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La mundialización económica

(SEBASTIÁN Luis de , “La mundialización económica”, en FERNÁNDEZ BUEY Francisco (Varios), ¿Mundialización o Conquista?, Editorial Sal
Terrae, Santander, España 1999, pp. 59-86)

1. El neoliberalismo, la ideología de la globalización

Entiendo el neoliberalismo como una manera particular de pensar y actuar -teoría y programa-
respecto de la organización de la economía nacional e internacional que, basándose en los
principios de la economía neoclásica interpretados a la luz de las necesidades actuales e impulsada
por las actuaciones políticas del tipo de las de la Sra. Thatcher y el Presidente Reagan, se ha
extendido entre intelectuales, políticos y gobernantes en los últimos veinte años como una forma de
pensamiento único e insustituible.
Es una moda interesada de pensar y actuar que implica, naturalmente, pensamiento y acción
sobre realidades políticas y sociales conexas. Me voy a ceñir al neoliberalismo económico, porque
es en el terreno económico donde esta tendencia se manifiesta con más fuerza. Y me voy a referir a
él tal como se manifiesta en un conjunto de fenómenos sociales: discursos, libros. escritos y
medidas económicas y actuaciones de los gobiernos en general.
El neoliberalismo no es un cuerpo de doctrinas homogéneo, con tesis bien establecidas,
articuladas y aceptadas por todos los que se confiesan neoliberales, a excepción de la afirmación
general y como de principio de que en general los mercados resuelven todos los problemas
económicos y los problemas sociales con implicaciones económicas mejor que las administraciones
públicas. Se suele formular de muchas maneras y con muchos eslóganes, uno de los cuales, por
ejemplo, puede ser: «Los fallos de los mercados siempre son menos malos que los fallos de los
gobiernos». Es esto estarán de acuerdo todos los neoliberales que conozcáis.

El profesor del Colegio de Francia Pierre Bourdieu lo definía del siguiente modo:
«Un programa de destrucción de las estructuras colectivas capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro»1.

El neoliberalismo implica, en todo caso, una tendencia intelectual y práctico-política a primar -es
decir, a estimar más y fomentar preferentemente- las actuaciones económicas de los agentes
individuales, personas y empresas privadas -sobre todo de las grandes empresas- a través de los
mercados en que operan, por encima de las acciones de la sociedad organizada en grupos informales
(pensionistas), formales (asociación de consumidores, sindicatos), asociaciones políticas (partidos)
y gobiernos. Por eso hace tanto hincapié en todo lo que garantice la libertad de actuación de los
agentes individuales en la economía y, en primer lugar, en la propiedad privada e irrestricta de los
medios de producción, de las ganancias y en la defensa del patrimonio. Para él, la libertad de
actuación económica es una garantía de la libertad personal y una condición para el crecimiento
personal en responsabilidad y para un uso eficiente de los talentos de cada uno y de los recursos de
la sociedad. «La racionalidad se identifica con la racionalidad individual»2.
El neoliberalismo profesa que el mercado libre -o universal-, una abstracción de los muchos
mercados reales y concretos, más o menos libres, que tenemos hoy en día, coordina adecuadamente
las acciones individuales de carácter económico para conseguir un acervo de riquezas mayor del
que se podría conseguir con otros métodos de organizar la economía (planificación, intervención
estatal e incluso economía mixta). Los fallos que pueda tener el mercado, que no se niegan, se
consideran siempre menores, o de menores consecuencias, que los fallos de sistemas alternativos,
como la planificación central, por ejemplo, cuyo fracaso se pudo ver en Rusia y países satélites tras
la caída del muro de Berlín. Es verdad que la regulación y el control de los mercados y la
intervención en ellos del Estado como agente tienen también fallos, distorsiones e ineficiencias (la

1
« Le essence du néoliberalisme»: Le Monde Diplomatique (marzo 1998) 3.
2
lbidem.

1
corrupción entre otras), que para los neoliberales son peores que cualesquiera otras que se puedan
dar en el mercado.
Los neoliberales recalcan -no sin razón- que el mercado maneja más datos e interpreta mejor la
información que suministran voluntaria e involuntariamente los participantes en él, compradores y
vendedores, que cualquier oficina de planificación o control de los ministerios económicos. Los
empresarios y los consumidores saben mejor que ninguna agencia estatal lo que les conviene o no
(aunque a los consumidores también se les puede engañar), lo que prefieren o rechazan y lo que
quieren hacer con su dinero y su riqueza. La supuesta" racionalidad de los agentes individuales,
familias y empresas, que buscan un máximo de ventaja en las transacciones económicas que hacen,
asegura el uso más eficiente de los recursos escasos de la economía.
Los gobiernos tienen una racionalidad diferente; sin tener que hacer frente a la necesidad de
obtener beneficios para mantenerse en el mercado compitiendo con otros, no comparan tan
precisamente sus costos con sus beneficios. En consecuencia, su mentalidad es más política, porque
tienen que suponer que unos ciudadanos son más dignos que otros de recibir el dinero público. Por
todas estas razones, sus decisiones no logran soluciones óptimas desde el punto de vista del uso de
los recursos escasos sino a costa de grandes despilfarros y «elefantes blancos».
El neoliberalismo propugna que la acción del gobierno sobre la economía, a través de las
instancias y los instrumentos aceptados de política económica (política económica y fiscal, política
comercial y cambiaria, política de competencia, del medio ambiente, etcétera), sea lo menos intensa
posible. Pero aquí disienten las familias y las cabezas neoliberales, porque muchas veces reclaman
para sí y para sus empresas los beneficios de la intervención estatal concreta: ayudas y subsidios a
ciertas industrias, reducciones discriminatorias de impuestos, protección arancelaria, etcétera. Los
puros dirán que estos comportamientos no son de auténticos liberales; son en algunas cosas más
oportunistas que neoliberales. Pero ¡haberlos, haylos!
El neoliberalismo prefiere que la intervención estatal, cuando resulte inevitable, sea parca,
transparente, constante (con pocos cambios) y, en general, la menor posible. La oposición de los
neoliberales a la intervención gubernamental se ha vestido en nuestros días de ropaje -¿o disfraz?-
técnico y se ha expuesto con gran aparato econométrico. La razón, dicen los técnicos, es que una
política económica muy activa tiene pocas probabilidades de triunfar, porque los agentes
económicos tienen expectativas racionales sobre el acontecer económico. Según sean esas
expectativas, pueden creer o no creer que las acciones del gobierno, sobre todo en el terreno de
reducir la inflación, vayan a lograr sus metas. Si los ciudadanos no lo creen, las acciones del
gobierno fracasarán. Por ejemplo, cuando no se creen las predicciones de inflación que hace el
Ministro de Economía (sobre la base de su política anti-inflacionista), las actuaciones de los
individuos y las empresas hacen que la inflación sea mayor de lo que el ministro anuncia.
La manera de conseguir esta credibilidad sin fisuras sería quitar todos los poderes discrecionales
al Banco de España, imponerle una norma de actuación inmutable o, como pretendían algunos
economistas más radicales, regresar al sistema del patrón oro, en que las autoridades tienen las
manos atadas por las reglas de juego y el «mecanismo de flujo de la especie»3.
La crítica al Estado de bienestar en nombre de la responsabilidad personal y de los supuestos
excesos de la intervención estatal es otro de los temas recurrentes de los neoliberales.
Esta crítica tiene dos aspectos, uno de los cuales es, naturalmente, el gasto público que su
financiamiento genera. La financiación de la seguridad social se realiza a través de las cotizaciones
específicas y los impuestos generales del Estado, pero la educación y la salud se financian
frecuentemente con endeudamiento público que absorbe ahorros de las familias y las empresas,
apartándolos de usos más «eficientes», como su inversión en actividades productivas. De esta
manera, unos ahorros que ya son pequeños por el crecimiento incesante de la presión fiscal -dicen-
se desvían a financiar actividades no productivas, sustrayéndoselos a los sectores productivos. Esta

