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Domingo 27 de febrero de 2022

“Imprescindible Limpieza Para Acercarse A Un Dios Santo”

Lección: Levítico Cap. 14, Versículos 8 al 13. Y el que se purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su
pelo, y se lavará con agua, y será limpio; y después entrará en el campamento, y morará fuera de su tienda
siete días. Y el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba y las cejas de sus ojos y todo su pelo, y
lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua, y será limpio. El día octavo tomará dos corderos sin defecto, y
una cordera de un año sin tacha, y tres décimas de efa de flor de harina para ofrenda amasada con aceite, y un
log de aceite. Y el sacerdote que le purifica presentará delante de Jehová al que se ha de limpiar, con aquellas
cosas, a la puerta del tabernáculo de reunión; y tomará el sacerdote un cordero y lo ofrecerá por la culpa, con
el log de aceite, y lo mecerá como ofrenda mecida delante de Jehová. Y degollará el cordero en el lugar donde
se degüella el sacrificio por el pecado y el holocausto, en el lugar del santuario; porque como la víctima por el
pecado, así también la víctima por la culpa es del sacerdote; es cosa muy sagrada.

Comentario: b. Segundo paso. En los límites del campamento: confirmación (14:8–9). Una vez
que hubieran acabado las ceremonias iniciales, se permite volver al campamento al que ha de ser purificado,
pero aún no se le permite que ocupe un lugar normal allí. Al principio sólo se le permite una recuperación parcial
de las relaciones dentro de ella. Durante siete días las personas en esta condición permanecían fuera de su
tienda. Después de una semana debían rasurarse el cabello, bañarse y lavar su ropa. La acción de rasurarse
servía para asegurarse de que no existían restos de infección o irritación que se pudieran esconder: era un acto
de transparencia. El hecho de bañarse representaba el pasado que desaparecía junto con las cicatrices y los
remordimientos, y la purificación de cualquier suciedad que se hubiera traído desde fuera del campamento. Se
debía evitar a toda costa el riesgo de contaminar a la familia y de contagiar la enfermedad. Los siete días (el
tiempo que tardó la creación del mundo y la inauguración del sacerdocio de Aarón) indicaba que lo que estaba
ocurriendo era en realidad un nuevo acto de creación. La persona sanada volvía a nacer.
-c. Tercer paso. En el corazón del campamento: purificación (14:10–13)
Después de regresar al ambiente normal, la persona sanada vuelve al tabernáculo en el octavo día (v.10), el
día del nuevo comienzo. El objetivo no es el de traer sacrificios sino presentar la persona al Señor: el sacerdote
que lo declare limpio, presentará delante del Señor al hombre que ha de ser purificado, con las ofrendas, a la
entrada de la tienda de reunión (v. 11). Se debían presentar cuatro ofrendas: por el pecado, holocausto, de
cereal y por la culpa. Se daba permiso a aquellos que no podían costearse dos corderos sin defecto, una cordera
de un año (v. 10) para sustituir a los corderos que se requerían para el holocausto y para la ofrenda por el
pecado por dos tórtolas o dos pichones (v. 22). Las ofrendas seguían principalmente los rituales comunes, pero
con dos diferencias significativas: primero, el orden en el que los sacrificios se ofrecían y, segundo, el acto de
unción que tenía lugar.
Es fácil entender por qué se ordena a aquellos que han de ser purificados que presenten la ofrenda por el
pecado, el holocausto y la ofrenda de cereal. Durante el período de ausencia era inevitable que hubieran
cometido algún tipo de pecado no intencionado, así que necesitaban expiación. El holocausto y la ofrenda de
cereal expresarían su deseo de dedicarse y de brindar su trabajo a Dios una vez más.
Pero ¿por qué se ordenaba que presentaran la ofrenda por la culpa, y por qué se le da tanta importancia? A
diferencia de las prácticas normales, la ofrenda por la culpa era el primer sacrificio para que se ofrecieran el día
de purificación (vv. 23–24, 30–31) y esto le otorga prominencia en la secuencia compleja de ofrendas que viene
después. ¿Por qué? La ofrenda por la culpa se requería para pecados específicos que tenían que ver con el
quebrantamiento de la fe con Dios o con el prójimo. ¿En qué manera habría hecho esto una persona sanada?
¿Implica el elemento de culpa que, al final, la enfermedad había sido consecuencia del pecado y, por lo tanto,
tenía una base moral y no meramente ritual? Es cierto que pudiera existir el miedo de que la enfermedad hubiera
sido consecuencia del pecado y, en consecuencia, la ofrenda por este se presentaba “por si acaso”. La ofrenda
por la culpa se presentaba, como hemos visto, como medida cautelar.
Sin embargo, es más probable que la ofrenda por la culpa se requería no porque la enfermedad hubiera sido
consecuencia del pecado, sino porque la enfermedad podía ser causa de pecado, especialmente el pecado de
no ofrecer a Dios lo que se le debía. Las personas enfermas que habían sido excluidas del campamento no
habrían podido darle a Dios la devoción que se merecía. Así que existían cosas en las que habían pecado con
relación a las cosas sagradas (5:16) y sólo la ofrenda por el pecado podía ofrecer restitución para ello. Esto se
hacía para compensar a Dios por el diezmo, los sacrificios y otras ofrendas que no se le habían ofrecido durante
el período de impureza de la persona.
Hartley ofrece una observación interesante que dice que la ofrenda por la culpa se requería para un pecado
contra los objetos santos. Quizás, en este caso, el “objeto santo” era la persona sanada misma. La imagen divina
que portaba la persona había sido manchada por la enfermedad. Por lo tanto, se requería una ofrenda por la
culpa para reparar y restablecer. No parece que haya necesidad de elegir entre estas explicaciones. La ofrenda

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por la culpa tenía varios propósitos y era una manera muy rica de asegurar que la culpa del pasado se limpiara
desde todos los ángulos posibles y que la persona se purificara.

Definiciones: Limpieza: Limpieza es la acción y efecto de limpiar.


