos tipos de personalidad de adul­
tos que se especificarán en capítulos posteriores, sino que
resultaba poco satisfactorio para explic ar los sueños frac a­
sados. Sostenía F reud que los problemas que originaban los
sueños de angustia y de castigo no podían eluc idarse sin ir
más allá de la psicología del sueño. La necesaria revisión de
sus concepciones teóricas no se efectuó sino en 19 2 3 , en
E l yo y e l e llo.4
T ambién en 19 0 0 F reud se había visto obligado a aducir
datos provenientes del estudio de la neurosis para comple­
tar su cuadro de la teoría tópica:

«E sta [ la psicología de las neurosis] nos enseña que la


representación inconciente como tal es del todo incapaz de
ingresar en el prec onciente, y que sólo puede exteriorizar
ahí un efecto si entra en conexión con una representac ión
inofensiva que ya pertenezca al prec onciente, trasfiriéndole
su intensidad y dejándose encubrir por ella. E ste es el he­
cho de la trasfe re n c ia, [ que] puede dejar intacta esa re­
presentación oriunda del preconciente, la cual alcanza así
una intensidad inmerecidamente grande, o im ponerle una
modificación por obra del contenido de la representac ión
que se le trasfiere» ( 1900¿z, págs. 5 6 2 - 6 3 ) .

E n la formación del sueño, los contenidos preconcientes así


utilizados son los restos diurnos: recuerdos de perceptos in­
diferentes que «son los que menos tienen que tem er a la
c ensura». E n la vida de vigilia, «debe considerarse recono­
cidamente a la censura entre el Ic e y el Prc c como el cus­
todio de nuestra salud m ental». E n esta época F reud pen­
saba que en caso de fallar esa censura el resultado sería una
psicosis. De ello podemos inferir que F reud no consideraba
aplicable el modelo tópic o a los fenómenos psicóticos. Su
utilidad termina allí donde la línea demarcatoria entre los
dos sistemas centrales se quiebra de algún modo para dar
lugar a dichos fenómenos. No queremos decir con esto que
las limitaciones de la teoría tópica la tornan errónea, sino

32
que a pesar de su utilidad deja inexplicadas grandes zonas de
la vida mental; la psicosis es sólo una de esas omisiones.5
Los procesos prim arios operan de acuerdo con el «prin­
cipio de displac er».6 Cuando la conducta está gobernada por
ellos, la persona no perc ibe nada displac entero. E sta evi­
tación automática del displac er es el prototipo de la repre­
sión. E l proceso secundario de pensamiento se basa en la
adquisición de la capacidad de investir e incluso rec uerdos
displacenteros; este logro se vuelve posible por el desarro­
llo de la capacidad de inhibir el displac er provocado por
un recuerdo displac entero. E ventualm ente, el afecto gene­
rado por la ac tividad de pensamiento debe reduc irse a la
mínima intensidad requerida para ac tuar como señal. La
represión propiamente dicha se produce cada vez que se
«dejan librados a sí m ism os» los contenidos Prc c a los que
se trasfirieron intensidades I c e , lo cual significa que la con­
ciencia se ha apartado de ellos bajo el im perio del prin­
cipio de displacer. P or consiguiente, la existencia de repre­
sión propiamente dicha presupone una neta diferenciación
entre los dos sistemas psíquic os.
Además, el modelo tópic o perm itió explicar a F reud las per­
turbaciones del func ionam iento mental sobre una base «di­
námica», o sea, m ediante el concepto de fortalec im iento y
debilitamiento de los diversos elementos que intervienen
en el juego recíproco de fuerzas (c f. 19 0 0 a, pág. 2 0 8 ) .
Amén de los sueños exitosos y de los síntomas psiconeu-
róticos, examinó mediante este modelo los actos fallidos
v los chistes; los prim eros fueron analizados en detalle en
Psicopatolog ía de la vid a c otidiana ( 19 0 1 b ) , y los segun­
dos en E l c histe y su re lac ión con lo inc onc ie nte ( 19 0 5 c ) .
No obstante, F reud puso cuidado en advertir, al final de
1.a in te rp re tac ión d e los su e ñ os , acerca de las fallas que
el modelo presentaba; en la últim a sección de ese libro hizo
hincapié en el punto de vista económico, que no había
encontrado representación diagramática en él. E n ese exa­
men final, las metáforas espaciales del modelo tópico fue­
ron remplazadas por el concepto de investiduras de energía.

E j em p l o c l í n i c o d el u so d e l o s c o n c e p t o s tó p i c o s

E ntre los princ ipales historiales clínicos de F reud, el que me­


jor permite ejem plific ar los conceptos tópicos sin dejar mu­
llios cabos sueltos es el inform e de 19 0 9 sobre «U n caso
de neurosis obsesiva», conocido habitualmente como el caso
del «H om bre de las R atas» ( c f. Zetzel, 19 6 6 ) . 7 E l pa­
ciente era un abogado de veintinueve años que sufría de
síntomas obsesivos desde su primera infancia. Durante cua­
tro años había experim entado intenso tem or de provoc ar
un daño físic o a su padre o a una m ujer admirada por él;
también tenía impulsos de degollarse. L a batalla que li­
braba contra sus obsesiones empobrecía cada vez más su
vida personal y profesional; estas dific ultades llegaron a
su punto culminante durante unas maniobras militares, en
el verano anterior al momento en que acudió a consulta,
en 19 0 7 . L o obsesionaba una fantasía según la cual su pa­
dre y su bienamada serían sometidos a una tortura de la
cual había oído hablar, introduciéndoles ratas por el ano.
Para c onjurar esta idea rec urría a ensalmos mágicos con ges­
tos y palabras que desembocaban en ritos ceremoniales re­
petitivos de hacer y deshacer cosas.
Los recuerdos más antiguos del paciente se vinc ulaban con
la muerte de una hermana mayor muy allegada a él y con
un ataque de ira contra su padre, acontecimientos que ha­
bían tenido lugar cuando él tenía cuatro o cinco años de
edad. Más o menos por la misma época recordaba haber
tenido una intensa curiosidad sexual; a los seis años ha­
bía dado en c reer que sus deseos voyeurístic os matarían a
su padre; para im pedir esta muerte debía llevar a cabo ri­
tuales compulsivos, que deshic ieran los efec tos de esos de­
seos esc optofílic os. Obsesiones similares se produjeron cuan­
do, a la edad de veinte años, se enam oró de su prima. Lo
notable es que estos temores persistieron pese al hecho de
que su padre murió realmente cuando el paciente tenía vein­
tiún años. L a exacerbación de sus obsesiones que precedió
al análisis tuvo lugar luego de que fuera rechazado por
su prima y comenzara a abrigar el proyec to de casarse con
otra mujer.
Como apuntó Jones, el análisis duró sólo once meses pero
sus resultados fueron brillantes. Sobre la base de los datos,
se hicieron un número im portante de agregados signific ati­
vos a la teoría clínica (c f. Jones, 19 5 5 , págs. 2 6 2 - 6 8 ) .
E n esta oportunidad, empero, nos limitaremos a la relación
entre aquella y los datos. E s interesante repasar cuántos fe­
nómenos complejos pudo explicar F reud sobre la base de
los conceptos tópicos exc lusivam ente. F ue capaz de demos­
trar de qué manera se abría camino lo reprimido hasta las
fórm ulas mágicas creadas para c onjurarlo. E n otras pala­
bras, dem ostró que la batalla defensiva en torno de la idea
sintomática tiene lugar en la barrera de la represión. Un
breve ejemplo puede ilustrarlo:

«D urante su etapa religiosa se había instituido unas ple­


garias que cada vez le insumían más tiempo [ . . . ] por la
razón de que siempre se interponía algo en las fórmulas

34
simples trastornándolas hacia lo contrario. P or ejemplo:
“ Que Dios-no-lo-proteja” . [ . . . ] Repentinam ente, diec io­
cho meses atrás, había cortado todo eso, inventándose una
palabra con las iniciales de algunas de sus plegarias ( 19 0 9 d ,
pág. 2 6 0 ) .
» . . . [E sta palabra] era “ Glejisam en” :

gl = g lüc klic he , o sea, “ colma de dicha a L . [ L orenz] ” ; y


también “ a todos” ,
e = ( significado olvidado)
j = Je tzt und itnrne r [ahora y siem pre]
i — (apenas esbozada junto a la j)
s = ( significado olvidado)

Es fác il ver que esta palabra se compone de

g Í s "e l a
S AME N

y que él une su “ Sam e n ” [sem en] con el cuerpo de la


amada. [ . . . ] A veces la fórm ula le acudía secundariamen­
te en la forma “ Giselam en” » ( ib id ., pág. 2 8 0 ) . 8

l;reud explicó esta neurosis en su c onjunto sobre la base


de la represión del odio edípico hacia el padre y a la mu­
jer que lo había rechazado, seguida de una doble regresión:
la de la libido de metas fálicas a metas sádico-anales, y la
de la acción a la esfera del pensamiento erotizado. E stas
explicaciones no dejaron a F reud totalm ente satisfecho, y
al término del historial delim itó lo que le había quedado
aún sin explorar:

« Lo carac terístico de esta neurosis [ . . . ] no ha de buscarse


I . . . ] en la vida pulsional, sino en las constelaciones psi­
cológicas. N o puedo dejar a mi paciente sin expresar en
palabras mi impresión de que él estaba fragmentado, por
así decir, en tres personalidades; yo diría, en una incon­
ciente y dos preconcientes, entre las cuales su conciencia
podía osc ilar. Su inconciente abarcaba las mociones tem­
pranamente sofocadas, que cabe designar como apasionadas
v malas. E n su estado norm al era bueno, jovial, reflex ivo,
prudente y esclarecido, mientras que en su tercera organi­
zación psíquica rendía tributo a la superstic ión y el asce­
tismo. [ . . . ] E sta persona preconc iente contenía principal­
mente las formaciones reac tivas frente a sus deseos repri­
m id o s . . . » ( 19 0 9 J , págs. 2 4 8 - 4 9 ) .

I ste notable pasaje demuestra que ya en 19 0 9 F reud se


había percatado de las insuficiencias del modelo tópic o para
aclarar los conflic tos intrapsíquic os que determinan la es­
truc tura de carácter de las personalidades neuróticas. P or
prim era vez, estaba concibiendo la conducta desde el punto
de vista de tres conjuntos de carac terísticas funcionales
estables en c onflic to entre sí. Sus formulac iones se lim ita­
ban a generalizaciones clínicas,9 elementos básicos sobre los
cuales tendrían que erigirse sus construcciones metapsico-
lógicas futuras (c f. Gedo e t al., 19 6 4 ) . Si se exceptúa el
hecho de que no describió los aspectos inconcientes del yo
y del superyó, F reud ya había dividido la personalidad del
H ombre de las Ratas en la form a en que habría de desc ri­
birlo con el modelo tripartito.

E ntre 19 0 9 , época en que se redactó el inform e sobre el


H ombre de las Ratas, y 19 2 3 , cuando F reud realizó la prin­
cipal revisión de su teoría metapsicológica, hubo un único
intento im portante de actualizarla. E n los «T rabajos sobre
metapsic ología» que han sobrevivido podemos observar va­
rias adiciones y enmiendas de significación. La fundam en­
tal es el énfasis en que si bien todos los procesos psíquicos
tienen su origen en el Ic e , algunos no son reprimidos o
devueltos por la censura, sino que acceden librem ente a la
conciencia. Aunque en 19 15 F reud no reelaboró espec ífi­
camente el modelo tópic o, la corrección que entonces in­
trodujo en su teoría implica que en este modelo ya no es
posible m ostrar la psique como c onstituida por dos siste­
mas totalm ente separados, divididos entre sí por la barrera
de la represión.10
O tro c orolario (F reud, 19 15 e ) fue la necesidad de supo­
ner una segunda censura entre el Prc c y la conciencia. Si
se quiere reflejar con el modelo este concepto, la concien­
cia debe establec erse como sistema separado y designársela
mediante el símbolo Ce.

N o tas

c « T opographi c » ; a q u í no s aten em o s a la f o rm a e m p le ada po r e l


p ro p io F re ud y h a b it u a l en c aste llan o . [N . del T .]
1 F re ud em p leó la p alab ra alem an a «I nstanzen», re f e rid a a lo s d i­
verso s n iv e le s d e un siste m a j u d ic ia l; en le n guaj e c o lo q uial, la
m e táf o ra p o d ría trad uc irse «p a s a r a travé s de d istin to s c an ale s».
[E n in glé s , e l térm in o c o n q u e se v ie r te « I nstanzen » es «ageney»,
«age n c ia a trav é s d e la c ual se tram ita algo » y tam b ié n «m e d ie ,
in s trum e n to ». (N . del T . ) ]
2 U n a tem p ran a f o rm ulac ió n de e stas re lac io n e s se h a lla en la C arta
5 2 a F lie ss ( F re u d , 1 9 5 0 [1 8 9 2 - 9 9 ]) . N o o b stan te , e n 1 8 9 6 el
p ro b lem a aún era ab o rdado en térm in o s n euro ló gic o s.

36
d E m p leam o s las ab re v iaturas ado p tadas en la n ue va ve rsió n de
las o b ras de F re ud , do n de p o drá h allars e la j ustif ic ac ió n en un a
n o ta al p ie (A m o rro rtu e d ito re s, vo l. 5 , p ág. 5 3 3 ». ) . [N . del T .]
3 P o r lo ge n e ral n o se h a ap re c iado e l h ec h o de q u e e l c ap ít u lo V I I
de L a i nterpretaci ón de l os sueños c o n tie n e tam b ié n un m o delo
de f un c io n am ie n to de la p siq ue in m ad ura, t o d av ía no e struc tu­
rada (v é as e e l c ap ít u lo 4 de l p re se n te lib r o ) .
4 C f . supra, la n o ta 2 .
5 A rlo w y B ren n er ( 1 9 6 4 ) h an tratad o de lle n ar e sta lagu n a e x ­
p lic an do p sic o an alític am e n te las p sic o sis m e dian te la t e o ría es­
t ruc t ural de 1 9 2 3 .
6 P ara un e x am e n d e lo s «p rin c ip io s re gulad o re s » d e l f un c io n am ie n to
m e n tal c o n e sp e c ial re f e re n c ia al d istin go e n tre lo s c o n c epto s de
«p rin c ip io de d is p lac e r» y «p rin c ip io d e p lac e r», c f . S c h ur ( 1 9 6 6 ) .
F re ud c o m pletó su e x p o sic ió n de la t e o ría tó p ic a p ro c e dien do a
d e f in ir la n aturale z a de lo s siste m as I ce y Prcc. D en o m in ó «p r i­
m ario s» a lo s pro c eso s d e l I ce: so n m ó vile s, atem p o rale s e in d e s­
truc tib le s [ j /'c ], y tie n den sin c esar a la de sc arga. L o s pro c eso s de l
Prcc se n «s e c u n d ario s »: so n ligado s, q uie sc e n te s y su de sc arga e stá
in h ib id a. E n o tras p alab ras, lo s pro c eso s p rec o n c ien tes de p en sa­
m ie n to so n rac io n ales y, en lo to c an te a la e n e rg ía p s íq u ic a, o pe­
ran en un b ajo n iv e l d e in te n s id ad . P ue de n se r «arras t rad o s a lo
in c o n c ie n te » si se le s «t r a s f ie r e » la e n e rgía q u e p e rte n e c e a un
deseo in c o n c ie n te . E sto d a o rige n a la f o rm ac ió n d e un a e struc ­
t u ra p sic o p ato ló gic a c arac te riz ada p o r c o n den sac io n es q ue po seen
b astan te in te n s id ad p ara ab rirse p aso h asta lo s siste m as perc ep-
tuale s c o n c ien tes. L as e struc turas re su ltan te s p re se n tan lo s c arac ­
teres de l pro c eso p rim ario : aso c iac io n es lax as, t o le ran c ia de c o n­
tradic c io n es, de sp laz am ien to s de in v e stid uras , e tc . É sto s c arac te re s
so n o b servab le s e n e l trab ajo de l sueñ o as í c o m o e n lo s sín to m as
p sic o n euró tic o s de las h is te rias y las n euro sis o b sesivas. E n e stas
n e uro sis, c uan do lo s c o n ten ido s in c o n c ien tes ac túan so b re la c o n­
c ie n c ia a travé s de las trasf e re n c ias se p ro duc e in v ariab le m e n te
an gustia.
r V é ase la «A d v e rte n c ia d e l t rad u c t o r», supra, p ág. 1 . [N . del T .]
7 L a m ue rte d e l p ac ie n te e n c o m b ate po c o s añ o s de sp ué s de c o n­
c lu ir su an álisis im p idió , de saf o rtun adam e n te , c o n tin uar c o n e l
e stud io d e l c urso q ue siguió e l c aso ; p ero , po r o tro lad o , se c ue n ta
c o n las an o tac io n es o rigin ale s de F re ud d uran te las sesio n es (c f .
S trac h e y, SE, vo l. 1 0 ) .
8 M ás ad e lan te , F re ud c o m en ta e l d e sarro llo u lt e r io r d e e stas luc h as
de f e n sivas ( i bi d ., p ágs. 2 9 4 - 9 5 ).
9 E n W a e ld e r ( 1 9 6 2 ) se e n c o n trará un e sq uem a c o m p leto d e c la­
sif ic ac ió n e p iste m o ló gic a de las p ro po sic io n es p sic o an alític as.
10 E l p rim e r m o delo p sic o an alític o q u e rec o n o c ió un áre a d e ac c eso
in in te rrum p id o a lo s e strato s m ás p ro f un do s de la p e rso n alidad
f ue e l e x p ue sto p o r K o h ut y S e itz ( 1 9 6 3 ) .

37
3. La teoría clínica de F reud en 19 2 3 :
el m odelo tripartito

Pese a la acumulación de datos clínicos que demostraban


que sus modelos de 19 0 0 no podían dar cuenta de todos
los aspectos de la vida mental, F reud dejó de lado durante
un tiempo la construcción de modelos; pero no por eso su
obra teórica dejó de evoluc ionar. Como señaló Strac hey,
en 19 2 0 volvió nuevam ente su atención a una de sus pri­
meras observaciones: el hecho de que los propios mecanis­
mos de defensa son inconcientes ( 18 9 6 b ) . E n M ás allá
d e l princ ipio d e plac e r, F reud decía: «E s posible que gran
parte del yo sea en sí mismo inconciente; probablemente,
el término “ preconciente” abarca sólo una parte de él»
( 19 2 0 * , pág. 19 ) .
E n la edición de este trabajo del año 19 2 1, F reud eliminó
el «probablem ente», c onvirtiendo a este aserto en una afir­
mación absoluta. Y a había enunciado opiniones similares
en 19 15 : « . . .no sólo lo reprim ido psíquicamente perm a­
nece ajeno a la conciencia, sino además algunos de los im ­
pulsos que dominan a nuestro yo» ( 19 15 e , pág. 19 2 ) .
Comenzó aquí la gradual evolución del uso del término
«yo», designando con él algo más que los aspectos del apa­
rato psíquico que son accesibles a la conciencia. F reud ad­
virtió que una definic ión significativa del término exigía
una reform ulac ión.1 E l nuevo modelo teórico fue forjado
en 19 2 3 en E l yo y e l e llo (véase la figura 3 ) . E ste tra­
bajo se inicia enumerando los defectos del modelo tópico
e intentando una redefinic ión del yo:

«N os hemos formado la representac ión de una organización


coherente de los procesos anímicos en una persona, y la
llamamos su yo. De este yo depende la conciencia; él go­
bierna los accesos a la motilidad, vale decir, a la descarga
de las excitaciones en el mundo ex terior; es aquella instan­
cia anímica que ejerce un c ontrol sobre todos sus procesos
parc iales, y que por la noche se va a dorm ir, a pesar de lo
cual aplica la censura onírica. De este yo parten también
las represiones, a raíz de las cuales ciertas aspiraciones aní­
micas deben excluirse no sólo de la conciencia sino de las
otras modalidades de vigencia y de quehac er» ( 1923¿\
pág. 17 ) .

38
Pocos años más tarde, en 19 3 2 , F reud habría de destacar
ipie la función más im portante del yo es la adaptación del
individuo a la realidad (c f. 1933rf, págs. 7 5 - 8 0 ) .

F igura 3. E l m od e lo trip artito (tom ado de N ue vas c on fe ­


rencias de in trod uc c ión al psic oan álisis).

perc epc ió n -
c o n c ien c ia

Fin 19 2 3 , F reud siguió describiendo las resistencias con que


se topaban los pacientes en el curso de sus asociaciones
libres. E stas resistencias son inconcientes, o sea, los sujetos
no se perc atan de su operac ión:

«Y puesto que esa resistenc ia seguramente parte de su yo


y es de su resorte, nos enfrentamos con una situación im­
prevista. H emos hallado en el yo mismo algo que es tam­
bién inconciente, que se com porta exactamente como lo
reprimido, vale decir, exterioriza efectos intensos sin deve­
nir a su vez conciente, y se necesita de un trabajo partic u­
lar para hacerlo conciente» ( 1923& , pág. 17 ) .

Sobre esta base, conc luyó que «el Ic e no coincide con lo re­
prim ido»; en consecuencia, hay una parte del yo que no
pertenece al Prc c sino que es inconciente.
A continuación, pasó a dem ostrar que debía introducirse un
nuevo concepto para entender el aspecto de la vida mental
vinc ulado a la percepc ión de los procesos de pensamiento,
lista idea era que los pensamientos se vuelven Prc c sólo
cuando una representación-cosa ha sido conectada con una
representación-palabra. Sin embargo, también se puede pen­
sar sin palabras, como se hace en la m ayoría de los sueños;
en este caso, los residuos ópticos de las propias represen­

39
taciones-cosa que han quedado en la memoria suministran
la cualidad perc eptual requerida. E se pensamiento en imá­
genes está más próxim o al proceso prim ario que los pensa­
mientos verbales. T ambién las sensaciones internas de pla­
cer y displacer deben trasm itirse a ese sistema perceptual
para tornarse concientes. A causa de que los cambios en la
investidura psíquica que producen estas sensaciones inter­
nas tienen en sí mismos cualidades sensoriales, no necesitan
pasar a través del Prc c para alcanzar la conciencia.
Mediante estos argumentos, F reud había aclarado que la
Ce es simplemente una parte del aparato perceptual. E staba
ya en condiciones de redefinir al yo de manera tal que in­
cluyera a este aparato perc eptual:

«L o vemos partir del sistema P [perc epc ión] , como de su


núcleo, y abrazar prim ero al Prc c , que se apuntala en los res­
tos mnémicos. E mpero, como lo tenemos averiguado, el yo
es, además, inconciente» ( 19 2 3 b , pág. 2 3 ) .

Como el núcleo perc eptual de los recuerdos consiste, en par­


ticular, en huellas mnémicas del cuerpo y sus experiencias,
«el yo es ante todo un yo c orporal» ( 19 2 3 b , pág. 2 6 ) .
A esa «otra porción de la mente a la que se extiende [el
yo] y que se com porta como si fuera el Ic e » F reud deci­
dió denominarla el ello.2 E l distingo conceptual entre el
yo y el ello fue expuesto en un nuevo modelo diagramático
de la mente. E n la figura 3 reproduc imos, no el diagrama
original de 19 2 3 , sino su elaboración definitiva en las N ue ­
vas c on fe re nc ias de in trod uc c ión al psic oanálisis publicadas
una década más tarde. E n este modelo el yo no envuelve
totalm ente al ello; no está «separado tajantemente del eilo;
c onfluye hacia abajo con el ello». T ambién lo reprim ido se
sumerge en el ello pero es «drástic am ente segregado del yo
por las resistencias de la represión» ( 19 2 3 b , pág. 2 4 ) .
E l yo es la porción del aparato psíquico que ha sido mo­
dificada por la influencia del mundo ex terior sobre el ello,
de manera tal que en ese ámbito el principio de plac er ha
sido sustituido por el princ ipio de realidad. E n años si­
guientes, F reud modific ó sus puntos de vista sobre la evo­
lución del yo. E n 19 3 7 estableció que tanto el yo como el
ello se desarrollan a partir de una matriz originalmente in­
diferenciada, opinión que más tarde habría de ser elabo­
rada por H artmann ( 19 3 9 ) . E n cuanto a los mecanismos
de desarrollo del yo, F reud dijo que «el yo se form a, en gran
medida, a partir de identificaciones que toman el lugar de
las investiduras del ello, resignadas» ( 19 2 3 b , pág. 4 8 ) .
P ara ilustrar la relac ión que estos nuevos sistemas guar­
daban entre sí, F reud creó una analogía que se hizo justa­

40
mente célebre, la del jinete y su cabalgadura. E l yo-jinete
extrae su fuerza del ello-cabalgadura; en consecuencia, a me­
nudo se ve obligado a hacer la voluntad del ello como si fue­
ra la suya propia. E n otras palabras, si el jinete monta un
caballo desbocado, apenas puede hacer otra cosa que si­
mular que lo c ontrola.
Ciertos hallazgos analíticos de esa época, que mostraban
que las fac ultades de autocrítica y de conciencia moral son
también a menudo inc oncientes, obligaban a un perfecciona­
miento del nuevo modelo. F reud ya había hecho observa­
ciones de este tipo en 18 9 4 vinc uladas con los autorrepro-
ches obsesivos. E n 19 16 , describió unos tipos de carác ter
en los que un «sentim iento inconciente de c ulpa» desempe­
ñaba un papel decisivo. E n el modelo tópic o, el sentido
moral no pertenece al Ic e sino al Prcc. E videncias posterio­
res de que es también en parte inconciente impulsaron a
F reud a las innovac iones teóricas de 19 2 3 .
E n realidad, la conceptualización de una instancia psíquica
separada c orrespondiente a las funciones de autocrítica ya
se había iniciado en «Introduc c ión del narc isismo» ( 19 14 c ) ,
donde F reud había postulado la existenc ia de un «grado»
dentro del yo, utilizando la palabra en el sentido de un
nivel o escalón. Pensaba que el desarrollo de este núcleo fun­
cional separado era consecuencia de la trasformac ión del
narcisismo infantil en un «ideal del yo». L os estudios clí­
nicos que en la década siguiente realizó sobre la melancolía
y la paranoia atrajeron más insistentem ente su atención ha­
cia esta «instancia c rític a» de la psique, y comenzó el exa­
men detenido del problema en Psic olog ía de las m asas y
análisis d e l yo ( 19 2 1c ) . Sin embargo, el término «superyó»
no fue introducido hasta 19 2 3 .
Se consideró que esta tercera instancia tenía su origen en
la identificac ión con los progenitores producida por el aban­
dono de los vínc ulos libidinales con ellos en la época del
sepultamiento del complejo de E dipo. Varios años después,
F reud mejoró esta teoría: «E l superyó del niño se c onstru­
ye, en verdad, no sobre el modelo de sus progenitores sino
sobre el modelo del superyó de sus progenitores» ( 19 3 3 a,
pág. 6 7 ) .
E l superyó, «heredero del complejo de E dipo», contrasta
con el yo, que es el «representante del mundo ex terior».
El superyó es el «representante del mundo interior [ . . . ] ,
de lo psíquico» ( 19 2 3 b , pág. 3 6 ) . E n su esquema de la men­
te incluido en E l yo y e l e llo, F reud no introdujo el superyó;
en realidad, no trazó un verdadero modelo «tripartito» has-
ta la publicación de sus H ue vas c onfe re n c ias (basándonos
en estas últim as confeccionamos el diagrama de la figura
1) . No obstante, ya había hecho una descripción verbal de
estas configuraciones en 19 2 3 , cuando afirm ó que, en vis­
ta de su origen, el superyó «cala bien profundo dentro
del ello y por esa razón está más lejos de la conciencia que
el yo» ( 19 2 3 b , pág. 4 9 ) . E sta conclusión se veía reforzada
por la interpretac ión de las «reacciones terapéutic as nega­
tivas» como fundadas en necesidades inconcientes de sufrir
para expiar una posible culpa.
E l modelo de estruc tura mental propuesto en 19 2 3 y de­
nominado «m odelo tripartito» ha sido el prevalec iente des­
de entonces en los medios psicoanalíticos. F reud lo refor­
muló en varias ocasiones. E n 19 3 3 , destacó la diferencia
entre los princ ipios en que se basaban el nuevo modelo y
el modelo tópico. E l modelo tripartito representa agrupa-
mientos de ju n c ion e s mentales; el topográfico, distingue
c onte n idos mentales de acuerdo con su acceso a la concien­
cia. F reud insistía en que esta distinc ión debía reflejarse en
una diferenc iación congruente entre el yo y el sistema P-Cc
(percepción-conciencia), que es «la porc ión más superficial
del aparato psíquico [ . . . ] el órgano sensorial del aparato
en su c onjunto» ( 19 3 3 a, pág. 7 5 ) .
E n las N ue vas c on fe re nc ias F reud hizo hincapié en la do­
ble función del yo: por un lado, la de observar y recordar
el mundo ex terior; por el otro, la de interponer el pensa­
miento entre el ello y la actividad motriz. Según esta con­
cepción, el ello es una instanc ia que controla las mociones
pulsionales, aunque nunca en forma absoluta. Dicho con­
trol debe siempre tener en cuenta las posibilidades que ofre­
ce la realidad externa, así como las normas del superyó.
F reud agregaba esta advertencia:

«N o haremos justic ia a los caracteres de la psique mediante


esquemas lineales, como los de un dibujo o una pintura
prim itiva, sino más bien mediante zonas de c olor que se
mezclan una con la otra. [ . . . ] L uego de haber efectuado
la separación, debemos perm itir que aquello que hemos se­
parado se mezcle una vez más» ( 19 3 3 a, pág. 7 4 ) .

E sto no es sino reform ular en términos del modelo tripar­


tito las enmiendas introducidas en 19 15 a la primera tópi­
ca, al sustentar la existencia de una región de la vida psí­
quica en la que existía un contac to ininterrum pido entre
la conciencia y los estratos profundos.
E l E sq ue m a d e l psic oanálisis ( 19 4 0 d ) representa la últi­
ma exposición hecha por F reud sobre modelos de la men­
te. Retenía en ella las distinc iones entre los procesos con-
cientes, preconcientes e inconcientes como «cualidades psí­
quicas», y continuaba considerando las relac iones entre di­
chos procesos «desde el punto de vista tópic o» (pág. 16 1) .

42
La cualidad de la preconciencia era atribuida únicamente 1
al yo; el ello, se decía, permanecía siempre inconciente,
aunque también el yo y el superyó podían tener esta cua­
lidad. E n este sentido muy lim itado, puede sostenerse que
el concepto tópico sobrevivió hasta el fin en el pensamiento
de F reud.

E j em p l o clín ic o d el ag reg ad o de c o n cep to s


estr u c tu r al es a l a te o r ía tó p i c a

Para ilustrar el empleo de la teoría estruc tural y del mo­


delo tripartito rec urrirem os a uno de los historiales clíni­
cos más complicados y fascinantes de la literatura psico-
.malítica: el del H om bre de los L obos (F reud, 19 18 b ) . E n
nuestras revistas especializadas siguen apareciendo aún hoy
los recuerdos de este paciente sobre las siete décadas de
su vida que estuvieron sometidas al escrutinio analític o,
y una serie de observadores describieron su evolución a
partir del momento en que interrum pió su tratam iento con
F reud.3
Iones consideraba que el relato de esta neurosis infantil
era el m ejor de los historiales clínicos de F reud ( 19 5 5 ,
págs. 2 7 3 - 7 8 ) . F ue escrito al final del prim er período de
análisis, en el verano de 19 14 , para refutar los argumentos
de los disidentes que negaban la significación de la primera
infancia en las neurosis de los adultos. Como consecuencia,
la exposición está centrada en los acontecimientos infanti­
les; hay, empero, sufic ientes descripciones del com porta­
miento adulto del paciente, tanto en el historial cuanto en
los relatos posteriores, como para perm itirnos utilizar los
datos para nuestros fines.
En 19 3 7 , F reud hizo la siguiente sinopsis del caso:

«E mprendí el tratam iento de un joven ruso, quien, mal-


»i iado por la riqueza, había llegado a Viena en un estado
de total desvalimiento, acompañado por su médico perso­
nal y un valet. E n el curso de algunos años se logró devol­
verle gran parte de su autonomía, despertar su interés por
la vida, poner en orden sus vínc ulos con las personas más
importantes para él. P ero ahí se atascó el progreso; no
avanzaba el esc larecimiento de la neurosis infantil sobre la
nial sin duda se fundaba la afección posterior, y se discer­
nía con toda nitidez que el paciente sentía asaz cómodo el
estado en que se encontraba y no quería dar paso alguno
que lo acercase a la terminación del tratam iento. [ . . . ]
En esta situación, rec urrí al medio heroic o de fijarle un
plazo. [ . . . ] P rim ero no me dio c rédito alguno, pero luego
de que se hubo convencido de la seriedad absoluta de mi
propósito, le sobrevino el cambio deseado. Sus resistencias
se quebraron y en esos últim os meses pudo reproduc ir to­
dos los recuerdos y hallar todos los nexos que parecían
necesarios para entender su neurosis temprana y dominar
su neurosis presente. Cuando se despidió de mí, en pleno
verano de 19 14 , [ . . . ] yo lo consideré curado radic al y
duraderamente.
» . . . Inform é ya que estaba en un error. H acia el final de
la guerra regresó a Viena como fugitivo sin recursos; debí
prestarle entonces auxilio para dominar una pieza no tra­
mitada de la trasferenc ia; se lo consiguió en algunos me­
ses [ . . . ] . E l paciente ha permanecido en Viena, conser­
vando c ierta posición social, aunque modesta. P ero en ese
lapso su bienestar fue interrum pido varias veces por unos
episodios patológicos que sólo podían ser aprehendidos co­
mo unos vastagos de su perenne neurosis. L a habilidad de
una de mis disc ípulas, la doctora Ruth Mack B runswic k,
puso término a esos estados, uno por uno, tras breve tra­
tamiento. [ . . . ] Algunos de esos ataques estaban referidos
todavía a restos trasferenc iales; mostraron con nitidez, a
pesar de su fugacidad, un carác ter paranoico. E n otros, sin
embargo, el m aterial patógeno consistía en fragmentos de
su historia infantil que en su análisis conmigo no habían
salido a la luz. . . » ( 19 3 7 c , págs. 2 17 - 18 ) .

E n su últim a anotación sobre el paciente, que data de 19 4 5 ,


la doctora B runswic k informaba que, luego del tratam iento
de la paranoia del H ombre de los L obos en 19 2 6 - 2 7 , este
se encontraba en buen estado de salud y se desempeñaba
con bastante eficiencia:

«Alrededor de dos años después volvió para retom ar un


análisis que fue tan gratific ante para él como para mí.
N o había trazas de psicosis ni de tendencias paranoides.
Sobrevinieron trastornos de la potencia sexual, de carác­
ter neurótic o, en el curso de una súbita relación amorosa,
violenta y repetitiva. E n esta oportunidad el análisis [ . . . ]
reveló un material nuevo e im portante, recuerdos hasta en­
tonces olvidados, relacionados con el complicado vínc ulo
que mantenía este paciente con la muchacha preesquizofré­
nica [su hermana m ayor] . [ . . . ] L os resultados terapéu­
ticos fueron excelentes» (en F liess, 19 6 2 , pág. 6 5 ) .

E n sus últim os veinte años de vida, el H ombre de los L o­


bos mantuvo contac to con la doctora Muriel Gardiner, quien
inform ó acerca de sus im portantes episodios depresivos,

44
luego de su jubilac ión forzosa a los 63 años y de la muerte
de su anciana madre pocos años después.
Kstos breves fragmentos bastan para m ostrarnos una psi-
. opatología de caleidoscópica complejidad. E l cuadro se com­
plica aún más si consideramos la vida anterior del paciente,
lie aquí el relato de Jones ( 19 5 3 - 5 7 , vol. 2 ) :

«Cuando por prim era vez visitó a F reud, a comienzos de


lebrero de 19 10 , era un joven desvalido de veintitrés años
que venía en compañía de un médico privado y de un va-
Ict, y se sentía incapaz hasta de vestirse o hacer frente a
cualquier aspecto de la vida. Poco sabemos acerca de sus
numerosos síntomas neuróticos en esa época,4 pero su his­
toria reveló que a la edad de cuatro años había sufrido una
lobia temporaria a los lobos, seguida pronto por una neuro-
is obsesiva que duró hasta los diez. Desde los seis años
mfría de una necesidad obsesiva de pronunciar blasfemias
contra el T odopoderoso, e inició su primera hora de tra­
tamiento ofrec iéndose ¡a realizar un c oito anal con F reud
y luego defecar sobre su cabeza! A partir de los diez años
estuvo relativam ente libre de padecimientos, si bien su con­
ducta era muy inhibida y exc éntrica, hasta que c ontrajo una
gonorrea a los dieciséis, época en la cual se inició la enfer­
medad que m otivó la c onsulta» (págs. 2 7 4 - 7 5 ) .

( lomo nuestro interés prim ordial no radica en la génesis


de la psicopatología, bastará con resum ir en pocas palabras
los antecedentes del caso. E l paciente era el hijo menor de
una fam ilia de ricos hacendados que con suma frecuencia
lo abandonaban durante largos períodos, confiando su crian-
'.i a una serie de empleadas domésticas. Su padre sufría
depresiones y su madre era una mujer enferma, aparente­
mente hipocondríaca. Cuando el paciente tenía cuatro años
de edad, su «ñaña»/ la afec tuosa campesina que lo cuida­
ba, fue remplazada por una severa gobernanta inglesa. E l
comportamiento del paciente se tornó entonces díscolo y
violento. Y a con anterioridad su hermana lo había ini­
ciado en juegos sexuales, y la ñaña lo amenazó con la cas­
tración. E stos ac tivos intereses sexuales fueron pronto sus­
tituidos por fantasías de ser golpeado en el pene y temores
de- castración. L a fobia a los lobos fue precedida por el fa­
moso sueño de los lobos, que F reud habría de interpretar
como expresión del trauma producido por la escena pri­
mordial.5 E sta pesadilla tuvo lugar cuando el niño estaba
por c umplir cuatro años e instauró su neurosis infantil.
A los cuatro años y medio, luego de que le relataran la
historia de la pasión de Cristo, comenzó a obsesionarlo el
problema de la relación entre Cristo y Dios. Se identificó

45
con Cristo como víc tim a sexual de su propio padre, iden­
tificación fac ilitada por el hecho de que el paciente había
nacido el día de N avidad. Se c onvirtió en un niño muy
beato, entregándose compulsivamente a ceremoniales obse­
sivos destinados a expiar ideas blasfemas. L a tierna rela­
ción que había mantenido con el padre, objeto de su ad­
miración en el pasado, poco a poco se deterioró, en parte
a causa de la aparente preferencia de aquel por la hermarna
del paciente. La neurosis obsesiva pareció mitigarse, em­
pero, en el c ontexto de una nueva relación con un tutor
de sexo masc ulino; el paciente se identific ó entonces con
este. E n la pubertad hizo nuevas propuestas de juegos se­
xuales a su hermana y, rechazado por ella, se volvió hacia
una serie de empleadas domésticas de las que se enamoró en
form a repetitiva. Al declararse la afección emocional del
paciente en su adolescencia, su hermana se suicidó.
E n 19 14 , F reud expresó grandes reservas en cuanto a la
suficiencia del modelo tópic o, el principal instrum ento teó­
rico entonces disponible, para el estudio de una neurosis
infantil:

«E n la psicología hemos logrado separar con éxito los pro­


cesos anímicos en concientes e inconcientes y describir am­
bos con palabras claras. E n el niño esa diferenciación nos
deja casi por completo en la estacada. A menudo uno se en­
cuentra perplejo para señalar lo que debiera designarse como
concierne o como inconciente» ( 19 18 b , págs. 10 4 - 0 5 ) .

No obstante, muchos detalles clínicos fueron explicados con


gran economía mediante la teoría tópica. Un ejemplo es el
del «sueño ingenioso», que presumiblemente data del úl­
timo año del análisis. F reud había hecho una interpreta­
ción en la que vinc ulaba con amenazas de castración un an­
tiguo recuerdo del paciente, una escena en la cual la niñe­
ra, llamada Grusha, estaba fregando el piso. E n respuesta,
el H ombre de los L obos inform ó:

« “ H e soñado que un hombre arrancaba las alas a una E sp e ” .


“ ¿E spe?” , le pregunté. “ ¿Q ué quiere decir usted?” . “ Pues
el insecto de vientre veteado de amarillo, capaz de picar.
Debe de ser una alusión a la g ru sh a, la pera veteada de ama­
rillo” . “ W e sp e [ avispa] , dirá usted” , pude corregirle. “ ¿Se
llama W e sp e ? Realmente creí que se decía E sp e ” . (Como
tantos otros, se valía del hecho de hablar una lengua ex ­
tranjera para encubrir sus acciones sintomáticas.) [ . . . ] La
E spe es, naturalmente, una W e sp e mutilada. E l sueño lo
dice claramente: él se venga de Grusha por su amenaza de
castrac ión» ( 19 18 h, pág. 9 4 ) .

46
I'iü vez la interpretac ión no se capte con fac ilidad porque
el sueño se basa en un retruéc ano propio del idioma ruso:
las asociaciones con las avispas habían llevado a las peras
de vetas amarillas, y la palabra rusa para pera es «g ru sh a».
I a explicación que ofrec e F reud es en extrem o suc inta, de
modo tal que su correspondenc ia exacta con el modelo tó­
pico puede pasarse por alto. Ampliém osla de la siguiente
manera: el deseo sádico de vengarse en la persona que ha­
bía amenazado al niño con la castración persistió como
luiella mnémica de gran intensidad. E sta intensidad Ic e re­
primida se trasfirió a una representac ión-palabra en el Prc c ;
de ahí que se «arranc aran» de la palabra avispa sus letras
iniciales para form ar una «isp a», así como en el sueño el
hombre arrancaba las alas del insecto. E ste sueño fue com­
pletamente exitoso, en el sentido de que su ingeniosa fo r­
mación perm itió el cumplimiento encubierto de un deseo
prohibido sin produc ir angustia. Así ampliada, la interpre­
tación de F reud revela que era posible c aptar la dinámica
de este sueño mediante el simple contraste de los dos sis­
temas psíquicos opuestos del modelo tópico.
Pero la famosa pesadilla de los lobos no pudo explicarse
sobre la base de los princ ipios tópicos; para interpretarla,
l’reud debió invoc ar el concepto de desestimación de un
deseo. E sta nueva generalización clínica habría de llevar a
una inferencia de más alto nivel: la de que ciertos aspectos
de la conciencia son también inconcientes (c f. 19 18 b , pág.
4 2 « . ) . E n la teoría tópica, las fuerzas que gobiernan las
pulsiones no pertenecen al sistema Ic e ; por consiguiente,
este nuevo concepto desbordaba el modelo de 19 0 0 .
F1 sueño de Grusha fue relatado en una etapa del análisis
en que la resistencia era mínima, y el paciente logró des­
c ifrar por sí mismo su significado. Cuando se enfrentan re­
sistencias mayores, como en el caso del sueño de los lo­
bos, la interpretac ión siempre debe tener en cuenta los com­
plejos fac tores defensivos, que exigen rec urrir a la teoría
de conflic tos intrapsíquic os en los que está involuc rado el
yo inconciente. E ste enfoque de los datos psicoanalíticos es
propio del modelo tripartito.
Antes de abordar aquellos aspectos del caso que exigen
para su elucidación el empleo de la teoría estruc tural y del
modelo tripartito, demostraremos que los conceptos tópi­
cos sirvieron para explic ar otros datos además de los sue­
ños exitosos. A este fin, examinaremos el rec iente informe
del H ombre de los L obos ( 19 6 8 ) concerniente a las inter­
pretaciones de F reud sobre la historia de su enamoramiento
con la m ujer que más adelante sería su esposa. E l hecho
había oc urrido un año antes de que acudiera a consulta con
F reud, en un momento en que estaba internado en el Sa­

47
natorio Kraepelin de Munic h. La muchacha era divorciada
y trabajaba como enfermera en dicho sanatorio; era, pues,
una figura apropiada para que él le trasfiriera los sentimien­
tos que había tenido de niño hacia todas las empleadas encar­
gadas de cuidarlo. E l H ombre de los L obos se enamoró
de ella a primera vista, en el sentido literal de la palabra.
T ambién advirtió de inmediato su ascendencia hispana.
F reud pudo rec onducir cada fac tor determinante de este
incidente a fuentes infantiles reprimidas. La fascinación
que el H ombre de los L obos había sentido durante toda
la vida por lo español tuvo su origen en una representac ión
de C arm e n a la que asistiera en San P etersburgo cuando
niño; el papel de Carmen había sido protagonizado por la
querida de su tío, cuyo prim er nombre coincidía con el de
la madre del H ombre de los L obos. Un enamoramiento re­
pentino con una m ujer española en la vida adulta represen­
taba la trasferencia del amor incestuoso reprim ido hacia su
madre. E ra esta una exitosa formación de compromiso en­
tre fuerzas del le e y del Prc c a través de la barrera de la
represión.
Cuando se produjeron erupciones no tan notoriamente liga­
das, de las profundidades del paciente, las explicaciones tó­
picas dejaron a F reud en definitiva insatisfecho. E n In h i­
b ición, sín tom a y ang ustia reexam inó las fobias a los ani­
males de los niños desde la perspec tiva del modelo tri­
partito, ganando mucho en claridad. A l examinar la fobia
del H ombre de los L obos, F reud repitió su interpretación
previa del lobo como sustituto del padre:

«L a idea de ser devorado por el padre expresa, en una fo r­


ma que ha experim entado una degradación regresiva, una
moción tierna, pasiva, a ser amado por él, como objeto, en el
sentido del erotism o genital» ( 19 2 6 d, pág. 10 5 ) .

