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ESCUELA DE EDUCACIÓN SECUNDARIA TÉCNICA Nº2

“GENDARMERIA NACIONAL”

MATERIA: CONSTRUCCIÓN CIUDADANA

DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES

CURSOS: 3° 3°; 3° 4°; 3° 8°


PROFESOR: RUBINETTI GUILLERMO

TEMA: UNIDAD 1

Las voces del silencio. Breve historia de los


pueblos aborígenes en la Argentina

La historia de los pueblos originarios ha sido callada durante mucho tiempo.


Y quienes escribieron sobre ella a menudo fue gente que la tergiversó para
justificar el ataque o la discriminación. Así, se pintó a los aborígenes como
salvajes, sanguinarios, malvados o tontos; de esta manera la gente podía
creer que estaba bien sacarles la tierra, esclavizarlos o matarlos. O que era
correcto y natural obligarlos a vivir de una forma contraria a sus costumbres
y deseos.

Esta historia son muchas historias. A partir de ellas podrá entenderse no


solo qué pasó con cada pueblo originario, sino en general con la Argentina y su gente. Estas
historias pueden ser difíciles de reconstruir, porque a veces la memoria se perdió o fue
escondida, o no se han encontrado todavía registros y datos suficientes. Pero otras veces, los
relatos transmitidos de padres a hijos o la investigación nos ayudan a conocerlas.

Cada una de ellas merece un espacio mucho mayor que estas páginas. Por eso, aspiramos a
que cada pueblo originario, con el conocimiento que haya reunido, pueda contar en el futuro su
propia historia. Aquí solo trataremos de mostrar, muy brevemente, el marco general y algunos
aspectos importantes.

Los aborígenes como imagen de peligro

Muchas personas solo conocen una imagen deformada de los aborígenes. En gran medida, esta
se transmite a través de los libros de historia o los medios de comunicación. Así sucede con las
películas donde aparecen los indios como una amenaza, un peligro a ser controlado, no como
gente respetable, con su forma de vivir y pensar, sus derechos y sentimientos.

Territorios indígenas a mediados del siglo XVI

Los españoles llegaron al actual territorio argentino por distintos lugares: deseaban conquistar
la tierra, extraer riquezas, y para ello debían dominar y hacer trabajar a sus habitantes.

Por eso es que hubo mucha resistencia a los conquistadores: ellos no pretendían convivir en
paz e igualdad con los pueblos que aquí vivían desde hacía casi diez mil años.
Algunos que vivían en los lugares donde se fundaron las nuevas ciudades o asentamientos
resultaron conquistados y frecuentemente exterminados. Otros debieron retirarse a zonas más
alejadas o de difícil acceso, y mantuvieron una guerra de resistencia a la conquista que incluso
continuó después de la caída del dominio español en América. Por último, otros pueblos más
alejados no tuvieron casi contacto con los españoles (este es el caso de los ona y yagán, en
Tierra del Fuego).

El resultado de la conquista fue una gran mortandad entre los aborígenes. Las causas principales
fueron las guerras, el agotamiento y desnutrición en el trabajo forzado, y las enfermedades
contagiadas por los españoles.

La encomienda

Los reyes de España otorgaban a cada colonizador que se destacaba en la conquista una porción
de territorio americano, junto con los aborígenes que allí vivían. Estos debían trabajar en su
provecho, a menudo prácticamente como esclavos, aunque supuestamente la encomienda
implicaba que el encomendero debía protegerlos, además de convertirlos a la religión católica.
Esta organización se dio en algunos sectores de la Argentina, como en el Noroeste y parte de
Cuyo.

El territorio español en la época colonial

Hasta fines del período colonial, la mayor parte del territorio argentino actual era ajeno al
dominio español.

Es necesario aclarar un engaño que los mapas producen. Estos suelen mostrar que los españoles
poseían un territorio grande. Pero lo que no nos permite saber el diseño de esos mapas es que
en una parte muy importante de este territorio los españoles no poseían un dominio real.
Durante muchos años ellos solo tuvieron enclaves, áreas pequeñas o ciudades fortificadas, y
en el resto del territorio que los rodeaba disputaban el control con grupos aborígenes.