La limpieza personal es muy importante en la vida cotidiana, ya que sin ella se pueden contraer enfermedades
causadas por agentes patógenos, tanto biológicos como abióticos.
Índice
1. detersión
2. lavado
[1]. Detersión: Para conseguir la limpieza hay que eliminar todo tipo de suciedad.
A la acción de eliminar la suciedad se le llama detersión, limpiar o hacer limpieza.
El propósito de la detersión es disminuir o exterminar los microorganismos en la piel o en algún objeto, es
decir, en objetos animados o inanimados, evitando también olores desagradables.
[2]. Lavado
El lavado es una de las formas de conseguir la limpieza, usualmente con agua más algún tipo de jabón,
detergente o lejía. En tiempos más recientes, desde la teoría microbiana de la enfermedad, también se refiere
a la ausencia de gérmenes.
En la industria, ciertos procesos, como los relacionados con la manufactura de circuitos integrados, requieren
condiciones excepcionales de limpieza que son logradas mediante el trabajo en
Según Bibliatodo Diccionario
Limpio, limpieza - Diccionario Perspicacia
Son varias las palabras hebreas y griegas que designan lo que es limpio y puro, así como la purificación, es
decir, la acción de restablecer algo a una condición inmaculada, intachable, exenta de suciedad, adulteración o
corrupción. Estas palabras no solo se refieren al estado de limpieza física, sino también, y con más frecuencia,
a la limpieza moral o espiritual. Muchas veces la limpieza física coincide parcialmente con la ceremonial. La
palabra hebrea que por lo general alude a la limpieza moral o ceremonial es el verbo ta·hér, que significa “estar
limpio; limpiar”. Un sinónimo de ta·hér es ba·rár, que en sus varias formas significa “limpiar; seleccionar;
mantener limpio; mostrarse limpio”. (Ezequiel 20:38) «y apartaré de entre vosotros a los rebeldes, y a los que
se rebelaron contra mí; de la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, más a la tierra de Israel no entrarán; y
sabréis que yo soy Jehová». (Eclesiastés 3:18) «Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres,
para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias». (Salmos 18:26)
«Limpio te mostrarás para con el limpio, Y severo serás para con el perverso». (Jeremías 4:11) «En aquel tiempo
se dirá a este pueblo y a Jerusalén: Viento seco de las alturas del desierto vino a la hija de mi pueblo, no para
aventar, ni para limpiar». De igual manera, la palabra griega ka·tha·rós significa “limpio; puro” en sentido
físico, moral y religioso. (Mateo 23:26) «¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para
que también lo de fuera sea limpio». (Mateo 5:8) «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a
Dios». (Tito 1:15) «Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les
es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas». La palabra “inmundicia” se traduce del
término hebreo ta·mé´ y del griego a·ka·thar·sí·a. (Levítico 5:2) «Asimismo la persona que hubiere tocado
cualquiera cosa inmunda, sea cadáver de bestia inmunda, o cadáver de animal inmundo, o cadáver de reptil
inmundo, bien que no lo supiere, será inmunda y habrá delinquido». (Mateo 23:27) «¡Ay de vosotros, escribas
y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que, por fuera, a la verdad, se muestran
hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia». (Gálatas 5:19) «Y
manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia».
Limpieza física. Los hábitos personales de los israelitas hicieron que fuesen un pueblo relativamente saludable,
a pesar de vagar cuarenta años como nómadas por el desierto. Eso fue posible debido a las leyes de Dios que
regulaban su vida nómada, como, por ejemplo, el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Estas leyes
destacaban la importancia del agua limpia, y no todos los animales se consideraban limpios para comer. (Véase
ANIMALES.) Había normas preventivas relacionadas con tocar cuerpos muertos y deshacerse de ellos, además
de las cuarentenas, que impedían la propagación de enfermedades contagiosas. Otro requisito higiénico muy
adelantado para aquella época era la eliminación de los residuos fecales enterrándolos. (Deuteronomio 23:12-
14) Los requisitos de bañarse con frecuencia y lavar las ropas a menudo fueron otros beneficios del código legal
de aquella nación.
Las Escrituras usan con frecuencia la limpieza física como un símbolo o representación de la limpieza espiritual.
Por ejemplo, se hace mención de “lino fino, brillante y limpio”, y se dice que representa “los actos justos de los
santos”. (Apocalipsis 19:8) «Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque
el lino fino es las acciones justas de los santos». Jesús también recurrió a un principio de limpieza física cuando
hizo notar la inmundicia espiritual y la hipocresía de los fariseos. Asemejó su conducta engañosa a limpiar el
exterior de una copa o de un plato sin limpiarlos por dentro. (Mateo 23:25, 26). Puso una ilustración similar
durante la última cena de la Pascua cuando habló a sus discípulos en presencia de Judas Iscariote. Aunque se

