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Jorge Fontevecchia
25-06-2021 23:55
—La pregunta es muy interesante. Hay una diferencia fundamental entre la crisis que
estamos viviendo hoy y los cambios tecnológicos que ocurrieron durante la Segunda Guerra
Mundial, a pesar de las diferencias de naturaleza entre la guerra y la pandemia. No se puede
comparar, porque no se trata de guerra en el sentido de la palabra. La evolución tecnológica
que ocurrió en los años de la Segunda Guerra Mundial fue marcada por una nueva relación
simbiótica entre la investigación científica, el desarrollo tecnológico y el de la potencia
militar del Estado. Tuvo lugar en el marco del triunfo de la modernidad como soberanía. Los
Estados dirigían y controlaban este proceso. Hoy vivimos un regreso tecnológico y científico
de menor envergadura. Pero es un cambio que ocurre en el marco de un contexto totalmente
diferente: el contexto del neoliberalismo. El neoliberalismo que pone en cuestión el principio
mismo de soberanía. La pandemia puede ser interpretada al mismo tiempo como el triunfo y
como la crisis del neoliberalismo. Estamos todavía en la pandemia. Se puede establecer
tendencias que pueden desarrollarse en diferentes direcciones. Aun así, hay dos opciones.
Por un lado, estamos en el medio de una crisis vinculada a una pandemia global, y los
gobiernos, los Estados, las elites, otorgaron a multinacionales y empresas privadas, al
mercado, la solución del problema. La solución de la pandemia depende de la capacidad de
las multinacionales, empresas privadas, de elaborar y distribuir las vacunas. Las vacunas se
compran y venden en el mercado. Eso sería el triunfo del neoliberalismo. También es la crisis
del neoliberalismo. La pandemia es también un momento de vuelta de los Estados a
intervenir masivamente en la sociedad y en la economía. Desde el punto de vista de la
conciencia colectiva, esto molesta a mucha gente. Vivimos una pandemia global que necesita
una solución global, y esta solución no puede ser manejada por empresas multinacionales
cuyo objetivo es la ganancia. Es algo que plantea muchos problemas. El destino del mundo
no puede ser solucionado por el mercado. Por eso, la ambivalencia. Todo sucede en el
regreso a la biopolítica.
—En 2019, sobre la violencia en América Latina usted escribió: “Como han señalado muchos
investigadores, la ideología de los conquistadores, el casticismo español y la idea de la
limpieza de sangre preanunció el mito ario y la biología racial de los nazis, del mismo modo
que el genocidio microbiano introducido por Hernán Cortés anticipó los holocaustos
victorianos del imperialismo británico en la India y la devastación belga en el Congo del siglo
XIX”. ¿Qué vínculo establece usted entre genocidio microbiano o viral, colonialismo y
globalización?
BIOPOLÍTICA. “Les pedimos a los gobiernos y al poder del Estado tomar en cuenta y
gestionar la salud pública. Que se hagan cargo de nuestras vidas en el sentido biológico de
la palabra, en el sentido físico”. (Foto: Pablo Cuarterolo)
—¿Más allá de lo propositivo, es posible que este virus haya sido producido en un laboratorio
en China y que los mejores números en cuanto a contagios lo ayuden a posicionarse como
líder mayor, aun más ante los últimos problemas de India?
—No sé si el virus tiene origen “natural”, entre comillas, o si fue el producto de errores que se
cometieron en un laboratorio en Wuhan. Esa hipótesis, que había sido rechazada el año
pasado, ahora parece ser tomada en cuenta por Anthony Fauci. No estoy en condiciones de
contestar su pregunta. La pandemia tendrá consecuencias geopolíticas notables. Hay una
competencia muy fuerte entre las grandes potencias para salir de la pandemia estableciendo
diferentes relaciones de fuerza. China fortaleció su posición. Pero no creo que sea una
explicación de la pandemia. Sí son sus consecuencias. A pesar de las nuevas configuraciones
de las relaciones entre China, Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, una consecuencia
será una acentuación y una profundización de la desigualdad entre el norte y el sur. Excluyo
China del sur del mundo, pero sí pienso en India, en África, otros países de Asia. Y en
Latinoamérica también.
“Es un error creer que el desprestigio
del enemigo contribuye al propio éxito
político.”