Sobre esta base, F reud concluía:

«Como podemos ver, la represión no es el único medio del


que se puede valer el yo para defenderse contra una mo­
ción pulsional desagradable. Si logra hacer regresar a la
pulsión, le habrá ocasionado en verdad más perjuic io que
reprimiéndola. De hecho, a veces, luego de forzar a una
pulsión a regresar, la reprim e» ( 19 2 6 d , pág. 10 5 ) .

E n el caso del H ombre de los L obos, por este medio se


tramitaban principalm ente impulsos eróticos pasivos hacia
el padre; en otros casos, el núcleo princ ipal de lo que ne­
cesita ser reprimido está constituido por impulsos hostiles.
E l m otor de la represión era

48
el temor a la inminente castración. [ . . . ] E l pequeño niño
miso renunció al deseo de ser amado por su padre como ob­
le to sexual, pues ha comprendido que una relación de esa
Indole presuponía que él sacrificara sus genitales» ( 19 2 6 d,
piíg. 10 8 ) .

Fue este tem or a la castración lo que llevó al intento de des­


estimar el deseo en el sueño de los lobos. Como esa deses­
timación no pudo cumplirse al instante, el resultado fue
un despertar angustiado. P uede concluirse, pues, que la
angustia de castración originó la represión:

•E n las fobias a los animales, entonces, el yo debe oponerse


i una investidura libidinal de objeto proveniente del ello
-una investidura que puede pertenec er al complejo de
I dipo positivo o al negativo— , pues comprende que ceder
i ella traería aparejado el peligro de la castración» ( 1926d,
pág. 12 4 ) .

I’reud explicó luego que la formación de una fobia sirve


il propósito adaptativo de disminuir la ansiedad, porque
una situación de peligro externo puede evitarse con más
facilidad que una de peligro interno: «E l yo puede escapar
.» la angustia mediante la evitac ión» ( 19 2 6 ¿ , pág. 12 6 ) .
También señaló que las fobias de los adultos son más com­
plejas que las de los niños que se hallan en medio del pe­
ríodo edípico, porque al ceder a tentaciones eróticas u hos­
tiles en la vida adulta se c orre el peligro de sufrir el castigo
impartido por el superyó:

«P ero si nos preguntamos qué es lo que el yo teme del


Huperyó, no podemos sino pensar que el castigo de este es
un eco del castigo de la castrac ión» ( 19 2 6d , pág. 12 8 ) .

La diferencia entre estos estados clínicos, separados entre


sí por la interiorizac ión del superyó, es ilustrada en la his­
toria del H ombre de los L obos, de un lado por su neurosis
infantil, o sea su zoofobia, y del otro por la enfermedad
neurótica que sufrió en un período más avanzado de su
niñez, y cuya principal expresión clínica era una neurosis
obsesiva. F reud dem ostró la necesidad de trasc ender la pri­
mera tópica para explicar los fenómenos:

«Al ceremonial beato con que al fin expiaba sus blasfemias


pertenecía, asimismo, el mandamiento de respirar en ciertas
condiciones de una manera ritual. Cada vez que se persig­
naba debía inspirar profundam ente o soltar el aire con fuer­
za. E n su idioma, “ aliento” equivale a “ espíritu” . E se era

49
entonces el papel del E spíritu Santo. Debía ‘‘inspirar” el
E spíritu Santo, o “ espirar” los malos espíritus de que tenía
noticia por haber escuchado y leído. A esos malos espíritus
atribuía también los pensamientos blasfemos que lo forza­
ron a imponerse tantas penitencias» ( 19 18 b , pág. 6 6 ) .

Téngase presente que estas son interpretac iones a las que


se llegó mediante el análisis, y no la comprensión que tuvo
el niño de los hechos en la época de su enfermedad. E n lo
que atañe al enfermo de neurosis obsesiva, no existe nin­
gún lazo afec tivo entre su hostilidad y sus conductas noto­
riamente autopunitivas. T ales fenómenos sólo pueden ex­
plicarse postulando una instancia de autocastigo que pueda
operar inconcientemente. Recordemos que la teoría tópica
no prevé la existencia de fuerzas autorreguladoras incon­
cientes.
P or lo tanto, F reud hizo uso en diversos momentos de
conceptos tópicos para explic ar ciertas conductas del H om­
bre de los L obos y de conceptos estructurales para explicar
otras. E n cada caso, seleccionó con propiedad sus herra­
mientas teóricas: aplicó el modelo que resultaba más con­
veniente según la fase de desarrollo y el tipo de estado
clínico.

N o tas

1 E n su «I n tro d u c c ió n » a E l yo y el el l o, S trac h e y h ac e la h isto ria


d e la ex p re sió n «das I ch ». E n e l «P ro ye c to de p sic o lo gía» d e
1 8 9 5 , F re ud ya h ab ía de sign ado c o n e lla un c o n jun to d e f u n d o ­
nes m e n tale s, p ero m ás tard e la em p leó tam b ié n p ara re f e rirse
al se lf c o m o t o talid ad . E n e l p e río do s iguie n te la usó c o m o s i­
n ó n im o de las f uerzas de la re p re sió n . L a ap aric ió n d e l c o n c epto
de «n arc is is m o » (1 9 1 4 c ) lo lle v ó a c o n side rar c o n m ás d e te n i­
m ie n to e stas c ue stio n es. D esde n ue stra p e rsp e c tiva ac tu al, c ab e
añ ad ir q u e in ad v e rtid am e n te se le asign aro n a «e l yo » o tro s s ig­
n if ic ado s, a sab e r, la re p re se n tac ió n p s íq u ic a d e l se lf , y la o rga­
n izac ió n p s íq u ic a en su to talid ad .
2 H artm an n ( 1 9 5 6 ) h a m o strado q ue e l «P ro ye c t o » d e 1 8 9 5 ya
in c lu ía un c o n c ep to o p e rativ o d e l «yo » en e ste se n tido .
3 L as re f e re n c ias e se n c iale s h an sido re un idas en e l lib ro c o m p i­
lad o p o r M u rie l G ardin e r ( 1 9 7 0 ) .
4 P o dem o s in f e rir, em p ero , q ue p ad e c ía un a p erversió n m aso q uis-
ta, pues es un o de lo s do s p ac ie n tes de sex o m asc ulin o en c uyo s
an álisis b asó F re ud las c o n c lusio n es q ue re sp e c to de e sta af ec ­
c ió n e x trajo en « “ P e gan a un n iñ o ” » ( 1 9 1 9 e ) .
f L a p alab ra ru sa (tam b ié n e m p le ada, p o r lo dem ás, en algun o s
p aís e s h isp an o am e ric an o s) p ara n iñ e ra o «c h ac h a». [Ñ . del T . ]
5 E n e l c ap ít u lo 4 e je m p lif ic are m o s m e dian te e ste sueñ o o tro en­
f o q ue teó ric o de lo s dato s p sic o an alític o s.

50
4. Conceptualizac ión freudiana
de la psique no estruc turada:
el modelo del arco reflejo

l\n La in te rp re tac ión de los sue ños, F reud destacó la necesi­


dad de conceptualizar las funciones de la mente en térm i­
nos de una serie de fases de desarrollo; en realidad ya había
establecido esto en el Proye c to de psic olog ía de 18 9 5 . E n
1900, delineó el modelo tópic o para aclarar las condiciones
de la últim a fase de dicha serie, vale dec ir, la de los adul­
tos que ya tenían establecida una barrera de la represión
a través de la cual se produc ían los fenómenos de trasfe-
rcncia. E n esa época, el únic o otro estadio de la serie que
F reud intentó desc ribir es el inicial, o sea, lo que podría
denominarse las condiciones hipotéticas postuladas por él
para el recién nacido, destacando que tal estado «prim ario»
del func ionamiento mental era sólo una ficc ión teórica.
E l supuesto del cual partió fue que la función primaria del
aparato psíquico es evitar la sobrestimulac ión. Al esbozar
el «princ ipio de constanc ia» en 18 9 2 ya había expresado
este supuesto:

«E l sistema nervioso procura mantener constante algo in­


herente a sus relaciones funcionales que podemos describir
como “ la suma de excitación’'. P one en práctica esta pre­
condición de la salud tram itando por vía asociativa todo
aumento sensible de la excitación o descargándola median­
te una reacción motriz apropiada» ( 19 4 0 - 4 1, págs. 15 3 - 5 4 ) .

Si el aparato psíquic o debe evitar la sobrestimulación, la


forma más simple de hacerlo es mediante una descarga mo­
triz inmediata. E n consecuencia, en la medida en que la
mente func ione de esta manera es posible conceptualizarla
sobre la base del modelo del arco reflejo neurológico (véase
la figura 4 ) .
E l hecho de que el diagrama utilizado por F reud para re­
presentar esta etapa de la organización mental fuera em­
pleado más tarde por él con un segundo fin — como pri­
mer paso en el desarrollo del modelo tópico— ha origi­
nado c ierta confusión. Dada la configuración general del
diagrama, a veces se lo ha denominado el modelo del «va­
llado de estacas». Se ha supuesto erróneamente que des­
cribe la primera tópica, y así el modelo del arco reflejo no

51
ha quedado claramente diferenciado del tópic o. O tros au­
tores han intentado m ostrar que el diagrama del vallado
de estacas puede trasponerse a la form a tópica introdu­
ciendo en él las zonas del Ic e y del Prc c. N osotros pensa­
mos que esta trasposición pasa por alto el hecho de que
estos instrumentos teóricos, desvinc ulados entre sí, se ba­
saban en princ ipios conceptuales completamente diferentes.

F igura 4. E l m ode lo d e l arc o re fle jo (tom ado del capítulo


VI I de L a in te rp re tac ión d e los su e ñ os).

Volviendo a las condiciones de la vida mental que F reud


postulaba para el recién nacido, la descarga motriz más in­
mediata que está a su alcance en esas circunstancias es un
intento direc to de restablec er el cese de estímulos. E sto
mismo puede conseguirse mediante la reinvestidura de la
imagen mnémica de una experiencia previa de satisfacción.
T al atajo hacia la satisfacción del deseo a través de la re­
aparición de un percepto es denominado «cumplim iento
alucinatorio del deseo». Sin embargo, este método para
proc urar la descarga está destinado al fracaso: las excita­
ciones producidas por las continuas necesidades internas
sólo pueden descargarse mediante experiencias efectivas de
satisfacción. P or consiguiente, una de las tareas esenciales
del desarrollo es establecer un segundo sistema psíquico
que pueda regular la conducta de modo de obtener en el
mundo de la realidad satisfacciones efectivas merced a la
actividad motriz voluntaria.1
E xperiencias repetidas de displacer, bajo la forma de es­
tados de tensión crec iente causados por la ineficacia del
cumplimiento alucinatorio del deseo, exigen tom ar medidas
para evitar estos amargos episodios de frustrac ión. Aún
no se ha comprendido con claridad cómo se desarrolla el
proceso secundario del pensamiento, que perm ite regular
la conducta para obtener una gratificac ión genuina. Sea co­
mo fuere, una vez producido dicho desarrollo, los sueños

52
v psicosis pueden desc ribirse como retornos regresivos a
modalidades «de la vida psíquica infantil [ . . . ] que habían
■ido sobreseídas».
l'rcud mencionó por primera vez el «desvalim iento origina-
iio de los seres humanos» en el Proye c to de 18 9 5 . Con­
cluía ahí que la descarga de la excitac ión provocada por
los estímulos endógenos sólo podía lograrse mediante alte-
i aciones en el mundo ex terior, pero que en una etapa tem­
prana de la vida

cj organismo humano es incapaz de producir la acción


<specífica [ requerida] . E sta tiene lugar merced a una ayu­
da e xóg ena, cuando una persona experimentada dirige su
atención al estado del niño» ( 19 5 0 [ 18 9 5 ] , pág. 3 18 ) .

Le sigue entonces una experienc ia de satisfacción, «y en


•ais repeticiones, estados de necesidad que dan lugar a esta­
dos de deseo y a estados de expec tativa» ( ib id ., pág. 3 6 1) .
Kstablecía F reud que un estado funcional en el que se pro­
cura la descarga direc ta mediante el cumplimiento alucina-
lorio del deseo sólo puede provoc ar decepción. E n tales
condiciones, la falta de descarga origina una acumulación
de excitación que en última instancia produce «la experien­
cia de dolor». A estas condiciones las denominó «el proceso
prim ario»; a partir de ellas debe desarrollarse el «proceso
secundario», capaz de inhibir la descarga direc ta:

■'Se observará que el prerrequisito indispensable de este úl­


timo es un uso adecuado de las indicaciones que ofrece la
realidad» { ib id ., pág. 3 2 7 ) .

E n tiempos más rec ientes, Rapaport ( 19 5 1 b ) ha reform ula­


do este modelo prim itivo de la vida psíquica, destacando la
utilidad heurística de postular como ficción teórica, en el
recién nacido, una organización psíquica afín al ciclo de
estímulo-respuesta, en el cual el organismo es concebido fun­
damentalmente como un receptáculo «vac ío».

E j em p l o s c l í n i c o s d el ag reg ad o d el m o d el o
d el arco ref lejo a los c o n c ep to s an teri o res

Aunque F reud no fue muy explícito sobre esto, rec urrió al


modelo del arco reflejo en la historia del H ombre de los
I .obos, y lo hizo en la única situación en que dicho modelo
satisfacía los c riterios de máxima claridad y economía ex­
plicativa: al examinar la pesadilla infantil del paciente.2

53
F reud inform ó que en una época avanzada del análisis, el
paciente volvió sobre este sueño y señaló que el árbol sobre
el cual estaban los lobos, cerca de la ventana de su cuarto,
había sido un árbol de N avidad:

«Ahora sabía que el sueño había sobrevenido poco antes de


la N avidad, durante sus vísperas [ . . . ] apenas antes de
cumplir los cuatro años. Se había ido a dorm ir, pues, en la
tensa espera del día siguiente, que debía aportarle un doble
obsequio. Sabemos que en tales circunstancias es fác il que
el niño anticipe en el sueño el cumplimiento de sus deseos.
P or tanto, en el sueño era ya la noche de N avidad; el con­
tenido del sueño le mostraba sus aguinaldos, del árbol col­
gaban los regalos que le estaban destinados. P ero en vez de
regalos se habían c onvertido e n . . . lobos, y el sueño cul­
minó en que le sobrevino angustia de ser devorado por el
lobo (probablem ente el padre) y buscó refugio en su aya»
( 19 18 ¿ , pág. 3 5 ) .

E n nuestro examen de la fobia a los animales ya menciona­


mos la interpretac ión que hizo F reud de la índole del deseo
representado por los lobos vorac es. Supuso que el niño esta­
ba colmado de una excitac ión sexual de tipo homosexual
pasivo, derivada de su exposición previa a la escena prim or­
dial. P or lo tanto, sin explic itarlo en 19 14 , F reud estaba des­
cribiendo una situación de trastorno de la economía psí­
quica, la «acumulac ión de montos de estímulo que es preciso
tram itar» ( 19 2 6 d , pág. 13 7 ) . E sta situación es la del pe­
ligro de sobrestimulación:

« . . . el yo se ve reducido a un estado de impotenc ia frente


a una tensión excesiva debido a la necesidad [ . . . ] se genera
entonces angustia» ( 19 2 6 d , pág. 14 1) . 3

E n este sentido, la pesadilla de los lobos creó el «núcleo


de neurosis ac tual» de la psiconeurosis del H ombre de los
L obos:4

«L a activación del cuadro [de la escena prim ordial] [ . . . ]


no sólo operaba como un nuevo acontecimiento, sino como
un nuevo trauma, como una interferenc ia externa análoga a
la seducción» ( 19 18 b , pág. 10 9 ) .

O tro ejemplo en que un estado traumático es comprendido


de la mejor manera posible en términos del modelo del arco
reflejo nos lo ofrec e el examen que hizo F reud del caso de
Daniel Paul Schreber ( 19 11c ) , y en partic ular de los acon-

54
lecimientos que rodearon su brote psicótico. P ara ello nada
mejor que atenernos al breve resumen del historial suminis­
trado por Jones:

«E l paciente, doc tor Schreber, sufrió un agudo trastorno


nervioso en 18 8 5 , y estuvo internado durante quince meses
en una clínica al cuidado de un distinguido psiquiatra de
l^eipzig, el profesor F lechsig. Al cabo de ese tiempo fue
dado de alta, lleno de gratitud y afecto, completamente cu­
rado. E sta situación se mantuvo durante diez años. L a afec­
ción que había padecido en el ataque fue considerada “ hi­
pocondría” .
»De pronto, tres semanas después de haber asumido un
cargo de responsabilidad, el de Se n atsp rasid e n t, cayó en­
fermo, esta vez con una afección mucho más grave. E n esta
segunda oportunidad estuvo bajo cuidado médico durante
un período de seis años, tras los cuales fue dado de alta
en un estado psíquico perfec tam ente norm al, si se exceptúan
ciertos delirios. H ubo dos fases en esta grave enfermedad.
E n la primera de ellas, que duró alrededor de un año, Schre­
ber sufrió de delirios de persecución en extrem o penosos.
Se imaginaba víc tim a de horribles atentados homosexuales
a manos de su prim er médico, el doc tor F lechsig, que al po­
co tiempo comenzó a ser ayudado e instigado por Dios mis­
mo. E n la segunda fase había aceptado voluptuosam ente ese
destino, pero a manos de Dios. E sto estaba acompañado de
diversas ideas religiosas y megalomaníacas, según las cuales
él habría de c onvertirse en un salvador femenino del mun­
do y c onstituir el punto de partida de un nuevo y superior
género humano» (Jones, 19 5 5 , pág. 2 6 9 ) .

E l brote de psicosis había sido precedido por una serie de


sueños que llevaron al paciente al orgasmo. A este estado le
siguió prontam ente un estado delirante, «m ientras que si­
multáneamente se observaba un alto grado de hiperestesia,
gran sensibilidad a la luz y al ruido» (F reud, 19 11c , pág.
13) . Creemos que estas observaciones indican que había si­
do desbordada la capacidad del paciente para ligar la exci­
tación — o sea que lo mejor para entender estos fenómenos
es acudir al modelo del arco reflejo— . E l estado de sobresti-
mulación fue vividam ente descrito por Sc hreber:

«E staba mentalmente agobiado. Comencé a dorm ir mal


I . . . ] durante varias noches seguidas escuché, separado por
intervalos mayores o menores, un repetido ruido en la pared
de nuestro dorm itorio, como si se estuviera rompiendo algo;
cada vez que estaba por dorm irm e, este ruido me desper­
taba. [ . . . ] Sufría tales palpitaciones que el solo hecho de

35
ascender por una pendiente apenas inclinada me producía
ataques de angustia. [ . . . ] Pasaba la noche casi en vela y
en una oportunidad dejé el lecho presa de la angustia y
comencé a hacer los preparativos para un intento de suici­
dio. [ . . . ] A la mañana siguiente mis nervios estaban he­
chos trizas; la sangre se había agolpado en mi corazón y
había abandonado mis miembros, mi talante era en extrem o
tac iturno. [ . . . ] E n los días que siguieron no pude ocu­
parme en nada [ . . . ] mi mente estaba casi exclusivamente
ocupada con ideas de m uerte. [ . . . ] Y a había llegado a un
estado de alta excitación, a una fiebre de delirio, por así
dec ir» (Sc hreber, 19 0 9 , págs. 3 8 - 3 9 ) .

Aunque Sc hreber intentó ofrec er ciertas explicaciones re­


trospec tivas de todo esto, el significado psicológico de los
estímulos que habían sobrecargado su aparato psíquico no
parece tan im portante como el fac tor económico de la so-
brestimulac ión en sí mismo. L a fase siguiente de su historial
clínico fue una «insania aluc inatoria» (como la denominó
el psiquiatra que lo atendió) semejante a lo que antes deno­
minamos cumplimiento alucinatorio del deseo.

R esu m en d e los tr e s m o d el o s d e la m en te
em p l ead o s por F reu d

H emos pasado revista a los tres modelos formulados ex plí­


citam ente por F reud para ilustrar sus diversas conceptuali-
zaciones del funcionamiento mental. Puede clasificárselos en
dos tipos: uno de ellos es aplicable al estado de la psique
en el principio hipotético de su funcionam iento; los otros
dos lo son al funcionamiento psíquico en la etapa de plena
diferenc iación estruc tural. E l prim ero es el modelo del arco
reflejo; los otros, los modelos tópico y tripartito.
E n esta reseña histórica se han puesto de relieve ciertos
problemas generales de la construcción de modelos; cree­
mos haber demostrado que estos pueden ser construidos de
múltiples formas. E l principio de su organización debe ele­
girse sobre una base ad hoc, siempre y cuando el modelo
sea fiel a los conceptos que intenta desc ribir. E n otras pa­
labras, puede y debe concebírselo de modo tal que se centre
en aquellos aspectos funcionales que, en un caso determ ina­
do, se consideran los más im portantes. E n 19 0 0 , F reud re­
solvió c onstruir el modelo tópico para destacar el diferente
acceso de diversos contenidos mentales a la conciencia. F ue
una elección lógica, pues los fenómenos que entonces tra-

56
taba de comprender tenían como propiedad común su in­
capacidad de acceder en form a direc ta a la conciencia. E n
c ontraste, el modelo tripartito de 19 2 3 se basa en la idea
cardinal de la existenc ia de unidades funcionales desiguales,
que conforman un aparato; y su elección obedeció a la nece­
sidad de F reud de eluc idar observaciones clínicas vinculadas
con diversas series de conflictos intrapsíquicos típicos.
N uestra reseña ha revelado, asimismo, una im portante la­
guna en la teoría psicoanalítica: no se han llevado a cabo
intentos de delinear conceptos y modelos útiles para aque­
llos estadios del desarrollo mental que se hallan entre los
puntos extrem os de los que se ocupó F reud. P ara aclarar los
estados funcionales que tienen lugar entre los que c orrespon­
den a la psique del recién nacido y los que corresponden a
la psique plenam ente diferenc iada se precisan nuevos ins­
trumentos conceptuales.6 E n los próximos capítulos trata­
remos de esbozar algunos conceptos y modelos provisiona­
les aplicables a estos estados funcionales.

N o tas

1 T raduc ido al le n gu aj e de la t e o ría tó p ic a, esto q u ie re d e c ir q ue


la re gre sió n d e lo s asp ec to s f o rm ales de l p en sam ie n to n o deb e
lle gar h asta e l re gis tro d e lo s p erc ep to s sin o d e te n e rse en la
h u e lla m n ó m ic a. E ste en un c iado re v e la h asta q u é p un to so n in ­
adec uado s lo s c o n c epto s tó p ic o s p ara d e sc rib ir y e x p lic a r la si­
tuac ió n de l re c ié n n ac ido . C o m o en e sta e tap a aún n o se h a e sta­
b le c ido e l p ro c eso se c un dario d e l p e n sam ie n to , es e rró n eo h ab lar
de un a «re gre sió n f o rm al» a p a rt ir de é l. E n e sta f ase la im agen
aluc in ad a es la n o rm a en c uan to al p en sam ie n to . H as t a ah o ra n o
e x iste sin o un a c o m pren sió n d e f ic ie n te de la m an e ra c o m o se
ad q u ie re n p o ste rio rm e n te las f un c io n es p s íq u ic as m ás d if e re n c ia­
das q u e p e rm ite n e l uso sim ultán e o d e am b o s p rin c ip io s re gu­
lado re s (c f . F re ud , 1 9 1 1 b ).
2 E n e l c a p ít u lo 3 h ic im o s un a sin o p sis d e l h is to rial c lín ic o .
3 G ree n ac re ( 1 9 6 7 ) n o s h a b rin d ad o un e x c e le n te re sum e n d e ta­
les estado s: « . . . las m ás grave s situac io n e s traum átic as, q ue lle ­
gan a se r avasallad o ras, tie n de n a te n e r un ef ec to desorgani zador
so b re las dem ás ac tiv id ad e s d e l in d iv id uo . P ue de n o rigin ar estado s
de f re n é tic a h ip e rac tiv id ad c are n te d e o b je tivo s, q u e c ulm in an
a vec es en e s t allid o s de ir a , o b ie n , si la e stim ulac ió n es aguda,
f o c aliz ada y re p e n tin a, p ue d e p ro duc ir un a reac c ió n de ato n ta­
m ie n to de tip o shock, c o n diverso s grado s de f alta d e re sp ue sta,
in ac t iv id ad o a p a t ía » ( p á g . 2 8 8 ) .
4 P ara u n a de f in ic ió n d e l c o n c ep to de «n e u ro s is a c t u a l», vé ase
F re ud (1 9 3 0 [1 8 9 2 - 9 9 ]) .
5 E n la ac tu alid ad n i s iq u ie ra se c o m p ren de si la p le n a d if e re n ­
c iac ió n p s íq u ic a se alc an za en e l p e río do d e late n c ia, m e dian te
las ide n tif ic ac io n e s q u e sie n tan las b ase s de l c arác te r p o ste rio r,
o só lo al lle g a r a la ad ulte z , c o n la re e lab o rac ió n de la e struc tura
p síq uic a q ue tie n e lu gar d u ran t e la ado le sc e n c ia. A c erc a de e sto ,
vé ase un a o p in ió n e n W o lf , G edo y T e rm an ( 1 9 7 2 ) .

57
5. Sobre el fragm ento no form ulado
de la teoría psicoanalítica:
la inc ipiente psic ología del self

E l principio de la función m últiple form ulado por Waelder


( 19 3 6 ) fue el prim er concepto metapsicológico que exigió
adoptar una nueva perspec tiva en la teoría psicoanalítica: el
estudio del aparato psíquico como mediador de la adapta­
ción. E l concepto de la psique como dotada de funciones
superiores de anticipación y síntesis trasciende las fronteras
de la teoría estruc tural (c f. H artm ann, 19 3 9 ) . E n estos y
otros aspectos, la psicología psicoanalítica se ha c onvertido
cada vez más en una psicología del yo que ha roto los mar­
cos de las conceptualizaciones freudianas originales c onteni­
das en E l yo y e l e llo. E mpero, hasta ahora no se había re­
conocido la necesidad de nuevas herram ientas conceptuales
para abordar esta evolución, con excepción de la ya mencio­
nada demanda de una nueva teoría efectuada por Modell
( véase el c apítulo 1) .
L a progresiva ampliación del concepto del yo ha sido some­
tida, no obstante, en épocas rec ientes a un examen crític o.
Se han planteado diversas cuestiones que arrojan dudas so­
bre la viabilidad de estas extrapolaciones a partir de la teo­
ría estruc tural. Klein ( 19 6 8 ) concluye diciendo que el
psicoanálisis enfrenta una opción entre un modelo del yo
como sistema regulador supraordinado, por un lado, y por
el otro la definic ión del yo como instancia subordinada den­
tro de la psique, que se ocupa únicamente del conflic to psi­
cológico, como una de las palancas que mueven las m últi­
ples func iones propias de la acción.
Querem os destacar que en este estudio el término «yo»
sólo se utilizará en el segundo sentido, vale decir, como uni­
dad funcional de la psique que está en c onflic to o en equi­
librio con las pulsiones. E n otras palabras, nos ajustaremos
al uso de F reud en 19 2 3 . Creemos que podrían evitarse mu­
chas confusiones si no se utilizara el «yo», una construcción
que pertenec e a la teoría estruc tural y al modelo triparti­
to, para referirse a funciones que pueden conceptualizarse
de manera más fruc tífera fuera de la esfera de los conflictos
intersistémicos (los que libran el yo, el ello y el supervó) .
E s oportuno rec ordar que cada vez que se invoca el con­
cepto de autonomía secundaria hay im plícito un modelo
que no involuc ra conflic to. Como el modelo tripartito no

58
se refiere a tales situaciones, es equívoco, en la teoría, in­
cluir dentro de la psicología del yo los comportamientos
libres de conflic to.
E l punto de vista que aquí adoptamos consiste meramente
en traduc ir a una terminología teórica más precisa el con­
cepto referido a un área de la personalidad que está en
contacto ininterrum pido con los estratos profundos y sepa­
rada del área de las trasferencias, tal como lo propusieron
Kohut y Seitz ( 19 6 3 ) y como fuera ya bosquejado por
F reud en 19 15 . 1 Una m etáfora análoga a la empleada por
F reud para el yo y el ello — la del jinete y su cabalgadura—
puede servirnos para describir estas esferas del com porta­
miento: la de un centauro. Cuando la actividad mental es
del tipo del centauro, comprende tanto las motivaciones
pulsionales como los procesos de regulación de las pulsio­
nes. T al el estado en que se halla la organización mental in­
fantil antes de la diferenc iación definitiva del yo respecto
del ello, que tiene lugar con el sepultamiento del complejo
de E dipo.2 Cuando en la vida mental adulta prevalec e la au­
sencia de conflic to, el empleo de la palabra «yo» para de­
signar el sistema regulador de la personalidad introduce con­
fusión, pues asigna al térm ino un significado que difiere del
que se le da en la teoría estruc tural. P referim os buscar otra
solución terminológica para dar cuenta de fenómenos como
la percepción, la memoria, el pensamiento, la afectividad,
etc. E stas son algo más que «funciones del yo» si el término
«yo» ha de conservar el sentido de la teoría estruc tural, o
sea, el de un sistema de organización de defensas contra las
pulsiones. E n su examen de la autonomía secundaria, H art-
mann ( 19 3 9 ) indica claramente que él extiende el alcance
del psicoanálisis más allá de las áreas de func ionamiento
mental que abarca el modelo tripartito. Ciertam ente, el asig­
nar al sistema del yo funciones supraordinadas como la in­
tegración y la síntesis trasgrede la concepción original de
F reud de 19 2 3 — la del jinete— ; por lo tanto, insistir en
una clara diferenciación entre estos usos divergentes del
concepto del yo no es sofistería semántica.
Cuando la organización psíquica aún no se ha diferenciado
en la estruc tura tripartita que adopta, en e l caso típ ic o , con
el sepultam iento del complejo de E dipo, o cuando dicha
diferenciación se ha perdido por una regresión, los conceptos
subsidiarios de la teoría estruc tural resultan poco aplica­
bles. Designar funciones como la memoria o la percepción
con la expresión «funciones yoic as» es impreciso. T al vez
ni siquiera los mecanismos de defensa de estos modos ar­
caicos de organización psíquica deberían concebirse funda­
mentalmente como funciones de regulación de las pulsiones,
dado que la mayor parte de las veces les concierne el manejo

59
de los peligros externos, o sea que son defensas contra per­
cepciones más que contra mociones pulsionales.
E n síntesis, nos inclinamos por una estrategia que torne
más circunscrito al concepto del yo, basándonos en que
otras construcciones resultan más pertinentes en muchas de
las situaciones en que se lo aplicó. G. Klein ( 19 6 8 ) tam­
bién llega a la conclusión de que la psicología psicoanalítica
puede beneficiarse más si sigue esta dirección de construc­
ción teórica que la otra alternativa, la de «c ontinuar expli-
citando un modelo del yo como mecanismo regulador, in­
corporándole supuestos más detallados sobre los procesos
con el fin de instrum entar las cosificaciones que hasta ahora
había implíc itas en él pero nunca habían sido aclaradas».
La insatisfacción con una teoría arraigada es estéril a me­
nos que se ofrezca en su lugar algo más útil. E n consecuen­
cia, hemos contraído la obligación de enc ontrar conceptos
analíticos apropiados para remplazar los de la psicología del
yo en aquellas áreas de la vida mental en que esta últim a no
resulta verdaderam ente convinc ente. E n nuestra reseña de
la obra teórica de F reud ya hemos encontrado un caso (el
modelo del arco reflejo de 18 9 5 y 19 0 0 ) en que un instru­
mento conceptual resultó aplicable a la organización psí­
quica indiferenciada. T ambién hemos visto que hay un seg­
mento de la vida psíquica, el comprendido entre los orígenes
prim itivos y el estado de diferenc iación plena representado
por el modelo tripartito, para el cual la teoría psicoanalítica
todavía no ha form ulado ningún modelo. T rataremos ahora
de proponer una conceptualización apropiada de estos es­
tadios intermedios.
E n dicho intento tendremos que guiarnos por nuestra apre­
ciación de los problemas fundamentales del func ionamiento
psíquico en estas etapas intermedias y por las mejores con-
ceptualizaciones psicoanalíticas existentes de tales proble­
mas.3 L a tarea de diseñar un modelo que esclarezca de la
mejor manera posible estas etapas es muy compleja, a causa
de la gran variedad de modalidades de operac ión, resultante
de la maduración simultánea de muchos aspectos funciona­
les decisivos. E n su obra más extensa sobre psicología evo­
lutiva, N orm alidad y p atolog ía en la niñez ( 19 6 5 ) , Anna
F reud escoge como línea evolutiva principal y prototípic a
la que va «de la dependencia a la autonomía emocional y a
las relaciones objétales adultas» (pág. 6 4 ) . E sta elección
refleja la enorme importancia de las transacciones efec tivas
entre el bebé y su medio para la organización de la persona­
lidad. Como dijera Anna F reud, esta es «una secuencia con
respecto a la cual las sucesivas etapas de desarrollo de la
libido (oral, anal, fálic a) constituyen meramente la base ma­
durativa congénita» (págs. 6 4 - 6 5 ) .

60
La psicología psicoanalítica alcanzó este punto de vista en
un momento com parativam ente tardío de su desarrollo. E l
estudio explíc ito de la relac ión del self con el mundo de sus
objetos no comenzó hasta 19 14 , cuando F reud publicó «I n­
troducción del narcisism o», trabajo en el cual resumió sus
conclusiones extraídas de la investigación de las neurosis
narcisistas. Según él, estas eran las entidades psicopatológi-
cas más próximas, en cuanto a su modo de organización, a
las fases más arcaicas de la vida psíquica infantil. P or su­
puesto, una hipótesis general de la psicología psicoanalítica
ha sido que la elucidación de la psicopatología adulta puede
revelar ciertos rasgos que, si bien modificados en c ierto mo­
do en el curso de la maduración, aún reflejan en otros as­
pectos esenciales los modos infantiles de func ionamiento que
caracterizaron su inicio. Así pues, el examen de las neurosis
narcisistas prom etía ofrec er inferencias que luego, con cau­
tela, podrían ser aplicadas al desarrollo de la mente en la
temprana infancia.
E l hecho de que al abordar por primera vez mediante el
psicoanálisis las neurosis narcisistas se las considerara no
analizables se c onvirtió entonces en un fac tor históric o que
demoró tal vez la apreciación de la importancia de las rela­
ciones objétales. La observación psicoanalítica sobre neuró­
ticos adultos proporc ionó datos referentes a los conflictos
intrapsíquicos, principalmente los derivados del complejo
de E dipo. E n esos estados, las relaciones objétales efec tivas
(las que perm iten satisfacer las necesidades, en el sentido
de Anna F reud) no desempeñan un papel signific ativo.
Aún no se había iniciado el psicoanálisis de niños, que po­
día haber llamado la atención de F reud sobre la imperiosa
necesidad que tienen los niños de que otros realicen por
ellos las funciones para las cuales aún no está capacitado su
inmaduro aparato psíquico (c f. Kohut, 19 6 6 ) . E l único
niño tratado por F reud, el pequeño H ans, fue observado di­
rectamente por él en una sola consulta.4 Gracias a la gradual
expansión del tratam iento psicoanalítico y al avance del aná­
lisis de niños, hemos reunido un vasto c onjunto de datos
referentes a las fases iniciales de la psicología evolutiva, los
cuales han sido complementados mediante la observación di­
recta de niños que no pueden ser sometidos a tratamientos
psicoanalíticos (c f. H artmann, 19 5 0 ) .
Sin embargo, en «Introduc c ión del narc isismo», F reud ya
había establecido el problema de las relaciones objétales
como un problema c entral para el estudio de la psique en
un estadio aún no totalm ente diferenciado.5 P or lo general
no se ha reconocido que esto implica utilizar un modelo de
func ionamiento mental basado en la descripción de cambios
en las relaciones objétales, aunque F reud no trazó dicho

61
esquema ni hizo partic ular hincapié en la importancia teó­
ric a que tenía examinarlo. E n realidad, esta importancia era
muy difíc il de captar a causa de la ambigua y confusa ter­
minología empleada por F reud, en partic ular la expresión
«el yo» { «d as I c h » ) . H artmann fue el prim ero en resolver
esta confusión al dem ostrar que para el período anterior a
19 2 3 este térm ino debía traducirse en los escritos de F reud
como «el self», o sea, la persona propia.6 Consecuentemente,
el narcisismo debía entenderse como «la investidura libidi-
nal de la persona propia, por oposición a la de los objetos»
(H artm ann, 19 5 6 , pág. 2 8 8 ) .
L a diferencia establecida por F reud entre las neurosis nar-
cisistas y las neurosis de trasferencia se basaba en que la
frustrac ión libidinal origina en ambos tipos de pacientes
respuestas diversas. Los individuos que padecen una neu­
rosis de trasferencia responden a ella colocando su libido en
objetos fantaseados, o sea, en representac iones intrapsíqui-
cas de objetos. E n circunstancias semejantes, los individuos
con neurosis narcisistas muestran un retiro de la libido hacia
el self. F reud postulaba que esa investidura del self con li­
bido c onstituye una trasformac ión de la pulsión misma, que
de «libido de objeto» se c onvierte en «libido narc isista».
Consideraba que un cambio en esta direc ción era regresivo y
de ordinario reversible. E n lo tocante al desarrollo normal,
su conclusión era que si la diferenciación del self respecto
de los objetos está bien establecida se produc e un pasaje pa­
ralelo del «narcisismo prim ario», o investidura exc lusivam en­
te narcisista de la libido, a un progresivo predominio de la
libido de objeto, y que este cambio es relativam ente estable.
Sin embargo, F reud describió este proceso como si se lo
cumpliera en etapas tentativas, utilizando para ello una de
sus más elocuentes m etáforas, la de los seudópodos de una
ameba que se extienden para apresar un objeto y luego se
retraen de él. E sta analogía verbal puede considerarse un
modelo de funcionamiento mental que incluye la descripción
de las relaciones objétales, y admite ser representado en fo r­
ma gráfica (véase la figura 5, en pág. 7 0 ) . 7
E stos son los modestos comienzos a partir de los cuales se
desarrolló la teoría psicoanalítica de las relaciones objétales.
T al vez fue L ichtenstein ( 19 6 4 ) el prim ero en entrever que
la teoría de F reud sobre el narcisismo, o sea, su psicología
del self, «contiene una revoluc ión tan radic al» como su in­
troducción de la teoría estruc tural en 19 2 3 . Quizás haya sido
justamente este segundo avance revoluc ionario en la teoría
en menos de una década lo que tornó tan difíc il sacar par­
tido de la brecha abierta en 19 14 : la teoría estruc tural es
relevante para aquellos aspectos de la vida psíquica que
ocupan el proscenio en el tratamiento de las neurosis de tras­

62
lerenda, y por ello su importancia fue comprendida más
rápidamente que la del narcisismo — aun cuando incluso a
aquella le llevó varias décadas imponerse— . E n el ínterin, la
teoría de las relaciones objétales fue ava da ndo lentam ente,
carente de consenso y de la necesaria prec isión metapsicoló-
gica. No es este el lugar para hacer la historia de dicho pro­
ceso. B aste con rec ordar que quienes más sintieron la ne­
cesidad de una teoría de las relaciones objétales fueron los
analistas con experiencia clínica con personas cuya organi­
zación psíquica era relativam ente inmadura (niños y psi-
c ótic os) .8
La falta de prec isión a que aludimos puede haber sido origi­
nada por la necesidad de establecer dos series esenciales de
distinciones en cuanto al sentido del concepto de «objeto».
La prim era de ellas es la diferenc iación entre un objeto como
persona real del mundo externo y la representac ión de esa
persona en la psique. E l significado inic ial del concepto de
relaciones objétales, tal como lo empleó Anna F reud al
hablar de la línea evolutiva que va desde la dependencia a
las «relac iones objétales adultas», tiene que ver con tran­
sacciones humanas verdaderas en el mundo de la realidad
efec tiva. P uede ser oportuno resum ir brevem ente las etapas
numeradas por Anna F reud a lo largo de esta línea de
desarrollo:

1. U nidad biológica de madre y bebé en un medio narc i­


sista.
2. Relación por apuntalamiento, de satisfacción de necesi­
dades.
3. L ogro de la constancia de objeto, aun en caso de frus­
trac ión.
4. Control ambivalente y sádico sobre el objeto.
5. F ase de posesividad y rivalidad centrada en el objeto.
6. Desplazamiento de la libido, de las figuras parentales a
los grupos.
7. R etorno preadolescente a relaciones objétales de tipo
arcaico.
8. Lucha adolescente por desprenderse de las ligazones objé­
tales infantiles.