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habían bañado y el Maestro les había lavado los pies, por lo que estaban completamente limpios en sentido
físico, les dijo, hablando en sentido espiritual: “No todos ustedes están limpios”. (Juan 13:1-11).
Es digno de notar que la Biblia menciona unas 70 causas de inmundicia física y contaminación ceremonial.
Algunas de estas son: contacto con cadáveres (Levítico 11:32-40) (Números 19:11-19), contacto con objetos o
personas inmundos (Levítico 15:4-12, 20-24) (Números 19:22) «Y todo lo que el inmundo tocare, será inmundo;
y la persona que lo tocare será inmunda hasta la noche». Lepra (Levítico 13:1-59); emisiones de los órganos
genitales, lo que incluía la eyaculación durante las relaciones sexuales (Levítico 15:1-3 (Levítico 16-19) (Levítico
15:32, 33); parto (Levítico 12:1-5), e ingestión de carne de aves, peces o animales inmundos (Levítico 11:41-
47). Los sacerdotes en especial debían estar limpios en sentido físico y ceremonial cuando prestaban sus servicios
ante Jehová. (Éxodo 30:17-21) (Levítico 21:1-7) (Levítico 22:2-8) Por otra parte, en un sentido particular, los
actos de asesinato e idolatría pueden contaminar la tierra. (Números 35:33, 34) (Ezequiel 22:2-4) (Ezequiel
36:25) «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos
vuestros ídolos os limpiaré».
Limpieza ceremonial. Su observancia era obligatoria para los israelitas, bajo pena de muerte. “Ustedes
tienen que mantener a los hijos de Israel separados de su inmundicia, para que ellos no mueran en su inmundicia
por contaminar mi tabernáculo, que está en medio de ellos.” (Levítico 15:31) «Así apartaréis de sus impurezas
a los hijos de Israel, a fin de que no mueran por sus impurezas por haber contaminado mi tabernáculo que está
entre ellos». La limpieza normalmente se efectuaba con agua y con cenizas de una vaca roja, y la ceremonia se
hacía a favor de personas, lugares y cosas. (Números 19:2-9). En (Números 5:2) «Manda a los hijos de Israel
que echen del campamento a todo leproso, y a todos los que padecen flujo de semen, y a todo contaminado
con muerto». Se enumeran tres causas muy comunes de inmundicia que afectaban a las personas: ‘1) Toda
persona leprosa, 2) todo el que tenga flujo y 3) todo el que se haya hecho inmundo por un alma difunta’.
Lepra. Esta era la enfermedad más repugnante, y requería severas medidas de control, como un aislamiento
prolongado, junto con cuidadosos y repetidos reconocimientos para determinar cuándo estaba curada la
persona. (Levítico 13:1-46) (Deuteronomio 24:8) «En cuanto a la plaga de la lepra, ten cuidado de observar
diligentemente y hacer según todo lo que os enseñaren los sacerdotes levitas; según yo les he mandado, así
cuidaréis de hacer». Por consiguiente, se requirió mucha fe para que el leproso inmundo le dijera a Jesús:
“Señor, si tan solo quieres, puedes limpiarme”. Jesús no solo quería, sino que también mostró que podía curar
esta enfermedad repugnante cuando ordenó: “Sé limpio”. Luego le dijo a este hombre ya curado: “Ve, muéstrate
al sacerdote, y ofrece la dádiva que Moisés prescribió”. (Mateo 8:2-4) (Marcos 1:40-44) véase LEPRA.)
En un principio, las disposiciones de la Ley prescribían una ceremonia elaborada que constaba de dos partes
para que el leproso que se había curado pudiese volver a la vida normal. En la primera, el leproso ya sanado
debía presentar al sacerdote en las afueras del campamento de Israel madera de cedro, fibra escarlata carmesí,
hisopo y dos aves. Luego se mataba a uno de los pájaros sobre agua corriente, y su sangre tenía que recogerse
en una vasija de barro, donde se sumergía el cedro, la fibra escarlata, el hisopo y el pájaro vivo; después el
sacerdote salpicaba al leproso sanado siete veces con esta sangre, y el ave era liberada. Una vez que se
declaraba limpia a la persona enferma, tenía que afeitarse, bañarse, lavar sus prendas de vestir y entrar en el
campamento, pero debía permanecer fuera de su tienda durante siete días. En el séptimo día tenía que afeitarse
de nuevo, incluso las cejas. Al día siguiente debía llevar dos carneros y una cordera de menos de un año junto
con un poco de harina y aceite como ofrenda por la culpa, ofrenda por el pecado, ofrenda quemada y ofrenda
de grano. La ofrenda por la culpa —que consistía en un carnero y aceite— la ofrecía el sacerdote en primer lugar
como ofrenda mecida ante Jehová, y a continuación degollaba al carnero; luego ponía algo de esta sangre en
el lóbulo de la oreja derecha, el dedo pulgar de la mano derecha y el dedo gordo del pie derecho del que había
sido limpiado. Con el aceite se seguía un procedimiento similar: se añadía un poco de aceite a la sangre aplicada,
y después se salpicaba siete veces un poco de aceite ante Jehová, y lo que restaba se vertía sobre la cabeza del
que había sido limpiado. A continuación, el sacerdote ofrecía el sacrificio quemado, el sacrificio de grano y el
sacrificio por la culpa, hacía expiación por él y lo declaraba curado. Si la persona sanada carecía de medios,
podía ofrecer dos tórtolas o dos pichones en lugar de la cordera y uno de los carneros para la ofrenda por el
pecado y la ofrenda quemada. (Levítico 14:1-32)
Flujos. Había leyes sobre los flujos de los órganos sexuales del hombre y de la mujer, tanto si eran naturales
como si se debían a una enfermedad. Si un hombre tenía una emisión de semen involuntaria durante la noche,
debía de bañarse y lavar sus prendas, y permanecía inmundo hasta el atardecer. La mujer debía contar siete
días como período de inmundicia por su menstruación regular.
Sin embargo, si una mujer tenía un flujo irregular, anormal o prolongado, tenía que contar otros siete días
después de que este terminaba. Del mismo modo, el varón debía contar siete días desde que acababa su flujo
(tal afección de su sistema urinario no debe confundirse con la expulsión normal de semen). Cualquier cosa que
un hombre o una mujer tocara o sobre la que se sentase durante su condición de inmundicia (camas, sillas,
sillas de montar, prendas, etc.) quedaba inmunda, y, a su vez, cualquiera que tocara esos artículos o a la persona
inmunda tenía que bañarse, lavar sus prendas de vestir y permanecer inmundo hasta el atardecer. Además de
bañarse y lavar sus prendas de vestir, tanto el varón como la mujer tenían que llevar al octavo día dos tórtolas

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o dos palomos a la tienda de reunión, y el sacerdote tenía que ofrecerlos, uno como ofrenda por el pecado y el
otro como sacrificio quemado para hacer expiación por la persona limpiada. (Levítico 15:1-17, 19-33)
Cuando un hombre tenía coito con su esposa y se producía una emisión de semen, ambos debían bañarse, y
eran inmundos hasta el atardecer. (Levítico 15:16-18). Si inadvertidamente comenzaba la menstruación de la
esposa durante el coito, el esposo era inmundo siete días, al igual que su esposa (Levítico 15:24) «Si alguno
durmiere con ella, y su menstruo fuere sobre él, será inmundo por siete días; y toda cama sobre que durmiere,
será inmunda», pero si mostraban desprecio por la ley de Dios deliberadamente y tenían relaciones sexuales
durante la menstruación, se imponía la pena de muerte tanto al varón como a la mujer. (Levítico 20:18)
«Cualquiera que durmiere con mujer menstruosa, y descubriere su desnudez, su fuente descubrió, y ella
descubrió la fuente de su sangre; ambos serán cortados de entre su pueblo». Por las razones mencionadas, los
hombres debían abstenerse de tener coito con sus esposas cuando se requería limpieza ceremonial, como, por
ejemplo, cuando se les santificaba para una expedición militar. (1 Samuel 21:4, 5) (2 Samuel 11:8-11)
El parto también significaba un período de inmundicia para la madre. Si el recién nacido era un varón, quedaba
inmunda siete días, lo mismo que durante su menstruación. Al octavo día se circuncidaba al niño, pero la madre
permanecía inmunda por otros treinta y tres días en lo que respecta a tocar cualquier cosa santa o entrar en el
santuario, aunque no hacía inmundo el resto de lo que tocara. Si nacía una niña, este período de cuarenta días
se doblaba: catorce días más sesenta y seis días. Así que desde el nacimiento la Ley distinguía entre el varón y
la hembra, asignando a esta última una posición subordinada. En ambos casos, al final del período de purificación
la madre tenía que llevar un carnero de menos de un año para una ofrenda quemada, y un palomo o una tórtola
para una ofrenda por el pecado. Si los padres eran demasiado pobres para dar un carnero, como era el caso de
María y José, podían ofrecer dos tórtolas o dos palomos para estos sacrificios de limpieza. (Levítico 12:1-8)
(Lucas 2:22-24).
¿Por qué decía la ley mosaica que las relaciones sexuales y el parto hacían “inmunda” a la persona?
Surge la pregunta: ¿por qué consideraba la Ley que cosas tan normales y propias como la menstruación, las
relaciones sexuales entre personas casadas y el dar a luz hacían “inmunda” a la persona? Por un lado, elevaba
las relaciones más íntimas del matrimonio al nivel de santidad, y enseñaba a ambos cónyuges a ejercer
autodominio, a tener gran consideración por los órganos reproductores y a mostrar respeto por la santidad de
la vida y la sangre. También se han escrito comentarios sobre los beneficios higiénicos que se derivaban de
observar escrupulosamente estas reglas. Pero todavía hay otro aspecto que analizar.
En el principio Dios creó los impulsos sexuales y la facultad de reproducción en el primer hombre y la primera
mujer, y les mandó que cohabitaran y dieran a luz hijos. Por lo tanto, no era ningún pecado que la pareja
perfecta tuviera relaciones sexuales. Sin embargo, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer del fruto
prohibido, no al tener relaciones sexuales, se produjeron cambios drásticos. Súbitamente sus conciencias
culpables y condenadas por el pecado los hicieron conscientes de su desnudez, y cubrieron de inmediato sus
órganos genitales para ocultarlos de la vista de Dios. (Génesis 3:7, 10, 11). Desde entonces en adelante, los
hombres no podrían cumplir con el mandato de procrear en estado de perfección, sino que, por el contrario, los
padres transmitirían a los hijos la mancha hereditaria del pecado y la pena de muerte. Hasta los padres más
rectos y temerosos de Dios producen hijos contaminados por el pecado. (Salmos 51:5) «He aquí, en maldad he
sido formado, Y en pecado me concibió mi madre».
Los requisitos de la Ley con respecto a las funciones de los órganos genitales enseñaron a los hombres y a
las mujeres autodisciplina, restricción de las pasiones y respeto a los medios de reproducción dados por Dios.
Las regulaciones de la Ley recordaban obligatoriamente a las criaturas su estado pecaminoso. No eran simples
medidas sanitarias para asegurar la limpieza o la protección profiláctica contra la propagación de enfermedades.
Como recordatorio de su pecaminosidad heredada, era apropiado que tanto el varón como la mujer que tuviesen
flujos genitales normales observaran un período de inmundicia. Si padecían de flujos prolongados anormales
debido a cierto problema físico, se requería un período de inmundicia más extenso, y a su término, igual que en
el caso de una madre que daba a luz, la persona tenía que bañarse y presentar una ofrenda por el pecado, para
que el sacerdote de Dios pudiera hacer expiación a su favor. María, la madre de Jesús, confesó así su
pecaminosidad hereditaria y reconoció que no era inmaculada al ofrecer un sacrificio de expiación de pecados
después de dar a luz a su primogénito. (Lucas 2:22-24).
Cadáveres. Las disposiciones de la ley mosaica que regulaban el contacto con los cadáveres distinguían
diferentes grados de inmundicia: el que tocaba una bestia muerta solo quedaba inmundo ese día; el que tocaba
a un hombre muerto, toda una semana. En el primer caso, solo se requería que la persona lavara sus prendas
de vestir, o en el caso de que comiera un animal que hubiera muerto de muerte natural o hubiera sido
despedazado por una fiera, tenía que bañarse además de lavar sus prendas de vestir. (Levítico 5:2) «Asimismo
la persona que hubiere tocado cualquiera cosa inmunda, sea cadáver de bestia inmunda, o cadáver de animal
inmundo, o cadáver de reptil inmundo, bien que no lo supiere, será inmunda y habrá delinquido». (Levítico 11:8-
40) (Levítico 17:15) «Y cualquier persona, así de los naturales como de los extranjeros, que comiere animal
mortecino o despedazado por fiera, lavará sus vestidos y a sí misma se lavará con agua, y será inmunda hasta

