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Culpa, responsabilidad y

castigo en el discurso
jurídico y psicoanalítico
(La cuestión de la imputabilidad e inimputabilidad)

Compiladora
Marta Gerez Ambertín

Autores
Marta Gerez Ambertín, Néstor A. Braunstein, Oscar E. Sarrulle,
Gabriela A. Abad, Alfredo 0. Carol, María E. Elmiger,
Marta S. Medina, Juan M. Rigazzio, Adela Estofán de Terraf

Proyecto de Investigación;
Culpa, responsabilidad y castigo en los actos criminales

Directora: Dra. Marta Gerez Ambertín

Programa de Investigación:
Base de Datos del Sistema Penal de Tucumán (CIUNT - CONICET)
INDICE

Prólogo................................................................................................................ 7
Marta Gerez Ambertín

Los dos cam pos de la subjetividad: Derecho y P sico an álisis........ . 11


Néstor A. Braunstein

El sentido de la pena en el derecho argentino.................................... 25


Oscar Emilio Sarrulle

Ley, prohibición y Culpabilidad .................................................................3 1


Marta Gerez Ambertín

Entre el amor y la p a sió n ...............................................................................45


Gabriela Alejandra Abad

La responsabilidad y sus consecuencias.................................................... 55


Alfredo Orlando Caroi

El Sujeto efecto de la ley .......................... .................................................... 63


. María Elena Elmiger

El crimen pasional y lo inmotivado del e x ce so ...... .................................. 75


Marta Susana Medina

Pierre Riviere: Entre la ley y los discursos de la l e y .............................. 85


Juan Miguel Rigazzio

Del castigo, la ley y sus vicisitu d es............. ...................................... . 95


Adela Estofan de Terraf

Sobre los Autores 109


Prólogo

Este libro es uno de los resultados de los proyectos de investi­


gación sobre "Culpa, responsabilidad y castigo en los actos cnmína-
les" y "Culpabilidad, imputabilidad e Inimputabilidad en los actos de­
lictivos" en el marco del programa "Base de Datos del Sistema Penal
de Tucumán", Programa dirigido por el sociólogo Raúl Augusto
Hernández y financiado por el Consejo de Investigaciones de la Uni­
versidad Nacional de Tucumán y el CONICET.

Sus autores indagan, desde el entrecruzamiento del discurso


jurídico y el discurso psicoanalítico, la relación posible entre crimen,
culpa, responsabilidad y sanción penal, y el lugar que le cabe al sujeto
actor del acto dentro de esa seriación. Confluyen en reconocer que,
en todo tejido social, el crimen está pautado por la ley la cual estable­
ce la sanción penal que corresponde a cada crimen, y que, para esto,
ios jueces que representan la ley son los que determinan y estable­
cen las penas con las que se sanciona al acto criminal y al autor del
acto. Sin embargo, desde el psicoanálisis, es fundamental, para dar
cuenta del crimen, indagar y responder acerca del asentimiento sub
jetivo de quien incurre en un acto criminal. Se trata pues, de recono­
cer el lugar que ocupa la subjetividad en tal acto, ya que se entiende
que es importante que quien incurre en una falta no sólo dé cumpli­
miento a una sanción penal, sino también que pueda dar una signifi­
cación a esa sanción que le permita dimensionar cuan comprometido
está en aquello de que es acusado,

La culpabilidad hace posible reconocer que algo de la subjetivi­


dad está comprometido en el acto criminal, pero eso no basta ya que
solamente si esa culpabilidad es acompañada de responsabilidad es
posible que el sujeto pueda dímensionar cuan implicado está en la
sanción penal y en el acto que esta condena. Si el sujeto no reconoce
y se hace cargo de su falta, será muy difícil que pueda otorgar signifi­
cación alguna a las penas que se le imputan y por tanto al crimen, y de
esa manera podrá cumplir automáticamente las sanciones, las que
advendrán como meros castigos arbitrarios al na implicarse o respon­
sabilizarse de aquello que se le acusa, La ausencia de reconocimiento
y significación de la sanción penal, lleva a redoblar la tendencia al
acto criminal y al delito. A los efectos de analizar esta hipótesis, se
trabaja en el texto no sólo la psicopatología del acto criminal y r j
discursiviiJad, sino también la discursividad de los dispositivos socia­
les que hacen posible la sanción penal, ya que puede hacerse toda
una arqueología del saber en torno a la calificación y a la asignación
de las penas.

A su vez, y con relación a lo antes planteado, los autores traba­


jan la espinosa cuestión del "motiva'' del acto delictivo. Se sabe que
"el motivo" influye en la medida y asignación de las penas y por tanto
en la imputabilidad o inimputabilidad de! autor del acto. Pero el psicoa­
nálisis clarifica que los actos humanos obedecen a una constelación
heterogénea de motivaciones -algunas conscientes, otras inconscien­
tes y otras meramente pulsionales- por lo cual no todos los llamados
"crímenes inmotivados" se ligan automáticamente a la condición de
inimputabilidad, sino que, más bien, muchas veces la figura jurídica de
la imputabilidad permite dar motivación y, por lo tanto, significación al
acto "aparentemente" carente de la misma.

A su vez, resulta fundamental, dadas las características de ad­


ministración de justicia en nuestro país, indagar la relación y diferen­
cia entre las figuras de la inimputabilidad (intervención del discurso
jurídico) y sus consecuencias, con ia impunidad (no intervención del
discurso jurídico) y sus consecuencias en los crímenes "inmotivados",
ju ristas, abogados, psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, reconocer
que allí se enfrentan a un campo sumamente "espinoso".

El texto de N éstor Braunstein ”Los dos campos de la subjetivi­


dad: Derecho y Psicoanálisis" aborda la relación entre la lógica del psi­
coanálisis y la lógica del derecho, demostrando ía necesaria articula­
ción entre ambas disciplinas, dos campos que se ocupan de la relación
del sujeto y la ley, en tanto el sujeto sexuado es instituido por la ley.
Finalmente invita, desde una perspectiva epistemológica, a la cons­
trucción de una teoría crítica de la sociedad que tenga en cuenta la
posible articulación entre la ley y el inconsciente.

Los desarrollos del Dr. O scar Em ilio Sa rru lle, sobre "El sentido
de la pena en e l derecho argentino", abren desde su posición de pena­
lista una serie de interrogantes cruciales para dirimir la cuestión de la
pena y del sujeto de la pena ya que destaca, no sólo la importancia de
la pena en una sociedad legislada, sino también aborda la importan­
cia de la posición del sujeto ante la pena, y las diversas modalidades
que puede asumir la subjetividad frente a la misma. Modalidades que
hoy el Derecho Penal no puede dejar de reconocer y que abren un cam­
po de confluencia entre el discurso psicoanalítíco y el discurso jurídico.

En "Ley, prohibición y culpabilidad" desarro lio la lógica de lo prohi­


bido, propongo intersectar psicoanálisis y derecho e intento brindar
las herramientas de abordaje para su posible campo de operación
conjunta. Tomo como eje de mi propuesta el lugar de la confesión y
declaración del "reo" y confronto la figura de este con ¡a del enamora
do. Por último, hago un análisis de la culpabilidad, y del lugar que le
cabe al juez y al psicoanalista ente la misma.

G abriela Abad aborda, en ”Entre el amor y la pasión", la cuestión


del enigmático crim en del su p e ryó desde el análisis del. caso de
Madame Léfebre de Marie Bonaparte. El crimen inmotivado es decons-
truido, y a partir de ello demuestra que, declarar a la autora de ese
crimen como mimputable hubiera sido dejarla a merced de tenebrosos
designios, al margen de la ley y excluida del lazo social.

Con el texto "La responsabilidad y sus consecuencias - Puntuacio­


nes a propósito del "caso" Althousser" Alfredo Carol examina las ne­
fastas consecuencias que tuvieron para la subjetividad de Louis
Althousser et hecho de ser declarado por la justicia francesa "no-res­
ponsable" de! crimen perpetrado contra su esposa. Destaca que el
deseo inconsciente no des-responsabilíza al sujeto por su acto, a!
mismo tiempo que acentúa que en tal caso la inimputabilidad deja al
sujeto exiliado de! lazo social.

En "El sujeto efecto de la ley -entrecruzamiento de los discursos


jurídico y psicoanalítíco-" Elena Elm iger destaca la articulación de los
discursos Jurídico y Psicoanalítíco no sólo en su contingencia sino en
su condición necesaria por: la imprescindible intervención de la ley en
el campo de la subjetividad, por el anudamiento estructural entre cul­
pa y íey y por la condición del sujeto de ser siempre responsable ante
la ley.

Su sana Medina analiza en "El Crimen Pasional y lo Inmotivado


del Exceso" tres crímenes pasionales sumamente interesantes, pues
cada uno de ellos permite, por un lado, diferenciar ei estado de locura
de las psicosis a la vez que responder por la necesaria imputabilidad
en los casos de crímenes pasionales, ya que sólo su penalización abre
a una liturgia simbólica donde el reo puede dar cuenta ante los otros
y ante sí de los motivos de sus excesos.

lu á n R ig azzio , en "Pierre Riviere: entre la ley y los discursos de la


ley”, retoma el ponderado caso trabajado exhaustivamente por Michel
Foucault para dar cuenta no sólo de las batallas de ios discursos de
los dispositivos de la ley que excluyen la palabra del reo, sino también
las aciagas consecuencias que tienen sobre el joven parricida su exilio
del campo del discurso: su suicidio grita desde la oscuridad de la cár­
cel aquello que la sociedad disciplinaria no escuchó.

Finalmente, Adela Estofan de T e rra f puntualiza en "Del castigo,


la Ley y sus vicisitudes" el lugar que le cabe a! castigo anudado a la ley
en la subjetividad humana Destaca la relación entre la ley, las prohi­
biciones y las transgresiones e interroga las distintas teorías sobre el
castigo en el marco del Derecho. A partir de las distintas teorías sobre
el castig o , interro ga las consecuencias de la im putabilidad e
¡nimputabilidad y los efectos de tales categorías en una sociedad dis­
ciplinaria.

Todos los trabajos aquí presentados y que arman este texto


sostienen un punto central que los anuda, la insistencia en el necesa­
rio anudamiento entre el discurso psicoanalítico y el jurídico, ¡as razo­
n e s de tal anudamiento, los procedimientos posibles para el mismo,
las lamentables consecuencias de su divorcio, y, por sobre todo, el
lugar que cabe al Derecho y ai Psicoanálisis en el abordaje de la sub­
jetividad humana.

Dra. Marta Gerez Ambertín


Compiladora
Directora del Proyecto de Investigación
Tucumán.Abril. 1999.
Los dos campos
de la subjetividad:
Derecho vJ Psicoanálisis
’*** *

Néstor A. Braunstein

1 . Innuendos

Tiene la sajona lengua inglesa una palabra latina que falta en todas
nuestras lenguas, una palabra irremplazable que debemos importar para
enriquecer nuestro vocabulario: innuendo. Según diccionarios como el de
Oxford, un innuendo es una insinuación, una alusión oblicua o sesgada di­
cha o escrita con intención malévola. Ninguna palabra española o francesa
tiene ese valor semántico. El sarcasmo, el sinónimo que más se aproxima, es
directo y agresivo. La ironía no siempre está presente en el innuendo. La
conveniencia de la nueva palabra se realza si atendemos a la etimología. En
latín, nuere significa reconocimiento. Del mismo tronco derivaría en inglés
nod, nodding, esa seña que se hace inclinando !a cabeza y que implica hacer
al otro digno de la interlocución. Más allá encontramos noeo: "comprendo,
me doy cuenta" en relación con nous: "mente" y sus nobles parientes: noesis,
noúmeno, etc. El prefijo in- precediendo a nuendo, un innuendo, es así una
negativa at reconocimiento, un ninguneo, según si bello vocablo mexicano.
Pues bien, la relación entre los psicoanalistas y los abogados se manifiesta
la más de las veces bajo la forma de innuendos, de descalificaciones casi
tácitas, reveladoras, ora de una recíproca ignorancia, ora de la degradación
de un rival molesto. Los innuendos son armas con silenciador que se usan
en sordas guerras.
Porque hay que decirlo desde un principio: el derecho y el psicoanáli­
sis nunca, se entendieron. Las relaciones entre las dos disciplinas (¿cien'
cias?) no pueden tener más de cien años porque no podrían ser anteriores
a la más joven de ellas, la que Freud fundara hace 100 años. Y en ese siglo
el diálogo no fue de sordos que, en tal caso, diálogo fuera: simplemente que
diálogo no hubo. ¿Entonces qué? Simplemente ignorancia, pura y ,sup¡na.
De uno y otro lado.

Es muy cierto que se podría alegar en contrario y citar textos, como


oportunamente haremos, de Freud y de Kelsen, de Lacan y de Legendre,
oara probar que el primer párrafo es inccrrcctc y que r.o faltaron, uc un iauo
y del otro, los que tendieron puentes. Sí; es verdad, ¿pero qué decir de los
puentes cuando quedan, como el pueril defAvignorj), a la mitad de río? Lo
cierto es que en la formación de los juristas y de los psicoanalistas la pre­
sencia de los conceptos de un saber no se hacen presentes en los del otro.
La ignorancia recíproca,rcrasa^ imperdonable, entre letrados supuestos, es
la pasión dominante.

A veces puede escucnarse a un psicoanalista sostener que las leyes y


el derecho se ubican en el campo de la represión mientras que el psicoaná­
lisis trabaja por el levantamiento de la represión. O que la norma legal es un
chaleco de fuerza impuesto al deseo del sujeto que podría quitarse con
buen análisis para que el sujeto alcance o recupere su libertad. ü Lp ía o te a
no sólo parece sino que es simplista: el sujeto sufriría por la presión de ia
ley y el psicoanálisis vendría a quitarle sus cadenas.

Otras veces es el dotado de saber jurídico quien dice que el derecho


es una técnica y una ciencia orientada hacia la claridad, hada la eliminación
de las ambigüedades, hacia el establecimiento de un saber positivo sobre lo
permitido y lo prohibido mientras que el psicoanálisis apunta a borrar las
fronteras, a hacer aparecer lo oscuro e irracional, a lo que conspira contra el
ideal luminoso de una ley que tenga vigencia para todos. Que la psicología,
a s íle n general, relativiza y mella el saber legal haciendo entrar en el paisaje
del derecho ia inseguridad de argumentos escurridizos respecto de una sub­
jetividad inasible y resbalosa.

Innuendcs: formas sutiles del rechazo; es así como percibimos a las


afirmaciones de los dos tipos. En ellas se ven también matices de la rivali­
dad, de la afirmación de superioridades imaginarias, de privilegios aducidos
para un discurso en detrimento del otro.

La lógica del derecho sería la de la razón, la del claro día, la del texto
escrito, sistemático y sin fallas, la de la conciencia, mientras que la del psi-
escrito, sistemático y sin fallas, la de la conciencia, mientras que la Jel psi­
coanálisis sería la del capricho, de la fantasía, de la noche, del sueño, de la
bancarrota de la lógica. La cordura jurídica de los códigos y decretos del
poder frente a la imprevisible locura del anárquico deseo inconsciente que
no conoce los silogismos, secuencias temporales, contradicción y control,
frente a la pura desmesura de una presunta "ciencia" que no acaba
distinguir al fantasma de la razón.y g Ja razón ctel .faQtasiJtf • O escuchare­
mos, de uno y otro lado, que la base de la desconfianza cuando no de la
oposición radica en que el derecho se pretende universal y trata de sujetos
que son iguales, iguales ante la ley, borrando sus diferencias particulares
mientras que el psicoanálisis repudia la asimilación de un sujeto a otro y
trata a sus sujetos como singularidades absolutas haciendo que lo que se
aplica a uno no pueda aplicarse a ningún otro. Lo 0bm otético)¿y qué más
nomo que el derecho? Frente a lo(idiográfico ¿ y qué más ¡dio que un sueño o
un decir imprevisto de alguien?

Procedamos en este momento a ilustrar freudianamente la diferencia


con un chiste. El paciente relata un sueño al psicoanalista: "Y soñé que esta­
ba en mi casa pero no era mi casa porque era como un barco" a lü que el
psicoanalista, gallego, belga, polaco o lo que sea según los prejuicios del
lugar en que el chiste es contado, responde "¡Bueno, decídase, o casa o bar­
co!” La estupidez del psicoanalista en tanto que tal es manifiesta, pero no
lo sería menor la del notario que al traspasar la propiedad de cierto bien
dijese que tanto da que sea casa como barco. La relación de las dos lógicas
es de oposición excluvente: aquí sí que la disyunción no parece hacer chis­
te: o derecho o psicoanálisis, hay que optar y al optar, perder. En relación con
esta lógica excluyente se planta este libro: con la pretensión de superar la
contradicción mostrando la articulación necesaria de ambas disciplinas.