3
Paul R. KRUGMAN, The Age of Diminished Expectations. U.S. Economice Policy in the 1990s. MIT Press.
Cambridge Mass., 1990, p. 83

2
crítica es diferente de las observaciones hechas por muchos economistas amigos del Estado de
bienestar, que llaman la atención sobre el problema que hoy por hoy parece presentar el
mantenimiento del sistema de financiación.
El otro aspecto es más filosófico, porque consiste en ver al Estado de bienestar como una
amenaza a la libertad individual o, por lo menos, como una cortapisa a la iniciativa privada y «al
derecho que tiene cada persona a valerse por sus medios»4, en la medida en que acostumbra a los
ciudadanos al paternalismo del Estado que, garantizando una protección completa para las
eventualidades de la vida laboral, quita a los individuos el estímulo al trabajo, les hace menos aptos
para asumir riesgos y obtener mayores ventajas en una economía competitiva. Esta idea de que el
Estado de bienestar genera dependencia está muy extendida en Norteamérica, y de allí la han
tomado los neoliberales locales.

«El Estado no es la solución; el Estado es el problema»

De estos principios generales, se siguen con bastante lógica los criterios para la interpretación,
diagnóstico y remedio de los problemas concretos de nuestra economía. Los grandes problemas que
tenemos hoy en día suelen ser interpretados por los neoliberales como resultado de algún tipo de
intervención estatal o de las autoridades locales en la economía -en esto también hay diversidad de
opiniones-, lo que crea distorsiones en la asignación de recursos y retrasos en el crecimiento de la
productividad global. Dichos neoliberales suponen que una intervención exterior al mercado
necesariamente distorsiona un equilibrio, o una aproximación al equilibrio, que se puede lograr
naturalmente sin intervención alguna. «El Estado no es la solución; el Estado es el problema» es un
eslogan que resume esta manera de pensar. No se plantean que la intervención se hace normalmente
no en un mercado en equilibrio, sino en un mercado ya muy distorsionado, donde no hay esperanza
alguna de equilibrio automático. La intervención estatal puede mejorar la situación si se realiza
como una aproximación a los valores óptimos.
Por poner algunos ejemplos, el desempleo, que sin duda es uno de los principales problemas de
nuestra sociedad, para los neoliberales es resultado exclusivamente de las rigideces en el mercado
de trabajo. Estas rigideces son el fruto amargo de la legislación laboral, de la protección social y de
la existencia y acción de los sindicatos. Es decir, que el desempleo sería un exceso de oferta
(personas que ofrecen sus servicios laborales) sobre la demanda (de los empresarios para
emplearlos en actividades productivas) a los precios -o costos laborales- que incorporan la
protección social. Para eliminar ese exceso de oferta, o bien se reduce la misma, saliendo gente del
mercado de trabajo, lo cual se hace eventualmente aumentando el desempleo involuntario, o bien se
reduce el salario real o -lo que es más relevante- el costo para empleador de contratar mano de obra
(lo que incluye la facilidad y baratura del despido).
Es un argumento en apariencia contundente, pero que tiene un supuesto bastante difícil de
cumplirse en una economía en crisis: que la demanda de mano de obra en su conjunto tiene una
importante elasticidad con respeto al costo unitario de la misma5. De manera que, con la debida
reducción de costos laborales, se absorbería en el mercado de trabajo a los tres millones de
desempleados. El argumento supone que el mercado de trabajo se puede equilibrar a valores
positivos (supuesto que nadie discute), aunque no hay ninguna evidencia empírica que lo sugiera, y
a valores tales que sean socialmente aceptables; es decir, que no sean tan bajos que la gente se eche
a la calle o se produzca una deflación.
La crisis industrial de algunos sectores productivos, como el carbón, el acero, el textil, la
construcción naval, etcétera, es para los neoliberales puros resultado de una política de
subvenciones estatales sin contraprestación alguna por parte de las empresas públicas del sector en
términos de aumentos de la productividad. Los problemas de la seguridad social, sobre todo en

4
Como suele repetir el Sr. Millet i Bell, ilustre neoliberal cum oportunista catalán.
5
Lo más probable es que, si se reducen los salarios en una situación de crisis -con insuficiente consumo- como sucede
ahora (1996), se aumente la crisis, como sucedió en Estados Unidos e Inglaterra en los años treinta, en tiempos de la
Gran Depresión.

3
cuanto a la asistencia médica y sanitaria, tendrían que ser resueltos por medio de seguros médicos
privados, lo que equivaldría a privatizar la medicina, por así decir, deshaciendo lo andado por la vía
del Estado de bienestar desde después de la Segunda Guerra Mundial, un período de casi medio
siglo de luchas y conquistas sociales de la mayoría de los ciudadanos.
Típicamente, los neoliberales europeos aceptan con muchas reticencias lo que nos ofrece el
Tratado de la Unión Europea de Maastricht. Pero su opinión es bastante ambigua, porque les
gustaría que ya estuviéramos en la Europa de la perfecta movilidad de bienes, servicios y factores,
sobre todo en el mercado de trabajo. Les gustaría estar en la Europa de la completa Unión
Monetaria y Económica con un mínimo gobierno de los Estados y comunitario europeo, pero no
parecen dispuestos a aceptar las Directivas y otras normas que emite la Comisión de Bruselas para
llegar a ese estado de felicidad. «La burocracia de Bruselas» es una de las «bêtes noires» para estos
señores y sufre todo tipo de críticas por este concepto. En la medida en que los Estados transfieren
sus competencias respecto de la política económica, la regulación de los mercados y la intervención
en ellos a la Comisión, se transfiere hacia ella el odio y los ataques de los neoliberales.
El subdesarrollo de los países pobres, la problemática del Tercer Mundo, es otro problema que
los neoliberales achacan en gran medida a falsas políticas que han ignorado al mercado y han
preferido que unos funcionarios internacionales (del Banco Mundial, por ejemplo) y nacionales (de
los ministerios de planificación) determinaran qué líneas maestras de actividad tenían que seguir los
países para desarrollarse. Según Úster, habría habido mucho dogmatismo, no contrastado con el
mercado, al emprender la industrialización de sociedades agrarias especializadas en producir para la
exportación, en vez de perfeccionar los mecanismos del mercado y fomentar el control de la
natalidad. El crecimiento exagerado del sector público, que ha utilizado mucho dinero ineficiente y
corruptamente, habría sido otro freno al desarrollo de los países pobres.