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la noche; entonces será limpia». Se impuso el mismo requisito a los sacerdotes, con la particularidad de que si
comían algo santo mientras se hallaban en estado inmundo, tenía que dárseles muerte. (Levítico 22:3-8)
En el caso de las personas que tocaban un cadáver humano, era necesaria una ceremonia de purificación más
complicada. Con este propósito se preparaban unas cenizas del siguiente modo: se degollaba una vaca roja
fuera del campamento y el sacerdote salpicaba parte de la sangre siete veces hacia la tienda de reunión. Luego
se quemaba la vaca entera (la piel, la carne, la sangre y el estiércol) y se arrojaba en las llamas madera de
cedro, hisopo y fibra escarlata carmesí. Las cenizas se guardaban y se usaban “para el agua de limpieza”, que
se rociaba al tercer y al séptimo día para efectuar la purificación de aquel que había tocado el cadáver humano.
Al final de los siete días, tenía que lavar sus prendas de vestir y bañarse; luego se le pronunciaba limpio.
(Números 19:1-13).
De acuerdo con este estatuto, cuando se producía una muerte, todas las personas que estaban en una casa
o tienda, así como la morada misma y todas las vasijas abiertas, quedaban inmundas. El tocar incluso un hueso
de un hombre muerto en el campo de batalla o una sepultura también dejaba inmunda a una persona. De ahí
que en los días de Jesús hubiera la costumbre de blanquear los sepulcros un mes antes de la Pascua como
precaución para que nadie tropezara inadvertidamente con uno de ellos y por esta razón no pudiera participar
en la fiesta. (Números 19:14-19) (Mateo 23:27) «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están
llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia». (Lucas 11:44) «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben». Si alguien
moría en presencia de una persona que estuviera bajo un voto de nazareo, este perdía el tiempo que ya había
pasado bajo dicho voto, y tenía que ofrecer un sacrificio. (Números 6:8-12) véanse NAZAREO; SANSÓN.)
Bajo el pacto de la Ley tenían que limpiarse los lugares y las cosas que estaban contaminados. Si un agresor
desconocido cometía un asesinato, primero se determinaba cuál era la ciudad más cercana al crimen. Luego los
ancianos de aquella ciudad tenían que tomar una novilla con la que no se hubiera trabajado (como sustituto del
asesino), quebrarle la cerviz en un valle torrencial por donde corriese agua y limpiarse simbólicamente de toda
responsabilidad lavándose las manos sobre el animal, en representación de inocencia, y suplicar que no se les
atribuyera la culpa. (Deuteronomio 21:1-9).
Se tenían que limpiar según las fórmulas prescritas las prendas de vestir y las vasijas que tocaran cuerpos
muertos o se contaminaran de otras maneras. (Levítico 11:32-35) (Levítico 15:11, 12) Si aparecía la lepra en
una prenda de vestir o en las paredes de una casa, era un asunto mucho más serio, pues si no se podía detener
y parecía que iba esparciéndose, tenía que destruirse la prenda o demoler completamente la casa. (Levítico
13:47-59) (Levítico 14:33-53).
Había que limpiar los despojos de guerra antes de introducirlos en el campamento. Los artículos combustibles
se lavaban con agua, pero los objetos de metal tenían que fundirse. (Números 31:21-24)
Limpieza cristiana. Los cristianos no están bajo la Ley y sus requisitos de limpieza, aunque tanto la Ley como
sus costumbres permanecían en vigor cuando Jesús estuvo en la Tierra. (Juan 11:55) «Y estaba cerca la pascua
de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua, para purificarse». La Ley
tenía “una sombra de las buenas cosas por venir”; sin embargo, “la realidad pertenece al Cristo”. (Hebreos 10:1)
«Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por
los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan».
(Colosenses 2:17) «todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo». Por lo tanto,
Pablo escribió en cuanto a estos asuntos de purificación: “Sí, casi todas las cosas son limpiadas con sangre
según la Ley [Moisés rociaba el libro, el pueblo, la tienda y las vasijas con sangre], y a menos que se derrame
sangre no se efectúa ningún perdón. Por lo tanto, fue necesario que las representaciones típicas de las cosas
[que están] en los cielos fueran limpiadas por estos medios”. “Porque si la sangre de machos cabríos y de toros,
y las cenizas de novilla rociadas sobre los que se han contaminado, santifica al grado de limpieza de la carne,
¿cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará
nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo?” (Hebreos 9:19-23, 13,
14).
Por consiguiente, la sangre del Señor Jesucristo limpia a los cristianos de todo pecado e injusticia. (1 Juan
1:7, 9) Cristo “amó a la congregación y se entregó por ella, para santificarla, limpiándola con el baño de agua
por medio de la palabra”, con el fin de que fuese sin mancha, santa y sin tacha, “un pueblo peculiarmente suyo,
celoso de obras excelentes”. (Efesios 5:25-27) (Tito 2:14) «quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos
de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras». En consecuencia, ningún
miembro de esta congregación cristiana debería hacerse “olvidadizo respecto al limpiamiento de sus pecados de
hace mucho”, sino que debería continuar manifestando los frutos del espíritu de Dios (2 Pedro 1:5-9), recordando
que a “todo el que lleva fruto él [Dios] lo limpia, para que lleve más fruto”. (Juan 15:2, 3).
De modo que los cristianos deben mantener un alto nivel de limpieza física, moral y espiritual, protegiéndose
contra “toda contaminación de la carne y del espíritu”. (2 Corintios 7:1) «Así que, amados, puesto que tenemos
tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el