La historia del derechu.se organiza en torno al ideal (ético) de justicia


y, la justicia requiere de la igualdad ante la ley. La historia del psicoanálisis
aparece subtendida por la aspiración a definir los modos particulares en que
el deseo inconsciente determina al sujelo, algo que sería estrictamente sin-
gular, una pura diferencia, pero que acaba en el descubrimiento .de ciertas
estructuras universales como los complejos de Edipo y Castración. Mas, siendo
Edipo y Castración universales, ¿no alcanzan fuerza de ley, ley de! Edipo y la
castración, puesto que todos participan de su efecto? ,Lsy£S..tan.to_más_co-
activas cuanto que, sin escribirse, no dejan a nadie escapar, leyes que son
eLborde mismo de lo natura! y lo positivo. Leyes de lo humano, tan universa-
les como para decir de ellas; sin molestia, que son la Ley.
Las oposiciones pueden multiplicarse siguiendo el enunciado general:
el derecho y el psicoanálisis. Se podrían nombrar y contar así: la ley y el de­
seo, ia razón y la sinrazón, la cordura y la locura, lo escrito y lo hablado,
aquello de lo que no se puede postular la ignorancia y aquello inconsciente
de lo que no se puede postular el saber sin caer en contradicción, es decir, lo
sabido y lo insabido, el silogismo y el sueño, la lógica y el instinto, lo exterior
y lo íntimo, lo codificado y lo inclasificable, la norma y su impugnación, el
límite y su transgresión.

De esta cadena de opuestos es fácil concluir que el derecho se opone


al psicoanálisis como el día a la noche. ¿Y si así fuera? ¡Estaríamos descu­
briendo, por la analogía, la profunda unidad oe ios dos! Seria imposible con­
cebir al uno sin et otro. Caria uno comienza donde el otro acaba. Entre ellos
no habría frontera fija sino insensible pasaje, presencias subrepticias de ia
noche en el día, del día en la noche. La esencia del día es la noche que la
envuelve y la infiltra; el ser de la noche es la inmanencia del día. E l incons­
ciente, ingobernable, siniestro, acechante, funda eí deseo de alejarlo en
una formulación clara, escrita, completa, legal, coherente. El inconsciente es
el agujero central, la vacuola, el núcleo de la ley. Y el deseo, la aspiración al
goce irrestricto, es un efecto de la ley del modo mismo en que de un agujero
no sabríamos nada sino es porque tiene bordes.

Es que la ley, digámoslo desde ya, como la palabra que es consustan*


cial a ella e s^ rm a k o n ) veneno y remedio, remedio y veneno. Y sólo donde
asecha el peligro, allí -dice el poeta- allí surge lo que salva.

2. Continuidades

Y no se trata tan sólo de derecho y psicoanálisis. Entre los dos se


entretejen los demás saberes que tienen relación con la vida humana, con
el anudamiento en cada uno de ¡a palabra, el cuerpo y la imagen, de lo
simbólico, lo real y lo imaginario, del goce prohibido, dei deseo postergado y
de la norma obedecida en el día e impugnada en las noches del que vive y
sueña. El diálogo del derecho y el-psicoanálisis no podría establecerse sin
convocar a la filosofía y, particularmente, a la ética, para dirimir la cuestión de
la naturaleza de! nombre, de la relación con Ins universales del bien y dol
mal. ¿Está el ser humano, el hablante, inclinado naturalmente al bien y a ia
justicia o por el contrario, su inclinación natural es a aprovecharse del otro
desconociéndolo en su humanidad física y anímica para hacerlo servir a sus
fin££_y..entonces...nacesita de leyes que pongan frenos a sus tendencias
¿añinas? V a la poesía y la literatura como paradigmas deJa dimens ó tu a té -
tjpa de las relaciones entre el hombre v el lenguaje aue.se re velan también
en las artes plásticas y en la música. Tomemos un ejemplo paradigmático en
el teatro shakespeareano: ¿no es de la relación y del conflicto entre el suje­
ta y la ley de lo que hablan todas y cada una de las obras, Ham/st Ricardo
¡II, El mercader de Venecia, Romeo y Julieta, Lear, Medida por medida, Macbeth
y todas las demás? Y a la antropología que propone como noción central de
la prohibición del incesto elevada al rango de ley, más aún, de Ley funda­
mental de la cultura. ¿No es allí donde vemos la potencia inescrutable e
ineludible de ia Ley que fundamenta todas las leyes, todas las ncrmas posi­
tivas? Y d las ciencias llamadas naturales (olvidando que si son ciencias no
podrían ser "naturales" sino por abuso de lenguaje porque más bien se
antoja que todas las ciencias son artificiales). Y dentro de estas ciencias
"naturales" a la que se pretende ciencia natural del animal humano, la bio­
logía dotada de aplicaciones médicas, que vive la tensión entre la reducción
del cuerpo a sus mecanismos fisícoquímicos de homeostasis y su determina­
ción sociocultural en el campo del Otro. Y a la economía, como ciencia de las
leyes que regulan la producción de los bienes que hacen posible la existen­
cia humana asi como los modos en que esos bienes se distribuyen según la
economía política del goce, objeto último de sus trabajos. Y a la lingüística,
ciencia piloto desde que surgió para que se aprecien los modos en que los
sujetos se hacen integrantes de la cultura siguiendo la Ley del lenguaje.
Porque toda ciencia acaba postulando la existencia de leyes, de requlanda-
las leves no podrían circunscribir su territorio sin cues-
tionar la relación de los cuerpos humanos ccn la ley.

Pero hemos propuesto como título para este capítulo el de los dos
campos de la subjetividad, ¿porqué dos y no n, porqué el artículo determina­
do los que deja afuera a todas las ciencias antes mencionadas, quizás con
más pergaminos que el derecho y el psicoanálisis para llamarse ciencias?
Quizás por eso mismo, porque las ciencias lo son de objetos que ellas mis­
mas definen mientras que nuestros dos campos lo son de los sujetos huma­
nos tomados en tanto que cuerpos vivientes, efectos de la Ley y de las
leyes que ellos habitan. Así, todas esas disciplinas, entre las que figuran
algunas que de ciencias nada tienen como la filosofía, la ética y la estética,
tratan de determinaciones y condicionamientos que s_e articulan pero que
J 10 constituyen el campo de la relación entre el sujeto y la Ley. Sus saberes
son esenciales para entender la vida.humana pero son el derecho v el psi­
coanálisis los que t ratan de la constitución del sujeto humano, sexuado y
Legg.l.
La división propuesta entre los territorios de las dos disciplinas es
ideal. Cada uno de nosotros sabe que la iey ha entrado con sangre, que su
escritura en toda carne es el fruto de renuncias a la satisfacción de laq
pulsiones, de io que algunos continúan llamando los instintos. La prjmera
tarea de la sociedad, ésta y cualquier otra, es la de producir a los sujetos
que sean capaces de producir en ella, de actuar como personas más o me­
nos sabedoras de las normas de la convivencia, poseedoras de unsen ti-
miento personal de identidad y pertenencia, sujetos de derechos y debe­
res, responsables, esto es, capaces de responder ante otro colocado en el
lugar de ju ez por sus acciones y decisiones. Educado, gobernado, dirigido
desde afuera, controlando aspiraciones e impulsos, el sujeto se hace miem-
bro de la comunidad; jo común y lo exigido en cada comunidad es la renuncia
a! goce singular. El sujeto es pues el resultado de una división consigo mis-
mo: sujeto del inconsciente y ^bjeto de la ley que lo sujeta. Y esta doble
naturaleza soportada a su vez por un cuerpo sexuado, un cuerpo truncado
Y. desgarrado en el conflicto de la ley con el deseo.

Esta división que está en el seno de cada uno es constitutiva de la


humanidad considerada tanto a nivel social como a nivel individual. El otro
se introduce en el sujeto y lo hiende en dos; el suieto no resulta incluido sin
conflicto en el Otrp. Toda alienación es precaria. El Otro, bajo la forma políti­
ca del Estado, lo interpela, requiere de é l,.le tiene.en cuenta como súbdito
pero también como Infractor potencial, prevé lugares para incluirlo y sanci.0-
narlo si se excluye de la norma legal. Escuelas, cárceles, manicomios, exilios.
El su jeto , sea de hecho, sea en potencia, tacha y limita la pretensión
heaemonizcaora del Otro e introduce en él la falta. El sujeto y el Otro no se
com pletan id ílicam ente en una pacífica unidad. Recíprocam ente ae
descompletan.

Muchos sostienen que el derecho es asimilable al Estado y son cierta­


mente ellos mismos los que proponen que el Estado es el continuador de la
religión, siendo su idea la de Hegel cuando decía, de un modo que se le
pufde discutir pero no objetar la claridad, que el Estado era la encamación
de Dios sobre la tierra. El derecho, decíamos, el Estado, la religión, tienden
a reducir y, ya que no se la puede impedir, a administrar la reciproca in-
completud y la falla que se introduce por el deseo entre el sujeto y el Otro.
El poder, introduzcamos otro término en la anterior trilogía, un término que
los sintetiza, el poder tiene asi delimitado su terreno; el de la discordancia
entKLel Siü£ta.y„e]_Q_tr.Q. y no sólo su terreno sino también el objeto sobre el
cual recae su acción: los cuerpos humanos en tanto que cuerpos '¿vientes
con una vida humana, es decir, sometidos a !a ley.
¿Y el psicoanálisis? ¿De qué podría ocuparse sino de lo que sucede
entre el sujeto y el Otro? ¿Qué son las estructuras clínicas, neurosis, perver­
sión y psicosis, sino distintos modos de relación entre el sujeto y e Otro,
modos más o menos fallidos de articularse con la ley como límite, tanto s i es
ley de la naturaleza descubierta por los científicos como si es ley de la cultu­
ra materializada en un escrito del que saca su fuerza, fuerza de ley, poder.
Pues entre el Uno y el Otro la frontera está en todas partes, así como entre
el interior y el exterior de una cinta de Moebius. No hay Uno y Otro sinc Uno
en e! Otro, Otro en el Uno, en uria lucha dé^ opuestos irresoluble, infinita,
eterna, oue eternamente retorné sin síntesis i^psible, que es el campo de la
acción osicoanalitica y juridicopolitíca.

Ilustramos con la banda de Moebius la relación entre el suiero y el


Otro. La banda de Moebius es un maravilloso instrumento para resolver
falsos dilemas de los que llenan volúmenes del pensamiento tradicional. Por
ejemplo, el de la relación entre el individuo y la sociedad, entre la cultura y ja
natura, entre la exteriorizactón de prohibiciones interiores y la interiorización
de normas exteriores, entre la anterioridad en el tiempo de una cosa o la
otra. La banda de Moebius, con su única superficie y su único borde muestra
que todas esas oposiciones y disyunciones parecen serlo por la oposición
innecesaria entre dos entidades ficticiamente constituidas que son el inte­
rior y el exterior. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Se pregunta el
pensamiento superficial. Con la banda de Moebius se responde muy senci­
llamente: la gallina es un animal ovíparo. Se desmonta así la falsa oposición
que sirve para discusiones infinitas. Entre el sujeto y el Otro la relación es
de banda de Moebius. El sujeto no es el organismo individual dotado de un
interior y viviendo en un medio exterior sino que él está conectado en reta­

ras ideológicas, jurídicas, políticas, económicas en las oue participa.

La relación con el Otro se ilustra también de manera sencilla y no


contradictoria con la anterior mediante la figura de los círculos eulerianos.
Se trata de dos círculos con centros diferentes que presentan un área
de superposición, una intersección. Cada uno de ellos, al se p ararse ,
descompleta al otro y queda transformado en una medialuna. Habiendo cír­
culos eulerianos no puede concebirse a uno de los círculos sin el otro, al
sujeto sin el Otro en el que se incluye (alienándose) y al Otro sin el sujeto
(del que no puede resistir sin mella la separación). El área de intersección es
el terreno común, por tanto el terreno del conflicto, entre ambos. Y donde
hay conflicto hay recurso a la lev que presuntamente debe zanjarlo. La lev.
más allá de la división interior-exterior impugnada por la banda de Moebius,
se constituye como la instancia de apelación que funciona en el área de la
intersección, en el punto en que tanto el sujeto como el Otro revelan su
necesaria incompletud.

3. E l Otro

El Otro hemos escrito, con una sospechosa m ayúscula que los


lacanianos usualmente suponen que todos los demás entienden quizás por­
que ellos mismos no están muy seguros de entenderse con ella. Hay que
aclarar: el Otro de Lacan condensa en una expresión de admirable econo­
mía al Otro en todas sus formas:

a) el Otro de la cultura v de la ley quejradicionalmente se vincula con. la


fundón del padre y de sus subrogados: la patria, el Estado, Dios, _el
poder político,

b) es el Otro que puede satisfacer o rechazar las demandas que se le


dirigen y que se vincula con la función de la madre y de todos los que,
pudiendo dar, son objetos de demandas. Aquél que salva o aniquila con
un sí o con un no, el de la extorsión del amor: sólo podrás recibir si a
cambio das y pierdes;

c) es el Otro sexo al que el sujeto se dirige y que es el juez de su propia


definición sexual, el que define la relación de cada uno con el Falo siani-
1 fígando a todos, hombres y mujeres, la castración;

d) es el Otro del lenguaje, en el que el sujeto se incluye bajo la forma de


sumisión a las reglas de una lengua particular que le impone los carriles
por los que podrá o no articular sus deseos, el que con el nombre pre­
suntamente propio le da al sujeto continuidad en la vida e identidad;

c) es el cuerpo como Otro, con quien e! sujeto se relaciona en forma tal


que explora sus límites y recibe de él órdenes, imperiosas que no se
pueden desconocer y que confinan, siempre en última instancia con la
muerte;

es, así, la muerte como Otro y como amo absoluto de la vida;


f)
es el Otro que nos mira desde el espelo, el Otro como imagen, ro de lo
g)
qug. SQinps diciendo alegremente "ese soy yo" sino el Otro que^n^-jefer^
^ ¡e n ie n te ) nos señala que nunca podremos encontrarnos con ese que
nos ve, desde el espejo o desde el ojo de nuestro prójimo, el que nos
dice _que. no somos eso que creemos y jju e no somos dueños de noso­
tros mismos, que entre uno y uno mismo se j£ergu«Funa distancia insal­
vable, tan imposible de atravesar como el cristal del espejo que inocen­
temente nos devuelven una imagen alienada y. para terminar, lo más
importante, la muda

h) que Indica la imposibilidad de enumerar las formas del Otro, etcétera,


ti
etcétera que es también nombre del Otro, pues marca ‘que np existe
cierre del discurso, que hay una falla Insalvable en el Otro y en nosotros
mismos. Etcétera que cierra la enumeración diciendo que la enumera­
ción carece de cierre. And so on for ever and ever,

El Otro, todos los nombres de la Ley y dejas leyes incluyendo la ley de


que no se puede terminar de decir cuál es la ley del Otro. Ahora se entiende
la^íarsimonia) la racionalidad y la polisemia de esa sencilla palabra caracte­
rizada por una insólita mayúscula: Otro. Sien se ve que no hay mejor pala­
bra en ninguna lengua que resuma tantas acepciones y muestre el paren­
tesco entre ellas. Todas suponen el límite encontrado por el Uno, por eso
son tanto el Otro como lo Otro. Y ese concepto imprescindible recibe también
su forma matemática, algebraica, con la letra que, desde la promoción
lacaniana, por ende francesa, es la A,, mayúscula en español, capital en
inglés, grande en francés para distinguirla de la pequeña a del otro cual­
quiera, del semejante.

Con esta A que subsume todos los modos del límite encontrado por el
sujeto, con esta A que hace de él un suieto tachado, partido, truncado, un
Jjjj y volviendo a los ya mentados círculos eulerianos, poniendo gráficamente
al S a la izquierda en su articulación con el A que se figura con el círculo de la
derecha, un A igualmente tachado,^ (¿pues qué sería del Otro .sin el Sujeto
ai que interpela y llama a ía existencia?), podemos volver a considerar las
relaciones entre el campo del psicoanálisis y del derecho tomado ésta en su
sentido más amplio, no sólo el restringido de la ciencia del derecho sino el
inmenso insondable, de todas las formas de ia Lev que limitan, encuadran v
hacen posible la vida del sujeto al mismo tiempo que jo_enc_arr|lan hacia la.
muerte. Del lado del sujeto podríamos figurar al inconsciente y al deseo, del
lado del derecho al Otro y a la Ley o las leyes, tanto las no escritas v natu-
rales como las sancionadas, positivas, humanas, pero pecaríamos d e jím -
glistas. Olvidaríamos lo que ya nos enseñó la banda de Moebius, que entre
ambas no hay oposición sino continuidad, pues nada sería el deseo si no lo
es en relación a la Ley que al oponérsele como su Otro lo hace posible. "El
inconsciente es el discurso del Otro" y "el deseo es el deseo del Otro" son
lemas de Lacan que gozan de justa fama y que repetimos aquí sólo para
recalcar la imposible separación de los campos del derecho y del psicoanáli­
sis. Pues la Ley es la condición del deseo y no sólo su contrapartida.