La solución de los enormes problemas de los países en vías de desarrollo sería una estrategia
para reforzar los mecanismos del mercado consistente en:

a) privatizar, para eliminar las eficiencias de las empresas públicas;


b) restaurar los precios de mercado en las utilidades (agua, electricidad), transportes públicos y
productos básicos, para estimular a los productores, sobre todos a los de alimentos, y
racionalizar el uso de los recursos escasos;
c) liberalizar el comercio exterior, para que afloren las ventajas comparativas (pero entienden
que esto sólo es posible si los países desarrollados abren sus mercados a los productos con
«ventaja comparativa»);
d) establecer un sistema legal y judicial adecuado para proteger la propiedad y garantizar el
disfrute de los beneficios del esfuerzo empresarial; por ejemplo, sin cargas fiscales
excesivas;
e) reducir las dimensiones del Estado, es decir, menos ministerios y cargos públicos, para
reducir el gasto público hasta lo estrictamente necesario;
f) fomentar la educación y la salud por medio de sistemas que aseguren la libertad de opción
de las familias (por ejemplo, por medio de vales entregados a las familias que puedan
emplearse en la escuela que prefieran), penalicen el mal servicio y ahorren gastos en
educación y salud.

El desmantelamiento de las economías socialistas de Europa del Este es para los neoliberales una
solemne comprobación de todas sus tesis. El mercado ha impuesto su ley a la larga. Las
ineficiencias que se originan cuando se ignoran completamente las señales y alarmas que lanza el
mercado acaban siendo mortales para el sistema de planificación socialista. La crisis de los países
del este de Europa es la «reductio ad absurdum» de las economías socialistas y, por implicación, de
todos los sistemas que otorgan una gran preponderancia al Estado como agente regulador de la
actividad económica. La lucha entre la planificación y el mercado, la iniciativa privada y la
intervención estatal, se ha zanjado definitivamente a favor de la libertad y el individuo. ¡La historia
ha terminado!
4
Lo nuevo del neoliberalismo

¿En que se diferencian el neoliberalismo y el liberalismo clásico de los siglos XVIII y XIX? Pues
sobre todo en la concepción de la economía y su relación con la sociedad: para los economistas
clásicos, las transacciones que se desarrollan en los diversos mercados no son sino un aspecto o fase
del funcionamiento de la sociedad. Por lo tanto, para que el mercado (es decir, el conjunto de
mercados interconectados) organice bien, eficiente y equitativamente, la producción y el reparto del
producto es necesario que esté encarnado en unas instituciones políticas y sociales adecuadas, en
comportamientos humanos civiles y solidarios, bajo la vigilancia de un sistema legal estable,
objetivo, justo y transparente, que ordene la actividad económica de los individuos al bien más
común y general. De manera que esta concepción la vida económica no queda reducida, ni para el
análisis6 ni para la política, a los fenómenos y comportamientos observados en los mercados. Hay,
en efecto, muchas transacciones económicas que no se hacen en mercado alguno, como las
herencias y las transferencias dentro de una familia o de una empresa, y no todos los
comportamientos económicos que se observan en los mercados pueden explicarse con supuestos
simples sobre el «homo economicus».
Los liberales de la Economía Política Británica no tenían una idea optimista de la sociedad. La
veían atravesada por los conflictos de intereses entre rentistas y empresarios capitalistas, entre éstos
y los obreros, entre los obreros y los propietarios agrícolas, etcétera, y se preocupaban por el futuro
de la clase obrera bajo el capitalismo. Consideraban, con David Ricardo, que «determinar las leyes
que regulan esta distribución (la del producto nacional) es el principal problema de la Economía
Política»7.
Por el contrario, el liberalismo neonato -o neoliberalismo- reduce la actividad económica de una
determinada sociedad a los fenómenos de mercado interpretados a partir de un paradigma de
explicación que, junto a su elegancia formal posee la cualidad de haberse probado utilísimo para
ocultar problemas, refutar a críticos y encubrir el ejercicio del poder de las grandes empresas en los
mercados, como ya hace años denunciaba John K. Galbraith8. El modelo super-abstracto de una
economía competitiva (perfectamente competitiva), que puede ser útil para entender y analizar los
vínculos entre los diversos agentes y mercados de la vida real, se ha convertido en una construcción
ideológica que suministra prescripciones normativas, sin tener en cuenta el cúmulo de condiciones
necesarias para que esas prescripciones sean normativamente óptimas. Así se toma la existencia de
un mecanismo automático de regulación de todos los mercados simultáneamente (equilibrio general
cum óptimo de Pareto), que teóricamente necesita supuestos muy fuertes, como una realidad
probada, con la consecuencia lógica de que no hace falta que el Estado intervenga para regular cosa
alguna, porque los mercados lo hacen mejor. Es una manera elegante y «científica» de reclamar
libertad para los más fuertes, para los que de hecho -y no de derecho- dominan los mercados.
El poder en los mercados se oculta también negando los conflictos en la redistribución del
producto, que era el problema principal en los liberales clásicos.

«Lo que sean los salarios ordinarios del trabajo depende en todas partes del contrato que
normalmente se hace entre las dos partes, cuyos intereses no son en absoluto los mismos. Los
trabajadores desean obtener lo más posible, y el patrón dar lo menos posible. Los primeros están
dispuestos a unirse para aumentar, y los últimos para bajar los salarios del trabajo»9.

La negación del conflicto distributivo se basa en el supuesto filosófico de la armonía preestablecida


(«vivimos en el mejor de los mundos»), que se refleja maravillosamente en la explicación

6
Los analistas liberales clásicos hacían «Economía Política», los neoliberales pretenden hacer «Economía» secas.
7
David RICARDO. The Principles of Political Economy and Taxation, 1887. Prólogo.
8
John K. GALBRAITH. Economics and the Public Purpose. Penguin Books, London 1978.
9
Adam SMITH, An lnquiry into the Nature and Causes of The Wealth of Nations, 1778. Libro. I, cap. vii.

5
neoclásica de la distribución del ingreso. Profundicemos un poco más en las diferencias entre el
liberalismo clásico y este neoliberalismo que en tantas cosas le contradice.
El motivo de lucro funciona dentro de una sociedad bien ordenada, donde a nivel colectivo
impera la ley y el orden y a nivel personal las apetencias personales están temperadas por la
simpatía o «fellow feeling», entorno filosófico, humanista o humanizador del mercado10. El motivo
de lucro no resume toda la racionalidad, ni siquiera la racionalidad económica de las personas. La
afirmación del motivo de lucro, que es consecuencia de la afirmación de la libertad personal, se
hace contra la negativa a darle juego en un régimen económico controlado por la corona.
Afirmación de la libertad para comprar y vender, aplicar los recursos de capital a esta o aquella
actividad económica, en un contexto de afirmación de los límites de los ámbitos de libertad
privados: hasta donde llegue el derecho ajeno. Pero los individuos y las empresas no tienen libertad
para conspirar y formar monopolios para coartar la competencia y causar un perjuicio al bien más
común y general.
El papel del Estado está bien determinado por la satisfacción de aquellas necesidades que las
personas individuales y los mercados no pueden satisfacer porque la rentabilidad privada es inferior
a la social. «Hay cosas que si se dejaran a los individuos nunca se harían». Como en los tiempos de
J.S. Mill, «las funciones admitidas del gobierno abarcan un campo mucho más amplio de lo que se
puede incluir en el círculo de cualquier definición restrictiva».

