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Un estudiante ante la prueba de un examen puede sentirse paralizado, con
temblores y sudoración fría o puede desear ser llamado para lucir sus
conocimientos. Hay quien disfruta hablando en público y hay quien lo considera una
prueba insuperable. El mismo acontecimiento puede verse como una amenaza
peligrosa o como un reto estimulante.
Se puede producir una crisis de estrés agudo provocado por el impacto de una
agresión externa brutal y repentina. Accidentes, actos terroristas, delincuencia,
temblores de tierra, muerte de un ser querido, son ejemplos desencadenantes. Está
claro que no hay soluciones apriorísticas, pero se sabe que hay personas más
templadas que otras; unas por su carga genética y otras porque se han sometido a
un entrenamiento adecuado para no perder la calma. Una cierta dosis de fatalismo
no es mala consejera; si nos ponemos en lo peor y lo despreciamos, nada podrá
sorprendernos.
El estrés agudo acumulado es más habitual y se produce tanto por la intensidad de
las agresiones y los efectos defensivos correspondientes, como por la acumulación
de hechos estresantes en un espacio de tiempo suficiente corto, como para no dar
tiempo al organismo a recuperar los desencadenantes. Así la intensidad del estrés
dependerá del número y gravedad de los impactos recibidos y de la concentración
de los mismos en espacios de tiempo suficientemente cortos.
El estrés postraumático es el síndrome de adaptación del sistema nervioso alterado
por un acontecimiento estresante agudo. El tiempo de recuperación es muy variable,
pero esta generalmente se consigue si no intervienen otros factores estresantes
acumulativos. Es característico el rechazo a ruidos, vibraciones o espectáculos que
recuerden indirectamente acontecimientos de impacto sobrecogedor.
El estrés crónico de adaptación implica que la estrategia fisiológica necesaria para
hacer frente a situaciones amenazadoras se prolonga en el tiempo, se hace crónica
y la disminución de la resistencia inmunológica se hace permanente, lo que puede
desembocar en graves dolencias.
Es curioso que aquí el estrés puede estar provocado por la constante acumulación
de agentes, que aislados son posibles inocuos y por la personalidad del sujeto en el
tratamiento de los mismos. La adicción al trabajo, el tráfico mental, la desconfianza,
la presión empresarial, el desorden, el descontrol, son situaciones de alteraciones
del equilibrio. Las hormonas protectoras se producen repetida y acumulativamente;
todos los días son solicitadas antes de que hayan desaparecido del torrente
sanguíneo las producidas en días anteriores. Sus efectos pueden agudizarse con
una dieta desequilibrada, rica en grasas, con el consumo de tabaco o alcohol y con
la vida sedentaria.
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Hay personas cuyos rasgos más definitorios son la impaciencia, la competitividad y
la urgencia; son generalmente agresivas, levantan la voz, son enérgicas y
absorbentes. Corresponden a lo que los cardiólogos americanos clasificaron como
patrón A.
Me parecería una ligereza recomendarles que se comportasen de forma
absolutamente contraria y se integrasen en el patrón B, pero si les recordaría que la
excelencia en el comportamiento exige, en primer lugar, conocerse a sí mismos y
en segundo lugar adoptar hábitos constructivos a través de un entrenamiento
meditado y sistemático.
En este último tipo de estrés si puede haber soluciones sin tratamiento médico, no
para curarlo, pero si para prevenirlo, para controlarlo:
Adoptar un comportamiento holístico, equilibrando el tiempo asignado al trabajo, a
la familia, al ocio y a la salud.
Utilizar un “sistema de gestión personal”, planificar y programar en el los proyectos
y las acciones. Hacerlos todos los días, de esa forma evitaremos el tráfico mental y
la angustia provocados por el descontrol.
Asumir un plan de vida saludable: menos grasas, menos alcohol, menos tabaco y
más ejercicio. Querernos más a nosotros mismos.
Intentar un estilo de vida más pausado. Moverse, conducir, hablar, comer y tener
una relación son actividades elementales y básicas. Hacerlo todo más despacio.
Referencia:
Jesús Mandria,“El decálogo de la excelencia” de Jesús Mandria”, edición 13, 2004