4. Natural y positivo

En este punto no rompe el psicoanálisis con la tradición del derecho


sino que toma partido en el interior del mismo en una oposición clásica que
constituye, de modo conflictivo, la esencia misma del derecho. Frente a una
concepción que podríamos llamar escolástica o, mejor, aristotélicotomista,
según la cual el hombre, así, genéricamente, aspira a lo Sueno, lo Verdade­
ro, el Saber y la Justicia y que hace del Derecho un resultado más o menos
[jerfectible q ue_siguejas normas de un derecho anterior*, perfecto, de origen
djvino o inscripto en la naturaleza de las cosas, de un Derecho Natural,
frente a esta concepción jusnaturalista, se alza otra tradición que pone en
duda cuando no cuestiona abiertamente la supuesta presencia de leyes
trascendentes que pudiesen orientar la tarea del legislador. Para esta con­
cepción positivista, (no necesariamente en relación con el positivismo filosó-
fico), el derecho es sólo el conjunto de normas e-dictadas por la voluntad.de
las autoridades encargadas de decir cual es la Ley (derecho civil) 9 de los
jupces que de_ducen J a s leyes a partir de los casos particulares que. son
llamados a juzgar (derecho(cbnsuetudinarioJ. En el primer caso, el del dere­
cho natural, la justicia es un valor absoluto y las leyes deben tomar como
fineta su realización. En el segundo caso, el del derecho positivo, lajusticia
rfo es trascendental sino inmanente a las leyes que materializan un concep­
to histórico, relativo, de una justicia que no pertenece al campo del derecho
sino más bien al de la_ética.

Por supuesto que la postulación de un derecho natural, de una idea


absoluta de ia justicia lleva a los filósofos del derecho a preguntarse cuAh,r
son esos principios inmutable* o los que debería ajustarse la leglslnclón
positiva... y a encontrar que no existe ningún principio que no sen discutible
o que no haya sido discutido, Por ejemplo, se podría poner como iimin/t
fundamental, la de preservación de la vida. ¿Vale también en tiempos de
guerra? O aparece entonces el tema del aborto y de la decisión acerca del
momento en que comienza la vida definida no en términos biológicos sino
en términos jurídicos y la posibilidad del estado en función de ia política
demográfica, de la madre o del padre y de su deseo o la interminable casuística
en torno a las mujeres violadas, la consideración de argumentos (eu)ge-
néticos, etc., que hacen difícil sino imposible la pretensión de hacer de
tat protección de la vida el valor absoluto del derecho. Para no hablar
da! derecho a la igualdad que desemboca siempre en la justificación de
privilegios o del derecho a la propiedad que no puede sino legitimar des­
pojos.
Entre el derecho natural y el derecho positivo, como lo señala
0_oJia_yj»i me tr ía pues el derecho natural se pretende ■
. orno ba:-e y como
QQamzador deI derecho positivo mientras que el derecho positivo niega
que,haya otro derecho aparte de él mismo y, es su concepción, los uitislas
no tienen otra cosa de qué ocuparse que de las normas, su claridad, su
coherencia, su cobertura del campo de la vida social y el modo de resojyer
rfyiflictos entre los poderes encargados de aplicarlas o de decidir cuál de
ellas es más pertinente en una situación abierta a dos o más soluciones.

Se abre así la cuestión del lugar que el psicoanálisis ouede ocupar en


este campo dividido del derecho natural ,y del- derecho positivo que atravie­
sa la historia toda de la ciencia jurídica. Puede ser, como propondremos, que
el descubrimiento freudiano y la concepción lacaniana del inconsciente es­
tructurado como un lenguaje vengan a dar nuevos argumentos a ia milenaria
polémica. ¿O es que ia promoción del sujeto dividido y del Otro tachado
como instrumentos teóricos podrían dejar de ocupar un lugar central en la
reflexión jurídica?

Pero hemos de ser justos con la tradición. Mal podríamos los psicoa­
nalistas arrogarnos el descubrimiento de la división subjetiva. Si Lacan, le­
yendo a Freud, extrae su sujeto del inconsciente, es decir el sujeto que el
inconsciente hace como su sujeto, no el inconsciente del sujeto, el sujeto
como entidad psicológica que tiene una conciencia y además un inconscien­
te, sino el inconsciente como ese saber y ese pensamiento que operan fue­
ra de toda psicología y que en su devenir promueven a la existencia a un
¡lújelo que de otro modo no intervendría, si Lacan, repetimos, puede apor­
tar t'üla subversión del es porejue tiene raíces nutritivas en el pensa­
miento de los filósofos que, mucho antes que ól y que Freud, se plantearon
H problema di' liis leyes.
En el comienzo det juridismo occidental tenemos !a reflexlón^la^j^imca
en el que pasa por ser el último de sus diálooos. Las leves. Y allí escuchamos
al de Creta maldecir

... la necedad de la multitud que no quiere comprender que todos los


hombres de una ciudad, durante toda su vida, tienen que sostener
una guerra continua contra todas las demás ciudades... pues... sin
duda... por ley misma de la naturaleza, ninguna ciudad deja
nunca de esta^fiada Con otra en una guerra no declarada. Y si lo
examinas con este espíritu, no dejarás de advertir que el legisla­
dor cretense tenía los ojos puestos en la guerra cuando esta-
t/ec/ó to d a s n u e stra s instituciones públicas y privadas; y en
virtud de este mismo principio nos ha confiado la observancia de
sus leyes.

a lo que ei otro en ese diálogo, el de Atenas, agrega que también están en


guerra una aldea con otra aldea, una casa con otra casa dentro de la aldea
y un individuo respecto de otro individuo para terminar diciendo "... que cada
uno respecto de s j mismo debe mirarse como un enemigo frente a un enemi­
go..." a lo quQ'Clinias. el (cretense;; da laf&pódosis:

... todos son enemigos públicos de todos, y de modo particular, cada


uno es enemigo particular de s í mismo... que en cada uno de noso­
tros se libra una batalla contra nosotros mismos. (Las Leyes, 625
d - 626 d, traducción de Francisco P. de SamaranchJ.

platón es laxativo ; la naturaleza humana no es de un ser apasible y


hambriento de justicia que busca el bien sino que es la de hombres enfren­
tados en una guerra sin. cuartel no sólo contra todos los demás sino tam ­
bién contra s [ mismos. La lucha y el conflicto están en la base de todo
d e sa rro llo y las le ye s tienen ia misión ese n cial de ap acig u ar los
enfrentamientos para mejor dirigir la iucha de la ciudad contra sus ene­
migos exteriores.

Distinta es ia posición aristotélica. Así como comenzaba su Metafísica


diciendo "Todo hombre por naturaleza apetece saber" (Metafísica 980 a, tra­
ducción de Francisco P. de Samaranch), comienza la Ética nicomaquea, con
una expresión del mismo cuño

Todo arte y toda investigación, igual que toda acción y toda delibe­
ración consciente tienden, al parecer, hacia algún bien. Por esto
mismo se ha definido con razón el bien: 'aquello a que tienden to-
das las co sa s' (Ética nicomaquea, 1094 a, traducción de Francisco
p. de Samaranch).

5. Los condenados

¿Cómo no habría de ser estrecha la relación entre el derecho (Law, en


inglés) y el psicoanálisis, si es el psicoanálisis ei encargado de seña la r la
falla inherente a la lev, la incompletud de lo simbólico, la tachadura de / ?
¿Cómo no habría de serlo si es el derecho el que, texto de la ley Tediante,
indica al sujeto los terrenos en los que puede legítimamente vivir y aquellos
i)ue son objeto de punición? ¿No podría decirse que entre ambos íiay una
continuidad y que cada uno asienta su ju risdicción en donde el otro pierde la
suya?

Aceptemos la enervante continuidad de la banda de Moebius. Veamos


a la Jey actuando en el 'fuero) externo según las prescripciones de los códi­
gos; veamos por otra parte a la ley interiorizada en el sujeto, regulando el
fuero interno bajo la forma de prohibiciones v órdenes interiores, la " con­
ciencia moral" que llamara la atención de Kant y que recibiera de F reud el
nombre de "superyó". Queda claro que el suieto está siempre sometido a
juicio-- el de una instancia crítica que lo sostiene dentro de la lev v el de una
instancia social y represiva que lo castiga cuando sale fuera de la ley. Pero
siempre está, como lo veremos con Kafka, ante la ley. La vida humana trans­
curre en una dimensión jurídica inescapable. ¿No es el psicoanalista el que
tiene que enfrentarse con los condenados de la tierra (¿y quién que es no lo
es?), esos que se condenan, no por sentencia judicial sino por mandato
íntimo a las penas del fracaso, la impotencia, la inhibición, el síntoma, la
angustia. Ia enfermedad psicosomática, la a-dicción por drogas y, en última
instancia, el suicidio y demás formas de muerte prematura?

El suieto vive v muere baio la violencia de la represión. Los dos senti­


dos de la palabra, el psicoanalítíco y el juridicopoiítico se conjugan. Y sólo
sabiendo de la represión es posible mitigar sus efectos sin que el mero
saber de ella sirva como remedio. La condición necesaria, saber, no es la
condición suficiente: sabiendo, hay que actuar., y nada ni nadie garantiza el
resultado. Pero ahí es donde psicoanálisis y derecho se articulan en otra
dimensión, la ética, la de decidir qué se.hace con el saber que ambos otor­
gan. La cuestión es ahora epistemológica y apunta al rol que en el mundo
contemporáneo puede tener una teoría crítica de la sociedad que retome
los puntos de articulación de la lev v el inconsciente.
Dice Lacan en Subversión del sujeto y dialéctica del deseo que el sujeto
del psicoanálisis es el sujeto de la ciencia. Habría que agregar en tanto que
la ciencia lo excluye. En efecto, el sujeto de la ciencia es el sujeto reducido a
un punto inextenso, prescindible, cuantificable, previsible, en última instan­
cia, objetivo, siendo ía subjetividad la escoria que debe eliminarse de toda
proposición para que Sa misma sea aceptable como científica. Pues bien ese
sujeto de la ciencia es también el suieto del derecho, un elemento del que
se han eliminado todas las variables singulares para hacer su igualdad ante
la ley, para que sea, del mismo modo que cualquier otro sujeto, el objeto de
la norma. Ante la ley el sujeto, idealmente, debe aparecer como el hombre
sin atributos. De la ciencia el derecho es la ciencia que djce la verdaq ultima
del suieto. Por ello se puede extender la frase de Lacan: el sujeto del psi­
coanálisis es el sujeto del derecho, la persona jurídica cuando tal concepto
6'
se aplica a un cuerpo humano.

Ni los psicoanalistas ni los abogados pueden desconocer esta delimi­


tación recíproca de sus jurisdicciones (jurís-dictionem) sin pagar la onerosa
cuenta de desconocer el objeto sobre el cuaMxabajan. Las dos disciplinas
se empobrecen y pierden el fundamento, el/Grunu^)de su acción.
El sentido de la pena en el
•J a « 1 * ** n «i«ifa * t r 4 t t A
U C 1 W U U u i^ v iin n v

Oscar Emilio Sarrulle

A propósito de una cordial invitación que nos hicieran llegar desde las
cátedras de Semiosis Social y Contribuciones del Psicoanálisis - Escuela fran­
cesa de la Universidad Nacional de Tucumán, de cuyos integrantes, en dos
brillantes cursos de post grado realizados en 1996 y 1997, aprendiéramos a
deses-tructurar el discurso jurídico desde la óptica psicoanalítica, enviamos
estas breves reflexiones acerca del sentido de la pena en el derecho argen­
tino, cuestiones éstas que están contenidas en otro trabajo de mayor am­
plitud.

El texto del Art. 18 de la Constitución Nacional, establece que: las


cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de
¡os reos detenidos en e lla s ....

En esta materia, siendo la pena privativa de libertad la que ImpactB


de manera decisiva sobre ¡a idea que de la pena se tiene, en tanto mecanls
mo de restricción de derechos que se aplica a quien viola las normas de la
convivencia, corresponde indagar su sentido jurídico en función de la noim.t
liminar del texto constitucional.

El texto pareen rechazar, en una Interpretación dinámica o progresión


que considere a la ley, en Lmtu manifestación humana, en una constante e
ininterrumpida evolución, el sentido retributivo o expiatorio de Ihs penas,
apelando solo a un afán aseguradoi por* justificarlas frente a la alteración
ilH orden de la interacción humana en libertad
En este sentido, Zaffaroni (Zaffaroni, E. R. 1987) observa que, "el ob­
jetivo de segundad no solo no es incompatible ni excluyente de ia resocialización,
sin o q u eésta es el medio para proveerá la seguridad...'', la resocialización no
puede ser otra cosa que el medio con el que la pena provee a la seguridad
jurídica.

Sin embargo, la política criminal de los años noventa se informa por la


crisis de la ¡dea resociallzadora, crisis que importa poner en jaque un conte­
nido estratégico de vita! importancia, cual es la idea de la resocialización del
infractor.

No obstante, entre nosotros, la nueva Ley 24.660 llamada Ley de


ejecución de la Pena Privativa de la Libertad, no abandona el propósito
resocializador.

En tal sentido, expresa que la ejecución de la pena privativa de liber­


tad tiene por finalidad lograr que el condenado adquiera la capacidad de
comprender y respetar la ley, promoviendo a su vez la comprensión y el
apoyo de la sociedad.

Lo legislado supone observar el fenómeno del delito con miras al futu­


ro, comprender y respetar la ley en lo sucesivo implica un claro abandono de
la idea retributiva de la pena. El legislador de la ley vigente ha optado al
igual que el anterior (Dec. Ley 412/58, Ley 14.467) por una pena con senti­
do resocializador.

De allí que la restricción de derechos que se impone al condenado,


está inspirada en el propósito de imbuir al sujeto de ciertos caracteres que
le permitan volver a la convivencia en condiciones de respetar los derechos
de terceros, lo que no supone, en manera alguna, la pretensión de moldear
personalidades para que se adecúen 3 determinados paradigmas.

Es decir, que este sujeto que es el sujeto de la pena, af volver a la vida


social debiera haber introyectado un mensaje que le permita convivir, esto
f s estar en permanente interacción con otros sujetos, satisfaciendo de ese
modo, una inequívoca tendencia que anida en la esencia de su naturaleza.

Colegimos entonces los inequívocos propósitos primarios de preven­


ción especial que el sistema pretende, en tanto mensaje dirigido al sujeto
para que no caiga nuevamente en conductas antisociales violatorias de los
pactos tácitos en que se funda la convivencia. Prevención especial ésta,
habrá que reconocerlo, que ha soportado las enormes críticas relativas a su
ineficacia y efecto criminalizante de las prisiones, a la que habría que enten­
der, para salvar ia racionalidad del sistema, como el límite que e! orden de la
0 Al suieto en tanto miembro de la comunidad jurídica frente a la
ley impone al sujeto o
transgresión <Je un pacto.
Í S e c u n d a r ia m e n t e , nuestro sistema opera también como mecanismo
de prevención genera, positiva, en cuanto con cada sentenoa c o ^ a t o n a
/ . S u t o r i a , queda d e m o s ™ * la «¡geoda de, ordeo d o r m i d .

' De modo que, primariamente acepta los mecanismos propias de la


„ nr¡ón especial, operante en función de la culpabilidad del sujeto, lo
T e determina ei grado de reproche que le cabe, fijándose de ese modc la
S i d a de la reacción penal, la que no podrá Ir mas al,a de la c u lp a d o que
r a n a d a ,a oen. ed fcndón del grado de reproche que le corrasponde,
servirá luego a los fines de la prevención general positiva, en tanto ia res
judicial demuestra empíricamente a todos los m lem to s del grupo
social la vigencia del orden normativo.
En el marco descripto, para comprender el fenómeno, debemos ob­
servarlo como un fenómeno complejo; en consecuencia abarcado por distin­
tos puntos de vista. Entonces, habrá que intentar su analisis no solo desde
la óptica de lo jurídico, sino también y cuanto menos desde el psicoanálisis,
en tanto existe una inequívoca relación entre el inconsciente del sujeto y a
ley. Ese inconsciente, implica que más allá del discurso manifiesto del sujeto
hay otro que juega permanentemente en otra escena y que con frecuencia
desmiente al propio sujeto.
Ese otro discurso, el discurso del inconsciente, es estrictamente logi­
cé de allí que resulte de sumo interés para observar la conducta criminal;
por cuanto ella supone que en un sujeto determinado los mecanismos psí­
quicos no fueron suficientes para la evitación de un acto capaz de alterar ¡as
condiciones de una convivencia razonable.
Es decir, que para permitir la vida social resulta menester la absten­
ción del sujetó de describir conductas afectatorías de derechos de terceros,
esta abstención se impone al sujeto en primer término desde su propia
condición psíquica estructurada en su proceso de socialización. Es asi que
su psiquismo obtura en primera instancia las conductas disfuncionales, ¿pero
qué pasa sí los mecanismos fracasan?. En tal supuesto, un modo externo al
sujeto, ei aparato de la ley en sentido jurídico debe demostrar tanto al suje
to como al grupo la vigencia de la ley, permitiendo al primero restaurar, a
partir del límite externo que la pena implica, ei lazo social.

De no venir la pena desde afuera del sujeto no podría descartarse


que la reacción de su psiquismo frente al crimen pueda llevarlo a situaciones
cada vez mas graves. La pena impuesta desde afuera al infractor resulta en
definitiva el modo menos gravoso de resolver la situación de conflicto que el
delito implica, tanto para el sujeto cuanto para el grupo, en tanto evita por
un lado, las reacciones espontáneas de venganza, en donde puede nacer la
dramática serie agresión - venganza - agresión..., y por el otro, porque el
límite impuesto desde afuera al sujeto de la pena, le permite de algún modo,
restaurar una relación con el grupo a que pertenece.

Se trata entonces, de que luego del crimen, del juicio y de la pena


justa y adecuada a la culpabilidad, aceptada subjetivamente por el infractor,
aparezca un suieto capaz de convivir.