Se advertirá que cada una de las posiciones de esta serie se


refiere a com portamientos que pueden ser observados con
un marco de referencia externo. E sta descripción fenomeno-
lógica es insuficiente por sí sola para una apreciación meta-
psicológica. E l psicoanálisis necesita un conjunto paralelo de
fases de las relac iones objétales vistas con una perspec tiva
intrapsíquic a.
Desde este segundo punto de vista, las relaciones objétales

63
están vinc uladas a la significación de los objetos intrapsí-
quicos, tal como ha quedado impresa en el sistema de la
memoria. L a más clara exposición de este aspecto del fun­
cionamiento mental es el concepto de «mundo de represen­
taciones» de Sandler y Rosenblatt ( 19 6 2 ) . E stos autores,
junto con Jacobson ( 19 6 4 ) , destacan que la construcción
de un c onjunto de representac iones mentales del propio self
del niño y de las diversas personas que pueblan su universo
es un largo proceso evolutivo.0 Los modelos de funciona­
miento psíquic o que deseamos c onstruir para la época de la
vida mental intermedia entre los modos de organización pro­
pios del arco reflejo y del modelo tripartito se referirán a
este mundo de representac iones de objetos intrapsíquic os y
de representac iones del self.
Antes de abordar un examen metapsicológico minucioso de
las relaciones objétales es preciso diferenc iar, además, las
relaciones objétales en general del amor de objeto. E ste
avance teórico se debe a la obra reciente de H einz Kohut
sobre el narcisismo ( 19 6 6 , 19 6 8 , 19 7 1) . Kohut ha señalado
que los objetos necesarios para c umplir func iones de las
que aún no dispone la psique inmadura serán experim enta­
dos en el mundo intrapsíquic o como partes del self. E n tér­
minos de las formulaciones de F reud sobre la libido, estos
objetos satisfacientes de necesidades están investidos con li­
bido narcisista. E n consecuencia, Kohut propuso designarlos
«objetos-self» [ se lf-ob je c ts ] . L as relaciones que mantiene
el niño con estos objetos arcaicos no pueden incluirse con
propiedad en la línea evolutiva de las vicisitudes del amor
de objeto, sino que pertenecen más bien a la del narcisis­
mo.10 E l desarrollo del amor de objeto propiamente dicho
sólo puede comenzar una vez que está claramente implan­
tada la diferenc iación del self respecto del objeto. E n la
serie de etapas descritas por Anna F reud, este punto se
alcanza con el logro de la constancia de objeto. Antes de
ello, como manifestó Kohut ( 19 7 1) , los objetos no se aman
por sus atributos; en el mejor de los casos apenas se reco­
nocen borrosamente. Debe destacarse que la diferenciación
cognitiva entre el self y un objeto del mundo externo se lo­
gra mucho antes, por lo general antes de finalizar el primer
año de vida, y corresponde al pasaje de la simbiosis original
madre-bebé a la etapa de objeto satisfaciente de necesidades
en el esquema de Ánna F reud. Mucho después de alcanzar
esta distinción c ognitiva, el niño aún sigue utilizando el ob­
jeto como parte de su mundo narcisista. Modell ( 19 6 8 )
form ula esto en términos de la necesidad continua que tiene
el niño de crear sustitutos ilusorios que pueda c ontrolar para
que ocupen el lugar de la madre real, dotada de una volun­
tad independiente de la suya. Ateniéndose a las convíncen-

64
tes observac iones clínicas de Winnic ott ( 19 5 1) , Modell pre­
fiere denom inar «objeto transicional» al c orrespondiente a
i*ste tipo de relación de objeto. Mediante esas fantasías de
om nipotenc ia, el bebé puede preservar en un aspecto de su
mente su ilusión de simbiosis.
Según la conceptualizac ión de Modell, en esta etapa de la
vida psíquic a el niño tolera habitualmente groseras contra­
dicciones en su organización psíquica. E stá simultáneamente
separado del objeto y fundido con él en la medida en que lo
necesita para func ionar como una parte del self, o sea, como
un objeto-self. O tro aspecto de esta modalidad de organi­
zación ha atraído más la atención en la literatura psicoanalí-
tica: me refiero a la falta de integración de los rec uerdos
de experienc ias gratificantes y frustrantes con el objeto, que
conducen a la perdurac ión, una junto a la otra, de imagos
«buenas» y «m alas» referentes al mismo objeto (c f. Segal,
19 6 9 ) . A causa de la incapacidad del niño para ver al objeto
en su totalidad, a menudo se denomina a estas imagos ar­
caicas «objetos parciales».
Tal vez sea mera cuestión de preferencia personal referirse
a estos objetos-self arcaicos como «transic ionales» (am plian­
do la c onceptualizac ión de W innic ott aplicable a los objetos
preferidos de los niños pequeños y haciéndola extensiva a
sus relac iones humanas de significado análogo) o como «ob­
jetos parc iales». Sea como fuere, Modell ( 19 6 8 ) ha mostra­
do que poc o a poco estas diversas imagos objétales van
siendo selecc ionadas de manera realista y, al alcanzarse un
examen de realidad estable,11 se consolidan en objetos tota­
les con carac terístic as permanentes. Apunta Modell que este
paso abre el camino para amar y odiar a la misma persona.
E l exam en que hace Modell de las relaciones objétales se
centra en el mundo intrapsíquic o, y consigue evitar la con­
fusión de esta fase temprana del desarrollo con las posterio­
res, que se pueden describir apropiadamente en términos
de la teoría estruc tural. E l no hacer esta distinción cons­
piró c ontra los intentos de Melanie Klein y su escuela por
crear una teoría válida de las relaciones objétales (c f. Segal,
19 6 9 ) ; la falta de claridad teórica en los escritos de F air-
bairn ( 19 5 4 ) tal vez obedezca a la misma confusión. T am­
poco M odell es sufic ientemente claro cuando suscribe el
punto de vista de que la diferenc iación cognitiva del self
respecto del objeto marca la emergencia de aquel como en­
tidad c ohesiva. E l aporte de Kohut, al diferenc iar los obje­
tos-self de los investidos con auténtica libido objetal, perm i­
te por prim era vez eluc idar, no sólo la secuencia evolutiva
de los objetos infantiles sino, además, el problema comple­
m entario, el del desarrollo del self en el niño.12
E l hallazgo clínico cardinal del estudio de los trastornos

65
narcisistas de personalidad que emprendió Kohut ( 19 7 1)
fue com probar la enorme importancia que tiene lograr un
sentido de cohesión del self. A este estado de consolidación
se refirieron otros autores (Jac obson, 19 6 4 ; L ichtenstein,
19 6 1) como el «Sentido estable de la identidad». La impo­
sibilidad de alcanzarlo caracteriza diversas psicopatologías
graves. E n los tipos analizables de trastornos narcisistas de­
limitados por Kohut, esta unidad sigue siendo vulnerable a
la fragmentac ión en situaciones de stre ss. La fragmentación
regresiva del sentido de integridad de la personalidad corres­
ponde a los estados clínicos que F reud denominó «escisio­
nes del yo» ( 19 2 7 e ) . Aquí F reud retom ó, a todas luces, un
uso de la palabra «yo» que no condice con la definic ión de
este últim o en la teoría estruc tural. P or ende, proponemos
que se designe a ese concepto, con más propiedad, con la
frase «escisión del self».
Como ya dijimos, fue H artmann quien señaló que en mu­
chas de las referencias de F reud al das Ic h este debía en­
tenderse como «la persona propia». H artmann lim itó su
uso del término «self», aplicándolo sólo a la totalidad de la
persona, vale decir, en un sentido no psicológico. T ambién
Jacobson ( 19 6 4 ) rechazó el empleo de este término para una
construcción psicológica. Kohut, en cambio, mostró la im­
portancia dinámica y genética del sistema organizado de re­
cuerdos que comúnmente se denominan representac iones del
self. E n nuestra opinión, las complicadas controversias habi­
das recientemente en la teoría psicoanalítica en torno del
concepto de identidad sugieren que en esta cuestión la teo­
ría presentaba por cierto una carencia. E l sistema de recuer­
dos que constituyen la representac ión del self es una cons­
telación psicológica organizada y duradera que ejerce una
influencia continua, dinámica y ac tiva sobre la conducta. No
basta conceptualizar estos recuerdos como meros contenidos
psíquic os; son algo más que los perceptos pasivamente re­
gistrados de las actividades de la persona propia en el pasa­
do. E n virtud de sus efectos dinámicos continuos, debe en­
tendérselos, además, como una realidad efec tiva: la persona­
lidad organizada en su c onjunto. Y la designación más sim­
ple para esto es el término «self».
Muchos autores prefieren el término «identidad» para de­
signar la organización perdurable de la personalidad alcan­
zada en el curso del desarrollo (c f. L ic htenstein, 19 6 1,
19 6 4 ; Jacobson, 19 6 4 ) . Coincidimos con Kohut en el recha­
zo de este término, basado en que c onstituye un intento de
sentarse a horcajadas de dos disciplinas, la psicología social
y la psicología individual, sin comprometerse realmente con
ninguna de ambas. E rickson ( 19 5 9 ) complicó aún más este
embrollo terminológico al introduc ir la variante «identidad

66

i
ilcl yo» para designar la maduración última del sentido del
self en la adolescencia. H uelga decir que deploramos este
injerto del lenguaje de la psicología del yo en cuestiones que
no corresponden a esta últim a. Creemos, por añadidura, que
el término «identidad» no denota con suficiente claridad
que lo que está en juego no es simplemente un conjunto de
transacciones rec ordadas del pasado. E l término identidad
tal vez sea útil si se lo restringe a la descripción del self
en su ámbito social, pero su empleo en el campo psicoana-
lítico puede acarrear peligros; llam ar «problemas de identi­
dad» a los correspondientes a la formación del self nuclear
arcaico (Kohut, 19 7 1) es volc arlos en el contexto social de
la vida adulta del paciente, y esto puede dar origen a con­
fusiones.
E l empleo de la construcción «self» se ha visto obstaculi­
zado por la intrínseca dific ultad de captar la huidiza idea
de que la organización de la personalidad en su conjunto
puede c onstituir un im portante logro evolutivo de los co­
mienzos de la niñez, pero también por los problemas se­
mánticos que origina superponer este concepto al modelo
tripartito. T al vez no sea posible enc ontrarle un lugar al self
dentro del esquema del yo, dado que el concepto del yo
corresponde a un nivel distinto de abstracción, se refiere a
un segmento más estrec ho de la conducta y es válido para
comportamientos que no comienzan sino mucho después de
la unificación del self. E n este sentido, puede ser oportuno
recordar la recomendación de Grinker ( 19 5 7 ) :

«P recisamos un término aplicable al proceso supraordinado


que actúa en la integración de los subsistemas, incluyendo
las numerosas identificaciones que constituyen el yo, el ideal
del yo y el superyó, y en la organización del comportamiento
en roles sociales disponibles» (pág. 3 8 9 ) .

Sostenemos que el concepto del self desarrollado por Kohut


y ampliado aquí satisface también la demanda de Rapaport
( 19 6 0 ) de una teoría

«c oncerniente a la relación del “ self” o de la “ identidad”


con la teoría psicoanalítica de las funciones psicológicas en
general y de las funciones yoicas en partic ular» (pág. 13 6 ) . 13

Si aplicamos los descubrimientos clínicos efectuados por


Kohut en el ámbito de los trastornos narcisistas de la per­
sonalidad, con vistas a ampliar la psicología evolutiva, con­
cluiremos que la fase de cohesión del self debe ir precedida
por otra fase en la cual los aspectos del self aún no han sido
unificados. Pensamos que F reud aludía a este estado de
organización cuando postuló una fase de «ac tividad pulsio-
nal aislada» o de autoerotismo ( 19 11¿ r) . Dentro de su es­
quema del desarrollo de la libido, esta fase era seguida por
la del «narc isism o», en la cual el niño toma a su propio
self como objeto de amor. E sto bien puede c orresponder a
la etapa del self cohesivo en la terminología de Kohut.
E stas consideraciones subrayan la conveniencia de concebir
núcleos yoicos separados en la primera fase de la vida psí­
quica, como hace Glover ( 19 3 2 , 19 4 3 ) . E n armonía con
nuestros comentarios anteriores sobre la terminología, cree­
mos preferible modific ar la designación de Glover y hablar
de «núcleos del self». A partir de tales núcleos antecedentes
se construye gradualmente el self íntegro y cohesivo, en fo r­
ma paralela al ordenam iento realista de los diversos objetos
parciales en totalidades cohesivas. E n estadios posteriores de
la organización psíquica, cuando la pérdida de cohesión del
self ya no amenaza su fragmentación actual, el yo diferen­
ciado puede emplear este camino regresivo de escisión del
self como mecanismo de defensa; tal el proceso al que F reud
denominó «desm entida» ( 19 2 3 ) . g Cuando actúa este meca­
nismo, los aspectos no admitidos de la actividad mental no
se encuentran detrás de la barrera de la represión, sino que
están separados de las partes admitidas del self por una
falla en el proceso de síntesis e integración.
Los problemas tocantes a la gradual diferenciación de obje­
tos totales y la unificación del self cohesivo predominan en
la vida psíquica del niño a partir de su capacidad de esta­
blec er distinc iones cognitivas entre el self y el mundo ex­
terior, y mantienen su relevancia hasta el abandono final
de los objetos-self. E s la form ac ión del superyó, como con­
secuencia del complejo de castrac ión, lo que perm ite la in­
teriorización de las funciones de regulación del self, y así
posibilita al niño vinc ularse con los objetos únicamente en
términos de amor y de odio, sin fusión narcisista. A partir
de entonces, los problemas del self y de las relaciones objé­
tales sólo adquieren importanc ia partic ular en aquellos es­
tados regresivos que reproduc en la simbiosis infantil con los
objetos.14
L uego de la formación del superyó y de la diferenciación
del yo, es desde luego el modelo tripartito el que m ejor
ilustra la vida psíquica. N o obstante, en el otro extrem o de
la escala de la maduración, en aquella esfera en la que no es
aplicable el concepto de conflic tos intrapsíquic os encarnados
en la teoría estruc tural, quizá sea útil también considerar de
prim ordial importancia la organización del self o de la per­
sonalidad en su c onjunto. Desde esta perspec tiva, incluso
puede ser legítimo concebir la estruc tura tripartita regular h
de la psique en c onflic to como una de las formas de organi-

68
ación del self. Queremos dec ir con esto que una línea evo­
lutiva del self puede dividirse en tres fases princ ipales: la
del self en formac ión, coronada por un estado de cohesivi-
dad; la del self en conflic to entre sus pulsiones, sus normas
interiorizadas y su sentido de realidad, y la del self que se
encuentra más allá del c onflic to, la expansión de capacidades
permanentes que influyen en la conducta a través de la ar­
monía interior — la m etáfora del centauro— . O tros estudios
deberán pormenorizar esta visión epigenética del self.16
Tal vez ya estemos en condiciones de esbozar un modelo
que describa las vicisitudes del self y los objetos durante las
fases de la vida psíquica en que estas constituyen los más
importantes problemas psicológicos. H emos resuelto cons­
truir este modelo basándonos en la metáfora freudiana de las
relaciones objétales, la de la ameba con sus seudópodos. Los
diagramas que sugerimos deben entenderse como desc rip­
ciones del mundo de las representac iones: no de realidades
efec tivas del ámbito interpersonal o social, sino de condicio­
nes intrapsíquicas.
E l modelo se basa en unidades que describen la relación del
self con uno de sus objetos. La figura 5 ilustra los diversos
tipos de relaciones objétales posibles. La relación de amor
madura de un self total con un objeto total está represen­
tada por dos círculos próximos entre sí. Las leyendas iden­
tifican a sujeto y objeto; también pueden diferenciar a los
objetos elegidos sobre la base del apuntalamiento de los
elegidos por reflejar de alguna manera al self (los «objetos
narcisistas» en la terminología de F reud) . A los primeros
los hemos denominado simplemente «objeto»; a los segun­
dos, «self' ( o bjeto ) ». E l empleo de objetos-self se muestra
gráficamente por la fusión de los círculos que representan
a cada persona. F inalmente, el empleo de un objeto tran-
sicional está dado por la apertura parcial de los círculos
que simbolizan al self y al otro, abarcando un terc er círculo
aue se superpone a ambos y los une.
E n el modelo de la mente basado en las vicisitudes actuales
del self y los objetos, el mundo de las representac iones se
describe escogiendo entre estas descripciones simbólicas de
diversos tipos de relaciones objétales las que mejor corres­
pondan a la situación clínica del momento. E n la figura 6
ofrecemos dos de esas posibilidades; la gran variedad de
configuraciones que se encuentran en la práctica será ilus­
trada más ampliamente cuando apliquemos el modelo del
objeto-self a la casuística (c f. los capítulos 8 a 10 ) . La
figura 6 { a) muestra un self cohesivo relacionado con una
gama de objetos totales, algunos de los cuales fueron elegi­
dos por apuntalamiento y otros sobre una base narcisista.
De hecho, este es el cuadro que presentan las relaciones

69
F igura 5. Ilu strac ión de los d ive rsos tipos de relac ione s
ob jé tale s.

O b je to an ac lític o

O b je to n arc isista

objétales luego de cesar el uso de objetos-self, vale decir,


cuando el modelo de objeto-self ya no es el más adecuado
para esc larecer el funcionam iento psíquico. E n el estado de
transic ión, relac iones como las que aparecen en la figura

70
I’igura 6. M ode los de re pre se n tac ione s in trap síq uic as d e l se lf
v los ob je tos.

( a ) Self I ntegro relacionado con una serie de objetos íntegros.

N úcleo s dispares

(b ) Núcleos dispares del self relacionados con los objetos.

6 { a) coexisten con otras que siguen la pauta de los obje-


tos-self de la figura 5. Adem ás, es probable que en esta
etapa aparezcan también objetos transicionales en el mundo
de las representac iones.

71
E n contraste con las condiciones maduras que describe este
modelo, en la figura 6 { b ) se pinta el mundo de las repre­
sentaciones anterior a la formac ión del self cohesivo. H ay
varios objetos-self, dotados cada uno de distintas cualidades
( lo cual se indica en el diagrama mediante el uso de letra
redonda y bastardilla, marcando así la falta de integración
entre los diversos aspectos de estos objetos). Análogam en­
te, coexisten sin integrarse diversos aspectos del self ( y tam­
bién esto se designa mediante diferenc ias tipográfic as). Para
señalar que cada aspecto del self o núcleo es solamente
parc ial, en lugar de utilizar un círculo completo se emplea
un segmento circ ular.
La fragmentación de un self cohesivo en sus núcleos ante­
cedentes puede graficarse dibujando al self como un círculo
completo y luego subdividiéndolo en un cierto número de
segmentos, cada cual con un rótulo diferente. De ordinario,
tal regresión irá acompañada de un conjunto de cambios
adicionales en el func ionam iento, fuera de la esfera de las
relac iones objétales. Conceptualizaremos tales fenómenos
dentro de un marco más amplio, que será expuesto en el
próximo capítulo.

N o tas

1 En el capítulo 7 se examina con más detalle la vida mental ca­


racterizada por la falta de defensas frente al núcleo más íntimo
del ser humano.
2 En la sección sobre los mecanismos de defensa típicos del capí­
tulo 6 se expondrá en detalle el desarrollo yoico.
3 Entre los trabajos teóricos más coherentes en torno a estas cues­
tiones se cuentan los de Glover, que culminan en la conceptua-
lización de un «nivel funcional» como fase del desarrollo psí­
quico (1950). Pronto se pondrá de manifiesto que nuestra obra
tiene con él una gran deuda intelectual.
4 Cf. Freud ( 1909A), esp. págs. 41-43.
5 Podría decirse que ya lo había hecho en el «Proyecto» de 1895,
ai destacar la dependencia del bebé, para la satisfacción de sus
necesidades, de la intervención de los adultos. Véase el capítulo 4.
6 Remitimos a páginas posteriores de este capítulo para nuestra de­
finición del self y su conceptualización como línea de desarrollo.
7 Más adelante, Freud (1931a) introdujo una nueva ramificación,
al distinguir entre dos tipos de elección de objeto libidinal en
la vida adulta. En el primer tipo, el objeto de amor se elige de
acuerdo con el modelo suministrado por la persona que origi­
nalmente cuidó del niño; a esta elección de objeto Freud la
denominó «por apuntalamiento» [«anaclítica», en la terminología
inglesa (N . d el T .)], pues suponía que en tales casos la libido
se apuntala en la pulsión de autoconservación. El segundo tipo
de elección de objeto es el «narcisista»; en él, el objeto refleja
al self, sea en su forma presente o en algún aspecto de su pasado
o de su anhelado futuro.

72
K El primero de estos investigadores fue probablemente Federn
(1926-52), cuyos innovadores aportes clínicos nunca obtuvieron
el reconocimiento que merecen debido a las fallas de su expo­
sición teórica. La minuciosa introducción que escribió Weiss para
la recopilación de sus escritos mitigó sólo en parte el problema.
Federn empleó los términos «yo» o «yoico» de manera descrip­
tiva para una confusa gama de fenómenos: sentimiento yoico, fron­
tera del yo, investidura del yo, estado yoico, etc. Con esos tér­
minos parece haber aludido, en diferentes momentos, al self (tal
como aquí lo definimos), al yo sistémico de la teoría estructu­
ral, al sistema Pr c c de la primera tópica, etc. Aparentemente, la
psicología interpersonal de Sullivan procura abarcar el mismo
ámbito, pero se limita a las conductas observables exteriormente,
sin formular una teoría de la psique en sí. La escuela kleiniana
ha librado una lucha en gran medida infructuosa por integrar al
conjunto de conocimientos analíticos las observaciones proceden­
tes del tratamiento de sujetos con una organización psíquica re­
lativamente primitiva, y su fracaso se debe a la impropia utili­
zación de las construcciones de la teoría estructural para exa­
minar los problemas que plantea la psique primitiva. En Grin-
berg (1968) se hallará un ejemplo de las insostenibles cosifica-
ciones a que esto puede dar lugar.
9 Sandler y Rosenblatt incluyen su conceptualización bajo el rótulo
de la teoría estructural. Quisiéramos señalar que esa concepción
sólo es sostenible para las condiciones prevalecientes luego de
la diferenciación del yo, vale decir, en líneas generales después
del sepultamiento del complejo de Edipo. E l mundo de las re­
presentaciones se va erigiendo poco a poco en una época en que
los recuerdos están organizados en gran medida según su sig­
nificación respecto de las pulsiones. Por consiguiente, las repre­
sentaciones tanto del self cuanto de los objetos continúan ejer­
ciendo su influencia dinámica de una manera que no tiene sen­
tido clasificar en términos de la distinción entre el yo y el ello.
10 Se hallará una descripción más completa de esta línea de desa­
rrollo en la sección sobre el narcisismo del capítulo 6.
11 Esta evolución se examina con más detalle en la sección sobre
el examen de realidad del capítulo 6.
12 Estudiaremos más minuciosamente los descubrimientos clínicos
de Kohut en los capítulos destinados a ilustrar el empleo del
modelo jerárquico para el ordenamiento de material clínico real.
Véanse esp. los capítulos 8 y 10.
13 Otra declaración de Rapaport acerca de la necesidad de un con­
cepto del self en la teoría psicoanalítica aparece en (1967¿>, pág.
688, n. 2).
* Véase la «Advertencia del traductor», su p r a, pág. 1. [N. d el T .]
14 Destaquemos que si bien los trastornos neuróticos del carácter
presentan muchos de los denominados «rasgos pregenitales» en
la esfera de la libido, su modo de organización n o corresponde
al de la fase de los objetos-self arcaicos. Estructuralmente, están
organizados según el modo característico del período de latencia.
Discutiremos con más amplitud este importante problema en el
capítulo 8, al dar un ejemplo clínico de trastorno neurótico de
carácter. Además de la obra de Kohut sobre los trastornos nar-
cisistas de la personalidad, se han hecho importantes contribu­
ciones psicoanalíticas que utilizaron como marco de referencia,
implícitamente, el del self y los objetos. Entre ellas resalta la
obra de Mahler (1963, 1965, 1966, 1967), basada en la obser­
vación directa de las relaciones objétales de niños pequeños.
Jacobson (1964) se las ingenia para examinar el mismo tema
empleando el vocabulario de la psicología del yo.

73
11 « E x p ectab l e» ; literalmente, «previsible», o sea, la que previsible­
mente ha de darse en casos normales. Los autores utilizan con
Segunda parte. E l m odelo jerárquic o
frecuencia este término, evitando la palabra «normal»; por ejem­
plo, en la expresión « ex p ec t ab l e ad u l t f u n c t i o n i n g » , que hemos
traducido «funcionamiento adulto regular». [N. d el T . ]
15 Goldberg (1971) ha aplicado esta conceptualización del self al
examen de un significativo fenómeno psicológico que no es pe­
culiar de la situación psicoanalítica: el de la «espera».

74
6. Líneas de desarrollo en interacc ión

H asta ahora hemos pasado revista a las teorías clínicas de


uso c orriente desde su introducción por parte de F reud, y a
algunas otras que, a nuestro juicio, estaban implíc itas en su
obra. T odas estas teorías tienen como característica común
que inc luyen los puntos de vista metapsicológicos dinámi­
co y estruc tural; mediante modificaciones y agregados opor­
tunos podría añadírseles el económico. E n ninguno de los
modelos ejemplificadores que esbozó F reud para estas teo­
rías, se presenta claramente la organización de los datos
desde el punto de vista genético, pese a que los fac tores
genéticos son esenciales para la comprensión del material
clínico.
E s evidente, entonces, la conveniencia de bosquejar un mo­
delo de la vida psíquica que tome como eje el propio desa­
rrollo psicológico y sea capaz de describir de manera explí­
cita las posibilidades simultáneas de un funcionam iento pro­
gresivo y regresivo. L a comprensión tác ita, que puede pre­
suponerse en toda teoría psicoanalítica, de los antecedentes
genéticos de los estados psíquicos actuales no basta para
formarse una imagen clara de su evolución o de sus poten­
ciales fluc tuaciones.
Al escoger un princ ipio organizador de nuestra exposición
que rec urra primordialmente a la cronología del desarrollo,
estamos aplicando al estudio del funcionamiento psíquico
total un principio c orriente ya utilizado por el psicoanálisis
para estudiar diversas funciones mentales separadas.1 F reud
empleó por primera vez este enfoque en T re s e nsayos de
te oría se x ual ( 19 0 5 d ) . Allí presentó el desarrollo de la libi­
do como una serie epigenética. E ste princ ipio fue adoptado
por F erenczi y denominado «líneas de desarrollo» en 19 13 ,
cuando presentó su obra sobre la evolución del sentido de
realidad. Su defensora más congruente ha sido Anna F reud
( 19 6 5 ) , y en cuanto a la importancia teórica de la concep­
ción epigenética, ya la hemos examinado en el capítulo 1.
fü desarrollo psíquico consiste en una estructuración progre­
siva; si intentamos c onstruir un modelo del desarrollo de­
bemos bosquejar de qué manera se adquiere la estructura
mental, en el sentido más lato. E n este sentido, «estruc tu­
ra» significa función duradera; sin embargo, como destacó

77
Rapaport ( 19 6 0 ) , «los fac tores estructurales que determ i­
nan el comportamiento [ . . . ] son re lativam e n te perma­
nentes» (las bastardillas son nuestras). E l estudio más con­
gruente sobre la relativa estabilidad de diversas funciones
mentales y «su reversibilidad o irreversibilidad [ . . . ] fren­
te al stre ss interior o ex terior» fue el emprendido por H art-
mann ( 19 5 2 ) . E ste nos advirtió que las funciones reciente­
mente adquiridas «m uestran un alto grado de reversibilidad
en el niño» (pág. 17 7 ) y diferenció los «aparatos de auto­
nomía prim aria» de los de «autonom ía secundaria». Los pri­
meros son estructuras relativam ente estables desde el co­
mienzo, en tanto que los otros adquieren sólo poco a poco
esa estabilidad. E sta es una manera novedosa de diferenciar
las estructuras congénitas de las adquiridas. T odo modelo de
desarrollo debe ocuparse, al menos en lo que atañe a las
func iones más importantes de la psique, de la cuestión de
la autonomía, planteada por H artmann ya en 19 3 9 .
Como dijimos en el c apítulo introduc torio, la maduración
en pos de la autonomía secundaria puede indicarse en un
esquema evolutivo mediante el eje de ordenadas de un
gráfico de barras ( véase la figura 1) . P resentándolo de esta
manera, seguimos la recomendación de Glover ( 19 5 0 ) :

«L o que llamamos, en el sentido estruc tural, organización


de la mente no debe concebirse como una mera serie de
niveles de desarrollo supe rp ue stos. H ay, para utilizar una
imagen espacial, un desarrollo tanto vertic al cuanto hori­
zontal del aparato» (pág. 3 7 4 ) .

Glo ver destacó también que todos los sistemas funcionales


siguen operando conjuntamente a lo largo de la vida una
vez que han sido formados. Sostuvo que debía procederse al
examen simultáneo de un cierto número de funciones sepa­
radas para trazar un mapa evolutivo del func ionamiento
mental. E n verdad, este programa se hace eco de la decla­
ración de F reud en una carta de 19 3 3 : «E l próxim o “ ma­
pa” psicológico tendrá que ser más detallado que el que hoy
poseemos» ( W eiss, 19 7 0 ) .
E l mapa que ahora habremos de trazar nosotros no será tan
minucioso como idealmente necesitaría ser; para conservar
la claridad expositiva, debemos contentarnos con esbozar las
líneas de desarrollo que estimamos esenciales. Aun con esta
limitac ión, el diagrama resultaría algo complejo si quisié­
ramos m ostrar, simultáneamente, todas las modalidades al­
ternativas que existen para el cumplimiento de determinada
tarea psíquica. A fin de ac larar esto, volvam os al ejemplo
que empleamos en el capítulo 1 para explicar el concepto
de epigénesis: la línea de desarrollo de la libido.

78
E s bien sabido que ciertos montos de libido no participan
en la progresión general del desarrollo (c f. H artmann y
Kris, 19 4 5 ) . E n personas que ya han alcanzado el primado
de los genitales se encontrarán deseos orales, anales y fá-
licos. Un modelo apropiado del desarrollo debe poder mos­
trar todas estas diversas c orrientes de la pulsión sexual en
su operac ión conjunta. Adem ás, algunas de estas funciones
tempranas, «prim itivas», persisten inalteradas en su forma
original, mientras que otras experimentan «cambios de fun­
c ión»; estos cambios serán indicados en el eje de ordenadas
del diagrama.
A medida que avanza el desarrollo, las posibilidades poten­
ciales de funcionar tanto en niveles prim itivos como más
maduros, con o sin «cambio de func ión», se tornan crecien­
temente complejas. E n nuestro modelo, esta complejidad
puede indicarse mediante el artificio gráfico de la superpo­
sición de estratos; vale decir, en cada fase evolutiva, debajo
del casillero que indica los modos de funcionamiento típicos
de esa fase incluiremos todos los modos utilizados con an­
terioridad, cada uno de los cuales puede todavía ser ac tiva­
do. E sta activación puede tener lugar como resultado de
una regresión en estado de stre ss o de alteración de la con­
ciencia, y en varias otras circunstancias, y puede estar al
servicio de la adaptación o de la creatividad.
E l despliegue de la personalidad humana es un proceso
intrincado que implica varios logros, posibilitados por el
progreso m adurativo, específico de cada fase, de cierto nú­
mero de funciones independientes. E n consecuencia, la elec­
ción de las líneas de desarrollo que han de inc luirse en . un
modelo jerárquic o no se apoya en criterios rígidos o abso­
lutos. Las sugerencias que ahora expondremos deben con­
siderarse tentativas y flexibles. N uestras opciones se han
guiado por la nosología de los comportamientos que, me­
diante el modelo, se espera diferenc iar uno de otro.2
E n la elección de las funciones a inc luir en el modelo, la
orientac ión clínica de los fundamentos racionales de este
hace que nos concentremos en las áreas sensibles a la inte­
racción con el medio, y nos preocupemos menos de aquellas
secuencias madurativas cuyas pautas de desarrollo son más
o menos invariables. P or ejemplo, no incluiremos el desa­
rrollo de las pulsiones agresivas o de los aparatos de auto­
nomía primaria, partiendo de la base de que estas pautas
de desarrollo comparativamente invariables, o bien c ontri­
buyen poco, en general, a la evaluación diagnóstica, o bien
deben aguardar la elucidación futura de su importancia por
parte de las investigaciones psicoanalíticas.

79
L a i n terac c ió n d e d o s l í n e a s d e d e sa r r o l l o :
si tu ac i o n es d e p elig ro típ i c as y rel ac i o n es o b j étal es

Comenzaremos nuestra exposición de la interac ción entre


las líneas de desarrollo volviendo a las situaciones de peli­
gro típicas ya presentadas en el capítulo 1. E n su resumen
de las teorías de F reud sobre la angustia, Strac hey ha defi­
nido bien en qué consisten las situaciones de peligro:

«L a esencia [de una situación traum átic a] es una experien­


cia de desvalimiento [ . . . ] frente a una acumulación de la
excitac ión, ya sea de origen externo o interno, que no puede
tram itarse. La “ señal de angustia” es la respuesta del yo
frente a la amenaza de que sobrevenga una situación trau­
mática. Dicha amenaza c onstituye una situación de peligro.
Los peligros internos se modific an en cada período de la
vida» ( SE , vol. 2 0, pág. 8 1) .

Como dijimos en el c apítulo 4 al examinar el modelo del


arco reflejo, ya en 18 9 5 F reud había postulado que la or­
ganización psíquica debe desarrollarse a partir de un es­
tado funcional inicial, «prim ario», en el cual se produce
la descarga direc ta mediante el cumplimiento alucinatorio
del deseo, pasando a un estado «sec undario» en el que es
posible inhibir esa descarga directa. Debe adquirirse gra­
dualmente el examen de realidad, y esto se produce me­
diante la experiencia repetida del displacer consecuente a
la descarga a través de la vía alucinatoria. De ahí la afir­
mación de F reud de que «el displac er sigue siendo el único
medio de educ ación».3
Sólo tres décadas después de su Proye c to de 18 9 5 completó
F reud su trabajo sobre la secuencia de desarrollo de los pe­
ligros típicos. E n In hib ic ión , síntom a y ang ustia ( 19 2 6 d )
señaló la génesis del proceso secundario con respecto, en
especial, al paulatino desarrollo del apego del niño por la
madre o sus sustitutos. E sta «ligazón» con la persona que
ha suministrado las «acciones espec ífic as» (c f. 19 5 0 [ 18 9 5 ] ,
pág. 3 18 ) necesarias para evitar la sobrestimulación y supe­
rar el desvalimiento hace que el peligro original de la acu­
mulación traumática de excitaciones sea, en los casos típi­
cos, remplazado por el peligro de perder la ligazón con la
madre, por el peligro de la separación:

«E l contenido del peligro [ . . . ] se desplaza de la situa­


ción económica a la condición que determinó dicha situación,
o sea, a la pérdida del objeto. [ . . . ] E sta mudanza significa
un prim er gran progreso [ . . . ] , el pasaje del surgimiento

80

A
automático e involuntario de la angustia a su reproduc ción
deliberada como señal de peligro» ( 19 2 6 d , pág. 13 8 ) . 4

Como hemos mostrado en la figura 1, la fase de la angustia


de separación puede a su vez subdividirse; F reud señaló
que en estadios posteriores «ya no se trata de la ausencia o
la pérdida real del objeto, sino de la pérdida del amor del
objeto» ( 19 2 6 J , p á g . 14 3 ) .
P or entonces F reud no llamó la atención sobre el hecho de
que la separación de la madre puede ser traumática aun
cuando se evite la sobrestimulación suministrándole al niño
una persona adecuada que se haga cargo de él. Un cambio
tan drástico en el mundo del niño puede c onstituir un
trauma narc isista; por ello, para su elucidación apropiada
es preciso seguir la línea de desarrollo del narcisismo.5 De
hecho, F reud vinc uló las formas posteriores de peligro tí­
pico con las anteriores a través del denominador común
del narcisismo infantil. E n la fase fálica, es el pene el que
posee mayor valor narcisista, y en consecuencia la situación
de peligro típica en este estadio es la amenaza de pérdida
del pene, vale dec ir, la angustia de castración.
La secuencia que hemos descrito puede form ularse también
en términos de los correspondientes procesos que tienen
lugar en el ámbito de las relaciones objétales. L uego del
establecimiento de una diferenc iación cognitiva estable entre
el self del niño y su objeto prim ario, al peligro de sobres­
timulación le sucede la angustia de separación. E l tem or de
pérdida del objeto sigue siendo la situación de peligro tí-\
pica en tanto y en cuanto el objeto sea fundam entalmente
una porción del mundo narcisista del niño que este nece­
sita, o sea, un «objeto-self» arcaico. E ste estado de cosas
llega a su fin con la consolidación de un self cohesivo, tras
lo cual ya no es necesario mantener un c ontrol omnipo­
tente sobre el objeto durante gran parte del tiempo. La
angustia de separación cesa entonces de ser la situación
peligrosa crucial; ahora, la ausencia del objeto provoca más
bien celos que angustia de separación, y la hostilidad re­
sultante es la fuente del tem or al castigo o a la represalia
( el tem or a la c astrac ión).
F erenczi ( 19 2 6 ) ha dicho que el sepultam iento del com­
plejo de E dipo es la experiencia de separación decisiva en
el desarrollo psíquic o del niño. Al dar origen al superyó,
este proceso modifica en forma cardinal el func ionamiento
psíquico. Convierte al niño en una entidad autorregulada
y autónoma; a partir de entonces, él ya no siente funda­
mentalmente tem or de ser castigado por los demás o de que
estos tomen represalias contra él. L a situación de peligro 1
típico pasa a ser la de la angustia moral. E n este punto, la

81
importanc ia suprema de las relaciones objétales en el sen­
tido interpersonal comienza a disminuir y a ser remplazada
por la de los conflictos intrapsíquic os. A su vez, luego de
la consolidación de la barrera de la represión, la angustia
moral es sustituida por las amenazas realistas. L a form a­
ción de esta nueva estruc tura termina de diferenc iar defi­
nitivam ente al yo del ello. Al mismo tiempo, la angustia
es típicamente puesta al servicio del yo como se ñal de
peligro.
L a secuencia de peligros esbozada — sobrestimulación, pér­
dida del objeto, castración, conflic to intrapsíquic o y ame­
nazas realistas— puede dividirse en tres períodos tempo­
rales sucesivos, cada uno de los cuales requiere, para su
mejor comprensión, el uso de un modelo distinto de la
mente. La época de posible sobrestimulación traumática re­
quiere el empleo del modelo del arco reflejo. A partir del
punto nodal del desarrollo en que se establece una firm e
diferenciación cognitiva entre el self y el objeto, el mo­
delo más c onveniente es el basado en las vicisitudes de la
formación del self y de los objetos en el mundo de las
representaciones. Cuando, una vez establecido el superyó, ya
no se hace indispensable la partic ipación de una persona
externa para la autorregulac ión del niño, el modelo de los
objetos-self deja de ser el más pertinente para la elucidación
de la conducta. E n la fase en que los conflic tos intrapsí­
quicos suceden a la angustia de separación o de castración
como peligros típicos, los más aplicables son los modelos
tripartito y tópico.
F reud puso mucho cuidado en aclarar que cada situación
de peligro persiste aún después de haber sido sucedida
como típica por una nueva amenaza:

«N o he tenido intención alguna de aseverar que cada de­


terminante sucesivo de la angustia invalida por completo
al precedente. Cierto es que, a medida que avanza el des­
arrollo del yo, las situaciones de peligro anteriores tienden
a perder su fuerza y a ser soslayadas. [ . . . ] Sin embargo,
todas estas situaciones de peligro y estos determinantes de
la angustia pueden persistir uno junto al otro, y hacer que
el yo reaccione frente a ellos con angustia en un período
posterior al que les c orresponde; o bien varios de ellos pue­
den pasar a operar a la vez» ( 19 2 6 d , págs. 14 1- 4 2 ) .

Para indicar que cualquier situación de peligro puede vo l­


ver a presentarse aun cuando haya dejado de ser la típica,
hemos ideado un diagrama en que se indican sucesivamente
los diversos estadios del desarrollo y, en cada uno, hemos
repetido todas las situaciones de peligro previas (véase la

82
íigura 7 ) . 6 E ste artific io gráfico apunta a m ostrar que los
peligros nunca se dejan atrás por c om pleto; más bien se
agregan otros nuevos a los que ya existían. E l mismo prin­
cipio se aplicará a las otras func iones que intentaremos
elucidar con este m odelo, todas Jas cuales se representarán
con una serie sim ilar de superposición de estratos.

F igura 7. Je rarq u ía de las situac ione s de pe lig ro típic as en


d ive rsas fase s d e l d e sarrollo.

Peligro
de
amenazas
realistas

Peligro Peligro
de de
angustia angustia
moral moral

ti
Irreversible
Peligro
de
castración
Peligro
de
castración
Peligro
de
castración

M.,JJ Peligro de Peligro de Peligro de Peligro de


perdida del perdida del perdida del perdida del
objeto (o objeto (o objeto (o objeto (o
Reversible de su amor) de su amor) de su amor) de su amor)

Peligro Peligro Peligro Peligro Peligro


de sobres­ de sobres­ de sobres­ de sobres­ de sobres­
timulación timulación timulación timulación timulación
traumática traumática traumática traumática traumática

Tiempo . Diferenciación Formación


cognitiva del del superyó
self y el objeto
--- v---- ' N
------ ------ v/-------- - V -----------------
Modelos Del arco Del self T ripartito Tópico
aplicables reflejo y los objetos

E l diagrama que muestra la jerarquía de las situaciones


de peligro típicas en diversas fases del desarrollo es en
todo sentido característico del modelo que expondremos en
esta monografía, y que consistirá en la superposición de
diagramas similares para toda una gama de líneas de des­
arrollo paralelas que deben estudiarse para comprender en
profundidad el c omportamiento humano. L os gráficos re­
sultantes muestran etapas del desarrollo dentro de las cua­
les se cumple de manera específica una cierta función. E n
algún punto nodal, como el de la formación del superyó,
ciertas alteraciones en otras funciones posibilitan ( o inc lu­
so exigen) un cambio dec isivo, de modo tal que la fun­
ción correspondiente es a partir de entonces cumplida de

83
una nueva manera. Sin embargo, en ciertas condiciones,
aspectos que acaban de dejarse atrás pueden volver otra vez
a la palestra.
Para que sea posible suponer diversas líneas de desarrollo,
cada una de ellas debe estar subdividida en segmentos que
comiencen y terminen en idénticos puntos nodales. E stos
puntos de viraje evolutivos representan el logro de autono­
mía secundaria por parte de algún «aparato» de inusual
importancia — una interiorizac ión estruc tural que, en c ir­
cunstancias c orrientes, ya no estará sujeta a una desdife­
renciación regresiva— . E n los diagramas se indicarán tales
cambios mediante la inversión de la direc ción de una de
las dos flechas que originalmente corrían en sentido con­
trario; cuando ambas flechas apuntan en el sentido de la
maduración, la estructuración se ha vuelto irreversible.

C o n si d er ac i ó n de o tras l ín eas de d e sa r r o l l o :
el n a r c i si sm o , el se n t i d o de real i d ad ,
l o s m ec an i sm o s d e d ef en sa típ ic o s

Ahora pasaremos a examinar más detalladamente el mo­


delo de las líneas de desarrollo en interac ción añadiéndole
tres jerarquías de funciones más. A dos de ellas ya las he­
mos identificado como prerrequisito para la comprensión
del desarrollo de angustia y de las relaciones objétales: son
las del narcisismo y el sentido de realidad. De hecho, tuvi­
mos que hacer ciertas afirmaciones preliminares acerca de
ellas en nuestra presentac ión de las dos jerarquías de las
cuales hemos hablado. La últim a func ión que incluiremos
en esta versión esquemática del modelo será la de las ope­
raciones defensivas típicas de cada fase del desarrollo.

N arcisism o

F reud introdujo el concepto teóric o del narcisismo en 19 14 .


E n consonancia con el predominio, en sus teorías de esa épo­
ca, de la psicología de las pulsiones, postuló que el niño,
luego de alcanzar la capacidad de diferenc iar cognitivamente
entre su propio self y el objeto, da un paso crucial: distri­
buye su libido en dos tipos, libido narcisista y libido de
objeto. Mediante la elección de estos términos, F reud in­
tentaba señalar que, según dónde se invistieran las pulsiones
parciales, aparecían en ellas diferencias cualitativas.7
F reud examinó luego el destino que sufre en la vida pos­
terior del niño su «narc isismo prim ario»:

84
«L a observación del adulto norm al muestra amortiguado el
delirio de grandeza que una vez tuvo, y borrados los ca­
rac teres psíquicos desde los cuales hemos discernido su nar­
cisismo infantil» ( 19 14 c , pág. 9 3 ) .