Las misiones

Pero los españoles no solamente les hicieron la guerra a los aborígenes. Entre ellos había
muchas discusiones y diferentes opiniones sobre cómo tratarlos. Así, surgieron también
organizaciones que, si bien tenían como objetivo colonizarlos y a menudo colaboraron con este
fin, también propiciaron experiencias de integración pacífica.

Las misiones eran establecimientos de órdenes religiosas de la Iglesia Católica, cuyo objetivo
fundamental era evangelizar a los pueblos originarios, es decir convertirlos al cristianismo.
Además, en ellas se procuraba agrupar a los aborígenes en un sitio fijo, educarlos en los
conocimientos de los europeos, y acostumbrarlos a la disciplina y técnicas del trabajo
occidental.

Esta acción educativa y disciplinaria de las misiones tuvo un doble papel: por un lado, la
colaboración en algunos aspectos con los objetivos de la conquista; por el otro, la parcial
protección a los pueblos originarios respecto de la violencia militar típica de los conquistadores.
Las misiones, entonces, mitigaron la voracidad de quienes solo querían esclavizarlos, sin que
les importaran sus vidas. Sin embargo, también ellas se beneficiaban del trabajo aborigen, y
en muchos casos contribuyeron a sujetar por la vía pacífica a aquellos grupos no sometidos por
la fuerza militar.

Como una consecuencia menos inmediata de su paso por las misiones, la experiencia de los
aborígenes en las mismas produjo importantes transformaciones culturales entre algunos
grupos. Muchas lenguas americanas fueron volcadas a la palabra escrita, y se compusieron
varios diccionarios y catecismos en idiomas originarios, cuya finalidad era facilitar la
evangelización.
El período independentista

A principios del siglo XIX, hacia la época de la independencia, la mayor parte del actual territorio
argentino estaba en manos de grupos aborígenes. En lo que hoy es Chaco, Formosa, Misiones,
la mayor parte de la provincia de Buenos Aires y Mendoza, La Pampa, San Luis y toda el área
de la Patagonia, vivían sociedades aborígenes que se habían configurado paralelamente al
proceso de colonización.

Al igual que cualquier pueblo, estos grupos no se habían mantenido idénticos. Por el contrario,
algunos habían tenido cambios muy importantes en su organización social, cultura y economía.
Había seminómadas y sedentarios, pastores y agricultores, recolectores y cazadores. Muchos
de ellos, además, practicaban la ganadería a gran escala, comerciaban entre sí y con los criollos
y participaban en las guerras internas y externas que se libraban en el país.

Sin embargo, en general trataban de preservar su autonomía frente a los criollos y sus
gobiernos. Habiendo sido perseguidos durante siglos, debían cuidarse de los blancos. Algunos,
como los mapuches, rankulches y tehuelches poseían mucha habilidad para el manejo del
caballo, que era una de las principales armas en la guerra (al igual que para los blancos). Esto,
sumado a su conocimiento del terreno y el manejo del espacio, les daba una gran capacidad de
movimiento y los hacía más difíciles de atacar. Así, el poder de algunos pueblos indígenas les
permitía controlar su territorio, sin que los criollos se atrevieran a dominarlos.

La integración de los aborígenes a la Nación Argentina

Desde la etapa de la independencia se habían escuchado voces que, con distinto énfasis,
abogaban por el reconocimiento de los pueblos indígenas.