1. La producción sigue leyes casi mecánicas, como las de la física. La distribución se hace por
medio de otros principios, la costumbre, por ejemplo.
2. La distribución es un proceso conflictivo en una sociedad de intereses encontrados, en que los
intereses de las distintas clases sociales, los que viven de los diferentes factores de producción,
no siempre coinciden y a veces son opuestos.
* Se excluye así cualquier idea de una «armonía preestablecida». Si se aplica el concepto de la
«mano invisible» -«siguiendo cada cual su interés se llega al interés de toda la sociedad»- al
proceso de la distribución, se hace violencia y se tergiversa a Adam Smith. A. Smith no
aplicó a la economía de una manera sistemática la alegoría de la mano invisible, que sólo
utiliza un par de veces (equilibrio parcial). Dicha alegoría se podrá aplicar todo lo más al
proceso de asignación de recursos (supuesto un Estado de la distribución dado): eficiencia,
pero no al reparto de los beneficios: equidad.
3. No hay mecanismos mecánicos de distribución, ésta tiene que ser un proceso de pactos y
acuerdos resultado de una negociación de las partes con un árbitro imparcial, que debe ser el
Estado.
4. La economía neoclásica, reaccionando más contra Smith y Ricardo que contra Marx (a quien
apenas conocían), elimina la posibilidad del conflicto con una teoría matemática de la
distribución, suponiendo que la macro-función de producción de la economía es homogénea de
primer grado (no hay economías de escala) y aplicándole una propiedad del teorema de Euler
sobre este tipo de funciones. De modo que resulta que si se paga a cada factor de producción el
valor de su producto marginal, o aporte en el margen de cada factor (la última unidad de factor
aplicada) al producto total, el producto en su totalidad se agota, no quedando ulteriores
excedentes que repartir (pero tampoco nadie se quedaría sin lo que le corresponde, porque habría
justamente esta cantidad de producto). Nítido. Yo estudié esta teoría en la LSE de los labios de
Harry G. Johnson de la Universidad de Chicago. Así no hay lugar al conflicto, porque no hay
«excedentes no asignados», y las reglas del reparto son «justas» ¿Cómo va a demandar nadie una
parte mayor de lo que aporta?
* Los problemas de aplicación de esta teoría son conocidos. Ni las funciones de producción
son homogéneas ni se sabe cuál es el «producto marginal» de cada factor de producción,
porque las interacciones de los factores entre sí oscurecen las relaciones de un factor
individual con el producto, resultan complejas y difíciles de observar y medir. Y, en todo

10
Adam SMITH, The Theory of Moral Sentiments, cap. 1.

6
caso, solo las observaría y mediría quien tuviera una visión global de la trama de la empresa
y del proceso productivo; siempre sería el producto marginal en cuanto percibido por el
propietario de la empresa. De hecho, así funciona: se contratan unidades de factor mientras
se calcula que van a generar más beneficio que costos. El empresario actúa como si pagara
el valor neto (para la empresa) del producto marginal. Pero eso no es así en realidad, porque
los mercados no son competitivos.

Yo recordaría a los neoliberales un pasaje de la Autobiografía de John Stuart Mill:

«Para escapar del error, al aplicar las conclusiones de la economía política a los negocios reales de
la vida, tendríamos que considerar no sólo lo que sucederá suponiendo el máximo de competencia,
sino en qué medida el resultado se vería afectado si la competencia se queda por debajo del
máximo».

El neoliberalismo supone a veces una armonía preestablecida de puertas afuera, cuando quiere hacer
proselitismo, convencer o defenderse; es el mensaje que venden las universidades, los centros de
estudio y los medios de comunicación que defienden la utopía neoliberal: la liberalización, la
privatización, la introducción del mercado resulta en un juego suma positivo en que todos ganan (y
si algunos pierden, siempre pueden ser compensados adecuadamente). En cambio, de puertas
adentro la práctica supone un mundo enfrascado en la lucha por la supervivencia de los mejor
dotados: lo más opuesto a una armonía preestablecida. Sería mejor que hablaran claro. Los grandes
empresarios, que son los campeones del neoliberalismo, piensan en términos de evolución y
supervivencia, y actúan en consecuencia, sacrificando todo lo que tengan que sacrificar para
sobrevivir al nivel de supervivencia que exigen los inversores, los propietarios de las grandes
empresas que son sociedades anónimas.
Los protoliberales partían de una situación política injusta, en la que la organización y regulación
de la actividad económica reflejaba la asimetría de poder entre la elite y la ciudadanía, la corona y
la sociedad civil. El liberalismo es un movimiento para ampliar el ámbito de libertad positiva -
«libertad para hacer»- de los ciudadanos y de sus asociaciones frente a un poder absoluto. El
neoliberalismo defiende y promueve en la práctica el poder absoluto de las grandes empresas
globales, a costa del ámbito de libertad de los ciudadanos privados (¿dónde queda aquello de que el
consumidor es el rey?), de las asociaciones (decadencia de los movimientos sindical y cooperativo),
de la sociedad civil e incluso del Estado nacional (¡qué se lo pregunten al presidente de Indonesia!).
No tiende a ampliar, sino a restringir el ámbito de libertad de individuos y asociaciones; defiende el
poder absoluto; y argumenta falazmente a partir de los principios liberales que se esgrimieron para
implantar otra cosa completamente distinta.
La prueba palpable de que con la teoría armonicista del equilibrio general no se hace más que
defender los intereses de las empresas es la tolerancia de los neoliberales con los monopolios
privados, el fomento de las fusiones y adquisiciones que llevan a la destrucción progresiva de la
competencia en los mercados claves (comunicaciones, medicamentos, aviación, banca, finanzas,
etcétera) y, en definitiva, su traición al análisis de los liberales clásicos de los males del monopolio,
así como de los efectos del desarrollo capitalista en las distintas clases sociales, que llevan a cabo
sin dejar de recitar el credo de la libertad individual, la igualdad de oportunidades y la santidad de la
competencia.