E l individuo «ha erigido en el interior de sí un ide al por


el cual mide su yo [ self] ac tual». Sobre este «ideal del yo»
recae «el amor de sí mismo de que gozó en la infancia el
yo [ self] real», en el caso de los individuos que alcanzan
un nivel regular de desarrollo adulto. Como oc urrió con su
exposición del funcionamiento psíquico en general, tampo­
co en esta materia se preocupó F reud por establec er los
pasos intermedios entre el estadio inic ial de esta línea de
desarrollo y los estadios característic os de su madurez.
F ueron muchos los psicoanalistas que, a lo largo de los
años, contribuyeron a la comprensión clínica de estos pro­
blemas (c f. N agera, 19 6 4 b ; F edern 19 2 6 - 5 2 ; A. Reich,
19 6 0 ) . N o obstante, la indispensable elucidación metapsi-
cológica sólo se logró en los últim os tiempos con los tra­
bajos de Kohut ( 19 6 6 , 19 6 8 , 19 7 1) .
Kohut hizo tres aportes princ ipales para una reformulación
de la teoría psicoanalítica del narcisismo. E l prim ero y fun­
damental es que el narcisismo tiene una línea de desarrollo
propia, distinta de la que corresponde a la libido de objeto.
E llo implica que la analogía freudiana sobre la investidura
libidinal — su extensión hacia los objetos y su retiro de ellos
como los seudópodos de una ameba— carece de validez.
Kohut contradice el concepto de que la investidura de li­
bido en un objeto disminuye la cantidad de libido disponi­
ble para el self, o vic eversa (c f. 19 6 6 ) .
La segunda de las innovac iones teóricas de Kohut ha sido
la formulación de dos estaciones de paso en el camino in­
dependiente que sigue el desarrollo narcisista. A estos avan­
ces respecto del narcisismo primario se los designó como el
«se lf grandioso» y la «imago parental idealizada». E l self
grandioso es el estado que presenta la psique infantil en
la etapa denominada por F reud del «yo-placer purific ado»,
cuando el self se atribuye todas las perfec ciones. E s, pues,
la fuente dinámica de las ambiciones personales, «estrec ha­
mente entretejida con las pulsiones y sus inexorables ten­
siones [ . . . ] [ el self] quiere ser mirado y admirado». E n
esta etapa, «la investidura narcisista [ . . . ] se mantiene den­
tro de los nexos del self». E n c ontraste, la imago parental
idealizada se refiere a un «otro» arcaico y es depositaría de
investidura narcisista «amalgamada con rasgos del auténtico
amor de objeto». Consec uentemente, su aparición marca un
paso madurativo apropiado a la fase en el desarrollo de la
libido narcisista. L uego, bajo el efecto de la pérdida de

85
objeto, la frustrac ión o la desilusión, tendrá lugar la iden­
tific ación con el progenitor idealizado. L a mayor de estas
pérdidas es la c orrespondiente a la desilusión edípica, la
cual da por resultado la interiorizac ión que a su vez desem­
boca en la formación del superyó: «E l ideal del yo es aquel
aspecto del superyó que corresponde a la introyecc ión ma­
siva, específica de la fase, de las cualidades idealizadas del
objeto» (Kohut, 19 6 6 , pág. 2 4 9 ) . Análogamente, el self
grandioso debe sufrir una modificación gradual, «fundirse
con la estruc tura de las metas yoicas y alcanzar la autono­
mía. [ . . . ] E l exhibicionismo del niño debe poco a poco
desexualizarse y quedar subordinado a estas actividades que
apuntan a una meta» ( 19 6 6 , pág. 2 5 3 ) . E l contenido idea-
tivo de las imágenes exhibicionistas-narcisistas prim itivas del
self grandioso es la fantasía grandiosa.
La tercerá contribución de Kohut respecto del narcisismo
consistió en tom ar en cuenta las trasformaciones del narc i­
sismo prim itivo en atributos func ionales que poseen auto­
nomía secundaria, como la sabiduría, la empatia, el humor,
la creatividad y la aceptación de la transítoriedad. T odas es­
tas trasformaciones son posteriores al establecimiento firm e
de ideales rectores viables. E n el diagrama jerárquic o que
proponemos, se representarán por un avance ascendente a lo
largo del eje de ordenadas.
E n su examen del complejo de castrac ión, en 19 14 , F reud
examinó por primera vez la correspondenc ia entre el desarro­
llo del narcisismo y del amor de objeto, aclarando que el
predominio de esa constelación en una de las fases — que
posteriorm ente ( 19 2 3 e ) habría de denominar la «fase fá-
lica»— se basa en la maduración de la libido de objeto y
la simultánea investidura narcisista del falo. Dentro de la
psicología evolutiva de F reud, es bien conocido el papel
prim ordial que cumple el complejo de castración en la re­
solución de los conflictos edípicos libidinales y agresivos
(c f. 19 2 4 d ) ; quizá no sea tan vastam ente comprendido el
hecho de que F reud consideraba el temor de la castración
específicamente como un peligro de daño narc isista (c f.
19 2 3 e , 1925/ ) . E xpresado de otro modo: la gradual reduc­
ción de la grandiosidad del niño alcanza a su falo en úl­
timo término, de manera tal que el exhibicionismo fálico
— así como su equivalente en las mujeres— continúa some­
tido a la excesiva vulnerabilidad que caracteriza a cada as­
pecto del self grandioso. Como señaló F reud ( 19 19 e ) , cuan­
do el complejo de E dipo no ha sido bien resuelto se pro­
duce un sentimiento subjetivo de inferioridad cuya mejor
descripción sería la de una «herida narcisista». Desde este
partic ular punto de vista, se torna evidente que es requisito
para el sepultam iento del complejo de E dipo una madura­

86

i
ción sufic iente del narcisismo a lo largo de sus vías de tras­
formac ión, que perm ita al niño tolerar la mortific ac ión cau­
sada por el colapso de su grandiosidad fálica. P or supuesto,
no debe interpretarse que este es el único requisito; para
mencionar sólo los requerimientos esenciales en términos
de amor objetal, el objeto edípico debe haber sido inves­
tido con intensidad suficiente como una persona separada,
y toda la tríada edípica debe haber pasado a ser el com­
ponente ideativo dominante de la vida m ental.8
T al vez este sea el lugar apropiado para hacer un comen­
tario acerca de las diferencias, en cuanto a esto, entre el
desarrollo del hombre y el de la m ujer.9 F reud ( 19 2 5 ; )
llegó a afirm ar que la percatación por parte de la niña de
su falta de pene es una herida narcisista que origina un sen­
timiento de inferioridad y un «complejo de masc ulinidad».
E l desarrollo favorable en la mujer depende de que acepte
esta humillación narcisista, y, bajo los efectos conjuntos del
amor por el padre y la rivalidad con la madre, trasforme
este deseo de un pene en el anhelo de tener un bebé. Como
en las niñas el sepultam iento del complejo de E dipo depende
de la frustrac ión libidinal ( y no del peligro de castración,
su principal agente causal en los varones), el superyó de
las mujeres tiende a funcionar de manera distinta que el
de los hombres (c f. F reud, 19 3 1 b ) . Sin embargo, estas
diferencias en el desarrollo no impiden aplicar a hombres y
mujeres el mismo modelo de la mente.
Quizás estemos ahora en condiciones de inc orporar la línea
de desarrollo del narcisismo al modelo trazado para ilustrar
la de las relaciones objétales y las situaciones de peligro tí­
picas. Se recordará que en el diagrama (figura 7 ) no in­
tentamos dar cuenta del período de transic ión que va des­
de aquel en que el peligro típico es la separación del objeto
hasta aquel en que lo es la castración. Nos perm ite expli­
car esta transic ión la gradual reducción del self grandioso,
ya bosquejada: la etapa de transición se produce toda vez
que la grandiosidad queda irreversiblem ente limitada al falo
del niño. Análogam ente, la idealización de los progenito­
res pasa a c entrarse en sus atributos fálicos.
Podemos ahora superponer, en la figura 7, la línea de desa­
rrollo del narcisismo. Al hacerlo, se advierte que antes de
la diferenciación cognitiva del self respecto del objeto pre­
valec e un estado de narcisismo prim ario, y luego de ella,
hay correspondencia entre la etapa de la angustia de sepa­
ración y la del self grandioso y las imagos parentales ideali­
zadas. Cuando la grandiosidad narcisista queda limitada al
falo, la angustia de castración desplaza gradualmente, como
peligro típic o, a la amenaza de pérdida del objeto-self ar­
caico. L a formación del superyó entraña la interiorización

87
del ideal del yo así como el pasaje a la preponderancia de
los conflic tos intersistémic os, o sea, el surgimiento de la
angustia moral como peligro típico. T ras la consolidación
de la barrera de la represión, estos conflictos ya no son di­
rec tamente discernibles; la angustia queda confinada a su
función de señal de peligro, y el narcisismo sufre de ordi­
nario sus trasformaciones maduras en empatia, c reatividad,
sagacidad y humor (véase la figura 8 ) .

F igura 8. je rarq u ías d e l narc isism o y las situac ione s de pe ­


lig ro típic as en dive rsas fase s de las re lac ione s ob jé tales.

Áa
na Trasforma­
ciones del
narcisismo
Angustia-señal
y amenazas
realistas

Ideal 1 1Ideal
Irreversible del yo del yo
Angustia Angustia
moral moral

Narcisismo l Narcisismo Narcisismo


fálico fálico fálico
Maduración Angustia de Angustia de Angustia de
castración castración castración

&« . i Self Self Self


grandioso grandioso grandioso grandioso
e imagen e imagen e imagen c imagen
Reversible parcntal parcntal parcntal parental
idealizada idealizada idealizada idealizada
Angustia de Angustia de Angustia de Angustia de
separación separación separación separación
Narcisismo , Narcisismo Narcisismo Narcisismo Narcisismo
primario primario primario primario primario
Sobresti- Sobresti- Sobresti- Sobresti- Sobresd-
mutación mulación . mutación mutación | mutación
traumática traumática traumática traumática traumática

Tiempo
G randiosidad Consolidación
limitada de la barrera
al falo de la represión

E l se ntido de re alidad

E n su trabajo F orm ulac ione s sob re los dos p rin c ip ios d e l


acaec er psíquic o ( 1 9 1 1 ¿>) , F reud dejó abiertas dos cues­
tiones conexas: el modo de desarrollo del proceso de pen­
samiento secundario y la aceptación del princ ipio de reali­
dad, a partir de los estados primarios precedentes ( el pro­
ceso de pensamiento prim ario y el princ ipio de plac er).
L a tentativa de com pletar las estaciones intermedias entre
la «etapa psíquica prim aria» y la «etapa sec undaria», ca­

88
racterística del pensamiento de vigilia del adulto norm al, fue
llevada a cabo por F erenczi ( 19 13 ) . Al hacerlo, construyó
la primera línea de desarrollo psic oanalítica,10 que puede
correlacionarse con la descripción posterior de Piaget, más
detallada, sobre el desarrollo cognitivo del niño (c f. Piaget
e Inhelder, 19 6 9 ) .
F erenczi comenzó su exposición partiendo del hallazgo de
F reud en el caso del «H om bre de las Ratas» ( 19 0 9 J ) ; en
la neurosis obsesiva el paciente está convencido de la om­
nipotenc ia de sus pensamientos. F erenczi describió cuida­
dosamente lo que más tarde habría de denominarse «esci­
sión del yo» en estos pacientes. Una parte de su organiza­
ción psíquica queda detenida en la etapa del pensamiento
mágico, mientras que otra, habiendo aceptado el principio
de realidad, puede ver ese pensamiento prim itivo del otro
fragmento de la personalidad como algo ridíc ulo. F erenczi
interpretó el pensamiento prim itivo como una regresión al
estadio infantil caracterizado por una falta de c ontrol de los
impulsos. F reud había relacionado la fantasía de omnipoten­
cia con la megalomanía infantil; en nuestros diagramas, co­
rresponde a la era del self grandioso.
De acuerdo con F erenczi, «el remplazo de la megalomanía
infantil por el reconocimiento del poder de las fuerzas na­
turales c onstituye el contenido esencial del desarrollo del
yo» ( 19 13 , pág. 2 18 ) . Suponemos que aquí F erenczi se
refiere al establecimiento de una representac ión estable del
self (en ese contexto, nosotros preferimos utilizar la ex­
presión «sistem a del s e lf» ) .11 F erenczi concebía la megalo­
manía infantil como la persistencia de un estadio de «om ­
nipotencia incondicional» inmediatamente posterior a la
existenc ia intrauterina. Aunque la expresión «narcisismo
prim ario» fue introducida por F reud al año siguiente, F e­
renczi debe de haber supuesto ya que una etapa así no po­
día perdurar mucho tiempo, pese a los mejores esfuerzos
en tal sentido de la madre o sus sustitutos. Inevitablemen­
te, las frustraciones debían interferir con la ilusión de la
omnipotencia incondicional. Sin embargo, toda vez que la
crianza lograra satisfacer los deseos del bebé, «este debía
sentirse en posesión de una capacidad mágica mediante la
cual podía efectivam ente realizar todos sus deseos. F erenczi
llamó a esta etapa la de la «omnipotencia alucinatoria má­
gica». Argum entó que los adultos normales retornan a este
estadio de organización en el sueño, y que las psicosis cons­
tituyen «la contrapartida patológica de esta regresión».12
P ara conseguir que las personas que lo crían satisfagan sus
deseos con mayor frecuencia, el niño debe aprender a emi­
tir señales mediante actividades motrices. Al principio, cada
vez que estas son seguidas de una satisfacción, experimenta

89
sus descargas motrices no coordinadas como si fueran seña­
les mágicas; más adelante, desarrolla con este fin un len­
guaje gestual partic ular. P or ello, F erenczi llam ó a la etapa
siguiente el «período de la omnipotencia mediante el auxi­
lio de gestos mágicos». E n la vida adulta, su equivalente
es el uso de los diversos rituales mágicos.
E l fracaso de estas medidas mágicas para provoc ar una sa­
tisfacción real causa a la postre el colapso de la ilusión de
omnipotenc ia. A través de este enfrentam iento con su in­
capacidad de c ontrolar mágicamente el mundo externo, el
niño aprende poco a poco a establec er la distinción cogni-
tiva entre el ex terior y su propio self. E sto pone fin a la
era del narcisismo prim ario e inaugura la de las imagos pa-
rentales idealizadas. F erenczi suponía que a continuación el
niño atraviesa un período animista, en el cual «cada objeto
le parece dotado de vida»; ello implica que los objetos son
vistos únicamente como representac iones proyectadas o es­
pejadas del self, aunque cognitivam ente ya se los reconoce
como externos a él.13 Las personas encargadas de la crian­
za, a las que ahora se les atribuyen poderes mágicos, pue­
den incluso en esta etapa satisfacer los deseos del niño,
siempre y cuando este aprenda a «representar simbólica­
mente un objeto». E n consecuencia, F erenczi afirma que
«si el niño está rodeado de cuidados cariñosos, no precisa
[ . . . ] renunciar a la ilusión de su omnipotencia» ( 19 13 ,
págs. 2 2 8 - 2 9 ) . N aturalm ente, entre los medios de comu­
nicación simbólica reviste suprema importancia el lenguaje;
su mayor eficacia prom ueve el remplazo gradual del sim­
bolismo gestual por un «período de pensamientos y palabras
mágicos». E sta es la etapa que se reproduc e en la adultez
en las neurosis obsesivas, así como en ciertas creencias y
prácticas religiosas (c f. F reud, 19 12 - 13 ) .
De acuerdo con F erenczi, «para F reud el imperio del prin­
cipio de plac er sólo concluye con el total desprendimiento
psíquico respecto de los progenitores» ( 19 13 , pág. 2 3 2 ) .
Aunque no hemos podido enc ontrar ningún escrito publi­
cado de F reud que ratifique esto, creemos que es una buena
síntesis de su posic ión teóric a.14
La etapa en que el c omportam iento es regulado de manera
habitual por el principio de realidad no queda firm emente
establecida hasta el sepultam iento del complejo de E dipo.
F erenczi dem ostró que el sentimiento de omnipotenc ia per­
siste por más tiempo en el ámbito de la sexualidad que en
otras áreas, y lo explicó sobre la base de que la posibilidad
de gratificación «autoerótic a» prolonga el imperio del prin­
cipio de placer en este sector de la conducta. (E n este con­
texto, habría sido preferible hablar de «autosatisfacc ión li-
bidinal» para designar los resultados de la masturbación.
dado que F reud había ampliado la palabra «autoerotism o»
para designar el prim er estadio del desarrollo libidinal, an­
terior al narcisismo. N osotros hicimos esta misma distinción
al trazar la línea de desarrollo del narcisismo, cuando ob­
servamos que la grandiosidad fálica es el últim o aspecto que
se resigna de la megalomanía infantil.)
L uego de la aceptación del principio de realidad, la necesi­
dad de omnipotencia del hombre sólo puede enc ontrar ex­
presión (en su vida de vigilia) en sus creaciones artísticas,
que tienen el carácter de ilusiones concientemente compar­
tidas. Debe volver a destacarse aquí que la resignación de
la omnipotenc ia infantil por efec to de las frustraciones de la
realidad, como las que impone la derrota edípic a, c ontri­
buye a la consolidación del self como sistema psíquico, de­
finiendo en form a cada vez más precisa sus lím ites y ca­
pacidades reales y concluyendo así con la posibilidad de que
se produzcan en él escisiones permanentes (en circunstan­
cias regulares) una vez que se renunc ia a las ilusiones de
omnipotencia de la esfera sexual.

L os m ecanism os de d e fe n sa típic os

L a últim a línea de desarrollo que expondrem os en este


c apítulo es la de la jerarquía de los mecanismos de defensa
típic os, cuya representación gráfica, así como la del desarro­
llo del sentido de realidad, aparece en la figura 9.
F reud ya había conceptualizado las defensas psíquicas a
comienzos de la década de 18 9 0 , sobre la base de su ob­
servación clínica de diversas neurosis en las cuales las ideas
o afec tos displacenteros habían sido ac tivam ente aparta­
dos.16 Describió una serie de métodos de defensa en estos
diferentes síndromes neuróticos ( 18 9 4 d , 18 9 6 b ) , destacan­
do el hecho de que las defensas operan inconcientemente,
y especificó en detalle los mecanismos de la represión, el
aislamiento de afecto, la formac ión reac tiva y la proyección.
Como señaló Anna F reud ( 19 6 5 ) , durante el período en
que F reud se dedicó a explorar el inc onciente dejó tem­
porariam ente de lado estas im portantes distinciones traza­
das por él en sus prim eros trabajos. Desde 19 0 0 hasta
19 2 6 , aproximadamente, el término «represión» fue usado
casi como sinónimo de «defensa».16 E n In hib ic ión , síntom a
y an g u stia , F reud volvió a establec er que el concepto de
defensa se emplearía «c omo designación general para todas
las técnicas de las que hace uso el yo en los conflic tos que
pueden conducir a la neurosis» ( 19 2 6d , pág. 16 3 ) . (Aquí
se designaba al «yo », conforme a la teoría estruc tural, co­
mo un conjunto de funciones mentales duraderas.)

91
Como métodos de defensa típicos, F reud diferenció el uso
de la represión en la histeria del uso de la regresión libi-
dinal, la formac ión reac tiva, el aislamiento de afec to y la
anulación retroac tiva en la neurosis obsesiva. Adoptando un
punto de vista evolutivo, afirm ó asimismo:
i
«B ien puede oc urrir que antes de su tajante división en
un yo y un ello, y antes de la formación del superyó, el
aparato psíquico utilice diferentes métodos de defensa de
los que emplea luego de haber alcanzado estos estadios de
organización» ( 19 2 6 d, pág. 16 4 ) .

F igura 9. M ode lo je rárq u ic o d e las lín e as de d e sarrollo d e l


se ntido de re alidad y de los m ecanism os de d e fe n sa típicos.

Renuncia
Principio
de realidad
Represión Represión
propiamen­ propiamen­
te dicha te dicha
Principio Principio
Irreversible de realidad de realidad
Desmentida Desmentida Desmentida
(aislamien­ (aislamien­ ( aislamien­
to de afec­ to de afec­ to de afec­
to, etc.) to, etc.) to, etc.)
Omnipoten­ Omnipoten­ Omnipoten­
cia del au- cia del au- cia del au-
Maduración tocrotismo tocrotismo toerotismo
(arte, e 1S oñación)
Proyección, Proyección, Proyección,
introyección introyección introyección
Palabras y Palabras y Palabras y Palabras y
ademanes ademanes ademanes ademanes
mágicos mágicos mágicos mágicos
Reversible ( neurosi >bsesiva)
Represión Represión Represión Represión Represión
primordial primordial primordial primordial primordial
Omnipoten­ Omnipoten­ Omnipoten­ Omnipoten­ Omnipoten­
cia alu- cia alu- cia alu- cia alu- cia alu-
cinatoria cinatoria cinatoria cinatoria cinatoria
( sueños psicosis) 1
v
T iempo------ Diferenciación Cohesividad Superyó Barrera
cognitiva del del self y función de la
self y el objet* sintética represión

E n su monografía de 19 3 6 , Anna F reud enumeró las di­


versas defensas tempranas descritas por F reud en el curso
de su obra: introyección y proyec ción, inversión en lo con­
trario, vuelta contra la persona propia y desplazamiento
de las metas pulsionales. L uego trató de ordenar estas defen­
sas en una secuencia evolutiva:

92
«L a proyec ción e introyecc ión eran métodos que depen­
dían de la diferenc iación del yo [ self] respecto del mundo
exterior. La expulsión de representac iones o afec tos del yo
[ self] y su relegación al mundo externo sólo serían un ali­
vio para el yo [ self] cuando este hubiera aprendido a
distinguir entre sí y ese mundo. [ . . . ] Procesos como la
regresión, la inversión y la vuelta sobre la persona propia,
son probablemente [ . . . ] tan antiguos como las pulsiones
mismas, o al menos como el c onflic to entre las mociones
pulsionales y cualquier obstác ulo que ellas pudieran encon­
trar en su camino hacia la gratificación» ( 19 3 6 , págs. 55-
56 [ las interpolaciones son nuestras] ) .

E n otras palabras, estos destinos de las pulsiones se des­


arrollan gradualmente en la época en que el aparato psí­
quico aún funciona de acuerdo con el modelo del arco
reflejo. Los mecanismos de la proyección y la introyec ción
sólo pueden añadirse al repertorio defensivo, en cambio,
después del establecimiento irreversible de la diferenciación
cognitiva entre el self y el objeto.17
Anna F reud examinó también las fases más maduras de
esta línea de desarrollo, apuntando que los desplazamientos
de meta sexual que constituyen la posibilidad de la subli­
mación se basan en el conocimiento y la aceptación previos
de «valores sociales superiores». O sea, la sublimación sólo
puede emplearse después de la formación del superyó: «L os
mecanismos de defensa de la represión y la sublimación no
podrían ser empleados sino en un momento relativam ente
tardío del proceso de desarrollo» ( 19 3 6 , pág. 5 6 ) . Sin em­
bargo, ella no dio una fundamentac ión racional específica
para esta tardía adquisición de tales capacidades. L a elabo­
ración de un modelo jerárquic o puede explicar y apunta­
lar estas conclusiones (c f. también H artmann, 19 5 0 b , págs.
12 4 - 2 6 ) .
Sea como fuere, la sublimación y la represión pertenec en,
a todas luces, a una época posterior al sepultam iento del
E dipo. E n nuestros diagramas, hemos indicado que la ba­
rrera de la represión sólo puede establecerse una vez com­
pletada esta disoluc ión. Aquí queremos poner de relieve
que también Anna F reud insiste en que «es fútil hablar de
represión cuando el yo aún está fundido con el ello». Y a
hemos citado a F reud, quien en 19 16 sostenía que a la
formación del superyó se asocia una «tajante división en
un yo y un ello» (c ondic ión que, presuponemos, implica
una relativa irreversibilidad en este aspec to).18 Más rec ien­
tem ente, se han emitido opiniones concernientes a la dife­
renciación del yo respecto de la matriz común que comparte
con el ello en un momento muy anterior. Para resolver es-

93


tos divergentes puntos de vista se hace necesario un aná­
lisis más detallado del desarrollo del yo.
E n el capítulo 1 reseñamos la evolución del concepto freu-
diano del yo y concluimos que F reud no se había ocupado
en grado apreciable de este problema. E l prim er examen
amplio de la cuestión es el de H artmann, Kris y L oewen-
stein ( 19 4 6 ) :

«D urante la fase de indiferenciación maduran aparatos que


más adelante quedarán bajo el c ontrol del yo, y que sirven
a la motilidad, a la percepción y a ciertos procesos de pen­
samiento. E n estas esferas, la maduración prosigue con la
organización total a la que denominamos “ yo ” ; sólo des­
pués de la formación del yo quedarán plenamente integra­
das estas funciones» (pág. 3 6 ) .

E l concebir una fase de indiferenciación y aparatos de au­


tonomía primaria no llevó a estos autores a postular que
la formac ión del yo se cumple tan pronto se adquiere la
capacidad de distinguir entre el self y el no-self. Compren­
der esto es esencial. E llos subrayaron que obtener dicha
capacidad es sólo el prim ero (aunque el fundam ental) de
los pasos que llevan a la formación del yo. A ella le sigue
el desarrollo gradual de la capacidad de posponer la gra­
tificación, que probablemente se produce gracias a la iden­
tific ación con la madre nutric ia y gracias a la maduración
de otros aparatos. Así, en su debido momento se aceptan
las limitaciones de la realidad. La formación del yo es ópti­
ma en situaciones de óptima frustrac ión:

«P ara c onservar el amor del medio que lo rodea, el niño


aprende a c ontrolar sus mociones pulsionales; esto im pli­
ca que la diferenc iación entre el ello y el yo se hace cada
vez más completa a medida que crece [ . . . ] .
»Con la existenc ia de la represión, la línea demarcatoria en­
tre el ello y el yo queda trazada más nítidam ente y man­
tenida mediante c ontrainvestiduras» ( 19 4 6 , págs. 4 5 - 4 6 ) .

E stos autores opinan, entonces, que la diferenciación defi­


nitiva entre el yo y el ello sólo puede producirse cuando,
bajo el impacto de la angustia de castración, el niño apren­
de a c ontrolar su libido fálica y su agresión. P or consi­
guiente, no ha de esperarse el establecimiento irreversible
del yo hasta que quede sepultado el complejo de E dipo.
L a misma inferencia se extrae de una observación sobre la
cual inform ara F reud en muchos de sus primeros escritos
( 18 9 9 ¿ , 19 0 1 b, 19 0 5 d ) , a saber, que la amnesia infantil
por lo general se extiende hasta el sexto u octavo año de

94
vida. De esta generalización clínica cabe deducir que la re­
presión, como modalidad prim ordial de defensa, no co­
mienza hasta esa edad. (E stamos definiendo la demarca­
ción entre el yo y el ello en términos del advenimiento
de la represión como mecanismo de defensa típic o, aunque
nunca exc lusivo.)
H echo este examen de la formac ión del yo, podemos aho­
ra volver al tema de la línea de desarrollo de las defensas.
Repitamos una vez más que cada mecanismo cumple el pa­
pel de modo de defensa predominante o típic o sólo en un
período partic ular del desarrollo, aunque el hecho de que
predomine un c ierto mecanismo no implica que en esa fase
no se utilicen otros. Una vez que se adquiere un meca­
nismo de defensa como capacidad funcional, siempre se
puede rec urrir a él en caso de necesidad. Adem ás, el con­
cepto de defensa típica no implica que el mecanismo en
cuestión surja de la nada al comienzo de la fase en que
pasa a c umplir la función defensiva típica. P or el con­
trario, cada mecanismo debe tener una historia previa, un
período de génesis en cuyo trasc urso aún no cumple la
función defensiva.10 Y una vez instaurado como modo de
defensa característico, puede experim entar un cambio de
función y comenzar a operar al servicio de fines adaptati-
vos, no defensivos. Concomitantemente en caso de un stre ss
mayor que el regular, puede haber una regresión a un modo
anterior de organización, reinstaurando la función defen­
siva del mecanismo.20 P or últim o, digamos que la jerarquía
de defensas que habremos de proponer ha sido ordenada de
acuerdo con la secuencia en que estos mecanismos son uti­
lizados como típic os; no debe c onfundírsela con la secuen­
cia de su génesis como procesos mentales, que puede ser
muy distinta.
Como hemos visto, Anna F reud ( 19 3 6 ) ordenó las defen­
sas en una línea evolutiva, colocando como etapa inicial los
destinos de las pulsiones. Glo ver ( 19 5 0 ) expresó su coin­
cidencia con este punto de vista, agregando que la fase
siguiente podía entenderse como la del establec imiento de
un sistema de c ontrainvestiduras; subrayaba Glover que
este sistema es, para empezar, de respuesta al stre ss trau­
mático más que al c onflic to interno. E l princ ipal proceso
de c ontrainvestidura es el de la represión prim ordial. H a­
blando en términos estric tos, este no es propiamente un
mecanismo de defensa, sino más bien una consecuencia de
la incapacidad para erigir activamente defensas; la repre­
sión prim ordial es vivenciada por el sujeto de manera pasiva
como algo inevitable.
E n su trabajo sobre la represión ( 1 9 1 5 d ) , F reud había es­
tablecido la hipótesis de que, antes de instaurarse la «re-

95
presión propiamente dic ha» hay una fase de « re pre sión
p rim ord ial [ . . . ] , que consiste en que a la agencia repre­
sentante psíquica (agencia representante-representación) de
la pulsión se le deniega Ja admisión en lo conciente» (pág.
14 8 ) . F rank y Muslin ( 19 6 7 ) han reseñado muy bien la
historia del concepto de represión prim ordial. Señalan estos
autores que F reud (en 19 15 e ) había supuesto que para
mantener la represión prim ordial debía instalarse una con­
trainvestidura; con la represión propiamente dicha, «hay
además un retiro de investidura Prc c ». E n 19 2 6 , F reud plan­
teó la posibilidad de que la represión propiamente dicha
remplace a la represión prim ordial luego de la formación
del superyó. E sto implica que, tras el logro de la autorre­
gulación autónoma, los retoños de impulsos peligrosos de­
ben ser exc luidos permanentemente de la conciencia; antes
de alcanzar dicha autonomía, basta con oc ultar esas ideas
a los demás; sólo los estados que provocan real displacer,
vale decir, los traumas, deben ser evitados, para lo cual al­
canza con la represión prim ordial. Sin duda, cabe suponer
que esa transición de una a otra etapa tiene lugar de mane­
ra gradual. ¡ '
Como apuntamos en nuestro examen de la teoría tópica,
la represión prim ordial es la evitación automática del dis­
placer que caracteriza a los procesos mentales primarios. P or
consiguiente, aunque tal vez no se cuente con ella en una
etapa tan temprana de la vida como la que c orresponde a
los destinos de las pulsiones, puede considerársela el me­
canismo de defensa «típic o» en la etapa en que el funcio­
namiento mental se cumple según el modelo del arco re­
flejo: es el prim er mecanismo psíquico que posee un pro­
pósito adaptativo. La represión prim ordial sigue operando
como defensa efec tiva en caso de sobrestimulación trau­
mática a lo largo de toda la vida, pero es en la temprana
infancia en que tales contingencias tienen más probabili­
dades de producirse. Si la maduración y el desarrollo psí­
quico siguen un curso regular, esa época es pronto suce­
dida por otra en la cual, además de las medidas para evitar
la sobrestimulación, deben erigirse defensas contra los con­
flic tos intrapsíquic os. E sta progresión es paralela al logro
de la capacidad de diferenc iar cognitivamente el self del
mundo externo.
Y a hemos dicho que para Anna F reud el logro de la dife­
renciación perm ite comenzar a utilizar con fines defensivos
los mecanismos de proyección e introyecc ión. Quisiéramos
subrayar una vez más que tales procesos mentales no se
inician allí, sino que ya existen en una etapa anterior de
la infancia, en la que no cumplen propósitos defensivos.
T ienen el carác ter de mecanismos de defensa típic os du­

96
rante un período limitado del desarrollo, que va desde la
adquisición de la capacidad de diferenciar cognitivamente
al self del no-self hasta la consolidación del examen de
realidad. Modell ( 19 6 8 ) describió ya la indispensable co­
rrelación entre el logro del examen de realidad y la agluti­
nación del self como sistema estable; esta coalescencia im­
plica que a partir de entonces ya no será posible dejar de
reconocer ni siquiera aquellos aspectos del self que se evi­
dencian como narcisistamente displacenteros o peligrosos
desde el punto de vista de la libido o de la agresión; así,
la realidad de sus propias cualidades se le hace más estable­
mente perc eptible al sujeto, y, concomitantemente, mejora
su captación de las realidades del mundo exterior.
La proyección como modo de defensa típic o se corresponde
con las fobias preedípicas de los niños pequeños, con su
tem or a los objetos exteriores o a los ruidos que pueden
servir como representac iones de sus propias excitaciones in­
ternas peligrosas. L os mecanismos proyec tivos que aparecen
en las psicosis tienen similar significación. E stos casos de­
ben diferenciarse de las proyecciones más maduras, pro­
pias de las neurosis, que acontecen una vez establecida la
barrera de la represión. E n las zoofobias características de
la «neurosis infantil» posterior a la formac ión del superyó,
así como en las fobias de los adultos, hay presentes meca­
nismos proyec tivos; pero su significación es mucho menor
que las proyecciones masivas del niño pequeño; además, en
estos últim os estados, la proyec ción no es el mecanismo de
defensa típic o. E n c ierto sentido, la proyec ción, como me­
canismo, continúa madurando. Al m ejorar la aptitud para
perc ibir la realidad, pasa a sustentar la evoluc ionada capaci­
dad de empatia del adulto.
Rapaport (1967¿z) ha descrito los diversos usos de la pro­
yección en una secuencia evolutiva semejante. Debe tenerse
en cuenta que la posibilidad de rec urrir a este mecanismo
depende de la capacidad de distinguir el self del objeto.
Con frec uenc ia, lo que se denomina «proyec c iones» de los
psicóticos son provoc adas por la imposibilidad de mante­
ner esta delimitac ión del self; la adjudicación de un pen­
samiento o sentimiento propio a otro individuo obedece a
la falta de diferenciac ión entre el self y el objeto. De ma­
nera análoga, incluso ciertas «proyec ciones» preedípicas pos­
teriores se describirían con más propiedad como «exterio-
rizac iones», en los casos en que cierto impulso insoportable
es meramente arrojado fuera del self sin que necesariamen­
te se lo atribuya a un objeto en partic ular. Como observara
Jacobson ( 19 6 4 ) , los términos «proyec c ión» e «introyec-
ción» han sido utilizados con poca precisión en la literatu­
ra. E stas confusiones pueden evitarse si se evalúa cada com­

97
portam iento en términos de la jerarquía de posibilidades
de desarrollo.
Una vez que el self queda definido como unidad psíquica
de acuerdo con las realidades efec tivas, se torna imposible
atribuir los impulsos peligrosos a los demás como modo
típico de defensa. A partir de ese momento y hasta la in­
teriorización de las normas morales, la defensa típica es la
desmentida de las realidades peligrosas. La interiorización
de la moral pone término a este estado de cosas al exigir
la aplicación de contrainvestiduras permanentes para man­
tener reprimidos los contenidos psíquicos inaceptables. Para
una correc ta elucidación del mecanismo de la desmentida,
debemos pasar revista a las ideas de F reud sobre el proble­
ma de la percepción de la realidad externa.
Basch ( 19 6 8 ) ha mostrado que la tentativa más exitosa de
F reud para conceptualizar el problema de la percepción ex­
terna fue la que llevó a cabo en el «P royec to de psicología»,
especialmente con las modificaciones que introdujo en la
Carta 39 a Wilhelm F liess (F reud, 19 5 0 [ 18 9 5 ] ) . Aquí
F reud postuló por primera vez un aparato psíquico con un
sistema perceptivo y de memoria separados. F orm uló una
hipótesis decisiva, que ha sido ratific ada por gran parte de
las investigaciones sobre la percepción realizadas desde
aquel entonces (cf. G. Klein, 19 5 9 ) , a saber: el sistema
perceptual (</>) invariablemente trasmite los estímulos que
recibe a la conciencia ( to), definida esta últim a como una
instancia intermedia que im parte cualidades sensoriales a
los perceptos. E stas cualidades pueden entonces ser nota­
das por el sistema de la memoria ( 'tp) ; para que se cumpla
este paso del proceso debe aplicarse investidura de aten­
ción. E n los comienzos de la vida mental no es posible
seleccionar las percepciones que han de registrarse en la
memoria: aun aquellas que originarán displacer son inves­
tidas.21 Consec uentemente, F reud postuló que es preciso
desarrollar algún mecanismo de defensa que permita al niño
desinvestir rápidamente las percepciones displacenteras. La
desinvestidura de los estímulos endógenos que producen
displacer es el mecanismo de la represión prim ordial. Sin
embargo, antes de la formación del superyó la mayoría de
los traumas provienen de acontecimientos reales del ám­
bito interpersonal, de tal modo que la represión prim ordial
es en sí misma insufic iente como defensa. Basch señala
que F reud recién habría de resolver el problema de la de­
fensa contra percepciones externas inevitables al describir
el mecanismo de la desmentida, en la década de 19 2 0 .
F reud comenzó a utilizar el concepto de renegación en 1923,
en una serie de artículos sobre la fase fálica del desarrollo
psicosexual. Inform ó acerca del hecho observado por él

98
de que los niños desmienten su percepción correcta de la
ausencia de pene en la m ujer (cf. también F reud, 1924c ,
19 2 5 ; ) . E n su trabajo sobre el fetichismo ( 19 2 7 c ) , des­
tacó que en el sistema mnémico perdura la percepción co­
rrec ta, pese a lo cual se persiste en la creencia de que la
mujer posee falo. Apuntó que este mecanismo se observaba
también en casos en que había que defenderse de alguna
otra percepción externa displacentera.22
Según F reud, como consecuencia de la desmentida, se pro­
ducía una «escisión del yo». Cuando volvió a este tema,
en el E sq uem a d e l psic oanálisis ( 19 4 0 a ) , sostuvo que los
niños deben optar con frecuencia entre la renuncia pulsio-
nal y la desmentida de la realidad; esta última implica la
presencia de una «fisura» en el yo, un abandono de su fun­
ción sintética. Para uno de los fragmentos de la persona­
lidad la conducta se basa en el rec onocimiento del verda­
dero estado de cosas, mientras que el otro fragmento no
lo toma en cuenta. E n el E sq ue m a, F reud explícito que
la desmentida de las percepciones tiene lugar durante el mis­
mo período de la niñez en que se evitan las exigencias pul-
sionales desagradables merced a la represión.23
Destaquemos una vez más que la desmentida, defensa tí­
pica de este breve período del desarrollo, tiene una prehis­
toria no defensiva que data de la época en que existen
núcleos del self dispares — la época anterior a la consoli­
dación de un self unitario y cohesivo— . La fase de la des­
mentida como defensa típica concluye una vez que la fun­
ción sintética ha madurado lo suficiente como para tornar
imposible, en circunstancias regulares, cualquier fragmen­
tación regresiva del self cohesivo. E ste logro incrementa la
angustia de castrac ión, tornando menos eficaces las defen­
sas, y prom ueve así el eventual sepultamiento del complejo
de E dipo. La formación concomitante del superyó hace
que ya no baste meramente con alejar de sí las ideas pe­
ligrosas: a partir de allí, estas deben ser prosc ritas de la
conciencia mediante la represión propiamente dicha.
La represión es la defensa típica c orrespondiente a la épo­
ca de la neurosis infantil, o sea, la de los conflic tos intra-
psíquicos entre el yo, por un lado, y el superyó y las pul­
siones, por el otro. L a represión propiamente dicha im­
plica el establecimiento de contrainvestiduras permanentes,
lo cual es otra manera de decir que se ha erigido o es­
truc turado una barrera de la represión. A este paso evolu­
tivo se lo suele denominar la consolidación del yo como
sistema. Una vez que la barrera de la represión se ha vuel­
to inmune a la desactivación regresiva en circunstancias re­
gulares o una vez que el niño ya no puede vivenc iar como
tales sus impulsos incestuosos, canibálicos o prim itivos de

99
algún otro tipo, los nuevos peligros procedentes de las
pulsiones serán enfrentados mediante la renuncia, sin re­
c urrir a esfuerzos defensivos.
H asta ahora nos hemos ocupado sólo de una fracción del
repertorio de mecanismos de defensa que se describen en
la actual teoría clínica, aquellos que hemos considerado tí­
pic os de diversas fases del desarrollo psíquico. Un punto
de vista similar está im plícito en la obra de Rapaport (cf.
19 6 1) . N o podemos abordar aquí la tarea de situar dentro
de este esquema las defensas restantes; apuntemos simple­
mente, a título ilustrativo, la probabilidad de que el ais­
lamiento de afec to se funde en procesos similares a los que
están en la base de la desmentida, y entonces pertenezca,
carac terísticamente, al mismo estadio de organización psí­
quica (cf. también Gedo, 19 7 1) . 24
Mediante la superposición de diversas líneas de desarrollo
se obtiene un modelo jerárquic o de la evolución de la es­
truc tura de la mente. Reservamos para el próxim o capítulo
el análisis de este modelo complejo y su comparación con
otros modelos.

N o tas

1 Zetzel (1965) ha propuesto un modelo evolutivo organizado en


torno del eje del tiempo pero, en lo demás, diferente del que
adoptamos en nuestro trabajo.
2 En el capítulo 11 se hallará un examen detallado de una noso­
logía psicoanalítica.
3 La necesidad de introducir el desarrollo del sentido de realidad
a fin de elucidar la línea de desarrollo de las situaciones de peli­
gro típicas muestra que, en una consideración cabal de cual­
quier cuestión psíquica, no puede dejarse de lado ninguna de
las demás cuestiones. Más adelante, en este mismo capítulo (págs.
88-91), se retomará la línea de desarrollo del sentido de realidad.
4 Freud ya había descrito el uso del displacer como señal en el
«Proyecto» de 1895: «. . . t r as su ulterior repetición [la des­
carga de displacer], se amortigua hasta tener la intensidad de
una señal aceptable para el yo» (1950 [1895], pág. 359). En
1900 y 1915 elaboró más este concepto.
5 Para una ulterior elaboración de estas cuestiones, véase Freud
(1926d, págs. 169-72).
6 Cuando las flechas verticales del diagrama apuntan en dirección
opuesta, ello significa que la función que representan aún puede
perder su autonomía, vale decir que esta última es «reversible»;
cuando apuntan en la misma dirección, se ha alcanzado la auto­
nomía secundaria. En esta última, las funciones así esquemati­
zadas son la capacidad de diferenciar' cognitivamente el self del
objeto, y la interiorización de la autorregulación. Como se verá
luego, las series de flechas que no tienen leyenda en la parte
inferior representan el logro de un self cohesivo y la consolida­
ción de la barrera de la represión.

100
7 A la vez, Freud estableció la distinción entre libido narcisista
e «interés del yo»: «. . . en cuanto a la diferenciación de las
energías psíquicas, nos vemos llevados a la conclusión de que
al comienzo, en el estado del narcisismo, coexisten [ . . . ] y sólo
cuando hay una investidura de objeto es posible discriminar una
energía sexual —la libido— de una energía de las pulsiones yoi-
cas» (1914c, pág. 76).
8 Kohut ha llamado nuestra atención (en una comunicación per­
sonal) sobre el vínculo entre las fantasías de vuelo presentes en
todos los niños y las tempranas experiencias de erección; en am­
bos casos se combina la grandiosidad con el placer sensual. La
afición a la velocidad que con frecuencia manifiestan las per­
sonas de carácter fálico puede ser un retoño, en la vida adulta,
de estas experiencias infantiles. A la inversa, el temor a caer
quizá represente tempranos traumas que interfirieron prematura­
mente la grandiosidad «voladora» del niño —casi con seguridad
por la pérdida del apoyo que le brindaba el objeto omnipotente
idealizado—. Tales temores serían así los precursores inmediatos
de la angustia de castración.
9 Para la evolución de la teoría de Freud acerca de la sexualidad
femenina, cf. Strachey (S E , vol. 19, págs. 245-46).
10 En rigor, la línea de desarrollo de la libido ya estaba implícita
en los T r es en say o s d e t eo r í a sex u al de Freud (1905¿), pero
sólo más tarde especificó las diversas fases de esta evolución.
11 En el capítulo 5 hablamos ya del logro de la capacidad de dis­
tinguir de manera realista entre el self y el mundo externo, al
referirnos a las relaciones objétales; en la próxima sección de
este capítulo volveremos a hacerlo en conexión con la secuencia
de operaciones de defensa típicas.
12 Sobre la ficción teórica que constituye el concepto de «cumpli­
miento alucinatorio del deseo», véase el capítulo 4. Su empleo
no implica establecer nada acerca del funcionamiento real del
cerebro durante la infancia.
13 Tal vez sea esta la etapa recreada en ciertas formas de «trasfe-
rencia especular» o «en espejo», producidas en el análisis de tras­
tornos narcisistas de la personalidad (cf. Kohut, 1968, 1971). El
concepto es congruente, además, con el uso de la expresión de
Winnicott, «objeto transicional», como período intermedio en la
línea evolutiva de las relaciones objétales.
14 En una «Nota introductoria» a «Complemento metapsicológico
a la doctrina de los sueños» (S E , vol. 1, págs. 219-21), Strachey
traza la historia de los trabajos de Freud en relación con el
examen de realidad. Este artículo de Freud gira en torno del
problema de la alucinación y de la facultad de distinguir entre
fantasía y realidad en la vida de vigilia. Como señala Strachey,
Freud ya había postulado en el «Proyecto» de 1895 la necesi­
dad de que exista un sistema psíquico estable; la denominó en­
tonces «el yo», afirmando que se caracterizaba por los «proce­
sos psíquicos secundarios» capaces de establecer una demora que
permite al sistema perceptual suministrar «indicaciones de la rea­
lidad», con lo cual es posible distinguir los perceptos de las re­
presentaciones mentales. La «Nota introductoria» de Strachey
incluye una nómina de los trabajos posteriores en que Freud vol­
vió a ocuparse de este problema.
15 En 1894, Freud atribuyó esta actitud defensiva a «el yo» —ex­
presión que a la sazón significaba la organización del self per­
cibida por la conciencia—.
16 Véanse los comentarios de Strachey (S E , vol. 20, págs. 173-74).
17 Rapaport (1967a, 1961) da otra formulación sobre los diversos
usos de la proyección.

101
18 El hecho de que la diferenciación entre el yo y el ello no tiene
lugar sino luego de la formación del superyó constituye una ob­
jeción irrefutable de la alternativa teórica consistente en utilizar
un modelo «bipartito» —esto es, en el cual la psique quedaría’
dividida en yo y ello— antes del funcionamiento del superyó,
para los casos en que el tripartito resulta inaplicable.
19 Véase también Rapaport (1961).
20 Como más adelante demostraremos con material clínico, tales re­
gresiones pueden adoptar dos formas. El retorno de la totali­
dad de la vida psíquica a un modo anterior de organización
puede denominarse «regresión estructural»; cuando, en cambio,
entran a jugar ciertos mecanismos de un tipo comparativamente
más primitivo, pero se mantiene el modo general de organización,
es mejor hablar de «regresión funcional».
21 La cuestión planteada por el registro subliminal de perceptos
externos aún no ha sido resuelta. Si existe dicho registro, única­
mente puede dar cuenta de él un modelo como el del «Pro­
yecto». En otras palabras, es preciso postular dos sistemas sepa­
rados para el registro y la conciencia, en vez de uno (el sistema
P-C c de los escritos posteriores de Freud).
22 Al respecto, Freud ofrece un bello ejemplo de autoanálisis en
(1936a ).
23 En la monografía de Anna Freud (1936), estas cuestiones fue­
ron expuestas en forma algo menos clara, por razones que Basch
(1967) examina lúcidamente.
24 La existencia de los fenómenos de la formación reactiva antes
de instaurarse la barrera de la represión es explicada más eco­
nómicamente mediante la hipótesis de que también se basan
en una escisión vertical de la personalidad (Kohut, 1971), que
mediante el concepto de «represión parcial».