Pero aunque la Asamblea del año 1813 había abolido el tributo, la encomienda y otras cargas
que pesaban sobre los aborígenes, entre quienes gobernaban no había una única opinión
respecto del papel que a estos les cabía en el proyecto nacional. A lo largo del siglo, muchos
consideraron que no debían ser incorporados como ciudadanos, sino que eran solo un enemigo,
un estorbo al que había que expulsar o matar. Otros –los menos– creyeron que era mejor y
posible que los pueblos aborígenes tuvieran su lugar en la sociedad argentina y se integraran
en pie de igualdad con los criollos. Entre las personas que propugnaban diferentes formas de
integración de los aborígenes en el Estado argentino se encontraban, por ejemplo, Castelli,
Belgrano, San Martín, Artigas y el coronel Pedro Andrés García. Aunque su visión del papel que
los indígenas debían cumplir en el proyecto independentista estaba preñada de contradicciones,
muchas propuestas eran novedosas: incluían desde la eliminación de las cargas coloniales y la
realización de tratados duraderos, hasta la alianza político-militar y la instauración de una
monarquía que restituyera la dinastía incaica como gobierno legítimo de las Provincias Unidas
del Sur y el Alto Perú.

Por su parte, los pueblos aborígenes que estaban más en contacto con los criollos no mostraban
voluntad de hacer la guerra sino cuando percibían que el gobierno no tenía intención de respetar
los tratados o continuaba planes de exterminio u ocupación de su territorio. También era muy
común que los gobiernos firmaran acuerdos de paz con algunos grupos cuando no tenían
suficiente poder militar, y los rompieran apenas recuperaban su capacidad de ataque. En esta
época, entonces, entre aborígenes y criollos había una mezcla de guerra permanente y paz
precaria.

La actitud del hombre fuerte de Buenos Aires en el período de las guerras civiles e
interprovinciales hacia el segundo cuarto de siglo, Juan Manuel de Rosas, es un ejemplo de esta
conducta ambivalente.

Por un lado, sobre la base de su relación personal con algunos líderes y el prestigio que entre
los aborígenes despertaba su figura, tejió pactos de amistad con varios grupos pampeanos. Sin
embargo, fue también responsable de algunos de los episodios más trágicos que los tuvieron
como víctimas. Entre estos cabe destacar la realización de la primera Campaña al Desierto, en
1833.

En esta vasta expedición militar, destinada a correr hacia el sur a los pueblos de las áreas
pampeana, cuyana y patagónica, murieron miles de aborígenes. Realizada después de varios
años de hostigamiento, es el primer paso firme en la estrategia oficial que desde entonces
parece haber primado con respecto a los aborígenes: la guerra ofensiva, el exterminio. Años
más tarde, el general Julio Argentino Roca evocará este antecedente para justificar su proyecto
de conquista, que se consumaría con la llamada Conquista del Desierto:

«A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos
al otro lado del Río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por Rosas, que casi
concluyó con ellos...».

La consolidación del Estado argentino

Durante el siglo XIX se habían fortalecido numerosos grupos aborígenes, y había en la Argentina
dos áreas muy grandes, que constituían territorio indígena libre. Una de ellas abarcaba desde
la mitad de la provincia de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego, y en algunas partes llegaba
desde el Atlántico hasta el Pacífico (en lo que hoy es Chile), incluyendo la Cordillera de los
Andes. La otra incluía las actuales provincias del Chaco, Formosa y parte de Salta.

En la segunda mitad del siglo XIX el gobierno argentino, impulsado por los grandes propietarios
de tierras, comenzó a hostigar cada vez con mayor fuerza a los pueblos que allí vivían. El
objetivo principal era ocupar sus tierras para usarlas en la ganadería. Finalmente triunfaron las
ideas de aquellos que pensaban que era mejor expulsar o exterminar a los aborígenes. Lo que
no habían realizado los españoles, lo hace el Estado nacional argentino: conquistar los
territorios indígenas libres.

El malón

Es muy común hallar en los libros de historia y en la literatura argentina descripciones de los
malones como matanzas crueles y sin sentido, llevadas a cabo por los aborígenes contra criollos
indefensos. Pero el malón no era diferente, en cuanto a la violencia utilizada, de las «entradas»
o «malocas», los ataques de exterminio y robo que desde la época colonial llevaban a cabo
criollos o españoles contra asentamientos aborígenes.