Cabe advertir, que estas reflexiones encuentran sentido frente a


disconductas graves que según pensamos son las que debieran perdurar
en un derecho penal de mínimo contenido.

Lo expresado no implica aceptar en modo alguno que nuestra ley se


inspire en aquellas concepciones anti liberales que conciben ai delito como
una patología y a la pena como su tratamiento, por el contrario, creemos
que lo entiende como una transgresión grave y libremente ejecutada a al­
guna pauta sustancial de la convivencia; y a la pena, en tanto mecanismo
de prevención especial, como una advertencia al sujeto para que en el futu­
ro acepte las reglas, advirtiéndole que el límite de la ley está vigente. Ello en
tanto la violencia programada de todos contra uno, que implica la reacción
penal, debe estar dotada de un complejo mecanismo garantizador de los
derechos individuales frente al ejercicio del poder punitivo del estado, en
tanto no puede obviarse que todo ejercicio de poder, connota una relación
mando obediencia que tiende por definición al abuso.

Se trata de encontrar un procedimiento que permita hacer que del


delito resulte un sujeto otro, que pueda asumir las consecuencias de su
acto en tanto ser de razón y libertad.

, Ese procedimiento es el juicio que aparece ante el sujeto como una


representación ritual operante como una suerte de catarsis donde a través
de la interacción del acusador, el acusado y el Juez, surja una verdad histó­
rica y sus consecuencias. Es decir, aparece una instancia mediante la cual el
sujeto se puede hacer cargo de un crimen realmente cometido; en esa ins­
tancia el Juez como referencia de la ley no aparece como alguien que se
enfrenta al reo en una suerte de duelo, sino como un arbitro que por encima
de él y del fiscal acusador, selecciona imparcialmente !a hipótesis verdadera
que ha reconstruido un hecho histórico que puede imputarse al sujeto y que
presenta las características jurídicas de un delito o bien, cuando la conducta
no haya sido probada o queden dudas, absuelva al sujeto.

Todo este procedimiento, como afirma Braunstein (Braunstein, N.,


1995 ), desembocará en un veredicto, es decir, en un dictum de la verdad
que resultará de haber escuchado en una audiencia lo que ha acaecido en
la escena del crimen y que, a través de esta reconstrucción de la verdad
histórica, el sujeto pueda comprender la razón de la pena que se le impone.

Si el penado no logra la subjetivación de la pena aplicada ésta resul­


tará inútil, apareciendo como una venganza del otro lo que llevará a una
nueva pretensión de agresión para reparar e¡ daño que cree haber sufrido.
Esto hace que los sistemas carcelarios produzcan cada vez mas delincuen­
tes, en tanto la abyección de la pena no subjetivada no puede hacer otra
cosa que un enfrentamiento especular entre dos imaginarios, donde el sa­
dismo del sistema represivo del Estado se corresponde con el de la fantasía
del reo que tratará de concretar en hechos reales no bien recupere la liber­
tad.

En este sentido, pensamos que el psicoanálisis puede resultar un ins­


trumento útil para que el penado logre el asentimiento subjetivo de la pena
encontrando por ese camino su razón, De no existir esta subjetivación la
pena resultará inútil. Se trata entonces, de subjetivar el crimen, asumir la
responsabilidad consecuente y la pena que corresponde, de tal modo el reo
sutura, por así decirlo, su relación con el marco social en que vive, encon­
trando a partir de ello el verdadero sentido de la pena que le cabe a un
sujeto libre y capaz de motivarse en la norma, en consecuencia capaz de ser
culpable.

Todo ello supone que la libertad, no como libertad inmotivada o como


pura libertad externa o no coaccionada, sino como libertad interior, de raíz
espiritual, es un presupuesto del derecho penal; más exactamente: un pre­
supuesto de la culpabilidad; más exactamente todavía: un presupuesto filo­
sófico de la imputabilidad (Frías Caballero, J, 1994), En fin, el sujeto del
derecho penal es un ser capaz de aprender el deber y convertirlo en el
modo de ser de su conducta.

Lo expresado no implica olvidar lo referido a aquellos que por sus


caracteres individuales no pueden reputarse como capaces de ser culpa
bles, los inimputables. En lo que a ello refiere el sistema, por vía de la medi­
da de seguridad les impone también un mensaje de la ley, que implica un
límite preciso al obrar disfuncional a la condición social del hombre.
De allí surge precisamente el claro matiz diferencial entre inim-
Dutabilidad e impunidad; mientras que de la primera deriva un modo partí'
:ular (asegurador) de la reacción penal, pero reacción al fin, la segunda
implica abandonar las conductas disfuncionales a su propia suerte, gene­
rando sobre el grupo social el desasosiego que fluye de la falta de demos­
tración de la vigencia del orden jurídico frente al crimen, en tanto dicho or­
den constituye un mecanismo esencial para asegurar la interacción humané
en libertad.

blBLIOGRAFÍA_______________________________________________ _________________

Braunstein, Néstor: La Culpa en Derecho y en Psicoanálisis. El Psicoanálisis en el


Siglo (3/4). Córdoba. Argentina, 1995.

Frías Caballero, Jorge: Capacidad de culpabilidad. Buenos Aires: Hammurabi, 1994.

Zaffaroni, fcugemo R.: Tratado de Derecho Penal. Buenos Aires: Edlar, 1987.
Ley, prohibición
y culpabilidad

Marta Gerez Ambertín

1. Culpa y prohibición

La culpa, la njíácula, la falta, el pecado, la cobardía moral y sus senti­


mientos concomitantes: el remordimiento, la desdicha y la desventura confi­
guran ese costado pesumbroso que el sujeto quisiera arrancar de sí, pues
su peso le indica que el anhelado paraíso de ser para siempre feliz no es
sino una simpática (utopía.

No se trata justamente de cantar Ic^s a ese opaco sentimiento que


acosa al sujeto y (re)muerde su conciencia, se trata de darle el lugar que le
corresponde en la subjetividad porque, paradojalmente y más allá de los
malestares que provoca, es preciso reconocer que desde el psicoanálisis no
es posible pensar en la estructura de la subjetividad sin esa categoría om­
nipresente que es la culpabilidad, a tal punto que pretender extirpar la cul­
pa del sujeto resulta absolutamente imposible: ello implicaría disolver al
sujeto..

Es as! porque la culpa es la resultante observable en la subjetividad


d.e que "con !a Ley y el crimen comenzaba el hombre" (Lacan, J. 1950, p.
122 .) en tanto da testimonio de uno de los problemas más cruciales de la
humanidad; "la lógica de lo prohibido", que se resume en la pregunta ¿qué
es /a prohibición? La ley establece ¡os parámetros de la prohibido, sin embar­
go, la humanidad toda y la subjetividad que se aloja en ella, ha mantenido
y mantiene una te n ta ció n siempre renovada a franquear los bordes que
demarcan lo prohibido. Extrañamente el psicoanálisis, del cual se ha dicho
que trata de los desenfrenos, y las pulsiones, se ha ocupado en demasía de
la presencia de la instancia moral en el hombre quien, según Freud ha dicho,
desde su inconsciente es. mucho mas moral y ético de lo.que él mismo sabp

La in scrip ción de la lev delimita el contorno de lo prohibido y hace


posible la conformación d eJa_ 5QC¡edad y Jas. formas de la subjetividad. Por
un lado hace posible el sostenimiento del lazo social en tanto regula ese
lazo, pero como nada es gratuito, el don que otorga la lev deja como lastre
un» de'jdaj¿.ur ¡3 tentación. Una deuda aimbólica que es preciso pagar res-
petando la ley v de la cual el sujeto es responsable, pero también una ten­
tación a trasponer los límites de lo prohibido, conformada como oscura cul-
pa, oscuro goce.

El costo que se paga por la atracción a condescender hacia lo inter­


dicto demarcado por la ley es el de una humanidad culpable -aquello que
Freud ha establecido como culpa universal- , implicada en esa atracción
siempre renovada a la que convoca lo prohibido. Crímenes capitales, incesto
y parricidio, y sus sucedáneos marcan un límite, dicen "¡alto ahí!, ese límite
no debe s e r franqueado". Sin embargo, aunque esto pacifica a los humanos,
no deja de provocarles la inquietante fascinación por abismarse más allá de
ese límite.

E/ discurso jurídico no queda fuera de la pregunta por lo prohibido.


en todo caso es i_ é j a quien compete, desde los trazados de la legislación,
brindar las respuestas necesarias. Allí el discurso jurídico y el psicoanalítico
se intersectan, pese a las barreras semánticas que ponen algunos obstácu­
los a un diálogo más fructífero entre ellos. Los trabajos contemporáneos de
un jurista como Pjeri^^egendr^, muy interesado en el discurso psicoanalí­
tico por haber sido uno de los interlocutores de Jacques Lacan desde e!
campo del. Derecho, abre un espacio donde es posible que el discurso jurí­
dico y el psicoanalítico puedan tener algún encuentro. La cuestión de la
culpa v lo prohibido concentran la atención en ambos lados, pero es preciso
que logren crear un espacio de operación conjunta.

2. Culpabilidad y amor

La culpa, entendida como la falta de la auc el suieto es de una u otra


manera responsable, ubica al sujeto bajo la mirada y el juicio del Otro. La
c u lpabilidad supone d e c la ra rse : atestiguar una falta, un pecado y recibir el
juicio condenatorio o absolutorio del Otro. En suma, ubicarse en el lugar del
riel reo (reus), que llamativamente deriva de "reor" oue es contar:
reo es el que cuenta v da cuenta de su acto a través de la palabra, y el que
qpntabiliiza. sus„faltas. ¿Acaso no somos todos los seres hablantes reos, se­
gún esta acepción?

En este punto quiero hacer un viraje en mi desarrollo porque, si como


afirma Legendre, en la culpabilidad "como en ei amor, el sujeto se declara"
(L e g e n d re , P. 1994, p. 50), es porque el jurista francés no desconoce desde
el psicoanálisis el estrecho lazo entre el amor y la culpabilidad. ¡Oh sorpre­
sa! percatarnos de eso que está a la vista de todos, poder trazar un víitculu
entre la declaración del reo, el que cuenta y contabiliza desde el texto d e su
discursp acerca de su falta y la declaración del enamorado que no deja de ser
una(alocución¿ un llamado, una petición al amado, y no sólo una pptiriAn Hp
amor, sino también una petición de juicio, un llamado al Otro de la ley.

Desde aquí cabe reinstalar la correlación que establece Lacan entre


la culpabilidad y el amor, lo que redime de alguna manera ante nuestros ojos
a la hasta ahora ingrata culpa. Porque, paradójicamente, no estamos dis­
puestos a desprendernos tan fácilmente del lado amoroso de la culpa como
de su costado angustiante, pese a los padecimientos que ocasiona; y como
no.££.EQ.s¡ble separar la amalgama que funde culpabilidad y amor sin d e s­
truir al uno v al otro, ahí el sujeto está dispuesto a.tolerarse culpable y
deudora j&sacjlfcJQS. esfuerzos que. hacfi..por. discurrir..eo. ia_yi.d¿-Cflnjjn a
"buena conciencia" o "con una conciencia limpia" o transparente, como se
pretende inútilmente ser y_que sea.

Lacan afirma que el "amor es necesidad dg ser-ainado por agueLaue


pgdría tomarlo a uno como culpable" (Lacan, 3., 1960-61, la traducción es
mía), y es que el amado (erómenos) ha de ejercer permanente.mefUs una
censura activa y ante él nos declaramos para "caerle bien"... sin embargo,
el traspié es inevitable, no logramos borrar nuestras faltas, no logramos
alcanzar la perfección total que nos asegure para siempre la mirada amo
rosa del otro. Resurgirá siempre una mácula, una falla, un pero,.,, una hila­
cha. Y no puede ser de otra manera porque el amor no es sino el naufragio
del narcisismo, pero también la nostalgiosa esperanza de recobrarlo gracias
al sostén amoroso del partenaire que en ese caso se convierte en juez y
censor del amor. Ante esc juez nos declaramos, ante ese juez pedimos
permiso para amar y peticionamos ser amados a pesar de nuestras culpas,
defectos y pecados. Y dado que verdaderamente amar no es pecado, se da
la^aporía'de que tampoco es posible amar <¡inn necandn. En suma, en ia
vida amorosa se discurre irremediablemente pecando dei defecto de no s^r

Todo esto no es ilógico, responde a la "lógica de los deslices de la


vida amorosa", y es que el amor transita por el enigma de ofrecer al otro ig
que "no se tjene" y de pedirle precisamente lo que tampoco tiene. El amqr
ofrece entonces la falta dei amante [erastés), porque dar lo que se tiene es
fácil, dar lo que no se tiene invita a la creación, al arte de amar a pesar de
las fallas o haciendo de las fallas mismas el motor del amor. En el mito, el
Amor es hijo de ífenía -la .pobreza-y jjórqS -el recurso-, Empobrecido por
madre e ingenioso por padre, el amor es una sagaz aporia recurrente qup
n9 ofrece sino faltas (culpas) y en el punto de máximo recurso y creación
ofrece palabras, declaraciones; -versea y conjetura para hacerse amar Qfre-

diriae la declaración que pregunta. escruta e indaga. A pesar de mi fallas


¿puedes amarme? Aún a pesar de mis hilachas ¿puedo serte imprescindi­
ble?... y la pregunta queda flotando del otro lado, del lado del. censorjdfil
amor... allí el juego de las intrigas del aropr.

Pero es que en la cuestión de! amor como en la de la culpa se pone en


juego el sistema de prohibiciones. El amor valsea en tomo a lo prohihiriQ,
el amante es también un reo del amor, el que cuenta y__da cuenta de su acto

3 . Culpa, amor e inconsciente: el universo de lo prohibido

Habiendo llegado hasta aquí es preciso trazar la relación entre culpa,


am or e inconsciente. Es interesante esta serie porque cada una de estas
categorías están relacionadas en principio con una legislación que determi­
na lo que está prohibido _y lo que está permitido, la culpa es la marra rlp la
lev que deja su rastro en el suieto como falta por la tentación que la causa,
el amor es la eterna nostalgia hacia lo que Sa ley sanciona como prohibido.
Eje esa manera permite la transacción posible en la elección deLabieto amo-
roso que, en cierto modo, responde a esa ley. £1 inconsciente, en tanto,
revela la división del sujeto que se dirime permanentemente entr? el deseo
por io prohibido y el acatamiento de la ley que excluye lo prohibido, transita
siempre por un juego oe transacción interminable que se manifiesta tanto
en la vida diurna como en los sueños, olvidos, descuidos, inhibiciones, sínto­
mas, torpezas en el decir y el hacer; en suma,"'deslices entre ios desfilada
ros de lo prohibido y lo permitido. Acaso por esto Freud define al inconscien­
te como un sistema sometido a leyes, y brinda sobre el mismo la siguiente
figura: "Una analogía grosera, pero bastante adecuada, de esta relación
que su p o n e m o s entre la actividad consciente y la inconsciente la brinda el
campo de la fotografía ordinaria. El primer estadio de la fotografía es el
negativo, toda imagen fotográfica tiene que pasar por el "proceso negati­
vo", y algunos de estos negativos que han podido superar el examen serán
adm itidos en el “proceso positivo" que culmina en la imagen» (Freud, S.

1912, pp. 2 7 5 -6 ).

En suma, el inconsciente revela esa dimensión legislada que acata la


|Qy Pijípica -incesto y parricidio- al mismo tiempo que intenta ponerla en
^negativo para franquear su frontera, y que en el símil freudiano expresaría
que, desde el polo positivo de la conciencia, todo sujeto abominaría esos
ripseos que discurren desde el inconsciente pero que, sin embargo, las fan
tasífli-V tos-sueños se encargan de revelarlos. Todo esto, por otra parte, es
lo que vincula al inconsciente con la culpa. Lacan puntualiza en el Sem. XXII
que eljnconsciente no puede deiar de contar, cuenta las faltas (las.culpas),
y en ese sentido saca cuentas de lo que le debe al Otro, al mismo tiempo
que cuenta los secretos de sus deseos prohibidos. Por eso Lacan afirmará
que

la culpabilidad es algo que hace las cuentas. Que hace los cuentas
y, por supuesto, no se reencuentra en ellas, no se reencuentra en
ellas jam ás: se pierde en esas cuentas (Lacan, J. 1974-75. Clase
del 13-01-1975).

Esto no está lejos de los deslices del amor. Cuando Freud escribe sus
"Contribuciones a la psicología del amor” plantea de entrada que hay leves,
regularidades que rigen las “condiciones de la vida amorosa", y que bajo 1
esas leyes los seres humanos eligen su obieto de amor v las maneras
posibles en que pueden conciliar los requerimientos de sus fantasías y de-
s.eos con la realidad psíquica. Precisamente, no deja de sorprender que el
factor común de esas condiciones impone la necesaria sustitución del obieto
amoroso que desemboca en la metáfora del amor. Ahora bien, ¿se trata de
sustituir qué?: aquellos seres que Claude Lévy-Strauss en "Las estructu­
ras elementales de parentesco" especifica desde las reglas de alianza e
intercambio como prohibidos. Esto podría resumirse en la siguiente proposi­
ción: no-todos los integrantes de una sociedad están autorizados cara ser
Regidos como partenaires amorosos, es necesario que siempre algunos
queden interdictos.