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temor de Dios». En vista de que Jesús dijo que ‘lo que entra en un hombre no contamina sino lo que sale’, los
beneficiarios de la sangre limpiadora de Cristo conceden mayor importancia a la limpieza espiritual y procuran
mantener “un corazón limpio” y “una conciencia limpia” ante Dios. (Marcos 7:15) «Nada hay fuera del hombre
que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre». (1
Timoteo 1:5) «Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena
conciencia, y de fe no fingida». (1 Timoteo 3:9) «que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia». (2
Timoteo 1:3) «Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me
acuerdo de ti en mis oraciones noche y día». Para los que tienen una conciencia limpia, “todas las cosas son
limpias”, a diferencia de las personas sin fe, cuya conciencia está contaminada, para quienes “nada les es limpio”.
(Tito 1:15) «Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro;
pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas». Aquellos que desean permanecer limpios y puros de
corazón prestan atención al consejo de (Isaías 52:11) «Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa
inmunda, salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová»., que dice: “No toquen
nada inmundo; [...] manténganse limpios, ustedes los que llevan los utensilios de Jehová”. (Salmos 24:4) «El
limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño». (Mateo
5:8) «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Haciendo esto, sus “manos” son
limpiadas en sentido figurado (Santiago 4:8) «Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad
las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones», y Dios los trata como si fuesen personas
limpias. (2 Samuel 22:27) «Limpio te mostrarás para con el limpio, Y rígido serás para con el perverso». (Salmos
18:26) «Limpio te mostrarás para con el limpio, Y severo serás para con el perverso». Véase también (Daniel
11:35) «También algunos de los sabios caerán para ser depurados y limpiados y emblanquecidos, hasta el
tiempo determinado; porque aun para esto hay plazo». (Daniel 12:10) «Muchos serán limpios, y emblanquecidos
y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos
comprenderán».
Si bien el apóstol Pablo no estaba bajo la Ley, observó sus requisitos en la ocasión en que se limpió
ceremonialmente en el templo. ¿Mostró esta acción falta de coherencia? En realidad Pablo no estaba en contra
de la Ley o sus disposiciones, sino tan solo mostró que Dios no requería tal obediencia de los cristianos. Cuando
los procedimientos de la Ley no violaban las nuevas verdades cristianas, no se objetaba a cumplir lo que Dios
prescribía en ella. Pablo tomó esta medida para no dificultar de forma innecesaria a los judíos el escuchar las
buenas nuevas acerca de Jesucristo. (Hechos 21:24, 26) (1 Corintios 9:20) «Me he hecho a los judíos como
judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto
a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley». En esta misma línea, también argumentó que el alimento
en sí mismo puede ser limpio, pero si el comerlo hacía tropezar a su hermano, se abstendría de hacerlo.
(Romanos 14:14-21) (1 Corintios 8:13) «Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré
carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano». De este modo mostró una gran preocupación por la
salvación de otros, e hizo todo lo que estaba a su alcance para lograr ese fin. Por consiguiente, pudo decir:
“Estoy limpio de la sangre de todo hombre”. (Hechos 20:26) «Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que
estoy limpio de la sangre de todos». versículo (18:6).

Texto: ¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y
puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño. (Salmo 24,
Versículos 3 y 4.).

Comentario: Salmo 24. Liturgia de entrada en el templo En tres estrofas, el salmo 24 presenta a Dios como
creador y dueño del mundo (vv. 1-2), los requisitos éticos para entrar al templo (vv. 3-6) y una liturgia de
entrada (vv. 7-10). La tercera estrofa consiste en preguntas y respuestas en forma de antífonas. Dos preguntas
sobre la identidad de los que pueden entrar (¿quién?) corresponden con otras dos acerca de Dios (vv. 3.8.10),
que aparece como creador, salvador y guerrero (vv. 2.5.8).
El salmo inicia con el dominio de Dios, sin distinción de pueblos. Desde esta visión macroscópica el enfoque
cambia hasta el monte del templo. La liturgia, que inicialmente proclama la soberanía universal de Dios, al
aproximarse al templo celebra su entrada triunfal. Éste es el contexto para la pregunta sobre los requisitos de
admisión (v. 3). La comunidad conocía las condiciones necesarias para participar en el culto, mismas que se
articulan en forma de respuestas a preguntas en donde la integridad personal se define por los hechos y las
intenciones respecto a Dios y a las demás personas, es decir, por la pureza de corazón, rechazo de la idolatría,
del soborno, del perjurio (v. 4). Los requisitos reflejan dos mandamientos, referidos uno a Dios y otro al prójimo.
Los que cumplen con estas condiciones recibirán la recompensa correspondiente, la bendición y el veredicto de
inocencia (vv. 4-5).
Condiciones para adorar al Rey santo, vv. 3–6

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Esta parte del Salmo contiene paralelos con el Salmo 15 que habla de requisitos éticos para entrar en la
presencia de Dios. Monte de Jehovah y lugar santo se refieren al santuario en Jerusalén, y a la vez simbolizan
la comunión con Dios.
Limpio de manos y puro de corazón hablan de la santidad. ¿Cómo puede uno ser puro y limpio adentro?
El salmista, en el Salmo 51, pide que Dios le cree un corazón puro; en el NT, bajo el Nuevo Pacto, Dios hace al
creyente una nueva criatura (2 Cor. 5:17. De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.) y provee la identificación con Cristo en su muerte y
resurrección. No ha elevado (v. 4). El Salmo 25:1 usa la expresión en paralelo con “confiar”. Aquí habla de no
confiar en ídolos (vanidad); el que adora al Dios verdadero no puede confiar en otros dioses. También será
caracterizado por la honestidad y la honradez.
Bendición y justicia se usan aquí en paralelo. La verdadera justicia es de Dios; su sentido pleno se conoce en
Cristo. Aquí justicia se acerca al sentido neotestamentario de justificación (cf. Sal 132:9 y 16).
El heb. del v. 6 omite la palabra “Dios”. Algunos lo entienden como “buscan tu rostro como Jacob” o “estos
son el verdadero Jacob” (Israel); pero es mejor aceptar la lectura de la LXX como hace RVA. Hemos de buscar
la comunión con Dios y estas son características de tales personas.