—La pandemia tuvo un efecto paralizante sobre todos los movimientos sociales. La izquierda
en particular lo padeció. Acentuó un modelo antropológico que es premisa del
neoliberalismo. Un mundo cuyo eje es el individuo, el individuo aislado. Ese que decide su
destino y su futuro, no como parte de una comunidad y una entidad colectiva. Aquel que vive
el mundo como su propia empresa, que compite con los demás. Desde ese punto de vista, la
pandemia fortaleció el neoliberalismo como visión del mundo, de la sociedad. Pero la
pandemia también desveló cómo ese mundo es una pesadilla. Es horroroso. La pandemia
puede también jugar el papel de estímulo a una reactivación de la izquierda para plantear
otro modelo de sociedad, una alternativa de poder, una nueva y diferente manera de concebir
las relaciones entre los seres humanos y las naciones. Yo creo que eso es posible. Hasta
ahora, este cambio de la izquierda tuvo lugar a nivel de movimientos colectivos, sociales,
culturales. Pero todavía no se expresó en un proceso de recomposición política. Hay mucho
camino por delante. Un principio de recomposición política se está dibujando en Estados
Unidos con la izquierda del Partido Demócrata, que se dice socialista también. Aun así, falta
mucho.
—Su libro “Melancolía de izquierda” está dedicado a Michael Löwi, que dijo: “El socialismo
no es inevitable. No es el resultado inevitable del progreso humano”. ¿Usted está de acuerdo
con esta visión o es más que hegeliano y cree que inevitablemente en la sociedad la flecha
avanza siempre ascendente en el futuro?
—Estoy de acuerdo con mi amigo Michael Löwi. Tomó en préstamo esta definición de otro
filósofo y crítico literario marxista, Lucien Goldmann, que definía el socialismo como una
apuesta. El socialismo es una posibilidad. El socialismo es una sociedad de seres humanos
capaz de organizar su vida en base a la libertad e igualdad, sin discriminaciones, sin
opresión. Esa es una opción entre las potencialidades emancipadoras de la humanidad
misma. Esa es la idea. Nunca estuvo tan cargado de consecuencias desastrosas y catastróficas
para la izquierda como la ilusión que dominó durante todo el siglo XX. Es una ilusión
arraigada en la cultura de la izquierda aquella de marchar con la historia. Pensar que el
progreso significa el socialismo, y el socialismo es encabezado por la izquierda fue una
ilusión terrible. La posibilidad de reconstrucción y de renovación de la izquierda implica
abandonar radicalmente toda concepción teleológica de la historia.
—Una herencia de cierto hegelianismo, Pero también fue muy criticada por otros pensadores
de izquierda.
—Hubo una época, hace treinta años, al momento del cambio, el final del siglo XX y el
comienzo del siglo XXI, para hablar con los criterios de historización y de periodización de
Eric Hobsbawm, el comienzo del siglo XXI. El comienzo del siglo XXI fue el final del siglo
corto del que hablaba el historiador inglés. En ese momento se criticó la idea de progreso. La
izquierda no puede existir y no puede reconstruirse sin defender una nueva idea de progreso.
Una nueva idea de progreso que no crea ni en lo automático ni en lo inevitable. Un progreso
en el sentido de lo más paulatinamente hegeliano de la palabra. Un hegelianismo revisitado
por Francis Fukuyama, una versión izquierdista de Fukuyama.
REFLEXIONES. Traverso abrió un marco de reflexión sobre los dos polos del arco político.
Ideas que resultan estimulantes incluso para pensar la evolución de la pandemia hoy. (Foto:
Pablo Cuarterolo)
—Fukuyama, en su fin de la historia, sigue a Hegel en la idea de que el fin de la historia no
era el comunismo sino la llegada a la democracia liberal capitalista.
—Fukuyama estableció un horizonte intelectual bajo el cual el mundo vivió durante una
década. El neoliberalismo aparecía como el fin de la historia, como la democracia liberal
articulada con la economía de mercado como el mejor de los mundos posibles y como un
mundo sin alternativa. Hubo filósofos e historiadores que siguieron sus ideas. Después de las
guerras, de las crisis económicas de 2008, de la pandemia ahora, la idea de que vivimos en el
mejor de los mundos es una idea controvertida.
—¿Cómo analiza el papel del Papa en la geopolítica mundial del siglo XXI?