La ley que rige la lógica de la vida amorosa dice que hay condiciones
en la elección, y que se elige siempre por las vías de la sustitución. En suma, j
la lev reaula lo prohibido -aquellos partenaires que no pueden elegirse-
porque si bien atrae lo prohibido, la elección rgcae -si la elección es más o
menos feliz- en un sustituto de lo prohibido, en un subrogado: y es eso lo
que permití v déla abierta la permutación en la. vida amorosa. La psico-
patología de la vida amorosa hace obstáculo allí donde cualquier fijación 1
impide hacer circular ei sistema de permutaciones. Otra razón de fuerza
mayor para el lazo que establecemos entre culpabilidad, amor e inconscien­
te: ¿cómo decirle a! amado, te amo a ti, pero no a ti, sino a quien sustituyes,
porque el objeto de amor originario, auténtico lleva la marca de un “made in
incesto y parricidio"? Patogenia de! Edipo de la que e! Sujeto no puede des­
prenderse y acaso esa sea la falta fculpa) mayor del amante, pero una culpa
que de todos modos se mantiene inconsciente, en negativo -sólo emerge
en sueños, fantasías y síntomas- . ..a veces.

Retornamos entonces a la cuestión del inconsciente de quien Lacan


dirá que "está estructurado como un lenguaje", es decir sometido -como
todo lenguaje- a. un sistema de leyes que regulan el acceso a lo prohibido y
lo jgermjtkjo. V es que inconsciente, ley y prohibición marchan mancomuna­
dos: la lev que inscribe lo prohibido funda la palabra, el deseo, el sujeto del
inconsciente, el sujeto de la culpa y el sujeto del amor. En función de esa
Ley y las trazas en torno a ios bordes de lo prohibido circula tanto el sujeto
como las instituciones y la sociedad toda. De esa manera llegamos hasta un
punto en el que es posible aseverar sin ambages que no sólo el inconscien­
te, sino también la culpa y el am or están estructurados como un lenguaje,
esto es, instituidos y legislados. Inconsciente, culpa v amor están íntima­
mente enlazados al discurso fundador de la lev, sin esta carecen de consis­
tencia en lo imaginario, de insistencia en lo simbólico y de existencia _en lo
real.

4. Prohibición y antijuricidad

Ahora bien, podrá preguntarse el abrumado iector ¿hacia dónde nos


conduce todo esto? ¿qué tiene que ver esto con el discurso jurídico? Y es
que mientras este se propone objetivar todo acto que instaure lo prohibido
dando cuenta de su antijuricidad, queda claro, según io anteexpuesto, que
será tarea del psicoanálisis dar cuenta de cómo se subjetiviza lo prohibido y
cuáles son las causas que llevan a los hombres a pretipitaESfi^sn ese cono
de sombras de lo ilícito, cono de sorabtas Joíipam,ente, ligado aLa.mor, a la
cu! p a jy ^ L i nsaasaante.
Aquí es preciso retornar a nuestro punto de partida, la cuestión d e lo
p^ lh irio - rpafrrifl riPl rlprprhn ppnal.

Desde este campo, dirá el ju rista Legendre que es preciso dar r e s ­


puestas acerca del " ( . .. ) mecanismo que liga al sujeto con las c^te^orías
lijyÜÍSticaS-dfil derecho„V—a u Lio s-sia n ific a ntes judiciales de la Genealogía"
(Legendre, P. 1994, p 36). Son ellas las que inscriben en la subjetividad lo
ptohibido -que de alguna manera está instituido por el lenguaje aún a ntes
g]je gLsujgto advenga al m undo-, porque si un nombre le espera, ese n o m ­
bre ya ps efecto de una legislación que lo inscribe en una cadena genealógica,
simbólica.
Fl crimen que hace su travesía hacia dentro mismo del campo de lo
ptcobibido, precisa ujijLsteni.g..affl|^¡cn-norm ativp que-de cuenta dfi m

fy ri Ip v inscripta en las estructuras que se transmiten inconscientemente


PPP pl lenguaje. Ley, sistema simbólico y lenguaje preceden la llegada del
sujeto al mundo y demarcan desde un principio el campo de lo interdicté

Toda sociedad precisa contar con este dispositivo que delimita lo


prohibido, ya que sin él se destruiría. Quienquiera que cometa un crimen y
se precipite hacia el despeñadero de lo prohibido, no hace un simple acto
individual, su acto sacude a la sociedad toda, pues su accionar "pone en
cuestión lo prohibido, (y) por ser imputable^ alguien, debe ser relacionado
con el principio de legalidad" (Legendre, P., 1994, p. 39).

Nuevamente aquí han de encontrarse el discurso psicoanalítico y el


jurídico. Si bien el psicoanalista se preocupa por la subjetivación del crimen,
no deja de interrogarse por la objetivación del crimen. Allí se encuentra con
la preocupación del jurista quien atiende las formas legales que declaran la
antijuricidad de un acto, pero también considera importante atender a una
^emiosis de las formas culturales por las que se comunica a la subjetividad
la cuestión de lo prohibido, y cómo esta puede dar <_uenta de ello (de lo
prohibido).

Tanto la formulación del inconsciente y su legalidad, como la formula­


ción del Edipo que puede resumirse en e! necesario anudamiento del sujeto
a la ley que interdicta incesto y parricidio, han permitido en este siglo
instituir la causalidad psíquica: demostrar que el sujeto no es ajeno a las
tentaciones que lo ligan a lo vedado. Sea culpable por desearlas, o culpable
Sgr actuarlas -lo que sin duda no es lo mismo-, son infinitas las motivaciones
QJas aparentes inmotivaciones que pueden precipitar al suieto hacia allí.
Es aquí donde el psicoanálisis contribuye al discurso jurídico, porque
cuando este define cuál es el £énent>de hombre del que se ocupa, no
puede desconocer la causalidad psíquica de ese hombre: no es^el hombre
absolutamente libre y dueño de sus actos, y no puede deliberar absoluta­
mente consigo mismo. Sin embargo esa misma causalidad psíquica ¡ndjc;
que el hombre es responsable de la "posible" deliberación de la que
puede sustraerse, ya que no puede deiar de interrogarse por la ¡mplicaciór
e involucración que le cabe en cads.uno d,e sus actos.

Para Legendre,

el derecho penal es un efecto de la representación social de lo hu­


mano, e incluye a la teoría psicológica de la culpa y el pecado, como
también a ¡a^concepción^nomatiya: el interprete de los textos está
en la posición legal de se r también, a! mismo tiempo intérprete del
su/eto (Legendre, P., 1994, p. 41).

Puede colegirse de esto que quien pretenda interpretar al sujeto no pueae


desconocer !a estructura fundamental que lo sostiene: memo y lenguaje
hablan desde él en una declaración perpetua que es preciso saber escu­
char. En suma, saber escuchar cómo e! sujeto se declara y los mil y un
vericuetos por los que se deslizará su declaración.

Aquí se hace necesario re to rn a r a la com pleja cuestión de la


causalidad, que no se limita a la causalidad psíquica. Legendre abre ur
camino de indagación inagotable cuando afirma que e ljm c ip io .d e Razón
de una sociedad

es la construcción cultural de una imagen fundadora gracias a la cual

titud ante el problema humano de la causalidad. Esta construcción


produce un cierto tipo de instituciones, una política de la causalidad,
de la que procede el montaje de lo prohibido que llamamos en Occi­
dente eLEstado y el Derecho (Legendre, P. 1994, p. 43).

Es justamente por ese principio de Razón y su instituaoualización que une


sociedadjio es una suma de individuos sino una composición hjstóricu de
sujetos diferenciados, al mismo tiempo que cada uno de esos sujetos dife­
renciados lleva en sí la impronta de aquel principio de Razón.., y la culpabili­
dad está a su servicio.

Juzgar a alguien como culpable no es sino dirigirle la.semiosls'del dis


curso de las forman -ligadas a las formas de la ley simbólica- gracias a la
. quieto está aprehendido y castigado por adelantado. En ese sen-
C u lp ab ilid ad subjetiva no es sino el resultado de la traza de la ley y el
tid° I nue necesariam ente se inscribe en todo sujeto. Esto no debe
'en9 UanS desconocer que la manera en que se juega esa inscripción en

cadHilbie^Ld^ tiene infinitaS y P° f 6S° 85 PreC'S° Sab8r


escuchar.
En la M C le ,^ J a ..a m i f l Z ¿ a ^ m ^ r a l deLprinciplo d e , laj e y j p . o !*>
. . rna a (a vez lo institucional puramente social y jo jn s to tu a o n a la j^ ti-
^ so convenga resaltar la expresión de lo "institucional subjetivo», por-
~ si el sujeto humano, como sujeto del inconsciente y sujeto del lenguaje,
qUe fL n a Una localidad ello deja fuera cualquier concepción que

- - —* de
la |ey y del Principio de Razón.
Esto tiene una incidencia muy importante en la cuestión de la culpabi-
lif1ad donde se entrecruzan lo institucional social y lo institucional subjetivo,

a l e I . culpabilidad “ UM reSPUeSta “ ! ^ Ue
^ d e ' al Principio de Razón. Pero u n , respuesta que n . puede ser
globalizada ni estandarizada ya que utiliza muchísimos ardides para hacer­

se presente.
Por ello, ante un crinen e Ls jfle » . dirá Legendre, comete su « a dos
veces- le primera vez es el criminal el que actúa y la segunda « e z.e s.e l
pecador el que actúa. Ante esta lúcida manlfestaciún del junsta, prefiero
indicar que, en realidad, el autor de un crimen comete su falta al m enosjres

veces:
La primera vez es el p e c a Jo re l que actúa y mueve al criminal.

La segunda vez es el crim inal el^q^actúa^y^atisface al pecador.

La tercera vez es elI culpabte el que pnrlria interrogar al original-

Visto así el homicidio debería ser condenable en tres dimensiones:

1 .) ei pecador, que desborda los límites de la ley que regula la lógica de k

prohibido.
2. el criminal, que es juzgado y condenado por el Oerecno que asi o b je tiv a
el crimen.
3. e l a s e n t im ie n to del culpable, esto es, el culpable » condenado por la
penitencia, puede subjetlvlzar su acto responsabilizándose por el.
Con lo cual es preciso que se constituyan tres tribunales, que en prin­
cipio deberían actuar en correlación:

1. el foro interno (del pecador). De él puede ocuparse el psicoanalista.

2. ; el foro externo implementado por el aparato ju dicial. De él debe ocupar­


se el juez.

3. el foro interno-externo: el culpable que subietiviza el crimen v da res-


puestas a lo social. De él se ocupan el psicoanalista y el juez.

Sólo de esta manera podría respetarse la aseveración del principio


jurídico moderno que re za; "nulla poena sine cuipa -no nay pena sin
culpa- y que en la versión del derecho canadiense tiene su expresión
en la m áxim a que dice: "El acto no hace al acusado, si la mente no es
acu sa d a". ("A ctu s non facit reum nisi m ens s it re a "). Así, e] crimen no
supone sólo el cumplimiento de un acto m aterial (actus) sino tam bién
una im plicación subjetiva (m ens rea).

A partir de esto propongo, para la indagación de la psicopatología del


acto delictivo, la indagación de tres ejes:

1, El acto criminal;

2 ) Motivación o inmotivación del mismo y

3. La sanción penal y sus consecuencias en la subjetividad.

Por lo cual, y otorgando preeminencia al análisis de las prácticas


discursivas en los expedientes judiciales, será importante indagar y detec­
tar si el sujeto acusado de un crimen plantea las siguientes seriaciones:

l j crimen --------»cuipa -------^responsabilidad-------►sanción penal.

2 . crimen. --------* c u l p a ---------- — — -— -— ---------- «sanción penal.

:}. crimen — —— -— -------- — — -— —— ------------------------------- ■


---

En el caso 1, se logra una implicación subjetiva plena, dado que la


sanción penal logra subjetivizarse en relación al acto y de esta manera la
subjetividad inscribe una articulación entre su falta y lo que señala la ley.

En el caso 2, se logra una implicación suujetiva parcial, dado que el


sujeto reconoce su culpa, pero no se hace responsable del acto y de es#
manera la sanción penal.corre el riesgo de no obtener su subjetivación
En el caso 3, a! quedar desarticulado el acto criminal de la sanción
penal, V expulsada cualquier implicación, el sujeto queda ajeno y forcluido
del acto, lo cual supone un ajto riesgo, ya que en tal caso queda propenso a
laj^petición ad infinitum de la actuación criminal.

Si el sujeto no reconoce y se hace cargo de su falta, será difícil que


pueda otorgar significación alguna a las penas que se le imponen, y por
lo tanto a la s co n se cu e n cias de su acto c rim in a l. Podrá cu m p lir
automáticamente las sanciones pero sin implicarse o responsabilizarse
de aquello de que se le acusa y penaliza, (.a falta de reconocimiento v

qirninal, y por eso es fundamental que en cualquier "base de datos del


sistema penal" se incluyan nuestros planteos, no sólo en io que hace a
la psicopatología del criminal y su discursividad, sino también en lo que
se refiere a una semiosis de los dispositivos sociales que hacen posible
la.5 anción y, finalm ente, al saber de los jueces que califican los compor­
tamientos y asignan las penas.

Es posible investigar la cuestión del asentimiento subjetivo del crimi­


nal vía su discurso y las prácticas discursivas que en torno a él provocan las
sanciones penales. Si el sujeto asume en su discurso cuál es el lugar que le
cabe en el banquillo de los acusados, es posible que ajuma responsable­
mente sus faltas y se reintegre, purgando sus culpas, a la sociedad que lo
condenó; si, en cambio, expulsa de su discurso cualquier implicación subje-
tiva, deja la punición a cargo del juez y los aparatos sociales, lo que llevará
a potenciar su acto criminal.

En lo que corresponde a esta cuestión, consideramos importante la


contribución de Legendre sobre la "triangulación del sujeto inculpado" con
el cual el jurista abre el lugar que le corresponde al psicoanalista en el pro­
ceso. El esquema es simple: el gcusadp (1 ), hace frente a su acusador (2 ), y
responde por el crimen ante sus jueces (3 ), los que tienen el oficio de dar
"una sentencia jurídicamente fundada" en la interpretación del caso a la luz
del "corpus de los textos" (4 ), que aparece como referencia absoluta, o lo
que desde el psicoanálisis designamos como el gran Otro (A). De esa mane­
ra se rompe con cualquier especularidad imaginaria en el proceso judicial, y
se incluye una terceridad que opera desde la interpretación de los textos;
un suma, se incorpora una legislación simbólica, ajena a cualquier arbitrario
d.id o venganza:
Corpus de Sos textos (4)
t

jueces ( 3 ) ------------------ » Campo ps¡

Acusador ( 2 ) ----------------* Acusado ( 1)

Visto así, el lugar de los jueces es objetivar, desde la interpretación


del corpus de los textos, la culpabilidad o inimputabilidad del acusado -su
acto es un acto de justicia y no un acto de venganza-, en cambio los exper­
tos del campo "psi", los psicoanalistas en este caso, pueden contribuir con
el juez en el trabajo de interpretes, aportándole la significancia de lo que se
jugó en la subjetividad del “reo" y dirimir si este puede hacerse responsa­
ble de su acto. Y en este sentido es importante el lugar del rito, las liturgias,
en tanto escenificaciones del proceso, procuran una serniosis de los monta-
jes de la cultura ya que posibilitan al reo subjetivizar su falta, declarar su
implicación en el crimen y, de esa manera, socializar la culpa, esto es, ha­
cerse responsable y dar respuestas en la penalización y en los compromisos
con las instituciones y la sociedad a las que pertenece por su pecado. Esta
es la única manera de no dejar la culpa en estadojnudo, haciéndola circular
por el campo de lo simbólicoy lo imaginario. Si e! sujeto queda desim-
putabilizado o despenalizado, lo único que se hace es promover la desub-
jetivizaclon.

Retomemos, ahora, lo puntualizado en la primera parte y afirmemos


que, en lá culpabilidad (como en elamor) el sujeto se declara:

■ miembro de una sociedad -* no hace lo que quiere.

■ miembro de una genealogía -» pertenece a una serie


institucional.

• sujeto responsable de sus actos -* no es un autómata y su


acto no es automático.
-n conclusión: la cuestión de la culpabilidad, de una u otra manera,
al servicio de la legitimación del lazo social. El sujeto de ¡a falta, es decir
eTsujeto afectado por la culpa, dispone o está en condiciones de disponer
Sus actos en virtud del proceso de subjetivac.ign.BQsitilS, esto es, de un
¡sentimiento subjetivo que se asienta en la posibilidad de deliberación con­
sigo mismo: en su posibilidad de declaración. Y es que porque pudo y/o
P^e¿e deliberar con el Otro de la ley puede deliberar consigo mismo y esto
lojerm ite declarar su /alta y recibir.una sentencia jurídícamentejinrlamen-
tada^.Qj 3 la inversa, esta sentencia le permitirá subjetivizar su falta y, así,
su r rimen no se mantiene impune.

Siendo la culpabilidad un saber sobre las imágenes fundadoras de la


Igy qUe permiten el sujeto reconocer consciente e inconscientemente su
raiarión con lo permitido y lo prohibido, será esa culpabilidad la que lo ubica
rnmo reo en condiciones de declarar y dedarar-se en falta.

