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Sebastián Roberti
José Traboulsi
Para hablar de manera adecuada del trastorno de personalidad depresiva, se tiene que
tomar en consideración la personalidad depresiva, concepto que se remonta hacia
pensadores y científicos de la antigua Grecia, en la que se trataba como una alteración
de los elementos de la sangre y un desequilibrio de los humores. Empédocles estableció
que una persona sana se encuentra en un equilibrio de los cuatro elementos básicos: la
sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra, que a su vez poseían un lugar
específico en el cuerpo, siendo estos el corazón para la sangre, la flema en el cerebro, la
bilis amarilla en el hígado y la bilis negra en el bazo.
En este sentido, Karl Abraham menciona la semejanza entre los pacientes con
personalidad predepresiva y los neuróticos-obsesivos en cuanto a que existe una
relación amor-odio hacia una persona, además de la necesidad rendimiento asociada a
una, según Abraham, “hipertrofia de la conciencia moral”. Siguiendo a la corriente del
psicoanálisis, Freud indica que la personalidad depresiva presenta elementos similares
con la esfera obsesiva, agregando la proyección en la represión del odio característicos
de los neuróticos-obsesivos.
Por parte del japonés M. Shimoda (1932, 1960), se tienen rasgos característicos de los
predepresivos de Japón, entre los que está la hipersensibilidad del aparato emocional,
resultando en pensamiento insistente y tenaz, lo que termina constantemente en el
padecimiento de depresión. De este rasgo se considera su origen un gen específico.
Añadido a esta característica, se suma la escrupulosidad, la ejemplaridad social y la
obsesión de los sujetos por la realización de todo con una perfección exagerada.
Sumado a esto tenemos dos factores que destacan de la personalidad predepresiva, los
cuales son la includencia y la remanencia. La includencia se presenta como vivir el
orden y el espacio de forma excesiva, desproporcionada, enfermiza y la remanencia,
como entirse atrapado por el pasado, siendo incapaz de superarlo.
Los psicoanalistas, por su parte, hablaron del carácter depresivo, que se expresa como
una predisposición a estar abatido, decaído, con baja autoestima, sentimientos de culpa
crónicos y tendencia a la autocrítica. En 1969, Klein y Davis describieron el carácter
disfórico, cuyas principales características eran la tendencia crónica a quejarse y la
sensación de infelicidad permanente. Se trata de personas siempre insatisfechas,
apáticas, con pocos ánimos para hacer cualquier tipo de trabajo o actividad.
1. Nivel comportamental
2. Nivel fenomenológico
3. Nivel intrapsíquico
Mecanismo de ascetismo: cree que debe hacer penitencia y privarse de los placeres de la
vida. Rechaza el disfrute, y además se autocritica mucho, lo que le puede llevar a actos
autodestructivos.
4. Nivel biofísico
Estado de ánimo melancólico: de llanto fácil, triste, apenado, arisco, preocupado y con
tendencia a rumiar ideas. Se tienden a sentir malhumorados. Se enfadan con aquellos
que pretenden exagerar lo bueno a expensas de lo realista.
Cabe destacar que hace años se incluía en esta categoría psicológica a los neurasténicos,
quienes evitan abrirse a otras personas, no buscan recompensas, ya que existe un déficit
intrínseco por falta de esperanza, y valoran muy poco las propias posibilidades. A ello
se suman a hipersensibilidad psicológica: sufren por todo en demasía y es fácil que se
sientan heridos por los demás; cualquier pequeño fallo se vive de forma terrible,
dramática, sobre todo hacia el interior, ya que su capacidad de expresión hacia fuera es
muy escasa. Tienen problemas para relacionarse desde pequeños.
Las conductas de apoyo pueden ser tranquilizadoras para una narcisista, pero ya dijimos
que para el depresivo, y más para el de corte introyectivo, son desmoralizantes. Las
interpretaciones que redefinen la experiencia afectiva hacia el enfado caen en saco roto
con el narcisista, pero pueden aliviar y animar a los pacientes introyectivos.