Neoliberalismo global

El neoliberalismo es global porque el ámbito de aplicación de sus prescripciones es el mundo


entero. La libertad que se pide para los mercados significa libertad para los mercados globales: los
mercados financieros, los mercados de mano de obra, los mercados de bienes y servicios. Se pide
libertad respecto de la intervención y regulación tanto nacional como internacional. Los
neoliberales no sólo están en contra de la intervención de los gobiernos de los diversos Estados en
sus respectivas economías, sino también en contra de las intervenciones del Fondo Monetario en los

7
mercados financieros y de la OMC en los mercados de bienes y servicios, y se oponen asimismo a
la ayuda al desarrollo que realizan el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo. Y lo que
es el colmo, están en contra de la supervisión parcial e interesada que ejerce el G- 7 sobre las
economías mundiales. Los neoliberales del partido demócrata americano, por ejemplo, están
tratando de bloquear en el Congreso que el gobierno aumente su contribución al FMI para ayudar a
resolver los problemas de las economías asiáticas. Por no mencionar los atrasos que Estados Unidos
debe a las Naciones Unidas, organización que consideran inútil o más bien nociva, menos cuando la
necesitan para enmascarar una acción punitiva en Irak.
Los neoliberales querrían que el mundo fuera sólo de los agentes que operan dentro de los
mercados, sin que nadie de fuera les diga lo que pueden o no pueden hacer. Esta apetencia de
libertad desmedida se disfraza de inevitabilidad: de la inevitabilidad de unos procesos que se van
imponiendo por la propia determinación y fuerza económica de los agentes que los impulsan, según
el plan que tienen para abrir todos los países del mundo a la acción de las grandes empresas y
bancos. Se está trasladando la arena donde luchan y se enfrentan a todo el territorio del planeta, y
aspiran a establecerse y dominar los grandes espacios económicos del mundo: USA, UE, China,
India, Rusia, la cuenca del Pacifico, Indonesia, Brasil y toda Sudamérica, etcétera. Las barreras a
este intento de penetración y conquista son las viejas barreras de la soberanía nacional, los frenos
del Estado de bienestar y la legislación laboral (en Europa no tienen más remedio que aceptarlo,
pero en el resto del mundo tratan de que no se implanten, a la vez que se llevan los negocios que
hay en los seguros médicos y en las pensiones).
La libertad que defiende el liberalismo de nuevo cuño es la libertad de presencia y operatividad
de las multinacionales: que sus movimientos, su danza de inversiones directas y financieras, sean
libres e irrestrictos; que puedan fabricar donde quieran y contratar obreros en las condiciones que
quieran, sin atender a las normas de la OIT y de los países civilizados.
En esta ponencia se afirma que el neoliberalismo, que acabamos de describir rápidamente (véase
mi próximo libro «El rey desnudo. Cuatro verdades sobre el mercado», para un análisis más.
extenso y técnico), es el sistema ideológico de racionalización y justificación de que se sirven
quienes impulsan y defienden el fenómeno de la globalización moderna como un fenómeno
económico -o de consecuencias económicas- imparable, que presenta unas exigencias ineludibles a
las que todos los pueblos y naciones se tienen que plegar. Estos impulsores son, naturalmente, las
grandes empresas y mega-empresas multinacionales o globales, que fomentan y financian las
investigaciones de los profesionales de la economía y el discurso de los medios de comunicación -
los creadores del pensamiento único- para convencer a los gobernantes y al público en general de
que no se pueden hacer las cosas de otra manera.

2. Naturaleza y dimensiones de la globalización

Significado de la globalización

El término «globalización» significa cosas distintas en los distintos lugares. En los Estados Unidos,
por ejemplo, cuando se habla de globalización se piensa en el crecimiento de las importaciones de
manufacturas, como se puede ver en el cuadro siguiente.

CUADRO 1
IMPORTACIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS (m.m. de dólares)

Países de origen 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995
Industrializados 245.4 259.7 283.2 292.5 299.9 294.3 316.3 347.8 389.4 430
En vías de desarrollo 123.1 150.1 164 184.9 198.4 196.7 220.2 241.6 278.7 320.4
Incrementos (%) — 21.95 9.33 20.73 7.34 -1.01 12.24 10.71 15.75 15.11
Totales 368.5 409.8 447.2 477.4 488.3 481.0 536.5 589.4 668.1 750.4
Fuente: Economic Report of the President. 1996. US Government Printing Office. p. 395.

8
Como puede apreciarse, las importaciones totales se han duplicado en diez años (crecieron en un
103%), pero las procedentes de los países en vías de desarrollo crecieron todavía más, en un 160%
para el mismo período (a un ritmo del 12,5% de crecimiento promedio anual en los últimos diez
años). A los norteamericanos, como resultado de la globalización, les impacta sobre todo el
espectacular crecimiento de las importaciones procedentes de China y de México.
En Europa, a diferencia de en los Estados Unidos, donde los movimientos de capitales no tienen
mucho efecto11, la globalización se vive más como dependencia de los mercados financieros, que se
cargaron el Sistema Monetario Europeo en 1992, por ejemplo, y amenazan constantemente las
paridades de sus respectivas monedas entre sí y con respecto al dólar y al yen. El intento de hacer
una moneda única tiene como objetivo en parte evitar estas fluctuaciones, reducir el ámbito de la
especulación y mantener la paridad de la moneda única (el euro) con el dólar y el yen. En España, la
globalización está mediada por la europeización, ya que nuestra inserción en los mercados
mundiales se hace mayoritariamente a través de nuestra pertenencia a la Unión Europea, de donde
nos vienen las inversiones y las importaciones y a donde enviamos la mayor parte de nuestras
exportaciones; y de allí llegan también los impulsos monetarios que limitan nuestra soberanía
económica.

CUADRO 2
ORIGEN DE LAS IMPORTACIONES ESPAÑOLAS, 1994
(en miles de US dólares)

Origen Importaciones Aumento: 1989-94 Porcentaje del total


Mundo 12 852 384 37,08 % 100%
Países OCDE 11 034 244 35.35 % 85.85 %
- Unión Europea 10 423 803 36.89 % 81.10%
Países No-OCDE 1 817 182 49,54 % 14.15%
- Europa Oriental 459 280 78,07 % 3,57%
- América Latina12 249 250 2,78 % 1,94%
- África 223 967 23,29 % 1,74%
- Asia 864 887 75,34 % 6,73%
(China) 247 760 105,46 % 1,93%
(Francia) 2 544 722 51,14% 19,80%
Fuente: Banco de España. Sector exterior. 1995.

En algunos países en vías de desarrollo -los más afortunados-, la globalización se vive como la
apertura de los mercados extranjeros a los productos manufacturados propios y de los mercados
financieros propios a los capitales extranjeros, que vienen a financiar empresas y la deuda pública.
La globalización para ellos está llena de oportunidades, que se traducen en tasas de crecimiento
muy elevadas, desde el 12% anual de China y el 10% de Singapur al 7% de Chile, pero también
llena de peligros, sobre todo del peligro de una rápida salida de capitales, como sucedió en México
en diciembre de 1994, así como en los demás países afectados por el efecto «tequila». En otros
países, sobre todo del continente africano, la globalización significa una apertura de sus mercados
sin claras compensaciones o la simple marginación de los más pobres en recursos naturales.

