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Vivimos en un mundo que está cambiando rápidamente.

Lo observamos en los avances


tecnológicos, en la velocidad de circulación de la información y en los comportamientos humanos.
Esta realidad en la que hoy estamos inmersos puede parecer a simple vista evidente, sin embargo, a
veces de tan evidente se camufla entre los miles de pensamientos diarios y pasa frecuentemente
desapercibida, a tal punto de ignorarla o tal vez relativizarla completamente. A lo largo de estas
líneas, me propongo contarles mi propia experiencia personal, con respecto a esta toma de
consciencia y de su impacto en mi vida, no para vanagloriarme de ella, sino tan solo para motivar a
otros a lograr aquel propósito. Lo haré desde una perspectiva laboral, pero como todo en la vida,
todo está íntimamente conectado. El cambio en un aspecto implica el cambio en todos los demás. A
continuación, les relataré una historia de metamorfosis, no física, sino mental, pero que implicaría
casi un despertar laboral. Morir como Project Manager para renacer en un Product Owner. Pero de
la misma manera que el Ave Fénix renace de sus propias cenizas, este nuevo rol requiere, no destruir
todo lo realizado, sino convertirlo en una base sobre la cual construir futuro. Nada se pierde, todo se
transforma, reza una de las leyes de la termodinámica. La experiencia hace a la maestría.

Alguna vez me han preguntado para que me iba a involucrar en tal magnitud de cambio
cuando no hay necesidades materiales que lo ameriten. Creo que esa forma de pensar es un gran
problema, porque esconde grandes dosis de conformismo, de mediocridad y por supuesto, también
de pereza. Hay una forma de ver la vida diametralmente opuesta. La naturaleza siempre nos brinda
enseñanzas si aprendemos a leer su lenguaje simbólico: la vida es movimiento permanente, la
muerte, por el contrario, es quietud. Por supuesto, también es cierto que muchas veces, el único
agente de cambio termina siendo el dinero, lo material, lo efímero. Creo fuertemente que eso es por
demás nocivo, sin embargo, muchas veces nos domina la necesidad de supervivencia, y nuestro foco
esta puesto allí, en lo que podemos llamar un “deseo de recibir”. Pero ¿Cuánto mejor es encarar el
cambio desde la necesidad de evolucionar para así poder aportar algo mejor a nuestra sociedad?
Después de todo lo material es finito, pero nuestras acciones perdurarán a través de aquellos que
con ellas se beneficien.

Así, un misterioso día me propuse dudar de la manera en que en ese entonces gestionaba
los proyectos. Con un enfoque de Project Manager tradicional, estaba acostumbrado a lidiar con
cronogramas, con presupuestos y con tiempos. Aquellos tres elementos orientaban mis acciones
cotidianas, les rendía culto tal como si se tratasen de dioses pertenecientes a alguna religión
politeísta. El enemigo al que había que enfrentar con todas mis fuerzas era el cambio. Aquel
amenazaba cotidianamente mis objetivos diarios. Me desvelaba la necesidad de evitarlos a toda
costa. También estaba acostumbrado a delegar tareas, a definir roles y establecer deadlines
individuales para cada uno de ellos. En mis equipos
Horas y horas me esforzaba en planificar cada vez con mayor profundidad para que nada
quede fuera. Y sin embargo volvía a fallar. Los proyectos siempre traían consigo alguna novedad no
planificada, una verdadera trampa mortal para todo aquel que se dedique al Management.

Como Project Manager también aprendí a gestionar equipos de trabajo multidisciplinarios.


Teníamos el Proyecto, sabíamos claramente el alcance. Distribuir tareas era algo sencillo. Todo el
equipo sabía lo que tenía que hacer durante el mismo. Casi no tenían que pensar en nada, y así,
podrían poner todo su empeño en hacer lo que tenían que hacer. No había nada para inventar.
Siempre salíamos de las Kick Off Meetings (reuniones de inicio) motivados. Cliente y proveedor se
habían puesto de acuerdo y el proyecto ya podía comenzar. Sin embargo, en la primera semana ya
empezaban los problemas. El cliente mandaba un nuevo requerimiento que no había sido
contemplado y que significaba una importante cantidad de horas. El tercer mes comenzabamos con
los entregables, ya con un mes de demora. Allí aparecían nuevos requerimientos que implicaban
retrabajos, palabra que frecuentemente genera una gran desmotivación en aquellos que lo debían
ejecutar. El final era anunciado: relación cliente-proveedor totalmente desgastada, relación Project
Manager y C-Suite altamente desgastada, relación Project Manager equipo de trabajo, altamente
desgastada.

Todo comenzó hace 5 años. En aquel entonces era el líder de un equipo de ingenieros
desarrollando un Reactor Nuclear. El proyecto había se había extendido en el tiempo, era innovador
y nadie estaba preparado para tal desarrollo. Los cambios en el alcance eran moneda corriente,
como lo era el malestar global por no cumplir con los plazos estipulados. Las reuniones anuales para
presentar los resultados eran utilizadas para echar culpas y establecer un nuevo cronograma cuyo
fracaso se sabía de antemano. Mi rol como Project manager y líder de equipo por supuesto que
sufría daños colaterales, ya que la desmotivación global muchas veces conlleva a la pérdida de
confianza, sin la cual no puede existir un liderazgo efectivo.

Todavía recuerdo aquel día como si fuese hoy. Uno de los miembros de mi equipo, se acercó
para ofrecerme una mirada personal sobre aquella situación. Me insinuó que el problema quizá, no
eran las personas, sino todo el sistema. Tal afirmación me hizo reflexionar. Tal vez estábamos tan
acostumbrados a esa forma de hacer las cosas, que, aunque estuviesen mal, nunca las
detectaríamos, más aún las defenderíamos a muerte en tanto muchas de ellas son la razón de ser de
nuestro puesto laboral. ¿Estábamos frente a un gran paradigma institucional?

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