El acto de la declaración dei sujeto será ei testimonio más importante


en tanto conlleva aigunas claves de su verdad, por ello las liturgias del
juicio deberán complementarse con las contribuciones que puedan hacer a
ello el psicoanálisis y la semiosis social, esto ec, la posibilidad de abrir el
campo de las significaciones que el reo otorga a su acto y a la sanción dei
juez, A esas signifjcaciojies es posible acceder por las vías de las prácticas
discursivas que surgen desde los distintos dispositivos que hacen al proce­
so jurídico v que se asientan en el expediente judicial. En suma; se trata de
construir toda una semiología de las formas culturales por las que se expre­
sa la subjetividad, a sabiendas que la declaración y la significación posible
del delito tienen límites en el plano semántico y en el plano de las formacio­
nes del inconsciente, no todo puede decirse ni todo puede significarse. Al
fin, como afirma Lacan, "de ningún modo se debe abordar frontalmente la
culpabilidad, salvo transformándola en diversas formas metabólicas". (Lacan,
i. 1956-57, p, 2B1) formas estas que no deian iamás de producirse.
BIBLIOGRAFIA

Freud, Sigmund: (1912). "Nota sobre el concepto de inconsciente en psicoanálisis"


O.C. Vol. X II, Buenos Aires: Amorrortu. 1980

Lacan, Jacques: (1950) "Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en


criminología". Escritos I. Bs. As.: Siglo XXI, 13° ed., 1985.

Lacan, Jacques: (1960-61) Le Seminaire, Llvre V III, Le transferí. París: Seuil, 1991.

Lacan, Jacques: (1974-75) Seminario XX II. R.5.I. Inédito.

Lacan, Jacques: (1956-57) Seminario IV. "La relación de objeto. Barcelona: Paidós,
1994.

Legendre, Pierre (1994) "El crimen del cabo Lortie". Lecciones V III. México: Siglo
X X I.
Entre el amor y la pasión
Caso Mme. Lefebre* (Francia 1925)

Gabriela Alejandra Abad

1. Introducción

El tema de la culpabilidad es un lugar de reflexión privilegiado para el


discurso Jurídico y e! Psicoanaiítico. Tomando ambos posiciones que no siem ­
pre son de encuentro.

El presente trabajo se propone dejar planteadas algunas cuestiones


alrededor de este punto, y aquello que de él se desprende como imputa-
bilidad o inimputabilidad.

Para llevar a cabo esto, tomaré un caso paradigmático de lo que lla­


maré un c rimen del supervó. en el que queda puesto de manifiesto la es-
tructura(mórbida)del mismo, como así también la opacidad de las motivacio­
nes. Pero sobre todo aquello que lo define: la compulsión de una fuerza a la
que el suieto no ouede refrenan

Voy a trabajar cuál es el lugar que ocupa en estos casos la culpa, ¡a


responsabilidad y el castigo.

En primer lugar haré un recorrido teórico sobre culpa y sacrificio en el


discurso Freudo-Lacaniano.

* Este caso fue publicado en la Revista de la Asociación Psicoanalítica Argentina,


año V, N° 1, Julio de 1947, bajo la autoría de Marie Bonaparte, quien se interesa
en el proceso y realiza una entrevista a la rea Mme. Léfebre.
2. Alabanzas de la culpa

La relación que guarda el crimen con la je a s e manifiesta a través del


castigo. Este puede estar en manos del propio sujeto o bien mediatizado
por los aparatos sociales.

El concepto de culpabilidad articulado al de qastigo, sella la ligazón


entre dos ordenes: el orden normativo institucional y el orden normativo
subj etiv o ^ l~ti mo es ^Tepresentante de la institución social en cada
sujeto, es la marca que deja su inscripción como miembro de una comuni­
dad.
€V
Dice Pierre Legendré:

Instituir es hacer reinar lo prohibido, y lo prohibido no es otra


zosa que im ponerla parte de sacrificio que corresponde a cada uno
para hacer posible la diferenciación necesaria del despliegue de las
generaciones (Legendre, P. 1989, p. 109).

Cuando la prohibición entra en escena se produce el pasaje a un


registro cultural, cuya impronta es diferenciar, ubicando a cada uno en un
orden causal como hijo de, nieto de, sobrino de, etc.; siempre con relación a
un nombre que lo incluye en un linaje, pero al mismo tiempo !o particulariza.

En "el reino de lo prohibido" todos ingresan como deudores, ésta es


la condición para que no olviden nunca la parte de sacrificio que le toca a
cada uno. Culpa universal que da cuenta del pacto con lo social. Es así pivo­
te de dos ordenamientos, uno que podemos llamar social y el otro como el
representante de lo social en el sujeto.

En la tradición euroccídental ambos estatutos se fueron convirtiendo


• en enemigos, como resultado de la idea del hombre como Amo absoluto de
sus actos, tradición científica positivista que desconoce el asujetamiento y
acentúa la concficjón de individuo. Desde esta perspectiva sejjierde de vista
qiie la culpa universal está estrechamente vincula_da con la cuestión de la
genealogía. Implica el pasaje por el que unjser humano comienza a formar
parte del entramado causal de estructuras que lo predeterminan, tales como
el lenguaje, la ideología y todas las instituciones que transmiten y represen­
tan la ley, que fundan y enfundan.

I a culpa subjetiva es el diente de la ley que se incrusta y de


marca. De esta manera permite la circulación de la norma, que no sólo sé
vehicularizará a^ravés dei montaje de lo prohibido, que significan el Estado
y ei Derecho, sino a través de todos los rituales y mitos que dan cuenta de
l^iríscrípcíón de la norma en el pacto social.

3. De aquellas culpas que no son tan elogiables

La culpa universal remite a la posición del sujeto en la estructu­


ra de la falta. El sujeto no tiene más remedio que cargar sobre sus
espaldas el pecado y las fallas de la estructura (Gerez Ambertín,
M., 1993, p. 215).

A modo de péndulo ésta lo acercará a la ley, convocándolo desde el deseo,


{jjtor el contrario lo instará a desconocerla, por los desfiladeros .ie la__muer
te v la sangre que el goce superyoico provoca.

Culpa que en la clínica se irá desplegando^en este péndulo, dando


cuenta de la posición del sujeto respecto de la deuda.

Cuando de culpa se trata, lo primero que se da a ver es el sentimiento


defeulpa,, propio de la conciencia; este actúa como celada, en tanto oculta
las miserias del sujeto, esconde aquel lugar donde se despliega e! lascivo
goce. Es un indicador de la presencia del superyó, pero no allí donde el
sentimiento señala.

La segunda vertiente de la (cúlpa les aquella que fortalece el pacto del


sujeto con la ley. Invita a responsabilizarse por los propios actos, como un
deudor que paga en dones el costo del sacrificio que le impone la cultura.
Pagar con dones significa poner límite a! ofrecimiento de sangre y muerte
d,el superyó. Encontrar modos de reconocer la deuda haciendo del pago una
metáfora que lo acerque a su deseo.

El tercer tipo o vertiente de la\culpa\es la de sangre o muda donde


□tima la compulsión al goce superyoico. La deuda se paga con ía (ínmola-j
Ción'¡sacrificial, entre el asesinato y el masoquismo "sólo hav procura
compulsiva y silenciosa de la satisfacción de padecer* (Gerez Ambertín, M.,
1993, p. 87).

Tres modalidades de la culpa cohabitan en el sujeto. Será su relación


a la ley y a la falta la que le permitirá negociar su posición entre el goce y el
deseo En estas transacciones le toca un papel importante al Otro Social,
que como referente y custodio de la norma puede contener af sujeto en su
seno, o deiarlo librado a todas las capturas sacrificiales, vanos esfuerzos
por reinstalarse en la prohibición.
4. E l crimen como un sacrificio genealógico

Retomando la cita de Legendre en la que afirma que "prohibir es impo- j


n e rja parte de sacrificio que corresponde a cada uno" (Legendre, P. 1989, p.
109), cabe aclarar que el sacrificio al que él se refiere es el universal, como ]
un desagravio que se ofrece al padre por las fechorías perpetradas contra 1
él. Es un modo de renovar el pacto, dando muestras de amor a la palabra ¡i
que él representa. Algunos £tuales^relÍ£Íosos dan cuenta de este sacrificio
simbólico tal como la misa en la religión judeo-cristiana. En estos casos las i
ofrendas son sustitutos, en cuanto tales, permiten la circulación de la pala­
bra y la ligazón en ei iazo social, intento ae paciricar ai Oíos mostrando e¡
lado de alianza y reciprocidad que une a los hijos alrededor de su nombre.

Esta demanda amorosa también puede tener su cara aniquilante, no


pudiendo resistir la tentación de sometérsele; es la culpa de sangre que
compulsa al sujeto en un acto imparable. Culpa muda porque no tiene otra
manifestación que estos actos de destrucción, como si la deuda con el padre
sólo pudiera ser pagada con el cuerpo. Alimentada por el supervó con la
bulimia que lo caracteriza, surge el sacrificio como una apelación vana de
acallar al Dios que vocifera pidiendo sangre.

Lacan en su trab a jo sobre las funciones del p sico a n á lisis en


criminología dedica un apartado a los crímenes oue expresan una exte-
riorización d e Lsu peny-Q- Es precisamente en este lugar en que él ubica el
caso Mme. Léfebre, trabajado por la psicoanalista Marie Bonaparte, a pro­
pósito del cüal dice:

La estructura mórbida del crimen o d e jo s delitos es evidente y


su carácter forzado en la ejecución, su e stereotipia cuando se repi­
ten, el estilo provocante de la defensa o de la confesión, la incom­
prensibilidad de los motivos: todo confirma la compulsión de una
fuerza a la Que el stjjeto no ha podido resistir (Lacan, J. 1955-56
Sem. III, p. 123).

Vamos a detenernos en este caso porque condensa en sí aquello que


podemos llamar un crimen del superyó, donde una idea delirante insta al
ofrecimiento de dos víctimas, una madre y su hijo en gestación. Crimen que
perpetra un sacrificio genealógico, en tanto corta las cadenas de las gene­
raciones yjnjderaSj^AÍ modo dei incesto cierra las puertas a los intercambias,
de dones y amor que supone la entrega de los hijo*- al mundo, de modo que
pueda transmitir el nombre del padre.
Las circunstancias del crimen son las siguientes: M m e. Léfebre v ia ja
ba en el automóvil de Andrés, su hijo, sentada en el asiento trasero junto a
su nuera, Antoníeta. Pidió a su hijo que detuviera el auto para realizar una
n e c e s id a d , en e se instante sacó un revólver, lo aplicó en la sien de su nuera
y disparó sin mediar palabra.

Este momento es el corolario de una idea que comienza a gestarse


cuando descubre que su hijo tiene intenciones de casarse.

Mme, Léfebre sólo tenía ojos para su núcleo familiar, constituido por
su esposo y dos hijos, Carlos, inválido de nacimiento y Andrés, este último,
único miembro de ¡a familia que pone en peligro el hermético círcuio en ei
que esta mujer se sentía contenida.

La llegada de Antonieta amenazaba esta lábil armonía. Rompía las


barreras y se ubicaba ella como esposa de un Léfebre, por lo tanto era
también Mme. Léfebre. Esto la situaba en el lugar justo para que su suegra
depositara en ella las amenazas de destrucción que antes localizaba en su
cuerpo.

Esta idea va minando todo su pensamiento, llegando a su punto m áxi­


mo cuando la pareja gesta a su primogénito, disparando una sucesión
compulsiva de actos que desencadenan en la eliminación de su rival.

Sacrificio genealógico que trunca la descendencia. Condensación de


incesto y parricidio, donde la deuda con oscuros dioses se paga sin ritual
alguno, sin palabras, sin corderos que se entreguen en calidad de ofrendas,
porque el único ofrecimiento Dosible es la vida misma.

5. D e la hipocondría a la paranoia

María Leticia Elisa Lemoire Léfebre integraba una familia honorable de


grandes agricultores. Educada bajo estrictas pautas de conducta pasó gran
parte de su infancia y adolescencia internada en colegios de férrea discipli­
na, a los que ella recuerda con beneplácito. Contrajo matrimonio, a instan­
cias de sus padres, para así unir dos grandes patrimonios económicos.

Esta pareja con serias desavenencias sexuales, se consolidó en torno


a la amistad. La tranquila vida familiar sólo se veía empañada por tos tras­
tornos de salud que padecía Mme. Léfebre; can la llegada de la menopausia
la situación se agrava, imponiéndose una constipación crónica (que hacía
contrapunto con las diarreas que trajo consigo la primera menarca). Cólicos
hepáticos y malestares localizados en el aparato digestivo fueran dando
paso a la certeza de la caída de los órganos, alucinación jie pérdida en el
cuerpo, que irá sumando tambier. a la pérdíds del espíritu.

Como sucede en estos casos se procedió a reiteradas internaciones y


consultas médicas que no traerían ei alivio esperado.

Hipocondría, donde el cuerpo está desinvestido de imagen narcisística,


dejando al Sujeto preso de fantasías de disgregación y pérdida.

Esta Imagen es funcionalmente esencial en el hombre, en tanto


le brinda el complemento ortopédico de la insufídencia nativa... vin­
culados a la prematuradón del nacimiento(Lacan, J. 1955-56 Sem.
I I I , p. 13S)

Esta falta en la imagen corporal es por una falla en el orden simbólico,


es decir en ejorden del.Nombre del Padre. Porque el complejo de Edipo no
es otra cosa que una traína identificacoria de imágenes que se ofrecen como
modelos armónicos. Pero eso no es todo; para que esta identificación pue­
da coagular es necesaria la intervención del Nombre del padre, que inscribe
la ley.

Esta desestructuración constitucional que atormenta a Mme. Léfebre


es la que la llevaba a necesitar de límites externos como disciplinas estrictas
y hermetismo en las relaciones sociales. También desde aquí se explica la
marcada avaricia que cobra una dimensión más allá del rasgo de carácter.

Para poder intercambiar es necesario poseer un patrón de medida


que permita evaluar pérdidas y ganancias.

Leticia Léfebre no tenía siquiera claros los limites de su cuerpo, menos


aún una medida que organizara sus intercambios, referente fundamenta!
para transitar por el mundo sin temor a quedar despedazado.

Es por esto que su odio llega a desbordarla cuando Antonieta ama­


blemente lé dice "ya me tiene> bueno ahora puede contar conmigo", interpre­
tando estas palabras como "una falta de respeto y consideración". Es exac­
tamente esto lo que no puede hacer, contar con ella, no soporta el acecho
df» esta ladrona que viene a ocupar su lugar, generando en Mme Léfebre
una tensión agresiva insoportable, una de las dos tiene que desaparecer.
Alrededor de esta trama delirante se constituye la paranoia.

Se desencadena por una perturbación de cierto orden en el mundo


que rodea al enfermo, esto es lo que se denomina "momento fecundo", un
elemento emocional en la vida del sujeto produce la crisis, que tiene que ver
con sus relaciones externas; el delirio es esencialmente en el punto d e las
relaciones.

Dentro de las psicosis paranoicas pueden distinguirse las paranoias


pasionales, que se ajustarían al cuadro clínico de Mme. Léfebre; son muy
parecidas a lo que llamamos normalidad salvo en la prevalencia de una
reivindicación, porque el sujeto no puede tolerar determinada pérdida o
ijafto, v consurne.su vida en lograr la venganza por los perjuicios sufridos.

Esta idea se impone en la conciencia con una tiranía que compulsa a


realizar actos imparables a los que el sujeto no puede resistirse. Mme. Léfebre
se refiere a esto diciendo:

Es curioso, tenía la impresión de hacer mi deber. No debía tener


toda mi cabeza. La he matado como se arranca una mala hierba,
una mala semilla, como se elimina una bestia feroz (Bonaparte,
M., 1927, p. 133)

Serieux y Capagros dicen:

No menos característico que la irritabilidad de la idea obsesiva es


el sentimiento de alivio que sigue a su satisfacción. El perseguidor
homicida, al ver caer a su víctima goza de un sentimiento de triun-
fpj que vuelve a encontrarla tranquilidad de su espíritu, por lo me­
nos durante un tiempo (Bonaparte, M., 1927, p. 138).

Una vez consumado su acto, Mme. Léfebre logra la paz esperada y logra
disfrutar del sueño, aún en el duro camastro de la prisión. Ya no estaba
perseguida por la idea obsesiva, cada vez más atroz, de los gastos que su
nuera ocasionaba.

6. E l gran teatro del juicio: Cuando la ficción tiene valor


de verdad

La motivación del proceso Léfebre no era establecer la autoría de la


acusada en el acto homicida, ya que las circunstancias estaban claras. El
debate se centraba alrededor de la responsabilidad que le,cupía.en el cri
men.

Atenidos al artículo 64 del Código Penal Francés que reza:

No hay ni crimen ni delito cuando el detenido estaba en estado


de demencia en el momento del acto, o cuando ha sido llevado por
una fuerza a la cual no podía resistir (Bonaparte, M., 1927, p. 147),

Este artículo se repite en forma similar en la mayoría de los códigos!


penales. Sobre el tema de la locura gira la discusión, porque declararla irres- J
‘ ponsable por alienación mental es abrirle et camino hacia la libertad.