102
7. Jerarquía de las modalidades
de func ionam iento psíquico

Con el fin de ordenar en un esquema jerárquic o global las


diversas modalidades o sistemas de funcionamiento psíqui­
cos considerados en el psicoanálisis, hemos procurado rese­
ñar lo que a nuestro juicio es el alcance explic ativo óptimo
de cada modelo analític o de la mente. Abordamos esta tarea
mediante una síntesis de los datos de observac ión especí­
fic os que llevaron a F reud a la construcción de cada mo­
delo; para ilustrar el uso de estos en la organización de
los datos clínicos, recurrimos a algunos de los casos más
conocidos entre los que fueron publicados por él.
Cada uno de los modelos de teoría psic oanalítica de los
que nos hemos ocupado parece describir subsistemas se­
parados de funcionam iento mental, cada uno de ellos en
una fase diferente de maduración a lo largo de la escala de
diferenciac ión progresiva de la psique total. L os subsiste­
mas pueden acomodarse dentro de un modelo jerárquic o
supraordinado mediante el examen minucioso de ciertas lí­
neas relevantes de desarrollo.
N ingún examen de las conceptualizaciones jerárquic as o su-
praordinadas del desarrollo humano puede ignorar la obra
de E rik E rikson ( 19 5 9 ) . N o es preciso que reseñemos aquí
su cuidadosa y detallada descripción del ciclo de vida hu­
mano; destacaremos, em pero, que E rikson centra su aten­
ción en el ser humano inserto en el mundo social. Como
dijera en Y ou n g M an L u th e r ( 19 5 8 ) :

«N o podemos siquiera comenzar a abarc ar al ser humano


sin indic ar, para cada uno de los estadios de su ciclo vital,
el marco de referencia de influencias sociales y de insti­
tuciones tradicionales que determinan las perspec tivas que
adopta en su pasado más infantil y en su futuro más adul­
to» (pág. 2 0 ) .

E n nuestra tentativa de establecer un modelo jerárquic o no


intentaremos satisfacer dicho requisito. Creemos que el mé­
todo psicoanalítico es un instrum ento de observac ión que
genera un conjunto muy especial de datos dentro de un
universo de discurso partic ular. Cuando salimos de la si­
tuación psicoanalítica entramos en otro universo de dis­

103
curso; de ahí las dific ultades de c orrelac ionar las proposi­
ciones psicoanalíticas con las recogidas dentro del campo
social o con las de la fisiología cerebral. T al vez los inten­
tos de tender puentes que perm itan unir al psicoanálisis con
algunos de esos campos vecinos estén destinados al fracaso,
e incluso pueden ser nocivos si confunden los problemas
(cf. Rosenblueth, 19 7 1) . La mejor manera de abordar el
problema c ientífic o de los diferentes niveles de observación
es hacerlo a través del enfoque sistémico, como ya indica­
mos en el capítulo 1. Aunque nosotros nos limitamos a
estudiar los sistemas interac tuantes de la psique tal como
es posible observarlos en el tratam iento psic oanalític o, no
vemos incongruencia alguna entre nuestros conceptos y los
de E rikson, que se ocupan de un orden distinto de siste­
mas interactuantes.
Un breve resumen de la argumentación contenida en los
capítulos precedentes puede ayudarnos a aclarar nuestra
conceptualización del modelo jerárquic o. F reud postuló el
modelo tópic o con el propósito de explicar la psicología de
los sueños ( 19 0 0 d) . E ncontró que era posible hac erlo pos­
tulando la existenc ia de dos sistemas psíquicos, el Prc c y el
Ice. Los contenidos del prim ero son accesibles a la con­
ciencia con un aumento de la investidura de atención, en
tanto que los del segundo sólo pueden hacerse concientes
mediante trasferencias a elementos Prcc. F reud aplicó esta
conceptualización únicamente al estado funcional de los
adultos; en el caso de los sueños de niños, no existía según
él división o censura entre el Prc c y el Ice. Los síntomas
psiconeuróticos, como los sueños, dem ostraron ser form a­
ciones de compromiso que trasferían a los procesos Prcc
las carac terísticas del proceso prim ario propias del Ice.
Más tarde, F reud se encontró con otros fenómenos clínicos,
como la reacción terapéutic a negativa, que no se adecuaban
al modelo tópico. E n 19 2 3 agrupó series de func iones psí­
quicas de acuerdo con nuevos c riterios que no estaban vin­
culados con el acceso a la conciencia, y creó así un segundo
modelo psicoanalítico de la mente. Definió como el «yo» a
aquella organización de los procesos psíquicos que c ontrola
la motilidad, genera las resistencias y se ocupa de la adap­
tación al medio. E l «ello» era la parte de la mente que
consistía en fuerzas pulsionales. L os ideales y el sentido
moral, que al igual que las defensas son primordialmente
inconcientes, fueron situados en una instancia separada, el
superyó. E l modelo que consta de estos tres conjuntos de
funciones es el tripartito. F reud trazó la analogía entre el
yo y el ello comparándolos con un jinete y su cabalgadura:
el yo c ontrola las pulsiones pero nunca de manera absoluta;
el equilibrio entre estas fuerzas debe determinarse siempre

104
I

en consonancia con las demandas del superyó así como las


de la realidad externa. E n otras palabras, el modelo tripar­
tito describe los comportamientos que resultan de los con­
flic tos intrapsíquicos.
H emos puesto de relieve la conveniencia de crear nuevas
herramientas teóricas para el estudio del func ionamiento
mental en las etapas previas a la formación del superyó.
E n sus estudios sobre las primeras fases de la vida psíqui­
ca, también F reud se refirió a los problemas del self y sus
objetos en el examen del narcisismo ( 19 14 c ) . Distinguió
un grupo de «neurosis narcisistas» de las «neurosis de tras-
ferenc ia» que había elucidado mediante el modelo tópico.
E n las neurosis narcisistas, presumiblemente organizadas si­
guiendo la modalidad de las primeras fases del desarrollo,
la frustrac ión conducía a un aumento de la investidura de
libido en el self; en c ontraste con ello, en las neurosis de
trasferencia llevaba a la investidura de representac iones o
fantasías de objeto. N uestro parec er es que las vicisitudes
de la relación entre el self y los objetos anteriores a la fo r­
mación del superyó son tan im portantes para la compren­
sión del func ionamiento mental, que es forzoso construir
modelos específicos para eluc idar estas modalidades de or­
ganización psíquica.1
P ero aun esta modalidad de organización es resultado de
logros evolutivos anteriores. E n los inicios de la vida psí­
quica, el self aún no se ha distinguido o separado del obje­
to. E l proceso que tiene lugar en esta fase inicial ha sido
descrito sólo rec ientemente por la investigación psicoanalí-
tica. Sin embargo, F reud ya había propuesto un modelo
diferente aplicable a las condiciones que, según él, regían
en ese punto inicial; me refiero al modelo del arco reflejo
de 19 0 0 . F reud entendía que la func ión decisiva del apa­
rato psíquic o en la etapa previa a la diferenc iación entre el
self y los objetos era la evitación de la sobrestimulac ión.
E stas consideraciones psicoeconómicas resultaron apropia­
das para explicar los fenómenos aluc inatorios y otros estados
de descarga inmediata de la tensión.
E n los últimos treinta años, la psicología psicoanalítica se
ha expandido más allá de sus subsistemas y ha incluido den­
tro de su ámbito el estudio de las funciones de la personali­
dad no patológica, libre de conflictos (c f. H artmann, 19 3 9 ) .
Kohut y Seitz ( 19 6 3 ) introdujeron en la construcción de
modelos de la mente estos nuevos enfoques teóricos. E scri­
bieron lo siguiente:

«E n el modelo estruc tural de la psique, la barrera de las


defensas separa sólo una pequeña parte del estrato psicoló­
gico profundo infantil con respecto a las zonas de funciona­

105
miento maduro, en tanto que en el resto del diagrama las
actividades inconcientes profundas están en un amplio e in­
interrum pido contacto con los estratos preconcientes super­
fic iales. Kohut ha denominado al sector dicotomizado de la
psique el área de las trasferencias, y al sector ininterrum ­
pido, el área de la neutralizac ión progresiva» (pág. 13 6 ) .

E s interesante recordar en este sentido que en «L o incon­


c iente» ( 19 15 e ) F reud ya había establecido esta distinción
entre contenidos inconcientes que pueden pasar a la con­
ciencia y otros que son reprimidos. Kohut y Seitz se expla­
yaron más sobre esta im portante modificación de las teorías
implícitas en el modelo tópic o:

«L os impulsos infantiles que se han topado con frustraciones


de intensidad traumátic a ejercen su influencia trasferencial
a través de la barrera de las defensas y generan formaciones
de compromiso (entre los procesos primario y secundario)
con los contenidos preconcientes del yo. [ . . . ] Los impul­
sos infantiles que han tenido una frustrac ión óptima se tras­
forman poco a poco en actividades psíquicas neutralizadas»
( 19 6 3 , pág. 13 7 ) .

E n otras palabras, este modelo da por sentado que la vida


mental humana se asemeja, no ya al jinete sobre su cabalga­
dura de la analogía freudiana de 19 2 3 , sino también en otra
serie de circunstancias ( o sea, en ausencia de conflic to intra-
psíquic o), a un centauro, vale decir, un ser que combina
en una entidad única las cualidades propias del jinete y su
cabalgadura.
E l modelo propuesto por Kohut y Seitz sólo es aplicable a
la psique totalm ente diferenciada, o sea al estadio de estruc ­
turación que se logra luego del sepultamiento del complejo
de E dipo. P ero aun en este limitado fragmento de vida
mental, los autores encontraron necesario fundir los mode­
los tópico y tripartito para hacer justicia a toda la gama de
fenómenos observables. P or consiguiente, a fin de compren­
der en todos sus alcances las potencialidades humanas, in­
cluidas las modalidades más arcaicas de funcionamiento, es
esencial c onstruir un modelo que abarque todo lo conside­
rado por Kohut y Seitz, así cómo las condiciones descritas
por el modelo del arco reflejo y el modelo de los obje-
tos-self.
Con este propósito hemos rec urrido al expediente de esbo­
zar una serie de líneas de desarrollo con una perspectiva
genética congruente, establec iendo los hitos princ ipales en
la formación de la estruc tura psíquica. Así podremos su­
perar la dific ultad de correlac ionar los distintos modelos

106
de teoría psicoanalítica que hemos bosquejado. E stos mo­
delos fueron creados para aclarar modalidades de funciona­
miento específicas que no parecen tener nexos manifiestos
entre sí, aunque puede dem ostrarse que forman subsistemas
dentro de la jerarquía global de la mente. Las líneas de
desarrollo describen la evolución de las diversas funciones
representadas en cada uno de los subsistemas y de este mo­
do demuestran las conexiones subyacentes entre estos (c f.
Suslick, en Gedo y Goldberg, 19 7 0 ) .

F igura 10. E l m ode lo je rárq u ic o de los sub siste m as d e l fu n ­


c ionam ie nto psíquico.

M odo V U s ese
el m o d el o
tóp ico

M odo IV IV U s e se
el m o d el o
trip artito

U s e se
el m o d el o
M odo III III III
d el sc l f y
l os o b j eto s
ín teg ro s

U s e se e l
m o d el o de
M odo II II II II
l o s n ú c l eo s
d i sp a r e s
d el sel f y
l os o b j eto s

M odo I I I U s e se
I I
el m o d el o
d el ar f o
r ef l ej o

F ase I F ase I I F ase I I I F ase I V F ase V

T i e m p o — ►D i f e r e n c i a c i ó n C o h c si v i d ad S u p ery ó B ar r er a
cogn itiv a d el sel f y f unció n d e la
d e! sc l f si n t ét i c a r ep r esi ó n
y el o b j e t o

E l esquema evolutivo por nosotros diseñado c orta en forma


trasversal los lím ites establecidos por los modelos de fun­
cionamiento psíquico anteriorm ente propuestos. Si se lo
dibuja sobre un gráfico de coordenadas similar al de las
figuras 1, 7, 8 y 9, se obtiene una figura como la 10. E n
el eje de abscisas puede representarse cualquier conjunto
de líneas de desarrollo que se estimen necesarias para la
comprensión de los datos clínicos en estudio. Dado que las
func iones que se van adquiriendo sucesivamente no se rem­
plazan unas a otras sino que se agregan acumulativamente

107
al repertorio de conductas potenciales, la vida psíquica y su
descripción en este tipo de modelo se hacen, con la madu­
ración, cada vez más complicadas. E n ciertas situaciones,
pueden producirse regresiones a modalidades más arcaicas,
pero las funciones que ya han logrado autonomía respecto
del conflic to tal vez no participen en ellas. E sta irreversibi­
lidad funcional con la maduración puede indicarse en el eje
de ordenadas del modelo.
Las líneas de desarrollo que escogimos para su examen más
detenido fueron las que consideramos esenciales para esta­
blec er un esquema mínimo de nosología psicoanalítica. E sto
será tratado con más detalle en el c apítulo 11. Dichas líneas
se dividen en una serie de fases paralelas, congruentemente
separadas entre sí por los mismos puntos nodales de tran­
sición en el desarrollo (véase la figura 10 ) :

F ase I : Desde el nacimiento hasta la adquisición de la ca­


pacidad de distinguir cognitivamente el self respecto del
objeto.
F ase I I : Desde dicho punto hasta la separación funcional del
self respecto del objeto, o sea, la unificación esencialmente
irreversible del self como entidad psíquica. E sto pone tér­
mino a la existencia de zonas separadas, no integradas, de
func ionam iento mental.
F ase I I I : Desde la consolidación del self cohesivo hasta la
formación del superyó.
F ase I V : Desde la formación del superyó al completamiento
de la diferenc iación del yo con el establecimiento de la ba­
rrera de la represión.
F ase V: E poca del aparato psíquico plenamente diferenciado.

E sta sucesión de fases constituye un registro tem poral que


nos muestra un esquema epigenético de desarrollo regular
de la personalidad, y, simultáneamente, nos ofrec e en bos­
quejo una serie de modos de organización de la personalidad
ordenados según su complejidad creciente. E n un momento
dado, una persona puede funcionar de acuerdo con cualquie­
ra de estos modos de organización. Para establec er, mediante
un corte trasversal, cómo funciona ese individuo en ese mo­
mento, es preciso determ inar su posición relativa respecto
de cada una de las funciones que abarcan las líneas de desa­
rrollo incluidas en el esquema. E n una evaluación a largo
plazo de toda la gama de capacidades funcionales, el modelo
perm ite describir las alteraciones progresivas y regresivas
en el modo de organización de la personalidad a lo largo del
tiempo.
Dada la estrecha interdependencia de las diversas funciones
involucradas, por lo común cada individuo estará en una

108
misma fase para cada uno de estas líneas de desarrollo. E llo
implica que de ordinario todos estos aspectos cardinales de
la mente formarán configuraciones cohesivas. Cuando tiene
lugar un movimiento regresivo en la organización psíquica,
habitualmente quedarán exceptuadas de este aquellas fun­
ciones que han logrado autonomía respecto de los c onflic tos;
las funciones autónomas constituirán excepciones ante la
organización prevalec iente de la vida psíquica en términos
de alguna fase o configuración específica del desarrollo.
Los cinco modos de organización funcional correspondientes
a las diversas fases de desarrollo que describe el modelo
pueden sintetizarse como sigue:

Modo I: E l self y el objeto no están diferenciados; el peli­


gro típic o es la sobrestimulac ión; privan el narcisismo pri­
mario y la omnipotencia incondicional, y son c arac terísti­
cos los mecanismos protodefensivos de la represión prim or­
dial o la vigencia de los destinos de las pulsiones.
Modo I I : E l self grandioso es distinguido congruentemente
de las imago parentales idealizadas; el peligro típic o es
la separación con respecto a estos objetos; se perpetúan, a
través de la magia, las ilusiones de omnipotenc ia, y los me­
canismos de proyec ción e introyecc ión son las defensas típi­
cas. E ste modo de organización se alcanza al ingresar en la
F ase I I , y puede ser reactivado regresivam ente en fases pos­
teriores.
Modo I I I : E l narcisismo infantil y las ilusiones de omnipo­
tencia han quedado confinados a la esfera de la sexualidad;
el peligro típico es la amenaza de castrac ión, la defensa tí­
pica, la desmentida, y tanto el self como el objeto han alcan­
zado integralidad. E ste modo se obtiene al comenzar la F ase
I I I y en adelante permanece potenc ialmente disponible.
Modo I V: L a vida psíquica comienza a regirse por el prin­
cipio de realidad y a ser orientada por el ideal del yo; el
peligro típico es la angustia moral, y la defensa típica, la
represión propiamente dicha. E ste modo sólo rige en las
F ases I V y V.
Modo V: La angustia está reducida a su func ión de señal;
las mociones pulsionales que pueden originar peligro se ma­
nejan a través de la renunc ia; el narcisismo se trasform a en
sabiduría, empatia, humor y creatividad, y los peligros tí­
picos son los inherentes a las realidades externas. E stas con­
diciones sólo prevalecen en la F ase V.

Como se indica en la figura 10 , el modelo más adecuado para


eluc idar la conducta organizada de acuerdo con el Modo I
es el del arco reflejo; los modelos del self y los objetos son
óptimos para estudiar los Modos II y I I I , y los modelos

109
tripartito y tópic o ( por separado o combinados de la manera
sugerida por Kohut y Seitz) , los más convenientes para cla­
rific ar los modos posteriores de comportam iento.
Con anterioridad a la unificación del self y el objeto al tér­
mino de la F ase I I , la func ión mental consta de aspectos se­
parados de ac tividad entre ciertas partes del self y ciertas
partes de los objetos. L a naturaleza del núcleo del self y
del objeto parcial involucrados en una actividad cualquiera
, dependerá de la pulsión específica que procura la descarga
a través de esa actividad. E n la vida adulta, las regresiones
a este nivel de organización ( o sea, al Modo I I ) se produ­
cen en los estados delirantes en que ha habido fragmentación
del self. L os aspectos caóticos del self que dicho proceso
saca a luz pueden más tarde, durante la fase de rec upera­
ción, reagruparse en torno de un rasgo psíquico dominante.
Com o señaló F reud en su examen de la enfermedad de
Sc hreber ( 19 11c ) , en el curso del desarrollo pueden esta­
blec erse varios puntos de fijación, y cualquiera de ellos
puede o no adquirir significación patológica en la vida del
individuo. E n otras palabras, el uso del modelo de los nú­
cleos del self y los objetos puede c onvenir no sólo para el
período de la niñez que hemos designado aquí como F ase II
y para las fragmentaciones psicóticas del self, sino también
para el estudio de ciertas conductas aisladas de adultos no
psicóticos.
Correspondientemente, el modelo del self y los objetos inte­
grales se torna apropiado tan pronto tiene lugar la conso­
lidación en entidades unitarias cohesivas; o sea, cuando el
niño ingresa en la F ase I I I . Sin embargo, el Modo I I I no
sólo es característico de esta etapa de la niñez, sino además
de ciertos estados psicopatológicos y conductas que carecen
de importanc ia patológica en la vida adulta.
Distinciones similares a las establecidas para el uso de los
dos tipos de modelos del self y los objetos pueden hacerse
en cuanto al uso óptimo de los modelos tripartito v tópico,
respectivamente. E n la etapa de la neurosis infantil ( o sea,
la F ase I V ) , así como en los estados psicopatológicos de
adultos que consisten en una regresión a condiciones simi­
lares (las del Modo I V ) , el modelo tripartito perm ite es­
c larecer sintéticamente el funcionam iento psíquico. Las con­
diciones caracterizadas por el Modo V se presentan con
poca frecuencia, de manera que este modo y el modelo tó­
pico (que es el que mejor da cuenta de él) son pertinentes
sólo para conductas aisladas, como los actos fallidos, los
chistes, los sueños exitosos, etc. E n la práctica, para com­
prender el funcionamiento regular del adulto lo más indi­
cado es, pues, combinar los modelos tópico y tripartito tal
como lo hicieran Kohut y Seitz en 19 6 3 .

110
E l modelo jerárquic o descrito es un esquema sobresim plifi­
cado y arbitrario; no deben extraerse deducciones legítimas
de sus correlatos de una manera rígida, y no es de manera
alguna completo.2 E n contextos clínicos específicos, deben
tenerse en cuenta otras líneas de desarrollo adicionales; su
uso puede muy bien exigir la subdivisión de la jerarquía en
un c onjunto distinto de fases, llevando así a delim itar nue­
vas configuraciones o modos de func ionamiento. Sin embar­
go, las consecuentes modificaciones no tienen por qué ori­
ginar un cuestionamiento de los princ ipios sobre los cuales
se basa el modelo. E s por ello que no haremos aquí una ela­
boración más detenida de él.3 E n los capítulos que siguen
demostraremos su utilidad al ser aplicado a las múltiples
actividades humanas que los científicos de la conducta están
llamados a comprender.

N o tas

1 Lo cual no implica negar la permanente relevancia de la psico­


logía del self y de las relaciones objétales en etapas posteriores
del desarrollo, sobre todo al estudiar las relaciones interperso­
nales y examinar la interacción del individuo con su medio so­
cial. En este ámbito puede ser útil el concepto de identidad.
2 Algunas de las cosas que en él se omiten se examinarán cuan­
do nos ocupemos del problema de una nosología psicoanalítica.
Aquí bastará mencionar como ejemplo que para ser más com­
pleto debería incluir la línea de desarrollo de la agresión.
3 Modell (1968, págs. 121-43) parece haber tenido en mente un
esquema semejante, y se dio por satisfecho con un esbozo aún
menos elaborado que el ofrecido por nosotros.

111
8. Demostrac ión del uso clínico
del m odelo jerárquic o

Con el fin de dem ostrar la utilidad del modelo jerárquic o


para la organización de los datos clínicos, es menester com­
parar su capacidad potenc ial en tal sentido con la de diver­
sos modelos más simples utilizados en el pasado. P or consi­
guiente, debemos volver al conjunto de datos clínicos ya
conceptualizados de acuerdo con los modelos tópic o, tripar­
tito y del arco reflejo. Debe recordarse que esta dem ostra­
ción tiene como único propósito probar hasta qué punto
puede fac ilitar cada modelo la reducción y ordenam iento de
las observaciones. E n este capítulo ya no nos detendremos
en los fundamentos que nos llevaron a crear el modelo
jerárquic o.

P r i m e r ej em p l o : el « H o m b r e d e l as R a t a s »

E n el capítulo 2 empleamos el clásico historial clínic o del


H ombre de las Ratas de F reud ( 19 0 9 d ) para ilustrar la
capacidad explicativa potencial del modelo tópico. Indic a­
mos que ya en 19 0 9 F reud había sostenido que esta herra­
mienta conceptual no era del todo adecuada para aclarar al­
gunos de los rasgos observados en este paciente, y que ter­
minó su exposición del caso con una descripción superficial
de aquellos. P or el cuadro que trazó entonces, F reud estuvo
próximo a form ular el problema en los términos que luego
habrían de encarnarse en el modelo tripartito. F reud mostró
que el modo usual de organización psíquica de su paciente
abarcaba la configurac ión: represión-angustia moral-ideal del
yo-princ ipio de realidad (vale decir, el Modo I V de nuestro
esquem a).
E n este punto nos centraremos en otros aspectos de los da­
tos del historial clínico que quedan fuera de esta c onfigura­
ción carac terística. Al hacerlo, debemos destacar que el
H ombre de las Ratas, un individuo «ilustrado y superior»,
siempre consideró sus obsesiones y la base mágica de estas
como irracionales, como intrusiones ajenas a su vida mental.
Su examen de realidad permaneció intacto. Su principal mo­
do de organización de la personalidad en la vida adulta era

112

i
el de una persona que ha alcanzado la etapa de sepultamien
to del E dipo. Aunque modos más regresivos siguieron cum­
pliendo un papel en su vida psíquica, su organización global
nunca sufrió una regresión desde los logros de esta etapa
evolutiva. E n términos del modelo jerárquic o, el H ombre
de las Ratas se mantuvo siempre dentro de la F ase I V.1 E l
modelo jerárquic o es la única herramienta conceptual capaz
de distinguir el uso de modos regresivos dentro de una or­
ganización estable de fase, como la que ejemplifica el H om­
bre de las Ratas, y regresiones estructurales de tipo más
global, en las que toda la organización retorna a las condi­
ciones propias de una fase anterior.2
L os rasgos regresivos más notables en el caso del H ombre
de las Ratas eran el pensamiento mágico y la manifestación
de aspectos del self grandioso. Debe concluirse, pues, que un
núc leo sustancial del self había escapado al im perio de la
función sintétic a, o, dicho de otro modo, que persistía en la
vida adulta una escisión crónica dentro de la psique. E scisio­
nes de esta índole corresponden al concepto freudiano de
desmentida; Kohut ( 19 7 1) las ha llamado «escisiones verti­
cales». Debe distinguírselas de las escisiones de la persona­
lidad causadas por la represión, que habitualmente está re­
presentada en los modelos de la mente por la barrera de la
represión (c f. Basch, 19 6 7 ; Modell, 19 6 8 , págs. 10 0 - 0 2 ) .
L os datos clínicos que abonan esta interpretación de la per­
sonalidad del H ombre de las Ratas fueron citados por Zetzel
en su rec onsideración del caso en el Congreso de Amsterdam
de 19 6 5 (c f. Zetzel, 19 6 6 ) . E l uso de la desmentida además
de la represión fue probado por el hecho de que en un
sector de su psique el paciente mostraba «una incapacidad
para admitir auténticam ente la muerte de su padre, condo­
lerse por ella o aceptar su irreversibilidad». Zetzel citaba pa­
ra ello los apuntes originales de F reud: «L e demuestro que
su intento de rechazar la realidad de la muerte de su padre
era la premisa de toda su neurosis» ( 19 0 9 d , pág. 3 0 0 ) .
Zetzel hizo también la admisible conjetura de que la desmen­
tida siguió operando a causa de que en su niñez el H ombre
de las Ratas había sido incapaz de manejar el trauma de la
muerte de su hermana; presumiblemente, esta incapacidad
fue el resultado de haber vivenciado sus propios impulsos
sexuales y hostiles como agentes causales de la tragedia. E n
consecuencia, una porc ión de la personalidad no participó en
su desarrollo psíquic o general, y continuó func ionando al
nivel de la organización de la neurosis infantil (en nuestro
esquema, el Modo I I I ) . E ste modo de func ionamiento fue el
que salió a reluc ir, aunque con aislamiento de afecto, en el
curso de la neurosis adulta como la personalidad inconciente
«maligna y apasionada» que describió F reud.

113
Dado que estos rasgos regresivos de la personalidad fueron
confinados en la vida adulta mediante diversos mecanismos
de defensa del yo, la manera más económica de conceptua-
lizarlos es mediante el marco teórico de los conflic tos intra-
psíquicos, como hizo F reud en la última parte de la exposi­
ción original del caso. Para este fin específico resulta óptimo
el modelo tripartito. E n la tem prana infancia del paciente,
esos mismos problemas habían cobrado relevancia, en lo in­
terpersonal, en su medio fam iliar. Zetzel, así como el co­
mentarista de su monografía en el Congreso de Amsterdam ,
Myerson ( 19 6 6 ) , intentaron rec onstruir imaginariamente
esas circunstancias de la niñez del H ombre de las Ratas.

F igura 11. E l caso d e l H om b re de las Ratas e studiado m e­


d ian te e l m ode lo je rárq uic o.

F u n cio n a­
m ien to
ad u lto
/ ^p o s-an alític o

N eu r o si s
o b sesi v a; /
/
c o n f lic to s C o n f lic to s
estr u c tu r al es estr u c tu r al es

N eu r o si s
¡i
« P er so n al i d ad « P er so n al i d ad
i n f an til i n c o n c ien te* i n c o n c ien te»
d esm en ti d a d esm en ti d a
/
S el f i
S el f g r an d i o so ; G r an d i o si d ad G r an d i o si d ad
g r an d i o so , p alab ras y d e f e n si v a d ef en si v a
etc . ad em an es y r e c u r so s y r e c u r so s
m ág i c o s m ág i c o s m ág i c o s

Pro b lem as P ro b lem as P ro b lem as P ro b lem as P ro b lem as


de ec o n o m ía de ec o n o m ía de ec o n o m ía de ec o n o m ía de ec o n o m ía
p síq u i c a p síq u i c a p síq u i c a p síq u i c a p síq u i c a

F ase I F ase II F a se I I I ( ! F ase IV F ase V


D e 1878 a 1880 1881-1884 1884-1908 1908-1915

Curso del análisis --------- ^ F unción sintética

P uede resumírselas dic iendo que su hermana murió en un


momento en que la función sintética aún no había alcanzado
una autonomía irreversible frente a los conflic tos. E s pro­
bable que el niño reaccionase frente al trauma mediante la
desmentida, produciéndose una escisión crónica en el self
como resultado de este stre ss ingobernable. E stos movimien­
tos regresivos del yo, empleados como mecanismos de defen­
sa contra la angustia de castración que generan las agresio­

114
nes y contragresiones edípicas fantaseadas, son un excelente
ejemplo de lo indic ado en el modelo jerárquic o mediante las
dobles flechas vertic ales que corren en dirección opuesta,
simbolizando así que una c ierta función puede abandonarse
mediante regresión.
E n su examen de las neurosis obsesivas, Sandler y Joffe
( 19 6 5 ) también subrayaron que en estos estados la estruc ­
tura del yo permanece intac ta; los cambios en el modo de
funcionamiento que se producen con el estallido de los sín­
tomas no son más que distorsiones y exageraciones de las
actividades normales del yo. Así, los mecanismos obsesivos
característicos de aislamiento del afecto, formación reactiva,
anulación retroac tiva, intelectualización y racionalización,
así como el rec urso al pensamiento mágico, son exageracio­
nes de los procesos cognitivos y perceptivos c orrientes.
E l hecho de que en el caso del H ombre de las Ratas no hu­
biera habido regresión en la estructuración puede indicarse
claramente incorporando los detalles del historial al esquema
jerárquic o, como se hace en la figura 11.

S eg u n d o ej em p l o : el « H o m b r e d e l o s L o b o s »

«D e la historia de una neurosis infantil» ( 19 18 b ) contenía


una serie de interpretac iones en apariencia tan convincentes
acerca del carácter y la sintomatología que había presentado
el H om bre de los L obos a lo largo de toda su vida, que el
«Suplem ento» de Ruth Mack B runswic k ( 19 2 8 ) produce
sin duda un shoc k en el lec tor novel. Vistas las cosas en
retrospec tiva, en su prim er análisis y exposición del caso
F reud debió de haber pasado por alto ciertos aspectos del
func ionamiento mental que, entretanto, llegaron a ocupar
un lugar central en la vida del H ombre de los L obos.
P ara empezar, el síntoma que presentaba el paciente al
volver a consultar a F reud en 19 19 fue la «constipación his­
téric a» que previam ente F reud había interpretado como de­
positaría en la vida adulta de sus fijaciones homosexuales in­
fantiles. Se recordará que en 19 10 , al iniciarse el análisis,
el H ombre de los L obos debía hacerse administrar enemas
por un criado para poder evacuar sus intestinos en forma
regular. P artiendo del supuesto de que la constipación era
un síntoma de conversión, F reud prom etió al paciente que
gracias al análisis recobraría totalm ente una actividad intes­
tinal normal.3 A partir de entonces, el m ovimiento intesti­
nal del H ombre de los L obos pasó a ser el baróm etro con
el que se medía su confianza en F reud, y en poco tiempo
recobró efectivam ente su func ionamiento regular.

115
E n 19 14 se puso término al tratamiento a solicitud de
F reud. L uego de esta separación forzosa, el H ombre de los
L obos «fue presa del anhelo de desprenderse de su influen­
cia [ la de F reud] » ( 19 18 b , pág. 12 2 ) . P or consiguiente, el
retorno al síntoma intestinal debería interpretarse en apa­
riencia como resultado de la técnica activa no interpretativa
introducida por F reud, que obstaculizó lo que había sido
hasta entonces una silenciosa trasferencia de fusión (c f.
Kohut, 19 7 1) . A la luz de los acontecimientos posteriores,
no puede menos que sostenerse que la m ejoría lograda en
19 19 - 2 0 , durante el breve período en que se retom ó el
análisis, debió basarse, una vez más, en el restablec imiento
de un vínc ulo narcisista arcaico con F reud, más que en el
insig ht.
E n tal sentido, conviene rec ordar las palabras con que el
H ombre de los L obos describió ( 19 5 8 ) su encuentro inicial
con F reud: «L uego de trascurridas las primeras horas con
F reud sentí que al fin había encontrado aquello que du­
rante tanto tiempo había estado busc ando». Nos vemos aquí
con fenómenos relacionados con la idealización de la imago
parental, la angustia de separación y el uso de ademanes y
palabras mágicos. E n otras palabras, estos aspectos de la
personalidad del paciente estaban organizados de acuerdo
con el Modo I I.
F reud de ninguna manera había pasado por alto la fijación
narcisista de este paciente; ya había señalado que el esta­
llido de su neurosis en la adolescencia fue resultado de una
herida narcisista, el descalabro de su ilusión grandiosa de
invulnerabilidad por causa de una infección gonorreica. Ade­
más, apuntó que el H ombre de los L obos «se veía a sí mis­
mo como un hijo dilec to de la fortuna, al cual no podía
sobrevenirle ningún m al» ( 19 18 b , pág. 9 9 ) , debido a que
había nacido envuelto en la cofia fetal.
L o que F reud omitió mencionar en 19 14 , sin embargo, fue
el otro aspecto del narcisismo arcaico, la necesidad que te­
nía el paciente de objetos idealizados — y que podía expli­
car la remisión de su sintomatología en la niñez, cuando
esa necesidad fue satisfecha por el vínc ulo entablado con un
admirado instruc tor de sexo masculino— . E l reciente infor­
me del H ombre de los L obos ( 19 7 0 ) sobre los comienzos
de su análisis revela que F reud satisfizo espontáneamente
esa necesidad mediante algunas de sus maniobras terapéu­
ticas, como el decidir en qué momento debía el paciente
visitar Munich para encontrarse con su amante.
E n años posteriores, el hecho de que el H ombre de los L o­
bos se c onvirtiera en el paciente célebre del profesor F reud
satisfizo encubiertamente los requerimientos específicos del
self grandioso. Su afán narcisista de acreditación se vio más

116
gratificado todavía por las colectas anuales de dinero que
hacía F reud en su beneficio, a causa de haberse convertido
en un refugiado carente de recursos. E ste mismo afán de
acreditación se expresó en su ocultam iento de un envío de
joyas procedente de sus fam iliares rusos, por tem or de que
F reud suspendiera el subsidio.
E l segundo período de relativa estabilidad en el estado clí­
nico del paciente llegó a su término cuando se enteró de que
F reud había sido operado de un tum or maligno en 19 2 3 .
E ste acontecimiento aparentemente destruyó la ilusión de
omnipotenc ia de una imago parental idealizada. Reapareció
la constipación, como para señalar el colapso de su confian­
za en F reud, y surgieron una serie de preocupaciones hipo­
condríacas, principalm ente centradas en sus dientes y en
su nariz.
E sto puede entenderse como una ulterior regresión narcisis­
ta tendiente a im pedir la cohesividad de la experiencia del
self. T al interpretac ión de la fragmentac ión incipiente viene
apoyada por el hecho de que el H ombre de los L obos se
tornó muy suspicaz respecto de su dentista, así como tam­
bién de su dermatólogo, a quien consultó por problemas
nasales obligándolo a aplicarle diversas terapéutic as. E n
oc tubre de 19 2 6 , cuando su desesperación y furia paranoide
llegaban a su punto culminante, retornó a F reud obsedido
con su idé e fix e , y apenas percatado de que su estado psí­
quico era anormal.
E l últim o inform e de B runswic k, que desc ribe la sintomato-
logía paranoide del H om bre de los L obos en los períodos
iniciales de su vida, perm ite inferir que esta drástica evo­
luc ión podía haber sido prevista. E n apariencia, las ideas y
afec tos a que hicimos referencia pudieron ser exitosamente
encapsulados y desmentidos. Apunta B runswic k:

«E l profesor F reud me ha dicho que la actitud del paciente


hacia los sastres era precisamente una réplica de su posterior
insatisfacción y desconfianza hacia los dentistas. Así tam­
bién, en su prim er análisis, iba de sastre en sastre, chanta­
jeándolos, rogándoles, montando en cólera y haciendo gran­
des escenas ante ellos; siempre encontraba algo mal pero
siempre permanecía durante un tiempo con el sastre que no
lo c onformaba» ( 19 2 8 , pág. 7 2 ) .

A todas luces, F reud se había percatado muy bien de este


aspecto del carác ter del paciente pero no lo había juzgado
suficientemente signific ativo como para inc luirlo en su in­
form e del caso, que tenía como propósito específico aclarar
la neurosis infantil y sus derivac iones posteriores. Sin em­
bargo, B runswic k quedó profundam ente impresionada con

117
el enorme cambio que experimentó el carác ter del H ombre
de los L obos a partir del últim o inform e de F reud. Señaló
hasta qué punto se había sometido al c ontrol de su esposa,
que lo manejaba de todas las maneras posibles. Claramente,
había tenido lugar una im portante regresión estruc tural.
E ste proceso evolutivo ha sido hace poco aclarado por
F rosch ( 19 6 7 ) , quien, coincidentemente con H arnik, opina
que representaba una repetición, en la trasferencia con
F reud, de una psicosis infantil. H arnik había indicado que
ese podía ser el sentido de la conducta frenétic a evidenciada
por el H ombre de los L obos de pequeño, cuando, en un mo­
mento en que sus progenitores lo habían abandonado, fue
sometido a un duro régimen por su institutriz. Si bien esta
hipótesis resulta persuasiva si se atiende a los datos clínicos,
preferiríam os form ularla en términos algo diferentes. E l es­
tado clínico infantil puede o no haber c onstituido una «psi­
cosis» según la definición que se dé a este término en el
caso de un niño pequeño. Sea como fuere, la repetic ión de
ese estado en la vida adulta del H ombre de los L obos sin
lugar a dudas dio como resultado un síndrome psicótico con
gran menoscabo del examen de realidad.
Una vez sobrevenida la psicosis, la relación entablada con
F reud y con las diversas personas que actuaron como figu­
ras sustitutivas o de desplazamiento ya no podría llamarse
«trasferenc ia». Desde el punto de vista metapsicológico, la
trasferencia tiene lugar cuando existe una barrera de la re­
presión efec tiva; es una formación de compromiso que per­
mite eludir parcialmente esta barrera. Como m ostró Nun-
berg ( 19 5 1) , en los estados delirantes como el del H ombre
de los Lobos la relación del paciente con el terapeuta es una
realidad actual y no una trasferencia procedente de deseos
infantiles reprimidos. F reeman ( 19 5 9 , 19 6 2 ) ha llamado la
atención repetidas veces sobre esta im portante distinción.
Pese a la pérdida regresiva del examen de realidad, la psi­
cosis del H ombre de los L obos rara vez originó un retorno
a las condiciones del Modo I ( falta de defensas, narcisismo
prim ario, etc .) . P or el c ontrario, su estado se caracterizaba
por una intensa y furiosa relación con el objeto frustrante,
y por el mantenimiento de la idealización de las imagos pa-
rentales. Cabe inferir que el desarrollo de hipocondriasis no
implicaba que la libido objetal se hubiera trasform ado en
libido narcisista. Deben haber sido investiduras narcisistas
de tipo más maduro las que, una vez más, se tornaron más
prim itivas y fueron reinvestidas en partes aisladas del self
corporal. Para defenderse contra la angustia de separación,
concomitante de la desilusión traumátic a, el paciente logró
preservar su vital relación con F reud mediante el uso amplio
de la proyección. Atribuía todas las imperfecciones y male­

118
volenc ias a otros no signific ativos, tales como su dentista.
L o que sí se perdió, por la amenaza a la fusión permanente
con F reud como un otro omnipotente, fue la cohesividad del
self como sistema psíquico.4
Modell ( 19 6 8 ) ha sostenido con razón que la capacidad
para examinar la realidad se desarrolla en form a simultánea
a la capacidad para tolerar la separación del objeto. E n los
términos empleados por nosotros, siguiendo a Kohut, esto
últim o quiere dec ir la capacidad de tolerar la herida narci-
sista provocada por las desilusionantes imperfecciones de las
imagos parentales. E l curso seguido por el cuadro clínico del
H ombre de los L obos ofrec e notable asidero a estos puntos
de vista. Con anterioridad a la desilusión que sufriera res­
pecto de F reud, los sentimientos persecutorios del paciente
— o, dicho en términos de Kohut ( 19 7 2 ) , su «inquina ma­
ligna»— se habían lim itado a la reducida esfera de sus
contactos con los sastres. E ra fác il desmentir la importancia
de este núcleo psicótico. E l resto de la personalidad había
conservado su cohesividad y se caracterizaba por un ade­
cuado examen de realidad. Así, el uso de rituales mágicos
durante las obsesiones fue correc tamente juzgado por el pa­
ciente una compulsión irracional. Con el colapso de esta or­
ganización habitual del self, sobrevino la incoherencia; a
partir de entonces, F reud pudo ser experim entado simultá­
neamente como idealizado protec tor y como objeto que
había perdido su omnipotencia. E l H ombre de los Lobos
podía verse a sí mismo como un hombre íntegro y probo y,
a la vez, oc ultar su verdadera situación financ iera a fin de
ser narcisistamente abastecido por F reud. Su personalidad
se había fragmentado en una serie de núcleos no coordina­
dos entre sí y carentes de un nexo interno.
Para lo esencial de nuestro estudio no es necesario que so­
metamos los datos clínicos a una mayor elaboración. H emos
tratado de dem ostrar que la recaída del H ombre de los L o­
bos, tal como fuera informada por B runswic k, puede en­
tenderse sin hacer ninguna referencia a los modelos tópico o
tripartito. E n lo que antecede sólo hemos utilizado en nues­
tro intento explic ativo los modelos del self y los objetos.
H emos disc ernido dos estados clínicos distintos en este frag­
mento de la evolución del paciente: el prepsic ótic o y el de la
desintegración psicótica. E stos estados guardan estrecha co­
rrespondencia con los Modos I I I y I I , respectivamente, de
nuestro esquema jerárquic o: el estado prepsicótic o puede
conceptualizarse adecuadamente mediante el modelo del self
íntegro y los objetos íntegros, en tanto que para compren­
der la psicosis se debe rec urrir al modelo de los núcleos
del self y de los objetos transicionales o parciales. E sta opi­
nión encuentra apoyo en un examen cuidadoso de la exitosa

119
intervención terapéutic a de B runswic k, cuyo inform e ha sido
algo soslayado en los trabajos sobre la técnica a emplear con
pacientes regresivos.6
La técnica empleada por B runswic k consistió en tom ar como
foco el delirio megalomaníaco del H ombre de los L obos, su
ilusión de que era el paciente favorito de F reud y de que
tenía con él una desacostumbrada intimidad. B runswic k «le
recalcó cuál era su verdadera posición respecto de F reud, y
la total ausencia [ . . . ] de toda relación social o personal
entre ambos» ( 19 2 8 , pág. 8 3 ) . T ambién le hizo ver que el
hecho de que F reud publicara el inform e de la enfermedad
y el tratam iento no era en modo alguno inusual. E chó por
tierra su falsa creencia de que F reud supervisaba el trata­
miento que ella le estaba administrando. E ste enfoque obli­
gó al paciente a enfrentarse con la cólera que le provocaba
el haber sido abandonado por F reud — en el doble sentido
de trasferir la responsabilidad del tratam iento a B runswick
y de desilusionarlo con su propia enfermedad— .
Como resultado de esto, el H ombre de los L obos reconoció
su necesidad real de la ayuda terapéutic a de B runswic k.6
Volvió a experim entar entonces su necesidad infantil de ser
protegido por las personas que, a la vez que cuidaban de
él, eran sus perseguidores. La cólera m ortal que sentía
hacia F reud y B runswic k fue desapareciendo a medida que
comenzó a darse cuenta de que, en realidad, esta últim a le
ofrec ía la protecc ión que él precisaba.7 P udo así admitir la
pasividad contra la cual antes se había defendido mediante
los mecanismos paranoides. E n un momento posterior del
tratam iento su ligazón con B runswic k adquirió un tono más
libidinal y una meta heterosexual.
La lúcida exposición de B runswic k ha llamado nuestra aten­
ción sobre datos que, una vez más, pueden ser perfectam ente
ordenados sin rec urrir a los modelos tópico o tripartito: los
modelos del self y los objetos nos han bastado en nuestro
examen. E mpero, hay que hacer una salvedad: B runswick
inform ó sobre una serie de sueños de este tratam iento para
cuya interpretac ión se requerían conceptos tópicos. A nues­
tro entender, este hallazgo implica que durante el sueño la
psicosis de este paciente quedaba sometida a una conside­
rable reintegración psíquica. De este modo, en el estado del
dorm ir el H ombre de los L obos se situaría en el mismo es­
tadio de organización que cualquier otro soñante en su vida
adulta, o sea, en el Modo II y la F ase V, mientras que en la
vigilia lo estaría en el Modo I I y la F ase I I . F reud hizo una
observación similar, expresada en términos algo diferentes,
al describir los sueños «norm ales» de un paciente paranoide
( 19 2 2 b ) .
H emos mencionado ejemplos de conductas tomados de di­

120
versos períodos de la historia del H ombre de los Lobos y
los hemos organizado de acuerdo con los modelos del fun­
cionamiento mental aplicables a cada fase partic ular de or­
ganización que los caracterizaba. Para aclarar las diversas
conductas de este paciente debimos rec urrir a los cinco mo­
delos subsidiarios que inc luye el esquema jerárquic o; por
el c ontrario, solamente uno de esos modelos dem ostró ser
verdaderam ente esclarec edor con respecto a cada serie de
tales conductas.
Si ahora pasamos de estos ejemplos aislados de conducta a
la consideración de toda la historia vital del paciente, se
torna evidente que ninguno de los modelos subordinados
puede por sí solo hacer justicia a la complejidad de los da­
tos. Desde el nacimiento hasta la muerte, todas las personas
recorren en su totalidad la secuencia epigenética sobre la
cual se basa el modelo jerárquic o.8 Además, en el caso del
H ombre de los L obos fue menester apelar a la gama com­
pleta de fases de organización psíquica para explicar sus
variados comportamientos adultos, pero esto no se repite
si, con las mismas herram ientas conceptuales, examinamos
a personas con otros tipos de organización de la personali­
dad. De hecho, no se hizo sentir esa necesidad en el caso
del H ombre de las Ratas, cuya vida adulta pudo caracte­
rizarse exclusivam ente en términos de las F ases I V y V (c f.
figura 11) .
Los datos clínicos del H ombre de los L obos a los que hemos
pasado revista se exponen gráficamente en la figura 12.
Debe entenderse que en cada fragmento del período en es­
tudio ( 19 10 a 19 2 7 ) hubo comportamientos pertenecientes
a todos los modos presentes en el esquema; en aras de la
claridad, únicamente se ha indicado en dicha figura el modo
más im portante y carac terístico que se utilizó en un mo­
mento dado.0
Dentro del período mencionado, el H om bre de los L obos
alcanzó un funcionam iento adulto regular en dos lapsos:
luego de la terminación de su análisis con F reud en 19 14 , y
nuevam ente al term inar el análisis en 19 2 0 . Con estas curas
aparentes se reprim ieron los problemas infantiles no resuel­
tos. E n el diagrama, esta secuencia está indicada por el
punto nodal A, de tránsito de la organización de la F ase I V
a la F ase V. L a conducta del paciente fue típicamente «neu­
rótic a» (un trastorno de carác ter de estruc tura similar a la
neurosis obsesiva de su infancia) en los dos períodos de
análisis con F reud y en la breve recaída de 19 2 3 . E n tales
circunstancias, su personalidad se organizó según nuestra
F ase I V, indicada por la superficie entre los puntos nodales
A y B. E ste modo de funcionamiento se caracterizaba por
graves conflictos intrapsíquic os; por añadidura, ciertas con­

12 1
ductas delataban que por debajo de la superficie estaban
activas modalidades más regresivas.

