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La lucha de los
activismos feministas por visibilizar la desigualdad y violencia de las tramas
vinculares entre hombres y mujeres posiciona a varones y hombres ante la necesidad
- y posibilidad- de repensarse a sí mismos, tanto en los vínculos con sus pares
como en las
relaciones con mujeres y otros géneros. Dejarse interpelar por esta posibilidad
abre a la transformación, en principio, de la propia subjetividad.
La socialización masculina está atravesada por los mandatos de masculinidad: ser
fuerte, ser proovedor, ser autosuficiente, ser heterosexual. El acceso al
privilegio
de la masculinidad depende del cumplimiento de estos mandatos. La frustración en el
cumplimiento de los mismos implica la pérdida de ese estatus. Poder problematizar
estos aspectos de la socialización masculina es el primer paso para comenzar a
desanudar el tejido de una subjetividad que demanda una exigencia que acaba siendo
dañina tanto para el hombre como para toda la sociedad, en tanto esa exigencia
tiende a transformarse en violencia toda vez que está destinada a la frustración,
pues
sus metas son prácticamente incumplibles.
Todo esto evidencia que es muy importante facilitar recursos para generar
herramientas que les permitan a los varones repensarse, para que sean más
conscientes
de sus prácticas y se tornen más porosos a interpelaciones en un tiempo histórico
que les demanda cambios.