1er Titulo: Purificación necesaria para eliminar toda contaminación. Versículos 8 y 9. Y el que se
purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su pelo, y se lavará con agua, y será limpio; y después entrará en el
campamento, y morará fuera de su tienda siete días. Y el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba
y las cejas de sus ojos y todo su pelo, y lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua, y será limpio. (Léase
2ª a los Corintios 7:1. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.).

Comentario: 2ª a los Corintios 7:1: Teniendo, por lo tanto, estas promesas, mis amados amigos,
limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, y perfeccionemos [nuestra] la santidad en el temor
de Dios.
▬ a. «… por lo tanto, … mis amados amigos». El contenido de este versículo encaja con el contenido
de todo el pasaje anterior (vv. 14–18) y es una conclusión oportuna, como evidencia la expresión, por lo tanto.
Este versículo se relaciona bien con el pasaje del 11–13, en el que Pablo habla de su amor por los corintios y, a
su vez, pregunta si es correspondido. Por esta razón se dirige a sus lectores con su cariñoso mis queridos hijos,
que en traducciones más antiguas se vierte como «amados», dando a entender que los amaba (véase 12:19).
▬ b. «Teniendo … estas promesas». Pablo afirma que tanto él como sus lectores son los beneficiarios de
las promesas de Dios (cf. 2 P. 1:4). Enfatiza estas promesas, en el texto griego, al colocar la palabra estas al
principio de la frase. Es decir, las garantías que ha mencionado en los versículos anteriores, son de Dios. Y la
palabra de Dios es absolutamente cierta y veraz. Él cumplirá lo que ha prometido.
▬ c. «Limpiémonos». Si las promesas son reales—y de hecho son—entonces es razonable que sus
beneficiarios hagan el mayor esfuerzo posible por agradar al Dador de estas promesas. Por consiguiente, Pablo
pronuncia una exhortación en la que se incluye a sí mismo y a sus colaboradores, para mostrar que ellos no
están por encima de sus lectores: «Limpiémonos». Estas palabras son el claro reconocimiento, por parte de
Pablo, de que él ha sido contaminado por el ambiente circundante del pecado.
La exhortación no significa que una sola limpieza nos mantiene limpios para siempre; sino que debemos
purificarnos constantemente. Los Reformadores hablaban del arrepentimiento diario como una forma de
progreso en nuestra santificación. En otro lugar Pablo escribe que los corintios estaban lavados, santificados y
justificados (1 Co. 6:11); pero el proceso de santificación es continuo, dado que la naturaleza humana es proclive
al pecado.
Cuando los judíos se encontraban en una condición ceremonialmente impura, tenían que lavarse cada vez que
tocaban algo impuro, y ningún sacerdote o levita podía entrar en el tabernáculo o en el templo sin haberse
lavado antes (Éx. 30:20–21). El mismo principio se aplica al pueblo de Dios, que cuando entran en su sagrada
presencia, deben purificarse confesando sus pecados. Pablo admite que él no es mejor que los corintios; también
necesita limpiarse y purificarse (cf. 1 Ts. 4:7; 1 Jn. 3:3).
▬ d. «De toda contaminación de carne y de espíritu». Queriendo incluir a toda clase de impurezas,
Pablo decide usar el adjetivo toda. Aunque el sustantivo contaminación sólo aparece aquí en el Nuevo
Testamento, el verbo contaminar aparece tres veces (1 Co. 8:7; Ap. 3:4; 14:4). Pablo recalca que la
contaminación afecta tanto al cuerpo como al espíritu, es decir, a la persona en su totalidad. Si la contaminación
se refiere al culto a los ídolos, entonces los que asistían a este tipo de cultos en los templos paganos, corrían el
riesgo de contaminarse física y espiritualmente, ya que algunos de los ritos incluían a prostitutas. «El que se
une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella» (1 Co. 6:16).
¿Qué tiene esto que ver con la iglesia de Corinto? Mucho, porque Pablo ya había preguntado antes en este
mismo pasaje: «¿Qué acuerdo puede tener el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos templo del
Dios viviente» (6:16). Los creyentes de Corinto son el templo de Dios; Él mora con ellos y hace real su presencia

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andando entre ellos. Por eso, las palabras que se usan en el versículo 1 (limpiémonos, contaminación,
santidad), «provienen directamente de las imágenes literarias del templo». Dios es un Dios celoso que no tolera
a otros dioses antes que él (Éx. 20:3–5; Dt. 5:7–9). La referencia de Pablo a la carne y al espíritu debe
interpretarse como la referencia a una persona completa al servicio de Dios (véase el paralelo en 1 Co. 7:34).
Las palabras sugieren el significado de que una persona que es limpia en lo exterior, con respecto a la carne, y
en lo interior, con respecto al espíritu, camina con Dios.
▬ e. «Y perfeccionemos la santidad [nuestra] en el temor de Dios». Esta cláusula resuena la
exhortación de Pablo: «Limpiémonos de toda contaminación». Usa el participio griego, en tiempo presente,
epitelountes (perfeccionar) como exhortación a sus lectores: «Esforcémonos por lograr una perfecta santidad».
Pablo describía a los creyentes corintios como «santificados en Cristo Jesús» (1 Co. 1:2; cf. 1 Ts. 3:13), e indica
que Dios los hizo santos por la obra de su Hijo. Pero la santificación sigue siendo un proceso continuado, en el
que los creyentes deben esforzarse asiduamente por una completa santidad. Incluso dice cómo debe hacerse:
«en el temor de Dios». El temor y la reverencia a Dios promueven la motivación para perfeccionar la santidad
del creyente. En presencia de Dios Padre, sus hijos deben vivir en este mundo como si fueran extranjeros, «en
reverente temor» (1 P. 1:17). Nuestra relación con Dios debe poseer un genuino respeto y una profunda
reverencia. Así como el Padre es santo, nosotros también, como hijos suyos, debemos reflejar su santidad en
nuestras vidas.

