Está en la página 1de 1

Las masculinidades se encuentran hoy afrontando un enorme desafio.

La lucha de los
activismos feministas por visibilizar la desigualdad y violencia de las tramas
vinculares entre hombres y mujeres posiciona a varones y hombres ante la necesidad
- y posibilidad- de repensarse a sí mismos, tanto en los vínculos con sus pares
como en las
relaciones con mujeres y otros géneros. Dejarse interpelar por esta posibilidad
abre a la transformación, en principio, de la propia subjetividad.
La socialización masculina está atravesada por los mandatos de masculinidad: ser
fuerte, ser proovedor, ser autosuficiente, ser heterosexual. El acceso al
privilegio
de la masculinidad depende del cumplimiento de estos mandatos. La frustración en el
cumplimiento de los mismos implica la pérdida de ese estatus. Poder problematizar
estos aspectos de la socialización masculina es el primer paso para comenzar a
desanudar el tejido de una subjetividad que demanda una exigencia que acaba siendo
dañina tanto para el hombre como para toda la sociedad, en tanto esa exigencia
tiende a transformarse en violencia toda vez que está destinada a la frustración,
pues
sus metas son prácticamente incumplibles.

El protagonismo vertiginoso de los activismos feministas que han logrado poner en


agenda temas fundamentales y usualmente silenciados –y con amplia resonancia en las
escuelas secundarias- no ha corrido parejo con el rol de los varones, que se ven
sobrepasados por la fuerza con que aparecen estos planteos que, si bien no son
nuevos, hoy adquieren una visibilidad inexistente hasta hace pocos años.
Esto implica un enorme desafío para las masculinidades, donde la coyuntura exige
una intensa transformación de las prácticas habituales y el cuestionamiento de
patrones de socialización que los constituyen y a través de los cuales se han
educado. Débora Tajer (2019) sostiene la importancia de enseñar tanto en las
infancias
como en las adolescencias nuevas maneras de construir masculinidades.
Situaciones como los escraches a varones adolescentes, emergen como instancias de
conflicto que tienden a desbordar la capacidad de docentes y autoridades escolares
para gestionarlas. Teniendo en cuenta que el acusado se encuentra en una edad en
plena formación de su subjetividad, el “mote” con el que puede cargar puede ser muy
difícil de tramitar.

Todo esto evidencia que es muy importante facilitar recursos para generar
herramientas que les permitan a los varones repensarse, para que sean más
conscientes
de sus prácticas y se tornen más porosos a interpelaciones en un tiempo histórico
que les demanda cambios.

También podría gustarte