Veamos por qué los aborígenes consideraban que era legítimo sacar ganado del territorio que
ocupaban los blancos. En la segunda mitad del siglo XIX, el coronel Lucio V. Mansilla relata el
siguiente diálogo con un importante jefe aborigen, Mariano Rosas, en su libro Una excursión a
los indios ranqueles:

«Me preguntó que con qué derecho habíamos ocupado el Río Quinto; dijo que esas tierras
habían sido siempre de los indios (...); agregó que no contentos con eso todavía los cristianos
querían acopiar (fue la palabra de que se valió) más tierra. (...)

'Yo les pregunto a ustedes, ¿con qué derecho nos invaden para acopiar ganados?'

'No es lo mismo -me interrumpieron varios-, nosotros no sabemos trabajar; nadie nos ha
enseñado a hacerlo como a los cristianos, somos pobres, tenemos que ir a malón para vivir.'

'Pero ustedes roban lo ajeno -les dije-, porque las vacas los caballos, las yeguas, las ovejas que
se traen no son de ustedes.'

'Y ustedes los cristianos -me contestaron- nos roban la tierra'».


La Conquista del Desierto o el «Gran Malón Blanco»

En el área de la llanura pampeana y la Patagonia habitaban grupos que tenían numerosos


contactos con los criollos, pero mantenían su libertad: eran los rankulches, pehuenches,
tehuelches y mapuches. Los mapuches, incluso, habitaban hasta la costa del Pacífico en lo que
hoy es territorio chileno.

Aunque mantenían rivalidades entre sí, estos pueblos habían llegado a organizarse en
confederaciones, con jefes y ejércitos, y su comercio con los blancos era muy importante.
Tenían gran poder y riqueza, y entre ellos vivían numerosos criollos que habían preferido
integrarse con ellos y no con los cristianos. Algunas costumbres se habían asimilado en parte a
las de estos últimos, y ciertos aborígenes solían usar las mismas ropas y herramientas y
consumían las mismas mercaderías que los criollos. Había varios que hablaban perfectamente
el castellano o dormían en camas. Los líderes más importantes, como Calfucurá, de la
Confederación de Salinas Grandes, o Sayhueque, jefe de los mapuche del «País de las
Manzanas», en el actual Neuquén, tenían secretarios, escribientes y sellos con su firma, o a
veces instalaciones ganaderas similares a las de las estancias de los blancos. También recibían
diarios y mantenían correspondencia con el presidente.

Muchas personalidades políticas e intelectuales de la época aún consideraban posible la


integración de estos grupos por la vía pacífica y la negociación de diferencias políticas; los
mismos aborígenes a menudo planteaban su deseo de acordar formas de convivencia, incluso
al precio de resignar parte de sus tierras y autonomía.

Un hecho central que amparaba y obligaba a la realización de estos esfuerzos es que la propia
Constitución Argentina de 1853, al reconocer como legítimos los pactos preexistentes, reconoció
también los tratados anteriores realizados con los pueblos indígenas.

Pero las extensas tierras de los pueblos indígenas, algunas de las mejores del país, eran
acechadas por los estancieros de Buenos Aires, que tenían gran poder político y control
ideológico sobre el aparato militar.

Luego de lograr la sanción de leyes favorables en el Congreso, en 1879 el general J. A. Roca


realiza la mayor campaña militar, trasponiendo las fronteras con los aborígenes para conquistar
los territorios del centro y sur del país. Esta se efectúa después de varios años de un sostenido
hostigamiento, y se continuará con dos campañas más entre 1881 y 1884.

El ejército nacional contaba con muchos soldados y el armamento más moderno de la época y
fue financiado por los estancieros de Buenos Aires, quienes adelantaron dinero a cambio de la
propiedad futura de la mayor parte de las tierras que serían conquistadas.