Dimensiones de la globalización

Es importante delimitar las dimensiones reales del fenómeno de internacionalización e


interdependencia a que se atribuye el pomposo nombre de «globalización» y separar los ámbitos

11
Si no causan fuertes caídas en la Bolsa, como la de octubre de 1987.
12
Sin contar a México, que ya es miembro de la OCDE y de NAFTA.

9
que están globalizados de los que no lo están tanto y de los que no lo están en absoluto. Empecemos
por los primeros:

a) Globalización del transporte y las comunicaciones

El gran desarrollo que hemos vivido en los transportes y las comunicaciones ofrece la base
objetiva a la mundialización de las relaciones entre naciones y a la comunicación entre personas
distantes. La aviación comercial (que, por cierto, está relativamente estancada después de unos
años de rápido crecimiento) ha facilitado los viajes intercontinentales. ¿Qué os voy a decir yo a
vosotros? Muchos aspectos de la vida han cambiado por el hecho de que se pueda en poco
tiempo, y relativamente con poco dinero, viajar a otros continentes, ver y aprender lo que en
ellos se hace, establecer relaciones comerciales, invertir en ellos o irse a vivir allí. La
composición de las poblaciones, por ejemplo, se altera con facilidad: en Estados Unidos, el 10%
de las personas censadas en 1993 no habían nacido en ese país, y el 6% de los habitantes de
Alemania nacieron fuera de ella.
El conocimiento de las lenguas extranjeras es otro de los fenómenos de los últimos tiempos.
Que uno pueda prácticamente recorrer el mundo hablando inglés es prueba de ello. Aunque
tampoco conviene exagerar, porque la mayor parte de los chinos y japoneses no hablan inglés ni
ninguna otra lengua occidental, como casi nadie en Occidente habla el chino o el japonés. Esto
de las lenguas no hay que exagerarlo, así como tampoco el conocimiento de otras culturas: se ha
mejorado, pero la proximidad todavía no ha eliminado la incomprensión y la intransigencia. Pero
sin duda la revolución de las comunicaciones ha sido lo más determinante en este fenómeno que
se llama globalización, al permitir la rápida transmisión de sonido, imagen y datos por todo el
mundo. Con ello han cambiado las posibilidades de conocerse e interactuar de los diversos
pueblos y personas de la tierra. La velocidad y exactitud de las comunicaciones ha eliminado la
distancia como elemento que dificultaba la comunicación de las personas (aunque quedan otras
dificultades). Internet es una de las últimas pruebas de lo que afirmamos: este relativamente
sencillo y barato invento me permite a mí en Barcelona leer el «Washington Post» y «La Prensa
Gráfica» de San Salvador C.A., y a los salvadoreños leer «El Periódico de Catalunya» antes que
yo (por la diferencia horaria). Esto posibilita, entre otras cosas, tener información sobre
compradores y vendedores y, en definitiva, facilita el comprar y vender, el hacer negocios en
países lejanos. Pero también por medio de Internet se pueden conocer mejor las necesidades y las
demandas de los pueblos pobres, antes alejados y desconocidos.

b) Globalización de imágenes y de patrones de consumo

A nivel cultural existe una verdadera globalización de imágenes. Probablemente, el mayor


grado de internacionalización se da en el ámbito de las comunicaciones audio-visuales: cine,
vídeo y televisión (yo he visto una novela mexicana en un hotel de San Petersburgo, y una
película de la India en la televisión venezolana, y películas norteamericanas en todo el mundo), y
no digamos el éxito que tienen en España los «culebrones» brasileños. Las cadenas de televisión
de todo el mundo están alimentadas básicamente por las mismas grandes productoras y
distribuidoras. Casi todos los habitantes de la tierra vemos en la pantalla las mismas imágenes.
Pero esta globalización es limitada, porque, aunque no sea necesario entender lo que se habla
para hacer la imagen atractiva, el lenguaje frena la comprensión de lo que se ve. Como no todo el
mundo entiende el lenguaje original -cuando no se ha doblado o se ponen subtítulos-, se queda
sin captar el mensaje que las imágenes quieren transmitir. Y así una misma película puede decir
cosas diferentes a los diversos habitantes del planeta que la contemplan desde situaciones
existenciales completamente distintas.
Una cierta globalización se da también en las imágenes de los productos globales, en los
colores y los dibujos que identifican productos como Coca Cola, zapatos Nike y Reebok, marcas
de cigarrillos, marcas de gasolina y a algunas empresas que están por todo el mundo, como

10
McDonals, Pizza Hut, IBM, etcétera, etcétera. Quien haya viajado mucho constatará que estas
imágenes se encuentran hasta en los lugares más remotos. Lo cual indica que se da una cierta
generalización a escala de los patrones de consumo entre las personas que tienen un cierto poder
adquisitivo de todo el mundo. Los pobres, que son la mayoría, participan menos activamente en
este aspecto de la globalización. Los pobres, como veremos a continuación, están menos
globalizados que los demás, es decir, participan menos activamente en los procesos y
comportamientos que se repiten por doquier en el mundo, aunque sufren las consecuencias de las
acciones globales, como las fugas de capitales.

c) Internacionalización de los mercados financieros

Desde el punto de vista económico se habla mucho de la globalización de los mercados


financieros, expresión con la que se quieren describir dos cosas: el crecimiento de los mercados
financieros y la facilidad y la libertad de movimientos del dinero entre ellos. Es evidente que los
mercados financieros han crecido mucho en volumen y en «plazas» donde se negocian los
activos internacionales (depósitos, acciones, bonos, títulos de deuda. . .), sobre todo a raíz de la
incorporación a los mercados tradicionales de los países ricos de los mercados «emergentes» de
los países en vías de desarrollo y los nuevos «paraísos fiscales». Otro dato nuevo del capital
financiero a finales del siglo XX es que el capital se mueve en el mundo con gran facilidad,
gracias a las innovaciones tecnológicas en las comunicaciones y la informática, y con gran
libertad, porque muchos países han renunciado a las regulaciones de los movimientos de
capitales (liberalización), para atraer a estos últimos a fin de financiar sus propias necesidades (y
endeudarse), que es algo diferente aunque conectado con lo anterior.
La facilidad de movimientos y la magnitud de las masas de dinero dispuestas a moverse13 a la
menor oportunidad de obtener una ganancia hacen que estos movimientos tengan características
de verdaderas avalanchas que entran o salen de los países en pocos minutos, y en ese corto
espacio de tiempo pueden cambiar drásticamente el entorno económico de cualquier país. Esto
hace que los gobernantes estén sumamente atentos a lo que puedan pensar los «mercados» de sus
actuaciones. Naturalmente que cuanto mayor sea un país y las dimensiones de su economía -y,
por lo tanto, menor proporción del PNB supongan los capitales en movimiento- menor será el
impacto sobre la economía «nacional». En Estados Unidos, por ejemplo, la venta de dólares en
los mercados internacionales, que lleva a depreciar el valor del dólar frente al yen y al marco, no
tiene los mismos efectos sobre su economía que un movimiento equivalente de venta de pesos
mexicanos. La diferencia consiste simplemente en que la economía de los Estados Unidos es
mayor. Esto, dicho sea de paso, es uno de los argumentos económicos para la Unión Monetaria
que se manejan estos días en Europa. Y, por la misma lógica, si en Mercosur, o en toda América
Latina se constituyera una unión monetaria, el efecto desestabilizador de los movimientos de
capitales sería menor; no habría más «efecto tequila».
De este ámbito en el que el capital se mueve libre y masivamente se excluyen los países
pobres de África, donde el riesgo para los inversores es muy alto, y los países donde todavía hay
restricciones a los movimientos de capital (no han liberalizado sus mercados financieros: China,
entre otros); Corea, India, Pakistán, Indonesia (países en los que la inversión extranjera adopta la
forma de capital productivo o «foreing direct investment»); y, en alguna medida, Chile y
Colombia en América Latina. Aquí nos encontramos de nuevo con que la globalización de los
mercados financieros es limitada y parcial, y de ella se excluyen en cualquier caso los países más
pobres. Curiosamente, el capital va con menor entusiasmo a los países que más lo necesitan y en
los que, empleado de forma apropiada, podría producir a largo plazo mayores rendimientos. Pero
los capitales no pueden esperar; se mueven por las ganancias más seguras e inmediatas (menor
riego con mayor ganancia: ésa es la ley y los profetas). Hay, además, circuitos preferentes y