Reconstrucciones interpretativas señalando unos padres críticos y las separaciones
nocivas, no tienen efecto con los pacientes narcisistas, aunque estén muy deprimidos,
porque el rechazo y el trauma no encajan con la narrativa interna de estos pacientes, y
sin embargo son útiles para un paciente depresivo acostumbrado a atribuir cualquier
sufrimiento a sus defectos. Es muy útil trabajar la transferencia con un paciente
depresivo, sin embargo, con un paciente narcisista puede reaccionar descalificándonos,
incluyéndonos en su idealización generalizada o simplemente no haciéndonos caso. La
diferencia fundamental entre un paciente narcisista y un paciente depresivo de corte
introyectivo es, que al primero lo consideramos patológicamente vacío, mientras que en
el segundo vemos una patología hecha de introyectos hostiles.
Para el tratamiento, el error frecuente es pensar que se trata de una depresión. El primer
paso debe ser hacerle ver al sujeto o que le pasa, para que tome conciencia de que su
forma de ser y funcionar es enfermiza, inadecuada y perjudicial. Si no se logra esto, el
resto tendrá poco valor.
La psicoterapia permite diseñar pautas de conductas sanas para que estos sujetos vayan
modificando y corrigiendo su patrón “extraviado”. Se actúa sobre los sentimientos, la
forma de pensar y las manifestaciones de la conducta. El establecimiento de un rapport
positivo entre el médico y el paciente es esencial; una alianza en la que la figura del
terapeuta tenga la suficiente fuerza como para diseñar nuevos esquemas mentales
(pensar en positivo, no distorsionar la realidad, ser más lógicos en la elaboración de
ideas y conceptos tanto personales como del entorno). No obstante, en uchos casos es
preciso administrar fármacos antidepresivos, ya que se combinan el trastorno de la
personalidad y una depresión añadida-
Caso clínico
Raquel tiene 26 años, trabaja en una agencia de viajes y, desde hace 4 años, se ha
independizado. Actualmente vive sola, no está casada y nunca ha tenido un novio
estable. No tiene amigos, ella dice que es por el hecho de que cuando no trabaja le gusta
estar en silencio, mientras que si está con alguien se ve obligada a conversar y esto la
cansa. En el pasado, sus amigos eran principalmente los compañeros de la escuela, con
los que actualmente no se relaciona. Después del bachillerato cursó el primer año de
Filosofía con óptimos resultados. A los 19 años decidió abandonar la Universidad
porque estaba desmotivada: se sentía inadecuada y poco capaz de seguir. Tampoco
quería cambiar de facultad y no se consideraba en realidad tan buena estudiante como
creían los demás. Empezó a trabajar en la agencia de viajes donde sigue en la actualidad
y donde se la aprecia muchísimo por su inteligencia y capacidad de trato con los
clientes. A los 23 años salió de una historia amorosa que duró año y medio con un
hombre de 45 años, casado. No tiene amigos y se pasa el tiempo libre sola, andando por
la calle o sentada en casa triste y desconsolada, con una sensación de pesimismo que
dice haber tenido siempre, desde que era pequeña. Son pocas las veces que no sale de
trabajar muy tarde, y no desempeña ninguna actividad de ocio o deportiva. En el último
período dedica su tiempo libre a ir de compras, y ha acumulado muchísimos vestidos y
zapatos. Cuando puede va también a rezar sola a la iglesia porque, según dice, se siente
culpable de haber tenido una relación con un hombre casado. Su tono del humor es a
menudo bajo (cuando no está trabajando). Desde el mes pasado empieza a tener
dificultades para despertarse por la mañana y al intentar dormirse por la noche. A
menudo se lleva trabajo a casa para no pensar y también responde a llamadas de clientes
en sus pocos momentos de descanso. Estas características de Raquel hacen pensar que
puede presentar un Trastorno de Personalidad Depresivo.
Anexos
Conclusiones
En estas épocas tan industrializadas, las personas que sufren de una personalidad
depresiva pueden mostrar un afán de realizar una actividad laboral patológica,
aumentando el riesgo de sufrir de un cuadro mayor de depresión.
La pérdida de sentido en la vida conduce generalmente a las personas a sufrir de
depresión, y esta pérdida está presente en la personalidad depresiva, por lo que
es un caldo de cultivo para la aparición de una distimia y posteriormente un
cuadro depresivo mayor.
Es importante que las personas se mantengan equilibradas de modo que puedan
vivir una vida normal, y en caso de sentirse solos e inútiles, recordar quienes son
y que son necesarios para la sociedad.