F igura 12 . E l caso d e l H om b re de los L ob os e studiado m e­


d ian te e l m ode lo je rárq uic o.

E sporádica­
mente, 1923-,

Curso del análisis

y ------------

Con la regresión a un nivel más prim itivo de organización


en 19 2 3 , se tornó manifiesta (si bien fue desmentida) la
dependencia real respecto de otra persona. E l paciente ya
no pudo c umplir ciertas funciones psíquicas por sí mismo.
Su narcisismo arcaico quedó francamente concentrado en un
sustituto fálic o: la nariz. U n estado psíquico similar había
tenido lugar durante la neurosis infantil, entre la edad de
4 años — cuando se produjo la pesadilla de los lobos— has­
ta los 4 años y medio, en que quedó organizada la neurosis
obsesiva. Ambos períodos pueden ubicarse en el diagrama
dentro de la F ase I I I , entre los puntos nodales B y C. La

122
regresión más allá de este punto nodal C implica una pér­
dida de la cohesividad del self, con tolerancia de c ontra­
dicciones psíquicas groseras, grandiosidad manifiesta, pérdi­
da del examen de realidad y empleo de la proyec ción como
defensa típica. E sta organización c orresponde a la F ase I I,
indicada por el espacio comprendido entre los puntos C y
D. Una regresión así oc urrió cuando el H om bre de los
Lobos sufrió su desilusión respecto de F reud como progeni­
tor omnipotente — lo cual probablemente repetía el aban­
dono real por parte de sus padres sufrido en su niñez— . E n
caso de que la psicosis del paciente no hubiera sido tratada
adecuadamente, podría haberse repetido la organización
existente en la época de su pesadilla infantil, y la satura­
ción de la capacidad de ligar la excitación habría originado
un trauma. Una regresión tal más allá del punto nodal D
c onstituye un retorno a las condiciones de la F ase I.
Y a hemos demostrado que el modelo jerárquic o puede ser
aplicable en otro caso que clasificamos como trastorno nar-
cisista de la personalidad. H abrá quienes prefieran conside­
rar al H ombre de los L obos una personalidad fronteriza o
francamente psicótica. N o obstante, es un hecho histórico
que en cada una de las etapas de su enfermedad fue tratado
mediante el método psicoanalítico, por lo cual es lógico in­
c luir su caso, junto con el del H ombre de las Ratas, en un
único grupo funcional.
E n el próxim o c apítulo ampliaremos la concepción jerárqui­
ca de estudio de casos a materiales clínicos que no suelen ser
tratados psicoanalíticamente. E s una tentativa de desarrollar
una nosología psic oanalítica amplia, que incluya toda la ga­
ma de la psicopatología con independencia de las considera­
ciones terapéutic as.

N o tas

1 Otros autores ya han hecho anteriormente la distinción entre los


aspectos regresivos de los trastornos neuróticos del carácter y la
«regresión estructural» que presentan los síndromes de mayor pri­
mitivismo; véase, por ejemplo, Modell (1968).
2 En nuestros diagramas, las regresiones a otra fase de organización
se indican en el eje de abscisas, y las regresiones en el modo de
funcionamiento en el eje de ordenadas.
3 En términos de las modalidades de tratamiento que bosqueja­
remos en el capítulo 11, este parámetro equivaldría al suministro
de una relación unificadora con un objeto omnipotente y, por
ende, idealizado. Como la intervención del terapeuta no fue lle­
vada a cabo merced a la interpretación, desde el punto de vista
actual no podría considerársela una técnica psicoanalítica.

123
4 Para una amplia discusión de tales vicisitudes en el tratamiento
de los trastornos narcisistas de la personalidad, véase Kohut
(1971). Abordaremos la cuestión con algún detalle en el pró­
ximo capítulo, al ocuparnos del caso Schreber, donde tiene im­
portancia cardinal.
5 Serota (en McLaughlin, 1959), quien estudió el trabajo de Bruns­
wick, ha expresado una opinión algo distinta al respecto.
6 Winnicott (1954) ha insistido en que el análisis debe proveerle
al paciente psicótico un encuadre en el que sea capaz de renun­
ciar a su «falso self» y reconocer su «self auténtico» menesteroso
de una temprana dependencia. Por otra parte, Kohut (1971) es­
tablece una neta distinción entre los problemas narcisistas anali­
zables y los que exigen otros tipos de intervenciones terapéuticas.
7 Según nuestra experiencia, si en esas críticas circunstancias no
se proporciona al paciente un encuadre apropiado, se origina un
estado traumático, una ulterior regresión al Modo I, caracterizada
por desvalimiento, sobrestimulación y narcisismo primario.
8 Es preciso hacer ciertas salvedades a esta afirmación: en la reali­
dad, hay individuos cuyo desarrollo no discurre por este camino
de progreso previsible; en el próximo capítulo examinaremos
tales detenciones en el desarrollo. En una futura nosología psi-
coanalítica, probablemente deba ubicarse en categorías psicopato-
lógicas especiales a las personas que no logran completar la su­
cesión de fases evolutivas y a aquellas cuya conducta adulta exige,
para ser comprendida, recurrir a toda la gama de fases de la
jerarquía.
9 Debe tenerse presente que los diagramas como las figuras 11
y 12 no son «modelos» del funcionamiento mental. Cierto es
que tienen los mismos fundamentos que el modelo jerárquico,
y que cada uno de sus casilleros corresponde a una etapa parti­
cular a lo largo de las líneas de desarrollo que el modelo abarca
(la etapa que ocupa en el modelo una posición análoga); pero
estas figuras son resúmenes de interpretaciones clínicas referidas
a un solo individuo, y en consecuencia no puede generalizárselas
para construir una teoría. Con datos organizados de manera si­
milar, procedentes de una amplia gama de casos investigados en
el análisis, podrían hacerse generalizaciones inductivas que, ellas
sí, permiten construir teorías clínicas.

124
9. Aplic ac iones del m odelo jerárquico

U n tr asto r n o p si c ó t i c o : D an i el P au l S ch reb er

E l historial de Daniel P aul Schreber ocupa un lugar especial


dentro de los principales estudios clínicos de F reud, por
cuanto la naturaleza del diagnóstico nunca fue cuestionada.1
E n la vasta literatura analítica referida a este caso fueron
disc utidos muchos problemas concernientes al papel del me­
dio infantil del paciente y los diversos fenómenos psicopato-
lógicos, pero hubo coincidencia en cuanto al diagnóstico de
psicosis. Si bien la categoría exacta de esquizofrenia o pa­
ranoia aplicable a Schreber suscitó c ontroversias, en lo que
respecta al manejo clínico de tales problemas las opiniones
fueron unánimes: no existe posibilidad alguna de analiza-
bilidad.2
Con este estudio F reud comenzó a aplicar seriamente los
instrumentos del psicoanálisis a lo que hasta entonces se
había considerado el dominio de la psiquiatría. E n 19 11,
aún no había form ulado el concepto de narcisismo; de hecho,
según Selesnick ( 19 6 6 ) , F reud sólo lograría este avance
teórico como respuesta a la crític a que hizo Jung a su ensayo
sobre Schreber. Sea como fuere, F reud todavía no había
rotulado la enfermedad de Sc hreber de «neurosis narcisis-
ta», como habría de hacerlo pocos años más tarde. P uesto
que la explicación que dio de gran parte de la psicopatología
de Schreber se basaba en los conceptos de que por entonces
disponía — en esencia, la neurosis de trasferencia y el re­
torno de lo reprimido— , no fue posible abordar de manera
cabal ciertos aspectos del cuadro clínico.
Pese a esta desventaja y al hecho de que los datos no fueran
obtenidos mediante el método psicoanalítico de la asocia­
ción libre, hemos resuelto emplear este material teniendo
en cuenta que es bien conocido por un vasto público y que
se dispone de sufic ientes detalles para nuestros fines (par­
ticularmente desde que se public aron en versión inglesa las
M e m orias de Sc hreber). Una breve revisión previa de las
teorías psicoanalíticas de la psicosis, con especial énfasis en
las propuestas por F reud, puede fac ilitar nuestra conside­
ración de los datos.
E n las muchas tentativas de F reud por definir la psicosis,

125
su c riterio decisivo fue siempre el de una relac ión trastro­
cada con la realidad; según él, lo que abre el camino a una
psicosis es «el predominio de la realidad psíquica interna
por sobre la realidad del mundo externo» ( 19 3 9 a, pág.
7 6 ) . Aún en 19 3 2 F reud seguía explicando este trastorno
en términos tópicos: «lo reprimido inconciente [ se vuelve]
excesivamente fuerte, de modo tal que avasalla lo concierne,
que está adsc rito a la realidad» ( 1933¿z, pág. 16 ) .
Al traduc ir esto a términos estructurales, F reud afirm ó que
en la psicosis el balance de fuerzas se resuelve en desmedro
del yo, de modo tal que sobrevienen alteraciones o una es­
cisión en el yo (c f. 19 4 0 e , págs. 2 0 1- 0 2 ) , en tanto que se
resigna la investidura de c iertos objetos ( 19 15 c ) . E n época
más reciente, H artmann destacó las deficiencias en las fun­
ciones autónomas primarias en la esquizofrenia ( 19 5 3 ) .
Como sugiere esta síntesis, las más im portantes form ulac io­
nes analíticas sobre la psicosis tendieron a destacar las
deficiencias, ausencias o fallas de tal o cual func ión mental:
no hay represión, el yo es débil o falta la capacidad de neu­
tralizac ión. E ste hincapié en la falta de desarrollo de ciertos
aspectos del func ionamiento mental, notorio en los modelos
comúnmente utilizados, tiene escasa utilidad para aclarar el
modo real de operación mental en la psicosis; la teoría debe
especific ar no sólo lo que falta sino lo que previsiblemente
debe haber.
F reud inició esa especificación al conceptualizar los fenóme­
nos restitutivos de la esquizofrenia en su «Introduc c ión del
narc isismo» ( 19 14 c ) . Conceptos análogos para las depresio­
nes psicóticas fueron postulados en «Duelo y melancolía»
( 19 17 c ) . E n esos dos trabajos, F reud se centró en las rela­
ciones entre los objetos intrapsíquic os y las representacio­
nes del self.
H artmann ha sugerido, asimismo, que la investidura del
self, y en especial la investidura con agresión pura, puede
c onstituir una característic a definitoria de la esquizofrenia
( c f. B ak, 19 7 1) .
A continuación examinaremos los datos clínicos del caso
Schreber desde distintos puntos de vista, a fin de demos­
trar el potencial explic ativo de cada uno de los modelos
tradic ionales, como hicimos en capítulos previos para los
casos del H ombre de las Ratas y del H ombre de los L obos.
Más adelante aplicaremos el modelo jerárquic o al historial
del paciente.
Se recordará que los datos prim itivos provenían de una au­
tobiografía escrita por el paciente durante una fase de rem i­
sión parc ial de su psicosis. E n su examen de esa autobiogra­
fía, F reud empleó principalmente, como ya dijimos, el punto
de vista tópico. E ste enfoque implica dar por sentada la

126
preservación de amplias áreas de funcionamiento regular
aun en las fases de exacerbación de la enfermedad, y tomar
como fenómeno que exige ser explic ado la intrusión de men­
tación patológica en la conciencia de vigilia. E n otras pa­
labras, F reud se c entró en el «retorno de lo reprim ido», la
emergencia de una homosexualidad previam ente reprimida
durante la psicosis. Supuso que el amor homosexual repri­
mido de Schreber por el padre de su infancia fue trasferido
al doc tor F lechsig en el momento de la prim era internación.
Cuando se quebraron las fuerzas de la represión dando lugar
a la segunda fase de la enfermedad, el amor por F lechsig se
había vuelto franco y se manifestaba en una variedad de
formas. F reud enunció una fórm ula que compendiaba todas
esas variedades de posibles distorsiones defensivas del te­
ma: «Y o [un hom bre] lo amo». E sta fórm ula se c onvirtió
en un clásico de la psiquiatría psicoanalítica y es la parte
que mejor se recuerda del estudio de F reud.
Y a en 18 9 7 F reud había desc ubierto que ni aun en las
psicosis más profundas irrum pe el rec uerdo inconciente
( 19 5 0 [ 18 9 2 - 9 9 ] , pág. 2 6 0 ) . E sto significa que las ideas
patológicas que, en la psicosis, penetran en el pensamiento
de vigilia son en realidad una expresión deformada del in­
conciente. Precisamente estos delirios proveen las necesa­
rias distorsiones defensivas en las diversas formas de pa­
ranoia que F reud describió en 19 11.
L os intentos posteriores tendientes a establec er si la homo­
sexualidad reprimida cumple un papel etiológico en la gé­
nesis de la paranoia generaron gran confusión. P or lo ge­
neral, en estas c ontroversias se pasa por alto que F reud
en ningún momento sostuvo haber aclarado este problema.
De hecho, con las herramientas conceptuales del modelo
tópico era imposible estudiarlo; sólo podía examinarse la
índole del material que retorna de la represión, pero no los
datos referentes a las causas del debilitam iento de las fuer­
zas represivas. F reud afirm ó con toda claridad que para
comprender las causas del estallido de una psicosis se pre­
cisaba un marco conceptual distinto:

« . . . una perturbac ión secundaria o inducida del proceso li-


bidinal puede ser el resultado de modificaciones anormales
en el yo. De hecho, es posible que procesos de esta clase
sean lo característico de la psicosis» ( 19 11c , pág. 7 5 ) .

Si citamos este pasaje no es sólo porque el problema etio­


lógico im porta a nuestros fines, sino además para demos­
trar que F reud sabía que dicho problema abarca cuestiones
no consideradas en la teoría tópica.3
Creemos posible, incluso, señalar en el estado clínico de

127
Schreber el punto de transic ión entre aquel estado en que
la fenomenología dominante todavía era comprensible en
términos de conceptos tópicos y aquel en que esto ya no era
válido. Como mencionamos en el capítulo 4, la serie de
sueños traumáticos que inauguraron la psicosis es conceptua-
lizable m ejor en términos económicos que en términos tó­
picos. F reud observó que el resultado esencial del desequi­
librio psicoeconómico de Schreber era la formac ión del de­
lirio del «fin del m undo», interpretado por F reud como
proyección de una c atástrofe interna. «E l mundo subjetivo
ha llegado a su fin a causa de que se le ha retirado el amor»
( 19 11c , pág. 7 0 ) .
Las explicaciones más coherentes de este estado y de los
fenómenos restitutivos que le siguieron son las expresadas
en términos del modelo del objeto-self (véase el capítulo
5 ) . E n verdad, este drástic o colapso de la organización
habitual de la personalidad — del self como sistema psí­
quico dotado de cohesión— es precisamente el tipo de fe­
nómeno clínico que marca el desplazamiento regresivo de
un estado caracterizado por un self íntegro que se relaciona
con objetos íntegros, a otro en el que un conglomerado de
núcleos desintegrados del self interac túan con una serie de
objetos transicionales (c f. Kohut, 19 7 1; Glover, 19 6 8 ) .
No hay mejor manera de ilustrar este tipo de fragmentación
que c itar la signific ativa descripción de este proceso que hizo
Sc hreber en sus M e m orias :

« . . . el número de puntos en los cuales tenía su origen el


contac to con mis nervios aumentaba con el c orrer del tiem ­
po; aparte del profesor F lechsig, el único de quien supe du­
rante un tiempo al menos que se contaba claramente entre
los vivos, en su mayoría se trataba de almas de personas
fallecidas, que cada vez se interesaban más por mí» ( 19 0 9 ,
pág. 4 9 ) .

Schreber menciona centenares de nombres diciendo que es­


tos agentes provocaban en su mente una tremenda turbu­
lenc ia; poco a poco, sin embargo, comenzó a emerger cier­
to orden en este caos. L os diversos objetos del delirio fue­
ron clasificados por Sc hreber según su actitud benévola o
malévola hacia él; F lechsig conducía las huestes hostiles,
en tanto que el propio Dios conducía a sus aliados.4 No
obstante, como se recordará, tanto F lechsig como Dios ten­
dían siempre a subdividirse en múltiples representaciones
de muy diversas cualidades. P or ejemplo, el «alma-F lechsig»
que perseguía a Sc hreber no debía ser confundida con el
profesor F lechsig real.
E mpero, el agrupamiento de las fuerzas en los bandos del

128
bien y del mal era un intento de integración, de reunión
de una m ultitud de excitaciones en una cantidad mucho
menor de unidades. N iederland, en una serie de trabajos
basados en amplios datos biográficos sobre los comienzos
de la vida de Schreber, recientemente dados a conocer, mos­
tró de manera convinc ente que cada uno de esos fenómenos
delirantes o aluc inatorios tenía su origen en una partic ular
interacción infantil con figuras familiares significativas.
Muchas pruebas abonan también la conclusión de que cier­
tos aspectos de la personalidad de este paciente (c iertos
núcleos de su self) continuaban operando en niveles com­
parativam ente más maduros. Un ejemplo de ello es que,
invitado a comer a la casa del direc tor del hospital, no sólo
mostraba allí un desempeño social aceptable sino la con­
ducta propia de un hombre c ulto y bien inform ado. Gran
parte de sus relaciones humanas se m antuvieron casi in­
cólumes, en partic ular el vínc ulo con su esposa.5 E s común
sin duda realizar observaciones similares en la mayoría de
los casos de psicosis. Como indicara F reud, un observador
interno dotado de racionalidad parece seguir el trayecto de
la enfermedad desde algún recoveco de la psique del psi-
cótico.
N aturalmente, en una evolución normal la secuencia ha­
bría sido la inversa de la regresión puesta de manifiesto
en este caso; ya pasamos revista a ese proceso en el capí­
tulo 5. E l caso de Schreber nos perm itió ilustrar el trán­
sito, en la organización del self, de un estadio de integridad
cohesiva a otro de fragmentac ión en núcleos componentes,
pero no nos permite m ostrar el pasaje de la fragmentación
a la cohesividad, ya que Schreber, por lo que sabemos, nun­
ca alcanzó un estado de remisión de su psicosis en el que
desaparecieran los delirios.
Para dem ostrar la relevancia del modelo del self íntegro y
los objetos íntegros y su aplicabilidad al caso Schreber, por
oposición al modelo del self fragmentado y los objetos tran-
sicionales utilizado para explic ar la psicosis, tenemos que
atender al período anterior al estallido del episodio pato­
lógico principal. Las observaciones concernientes a esta eta­
pa de la vida de Schreber son más escasas de lo que qui­
siéramos, pero pueden bastar para ilustrar la utilidad de
conceptualizar el desarrollo mental como una progresión a
partir de núcleos dispersos hasta la cohesión, como pro­
puso por prim era vez Glover ( 19 5 0 ) . E ste señaló que la
eventual fuerza o debilidad del «yo» (en nuestros térm i­
nos, esto corresponde a la organización del self como sis­
tema c ohesivo) depende del grado en que los núcleos pri­
mitivos retienen energía y, de este modo, la capacidad po­
tencial para una acción autónoma:

129
«De acuerdo con la fuerza de su dotación pulsional, la gra
vedad de la frustrac ión, el grado de fijación y la riqueza
de los productos de su fantasía, un núc leo puede intentar,
por así dec ir, apoderarse del aparato psíquic o y ocupar las
vías que llevan a la conciencia perc eptual» (págs. 3 17 - 18 ) .

La organización del self de Sc hreber ya había mostrado su


grave inestabilidad en ocasión de su hipocondría, diez años
antes del inequívoco estallido psicótico. F reud no daría una
explicación psicoanalítica de la hipocondría hasta 19 14 , en
su «Introduc c ión del narc isism o»; allí daría cuenta de ella
en términos de una estasis de libido narcisista en el cuerpo
o alguno de sus órganos. L a hipocondría fue considerada,
pues, una «form e fru stre » ‘ de psicosis en la que se mantie­
ne, si bien tenuemente, la cohesividad del self. Puede haber
o no regresión más allá de la hipocondría hasta una frag­
mentación efec tiva y el posterior desarrollo de un síndrome
psicótico. E n la medida en que se preserva la cohesividad
del self, también se mantiene en mayor o menor medida la
investidura libidinal de los objetos y su concomitante, la
capacidad para el examen de realidad. E ste estado de in­
terc onexión presupone la estruc tura desc rita por Glover co­
mo «m ultinuc lear» o «m ultiloc alizada»:

«Muchas de las pulsiones con las que tiene que habérselas


la psique prim itiva son pulsiones parciales [ . . . ] que sur­
gen de distintas zonas del cuerpo y centros orgánicos, cada
uno de los cuales posee máxima importanc ia y [ . . . ] una
intensidad específica. [ . . . ] E stos núcleos psíquicos repre­
sentan un precipitado de las reacciones entre la psique pri­
m itiva y los objetos de sus pulsiones [ . . . ] con indepen­
dencia de que el objeto real sea reconocido o no como tal»
( 19 5 0 , págs. 3 15 - 16 ) .

Las investigaciones de N iederland han puesto de manifies­


to las fijaciones narcisistas que carac terizaron a Schreber a
lo largo de toda su vida, en partic ular su necesidad de con­
servar un concepto grandioso del self y una imago parental
idealizada. Kohut ( 19 6 8 , 19 7 1) m ostró que la necesidad de
aferrarse al objeto narcisista idealizado indica que los pro­
cesos de interiorizac ión aún no han desembocado en una es­
truc tura psíquica capaz de func ionar de manera totalmente
autónoma. E sto implica que el individuo precisa rec urrir en
forma continua a una persona real del medio que lo rodea
para proveerse de las funciones autorreguladoras. E n armo­
nía con estos conceptos, es lógico que Schreber perdiera su
equilibrio en las dos ocasiones que más pusieron a prueba
la regulación de su autoestima: prim ero al sufrir una de­

130

i
rrota elec toral, y luego al ser prom ovido a un alto cargo ju­
dicial. E stos dos acontecimientos lo sometieron a una cre­
ciente tensión narc isista, a través de la estimulación y pos­
terior frustrac ión de sus impulsos exhibicionistas grandio­
sos. Al mismo tiempo, pueden haber puesto en peligro su
confianza en un progenitor idealizado, ya que este no era
capaz de asegurar su éxito político.
O tro aspecto de la organización psíquica de Schreber que
puede comprenderse mejor utilizando los modelos del self
y los objetos es la desmentida como mecanismo de defensa
característico que debió emplearse para salvaguardar los ras­
gos adaptativos predominantes de la conducta anterior al
estallido psicótico. F reud pudo dem ostrar que luego de la
aparición de la psicosis la defensa típica pasó a ser la pro­
yección, y explicó las diversas permutaciones delirantes del
impulso homosexual inc onciente sobre la base de la proyec­
ción de varios atributos del self a las representac iones in-
trapsíquicas de los objetos.6
Debe también tenerse presente que la regresión a un estado
de fragmentac ión del self va acompañada inevitablemente
de una regresión concomitante de la capacidad para el exa­
men de realidad (c f. Modell, 19 6 8 ) . Como consecuencia,
vuelve a oscurecerse la diferenciación entre el self y el ob­
jeto, y estos cambios intrapsíquic os pueden también con­
cebirse como nuevas fusiones de las representaciones del self
y los objetos.7
Ilustrar el uso adecuado del modelo tripartito para el caso
del historial de Sc hreber es muy difíc il. Como ocurre con
la mayoría de sus historiales clínicos, en su descripción
F reud destaca lo patológico, soslayando comparativam ente
el resto de la personalidad, que puede haber tenido un
func ionamiento más apropiado (c f. Katan, 19 5 3 ) . N o obs­
tante, la insistencia en las altas dotes morales de Schreber
nos lleva a suponer que en la fase prepsic ótica deben de
haber abundado los ejemplos de conflictos entre el yo y el
superyo. Sin embargo, sólo podemos c itar un ejemplo de
dicho conflic to correspondiente a la fase psicótica: es el
proporc ionado por N iederland ( 19 5 9 b ) en su admisible
reconstrucción de la dinámica de la reacción psicótica en sí.
N iederland explicó este colapso en la organización de la
personalidad de Sc hreber sobre la base del típic o conflic to
intrapsíquic o que se encuentra en «los que fracasan cuan­
do triunfan» (c f. F reud, 19 16 d ) . P or supuesto, se trata de
un conflic to entre el yo y el superyó inconciente. N iederland
basó su reconstruc ción en el delirio de Schreber según el
cual en su fam ilia había marqueses de la T oscana y de Tas-
mania; en este material, vio el deseo de un triunfo edípico,
así como la necesidad contrapuesta de punición.8

131
L a figura 13 sintetiza la historia de Schreber, en especial
la historia de su enfermedad. Su infancia siguió aparen­
temente la progresión previsible de fases, culminando en
la formac ión de una rígida estruc tura de carác ter en la F ase
I V. A partir de los seis años aproximadamente, al iniciarse
el período de latencia, fueron reprimidos o desmentidos los
graves problemas narcisistas que quedaban pendientes de fa­
ses anteriores. Pese a la rigidez del carác ter pudo alcan­
zarse, interm itentem ente, un func ionamiento adulto regular.

F igura 13 . E l caso d e D an ie l Pau l Sc h re b e r e studiado m e­


d ian te e l m ode lo je rárq uic o.

Funciona­
miento
adulto
regular
Estructura
rígida de
carácter

Neurosis Problemas
infantil; narcisistas
idealización desmentidos
narcisista
Psicosis de
la primera
infancia
Estados
traumáticos
infantiles

Fase I Fase II Fase III Fase IV Fase V


1842-1844 1844-1846 1846-1848 1848-1885 En
Episodios Delirios Hipocondría Estados distintas
de excita­ 1893-1911 1885-1893 premórbidos épocas
ción aguda
1893, 1907

E l prim er episodio de enfermedad tuvo lugar cuando el pa­


ciente contaba 43 años de edad, con un retorno a la orga­
nización de la personalidad carac terística de la F ase I I I . E l
modo de funcionamiento prevalec iente se estabilizó en tor­
no a una idealización narcisista del profesor F lechsig (M o­
do I I I ) , pero los problemas más arcaicos que giran en
torno de la grandiosidad infantil siguieron siendo desmen­
tidos. E stas condiciones perduraron durante ocho años. A la
edad de 3 1 años tuvo lugar otra regresión, con fragmen­
tación del sistema del self, o sea, un retorno a la F ase II
como organización predom inante. Durante el resto de su

132
vida, Schreber continuó padeciendo, en forma caótica, deli­
rios asistemáticos caracterizados por la proyec ción prim i­
tiva y una franca megalomanía. E n distintas oportunidades
— en partic ular al comienzo del episodio psicótico y en un
período de exacerbación de la enfermedad cuando el pa­
ciente perdió a su esposa— , hubo regresiones al estado
traumático del Modo I, con episodios de excitación aguda.

N o tas

1 Como ya dijimos con respecto a los historiales clínicos citados


antes, el lector podrá seguir mejor nuestra exposición si refresca
su memoria del caso consultando las fuentes originales. Véase,
asimismo, el resumen que hicimos del caso Schreber en el capí­
tulo 4.
2 De esta amplia bibliografía sólo podemos citar unas muestras:
Baumeyer (1956), Katan (1949, 1950, 1953, 1959), Kohut (1960),
Niederland (1951, 1959*, 1959b , 1960, 1963) y White (1961,
1963).
3 Se advertirá, asimismo, que en esta cita de un trabajo de 1911
el significado del término «yo» no es un absoluto evidente. Muy
posiblemente Freud lo utilizara en el sentido de un conjunto
coherente de funciones de la personalidad, en consonancia con
la acepción que se le dio luego en la teoría estructural; pero tam­
bién puede haberlo empleado simplemente como sinónimo de
«self».
4 Entendemos esto como un ejemplo de las operaciones mentales
que en los escritos de Mclanie Klein y su escuela se incluyen bajo
el término «escisión». Para un examen de las concepciones klei-
nianas de las relaciones objétales, consúltese el capítulo 5.
5 Esta es una notable prueba de que no es incongruente hacer un
diagnóstico de psicosis en presencia de una adecuada capacidad
para el amor objetal. La regresión que desemboca en signos ma­
nifiestos de narcisismo arcaico no es una regresión de la inves­
tidura Jibidinal de objeto sino de formas más maduras de nar­
cisismo. Es esencial distinguir el amor objetal de las relaciones
objétales para poder determinar si una interacción particular en­
tre una persona y otras de su medio interpersonal pertenece pri­
mordialmente al ámbito del narcisismo o al de la libido de ob­
jeto. Para más detalles, véase Kohut (1971).
1 Expresión francesa que significa «forma desdibujada» o «poco
clara». [N. d el T.]
6 Sin embargo, Freud puso mucho cuidado en indicar que la pro­
yección es un mecanismo muy generalizado, que se encuentra in­
cluso entre las personas normales. Como señaló Jacobson (1964),
ella tiene sus antecedentes en las tempranas fantasías infantiles
de incorporación y de eyección. Una vez que la estructuración
ha alcanzado la etapa de la diferenciación total del yo (o sea,
una vez que el modelo tripartito pasa a ser el más relevante),
la proyección ocupa su lugar entre el repertorio de mecanismos
de defensa del yo. Ya hemos subrayado que los mecanismos psí­
quicos prosiguen su desarrollo más allá del área de conflictos;
cuando la proyección alcanza la etapa de organización libre de
conflictos, pasa a servir de base a funciones tales como la empatia.
7 En «Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la pa­

133
ranoia y la homosexualidad» (1922 b ), Freud describió el caso de
un hombre joven cuya psicopatología paranoide sólo se puso de
manifiesto en el curso de su análisis: «Sus relaciones reales con
hombres estaban presididas a todas luces por la desconfianza;
con su potente intelecto supo racionalizar esta actitud y dispo­
ner las cosas para que conocidos y amigos lo engañasen y explo­
tasen. Lo nuevo que aprendí en él fue que pensamientos clási­
cos de persecución pueden estar presentes sin que se les dé
crédito ni se les atribuya valor. [ . . . ] tal vez juzguemos las
ideas delirantes exteriorizadas como producciones nuevas, cuan­
do en verdad pudieron existir desde mucho antes» (pág. 228 ).
En este pasaje, Freud estuvo muy próximo a formular explíci­
tamente el concepto de un núcleo del self que puede permanecer
sumergido o aislado durante todo el tiempo en que prevalece una
síntesis total. A continuación pasó a discutir el «problema eco­
nómico» —lo que hoy llamaríamos el problema de la capacidad
relativa de adaptación de la personalidad para hacer frente a una
motivación que el yo discierne correctamente como patológica—.
El mejor abordaje conceptual de estos problemas es el del punto
de vista adaptativo y la psicología del self.
8 El delirio sobre los margraves de la Toscana indica una victoria
cdípica, por el antagonismo político entre Schreber y el amo de
Alemania, Bismarck. La marquesa Matilde de Toscana había hu­
millado a un emperador alemán en Canossa, en uno de los más
célebres episodios de la historia medieval. Análogamente, la re­
ferencia a Tasmania tiene significación de culpa y expiación, ya
que esta isla fue originalmente utilizada como colonia penal.

134
10. Otras aplicaciones del m odelo
jerárquico

U n c aso d e t r a s t o r n o d e l d e sar r o l l o

Y a en 19 13 F erenczi había hablado de «interrupc iones en


el desarrollo», pero fue Glover ( 19 4 3 ) quien concibió «la
fijación del yo total a un período cualquiera del desarro­
llo», formulación que coincide con el punto de vista que
expondremos aquí, aunque utilizando un vocabulario dife­
rente. N agera ( 19 6 4 a) ha expresado opiniones similares, de­
finiendo la interrupc ión como «la fijación a una fase de­
terminada. [ . . . ] Parecería haber un tipo más extendido de
trastorno relac ionado con la fase en su c onjunto» (pág.
2 2 3 1.1
Anna F reud consideró que las interrupciones del desarro­
llo eran una categoría clínica fundam ental ( 19 6 5 ) . Aun­
que cualquiera de las líneas de desarrollo puede interrum ­
pirse en forma aislada de las demás, el diagnóstico de tras­
torno evolutivo debe reservarse para aquellos casos en que
la patología prim ordial consiste en la interrupc ión de va­
rias líneas de desarrollo decisivas. E n la mayoría de las per­
sonas, es probable que un examen trasversal completo de
la personalidad total revele la interrupc ión de sólo una de
esas líneas. N o es esto lo que nosotros entendemos por
«desarrollo interrum pido». A nuestro juicio, este diagnós­
tico sólo cabe cuando todas las líneas evolutivas principales
están interrumpidas en la misma fase. Como ya dijimos en
el c apítulo 6, estimamos que las líneas más importantes
para valorar el progreso o la regresión en el desarrollo
psíquico son las situaciones de peligro y mecanismos de
defensa típicos, el amor de objeto y el narcisismo, y el
examen de realidad. E l modelo jerárquic o es de máxima
utilidad para c omprender los problemas clínicos de esta na­
turaleza, en partic ular, cuando la intervención terapéutica
logra c ontrarrestar la interrupc ión evolutiva y reinstaurar
el proceso de avance (c f. A. F reud, 19 6 5 , pág. 2 2 6 ) . N in­
gún modelo anterior nos perm itió discernir los avances evo­
lutivos de una a otra fase y diferenc iar esta progresión de
la maduración de las funciones que ya han adquirido auto­
nomía respecto de los conflic tos. Aun sin terapia puede

135
haber crec imiento psicológico en las áreas de funcionamien­
to libres de c onflic to, de modo tal que la interrupc ión en
el desarrollo nunca debe considerarse total.
La literatura sobre interrupc ión del desarrollo ofrec e escaso
material ilustrativo, a causa de que la conceptualización de
esta entidad diagnóstica es relativam ente nueva. Además,
ninguno de los historiales clínicos publicados aptos para
ser reproduc idos aquí rec ibieron el rótulo diagnóstico de
«interrupc ión del desarrollo». A continuación examinare­
mos uno de los estudios dados a conocer rec ientemente que
se ajusta a esta categoría, aunque no fue visto bajo la mis­
ma luz por su autor.2 De hecho, aquellos datos clínicos pu­
blicados con el fin de dem ostrar que la intervenc ión ana­
lítica puede ser beneficiosa en ciertos síndromes de tipo pri­
mitivo, síndromes en los que (a nuestro entender) la na­
turaleza de la psicopatología no fue delineada con prec i­
sión, son óptimos para nuestros propósitos. E jem plificar
todos y cada uno de los niveles posibles de interrupción
del desarrollo sería repetitivo. H emos elegido nuestro ejem­
plo a fin de dem ostrar dicha interrupc ión en un estadio
comparativam ente prim itivo, en la esperanza de poder así
diferenciar de la manera más clara posible esta entidad no-
sológica respecto de otras.
E l caso seleccionado por nosotros fue descrito originalmen­
te por Zavitzianos, quien presentó así el cuadro clínic o ini­
cial y sus antecedentes:

«L illian, una atrac tiva morocha oriunda del Medio Oeste,


tenía 2 0 años cuando comenzó su análisis. Solic itó trata­
miento para ver si podía ser admitida nuevamente en la
fac ultad, de la cual había sido expulsada porque las autori­
dades del establecimiento sospecharon que robaba y, con
una gran carga de angustia, ella confesó que era verdad. H a­
bía robado desde que tenía 7 años pero nunca la sorpren­
dieron haciéndolo (ni tampoco en ninguna de sus otras
actividades delic tivas), excepto su madre, en dos ocasio­
nes, cuando tenía 9 años. E n tales oportunidades sólo su­
frió una leve reprimenda.
»L illian no robaba m otivada por necesidades económicas.
Su madre la había mal acostumbrado, ofrec iéndole perma­
nentemente regalos y sumas de dinero para mantenerla de­
pendiente de ella. Más adelante se desc ubrió que, además
de dinero, L illian también robaba vestidos y ropa interior
de mujeres, medias, joyas y todo lo que pudiera m ejorar
su apariencia físic a. T ambién le proc uraba gran plac er ir
de compras para adquirir tales artículos y gastar dinero en
ellos. Ocasionalmente robaba otros objetos que no eran de
indumentaria, como libros. A veces falsificaba firmas.

136

l\
»Adem ás de sus hurtos y sus recorridas por las tiendas,
L illian tenía el hábito de m entir. H abía mantenido una pro­
miscua vida sexual desde los 13 años y, en años rec ientes,
se había dado a la bebida en los bares, llegando algunas
veces a la ebriedad. O tro rasgo carac terístico de su perso­
nalidad era la imitación de los gestos, vestim enta y manera
de hablar de las mujeres a quienes admiraba; y admiraba
y envidiaba, en especial, a mujeres casadas y embarazadas,
cuyas ropas trataba de robar, o bien de comprar otras si­
milares. E sto la hacía sentirse como si fuera “ casi comple­
tam ente” la mujer admirada.
»L illian anhelaba intensamente tener hijos, pero con fre­
cuencia m altrataba y descuidaba a los niños, incluso a aque­
llos que quedaban a su cuidado. L e gustaba herirlos físi­
camente hasta el punto de hacerlos llorar. Se dedicaba a
masturbar a los pequeños varones y a estrec har a las niñas
entre sus brazos con tanta fuerza que quedaban agonizan­
tes. E legía para estos fines a niños que aún no habían
aprendido a hablar y, por ende, no podían quejarse ante
sus madres. T ambién m altrataba a los animales; por ejem­
plo, solía arrancarle las uñas a su gato. Con frecuencia,
ya en su prim era cita con un muchacho le hacía atrevidas
propuestas; acostumbraba elegir chicos menores que ella.
Su deseo era masturbarlos manualmente o prac ticar con
ellos el fe llatio. E n cualquier tipo de relación sexual era
completamente frígida. E l coito no despertaba en ella goce
sexual ni ningún tipo de sentimiento, lo cual era rac ionali­
zado dic iendo que, puesto que era ella la que provocaba el
orgasmo del varón, a ella le pertenecía en verdad la poten­
cia y las sensaciones de placer de este. Sentía que “ absorbía
la experienc ia del muchacho” y la hacía suya propia.
»L a capacidad intelec tual de L illian estaba intacta. Aun­
que era una m ujer inmadura e infantil, su comportamiento
general era adecuado y equilibrado. L e gustaba dar la im­
presión de ser una persona bien c ontrolada y dueña de sí,
ajena a cualquier perturbac ión emocional. T rataba de mos­
trar buenos modales y de ser seductora para encantar a la
gente. Se mostraba complaciente y acataba exteriorm ente las
normas impuestas por las autoridades universitarias, reali­
zando sus actuaciones sólo a sus espaldas.
»Sus hurtos, a menudo planeados con anticipación y cui­
dadosamente ejec utados, le procuraban plac er. E staba orgu-
llosa de sus realizaciones delictivas y no experimentaba
ningún sentimiento de vergüenza o de culpa por su acting
ou t. Mediante la negación y la racionalización fác ilmente
engañaba a su deficiente, no integrado y en parte delin­
cuente superyó: Se las ingeniaba para eludir los sentimien­
tos de culpa sobre sus robos y su conducta promiscua, ya

137
sea negando por entero los actos correspondientes o bien
ignorando una parte de su self y negándose a sí misma que
fuera ella la que perpetrara dichos actos o partic ipara en
ellos. A veces, cuando robaba en los negocios, tenía lugar
un estado de leve disociación, con escisión de la imagen del
self, que la hacía sentirse como si fuera dos personas: la
rica y agradable muchacha adinerada, y la pobre e infortu­
nada chica que debía robar. L a chica agradable, de la que
a su juicio nadie sospecharía que podía dedicarse a robar,
era en verdad cómplice de la ladrona a la que encubría.
L illian decía que esta disociación era un juego.
»De niña, L illian no había sido amamantada; su madre le
prestó una atención insufic iente e irregular, carente de cali­
dez emocional. Abundante material analítico y algunos va­
gos recuerdos indican que la paciente fue sometida muy
tempranamente a masturbación por parte de su madre. T am­
bién asistió repetidas veces a la escena primordial. Durante
su prim er año de vida sufrió un grave ataque de tos con­
vulsa. F ue sonámbula hasta la pubertad, y también se suc­
cionó el pulgar hasta esa etapa. E ntre los antecedentes de
la vía materna se contaban esquizofrenia y psicopatía.
»L illian había idealizado a su madre, quien era alcohólica
y confesó haber robado en el pasado, y casi con certeza
había mantenido una conducta promiscua en su juventud.
L a madre tenía una actitud despreciativa hacia su marido
y era incapaz de ofrec er auténticos cuidados maternos o
una cálida simpatía. N o obstante, se las ingeniaba — me­
diante sus constantes regalos, sus falsedades y engaños, su
excesiva indulgencia y permisividad— para mantener a L il­
lian ligada a ella y apartarla de su padre. N ecesitaba a
L illian a fin de satisfacer sus propias necesidades simbió­
ticas y de gratific ar vicariamente su inclinación por el de­
lito. Su ac titud era hipóc rita: ensalzaba la virtud, pero alen­
taba tácitamente el delito.
»E 1 padre, un empleado de banco, era un hombre honesto
pero débil; su vida giraba en torno de sí mismo y revelaba
una pasiva agresividad. Se mostraba hostil y con frec uen­
cia despreciativo hacia los niños. La fam ilia le tenía poco
respeto a causa de su falta de autoridad. Durante un tiem­
po, desde que L illian tuvo dos o tres años hasta que llegó
al período de latenc ia, mantuvo con ella una relac ión bas­
tante cordial. E n una oportunidad, cuando la niña tenía
doce años, él la azotó viciosamente por un m otivo trivial;
a partir de entonces lo odió siempre y c ortó prácticamente
todo vínc ulo con él, salvo, ya crecida, el uso de su auto­
m óvil, que le causaba a L illian gran satisfacción. E l her­
mano de L illian, tres años menor que ella, era un joven
muy inmaduro, de actitudes a menudo irrealistas y escasos

138
valores morales. Cuando él nació, L illian sufrió una depre­
sión y perdió el apetito.
»E lla no se quejaba de ningún síntoma y su conducta anti­
sociable le resultaba muy gratific ante. E n realidad, pese a
su consentimiento, no tenía intención alguna de continuar
realmente con el tratam iento. Confiada en su inteligencia
y en su capacidad para manipular a la gente, había pla­
neado relatarme un caso fic ticio. Su intención era causar­
me una buena impresión para que, en breve lapso, yo acla­
rara su problema con las autoridades universitarias. Ante
un requerim iento que el decano de la fac ultad hiciera a
L illian, redacté un c ertific ado para dichas autoridades en el
que sostenía que su conducta era impulsiva y que había
iniciado tratamiento. E ste c ertific ado no sólo decepcionó a
L illian en cuanto a la posibilidad de ser reincorporada en
la fac ultad sino que, como se reveló más tarde durante el
análisis, la m ortific ó porque indicaba su patología.
»P ara L illian el análisis fue una experienc ia hum illante, que
desafió su autoestima y su omnipotenc ia mágica» (Z avit-
zianos, 19 6 7 , págs. 4 4 0 - 4 1) .

