Está en la página 1de 1

Life is a trip, enjoy the ride

La primera vez que viajé a un Encuentro de Motos, hace muchos, muchos años, aprendí una lección
inolvidable. Partí con mi hijo de nueve años, en una moto un poco chica para la ruta y en un día nublado con
un clima bastante inestable.

En una estación de servicio del camino, me encontré con dos desconocidos que iban hacia el mismo
encuentro, uno en una Goldwing 1200 y el otro en una Harley del 46. Enseguida me acoplé a ellos, lo que me
dio instantáneamente una enorme seguridad para emprender un viaje que, por mi escasa experiencia en ruta,
se me presentaba algo incierto. Al menos, pensé, si tenía algún problema mecánico o de otra índole, me
encontraba acompañado de gente con mucha más experiencia.

Sin embargo, esa sensación de seguridad no duró mucho. A unos pocos kilómetros, la vieja Harley
palmó. Estuvimos un rato intentando que volviera a arrancar, pero nada. Para colmo, empezó a llover, y así
fue que el de la Goldwing, me dijo: “Seguí nomás, que vas con el pibe. Yo me quedo con él a ver si arranca,
cualquier cosa, nos vemos en el encuentro.”

Así fue que seguí adelante, con una lluvia cada vez más tupida y preguntándome qué iba a hacer si
tenía algún inconveniente más adelante. Afortunadamente, la suerte es muy generosa con los principiantes, y
así llegamos al encuentro con mi hijo, empapados pero felices de haberlo logrado.

Durante los días que duró el encuentro, recorrí varias veces todo el predio, buscando a los de la
Goldwing y la Harley, pero no pude encontrarlos. Los encontré recién un par de años después en otro
encuentro, en otro lugar. Me contaron que la Harley no arrancó ese día y que se tuvieron que volver
llevándola de tiro. Por mi parte les conté que habíamos llegado a destino sin problemas y que la habíamos
pasado muy bien en nuestro primer encuentro de Motos. Recién mucho tiempo después empecé a darme
cuenta, de que en esa simple experiencia se encontraba encerrada una metáfora de la vida misma.

Cuando nacemos, todo un mundo desconocido se abre ante nosotros. Hasta nuestros padres nos
resultan desconocidos. A partir de ese momento, solemos recibir el cariño y la seguridad necesaria para
emprender nuestro camino, pero a veces las circunstancias nos obligan a continuar solos. A veces, se trata de
algo temporario, otras de algo más definitivo.

Cada vez que llego a un encuentro, me reencuentro con viejos y nuevos amigos. A muchos no les
conozco el nombre, sólo la moto en la que andan, el apodo ó de donde provienen, como Juancito de La Plata,
el Gaucho de Rauch, el Barba y muchos más… Con todos he compartido, algún asado, alguna cerveza,
interminables anécdotas y algún trago fuerte frente al fogón, y sin duda de cada uno he aprendido algo.

Sin embargo, no siempre nos reencontramos, a veces no coincidimos en el mismo encuentro, a veces
pasan años hasta volver a vernos, otras veces no volvemos a vernos nunca más, porque como decimos, se
han ido a recorrer nuevas rutas, aunque cuando me encuentro solo recorriendo el camino, los siento a mi
lado, protegiéndome de cualquier peligro.

Así fue como aprendí el verdadero sentido de esa vieja frase que dice: “La vida es un viaje, disfruta
del recorrido”, por tramos lo hacemos solos, por tramos acompañados. Ciertamente quisiéramos que
nuestros afectos viajaran siempre a nuestro lado, pero eso no siempre es posible. A veces, ellos se nos
adelantan, toman algún atajo y se van a conocer nuevas rutas. Eso no importa, sólo importan las vivencias, el
tiempo compartido, lo que de ellos hemos aprendido, lo que hemos disfrutado, y el imborrable recuerdo que
llevaremos guardado en nuestro corazón hasta el día en que nos adelantemos al resto en alguna curva,
tomemos algún atajo y vayamos a transitar nuevos caminos.

Francisco A. Lizarralde

También podría gustarte