Pero en este caso el poder no estaba solamente en el ámbito consti- j


tuido para tal fin. El pueblo horrorizado con el drama, al que calificaba de
incestuoso, hacía sentir su presencia en las puertas del estrado. Clamaban ¡
por el cadalso para esta nueva "Yocasta",

El escenario del juicio pone en circulación distintos discursos acerca '


del acto y su autora. Cada uno representa su propia ficción y en el entrecru-
zamiento de estas representaciones se logra un efecto de verdad.

Mme. Léfebre no queda ajena a esta práctica y desde aquí, puede ella
también empezar a tejer su propia versión de los hechos. Trama delirante
que irá armando gracias al gran ritual que se le ofrecía. A modo de mito
familiar, la estructura del delirio la integrará en algún tipo de cadena ge­
nealógica.

Será desde aquí desde donde ella organizará su endeble defensa. En


la paranoia la culpa está depositada en el partenaire. Tanto es así que en su
declaración en el juicio dice: "tenía la impresión de cumplir con mi deber, por­
que nada se hace sin la voluntad de Dios" (Bonaparte, M., 1927, p. 116).

Es Dios el que le pide et sacrificio, y ella actúa por obediencia. Cesión


de responsabilidad al padre por el asesinato, en el que actúa simplemente
como el brazo ejecutor, o lo que es lo mismo, por obediencia debida.

Entrampada en este argumento no pudo responsabilizarse por su acto,


quedando a merced de cuanto capricho de sangre tenga este oscuro Dios
que la comanda...

■ Declarar a esta mujer jnimputable era dejarla sometida a estos tene


brosos designios. Privándola de la posibilidad de hacerse cargo de la culpa
que en este acto le cupía, y en tanto fuera del registro de la culoa simbólica,
también fuera del pacto social.

La categoría de inimputable significa que el Otro Social no otorga al


sujeto crédito alguno. Lo supone irresponsable, desanudando el orden nor­
mativo social de! orden normativo subjetivo, dejándolo así irremediablemente
desterrado.
En este caso es el pueblo francés el que comprende que un crinen así
no puede quedar impune, y presiona de tal manera que los expertos forenses
oficiales la diagnostican como un "carácter un poco particular", enfrertándo-
se a los médicos citados por la defensa que la catalogan como una paranoi­

ca
La sentencia se hizo sentir con todo su peso: condenándola a m uerte.
Esto luego se conmutó por cadena perpetua.

Mme. Léfebre, en la cárcel, se cura de todos sus males físicos y mora­


les- Per0 a,-in as' no P a ría m o s afirmar que en esta mujer se logra un asen-
Úníisnte subjetivo o sea responsabilizarse de su acto. Pero sí estamos en
condiciones de observar cómo, cuando las instituciones encargadas de res­
g u a rd a r |a lev, castigan la transgresión de lo prohibido, el sujeto se pacifica:
encontrándose el goce superyoico (compulsión al sacrificio), con algún tipo
de Ijmite que lo acote.

Para cerrar este trabajo desearía dejar claramente sentado que: aún
en casos de psicosis, en los que el sujeto se ve arrastrado a cometer un
acto criminal, es fundamental que la ley haga sentir su peso. Es ésta la única
manera de poner freno a la compulsión y así abrir ei camino hacia una posi­
ble subjetivación del acto o sea hacerse cargo del mismo.

De esta forma los aparatos de la justicia pacifican tanto al homicida


como a la sociedad que se ve así, resguardada por la vigencia de la lev
simbólica.
BIBLIOGRAFIA

Bonaparte, Marie (1927): "El caso Mme. Léfebre'1 en Revista de Psicoanálisis, Aso­
ciación Psicoanalítica Argentina, Año V, N° 1, Bs. As. Juiio 1947.

Freud, Sigmund: (1914) "Introducción del Narcisismo". O. C., Vol. XIV, Bs, As.:
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Gerez Ambertín, Marta (1993) tas voces del superyó. Bs. As.: Manantial.

Lacan, Jacques: (1950) "Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en


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Lacan, Jacques: (1955-56) Seminario I II, «Las Psicosis», Bs. As.: Paidós, 1995.

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Legendre, Pierre: (1989) "E¡ Crimen del cabo Lortie - Tratado sobre e! Padre". Méxi­
co: Siglo XXI. 1994.
L a responsabilidad y
sus consecuencias.
(Puntuaciones a propósito del "caso" Althousser)

Alfredo Orlando Carol

1. Introducción

El 16 de noviembre de 1980 Louis Althousser estranguló a su mujer


Hélene. De este acto y sus consecuencias, en muchos sentidos silenciados,
años después verá la luz pública su testimonio (Althousser, L.y 1992). Inte­
rrogarnos sobre el mismo y el lugar que le cupo al sujeto en el acto homicida
exige de nosotros una respuesta, ya que el crimen nos interroga. Lo hace
justamente en la medida que muestra la ligazón del sujeto con la Ley y del
sujeto con su acto.

En esta doble juntura está presente uno de los nudos que atañen a
t t r
la relación del Derecho y el Psicoanálisis: la cuestión de la responsabilidad.
Louis Althousser es sensible a esta problemática ya que inicia su testimonio
con estas palabras:

Es probable que consideren sorprendente que no me resigne al


silencio después de la acción que cometí y, también, del no ha lugar
que la sancionó y del que, como se suele decir, me he beneficiado.
Sin embargo, de no haber tenido tal beneficio hubiera debido com­
parecer, y si hubiera comparecido habría tenido que responder. Este
libro es la respuesta a la que en otras circunstancias habría estado
obligado (Althousser, L., 1992; p.25).

Entonces escuchemos a Louis Althousser relatar el homicidio:

Arrodillado muy cerca de ella, indinado sobre su cuerpo, estoy


dándole un masaje en el cuello. A menudo le doy m asajes en silen­
cio, en la nuca, la espalda y los riñones
Pero en esta ocasión, el masaje es en la parte delantera del
cuello. Apoyo los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea lo
alto del esternón y voy llegando hacia la izquierda, hasta la zona
más dura encima de tas orejas ( ...) La cara de Hélene está inmóvil
y serena, sus ojos abiertos miran al techo. Y de repente, me sacuJ
de el terror: sus ojos están interminablemente fijos y, sobre todo,
la punta de la lengua reposa, insólita y apacible entre sus dientes y
labios. Ciertamente yo había visto muertos, pero en mi vida había
visto el rostro ue una escranguiaaa. Hero ¿como? me levanto y grito
iHe estrangulado a Hélene! (Althousser, L., 1992; pp 27-28).

Los acontecimientos se precipitan y luego de tres exámenes médi­


co-legales que demuestran la imposibilidad de comparecencia pública
por su estado confusional, Louis Althousser es "beneficiado" por el artícu­
lo 64 del Código Penal Francés de 1838 e internado en un Hospital Psiquiá­
trico.

El artículo 64 del Código Penal se resume para Althousser, en un no ha


lugar que significó una losa sepulcral de silencio sobre el acto criminal, su
responsabilidad en el mismo y los avatares posteriores de su vida.

2. L a no-responsabilidad y sus consecuencias.

... un homicidio exige siempre que alguien venga a


responder de ese homicidio: el sujeto o, en su de­
fecto la función que le exime de tener que respon­
der. ¿Qué quiere decir aquí responder?
Pierre Legendre.

El artículo 64 del Código Penal Francés de 1838 prevé dos estados


disímiles basados en la cuestión de la no-responsabiíidad o de la responsa­
bilidad del acto criminal.

El estado de no-responsabilidad es el que se aplica a la criminalidad


de un acto cometido en estado de "demencia" o "bajo apremio”, o "presión"
mientras que el estado de responsabilidad es reconocida a todo hombre
considerado "normal".

Podríamos oponer a estos dos otros estados que se desprenden de


él, y que son particularmente visibles en este caso: la de lo público y divul­
gado y lo privado (pero este no en el sentido de lo íntimo y personal sino en
>el del desposeimiento).

Mientras que el estado de responsabilidad abre la vía de un proceso


clásico, es decir, público: comparecencia ante un tribunal, deliberación públi­
ca etc., también la parte civil y el acusado se expresan públicamente. La
decisión final del jurado también es pronunciada públicamente: absolución o
pena. A tener en cuenta es que la pena es limitada en e! tiempo

Nada más diferente que el estado de no-responsabilidad dado que


destina al homicida directamente a confinamiento psiquiátrico. Esta medida
supone que no tiene posibilidad d e perjudicar a ia sociedad pero la interna­
ción es por tiempo indeterminado (es decir, lio definido en eí tieiv^ju) y csia
obligado a recibir los cuidados psiquiátricos porque se lo considera un " en­
fermo mental".

Así el artículo 64 no diferencia entre "estado agudo" (que es potencial­


mente transitorio) de la "enfermedad mental".

Esta asimilación supone para el homicida ¡a desaparición de la vida


sociat por tiempo indefinido agravado porque se lo considera privado de su
sano juicio y, en consecuencia, de su libertad de decidir. Otras consecuen­
cias atañen al lazo social: dado que se io considera potencialmente "reinci­
dente" y constantemente "peligroso" se lo obliga a quedar apartado de la
vida social "hasta el fin de su vida".

Es a esta asimilación de estado agudo ("crisis intensa s imprevisible de


confusión mental”, dirá de sí Althousser) y enfermedad mental con la aplica­
ción del estado de no-responsabilidad, que supone el beneficio de la
¡nimputabilidad del acto cometido, es a lo que Althousser llamará el "no ha
lugar" y "losa sepulcral de silencio".

Porque es bajo la losa sepulcral del no ha lugar, del silencio y de


la muerte pública bajo ¡a que me he visto obligado a sobrevivir y a
aprendera vivir. (Althousser, L., 1992; p.43).

Convirtiéndose en un muerto viviente o, mejor, ni muerto ni vivo para


lo que acuñará el significante "desaparecido"

Así "al cabo de dos años de confinamiento psiquiátrico, soy, para una
opinión que conoce mi nombre, un desaparecido” (Althousser, L., 1992; p.36).

Lo que implica estar incluido "... en la sección de ¡os siniestros balances


de todas las guerras y de todas las catástrofes del mundo: el balance de los
desaparecidos" (Althoussser, L., 1992, p. 36).
Y es allí que este "desaparecido" decide "reaparecer", mediante et
acto de la escritura, para explicarse. Para responder y responsabilizarse por
su acto: "Y he decidido con toda lucidez y responsabilidad tomar por fin a mi vez
la palabra para explicarme públicamente" (Althousser, L., 1992, p. 44).

Así es otro acto, el de la escritura, el que posibilita levantar la losa


sepulcral que cubre su vida y su nombre para declarar su responsabilidad.
La posibilidad de responder por su acto e imputarse supone la subjetivación
del acto cometido a través de la construcción de un texto. Es un no opuesto
al no-ha-lugar, es pedido de un "hacer lugar" a su palabra.

3. L a responsabilidad del sujeto

El testimonio althousseriano apunta al nodulo mismo de la cuestión


de la responsabilidad y permite interrogarnos ¿hay sujetos irresponsables?
El Psicoanálisis aporta una respuesta. En 1925, en el texto “ La responsabi­
lidad moral por el contenido de los sueños", Freud se pregunta si

¿debemos asumir la responsabilidad por e' contenido de nuestros


sueños? Desde luego, responde, uno debe considerarse responsa­
ble por sus mociones oníricas malas. ¿Qué se querría hacer, sino,
con ellas? S i el contenido del sueño - rectamente entendido- no es
el envío de un espíritu extraño, es una parte de mi ser, si, de acuer­
do con criterios sociales quiero clasificar como buenas o malas las
aspiraciones que encuentro en mi, debo asumir la responsabilidad
por ambas clases, y si para defenderme digo que lo desconocido,
inconsciente, reprimido que hay en mí no es mi "yo", no me situó
en el terreno del psicoanálisis, no he aceptado sus conclusiones, y
acaso la crítica de mis prójimos, las perturbaciones de mis acciones
y las confusiones de mis sentimientos me enseñen algo mejor.
Ptrnlo llegar a averiguar que eso desmentido por mí no solo "está "
en mí, sino que en ocasiones también produce efectos en mí (Freud,
S., 1925, pp. 134-35).

¿Cómo definir lo que estando en mí produce efectos? La respuesta


freudiana ps ei llamado "deseo inconsciente" como sostén de la su bjeti vi -
drid humana.

Es un "saber no sabido", es decir, refiere a una articulación que produ­


ce efectos y su poder "productivo" se debe a su continuo deslizamiento
condenado a no alcanzar el objeto único y último que lo acallaría. Es porto
tanto, búsqueda insatisfecha. Mueve a la subjetividad siendo el deseo in ­
consciente la causa de las formaciones del inconsciente: sueños, lapsus,
olvidos, síntomas.

Es también enigma y pregunta que la conciencia desconoce reali­


zándose en un movimiento perpetuo, de palabra en palabra, en el decir
mismo.

El deseo inconsciente no se refiere a las ganas o al capricho cons­


ciente sino que se encuentra estrechamente enlazado con la Ley fundante
de !’ cultura humana. Así deseo y Ley no se oponen.

Así si, según Freud, somos responsables por el deseo inconsciente y


las mociones malignas que animan a la más evanescentes de las formacio­
nes del inconsciente ¿qué decir entonces del sujeto del acto criminal?

La responsabilidad supone entonces la asunción de parte del sujeto


no sólo del deseo que ¡o habita sino también de los actos que, sabiéndolo o
no, son su causa.

Si el deseo inconsciente no desresponsabiliza, la responsabilidad pre­


senta una doble faz, ya que el sujeto es también responsable de lo que en
él actúa y pulsiona a pesar y contra el deseo inconsciente.

Otro aspecto importante en la búsqueda de respuestas en el orden


de la responsabilidad nos aporta Lacan en su texto de 1950 "Introducción
teórica a fas funciones del Psicoanálisis en la Criminología”. Parte allí de la
constatación que "Ni el crimen ni ei criminal son objetos que se puedan conce­
bir fuera de su referencia sociológica", Por que

... no hay sociedad que no contenga una ley positiva, así sea ésta
tradicional o escrita, de costumbre o de derecho. Tampoco hay una
en la que no aparezcan dentro del grupo todos los grados de trans­
gresión que definen al crimen. Toda sociedad, en fin, manifiesta la
relación entre el crimen y la ley a través de castigos, cuya realiza­
ción, sea cuales fueren sus modos, exige un asentimiento subjeti­
vo.

Precisando que "... este asentimiento subjetivo es necesario para la


significación misma del castigo." (Lacan, J., 1966, p.118)

Podríamos decir, entonces, que tal asentimiento subjetivo esta en ¡as


antípodas de todo sentimiento donde la conciencia se engaña tras los velos
narcisísticos en los que, supuestamente, un sujeto se protege. El orden del
"asentimiento subjetivo" supone la posibilidad de encontrar un lugar res­
ponsable del acto criminal. Esto implica el paso lógico necesario no solo para
la significación del castigo sino del acto mismo.

Entonces, solo hay sujetos responsables cuando se permite anudar


responsabiiidad-culpabilidad-castigo mediante el asentimiento subjetivo pro­
vocando asumir el lugar de sujeto en ios actos que causa.

Según Pierre Legendre el Código Judicial es un "texto sin sujeto", dado


que ningún sujeto particular habla allí, no es menos cierto que et sujeto
psicoanalitioamente hablanHn í p «ínstipnp pr un fpxto: m un "sujeto con
texto". Texto que organiza su historia y la enmarca, alimenta sus sueños y
sus síntomas y es también el soporte de sus actos.

Situarse Je otra manera frente al acto criminal, testimoniar su lugar


en el mismo e imputarse son los efectos que el texto presenta ai hacer
posible la responsabilidad mediante la asunción de la culpa, vuelta ahora
posible.

Ejemplo de ello es, quizás, el esbozo de novela familiar que Althousser


construye y que pivotea alrededor del significante "desaparecido".

En el origen dos familias: los Althousser y los Berger y un matrimonio


concertado entre los dos varones Althousser, Charles y Louis, y ias dos mu­
jeres Berger, Juliette y Luciene, siendo ésta última la prometida de Louis.
Pero este Louis morirá en el cielo de Verdún en un aeroplano en el que
servía como observador. En consecuencia Charles, el hermano mayor, pro­
pondrá matrimonio a Lucienne. Ellos serán los padres de este otro Louis
que ahora testimonia su historia.

Cuando vine al mundo me bautizaron con el nombre de Louis.


Louis: un nombre que, durante mucho tiempo, me ha provocado
, literalmente horror.

Sin duda decía también demasiado en mi lugar: oui y me suble­


vaba contra aquel "sí" que era el "sí"al deseo de mi madre, no al
mío. Y en especial significaba: lui, este pronombre üe un tercero
anónimo, sonando como la llamada de un tercero anónimo, me des­
pojaba de toda personalidad propia, y aludía a aquel hombre tras de
m í: Lui, era Louis, mi tío, a quien mi madre amaba, no a mi"
(Althoussser, L., 1992, p 57),
Aquel nombre elegido para este Louis era como "palabra fundadora"
el fatídico significante de la desaparición que Althousser encamaba.

Hacerse un nombre otro, reaparecer en vez de desaparecer para ha­


cer escuchar su palabra, construir una historia conjetural de los orígenes
que permitan canalizar su voz y su culpa vuelta ahora posible, nos indican,
en el "caso" Althousser algunos de los trazos eficaces de la asunción de la
responsabilidad del acto.