2° Titulo: Ofrenda abundante y completa que representa el sacrificio de Cristo. Versículos 10 al


12. El día octavo tomará dos corderos sin defecto, y una cordera de un año sin tacha, y tres décimas de efa de
flor de harina para ofrenda amasada con aceite, y un log de aceite. Y el sacerdote que le purifica presentará
delante de Jehová al que se ha de limpiar, con aquellas cosas, a la puerta del tabernáculo de reunión; y tomará
el sacerdote un cordero y lo ofrecerá por la culpa, con el log de aceite, y lo mecerá como ofrenda mecida. (Léase
1ª de Pedro 1:18 y 19. sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de
vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un
cordero sin mancha y sin contaminación.)-

Comentario: 1ª de Pedro 1:18. Pues bien, saben que a ustedes se les rescató de la vana manera
de vivir que les trasmitieron sus antepasados, no con cosas perecederas, como el oro o la plata, 19.
sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha y sin defecto.
Tomemos nota, entonces, del primer punto de doctrina.
▬a. Redención. Este pasaje tiene un aspecto negativo y uno positivo. Para decirlo de otra manera, se
comparan cosas perecederas (plata y oro) con Cristo, cuya sangre tiene un significado eterno.
[1]. “Pues bien saben que a ustedes se les rescató … no con cosas perecederas como el oro o la plata”. He
aquí un amable recordatorio de lo que los lectores saben acerca de su salvación: su conocimiento de la salvación
los ha llenado de “un gozo indecible y glorioso” (v. 8). Ellos saben que Dios, por medio de Cristo, los ha redimido
a un costo enorme.
Pedro evalúa el costo de la redención primeramente en términos de cosas creadas; las tales, por supuesto,
están sujetas a cambio y corrupción. Menciona dos metales preciosos (plata y oro) que, hablando en términos
comparativos, están entre los menos perecederos. Primeramente, menciona la plata. Pero la plata, si se la
expone a cualquier tipo de compuestos sulfúricos que pueda haber en el aire, se empaña, se corroe y pierde su
valor. A continuación, Pedro menciona el oro, que es más durable que la plata. Pero aun este metal precioso
está sujeto a deterioro. En resumen, las posesiones terrenales no sirven como pago para la redención de los
creyentes (véase Is. 52:3. Porque así dice Jehová: De balde fuisteis vendidos; por tanto, sin dinero seréis
rescatados.).
Cuando usamos hoy en día la palabra redimir, lo hacemos con un sentido reflexivo: “Hoy me redimí ante mis
colegas”. Queremos decir que hemos recobrado nuestra posición anterior. También utilizamos esta expresión
cuando cambiamos vales por ciertas mercaderías en algunos centros especiales. Y finalmente, podemos decir
que hemos redimido algo al volver a comprarlo o al cumplir obligaciones financieras (p. ej. al pagar un préstamo).
¿Qué es lo que dice la Escritura al respecto? En el Antiguo Testamento, Dios redimió a su pueblo del yugo de
la esclavitud de Egipto (Ex. 6:6). Lo hizo enviando diez plagas sobre los opresores de Israel. En la antigüedad
los esclavos podían obtener su libertad con cierta suma de dinero que podía ser pagada ya sea por ellos mismos
o por alguna otra persona.
En el Nuevo Testamento, el foco gira hasta iluminar a Cristo. Leemos que “Cristo nos redimió de la maldición
de la ley, haciéndose maldición por nosotros” (Gá. 3:13). Pablo dice que Cristo Jesús “se entregó por nosotros
para redimirnos de toda maldad y para purificar para sí mismo un pueblo que sea de su propiedad, deseoso de
hacer lo bueno” (Tit. 2:14; compárese también Sal. 130:8). Pedro también utiliza la palabra redimir al referirse
a la muerte de Cristo y a nuestro rescate del pecado (1:18–19).
[2]. “De la vana manera de vivir que les trasmitieron sus antepasados”. La frase vana manera de vivir describe
un estilo de vida que carece de propósito, que es infértil e inútil. El texto no da ninguna indicación acerca de si

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Pedro se está refiriendo a los antepasados de los judíos que vivían según la tradición en vez de la Palabra de
Dios (Jesús reprochó a los judíos porque observaban las tradiciones de los ancianos y dejaban de lado los
mandamientos de Dios [Mr. 7:5–13]). Otra posibilidad es que Pedro se esté refiriendo a los antepasados paganos
de los lectores gentiles; en sus epístolas, Pablo habla acerca de la vida vana de los gentiles (Ro. 1:21; Ef. 4:17).
Una tercera opción sería que Pedro esté hablando de los antepasados en general, tanto de los judíos como de
los gentiles.
[3]. “Sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha y sin defecto”. Aquí tenemos el aspecto positivo
de nuestra redención. Pedro habla como judío totalmente compenetrado de la historia y rito de la Pascua. El
pueblo judío había sido liberado de la esclavitud cuando cada familia tomó un cordero sin defecto, lo mató al
caer la tarde del día catorce del mes de Nisán, poniendo la sangre en los dos postes laterales y en los dinteles
de sus casas (Ex. 12:1–11), y comió la cena pascual.
Los escritores del Nuevo Testamento enseñan que Cristo es ese cordero de la Pascua. Juan el Bautista señala
a Jesús y dice: ¡Mirad, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Pablo comenta que
nuestra redención ha sido lograda por medio de Cristo Jesús porque “Dios lo presentó como propiciación” (Ro.
3:25). El escritor de Hebreos declara que Cristo no entró en el Lugar Santísimo por medio de la sangre de
machos cabríos y becerros sino que entró “una vez para siempre por medio de su propia sangre, habiendo
obtenido eterna redención” (9:12). Y Juan ha registrado en Apocalipsis un nuevo cántico que los santos que
están en el cielo cantan a Cristo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado,
y con tu sangre nos has redimido para Dios, de toda linaje y lengua y pueblo y nación” (5:9).
El Nuevo Testamento desarrolla la enseñanza que Cristo Jesús es nuestro redentor. Lamentablemente, en
nuestro vocabulario cristiano habitual la palabra redentor no es tan común como la palabra salvador.
Reconocemos prestamente que Jesucristo nos ha salvado del poder y de la destrucción del pecado. Pero es de
un significado aun mayor la verdad que él nos ha adquirido derramando su sangre preciosa en la cruz del
Calvario. De estos dos términos, por lo tanto, la expresión redentor merece mayor prominencia que la palabra
salvador.
Junto con Philip P. Bliss todo creyente canta agradecida y gozosamente:
Él nos redime; nada tememos;
¡Verdad sublime!, no la dudemos.
Nuestra cadena Cristo rompió;
El, con su sangre nos redimió.

3er Titulo: Sagrada porción reservada para el sacerdote. Versículo 13. Y degollará el cordero en el lugar
donde se degüella el sacrificio por el pecado y el holocausto, en el lugar del santuario; porque como la víctima
por el pecado, así también la víctima por la culpa es del sacerdote; es cosa muy sagrada. (Léase: San Juan 6:
54 al 56. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque
mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí
permanece, y yo en él.).