Aunque hacía unos años que los indígenas venían siendo hostigados y atacados, la Campaña
del Desierto fue encarada prácticamente como una guerra de exterminio. Los pueblos atacados
se defendieron con desesperación, pero el ejército mató a mucha gente, generalmente
indefensa, y tomó una gran cantidad de prisioneros. A estos se los encarceló, se los entregó
como sirvientes y trabajadores forzados, o se los expulsó a terrenos estériles. Muchos lograron
escapar y se mezclaron con poblaciones criollas, o viajaron errantes hasta que cesaron las
persecuciones. Esto es lo que los militares y terratenientes argentinos llamaron Conquista del
Desierto y los pueblos aborígenes Gran Malón Blanco.

Los territorios que habían ocupado se transformaron en tierras fiscales (del Estado) o fueron
entregados a estancieros, jefes militares y soldados. Con el correr de los años, las propiedades
chicas son vendidas a muy bajo precio a especuladores, hasta que unos pocos propietarios
acumulan las tierras que habían pertenecido a algunos de los más importantes pueblos
aborígenes de la Argentina. Este es el origen de las grandes estancias de la Patagonia y de
muchas de las de la llanura pampeana. Gran parte de estos territorios han quedado
abandonados hasta el día de hoy.
El proceso civilizatorio

En el último cuarto del siglo XVIII, el concepto hegemónico de Estado-nación se articulaba sobre
ciertas premisas que terminaron por definir como una política de Estado en la Argentina el
ataque a los indígenas.

Estas premisas, incluidas en lo que se entendía como el valor más alto que guiaba la acción del
Estado –la civilización– indicaban por ejemplo que:

 No podía haber territorios fuera del dominio del Estado, ya que el Estado nacional era
la forma más alta de organización social. El Estado necesitaba incorporar dichos
territorios para desarrollar el propio, y para evitar que estas sociedades consideradas
«inferiores» amenazaran con provocar su disolución.

 También era necesario, desde esta óptica, incorporar esas tierras para alcanzar el
progreso. El progreso significaba fundamentalmente consolidar una economía de tipo
capitalista integrada con el mercado mundial, y establecer un orden social que
favoreciera el incremento indefinido de la producción y consumo de mercaderías.
También suponía generalizar los valores culturales de las elites ilustradas europeas,
vinculadas a los mismos sectores que desde las potencias de Europa del norte
controlaban la economía occidental, incluida la americana. El progreso debía también
eliminar formas de vida social consideradas primitivas, es decir todas aquellas que se
organizaran sobre bases económicas y culturales distintas de las europeas.

La fuerte influencia de estas ideas dio como resultado que se instalara en nuestro país entre los
grupos de poder el imperativo de homogeneizar las diferencias culturales en el seno de la
población argentina, sobre la base del modelo de ciudadano «civilizado»: blanco, europeo,
cristiano, hábil para la agricultura intensiva y el trabajo industrial.

Un «desierto» muy codiciado

Los criollos y militares argentinos llamaban «desierto» al territorio indígena de la llanura


pampeana y la Patagonia. Sin embargo, esta área estaba poblada, y tenía tierras fértiles, cuyas
pasturas eran capaces de alimentar gran cantidad de ganado.

Esta contradicción es evidente en el nombre Conquista del Desierto dado a las campañas
militares: a un verdadero desierto no es necesario conquistarlo, ya que no hay nadie que viva
en él.

Por eso, usar la palabra desierto encerraba una gran falsedad, pero no una mentira inocente.
Era más bien un modo de justificar la conquista desde el punto de vista humanitario, con el
simple trámite de negar la existencia de sus pobladores. Quedó así la argumentación paradójica
de la necesidad de conquistar un territorio vacío.