13
Se estima que las operaciones diarias consistentes en compra y venta de moneda extranjera pueden llegar a un billón
(millón de millones) de dólares.

11
modas para la inversión financiera, lo que resta globalidad a sus movimientos. De hecho, la
mayor proporción de todo el capital en movimiento un 85% del mismo, se mueve entre los
centros financieros tradicionales de los países ricos, y los mercados emergentes sólo se llevan el
15% del total. Por ejemplo, únicamente un 2% de los activos financieros de los fondos de
pensiones americanos están invertidos en mercados emergentes14.
En resumidas cuentas, el capital no está tan globalizado ni tan repartido por el mundo como
los teóricos de la globalización nos quieren hacer creer, sino que se concentra, como todo lo
demás, en los países ricos, dejando en los países en vías de desarrollo una demanda de capital
insatisfecha de cientos de millones de dólares anuales. Todo lo cual no implica que los países
que se someten libremente al imperio del capital internacional no puedan ser influenciados por
sus movimientos de la manera en que México se vio afectado en diciembre de 1994, cuando unos
50.000 millones de dólares dejaron el país en un período de poco más de un mes. Lo que ocurre
es que muchos países no están sometidos efectivamente a este imperio y tienen algún margen de
maniobra para manejar sus propias finanzas. .

3. La globalización y la desigualdad creciente

Parece que uno de los efectos de la globalización es el aumento de la desigualdad económica entre
pueblos y personas. La desigualdad está aumentando, por ejemplo, en los Estados Unidos y en Gran
Bretaña, donde el modelo neoliberal se aplicó con más convencimiento. El modelo ha producido
buenos efectos para muchos, incluso ha reducido el desempleo. Pero hay muchos otros que han
caído por debajo de la línea de la pobreza, y han aparecido los «working poor», pobres que tienen
trabajo, pero ganan tan poco que no les llega para poder sacar a su familia adelante. El número
creciente de niños entre los pobres es prueba de ello. En Estados Unidos, cerca del 14% de su
población -34 millones de personas- son considerados pobres (tienen ingresos inferiores a la «línea
de la pobreza»). La Unión Europea, tan social y tan ética, contaba en 1994 con 57 millones de
pobres, lo que representa el 17% de su población.
La desigualdad se da también entre países y en el interior de los países emergentes, es decir, los
países que van sacando la cabeza del subdesarrollo. Los fondos que van a los países del Tercer
Mundo, ya lo hemos indicado, van mayoritariamente a unos cuantos de ellos: los que, por tener
recursos naturales y humanos y mercados prometedores, son atractivos y están mejorando mucho.
Otros muchos países, sobre todo en África, están al margen de esta globalización. Tomemos por
ejemplo el África Subsahariana. Sus exportaciones en 1955 (antes de la descolonización)
representaban el 3,1% de las exportaciones mundiales, pero en 1990 habían bajado al 1,2% del
total. En 1997, aunque no hay datos fiables, pueden ser menos del 1%15. La demanda de sus
productos ha bajado en una época de gran expansión del comercio: en 1962-64 la región
suministraba el 32% de las aleaciones de cobre que compraban los países de la OCDE; en 1991-93,
esta cifra había descendido al 10%. Durante este mismo período, la parte correspondiente a sus 30
productos principales de exportación, excluido el petróleo, bajó del 20,8% al 9,7%, lo que Supone
pérdidas de mercado de cerca de 11.000 millones de dólares anuales. Un estudio del Banco Mundial
muestra que, a pesar de la rebaja de los costos del transporte a nivel mundial, no se ha notado en
estos países africanos, y los costos de transporte siguen siendo un handicap importante para
exportar a los mercados de América del Norte y del norte de Europa. En lo que se refiere al
comercio exterior, la relación entre comercio exterior y producto nacional bruto, que se toma como
medida de integración del país en la economía global, se ha reducido en 44 de los 93 países que se
consideran en vías de desarrollo16.

14
WORLD BANK. Global Economic Prospects and the Developing countries. Washington D.C., 1995, p. 13.
15
Alexander J. YEATS et al. «¿Qué ha provocado la marginación en África en el comercio mundial?»: Finanzas y
Desarrollo (diciembre 1996).
16
WORLD BANK. Global Economic Prospects and the Developing Countries. A World Bank Book, Washington D.C.,
1996, p.20.