E n un artíc ulo de 19 7 1, Zavitzianos agregó unos pocos


pero signific ativos detalles a la historia relatada en su tra­
bajo de 19 6 7 ; son los siguientes: al princ ipio L illian co­
menzó tomando dinero y golosinas de la c artera de su ma­
dre; más adelante, sus hurtos siempre se dirigieron a ar­
tículos que le gustaban o le eran útiles. Análogam ente, sus
mentiras tenían el fin ya sea de oc ultar sus actos delic­
tivos o de increm entar su prestigio frente a los demás. L il­
lian había exhibido un talento extraordinario para aprender
a leer antes de entrar en la escuela; desde entonces, con­
tinuó siendo siempre una ávida lectora. N o recordaba ha­
berse masturbado nunca. Como ya se ha destacado, la ma­
dre había desarrollado pautas de conducta muy similares
a las de su hija. Z avitzianos decía en ese artíc ulo de 19 7 1:

«L a impresión general fue, al principio, que su comporta­


miento no era más que una gratificación desinhibida de
empeños libidinales y agresivos antisociales, lo cual haría
de ella simplemente un típico carác ter antisoc ial; pero lue­
go de iniciada la investigación analítica comenzó a surgir
una seria patología» (pág. 2 9 9 ) .

E n su descripción del curso seguido por el análisis en 19 6 7 ,


el autor había subrayado que, para empezar, esta paciente
había mostrado una rebelde mendacidad. Su «codicia oral,
posesividad anal y su envidia del pene eran, en gran me­
dida, egosintónic as». N o obstante, la perseverancia analítica

139
produjo a la postre cambios im portantes. Comenzó a acep­
tar que el analista considerara patológica su conducta y luego
a tem er separarse de él. L a quiebra de sus ilusiones narci-
sistas de fusión con el analista, perfec to para ella según
lo vivenciaba en su fantasía, dio lugar a reacciones depre­
sivas. E mpero, durante gran parte del tiempo podía con­
servar la estabilidad, mientras experim entara al analista ora
como una imagen especular de ella, ora como una parte de
sí misma.3
Su acostumbrado acting ou t como respuesta a las heridas
narcisistas fue remplazado poco a poco por las ensoñaciones.
«Comenzó entonces a relacionarse con un objeto psicológico
parcial, el pene-pecho del analista» ( 19 6 7 , pág. 4 4 3 ) . A la
vez, comenzó a masturbarse. La significación de estos he­
chos fue explicitada mejor por Zavitzianos en el trabajo de
19 7 1; m ostró allí que representaba la inversión de una se­
cuencia de acontecimientos cruciales de su infancia vinc ula­
dos con el nacimiento de su hermano cuando la niña tenía
tres años. Su depresión de esa época no sólo fue el resul­
tado de haber perdido gran parte de los cuidados y aten­
ciones de su madre, sino también de su abrupto enfrenta­
miento con el cambio producido en la imagen corporal de
esta últim a. Aparentem ente, esto implicó para ella que no
podía fundirse con su madre en la fantasía, puesto que en
ciertos im portantes aspectos eran distintas. A la sazón Lil-
lian había vuelto a utilizar a manera de fetiches infantiles
los libros que ya le había leído su madre, y se sentía inde­
pendiente pretendiendo que los podía leer por sí sola.
E n los años que siguieron, L illian trató de lograr una fan­
taseada fusión con su padre, pero también esto le fue difíc il
a causa de las manifiestas diferenc ias anatómicas entre sus
genitales y los de él. La niña se había ingeniado para sal­
var esta diferencia c onstruyendo una creencia casi delirante
en que poseía un falo propio. Durante el análisis, esto salió
a reluc ir en sus actuaciones, propias de un exhibicionismo
fálic o, como si ella fuera un hombre. E n su niñez, la ilusión
fue apuntalada por una rigurosa evitac ión de sus genitales,
que Zavitzianos atribuyó a la angustia de castración. Sea
como fuere, lo cierto es que le hizo renunciar a la mastur­
bación. P ero ninguna de estas medidas conseguían hacer
perdurar la fusión con el padre; el análisis reveló sus fuer­
tes impulsos castradores hacia él, reexperimentados con re­
lación al pene del analista. P ara defenderse contra la des­
truc tividad de sus fantasías, debió rec urrir a una ulterior
regresión, que amenazó fragm entar su self cohesivo. Subjeti­
vamente, experim entó esto como una sensación de que su
cuerpo se desintegraba. Sus actividades delictivas cumplían
la función de aliviar esta angustia mediante fantasías de

140
refusión con el objeto perdido: «Así, la angustia de cas­
tración y de separación desaparecían, y se restauraban la
omnipotencia y la autoestim a» ( 19 7 1, pág. 3 0 1) .
E l progreso habido en el análisis se evidenció por el rem­
plazo del pene por el rostro del analista como m otivo cen­
tral de las fantasías de L illian. Al mismo tiempo, la rela­
ción entre ambos adquirió «un tono más hum ano»; Z avit­
zianos interpreta este cambio como resultado de haber al­
canzado L illian la capacidad de mantener la investidura de
objeto pese a la separación, capacidad que implica el esta­
blec imiento de una representac ión interna estable del ob­
jeto íntegro.
Siguió luego en el análisis un prolongado período que se
caracterizó por los crecientes esfuerzos de la paciente para
funcionar de manera autónoma. E sta fase representaba un
nuevo avance, magníficamente sintetizado en un sueño de
L illian en el cual caminaba sola por «un lugar en el que
nadie había caminado antes». Zavitzianos notó mejoría en
L illian «en cuanto a los límites del self, así como en el
examen de realidad, el sentido de identidad y las relaciones
objétales». La paciente comenzó a discriminar mucho mejor
las carac terísticas de diversas personas, y sus investiduras
libidinales se desplazaron crec ientemente hacia la heterose-
xualidad. Luego de cierta elaborac ión de las angustias vin­
culadas con los impulsos incestuosos, el análisis se inte­
rrum pió por m otivos vinc ulados con la realidad externa.
E n síntesis, Zavitzianos nos presentó el caso de una mu­
chacha con conducta delic tiva manifiesta, cuyo análisis, de
seis años de durac ión, culminó con éxito. N o nos referire­
mos aquí al examen que hace el autor de los problemas téc­
nicos con que se enfrentó en el análisis ( 19 6 7 ) ni a la rela­
ción entre las perversiones que salieron a la luz durante su
trasc urso y los síntomas de psicopatía presentados ( 19 7 1) .
N uestro objetivo es centrarnos en la importanc ia del creci­
miento prom ovido por la intervención analítica en una per­
sona extrem adam ente infantil.4
Siguiendo las líneas de desarrollo del modelo jerárquic o,
podría bosquejarse este crec imiento desde una fase más pri­
m itiva de organización hacia una fase más diferenc iada. Co­
mo indicó Zavitzianos, L illian había experimentado una
regresión de su nivel óptimo de funcionamiento durante la
fase fálica de la niñez hacia un nivel de adaptación más
frágil: «E n un nivel, la paciente estaba relacionada con la
realidad y aceptaba las normas sociales (aunque muy su­
perfic ialm ente), mientras que en otro era una delincuente
y virtualm ente una delirante. T ambién la relac ión con el
objeto se presentaba en dos niveles: en uno era fálica, mien­
tras que en el otro era oral y se efectuaba con un objeto

141
pardal que no estaba claramente diferenciado del self»
( 19 7 1, pág. 3 0 3 ) .
E s evidente que la regresión de L illian no implicó un
repliegue respecto de la organización propia de la fase ( véa­
se la figura 10 ) , sino sólo un rec urso frec uente a modos
más prim itivos accesibles en ella. L a utilización de estos m o­
dos fue posible mediante una escisión del self — el uso
de la desmentida como mecanismo de defensa— . Como era
previsible, entonces, L illian había quedado detenida en la
F ase I I I , característic a de la fase fálica de la niñez y en la
cual la defensa típica es la desmentida. H ubo un aspecto
de su personalidad que no sufrió la interrupc ión general
de su desarrollo: a causa de la especial significación que te­
nía para ella leer o que le leyeran, esta función intelectual
y otras conexas c ontinuaron evolucionando y alcanzaron su­
fic iente autonomía como para perm itirle desempeñarse sa­
tisfactoriam ente como estudiante.
Curiosamente, el nivel desmentido fue el más alto de los
dos niveles alcanzados por L illian dentro de esta organiza­
ción global; el modo de personalidad que ella presentaba
era el más arcaico. Z avitzianos interpreta correctamente la
fragmentac ión de su self, así como su uso de objetos tran-
sicionaies, fetiches y objetos parciales. E l rec urso a las ac­
tividades delictivas constituía una afirmación de omnipo­
tencia. A la vez, ella podía preservar la ilusión de que sus
progenitores eran poseedores de cualidades ideales; esto se
tornaba partic ularm ente c laro en la trasferencia cuando ella
recobraba el equilibrio fundiéndose con la fantaseada per­
fección de su analista. Su utilizac ión de groseros mecanis­
mos de defensa proyec tivos e introyec tivos puede ilustrarse
por su pretensión de que al produc ir un orgasmo en un
muchacho se apropiaba de su poder y de sus sentimientos
de placer. E n este modo de organización (Modo I I ) , sus
angustias se vinc ulaban con la amenaza de separación del
objeto-self idealizado. Cuando esta amenaza realmente fue
cosa del pasado, su indefensión la llevó a fenómenos de
descarga más arcaicos (del Modo I ) , como sus robos.
La descripción que hizo Z avitzianos del tratam iento nos
sugiere que el prim er movimiento de avance estuvo dado
por la cura de la escisión del self y el gradual retorno al
más alto modo de organización funcional disponible en la
F ase I I I . E n este punto la paciente cesó en sus actuacio­
nes delictivas, retom ó la masturbación, experim entó la an­
gustia de castración y comenzó a perc ibir al analista como
una persona total. E n la esfera de la sexualidad persistió
la omnipotenc ia, bajo la form a del exhibicionismo vinc u­
lado al falo fic tic io; en este aspecto c ontinuó actuando el
mecanismo de la desmentida de las realidades narcisista-

142
mente dolorosas. Con el ulterior trabajo analítico, la inte­
riorización de ideales parece haber avanzado lo suficiente
como para perm itir a L illian presc indir del rec urso al ana­
lista como complemento ex terior de su defic iente funcio­
namiento psíquico. L a m ejor prueba de que se dio este
paso es la aparición de la culpa como reacción frente a las
fantasías agresivas de su trasferencia incestuosa. Simultánea­
mente, sus relaciones objétales maduraron perm itiéndole ha­
cer más finas discriminaciones en cuanto a las cualidades del
analista. Al mejorar su capacidad de juzgar con realismo el
objeto, pudo también distinguir mejor la fantasía de la ac­
ción en la esfera externa, y su conducta comenzó a estar
gobernada por el principio de realidad. E ste cambio in­
dicó, asimismo, la coalescencia del self como sistema psí­
quico cohesivo y estable, vale dec ir, un sistema capaz de
mantener su integridad funcional aun en ausencia del ob­
jeto. E n esta etapa del análisis, el papel de mecanismo de
defensa típico parece haber sido asumido por la represión,
según se infiere del inform e de Zavitzianos referido al aná­
lisis de sus deseos incestuosos, el cual enfrentó intensa re­
sistencia y generó gran angustia.
L os cambios producidos en la paciente en las últim as eta­
pas del análisis indican la maduración de la organización
general de su personalidad. Pasó de la F ase I I I a la F ase IV
como mínimo; la conclusión del análisis puede incluso ha­
ber representado la renuncia a ciertos deseos, y ser indica­
tiva de la capacidad de funcionar por momentos en el Modo
V. Así pues, L illian llegó quizás a funcionar en niveles adul­
tos regulares (F ase V ) . La experiencia terapéutic a decisiva
fue, aparentemente, el remplazo de la grandiosidad arcaica
por la idealización del analista, que llevó a la interiorizac ión
de ideales más razonables, en tanto se iban dejando de lado
poco a poco las ilusiones en torno de la perfección del
self y del objeto.
Afirm ar que las cinco líneas de desarrollo examinadas en
las páginas anteriores e incluidas en el modelo jerárquic o
abarcan todos los problemas esenciales para evaluar este
historial no sería legítim o: puede haber otras líneas de
desarrollo más im portantes que aquellas para nuestra com­
prensión. Sin embargo, no hemos querido ampliar este es­
tudio de caso porque partimos de la base de que la mayo­
ría de esas líneas de desarrollo se interrum pirían en la F ase
I I I , regresarían al Modo I I , etc. Las únicas excepciones se­
rían aquellas funciones mentales que no estuvieran envuel­
tas en conflic tos y, por ende, hubieran alcanzado autonomía
sec undaria, como la capacidad de lec tura.
N uestra hipótesis de que la interrupc ión evolutiva abarca
por igual a todas las líneas de desarrollo debe ser probada

143
empíric amente mediante amplias investigaciones clínicas. I n
términos más generales, también la correlación de diver•
líneas de desarrollo con las entidades psicopatológicas cxi||.
estudio empíric o. P or el momento debemos contentarnon
con un examen incom pleto de este tema; todo lo que n<»>
cabe hacer es dem ostrar de qué manera el modelo jerárquico
nos perm ite diferenciar los casos de desarrollo interrumpí
do de otras entidades diagnósticas. Para esta exposición no-
servirán de ayuda las figuras 14 y 15.

F igura 14. E l caso d e L illian e studiado m e diante e l esque­


m a je rárq uic o.
F ase V

R en u n ci a

li l A n g u sti a-
F a se IV señ al

R e p r e s i ó n ./
F u n c i o n es n tel ec tu al es A n g u sti a' M odo IV
(e n esp ec i a 1, l a lec tu ra) m o r a l ./
I d eal d el yo.
Principio
F ase I II ,d e real i d ad

D e sm e n t i d a ,/
A n g u sti a de
c astr ac i ó n /
O b jeto / M odo III M odo I II
i d eal i z ad o .
G r an d i o si d ad
f ál i ca /
F ase II

P ro y ecc ió n .
A n g u sti a de
se p a r a c i ó n .

V
S el f g ran d i o ­ M o l II M odo II M odo II
so y o b j e t o s
p ar c i al es.
O m n ip o ten c ia
F ase I

I n d e f e n si ó n
y f en ó m en o s M odo I M o do I M odo I M odo I
de d esc a r g a

E st a d o
i ------f
clín ico al E st ad o clín ico al
c o m en z ar el an ál i si s ter m i n ar el an ál i si s

C u r so d el a n á l i s i s -- - - - - - - - - -

E l diagrama interpretativo de los datos clínicos vinc ulados


con el caso de Zavitzianos (figura 14 ) es casi idéntic o al
modelo derivado de las teorías de la psicología psicoanalí-
tica del desarrollo que pueden encontrarse en el capítulo
6 (c f. figuras 7, 8, 9 ) . E sto parecería indic ar que el trata­
miento tuvo sobre esta paciente efectos análogos al curso
regular de desarrollo psicológico infantil. Se observará que
el estado clínico en el momento del examen inic ial (figura

144
15) es marcadamente diferente de los que ilustran los ca­
sos ya examinados en capítulos anteriores, incluidos el de
trastorno narcisista de la personalidad (figura 12 ) y el de
psicosis (figura 13 ) . E n estos ejemplos (los del H ombre
de los L obos y Schreber, respec tivam ente) no hubo inte­
rrupc ión en el desarrollo: cada una de las líneas de desarro­
llo consideradas avanzó en algún momento hasta su fase
más madura, y fue sólo en la vida adulta, bajo el impacto
de diversas situaciones de stre ss , que tuvo lugar la regresión
a organizaciones psíquicas características de fases anteriores.

F igura 15 . C uadro c línic o q ue pre se ntab a L illian en e l m o­


m ento de in ic iar e l tratam ie n to.

Funciones intelectuales
(en especial, la lectura)

Fase III
Desmentida.
Angustia de
castración.
Grandiosidad
fálica.
Objeto idea­
lizado, fundido
con el self.
Principio de
Fase II placer
Introyección
y proyección.
Angustia de
Modo II separación.
Omnipotencia.
Self grandioso
y fetiches
Fase I infantiles

Fenómenos
Modo I Modo I de descarga
(robo)

Nacimiento
t—
Alrededor
f
20 años
de 2 años

La paciente de Zavitzianos había quedado detenida en la


F ase I I I ; su modo de funcionam iento prevaleciente había
sido el Modo I I . E ste cuadro puede entenderse óptimamen­

145
te mediante los modelos del self y los objetos. E n un pri­
mer momento su c omportam iento fluc tuó entre relaciones
que implicaban núcleos del self y objetos parciales (como
los fetiches infantiles), por un lado, y por el otro la cohe­
sión del self mediante la fusión con un objeto íntegro idea­
lizado. L a m ejoría posterior puede medirse por la menor
frecuencia de conductas a las que es aplicable ese modelo y
su remplazo por conductas más maduras, que pueden en­
tenderse mejor mediante el modelo tripartito. E l uso de
este modelo antes de la interiorizac ión del superyó entra­
ñaría las dific ultades que ya hemos mencionado: excesiva
preocupación por los defectos, ausencias y carencias.5
E n resumen, el caso de L illian puede caracterizarse como un
caso de desarrollo interrum pido debido a que ninguna de
las líneas de desarrollo que estimamos esenciales para la
evaluación de la personalidad avanzó en momento alguno
más allá de un partic ular punto nodal. P or el contrario,
había tenido lugar c ierta regresión respecto de ese nivel má­
ximo de func ionam iento, de modo tal que el cuadro que pre­
sentaba la paciente al inic iar el tratam iento era aún más
prim itivo que su funcionam iento en el más alto nivel, salvo
en el ámbito intelec tual. A causa del nivel relativam ente
arcaico en que había quedado detenida esta paciente, su
caso exhibe un notable c ontraste con otros tipos de psico-
patología cuando se lo compara mediante el esquema jerár­
quico. Si las interrupciones hubieran tenido lugar en niveles
algo menos arcaicos, el c ontraste habría sido menor, pero
se hubiera aplicado el mismo princ ipio: esas interrupciones
no se superarían mediante la secuencia usual de fases evo­
lutivas de la infancia. O tros tipos de psicopatología mues­
tran una regresión en la vida adulta a configuraciones orga-
nizacionales anteriores después de un desarrollo infantil
regular.
E n el trabajo de Adatto ( 19 5 8 ) sobre análisis exitosos de
«adolescentes tardíos» se hallan ejemplos de interrupc ión del
desarrollo en fases más avanzadas:®

«E l curso del análisis puso en evidenc ia que luego de una


intensa reelaboración de material c onflic tivo sobrevenía un
período de homeostasis y ausencia de motivación analítica.
Postulamos que esto representa una reintegración del yo
que es normal en esta etapa del desarrollo, y un últim o pe­
ríodo de latencia previo al logro de la maduración plena»
(pág. 17 7 ) .

E l m aterial presentado por Adatto puede considerarse como


casos de desarrollo interrum pido en un punto c omparativa­
mente tardío, quizá poco después de la F ase I I I , pero an­

146
tes del sepultamiento final de los c onflic tos edípicos. La
exposición del autor no perm ite decidir si la interrupc ión
ya era clínicamente evidente durante la latenc ia o si se
desarrolló en la adolescencia. La adaptación general había
sido en algunos aspectos apenas satisfac toria y en otros ex­
celente con anterioridad a las dific ultades que dieron lugar
a la intervenc ión terapéutic a. E s posible que los pacientes
de Adatto no c onstituyeran un grupo homogéneo en este
sentido. De todos modos, el autor afirm a que «la transición
de los objetos edípicos y narcisistamente coloreados a los
maduros no había tenido lugar antes del comienzo del aná­
lisis» (pág. 17 5 ) .
Adatto es muy explíc ito en cuanto a la cuestión de las re­
laciones objétales, sugiriendo que durante el tratam iento él
actuó simultáneamente como objeto trasferencial y como
nuevo objeto real para estos pacientes. Sin embargo, «aun­
que la trasferencia se resuelva en grado suficiente como
para crear relaciones no incestuosas de objeto, desde el
punto de vista inconciente sigue resuelta sólo en parte. No
es como la libertad que se observa en los análisis comple­
tos de los adultos, que no tienen necesidad de huir repen­
tinam ente» (pág. 17 5 ) .
Adatto piensa que un nuevo objeto de amor hallado fuera
del tratam iento puede catalizar el proceso de maduración,
aunque no hubo oportunidad de c onfirm ar esta hipótesis
con datos analíticos.
E n su trabajo se hace breve referencia a otras líneas per­
tinentes de desarrollo: Adatto apunta que las «identific a­
ciones narcisistas» se tornaron más estables y las relaciones
más realistas; las defensas pasaron de la im pulsividad a la
estabilidad. La angustia típica, interpreta Adatto, es el te­
mor de la castración. H ay pocos indicios de perturbac ión
en el sentido de realidad.
Como Addato concibe la problemática de estos pacientes
dentro de una estruc tura psíquica plenamente diferenciada,
compuesta por yo, superyó y ello, se ve en el dilema de
sugerir que el analista es al mismo tiempo una figura tras­
ferencial y un nuevo objeto real; que su utilidad trasciende
el tratam iento, al salvar la brecha que existe entre los ob­
jetos de amor parentales y los maduros no incestuosos; e
incluso, que un nuevo «equilibrio yoic o» permite concluir
con éxito un tratam iento a los cinco meses de iniciado. Si
realmente la estruc tura mental de estos pacientes perm itiera
la autorregulac ión interna, las diversas manifestaciones re­
gresivas observadas por Addato serían de índole prim ordial­
mente libidinal y podría concebirse que hubieran tenido fi­
nes defensivos. N osotros consideramos probable, sin em­
bargo, que a menudo estos adolescentes no sean capaces

147
de una autorregulac ión plenamente interiorizada. P or con
siguiente, es más útil concebir su func ionamiento como un
sistema abierto, vale decir, como si hubiera ocurrido una in
terrupc ión en su desarrollo. E ste últim o volvió a ponerm
en marcha gracias a la relación real de objeto proporcin
nada por el analista durante la terapia; el tratam iento pn
m itió, de tal manera, que la evolución alcanzara a un sul»
sistema caracterizado por la regulación interna (c f. Gitel
son, 19 4 8 ) .
E l modelo del objeto-self proporc iona el medio más eco
nómico de conceptualizar el estado de estos pacientes antes
de entrar en tratamiento. Al alcanzar en la terapia la regu
lación interna propia de la psique plenamente diferenciada,
dicho modelo perdería relevancia y pasaría a ocupar su
lugar el modelo tripartito. Si pudiéramos estudiar a tales
pacientes en términos de las m últiples líneas de desarrollo
del modelo jerárquic o, podríamos responder concretamente
al interrogante acerca de qué significa su «reintegración yoi
ca» (c f. Gedo, 19 6 6 ) .

A p l i c ac i ó n de los c o n cep to s jerárq u ico s


a c aso s q u e tr asc i en d en la g am a
d el an ál i si s c l ási c o : r esu m en

H emos tratado de mostrar que es posible comprender a sa­


tisfacción el m aterial clínico procedente de casos de psi­
cosis y de interrupc ión del desarrollo en diversas etapas
mediante un enfoque que emplea el modelo jerárquic o. E s
probable que la comprensión de otras entidades clínicas que
no hemos examinado aquí mejorara también gracias a este
instrum ento teórico. E l modelo jerárquic o amplía nuestra
percepción de modo tal que es posible examinar simultá­
neamente m últiples esferas de funcionam iento separado, lo
cual contrasta con otros enfoques psicoanalíticos que giran
en torno de ámbitos específicos de la personalidad, como el
modelo tripartito, centrado en los conflictos neuróticos con
exc lusión de otras numerosas modalidades de conducta a
las que también tiene acceso el individuo.
E sta percepción de la conducta podría ampliar nuestra apre­
ciación de la personalidad, permitiéndonos establecer una
nosología psicoanalítica concomitante que refleje más exac­
tamente toda la gama de potencialidades humanas. Las no­
sologías tradicionales, por el c ontrario, enfocan c iertos ras­
gos singulares de la patología y tienden a lim itar nuestra
evaluación de esa gama de posibilidades. E n la próxima

148
parte de este libro bosquejaremos esa nosología a que he­
mos hecho referencia y algunas de las consecuencias que se
derivan de este enfoque amplio.

N o tas

1 Otros que parecen sostener convicciones similares pero no han


sido tan explícitos en su formulación son Winnicott (1965) y
Khan (1966). Véase también Nagera (1966). Gedo (1966, 1967,
1968) intentó ya con anterioridad aclarar el concepto dentro de
la consideración de las posibilidades terapéuticas.
2 Serían igualmente útiles los informes de Ludowyk-Gyomroi (1963)
y Tolpin (1970). En uno de sus trabajos, Gedo (1967) ha con­
siderado la posibilidad de que el paciente de Ludowyk-Gyomroi
fuera un caso de desarrollo interrumpido.
3 Kohut (1968, 1971) ha descrito en detalle la propensión de los
pacientes con trastornos narcisistas de la personalidad a estable­
cer trasferencias en las que el analista, como imago parental idea­
lizada y omnipotente, es utilizado (por lo general de manera ca­
llada y encubierta) para confundirse con él (la «trasferencia de
fusión») o para confirmar la perfección del paciente espejando
cualidades idénticas a las de este (la «trasferencia gemelar»).
4 En est e punto no tienen gran importancia los interrogantes que
quizá se plantee el lector acerca del diagnóstico o el tratamiento
de esta paciente, pues nuestro propósito es demostrar la utilidad
del estudio de los datos analíticos mediante una concepción je­
rárquica.
5 Aquí podría ser útil recordar la admonición de Hartmann y Loe-
wenstein (1962) en cuanto a que nuestra teoría nunca debe pa­
sar por alto la distinción entre la función actual y su génesis.
6 Los informes de los casos son demasiado sucintos como para
hacer un examen detenido de la patología individual, pero en
conjunto puede decirse que los análisis fueron relativamente bre­
ves (diez meses, cinco meses, varios meses); que el analista em­
pleó ciertos parámetros («interviniendo con la madre del paciente
en bien de este»), y que los tratamientos habitualmente concluían
con la formación de alguna nueva relación extraanalítica («vol­
vió con su novia», «continuó su vida matrimonial», «se compro­
metió con su novia»).

149
T ercera parte. C o n c l u s i o n e s
y consecuencias
11. U na nosología psicoanalítica
y sus consecuencias terapéuticas

H asta ahora hemos revisado y ampliado la teoría psicoana­


lítica a fin de imponer un mayor orden conceptual a los
conceptos clínicos del psicoanálisis, mediante el empleo del
marco metapsicológico más amplio posible. La elección de
las variables significativas estuvo determinada por el ob­
jetivo que nos propusimos: aclarar lo que Rapaport ( 19 6 0 )
llamó la «teoría específica» del psicoanálisis, vale dec ir, las
proposiciones que se basan en los datos procedentes de la
observac ión, obtenidos en el encuadre analítico mediante
la regla básica de la asociación libre. E n c ontraste, una
«teoría general» del psicoanálisis, que intentase integrar es­
tas observaciones con otras generadas fuera de los límites
establecidos por la regla básica, debería inc luir variables
adicionales. E n esta obra no hemos considerado los mode­
los de la mente que representan a esas teorías más ge­
nerales.1
La teoría clínica está destinada a abordar la psicopatología.
Una característic a constante en la metodología de F reud fue
la de hacer inferencias acerca de todas las clases de fun­
cionamiento mental basándose en el estudio de sus pertur­
baciones. P or ende, un supuesto tác ito permanente de las
exposiciones psicoanalíticas de la mente ha sido que aque­
llas funciones que tienen más probabilidades de sufrir per­
turbaciones son las más relevantes para el estudio. Las
líneas de desarrollo que hemos examinado al c onstruir el
modelo jerárquic o fueron elegidas, asimismo, sobre la base
de un esquema nosológico implícito en cuanto a la psicopa­
tología. Si en los capítulos anteriores sólo hemos procu­
rado mostrar la utilidad de este modelo para estudiar una
gama limitada de cuadros psicopatológicos, ahora debemos
tornar explícitos los fundamentos que sustentan la distin­
ción entre los diversos tipos de conductas.
Las cuatro categorías princ ipales del esquema nosológico
provisional que vamos a bosquejar ya han sido ejem plifi­
cadas con casos clínicos en las páginas prec edentes: los tras­
tornos de carác ter neurótic os, con el caso del H ombre de
las Ratas; los trastornos narcisistas de la personalidad, con
el del H ombre de los L obos; las psicosis con el caso de
Schreber, y las perturbac iones del desarrollo, con el caso

153
de L illian. E l estudio de esta casuística con la ayuda de
los diversos modelos nos ha perm itido en cada oportunidad
considerar también dos categorías adicionales de conduc­
tas dentro de la nosología: el funcionamiento regular de la
psique adulta, y los estados traumáticos.
Rangell ( 19 6 5 ) ha pasado revista a los problemas que de­
ben superarse para obtener una auténtica nosología psico-
analític a, basada en las regularidades que ofrec en las obser­
vaciones analíticas y la generalización clínica de ellas deri­
vada, y no en una descripción fenomenológica. Pide Ran­
gell que para la comprensión de la personalidad total se
emplee un marco de referencia único. A su aguda crític a
de las categorías diagnósticas tradicionales le sigue un es­
quema que él propone, fundado en la teoría estruc tural y
que enuncia los numerosos fac tores que caracterizan las
funciones yoica y superyoica. A nuestro juicio, su propues­
ta es a la vez demasiado limitada y demasiado compleja.
L o prim ero, porque en el extrem o más prim itivo de la es­
cala de desarrollo agrupa una variedad de estados clínicos,
creando con ellos una clase general de trastornos a los que
les corresponde una estruc tura psíquica incompleta; lo se­
gundo, porque en el otro extrem o de la escala establece
una abundancia de discriminaciones finas que se torna in­
manejable a los fines diagnósticos.
N uestros supuestos para un ordenam iento más equilibrado
de la psicopatología son los siguientes:

1. La posición alcanzada a lo largo de una única línea de


desarrollo por las capacidades funcionales no puede, por sí
sola, emplearse como indicador de la psicopatología. Las
constelaciones psicopatológicas significativas consisten, más
bien, en combinaciones típicas del desarrollo de las fun­
ciones primordiales.
2. Deben examinarse los logros de cada fase del desarrollo,
a lo largo de la línea de la maduración, hasta las posiciones
de autonomía secundaria respecto del c onflic to. A la vez,
debe determinarse de qué manera se realizan las funciones
que han dejado de c umplir esas estructuras (las que han
«cambiado de func ión»).
3. E n un esquema de líneas de desarrollo múltiples es pre­
ciso superponer aquellas funciones que no recorren la gra­
dación que va de la dependencia respecto del c onflic to a
la autonomía secundaria, sino que están en todo el trayec to
«libres de c onflic to», o sea, que son «prim ariam ente au­
tónomas».

E stos supuestos implican que simultáneamente con la de­


finición de las áreas de psic opatología es menester evaluar

154
la personalidad global. Como hemos mostrado en los ca­
pítulos anteriores con nuestro método de estudio de casos,
las áreas separadas de func ionamiento patológico pueden
identificarse y estudiarse mediante el modelo apropiado al
modo de organización del subsistema psíquico pertinente;
al mismo tiempo, el esquema jerárquic o general clarifica la
totalidad de la conducta del individuo en el curso de su
vida. P or ejemplo, en el caso de un sujeto los sueños de
cumplimiento de deseo, los actos fallidos, los síntomas neu­
róticos aislados y ciertas conductas c reativas pueden ubi­
carse dentro de un marco coherente mediante el modelo
tópico. Para aclarar aspectos del trastorno del carác ter de
ese mismo sujeto debemos rec urrir al modelo tripartito. Si
sufre una regresión en situaciones de stre ss o establece una
neurosis de trasferencia en un tratam iento psicoanalítico,
ciertas facetas de su comportam iento serán c onveniente­
mente ilustradas mediante el modelo del self y los objetos
íntegros. Si la regresión avanza hasta la pérdida de cohe-
sividad del self, habrá de invoc arse el modelo de los nú­
cleos dispares del self y los objetos transicionales. E n casos
extrem os, si se producen traumas, será preciso acudir al
modelo del arco reflejo. Sin embargo, ha de tenerse bien
presente que, en cualquier momento dado, para dar cohe­
rencia a la multiplicidad de comportamientos de ese sujeto
será preciso apoyarse en más de uno de los modelos men­
cionados. Como ya hemos visto, aun los psicóticos con un
self fragmentado que alucinan ac tivamente pueden tener
sueños «exitosos» en los que aparezcan fenómenos trasfe-
renciales. E n c ontraste con ello, puede rec urrirse al mo­
delo jerárquic o para evaluar la configuración total de las
posibilidades de conducta simultáneas, integrando así esos
subsistemas en un cuadro global de la personalidad.
E ste enfoque concuerda con la propuesta de Glover ( 19 6 8 ,
pág. 7 5 ) en favor del establecimiento de una serie evolu­
tiva de los trastornos mentales. Advirtió Glover que una
serie tal debe dar cuenta de la continuidad del funciona­
miento psíquico, habitualmente soslayada en los enfoques
diagnósticos trasversales. L a mayoría de los esquemas no-
sológicos tradicionales descuidan el principio de la epigé­
nesis en aras de una teoría del desarrollo caracterizada por
estratos superpuestos. Consideramos que tal enfoque es in­
sostenible, en muchos aspectos. Quisiéramos destacar una
vez más que las capacidades funcionales tempranas persis­
ten siempre, tanto en sus formas «prim itivas» originales
como en las formas cada vez más «m aduras» que pueden
alcanzar. E l desarrollo procede mediante la adición progre­
siva de nuevas estructuras que operan en form a paralela
a las anteriores y perm iten la maduración de estas, madu­

155
ración a la que H artmann ( 19 3 9 ) denominó «cambio de
func ión».
La correlación de las princ ipales categorías psicopatológicas
con las cinco fases de organización funcional y las diversas
modalidades posibles de func ionamiento específico en cada
una de esas fases (c f. figura 16 ) ofrec e el siguiente esquema
nosológico, en orden decreciente de madurez relativa:

A . E stados cuyo desarrollo no ha sufrido interrupciones:

1. F unc ionamiento psíquico adulto regular.


2. T rastornos neuróticos del carácter.
3. T rastornos narcisistas de la personalidad.
4. Desintegraciones psicóticas.
5. E stados traumáticos.

B. Interrupciones en el desarrollo:2

1. En la F ase IV.
2. En la F ase I I I .
3. En la F ase I I.
4. En la F ase I.

Se ha procurado crear un bosquejo de nosología que sea


congruente con el gran énfasis puesto por F reud en que
entre la salud y la enfermedad no hay solución de conti­
nuidad. Sus primeras afirmaciones en tal sentido fueron for­
muladas en términos de la teoría de la libido (c f. 19 0 5d ,
págs. 14 8 - 4 9 ) . Más tarde lo expresó así: «las neurosis y
las psicosis no están separadas por una neta línea demar-
catoria, como tampoco lo están la salud y la neurosis»
( 19 2 4 / ) .
E l modelo jerárquic o muestra que toda correlación neta
de la salud con la madurez y de la gravedad de la psico-
patología con la falta de madurez adolece de un simplismo
exagerado. Un individuo puede haber atravesado toda la
gama del desarrollo y seguir utilizando conductas de cada
nivel o modo de organización funcional en momentos de­
terminados. E s líc ito presum ir que todas las personas tie­
nen c ierto grado de fijación oral, de angustia de separación,
que recurren en alguna medida a la proyec ción o a la des­
mentida, etc. Un individuo puede, en diversos momentos,
funcionar de acuerdo con una cualquiera de las entidades
diagnósticas principales caracterizadas por un desarrollo
ininterrum pido, y aun es posible que lo haga de acuerdo
con más de una de ellas simultáneamente.
La nosología propuesta por nosotros toma en cuenta la
posibilidad de que, en ciertos sujetos, el desarrollo no avan­
ce más allá de cierto punto nodal a lo largo de ning una de

156
las líneas que abarca el modelo. E stos son los casos de desa­
rrollo interrum pido, en los que sólo tienen vigencia los
subsistemas menos maduros y los modelos que les son
aplicables. Además, en tales casos las funciones adquiri-
ridas por lo general no logran la autonomía secundaria
( Gedo, 19 6 8 ) .

F igura 16 . E sq uem as rtosológ icos y m odalidade s de trata­


m ie n to su pe rpu e stos al m ode lo je rárq u ic o.

Modo V
Funciona­ Usese
miento el modelo
adulto tópico
regular.
Introspección

Modo IV Modo IV
T rastorno
neurótico Usese
del carácter, el modelo
o interrupción tripartito
cu Modo IV.
Interpretación
Modo I II Modo III Modo 111
Trastorno Usese
narcisista el modelo
de la del self y
personalidad, los objetos
o interrupción íntegros
en Modo III .
Desilusión
óptima
Modo II Modo 11 Modo II Modo 11 Usese el
Desintegración modelo de
psicótica, los núcleos
o interrupción dispares
en Modo II. del self y
Unificación los objetos

Modo I Modo I Modo I Modo I Modo 1


E stado Usese
traumático, el modelo
o interrupción del arco
en Modo I. reflejo
Apaciguamiento

Fase I Fase II Fase III l ase IV Fase V

E mpleando nuestro esquema como corresponde, la evalua­


ción de la personalidad global se funda en los cambios habi­
dos a lo largo del tiempo en el nivel de desarrollo de las
diversas funciones estudiadas, así como en el grado relativo
en que persisten diversas funciones en sus formas más pri­
m itivas o bien sufren trasformaciones hacia la madurez.
Consec uentemente, es posible describir una amplia variedad
de tipos funcionales no patológicos y de diversos trastor­
nos patológicos de una serie de func iones, en varias fases
de una secuencia evolutiva. E l esquema nosológico ha sido
superpuesto al modelo jerárquic o en la figura 16.

157
Se requieren muchos trabajos ulteriores para llegar a posen
una nosología útil basada en principios psic oanalíticos; lo
que hemos hecho es esbozar apenas un método posible en
tal dirección. La correlac ión de los destinos que sufren he.
diversas líneas de desarrollo de categorías más circunscritas
incluidas en el esquema, así como su relación con síndrome,
específicos, es una enorme tarea empírica que espera sei
abordada por los investigadores clínicos. P or ahora nos li
mitaremos a examinar las consecuencias del esquema nosoló
gico presentado para una teoría de la terapia.

Jer ar q u ía de m o d al i d ad es de tratam ien to

La progresiva ampliación de los alcances del psicoanálisis


como terapia más allá de su uso para el tratam iento de las
psiconeurosis ha originado c ontroversias en cuanto a los
límites convenientes de su aplicación. Aun los analistas que
seguirían limitando dicha aplicación a las neurosis propia
mente dichas no pueden eludir por entero esta cuestión, en
vista de las complicaciones diagnósticas que hemos conside­
rado. P or otro lado, quienes abogan por que el tratamiento
analítico sea aplicable a cualquiera que busque asistencia
psicológica, con independencia de la índole de la organiza­
ción de su personalidad, sólo pueden actuar así a riesgo de
oscurec er las características terapéuticas que distinguen al
proceso analítico de otras terapias. Para superar estas acti­
tudes de conservadorismo o radicalismo extrem os en lo to­
cante a la analizabilidad, precisamos un esquema orientador
de modalidades terapéuticas adecuadas a diversos proble­
mas clínicos.
K. R. E issler ( 19 5 3 ) ha definido la técnica básica del psi­
coanálisis como aquella basada en el uso exclusivo de la
interpretac ión, y denominó «parám etro» a cualquier des­
viación respecto de esta técnica paradigmática. Los pará­
metros deben introducirse toda vez que la técnica básica no
sea suficiente, por ejemplo cuando existe una deficiente
estruc tura de la personalidad o (para decirlo con las pala­
bras de E issler) cuando se produce una modificación en el
yo que lo aparta del ideal teórico, fundado en las neurosis
histéricas. E issler sostenía que los parámetros nunca deben
emplearse más allá de un grado mínimo indispensable y que
su efecto sobre la trasferencia debe neutralizarse mediante
la interpretac ión posterior de los fundamentos para su intro­
ducción. Si no se satisfacen estas condiciones, la introduc­
ción de parám etros c onvierte a la técnica de tratam iento en
algo distinto del psicoanálisis,

158
H asta ahora los parám etros han sido desc ritos en su mayoría
sólo en términos conducíales, enumerando las diversas ac­
ciones del analista que van más allá de la interpretac ión. No
se ha intentado clasificar la infinita variedad de estas con­
ductas posibles dentro de un ordenam iento racional de mo­
dalidades terapéuticas no interpretativas. Sin embargo, de­
bería poder definirse la característic a princ ipal de las técni­
cas terapéuticas necesarias para las clases fundam entales de
psicopatología. A este fin puede servirnos de guía la defini­
ción de E issler: la herramienta básica de la técnica psico-
analítica es la inte rp re tac ión . E sta herram ienta es eficaz to­
da vez que se aplique la técnica básica del análisis al campo
en que es idónea, a saber, al tratam iento de las «neurosis
de trasferenc ia». E n nuestro esquema nosológico, estos es­
tados corresponden a los «trastornos neuróticos del carác­
ter». Cualquier otro grupo de nuestra clasificación debe te­
ner su modalidad terapéutic a carac terística, y cuando esté
en análisis un paciente cuyos problemas princ ipales corres­
pondan a una de esas categorías, tales modalidades terapéu­
ticas constituirán los parámetros específicos necesarios para
complementar la técnica psicoanalítica básica.
Si bien en la práctica el analista debe proceder, en general,
sin planear de antemano en form a explícita su estrategia,
debe estar preparado para utilizar una variedad de paráme­
tros en todo análisis, ya que el «yo inmodificado» al que se
acomoda la técnica básica no es sino un ideal teóric o, con
cuya existencia efec tiva no ha de contarse jamás. E n todos
los pacientes reales surgirán problemas proc edentes de ám­
bitos del psiquismo anteriores a la diferenciación estruc tu­
ral, y estos problemas no pueden ser tratados solamente
mediante la interpretac ión.
A menudo se ha afirm ado, por c ierto, que el func ionamiento
de los aspectos prim itivos regresivos de la psique es m odifi­
cado por la sola interpretac ión (B oyer y Giovac c hini, 19 6 7 ;
Rosenfeld, 19 6 9 ) . N o obstante, creemos que estas afirm a­
ciones tienden a ignorar los efectos de aquellos parámetros
involuntariam ente introducidos en la transacción. Pensamos,
con Gitelson ( 19 6 2 ) , que en la fase inicial del análisis, an­
tes de poder influir mediante interpretaciones sistemáticas
en la relac ión analista-paciente, se introducen inevitable­
mente parám etros, aun en aquellos casos que perm iten el
empleo del modelo de técnica básica. Z etzel ( 19 6 5 ) ha sos­
tenido que el establecimiento de una alianza terapéutic a en
la fase inic ial del análisis es una forma de gratificación obje-
tal, basada en cualidades del analista análogas a las que pre­
senta una madre empática respecto de su hijo. A estas cua­
lidades Gitelson las designó como la «función diatrófic a»
del analista. E stablec er y preservar una alianza terapéutica

159
es partic ularm ente difíc il con pacientes cuyas organizacio­
nes psíquicas se encuentran en una fase prim itiva o cuya pa­
tología principal se presenta en un modo arcaico. Según
nuestra experiencia, el tratam iento exitoso de tales pacien­
tes exige utilizar en buena medida técnicas paramétricas.
Discrepamos con el punto de vista de que el enfoque tera­
péutico más racional para el tratam iento de pacientes re­
gresivos es la interpretación de sus mecanismos de defensa.
Pensamos que si esas intervenciones verbales a veces resul­
tan eficaces, eso no es más que un epifenómeno. Las expli­
caciones fundadas en la influencia de los conflictos intra-
psíquicos, aunque sean válidas en sí, fallan en cuanto a los
procesos e senciales que tienen lugar en estos casos ( Arlo w
y B renner, 19 6 4 , 19 6 9 ) . A nuestro modo de ver, la psique
arcaica opera de hecho como un arco reflejo, siendo su prin­
cipal cometido la descarga de la excitación. Para abordar
las regresiones a este modo de organización (Modo I ; véan­
se las figuras 10 y 16 ) serán adecuados aquellos métodos
terapéuticos que apacig üen al paciente utilizando las vías
de descarga disponibles o c ontrolando las fuentes de exci­
tación. E s probable que la regularidad de las sesiones y las
posibilidades catárticas inherentes a cualquier «c ura me­
diante la palabra» suministren este tipo de apaciguamiento.
Si así fuera, ello implic aría que cualquier tratam iento psico­
lógico ( y el psicoanálisis más que ningún otro, quizá) pro­
porcionaría automátic amente, hasta cierto punto, esa moda­
lidad terapéutic a; pero en muchos casos hay que adoptar
medidas más radicales para suministrar un apaciguamiento
apropiado. L a medicación, el suministro de ambientes pro­
tec tores y aun el empleo sensato de estrategias de aislamien­
to relativo pueden c ontribuir a pacificar al paciente sobresti-
mulado (Goldberg y Rubin, 19 6 4 , 19 7 1) . Difícilm ente sea
atinado atribuir la eficacia del tratam iento en un medio
hospitalario a la interpretac ión, al menos en lo tocante a la
superación de los problemas propios del segmento prim iti­
vo de la psique. Se da por sobrentendido que los mismos
pacientes que requieren apaciguamiento pueden tener pro­
blemas derivados de sectores más maduros de la personali­
dad y que exigen otra clase de ayuda terapéutic a. E n tales
casos puede ser necesario aplicar una combinación de moda­
lidades de tratam iento. Sin embargo, para los estados de re­
lativo desequilibrio de la economía psíquica, el agente te­
rapéutico eficaz es siempre aquel que propende a la reduc­
ción de la tensión y al dominio a través de la descarga
parcial. T ales períodos de desequilibrio se presentan en todo
análisis. E n esos casos cobra primacía, comparativam ente, el
proceso de reelaboración [ workin g -th rou g h ] , y disminuye
la importancia de las interpretaciones.