—Hay una broma en Italia. Dice que ahora que la izquierda desapareció, por suerte tenemos
al papa Francisco. Sustituye a una izquierda muy debilitada e incapaz de cumplir su rol. Este
papa fue una revelación. Tengo admiración por su papel y su trabajo. Al principio, no tenía
ninguna ilusión. Mis amigos argentinos tenían reparos por cierta ambigüedad durante la
dictadura. Cuando llegó al Vaticano, jugó un papel muy significativo, precisamente como
autoridad moral. Una autoridad moral que falta en la izquierda. La izquierda no tiene una
autoridad moral para denunciar las desigualdades, la inmoralidad del capitalismo, sus
consecuencias éticas. Me parece que jugó un papel importante también en el marco de la
cultura católica, que es bastante conservadora. En Latinoamérica, existe la tradición y
experiencia de la Teología de la Liberación. En Europa no, en Estados Unidos tampoco. El
Papa tiene un papel importante en una renovación cultural, política y ética de la cultura
católica. Gradualmente, introdujo cambios que se acercan a lo que se puede definir como un
planteamiento mucho más progresista que en el pasado.
—Soy bastante escéptico. En un mundo dominado por la ideología del fin de la historia y el
neoliberalismo, el comunismo desapareció. Antes hegemonizó a la izquierda. La
socialdemocracia se volvió una fuerza social liberal que acompañó al neoliberalismo. La
izquierda se quedó huérfana y se quedó impotente y aplastada. Latinoamérica jugó un papel
fundamental de resistencia social contra el neoliberalismo y los modelos dominantes en la
economía global, guardando referencias de izquierda. Fue fundamental y permitió a la
izquierda un nivel global de rearticularse y de recomponerse. Pero no creo que se pueda
hablar de un modelo latinoamericano trasladable a nivel global como modelo para la
izquierda del siglo XXI. Este modelo latinoamericano, no digo que fracasó, pero entró en
crisis aun en Latinoamérica. Es un populismo de izquierda, que no se puede trasladar de una
manera mecánica a nivel global. Y tiene muchas contradicciones.“
—¿Puede una socialdemocracia progresista, como fue la previa a la caída del Muro de Berlín,
institucionalizarse aun en Latinoamérica?
—Lo espero. Los nuevos movimientos que aparecieron a un nivel global, incluso en
Latinoamérica, son movimientos que no se identifican con un líder carismático. Son
movimientos que inventan formas de democracia horizontal, de democracia radical. Desean
practicar nuevas formas de vida. No creo que el modelo verticalista heredado del populismo
latinoamericano pueda ser solución o la respuesta a los problemas de la izquierda a un nivel
global. Muchos movimientos de la izquierda radical en Estados Unidos, en Europa, en
Latinoamérica, presentan rasgos que pueden recordar a la socialdemocracia clásica. En la
posguerra jugó un papel de progreso. Permitió realizar conquistas sociales notables en el
campo de los sueldos, jubilaciones, salud, educación, transporte, una redistribución de las
riquezas. La socialdemocracia defendió una idea de pluralismo y de libertad alternativa al
estalinismo, especialmente a sus razgos autoritarios. Pudo jugar este papel porque había un
mundo bipolar, el capitalismo estaba amenazado. Muchos pensaron que había una
alternativa posible. La socialdemocracia jugó el papel de fuerza de humanización del
capitalismo.
—Chile suele mostrarse como un éxito del neoliberalismo. ¿Es un síntoma que la principal
reacción contra ese esquema fuera en aquel país?
—Me encantaría decir que, simbólicamente, el neoliberalismo nació en Chile en 1973 y se
acaba en Chile en 2021. Pero las cosas son más complejas. Chile es un síntoma muy
importante, pero el proceso es largo.
—Una constatación que hice, compartida por colegas en Europa, en Latinoamérica y en otros
continentes es que es posible trabajar a distancia. Dar clases desde la casa, hacer seminarios.
La pandemia tuvo como efecto colateral el descubrimiento de la potencialidad emancipadora
de la tecnología. Es corriente organizar seminarios en los cuales se conectan estudiantes e
investigadores desde tres continentes. No se hacía antes y ahora es muy corriente. Es un
hecho muy positivo. Pero también la perspectiva de un futuro en el cual todo sería
mediatizado, moldeado y controlado por esta tecnología que nos aleja y que establece
distancias, es una forma de reificación y de alienación que me aterroriza. Desde la
Antigüedad, la enseñanza implica una relación de intercambio y presencial entre el docente y
sus discípulos, entre estudiantes y profesores. La enseñanza tradicional implica una cierta
relación de igualdad entre discípulos. La enseñanza a distancia denota la desigualdad que
existe entre los estudiantes. Hay familias en varios países con tres hermanos y hermanas que
trabajaron con la misma computadora que debían compartir. En cambio, hay estudiantes
que trabajan en una hermosa habitación con una pileta al lado, mientras otros trabajan en un
pequeño departamento en el cual cuatro comparten dos habitaciones.