12
En América Latina, el aumento de la desigualdad, aun con estabilidad monetaria y crecimiento,
está muy bien documentado. Tomemos el caso de Argentina, el país más globalizado (que ha
renunciado a tener un sistema monetario propio). La distribución del ingreso urbano ha cambiado a
peor: en 1990, el 10% más rico de la población recibía unos ingresos 1.66 veces superior a lo que
recibía el 40% de menores ingresos (una buena medida de la desigualdad); en 1994, el mismo 10%
recibía unos ingresos 2.40 veces superior al 40%. Según esta medida, la desigualdad ha aumentado
en un 44.75%. En Colombia, esta misma medida ha evolucionado del 2.55 en 1990 al 3.31 en 1994
(41.65% de aumento). En Panamá, de 2.23 veces en 1989 a 2.71 en 1994. Y así sucesivamente17.
La globalización puede haber introducido una competencia a la baja de los niveles de salarios y
de protección social de los trabajadores. Ciertas empresas van buscando los salarios más bajos para
un cierto nivel de destreza. La empresa «Nike», por ejemplo, producía en los años ochenta en Corea
del Sur y Taiwán; a principios de 1990, al subir el nivel de los salarios en estos países, trasladó la
mayor parte de su producción a Indonesia, y a mediados de la década a China, para aprovecharse de
la liberalización del país, y recientemente ha comenzado operaciones en Vietnam. Obviamente, si
todas las empresas multinacionales siguieran un comportamiento semejante, al cabo de pocos años
los salarios -en el Tercer Mundo- tenderían a igualarse al nivel del país con salarios más bajos.
Pero, afortunadamente, no es un comportamiento generalizado y normal, porque a las empresas no
sólo las mueven los niveles de salarios, sino que también entran en otras consideraciones, como la
proximidad al mercado, la calidad de los proveedores, el grado de tecnología del país, la formación
profesional de los trabajadores, etcétera, que de hecho limitan la inversión directa internacional en
el Tercer Mundo.
La inversión internacional es selectiva: hoy en día privilegia de una manera especial a China,
país al que van entre el 75% Y 80% de los fondos de inversión directa en el Tercer Mundo. Pero,
incluso dentro de China, el destino es la costa en tomo a Shanghai y a lo largo del corredor entre
esta ciudad y Beijng, mientras el centro y noroeste de China siguen tan subdesarrollados como
siempre. Según el estudio del Banco Mundial, la relación entre la inversión directa internacional y
la cuantía del producto nacional bruto ha caído en la tercera parte de los países en vías de
desarrollo. Los países menos integrados en la economía mundial son también los que muestran
menor crecimiento, en tomo al 1% anual, que es totalmente insuficiente para las necesidades de
esos países.
Pero incluso donde las empresas multinacionales invierten mucho, como Indonesia, Filipinas,
Brasil, México, etcétera, los beneficios de la globalización se concentran en los trabajadores de las
empresas extranjeras -lo cual no es pequeño beneficio-, pero no afectan a la mayoría de la
población, porque esa inversión no genera un proceso de industrialización amplio en todo el país,
sino que se queda en enclaves manufactureros o de maquila, sin una verdadera transferencia de
tecnología -de producción y gestión- a toda la economía. Por otra parte, la creciente presencia de
multinacionales en el país atrae a los campesinos pobres hacia la ciudad con el señuelo de encontrar
empleo en las empresas extranjeras. De hecho, la presencia de empresas extranjeras y la integración
de estos países en la economía internacional están acompañadas de una intensificación del éxodo
rural, aumentando la pobreza urbana y haciendo de las grandes ciudades del Tercer Mundo focos de
pobreza, marginación y crimen.
La globalización presenta un serio dilema a los países del Tercer Mundo. Si no se integran en la
economía mundial, se quedan sin crecer, sin comercio, sin tecnología y sin capital extranjero para
compensar la escasez de ahorro interno. Y si se integran en ella, resultan mayores desigualdades en
el interior del país, entre las personas que trabajan en -y se benefician de- los sectores globalizados
y modernos y quienes siguen en sectores tradicionales o en el sector informal. La solución del
dilema consistiría, obviamente, en una integración racional, apropiada a las condiciones de las
economías en vías de desarrollo, lo que supone cambios en el funcionamiento interno de las
instituciones de los países (desterrando la arbitrariedad del poder, la corrupción administrativa, la

17
CEPAL, América Latina y el Caribe: la brecha de la equidad (abril 1997) 4.

13
dictadura política, etcétera). Y en los países ricos consistiría, además, en un cambio de filosofía, del
modo de entender las relaciones económicas internacionales, cosa que el dichoso neoliberalismo
impide por ahora.

4. Neoliberalismo e integración del Tercer Mundo

El problema principal para la integración de los países marginados en los circuitos del comercio y la
inversión internacionales, además de las debilidades y limitaciones internas de los países, lo
constituyen las exigencias de los países ricos, manifestadas bilateral y multilateralmente (a través de
los organismos internacionales: FMI, Banco Mundial, etcétera). Para esta integración se postula una
mayor liberalización del comercio y de las finanzas y un mayor dominio del mercado, en unas
economías en que no se dan las condiciones previas para que el mercado funcione. Las recetas que
se han aplicado, con éxito relativo, en Estados Unidos, Gran Bretaña, Chile o Singapur no se
pueden aplicar sin grandes traumas sociales, ni estrepitosos fracasos técnicos, en los países más
pobres de Asia, Africa y América Latina. En todos ellos hace falta una buena conducción
económica, lo que significa que sea realista, equitativa, atienda al largo plazo, tenga en cuenta los
recursos con que realmente se cuenta y sepa priorizar su uso. Es decir, que sea una conducción
técnica, honrada y humana. Los actuales dirigentes en casi todos esos países distan mucho de ello;
sin embargo, deberían ser inducidos, estimulados y acompañados en orden a un buen manejo de la
economía18, pero según las condiciones del país, no según supuestas fórmulas de aplicación general
que se derivan del análisis abstracto -convertido en ideología o religión- del funcionamiento del
mercado como una realidad metafísica que trasciende todo tipo de realidades sociales y que debe
funcionar y causar los mismos efectos en cualquier tipo de contexto político y social. La apertura de
las importaciones, la liberalización y la privatización de empresas públicas han generado enormes
deudas internacionales en los países pobres; deudas que ahora atenazan sus economías y no las
dejan crecer. En algunos países, la deuda externa es varias veces mayor que el valor total de las
exportaciones anuales: 22 veces en Nicaragua, 21 veces en Rwanda, 18 veces en Guinea-Bisau, 13
veces en Mozambique, 11 veces en Burundi y Haití, 10 veces en Uganda, y así sucesivamente19.
Aquí es donde el neoliberalismo, como ideología de la globalización, incide en la suerte de los
países más pobres.
La alternativa consistiría en acompañar con generosidad y desinterés los procesos graduales,
pero decididos, de integración de todas las economías en vías de desarrollo en la economía mundial.
En primer lugar, abriendo generosamente los grandes mercados de Europa y América del Norte a
los productos tradicionales y las manufacturas de los países en vías de desarrollo. El comercio libre,
en este sentido de apertura unilateral -sin buscar reciprocidad- de los países rico20 a los pobres, es un
requisito de la solidaridad internacional. En segundo lugar, habría que fomentar, con incentivos y
garantías adecuadas, la canalización de fondos de inversión directa -y de cartera- a los países en
vías de desarrollo, y no sólo para explotar una situación de bajos salarios. En tercer lugar, habría
que repensar las cantidades y los mecanismos de ayuda oficial al desarrollo, que se van reduciendo
por «fatiga de ayuda» y por necesidades internas de los países ricos. Finalmente, habría que cambiar
los sistemas de aplicación de la ayuda, transfiriéndola a proyectos debidamente concebidos,
programados y ejecutados, cuya práctica, a pesar de los años, es muy deficiente.

18
 No cabe duda de que muchos de los gobiernos de los países pobres son corruptos, pero las empresas y los gobiernos
de los países ricos son los corruptores. Y en todo caso toleran la corrupción y el despilfarro de las elites locales por
intereses geoestratégicos. Los intereses mineros en Zaire han sido responsables y cómplices de la espantosa corrupción
de Mobutu.
19
WORLD BANK, World Development Report 1996. Washington DC, Table 17: External Debt (p. 220).
20
Los países ricos tienen la posibilidad de compensar a los sectores y personas que resulten perjudicadas por la
competencia de los productos provenientes de los países pobres (los plátanos, por ejemplo). En esto deben mostrar una
solidaridad universal y global.

14

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