Comentario de San Juan 6: 54 al 56: 53–58. En su respuesta Jesús no trata de mitigar sus afirmaciones
anteriores. Las fortalece, de forma que lo que al principio parecía imposible, ahora parece absurdo. En lugar de
hablar simplemente acerca de la necesidad de comer su carne, ahora habla de la necesidad de comer su carne
y beber su sangre. A los judíos les resultaba muy repulsivo el beber sangre; cf. Gn. 9:4; Lv. 3:17; 17:10, 12, 14.
Sin embargo, si hubieran conocido a fondo las Escrituras, también habrían reconocido el simbolismo que Jesús
utilizó. Habrían sabido que la sangre, vista como sede de vida, representa al alma y no posee valor intrínseco
para la salvación aparte del alma. El lenguaje de Lv. 17:11 es muy claro a este respecto: “Porque la vida de la
carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma
sangre hará expiación de la persona”. Es evidente, por tanto, que cuando Jesús habla acerca del comer su carne
y beber su sangre, no puede referirse a ningún comer y beber físico. Debe querer decir: “El que acepta, se
apropia y asimila mi sacrificio vicario como el único fundamento de su salvación, permanece en mí y yo en él”.
Así como se ofrecen y aceptan comida y bebida, así también el sacrificio de Cristo es ofrecido a los creyentes y
aceptados por ellos. Así como el cuerpo los asimila a aquellos, así también el alma asimila este sacrificio. Así
como aquellos nutren y sostienen la vida física, así también éste nutre y sostiene la vida espiritual. Aquí tenemos
la doctrina del derramamiento voluntario de la sangre de Cristo como rescate para la salvación de los creyentes.
La misma doctrina o se enseña explícitamente o está implícito en pasajes como los siguientes:
1:29, 36; Mt. 20:28; Mr. 10:45; Lc. 22:20; Hch. 20:28; Ro. 3:25; 5:9; 1 Co. 10:16; 11:25,26; Ef. 1:7; 2:13;
Col. 1:20, 22; He. 9:14, 22; 10:19, 20; 13:12; 1 P. 1:2, 18, 19; 1 Jn. 1:7; 5:6; Ap. 1:5; 7:14; 12:11.
En la historia de la teología se han hecho repetidos intentos de concebir este comer la carne de Cristo y beber
su sangre de una manera física. Estas interpretaciones se derrumban frente a los siguientes argumentos:
▬ a. El pasaje en el que Jesús, por implicación, incita a comer su carne y a beber su sangre es evidentemente
un mashal. Dichos velados como éste requieren siempre una interpretación espiritual; véase sobre 2:19, 20.

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▬ b. Si estas palabras se interpretan en un sentido literal, la única conclusión lógica sería que Jesús abogaba
por el canibalismo. Nadie se atreve a sacar tal conclusión.
▬ c. El versículo 57 indica claramente que la expresión “comer mi carne y beber mi sangre” significa “comerme
a mí”. Es, pues, un acto de apropiación y comunión personales lo que se indica. Cf. también 6:35 que muestra
que “venir a mí” significa “creer en mí”.
▬ d. Se nos dice que los que comen la carne de Cristo y beben su sangre permanecen en él y él en ellos
(versículo 56). Esto, desde luego, no puede ser cierto en forma literal. Se le debe dar una interpretación
metafórica (unión íntima, espiritual con el Señor). Igualmente, el resultado de dicho comer y beber se dice ser
vida eterna. También esto es un concepto espiritual. Si el resultado es espiritual, parecería razonable que
también la causa se conciba como espiritual.
La sección 6:53–58 es una síntesis de la enseñanza de Cristo respecto al pan de vida. Casi todas las frases y
cláusulas aparecen en otros pasajes de este Evangelio. En consecuencia, para evitar repeticiones no volveremos
a comentar lo que se ha explicado en otras partes del libro; en lugar de ello, nos limitaremos a dos cosas: a.
reproduciremos en su totalidad el pasaje, dando en cada caso la referencia del pasaje en el que se explica la
frase o cláusula idéntica (o muy parecida); b. daremos una paráfrasis de todo el pasaje.
Entonces Jesús les dijo: De cierto, de cierto os aseguro (véase sobre 1:51): Si no coméis la carne
(véase sobre 1:14) del Hijo del Hombre (véase sobre 12:34), y bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros (véase sobre 4:14). El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (véase sobre
3:16); y yo le resucitaré en el día postrero (véase sobre 5:28, 29; 6:39, 40). Porque mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida (véase sobre 6:32, 35). El que come mi carne y
bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él (véase sobre 15:4). Así como me envió (véase sobre 3:17,
34; cf. 1:6) el Padre viviente (véase sobre 5:26), y yo vivo por el Padre (véase sobre 5:26), asimismo el
que me come, él también vivirá por mí (véase sobre 14:19). Este es el pan que descendió del cielo
(véase sobre 6:41); no como los padres comieron (véase sobre 6:31), y murieron (véase sobre 6:49); el
que come de este pan, vivirá eternamente (véase sobre 6:50, 51).
Este pasaje se puede parafrasear de la siguiente manera: Así pues, Jesús les dijo, de cierto os aseguro que,
a no ser que con una fe viva aceptéis, os apropiéis y asimiléis al Cristo, confiando en su sacrificio (cuerpo
destrozado y sangre derramada) como único fundamento de vuestra salvación, no poseéis la vida eterna (el
amor de Dios derramado en el corazón, salvación plena y gratuita). Por otra parte, el que acepta mi sacrificio
con corazón creyente, y lo asimila espiritualmente, tiene vida eterna para el alma, y resucitaré su cuerpo
gloriosamente en el último día, el gran día del juicio. Porque mi sacrificio (cuerpo destrozado y sangre
derramada) es el verdadero alimento y bebida espirituales. El que asimila espiritualmente esta comida
permanece en la unión más íntima y vital conmigo. Así como el Padre, el Eterno, me comisionó, y es para mí la
fuente de vida, así también el que me asimile espiritualmente, ése encontrara en mí la fuente de vida para sí
mismo. (¿Señalándose a sí mismo?) Este es el pan verdadero, la fuente genuina de vida y alimento espiritual, el
que no tiene su origen en esta esfera terrenal, sino que procede del cielo. Y este pan es mucho mejor que la
simple sombra y símbolo—a saber, el maná del desierto—que comieron vuestros padres, pero que no los
mantenía vivos en ningún sentido, ni siquiera físicamente, porque murieron. El que me asimila espiritualmente
como el pan verdadero de vida, vivirá para siempre (primero, con respecto al alma, luego también con respecto
al cuerpo, que en el último día será gloriosamente resucitado).

Amén, Para La Honra Y Gloria De Dios.

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