Fronteras, civilización y barbarie

Entre 1853 y 1880 se dictan trece leyes vinculadas a los pueblos indígenas y las fronteras. Estas
plasman un modelo de país que tiene como principal proyecto el avance territorial. La expansión
sobre el área indígena comienza a argumentarse como legítima marcando a los pueblos
aborígenes como sociedades inferiores que retardan y amenazan el camino de progreso
imaginado para la nación. Por eso, en el discurso de la época, la frontera es imaginada como la
línea o franja que divide la civilización de la barbarie, y se argumenta que es una misión de
Estado desplazarla hasta que el territorio nacional solo limite con el de otros Estados nacionales
«civilizados». Así, el presidente Roca, luego de concretada la expedición al Chaco en 1885,
afirma: «Quedan levantadas desde hoy las barreras absurdas que la barbarie nos oponía al
norte como al Sud en nuestro propio territorio, y cuando se hable de fronteras en adelante se
entenderá que nos referimos a las líneas que nos dividen de las Naciones vecinas, y no las que
han sido entre nosotros sinónimos de sangre, de duelo, de inseguridad y de descrédito» (citado
en Tratamiento de la cuestión indígena, Dirección de Información Parlamentaria, 1991).

La Campaña al Chaco

Paralelamente a estos hechos, se había desatado un plan militar muy parecido contra los grupos
indígenas del área denominada Gran Chaco (actuales provincias del Chaco y Formosa). Desde
1870, luego de la guerra contra el Paraguay, comienzan a realizarse expediciones militares
hacia la región chaqueña para debilitar a los pueblos originarios que resistían allí desde hacía
siglos. Algunos, como los toba y wichí, habían comenzado a trabajar en obrajes madereros de
los blancos, siguiendo un plan de «pacificación» (eufemismo por colonización) que no dio
resultado. Los aborígenes veían que el objetivo era su sometimiento, y resistían a los
destacamentos militares.

Así el gobierno comenzó a enviar, uno tras otro, ejércitos para desgastar a los grupos más
fuertes.

Las expediciones son evitadas o rechazadas a veces por la lucha de los pueblos, otras por las
dificultades de la propia naturaleza. El monte espeso, las inundaciones, los bichos y alimañas
venenosas provocan que los invasores se pierdan, se agoten, y a veces se retiren. La existencia
de estos obstáculos no implica, sin embargo, que las tierras aborígenes fueran estériles. Por el
contrario, gran parte de ellas ofrecían muy buenas posibilidades para la agricultura y la
ganadería, y había en ellas importantes riquezas, como la madera. Los aborígenes, mientras
tanto, vivían de la pesca en ríos y esteros, de la caza, y de la recolección de vegetales o
productos naturales como la miel. El resultado final de las siete incursiones del ejército fue una
grave mortandad entre los aborígenes.

En 1884 el ministro de Guerra, general Victorica, organiza la campaña más grande, que incluye
buques de guerra que se cuelan por los ríos de la región chaqueña. Aunque no se logra
consumar la conquista, a partir de allí se abre paso a un dominio militar del gobierno nacional
que lentamente va sometiendo a los aborígenes que aún luchan. Finalmente, en 1899 se realiza
otra ofensiva que termina de desbaratar la resistencia, quedando sólo algunos reductos que
serán eliminados recién a principios del siglo xx.

La Puna a fines del siglo XIX: resistencia, derrota y despojo

«Durante el siglo XIX -afirma Martínez Sarasola- el Noroeste también es testigo de la lucha por
la tierra. Los flamantes estados provinciales y sus oligarquías nacientes procuran obtener las
otrora posesiones indígenas, que en muchos casos permanecen en situaciones legales confusas,
herencia de la época colonial».

Según ese mismo autor, la introducción del sistema capitalista, los organismos provinciales de
reciente creación y la aplicación de impuestos afectaron profundamente a comunidades enteras
que vivían en las tierras codiciadas. Sin embargo, en 1872 los indígenas recuperaron parte de
su territorio, ya que el gobierno de Jujuy declaró fiscales las tierras de Casabindo y Cochinoca,
hasta ese momento en manos de terratenientes.