—Biden está empezando su presidencia. Es demasiado temprano para decir cómo terminará.
Es cierto que hasta ahora generó mucha esperanza. También puede generar un espacio
favorable después de cuatro años de Donald Trump. Fue un alivio la llegada de Biden. No es
un radical. Biden es un neoliberal moderado con una larga carrera política. Fue
vicepresidente de Barack Obama. Durante la campaña, dijo que su objetivo era volver a las
políticas de la presidencia de Obama. Pero tiene que enfrentarse a la herencia de Donald
Trump. Y a la radicalidad de la crisis por la pandemia y la de la crisis económica global. Eso
lo empuja a tomar soluciones mucho más radicales que las de todos sus antecesores, desde
Bill Clinton por lo menos. Además, trabaja bajo el control, no solamente del estímulo, sino
también de las críticas de una corriente radical muy poderosa en el Partido Demócrata. Lo
empuja hacia una radicalización de las medidas en todos los campos: la ecología, las políticas
sociales, las políticas públicas de reconstrucción de las infraestructuras. Estrategias hacia las
capas más desfavorecidas y pobres. Es un cambio. Pero para que se traduzca en un verdadero
nuevo New Deal, no basta con tener voluntad política. Se necesita un empuje desde abajo,
una demanda social de cambios profundos en la economía y en la sociedad. Hasta ahora no
veo eso. Hubo en los últimos años movimientos poderosos en el campo de la sociedad,
movimientos en contra del racismo, pero no veo un movimiento social para volver a un New
Deal, como ocurrió en la década de los 30. Franklin Delano Roosevelt tomó medidas
radicales que no había anunciado en su campaña electoral antes de ser elegido.
ORIGEN DEL VIRUS. “No sé si el virus tiene origen ‘natural’, entre comillas, o si fue el
producto de errores que se cometieron en un laboratorio en Wuhan. Esa hipótesis rechazada
parece ser tomada en cuenta por Anthony Fauci”. (Foto Pablo Cuarterolo)
—Al hablar para Argentina, debo tomar precauciones porque hablo a un público de
psicoanalistas. Y yo quiero precisar que el uso que yo hago del concepto de melancolía no es
meramente psicoanalítico. Para Freud y para el psicoanálisis tradicional, la melancolía es
una especie de duelo inacabado o de duelo patológico. De duelo imposible o de duelo que no
se soluciona y empuja al sujeto melancólico a no destacarse de su objeto de amor perdido
para dirigir sus sentimientos, sus deseos. También potencialidades libidinales hacia otro
objeto de amor. Es un duelo patológico. No considero la melancolía de izquierda como una
patología. Tampoco como una incapacidad de proyectarse hacia el futuro o como un
obstáculo a la elaboración de nuevos proyectos y de nuevas utopías. No es paralizante ni una
resignación. Se alimenta de la memoria de una época, de un ciclo histórico, durante el cual la
izquierda fue capaz de dibujar horizontes de esperas. Fue capaz de proponer esperanzas y
utopías. Y también de una cierta nostalgia en que la izquierda fue capaz de dirigir, de ofrecer
el liderazgo a movimientos que cambiaban la cara del mundo. Esta melancolía puede ser
fructífera. Pertenece a la estructura de sentimientos de la izquierda. La izquierda no se puede
definir solamente como un conjunto de proyectos políticos, de ideologías, de valores, de
teorías. La izquierda es un conjunto de experiencias para cambiar el mundo. No se puede
cambiar el mundo solo con ideologías o proyectos. Hay que cambiarlo también con un
compromiso emocional muy fuerte. Con capacidad de levantar pasiones, esperas,
sentimientos. Si hay una carencia en la izquierda de hoy, es exactamente en esa capacidad.
Se debe a la herencia del siglo XX: de guerras, de totalitarismo y de revoluciones que fueron
derrotadas. También la herencia de la derrota fue a nivel global, muy pesada y no se puede
superar.