160

L
Las regresiones profundas en la organización psíquica pue­
den llegar casi a la traumatización. E n tales casos, así como
en los períodos de recuperación de los traumas, puede pre­
dominar la organización según el Modo I I. Se trata de frag­
mentaciones psicóticas del self, para comprender las cuales
el mejor modelo es el de los núcleos aislados. E n estas con­
diciones las terapias eficaces suelen depender de la habilidad
del terapeuta para ac tuar como foco en torno del cual pue­
dan aglutinarse los núcleos no integrados, para form ar un
self integrado y cohesivo. No es este el lugar para ofrec er
las amplias evidencias indispensables para c orroborar esta
hipótesis. B astará c itar, como breve ejemplo, la frec uente
afirmación de que en los tratam ientos exitosos de psicosis
agudas la reintegración se produce por identificac ión con el
terapeuta. Desde esta perspec tiva, parecería que la princ ipal
necesidad terapéutic a de la psique fragmentada es la de
unific ación. Y es posible brindar esta última mediante la
presencia continua de un objeto confiable (o sea, de una
persona real) o incluso de un medio confiable. E n otros tér­
minos: para este modo de organización ya no es menester su­
ministrar las gratificaciones que lleven al apaciguamiento;
bastará con establec er una relac ión ininterrum pida.3
L os conocidos efectos disruptivos de la separación del tera­
peuta en el curso de estos empeños terapéutic os con pacien­
tes regresivos demuestran la cardinal importancia de una
relación confiable. P or ello, resulta algo paradójico que
tantas presuntas explicaciones de la eficacia de diversos ti­
pos de tratam iento de psicóticos se centren en el contenido
verbal de la transacción. Más bien, la aparente eficacia de
los llamados enfoques interpretativos basados en los más
diversos supuestos teóricos llevaría a sugerir que si la ma­
nera de obrar de esos diversos terapeutas es correcta, poco
im porta lo que les digan a sus pacientes.4 Más irrazonable
aún, y creador de mayores confusiones, es invoc ar el con­
cepto de la trasferencia y su interpretac ión para explicar los
cambios clínicos de pacientes que carecen de un sistema del
self cohesivo y no están en condiciones de concebir a los
demás como objetos íntegros. Sería más lógico conceptuali-
zar estos fenómenos como efectos del ingreso del terapeuta
en el mundo narcisista del paciente, en calidad de objeto
transicional; su intervenc ión lleva a ligar e integrar la perso­
nalidad fragmentada a través del dominio gradual de las
heridas narcisistas. P or lo común, empero, esta experiencia
no consiste en revivir una relac ión del pasado, sino que es
una experienc ia real del presente, que tal vez carezca de an­
tecedentes. De ahí que sería un error concebirla como la
trasferencia de un pasado reprimido al presente. Más cohe­
rente es considerarla la reparación de una «falta básica»

161
mediante un «nuevo comienzo», para usar las palabras de
B alint (Khan, 19 6 9 ) . Si se logra la unificación del self, pue­
de avanzarse hacia una ulterior mejoría mediante la madu­
ración de diversas funciones en pos de la autonomía secun­
daria. E sto a su vez puede llevar progresivam ente a toda la
organización psíquica hacia el Modo I I I , caracterizado por
la relación del self íntegro con objetos íntegros.5 E ste tema
ha sido ampliamente examinado en la monografía de Kohut
sobre los trastornos narcisistas ( 19 7 1) . Antes de eso, Ko­
hut ( 19 6 8 , pág. 9 9 ) había dado a conocer un convinc ente
ejemplo clínico de ese progreso madurativo.
Los empeños terapéuticos que utilizan como técnicas prin­
cipales el apaciguamiento y la unificación deberían clasifi­
carse como terapias no psic oanalíticas.6 No obstante, en el
caso de ciertos individuos el núcleo de la tarea terapéutica
es el apaciguamiento y la unificación, pero no puede obrarse
sobre ellos sin antes poner en marcha una disolución regre­
siva de sus defensas mediante un proceso analític o. Son es­
tos los pacientes fronterizos y psicóticos desc ritos por Win-
nic ott ( 19 5 4 ) , que han desmentido sus «selfs auténticos»
infantiles y han adoptadc n su vida un «falso self», seu-
domaduro. Sólo la exposición de la dolorosa experiencia
infantil del self en un prolongado empeño analítico logrará
modific ar el self auténtico. Como ha mostrado Winnic ott,
una vez que los pacientes de esta clase reconocen emocional­
mente su desvalimiento infantil y todos sus concomitantes
psicológicos, por lo general se tornan incapaces de tolerar las
frustraciones propias de la técnica básica del psicoanálisis.
E n consecuencia, en estas fases posteriores del análisis puede
ser necesario introduc ir parámetros. A esta modificación de
la técnica W innic ott la denominó el suministro de un «am ­
biente sustentador» [ holding e n viron m e n t] . E n nuestra ter­
minología, debe ofrec erse un apaciguamiento y unificación
apropiados. Modell ( 19 6 8 ) se ha hecho eco de la opinión de
Winnic ott en el sentido de perm itir que esos individuos uti­
licen el tratam iento como fenómeno transicional (c f. tam­
bién Goldberg, 19 6 7 ) .
Al pasar de la relac ión con objetos transicionales a la in­
teracción con objetos íntegros tras la unificación de un self
cohesivo, se produce una concomitante restricción de la
grandiosidad infantil. Como resultado de ello la personali­
dad ingresa en la era de la renuncia a las ilusiones. E ste
modo de organización psíquica (M odo I I I ) exige, como
princ ipal herram ienta terapéutic a frente a las dificultades
de la desilusión, el enfrentamiento con la realidad (c f. Bib-
ring, 19 5 4 ) . Más concretamente, las realidades que deben
enfrentarse son las que fueron desmentidas mediante ilusio­
nes de motivac ión narcisista. P or ende, preferimos pensar

162
en la de silusión óp tim a como meta terapéutica de tales en­
frentam ientos. E sta modalidad de tratamiento es partic ular­
mente útil para tratar los problemas de la adolescencia.
Como alternativa, los individuos que aspiran a modificar
sus trastornos narcisistas crónicos de la personalidad, deri­
vados de la fijación a este modo de organización, pueden,
una vez más, ser tratados mediante psicoanálisis. Los aportes
de Kohut ( 19 6 6 , 19 6 8 , 19 7 1, 19 7 2 ) y otros ( v. gr., Kern-
berg, 19 7 0 ) han hecho posible un enfoque analítico siste­
mático y racional de estos problemas. Si bien los individuos
con trastornos narcisistas de la personalidad experimentan
en el curso del análisis repeticiones trasferenc iales de rela­
ciones objétales del pasado, la principal batalla terapéutica
se libra en la liza del narcisismo, siendo la problemátic a cen­
tral la del self grandioso y la idealización de las imagos
parentales. E l self grandioso, aunque es por lo general des­
mentido y escindido, ejerce su influencia encubierta bajo
la forma de ambiciones inalcanzables y una consecuente ten­
dencia a la vergüenza y a la mortificación fác il. La idealiza­
ción suele presentarse en el análisis como una necesidad de
que el analista sea perfec to, o una ilusión de que lo es. A fin
de trasform ar el narcisismo arcaico o hacer que madure
hacia la autonomía secundaria (en nuestra term inología),
Kohut halló indispensable introduc ir una variante en su téc­
nica analítica. P ropone que durante un largo período se
acepte sin interpretaciones la idealización que el paciente
hace del analista, quien en tal caso se le brinda como un
objeto nuevo, real, para perm itir el dominio de un defecto
evolutivo. Debe notarse que muchos de estos pacientes han
sufrido detenciones del desarrollo en esta etapa (F ase I I I ) ,
en tanto que muchos otros han pasado a etapas posteriores
mediante la desmentida y represión de estos problemas cen­
trales de su vida. E n uno y otro caso, la desilusión sólo
puede instituirse muy gradualmente, mediante la interpre­
tación de la auténtica necesidad de imagos parentales idea­
lizadas. Si con tales interpretaciones puede anularse el pará­
metro técnico, se originará una nueva formación estruc tural
y el narcisismo cederá dando paso al humor, el ingenio, la
empatia y la creatividad en grados variables.
Sólo las personas que han adquirido este dominio sobre su
narcisismo infantil, sea en el curso de su evolución normal
en la niñez o mediante una posterior intervención terapéu­
tica, son capaces de organizar su vida mental de acuerdo con
el Modo I V. A este tipo de organización psíquica le es pro­
piamente aplicable el modelo tripartito. A partir de allí la
técnica ideal de análisis es la básica, la interpretac ión. E sto
implica que el desarrollo yoico se haya producido de una
manera favorable, c onstituyendo lo que E issler ( 19 5 3 ) de­

163
finió como el «yo intac to». T ambién hay que haber atrave­
sado este punto nodal del desarrollo para poder form ar la
clase de alianza terapéutic a concebida por Z etzel.7
E l Modo I V, c orrespondiente a la neurosis infantil y sus
equivalentes en la vida adulta, los trastornos neuróticos del
carác ter, se caracteriza por el c onflic to intersistém ic o; así
pues, la meta principal del tratam iento es la resolución de
este c onflic to mediante la in te rp re tac ión . Y orke ( 19 6 5 ) ha
traduc ido a términos metapsicológicos los efectos de la inter­
pretac ión: fortalec e el yo, mitiga la severidad del superyó,
perm ite la descarga de pequeñas cantidades de energía del
ello hasta entonces bloqueadas. E stas conceptualizaciones
muestran que aquí adquiere verdadero significado el lengua­
je-construcción de la teoría estruc tural.
P ara el ámbito del func ionamiento adulto regular (Modo
V ) indicamos que el tratam iento como tal es innecesario,
señalando que la introspe c c ión basta para comprender la
psicopatología de la vida cotidiana, los sueños y los produc­
tos de la creatividad (como los chistes, obras de arte, etc .).
E n estas condiciones es posible el autoanálisis.8
E stamos ahora en condiciones de ofrec er un esquema sinté­
tico de las posibilidades racionales de tratamiento para toda
la gama de condiciones diagnósticas contenidas en nuestra
propuesta nosológica. Uno de nosotros ya intentó previa­
mente diferenciar las psicoterapias aplicables a crisis evolu­
tivas propias de determinada edad, de las psicoterapias que
tratan las secuelas de crisis del pasado mal, resueltas (Gedo,
19 6 4 ) . P uede considerarse a cada una de las fases en que se
divide el esquema del desarrollo como una crisis de esa ín­
dole, en cuyo caso las intervenciones psicoterapéuticas apro­
piadas para cada fase o crisis serían las siguientes:

F ase I Apaciguamiento
F ase II Unificación
F ase I I I Desilusión óptima
F ase I V Interpretac ión

E n cada fase, una intervenc ión exitosa prom overá la reor­


ganización de la personalidad en la fase siguiente, más com­
pleja y madura. P or supuesto, dicho progreso no implica que
se hayan resuelto total o definitivam ente los problemas de
todas las fases previas. Un crec imiento de este tipo puede
tener lugar en el contexto psicoanalítico o, más raramente,
incluso en una terapia no analítica, si la detención del desa­
rrollo fue causada en forma exclusiva por fallas del am­
biente (Gedo, 19 6 6 ) .
L a mayoría de los casos de regresión aguda a partir de un
estado de adaptación prem órbido más o menos estable pue­

164
den tratarse mediante psicoterapia no analítica. P or lo co­
mún, tales regresiones implican funcionar en un modo más
arcaico, pero no entrañan un repliegue de toda la estruc tu­
ra psíquica a una organización general más simple, corres­
pondiente a una fase anterior del desarrollo. E n el modelo
jerárquic o estas regresiones funcionales pueden indicarse
como un descenso en la dimensión vertic al, señalando así
que los comportamientos que pasan a predominar permane­
cen dentro de la organización de fase alcanzada por el in­
dividuo en su etapa más avanzada de desarrollo, pero co­
rresponden a uno de los más arcaicos modos posibles de
esa fase. La modalidad psic oterapéutic a apropiada en tales
casos dependerá, una vez más, del modo al cual haya regre­
sado el sujeto: apaciguamiento para el Modo I, unificación
para el Modo I I , desilusión óptima para el Modo I I I e in­
terpretac ión para el Modo I V. E l éxito terapéutic o estará
dado entonces por el avance al m odo inmediato superior,
más que por la reorganización en una fase superior. E s
esta la princ ipal distinc ión entre las crisis regresivas agudas
y las crisis del desarrollo, en términos de los fines que per­
sigue el tratam iento en uno y otro caso.
Un ejemplo de terapia exitosa para una regresión sería el
apaciguamiento de un psicótico sobrestim ulado: organizada
la persona de acuerdo con la F ase I I , el progreso estaría
dado por el pasaje del Modo I al Modo I I . Un individuo
que habitualmente tiene un funcionamiento adulto regular
(Modo V ) pero ha recaído, en forma tem poraria, en con­
ductas explicables por conflictos intersistémicos (Modo I V)
puede volver al modo superior mediante interpretaciones
adecuadas. T al vez sea este el mecanismo que actúa en lo
que F . Deutsch ( 19 4 9 ) llamó «análisis sec torial», así como
en lo que se denomina, con menos rigor, «psicoterapias de
orientac ión analític a».
H emos dedicado amplio espacio a la teoría de la acción tera­
péutica en las terapias no analíticas para destacar, como con­
clusión, que es en verdad posible una intervenc ión terapéu­
tica exitosa en pacientes con una organización psíquica re­
lativam ente arcaica. Señalamos que el éxito de tales empe­
ños depende fundam entalmente del uso de modalidades de
tratam iento distintas del psicoanálisis propiamente dicho,
vale decir, de técnicas diferentes de la interpretac ión. Si la
meta del tratam iento es alcanzar el nivel de func ionamiento
regular en los adultos (carac terístic o del Modo V ) , antes
es preciso dominar las tareas evolutivas de fases anteriores
de organización psíquica. Como estas dific ultades son en la
mayoría de los casos desmentidas y/ o reprimidas durante la
posterior maduración, con frecuencia esos problemas tem­
pranos sólo se tornan accesibles a la influencia terapéutic a

165
mediante la disoluc ión de tales defensas y la toma de con­
ciencia de los aspectos arcaicos. E stos cambios únicamente
pueden producirse mediante los métodos psicoanalíticos.
Sin embargo, el análisis de dichos pacientes casi siempre
exige el uso de parám etros. H emos definido los parámetros
necesarios para los problemas propios de los Modos I, II
y I I I : son ellos el apaciguamiento, la unificación y la des­
ilusión óptima, respectivamente. (Véase también E issler,
19 5 8 . ) u

N o tas

1 Es instructivo comparar los modelos de funcionamiento mental


entresacados de la labor clínica de Freud, tal como hemos hecho
en esta monografía, con el conjunto de modelos escogidos por
Rapaport (1960, págs. 20-24) en su tentativa de sistematizar la
teoría general del psicoanálisis. Otros intentos de crear un modelo
de alcances universales se hallarán en G ilí (1963) y en Arlow y
Brenner (1964). En la presente obra no hemos tomado posición
alguna en cuanto a la cuestión, todavía controvertida, de si la
teoría psicoanalítica puede o debe tratar de establecer una teoría
psicológica general. Queda en pie el interrogante sobre si un es­
fuerzo tal exigiría una interconexión de los campos de las ciencias
sociales y de la biología, o si puede darse una solución significa­
tiva a este dilema mediante un enfoque sistémico como el utili­
zado por nosotros con el objetivo, más limitado, de poner orden
dentro de la teoría psicoanalítica sin salir de sus fronteras.
2 Esta categoría constituye una excepción en el esquema nosológico
en términos de la madurez relativa, y por ello se la ha. separado
como una serie aparte. A veces es muy difícil distinguir entre las
interrupciones del desarrollo y otras entidades patológicas que
presentan muchos rasgos derivados del mismo modo arcaico en
que tuvo lugar la interrupción. Para la diferencia entre interrup­
ción y regresión, véase Modell (1968, pág. 126».) y nuestro exa­
men del problema en el capítulo 10.
3 La copiosa bibliografía sobre terapia grupal, que no podemos re­
señar aquí, y sus reclamos de eficacia terapéutica con pacientes
psicóticos puede adquirir una nueva dimensión, en cuanto a la
manera de comprenderla, a partir del principio de unificación
y el de descarga de la tensión.
4 En lo atinente al trabajo en este ámbito, las más importantes
escuelas psicoanalíticas de distinta orientación son las de Sullivan
y Melanie Klein. Ambos grupos desarrollaron teorías reduccionis­
tas basadas en su experiencia terapéutica con pacientes dotados de
una organización psíquica primitiva; ambos han sido incapaces
de correlacionar significativamente esos hallazgos con datos pro­
cedentes del análisis de neurosis de trasferencia, a causa de la
falta de un modelo evolutivo que mostrara la interrelación de
esos dos conjuntos de observaciones dentro de una jerarquía. En
vez de esas necesarias correlaciones, tales escuelas incurrieron en
el error de exponer estos fenómenos disímiles mediante idénticas
explicaciones. Sería más apropiado considerar sus informes como
descripciones de tratamientos exitosos que como contribuciones
teóricas.

166
5 Según dijimos en el capítulo 5, en esta etapa el self y el objeto
aún no están funcionalmente separados, aun cuando cada uno de
ellos esté unificado en una sola entidad. Este estado de cosas pue­
de representarse recurriendo al expediente tipográfico del guión:
«objeto-self» (cf. Kohut, 1971).
6 Se hallará una clasificación más completa de las terapias psico­
lógicas en Gedo (1964).
7 La definición de Zetzel (1965) sobre los casos en que está in­
dicado el análisis parece muy estrecha, hasta que uno recuerda que
lo que esta autora examina es el empleo de la técnica básica.
Nosotros preferiríamos incluir dentro de los límites del psicoaná­
lisis propiamente dicho una técnica paramétrica bien definida, 'o
cual exige a la vez tener una visión más amplia de los casos en
que está indicado el análisis.
8 Afirmar que no es necesario tratamiento no implica afirmar que
el individuo en cuestión no se beneficiaría con el psicoanálisis,
que es capaz de corregir problemas latentes pertenecientes a cual­
quier modo de la jerarquía. De manera similar, las conclusiones
científicas del psicoanálisis aplicado acerca de los productos crea­
tivos del hombre deben ser confirmadas por el estudio de los artí­
fices de esas creaciones mediante el propio método psicoanalítico.
9 En la reseña anterior hemos omitido deliberadamente considerar
las numerosas formas de tratamiento en que el terapeuta evita con
acierto abordar los problemas nucleares de la psicopatología. Al­
gunas de estas cuestiones se examinan en Gedo (1964).
12. Conclusiones y consecuencias
para la teoría psic oanalítica

Aunque F reud se refirió a la metapsicología, en tono de bro


ma, como la «bruja» del psicoanálisis, insistió en que era
indispensable como cimiento teórico permanente de sus ha­
llazgos empíricos. E n su examen de las bases esenciales del
psicoanálisis, Waelder ( 19 6 2 ) definió la metapsicología co­
mo aquel nivel de conceptos abstractos que se encuentra
entre la teoría clínica construida inductivam ente y los su­
puestos filosóficos en los que descansa toda la ciencia.
Para una teoría clínica, la prueba c ientífic a decisiva es la
de su verdad o validez; para la metapsicología, su utilidad y
su coherencia interna. Si los nuevos desc ubrimientos empí­
ricos no se acomodan dentro de la metapsicología existente,
debe revisársela; pero este cambio debe hacerse sin pertur­
bar la coherencia interna del sistema total. E l conjunto de
teorías no debe considerarse un sistema rígido y fijo; por
otro lado, es igualmente estéril que una ciencia trate sus
teorías de manera inform al o amorfa.
O tra manera de expresar esto es decir que la metapsicología
c onstituye una colección de conceptos abstractos utilizados
como principios orientadores o puntos de referencia para or­
ganizar los datos empíric os. Queremos insistir en lo afir­
mado en el c apítulo 1: la metapsicología psicoanalítica ac­
tual no es una teoría explic ativa causal. Algunos teóricos
pueden disc repar con este punto de vista, y atribuir a los
supuestos metapsicológicos el carácter de una teoría hipoté-
tico-deductiva. N uestra opinión se basa en que la metapsico­
logía psicoanalítica — a diferencia de la teoría atómica de
la físic a, por ejemplo— aún se halla en el nivel de la cate-
gorización de los datos. Cuando conceptos de esta índole
son equivoc adamente empleados para e xp lic ar procesos, se
inc urre en la falacia del razonamiento en círc ulo.1
T odo concepto metapsicológico debe ser sometido de con­
tinuo a nuevos tests, para verific ar tanto su compatibilidad
con los otros conceptos del sistema teórico como su rele­
vancia específica. E n esta monografía hemos tratado de so­
meter a rigurosos tests de relevancia una serie de construc­
ciones metapsicológicas — los modelos de la mente— . T al
vez nuestro examen de estas construcciones haya revelado
que ninguno de esos modelos agrega nada a una descripción

168
puramente verbal de las generalizaciones clínicas que ellos
representan. P or ende, estas herramientas teóricas no pue­
den considerarse «c orrec tas» o «inc orrec tas». Una teoría
explic ativa, en cambio, tendría que ser sometida precisa­
mente a tales tests de verdad.
Creemos haber demostrado que en este ámbito de la teoría
el problema de la relevancia ha sido difíc il y apremiante.
Conclusiones derivadas de un conjunto partic ular de obser­
vaciones, formuladas como teorías clínicas, condujeron a
abstracciones metapsicológicas que ciertos autores reaplica­
ron a un conjunto distinto de datos de observac ión, sin de­
tenerse a examinar la pertinenc ia de tales construcciones en
ese nuevo ámbito. E sta falacia se denomina, en lógica, ge­
neralización — el tratam iento de universos separados de da­
tos, que comparten ciertas carac terísticas, como si c onstitu­
yeran un mismo universo— 2
Siem pre existe la tentación de c onferir a los conceptos y
principios un carác ter más universal del que pueden o deben
tener. E sto priva al concepto en cuestión de su significado,
a menudo elevándolo a un plano filosófic o en que el estudio
c ientífic o ya no tiene cabida. P or c ontraste, nuestro prin­
cipal empeño en este estudio ha sido delim itar fases y modos
distintos de func ionamiento mental, para los cuales deter­
minados modelos de la mente pueden servir como los ins­
trumentos conceptuales más idóneos. N uestra suposición de
que cada modelo fue útil para ordenar un conjunto diferente
de datos clínicos pero era inaplicable a otros se sometió a
prueba aplicando a la misma casuística los diversos modelos.
Creemos que la suposición pasó la prueba. A nuestro enten­
der, el hecho de que un modelo tenga poco valor para es­
tudiar fenómenos diferentes de aquellos cuya investigación
dio origen a ese modelo no quiere dec ir que deba prescin-
dirse de él.
Si bien resolvimos estudiar c iertos modelos explícitamente
propuestos por F reud o sugeridos de manera indirec ta por
sus hallazgos, tenemos conciencia de que otros modelos han
sido construidos o pueden serlo en el futuro. Uno de estos
es el prim ero que postuló F reud, el contenido en el «P ro­
yecto de psicología» de 18 9 5 . T enemos la convicción, em­
pero, de que también estos modelos demostrarán poseer un
grado limitado de relevancia. P or ello, proponemos que se
otorgue igual estatuto a todos los modelos psicoanalíticos
de la mente que son válidos. De igual manera, los «puntos de
vista» metapsicológicos, como mostrara Rapaport ( 19 6 0 ) ,
representan diferentes perspec tivas en el estudio del mismo
fenómeno. Nos desplazamos de uno a otro punto de vista
en lo que podría considerarse un «plano horizontal», sin
tener en cuenta una jerarquía de importancia.

169
E n otros c ontextos se presenta dicha jerarquía; lo ilustra
el hecho de que los modelos de la mente se encuentran, en
general, en un plano inferior de abstracción que los puntos
de vista metapsicológicos. T ambién Gilí ( 19 6 3 ) ha situado
estos puntos de vista en la cúspide del sistema conceptual
del psicoanálisis. De ello se infiere que cada modelo de la
mente debe ser subsumido en todos los puntos de vista me­
tapsicológicos. Será útil ver en detalle cómo cumple el mo­
delo jerárquic o con este requisito.
Dado que el modelo jerárquic o pone el acento en la adqui­
sición de las diversas estructuras psíquicas en el curso de la
epigénesis, es fundam entalmente un modelo estructural-ge-
nético. E l punto de vista económico está representado en él
por la indicación de las posibilidades de sobrestimulación
continua. Los puntos de vista dinámico y adaptativo, por
el pasaje de cada func ión de la esfera de conflic tos a la de
la autonomía secundaria. Análogam ente puede indic arse la
adquisición de las funciones autónomas primarias.
T al vez con un ejemplo pueda aclararse la distinción entre
un punto de vista metapsicológico y un modelo de la mente.
E lijamos a tal fin el concepto de «tópic a». H emos visto que
el modelo tópic o esbozado por F reud en 19 0 0 conserva su
utilidad para ordenar una c ierta clase limitada de observac io­
nes clínicas; la «teoría tópic a», como marco de referenc ia
universal para clasificar el comportam iento humano, ha mos­
trado ser inadecuada (F reud, 1923¿> ; Arlo w y B renner,
19 6 4 ) . E n su intento de sistematización de los conceptos tó­
picos, Gilí ( 19 6 3 ) llegó a la conclusión de que, como punto
de vista metapsicológico, el tópico no es imprescindible, no
obstante lo cual los conceptos tópicos son signific ativos en
un nivel inferior de la jerarquía conceptual. N uestra de­
fensa del modelo tópic o armoniza con la posición de Gilí:
aunque lo hemos empleado para aclarar una gama limitada
de fenómenos, no hemos estimado necesario utilizar los con­
ceptos tópicos en otras circunstancias. Así pues, en nuestro
trabajo no se lo inc luye entre los puntos de vista metapsi­
cológicos.
P or lo tanto, nuestra principal conclusión atañe a la nece­
sidad de contar con distintas teorías para distintos conjun­
tos de datos empíricos. Como complemento, agregamos que
ninguna teoría basta por sí sola para ordenar ni siquiera un
único c onjunto de observaciones clínicas. Schroedinger
( 19 4 3 ) ha llamado la atención sobre el error, común a todas
las ciencias, de intentar imponer a la naturaleza, que es a me­
nudo discontinua, una continuidad conceptual. Aplicada a
los datos psicoanalíticos, su posición exige suponer que cada
personalidad humana presenta una variedad de conductas, y
que la mejor manera de comprenderlas es utilizar una varie­

170
dad de perspectivas o modelos. Aunque en nuestro modelo
jerárquic o tratamos de trazar un mapa global del funciona­
miento psíquico siguiendo las líneas del desarrollo, repetida­
mente insistimos en que esto debe ser teóricam ente concebi­
do en términos de un conjunto infinito de variables po­
tenciales. L a necesidad de introduc ir combinaciones siempre
novedosas de variables en el modelo cuando se abordan
nuevos datos mantiene fiel nuestra propuesta a la concep­
ción de Schroedinger.
M ostrar que cada modelo existente de la psique tiene rele­
vancia para un conjunto diferente de situaciones clínicas ha
sido la más sencilla de las tareas que nos hemos propuesto
en esta monografía. Mucho más difíc il es probar que la
discontinuidad que hemos demostrado refleja una serie de
transiciones significativas en la manera de organización del
func ionamiento mental. E n tal sentido hemos caracterizado
dentro de una secuencia de desarrollo cinco fases, cada una
de ellas más compleja que la anterior. T ratamos de mos­
trar la dependencia mutua de varias de esas líneas de desa­
rrollo para su avance regular hacia la madurez. E n un nú­
mero signific ativo de casos, señalamos que el progreso hacia
una posición funcional más madura en una línea evolutiva
depende del logro de c ierto grado de maduración en una o
más de las restantes líneas evolutivas incluidas en el esque­
ma. P or lo común, esa maduración debe desembocar en la
autonomía secundaria, de modo tal que las situaciones de
stre ss previsibles de la próxima fase no la hagan retornar
a niveles más arcaicos. Las líneas de desarrollo estudiadas
en esta monografía experim entan más o menos concomitan-
temente su transic ión de posiciones funcionales anteriores a
las posteriores; a estos momentos de avance evolutivo con­
comitante los hemos denominado «puntos nodales» de la
diferenciación psíquica. Resta dem ostrar que otras funciones
tienen también su transic ión madurativa en esos mismos
puntos nodales.
N uestra exposición no procuró dem ostrar la importancia de
los puntos nodales específicos que hemos marcado; esto
sólo podría lograrse demostrando que las cinco fases des­
critas son significativas, respecto de la diferenciación fun­
cional, para subdividir cualquier otra línea evolutiva que se
considere. Dicha tarea sobrepasa los alcances de la presente
obra y exige amplios esfuerzos de investigación. P or el mo­
mento, sólo podemos rec lamar admisibilidad para nuestra
concepción de una serie de discontinuidades regulares en el
desarrollo psíquico. E n otras palabras, concebimos la cre­
ciente complejidad de la vida mental, con sus transiciones de
una a otra fase, como una secuencia de cambios de naturale­
za c ualitativa, en la cual la psique va adquiriendo progresi­

171
vamente la capacidad de funcionar en un número creciente
de modos, ordenados de manera jerárquic a.
E ntre la amplia gama de líneas de desarrollo concebible»
hemos resuelto examinar el número mínimo necesario para
suministrarnos criterios diferenciadores, con vistas a un es
quema nosológico simple pero comprehensivo. H emos esta
blec ido esta nosología de modo tal que las diferencias en tu*
sus categorías posea máxima signific atividad psicoanalítica
L os seis conjuntos de comportamientos que escogimos para
esta clasificación son los trastornos del desarrollo, los esta­
dos traumátic os, las psicosis, los trastornos narcisistas de la
personalidad, los trastornos neuróticos del carác ter y el fun­
cionamiento regular adulto. Una clasificación más refinada
exigiría añadir ulteriores líneas de desarrollo para diferen­
ciar entre sí diversas categorías.
Como ejemplo de ulteriores distinciones nosológicas signifi­
cativas podemos c itar la necesidad de diferenc iar, por un
lado, las psicosis depresivas de las paranoides, y, por el otro,
los trastornos de carác ter obsesivos de los histéric os. A fin
de lograr esto, un requisito mínimo sería inc luir en el es­
quema la línea de desarrollo de la agresión. Así pues, cada
refinam iento nosológico dará origen a un mapa evolutivo
general de mayor complejidad. E s muy probable que con tal
propósito sea preciso subdividir en unidades menores los
modos y fases del esquema jerárquic o. E mpero, quisiéramos
recalcar que tal perfecc ionamiento del modelo no alteraría
los princ ipios en los que descansa su construcción. Son estos
princ ipios los que, a nuestro juic io, constituyen el aporte
importante de esta monografía: entendemos que los porme­
nores que discernimos no son definitivos ni inmutables.
Como últim a consecuencia general de este trabajo, desearía­
mos llam ar la atención sobre la importancia de describir la
maduración dentro de modelos, y en especial indicar la per­
sistencia de aspectos prim itivos del func ionamiento mental
o las vicisitudes que pueden estos sufrir. T ratamos de satis­
fac er esta condición empleando el concepto de «maduración
vertic al», el cual abarca la posibilidad de que ciertos aspec­
tos prim itivos de la psique persistan incólumes en la adultez
como parte del funcionamiento regular, manifestándose en
conductas sintomáticas ocasionales o en actividades creado­
ras. Con él puede categorizarse, asimismo, el tipo de madu­
ración que entraña cambios en la pulsión parcial o en la
meta u objeto de la pulsión, así como diversos grados de
predominio o inhibición de los aspectos prim itivos de dicha
línea de desarrollo. E ste princ ipio se aplica al análisis de una
amplia variedad de func iones, desde las pulsiones mismas
pasando por las defensas, las situaciones de peligro, el exa­
men de realidad, y otras. L os cambios de func ión logrados

172
mediante la maduración vertic al requieren concepciones más
elaboradas de la salud o la normalidad, en armonía con la
propuesta de H artmann ( 19 3 9 ) de añadir la adaptación a la
nómina de puntos de vista metapsicológicos.
Concluiremos nuestra exposición form ulando una conse­
cuencia del enfoque jerárquic o que posee, en potencia, la
capacidad de ordenar una vasta extensión de datos empí­
ricos. E sta inferencia implica correlac ionar con el esquema
evolutivo los princ ipios reguladores del func ionamiento psí­
quico. N o repasaremos aquí los enunciados de F reud acerca
de estos últim os, pues ya han sido bien examinados recien­
tem ente en la magnífica monografía de Schur ( 19 6 6 ) .
E n el c apítulo 6 indicamos que la conducta regida prim or­
dialmente por el principio de realidad se torna típica cuando
el desarrollo alcanza el nivel designado como F ase I V. E n
consonancia con lo dicho sobre otras func iones, repitamos
una vez más que las funciones típicas de fases más arcaicas
persisten, como modos potenc iales, aun después de lograda
esta posición más madura como posición «típic a». Antes
de que se establezca el predominio del principio de realidad
como regulador típic o de la conducta, en la F ase I I I , el
principio de plac er es el típico.
Y a en 19 2 0 F reud había demostrado que la división de la
vida psíquica según esta dicotomía simple de princ ipios re­
guladores es insufic iente para carac terizar todos los com por­
tamientos. A su definic ión de los princ ipios de plac er y de
realidad dada en 19 11 le agregó otra esfera de la vida men­
tal que estaba «más allá del principio de plac er», afirm ando
que la fuerza organizadora de estas conductas arcaicas era
la «compulsión de repetic ión». T rató de explicar estos fe­
nómenos mal conocidos, que a menudo parecen amenazar la
adaptación y hasta la vida misma, sobre bases pulsionales,
concibiendo para ello su nueva teoría de las pulsiones de
vida y de muerte. E n el presente estadio de la evolución
psicoanalítica, quizá sea posible ofrec er categorizaciones de
estos comportamientos en un nivel de abstracción más pró­
ximo a la relevancia clínica.
Los modos de func ionamiento que F reud conceptualizó en
términos de la compulsión de repetición reflejan las condi­
ciones de la organización psíquica típicas de las F ases I y
I I . Concordamos con el fundado argumento de Schur en
cuanto a que las conductas más prim itivas se basan en la
necesidad de evitar el displacer. E s lógico entonces pensar
que las conductas de la F ase I están reguladas por un «prin­
cipio de displac er», como propone Schur. E ste principio
c onstituye el regulador del equilibrio de la economía psíqui­
ca durante toda la vida, y es carac terístico del Modo I en
todas las fases.

173
E n la F ase I I , en cambio, la compulsión de repetición debe
entenderse de otra manera. Los problemas decisivos que
son típicos del Modo II entrañan la necesidad madurativa
de unific ar los núcleos dispares del self en un todo cohesivo.
E n cualquier fase, cuando privan estos problemas del Mo­
do I I , se producen conductas repetitivas que apuntan a res­
taurar un sentido de cohesión del self, por costosos que sean
tales intentos en otros sentidos.

F igura 17. Princ ip ios re g uladore s d e l fu n c ion am ie nto m e n­


tal com o siste m a je rárq u ic o.

M odo V

Prin cip io
de creació n

M odo IV M odo IV

Prin cip io Prin cip io


de realid ad de realid ad

M odo I I I M odo I I I M odo I I I

Prin cip io P rin cip io Prin cip io


de p lacer de p lacer de p lacer

M odo II M odo II M odo II M odo II

Prin cip io Principio Prin cip io Prin cip io


de d ef in ició n de d ef in ició n de d ef in ició n de d ef in ició n
d el se l f d el se l f d el se l f d el se l f

M odo I M odo I M odo I M odo I M odo I

Prin cip io Prin cip io P rin cip io Prin cip io P rin cip io
de d i sp l ac er de d i sp l ac er de d i sp l a c e r de d i sp l ac er de d i sp l ac er

F ase I F ase II F ase I I I F a se IV F a se V

Ciertas empresas creadoras también pueden desbordar el


ámbito mental que abarcan los princ ipios reguladores esbo­
zados por F reud en 19 11, pero de una manera distinta que
las conductas que están «más allá del principio de plac er».
E n su estudio de la psicología del genio, E issler ( 19 6 3 )
postuló un área potencial situada «más allá del principio de
realidad» para describir el desarrollo de una posición más
madura que la implícita en la adaptación adecuada a las rea­
lidades vigentes. Piensa E issler que esa evolución más allá
del princ ipio de realidad puede ser la condición previa para
el desc ubrimiento de nuevas facetas de la realidad efec tiva.
E sta sugerencia parece ser congruente con nuestro esquema,
correspondiendo, en la jerarquía, a las condiciones de la
F ase V.;{ La figura 17 rec apitula nuestra propuesta en cuanto
a la jerarquía de princ ipios reguladores del func ionamiento
mental. E n el Modo I, Ja conducta es regulada por el princ i­

174
V pió de displac er; a este le suceden el principio de definición
del self en el Modo I I , el principio de placer en el Modo I I I ,
el principio de realidad en el Modo I V y el principio de
creación en el Modo V.
E studios futuros intentarán perfec cionar aún más la concep-
tualización del funcionamiento psíquico como sistema je­
rárquico.

N o tas

1 Para una teoría explicativa supraordinada del funcionamiento men­


tal propuesta en forma provisional, véase Langer (1967).
2 Un ejemplo grosero y corriente de este error es la aplicación de
los postulados metapsicológicos sobre los fenómenos intrapsíqui-
cos a la psicología social o viceversa. Verbigracia, la confusión
general acerca del significado de la palabra «identidad» proba­
blemente deriva de la extrapolación de generalizaciones a una es­
fera que no les corresponde (cf. nuestro examen de la obra de
Erikson en el capítulo 7). El tratamiento cabal de esta cuestión
nos llevaría demasiado lejos; recordemos que Freud siempre cuidó
de separar estos dos ámbitos de estudio, aun cuando empleara las
conclusiones extraídas de la psicología individual para ahondar
en la psicología de las masas.
3 Debe señalarse que la psicología del Modo V fue descrita por
Freud en 1900 fundamentalmente sobre la base de datos intros­
pectivos concernientes a sus propios sueños. Puede suponerse
que estos productos de la creación humana satisfacían las condi­
ciones que tenía presentes Eissler al describir un ámbito situado
más allá del principio de realidad.

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en psicoanálisis
Peter Bl os, La transición adolescente
I vatt Boszormenyi -Nagy y G eral di ne M . Spark , Lealtades invisible*
Eugéni e L emoi ne-L ucci oni , La partición de las mujeres
D avi d M al davsky, El complejo de Edipo positivo y sus trasformneionr.
A ugustas Y . N api er y Cari A . W hi tak er, El crisol de la familia
V ami k D. V ol k an, Relaciones de objeto primitivas interiorizada»
Obras completas de Sigmund F reud

N ueva traduc c ió n dire c ta de l ale m án , c o te jada c o n la e dic ió n in gle sa


a c argo de J am e s S trac h e y — Standard E dition of the Complete
Psychological Works of Sigmund F reud ( 2 4 to m o s)— , c uyo o rde n a­
m ie n to , pró lo go s y n o tas se re p ro duc en en la p re se n te ve rsió n .

V ol úmenes publ i cados

Presentación: Sobre l a versi ón castel l ana


2. Estudi os sobre l a hi steri a (1893-1895)
4. L a i nterpretaci ón de l os sueños (I ) (1900)
5. L a i nterpretaci ón de l os sueños (I I ) y Sobre el sueño (1900-
1901)
6. Psi copatol ogía de l a vi da coti di ana (1901)
7. «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (caso «D ora»),
T res ensayos de teoría sex ual , y otras obras (1901-1905)
8. El chi ste y su rel aci ón con l o i nconci ente (1905)
9. El del i ri o y l os sueños en l a « G radi v a» de W . Jensen, y otras
obras (1906-1908)
10. «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» (caso del pequeño
Hans) y «A propósito de un caso de neurosis obsesiva» (caso del
«Hombre de las Ratas») (1909)
11. Ci nco conf erenci as sobre psi coanál i si s. U n recuerdo i nf anti l de
L eonardo da V i nci , y otras obras (1910)
12. «Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente» (caso
Schreber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras
(1911-1913)
13 T ótem y tabú, y otras obras (1913-1914)
14. «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», Tra­
bajos sobre metapsicología, y otras obras (1914-1916)
15. Conf erenci as de i ntroducci ón al psi coanál i si s (partes I y II)
(1915-1916)
16. Conf erenci as de i ntroducci ón al psi coanál i si s (parte I I I ) (1916-
1917)
17. «De la historia de una neurosis infantil» (caso del «Hombre de
los Lobos»), y otras obras (1917-1919)
18. M ás al l á del pri nci pi o de pl acer, Psi col ogía de l as masas y anál i ­
sis del yo, y otras obras (1920-1922)
19. El yo y el el l o, y otras obras (1923-1925)
20. Presentaci ón autobi ográf i ca, I nhi bi ci ón, síntom a y angusti a, ¿Pue­
den l os legos ej ercer el anál i si s?, y otras obras (1925-1926)
21. El porv eni r de una i l usi ón, El m al estar en l a cul tura, y otras
obras (1927-1931)
22. L l uevas conf erenci as de i ntroducci ón al psi coanál i si s, y otras obras
(1932-1936)
23. M oi sés y l a rel i gi ón m onoteísta, Esquem a del psi coanál i si s, y
otras obras (1937-1939)
V ol úmenes en prensa

1. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida


de Freud (1886-1899)
3. Primeras publicaciones psicoanalíticas (1893-1899)
24. Indices y bibliografías

/ 0 cr fcaFa S ¿u / jer r t ?
tcxytcit'natic/ (i
J e B
I > - < / i / - j i

1> -/ í - g e>
f t - / . ¡ Vi
(Vlena de la primera solapa,)
nesto empeño de esto» científico* ñor com­
prender y aplicar el psicoanálisis Imcasaha,
eran acusados de «resistencia».
Rapaport señaló ya en 1991 que no existía
ningún modelo de la mente totalmente satis
fac torio; esto es c ierto aún hoy. F.n la etapa
actual, es forzoso acudir a distintas teorías
para otros tantos conjuntos de datos: habría
varios caminos concurrentes, válidos todos
ellos, para organizarlos. Gedo y Goldberg
llaman a esto el «princ ipio de la complemen-
tariedad teóric a». Demuestran que cada uno
de los modelos existentes tiene relevancia
para diferentes situaciones clínicas, y postu­
lan un modelo jerárquic o de cinco fases de
desarrollo, de complejidad creciente. E l pro­
greso hacia una posición funcional más ma­
dura depende del logro de la autonomía se­
cundaria en una o más de las restantes líneas
evolutivas, de modo que las situaciones de
stre ss propias de una fase no hagan retornar
al individuo a niveles más arcaicos.

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