Estas circunstancias contribuyeron al fortalecimiento de las comunidades de la Puna, con el


respaldo de grupos indígenas de Bolivia. De modo que para 1874 casi la mitad del territorio
provincial estaba bajo el dominio indígena. Los terratenientes no toleraron ese avance y
depusieron al gobernador Sánchez de Bustamante, que había considerado los derechos de las
comunidades. Finalmente, en la batalla de Quera los indígenas fueron vencidos y muchos de
ellos muertos o encarcelados.
Siglo XX, la conquista del trabajo. Ingenios, plantaciones, obrajes,
estancias

Luego del sometimiento militar de los principales grupos con capacidad de mantener una
resistencia armada, el siglo XX se caracteriza por la incorporación compulsiva de los aborígenes
como mano de obra a distintos sectores de la economía. Esto incluso había sido uno de los
objetivos centrales de las campañas militares. En el norte del país, especialmente, obrajes
madereros, ingenios azucareros y plantaciones de algodón fueron instalados en tierras que eran
de los aborígenes. También usaron la mano de obra indígena en condiciones de
superexplotación para enriquecerse económicamente.

Las compañías de este tipo eran como pequeños países o grandes cárceles de las cuales no se
podía salir sin permiso, y donde las condiciones de trabajo eran denigrantes. Generalmente los
aborígenes no recibían salario, sino vales que sólo podían utilizar para comprar a precio altísimo,
en el almacén de la propia compañía, las cosas que necesitaban para sobrevivir. Lo más
frecuente era que los vales no alcanzaran para obtener las cosas básicas, y terminaban
endeudándose con la compañía para poder vivir. Así, finalmente, la compañía podía obligarlos
a trabajar para pagar su deuda, y al hacerlo seguían endeudándose cada vez más, acrecentando
su dependencia.

En el sur, las comunidades habían sido disgregadas y las familias divididas y esparcidas en
distintos puntos del país. Muchos habían muerto, otros fueron llevados a Buenos Aires donde
eran encarcelados o repartidos como esclavos domésticos, entregados para trabajar en
beneficio de algún estanciero, o enrolados en el ejército y la marina. Algunos pudieron volver a
su tierra, pero la situación había cambiado. Había pueblos, ciudades, estancias, gente extraña.
Ya no se podía cazar como antes, ni instalarse libremente en el campo. El único destino que se
les permitió fue trabajar como peones de estancia en condiciones de sometimiento, o subsistir
en los territorios yermos donde habían quedado confinados.

La Gran Rebelión de Túpac Amaru (serie “Revoluciones II”


Canal Encuentro)

Link: https://www.educ.ar/recursos/124000/la-gran-rebelion-de-tupac-amaru

1) A partir de los hechos narrados en el capítulo, invitamos a los estudiantes a responder las
siguientes preguntas: • ¿Cómo estaba organizada la sociedad en la América andina a comienzos
del siglo XVIII, luego de la llegada de los españoles y la caída del Imperio inca? • ¿Por qué había
caciques que apoyaban el nuevo regimen instaurado por la Corona?, • ¿Qué era la mita?

2) Mediante la elaboración de un cuadro comparativo, se propone debatir sobre las diferencias


entre las ideas, intereses y características de los representantes españoles y de los pueblos
descendientes de los incas.

3) La Gran Rebelión de Túpac Amaru II tiene a este cacique como gran protagonista. Proponemos
que los estudiantes imaginen una entrevista con él. Para hacerlo, deberán buscar material
bibliográfico complementario que describa su personalidad y pensamientos. Algunas preguntas
que pueden guiar el trabajo son:

a. ¿En qué momento histórico se daría esa entrevista?

b. ¿Cuáles serían las preguntas? ¿Y las respuestas?

armar un texto periodístico y debatir en clase en qué medio podría ser publicado hoy, de haber
existido esa entrevista, y por qué.

4) Túpac Amaru II –apresado, torturado y finalmente asesinado junto a toda su familia por
representantes de la Corona española– era descendiente de Túpac Amaru I, líder inca, también
asesinado por los españoles. Se invita a que los estudiantes, partiendo del personaje principal,
busquen fotos y datos de todos sus parientes para armar sobre un árbol genealógico lo más
completo posible.

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