Concluimos junto a Pierre Legendre: "La lógica de la estructura es


inmutable, pero los arreglos en su seno son indefinidos" (Legendre, 1989,

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Ediciones Destino. 1993

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Legendre, Pierre: (1989) El Crimen del cabo Loitie - Tratado sobre el Padre. México:
Siglo XXI I a Ed. 1994.
E l Sujeto efecto de la ley

María Elena Elmiger

Introducción

Pocas veces el Psicoanálisis intersectó su discurso con el jurídico, a


pesar de compartir con él la cuna de las letras y la cultura.

Pensadores como Sócrates, Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Des­


cartes, Espinoza, Kant, Hegel, Sartre... que se interrogaron e intentaron res­
ponderse acerca de la subjetividad humana, fueron y son la levadura que
leuda tanto el pensamiento jurídico como el psicoanalítico.

Podría decirse que de las mismas simientes brotaron dos lecturas y


abordajes distintos que pueden entrecruzarse, cruzarse, intersectarse...

Sin embargo, el Derecho parece hoy apoyarse más en las psicologías


o en las psiquiatrías como elemento para dirimir o discernir la responsabili­
dad de un sujeto que comete un delito, y el Psicoanálisis se extendió hacia
la clínica, abordando !a religión, las instituciones, la familia, la cultura y su
malestar, en una aproximación al Derecho, pero extrañamente, muy pocas
veces enhebrándolo.

Pero el entrecruzamiento de ambos muestra paradigmáticamente, un


mismo lecho: el lenguaje. Y sus sinuosos caminos se tocan sincrónica y
diacrónicamenfe más allá de su específico campo de aplicación. Estos pue­
den interrslacionarse o transitar por bordes que imbrican o excluyen los dos
3jSC.ur1.9s.
La idda faumapa, que no es sino vida_instituida, institucionalizada,.^
el "objeto" de_£Studio tanto del Psicoanálisis como del Derecho,

Mas

los abogados serían los funcionarios del día, de la palabra claramen­


te expresada, de la ley escrita, del texto que se puede aprender y
memorízar y que no tiene contradicciones, porque toda contradic­
ción tiene que ser eliminada del texto legal para que no haya ambi­
güedad, mientras que los psicoanalistas somos los funcionarios de
la noche, del soñar, de las equivocaciones, de la ambigüedad, de la
incertidumbre, de lo que no se puede objetivar, de lo que no se
puede contar... (Braunsteln, N., 1995, p. 78),

Et mismo "objeto" abordado desde e! discurso jurídico y desde e¡ psicoana-


lítico. Mientras l¿ función de unos es anudar la Ley, el montaje jurídico del
Código Penal, a la pena, a la sanción, de acuerdo a! acto delictivo, ios otros,
funcionarios de la noche, no podríamos hablar de sujeto, de inconsciente,
de snb.ietiv^qpn. y menos aún de reconocer (subjetívar, hacer propio un
discurso) un crimen, o un acto cualquiera sea, sin pensar en el montaje
institucional, juridico, que es la causa misma de la existencia humana.

Pero "la arcilla", "la materia prima" del Psicoanálisis -el inconsciente-
abre la brecha entre ambos discursos.

Mientras el sujeto del Derecho es el agente, el autor de un acto, y de


lo que se trata es de delimitar su capacidad para comprender la criminalidad de
su acto o dirigir sus accione s, no suprimida po r insuficiencia de las facultades
m entales o estado de inconsciencia" -artículo 34 jnc. 1 ° d^l Cqdigc^ Pe­
nal- (Fría s Caballero, J. et al., 1993, p. 308), el sujeto del Psicoanálisis
es justam ente el quieto de esa "inconsciencia", y no es agente, sino el
resu ltad o , el producto de las palabras de Otros (llámese instituciones,
cultura, Ley, padres, historia, o Lenguaje...), y se muestra, justamente, en
los equívocos,

El desconocimiento y la duda, el no saber, lo extraño y la sorpresa,


como la del despertar de un sueño, (¿quién no piensa, al despertar, "qué
cosa extraña soñé anoche?"), que sin embargo encierran una verdad, son
el "objeto" del psicoanálisis. Dirá Lacan: "Un saber con ignorancia del sujeto,
eso es el inconsciente" (Lacan, 1 , Clase del 25-6-69).

Mas si dijimos que el "¡objgíp" de investigación de ambos discursos -_el


su jeto - no es pensable, no tiene existencia .fuera de la dimensióíijuridjco-
institucional, ¿por qué no animamos a entrecruzar los discursos? ¿per qué
no intentar situarnos en su difícil intersección?

En el transcurrir de este estudio propondremos trabajar:

1. La Ley como procreadora de la subjetividad humana


-O el sujeto instituido por la Ley-

P. Legendrp, jurista francés lector de Lacan, dirá: "Hay que recordar


que las instituciones son un fenómeno de la wda" (Legendre, P., 1996, p. 9 ) ...
humana

Instituir implica la intersección de la normatividad con la bioloqia. Del


lenguaje con lo viviente- De la cultura con la naturaleza.

Instituir, implica, ordenar

El sujeto humano está creado, pro-creado por las leves de la polis,


por sus instituciones Éstas lo producen, lo incorporan en su telido legal, lo
Inscriben... "registran en lr> civil" su nombre, su aafiJÜdo ... (apellido: "que
apela" a una transmisión de simbolos-.de referencia, heredada en forma
patrilineal).

N.acer "supone la movilización, para cada recién venido a la humanidad,


de todo el andamiaje institucional". (LeifeQdre, P., 1994, p. 168).

Podemos postular un doble nacimiento^ el biológico v el institucional.


Dos, que no son sino uno, pues aún el nacimiento biológico del viviente está
instituido desde la legalidad médica, genética, científica, familiar, etc.

Es por estar instituido que el sujeto da cuenta de su filiación, de su


genealogía, de su historia familiar, de su linaje.

Etimológicamente filiación viene dei latín: "Glius^uXhüa), que es de la


misma familia que afiliar. Esta última palabra, deriva del latín medieval
"affiliare". que tiene a su vez dos acepciones: a) asociar, unir; v bV tomar
cpmo hijo.

O sea: un hijo es hijo de las instituciones (de la institución familiar, de


la institución estado, de la institución iglesia...) en tanto es afiliado, asocia­
do, unida la carne a la institución, convertida ésta en nombre, mei&tQfiZ&dá
en símbolo. Tanto el nombre como la imagen del. humano implican la trans-
fp.rmación de la carne en palabras, de la carne en símbolos transmisibles de
generación én generación. (¿No son eso el apellido, las costumbres, las tra­
diciones? )
Esta unión, esta ligazón simbólica -esta filiación- que da cuenta de
la relación de las instituciones en el lugar del procreador, del que concibe,
con el sujeto en el lugar de hijo, producto de esta concepción, es el sostén
de la cadena genealógica del humano. (Volviendo a la etimología, la palabra
concebir viene del latín: concipere. Quiere decir tanto formar una idea, to­
mar en la mente, imaginar, como formar un feto en el vientre).

Sostén simbólico que liga, afilia, concibe, y que necesariamente une


al sujeto con las instituciones, ya que es procreado por ellas, sostenido por
ellas, efecto de ellas. Por lo tanto, deudor de ellas.

Aquí la primera premisa adquiere valor estructural:

El sujeto, efecto-hijo de las instituciones, es, por eso mismo, deudor.

Debe su nombre, su apellido, su filiación.

Recurrimos a Néstor Braunstein, quien nos auxilia con una excelente


sín tesis:

Existir en sociedad es estar inscripto en ella en relación con el


nombre de los antepasados. Lo habitual en nuestras culturas es
recibir el nombre del padre. Occidente vive en la tradición emanada
del derecho romano. La existencia es humana en tanto engancha­
da a un árbol genealógico. Recibir un nombre establece desde el
principio el deber de portarlo. Se debe y es deuda, Schuld; los tra­
ductores de Freud pondrían guilt, culpa. La vida, perdón por la
obviedad, depende del símbolo y los romanos ya establecían un
doble nacimiento, físico, de la madre y político, del padre. Ex padre
natus. Sobra aclarar que el nacimiento físico es también un efecto
de la Ley que preside las alianzas. Nada nace sin la palabra
{Braunstein, N., 1994, p. 7).

Como vemos el psicoanálisis plantea a la Ley en eí lugar del Padre y a


la culpa o^deuda, como resultado de la filiación del sujeto a la ley y por io
tanto, ésta es condición de estiuctura.

Volveremos sobre esto.

2 . E q u iv a le n c ia de la F u n c ió n paterna y la Le y

Postulamos lo equivalencia del lugar del Padre en psicoanálisis, a las


Instituciones, a la l ey.

Y así como el Derecho propone que no hay institución sin ficción, y a la


Ley (función dogmática), como un montaje normativo escrito en el Código
penal, o en el Código Civil, que legisla los deberes y los derechos de los
ciudadanos, el Psicoanálisis postula al Padre como creación, como artificio,
como lugar encarnado por alguien o algo -ficción- cuya función es ordenar,
legislar.

Del mismo modo que las leyes y las instituciones surgieron déla necesi­
dad de los ciudadanos, de los miembros de la polis, el Padre, como lugar, es
una creación del hijo. Es desde el hijo que se construye al Padre. La imperfec­
ción de los sujetos humanos, crea, inventa, supone un lugar: el Padre, la Ley,
Dios. Lugar distinto, tercero, no equivalente al del hijo. Lugar Otro, lugar idea-
sostenido como r^ferencis y corno Qsrsrttís d9 protección.

Su fundón es ordenar y legislar, Por simbolizar y encamar otro lugar,


inscribe las diferencias. No es lo mismo ser hijo que padre. Y es necesario
ser primero hijo, para luego ser padre. Supuesto que ordena y numera ia
cadena generacional, sostenido en prohibiciones.

Efecto, por lo tanto, clasificador, que simboliza en la subjetividad las


diferencias entre padres e hijos, entre hombre y mujer, entre vida y muerte,
entre deberes y derechos y tantas otras...

Padre, Ley, Dios, Institución, en el lugar del saber, al que se refieren


todos los saberes. "Se trata de una ficción y de una lógica de la ficción, de un
trabajo en tomo al "como si" que viene a funcionar como instancia tercera"
(Legendre, 1 , 1996, p. 38).

No es difícil comprender, ubicando al padre como función legislante, la


equivalencia de éste a la Ley.

Por estar en distinto lugar, el hijo es procreado a imagen y semejanza


del Padre, no es idéntico a él. El hijo hereda del Padre el nombre, la imagen,
los bienes y los males. Pero NO ES el Padre. Es su heredero. De allí que e!
Padre o la Ley, son una instancia tercera.

Ningún sujeto humano es la Ley, sino que se supone que todos esta­
mos sostenidos, sujetado, amparados, atravesados por ella.

Algo ie está prohibido al sujeto. No todo puede. La ley del Padre


como las leyes del Sistema Judicial, prohíben y ordenan, y en este acto,
ponen límites a la omnipotencia, inscribiendo en el sujeto la falta, la no per­
fección, al ser reconocidas por éste.

Es esta prohibición, la que funda al inconsciente y sus efectos: el de­


seo, la exogamia, el amor, la diferencia sexual, el lazo social.
En estos sinuosos caminos de cruce entre el Derecho y el Psicoanáli­
sis, vemos que es la Ley, o la Función Paterna, quien legista la vida
institucionalizada del sujeto en el tramado social, y que al prohibir, cava un
hueco donde se instalan tas diferencias, motor del deseo.

Pero paradójicamente, es esta misma prohibición la que funda el pe­


cado y la tentación.

El pecado existe, porque existe la Ley. "Caras Jónicas" de la Ley del


Padre, dirá M. Gerez-Ambertín "La Ley que prohíbe, insta a codiciar lo más
temido" (Gerez Ambertín, M. 1993, p. 217)

De allí que en griego pecado, -ham ariía- quiere decir también falla.
No perfección. El pecado es el resto de la operación en la que la Ley divide a
la subjetividad.

Es por eso que propondremos al homicidio como un acto humano,


producto de las fallas de la Ley del Padre, pero aún así, referido a ella.

3. La culpa, efecto de la humanización, como anudamiento


del sujeto a la Ley.

Como hemos adelantado, la culpa no es sino e! lazo mismo que une a


todo sujeto humano con su procreador, en el lugar de la Ley,

De allí que postulamos a la culpa como efecto de la humanización y


como anudamiento de todo sujeto a la Ley, o sea, al Montaje Institucional.

La culpa, para el psicoanálisis, es el ombligo de la subjetividad.

Es preciso aquí diferenciar los discursos:

Mientras el Derecho postula a la culpa como ACTITUD, diferenciándola


(pero en relación) de la imputabilidad, postulada como APTITUD, el Psicoa­
nálisis como dijimos, ubica a la culpa como nodal en la estructura subjetiva.
, En "Teoría del Delito" Frías Caballero enuncia, siguiendo a Jiménez de
, V
Asua, que "para ser culpable es indispensable ser, previamente, imputable"
(Frías Caballero, 1 et al„ 1993, p. 307) y plantea ”una prelación necesaria"
entre la imputabilidad y [a culpabilidad

El Derecho, en el texto antes mencionado, diferencia culpabilidad de


imputabilidad cuando dice que

La culpabilidad es temporalmente momentánea, ya que refiere a


un delito concreto, mientras la imputabilidad, como estado o calidad
del sujeto, es algo permanente o al menos, durable en el tiempo
{Frías Caballero, ] . et a!., 1993, p. 305).

Para se r imputable, tiene que haber capacidad de culpabilidad (Frías


Caballero, J. et al., 1993, p. 304)

Concluye con el artículo 34 inciso I o del Código Penal Argentino que


dice:

No son punibles: I o: El que no haya podido, en el momento del he­


cho, ya sea por insuficiencia de sus facultades, por alteraciones morbosas
de las mismas o por su estado de inconsciencia (...) no imputable, com­
prender ¡a crimmaütidú ue¡ aclo u dirigir sus accior.es (la negrita es mía).

Enuncia como "delito genuino" (punible, que une el dolo, la culpa y la


imputabilidad), aquel donde hay un nexo entre el acto y el autor. Dice:

Es imprescindible efectuar el salto desde el acto al autor, sin


vulnerar el principio básico de ¡a "responsabilidad por el hecho", los
presu pu estos de la pena (...) se hallan situados en el autor
(imputabilidad - culpabilidad) y desde allí gravitan, se reflejan o con­
fluyen sobre el acto, transformándolo en acción punible (delito
criminal) (Frías Caballero, 3. et al., 1993, p, 303).

Es necesario aquí relacionar y diferenciar los conceptos, porque:

I o: El inconsciente, o el "estado de inconsciencia", es una condición del su­


jeto, que nunca es todo conciencia, sino que, como dijimos siguiendo a
Lacan, el inconsciente es un saber con ignorancia del sujeto, por lo
que todo acto con esta ignorancia, encierra un saber. O, dicho en térmi­
nos jurídicos, de un acto con desconocimiento del autor, es posible ob­
tener un saber, en tanto se pueda realizar el enlace entre ambos (entre
acto y autor).

2°: No se ríos escapa que plantear la culpa como condición estructural de la


subjetividad humana, como la ligadura que une al sujeto con la Ley,
como deuda de todo hijo con el Padre, como pacto simbólico del sujeto
con la Ley, es muy distinto a postularla como "actitud" referida al mo
mentó y a la intencionalidad. ¿No circunscribe esta lectura (la culpa como
actitud y la imputabilidad como aptitud) la condición hum ana misma, .i
parámetros temporales, conscientes o meramente intencionales? ¿Se
deja de ser humano por ser enfermo mental o por el mayor o menoi
cociente intelectual, o antes de tal edad, o por no estar consciente al
dirigir las acciones en el momento del hecho?

(l')
¿No justifica este enunciado de "delito genuino", la no responsabili­
dad de crímenes de lesa humanidad, como en la "obediencia debida”, donde
el acto parece estar disyunto al autor intelectual?

3o: Sí, tendríamos que pensar en todo caso, de qué modo lograr que el
“salto del acto al autor" de alguna forma se realice. Y en ese lugar, en
ese anudamiento entre actor y autor, el psicoanálisis ubicaría la R ES­

P O N S A B IL ID A D , la posibilidad de responder por su acto de un sujeto


pleno de derecho.

Volvamos a! Psicoanálisis: La deuda genealógica o culpa estructural


implica el reconocimiento al Nombre donado por el Padre, a su Ley, y a la
transmisión de la misma, con lo cual el sujeto tendrá la posibilidad de apro­
piarse de sus actos, de sus deseos inconscientes, y por lo tanto, del dere­
cho de sobrevivir en su descendencia.

El pasaje de generación en generación, la "mágica" transmisión trans­


portada, contrabandeada, entre los símbolos, sólo es posible gracias a la
ley, de allí la necesidad de su intervención. El funcionamiento del Sistema.,
Legal ordena, diferencia, sanciona, y allí, sancionar, en sus dos acepciones,
como castigo, y como nombre, implica que la Ley, al sancionar un delito, lo
nombra, lo hace visible, legible, reconocible a la sociedad. Lo diferencia de
lo que no es delito.

Sin embargo, es por esto mismo que si bien la herencia articulada a


las palabras, lo sancionado, posibilita al sujeto la vida, un lugar en el mun­
do, un nombre, una historia singular con derecho a ser transmitida, también
la herencia, desarticulada a las palabras, o sea lo no dicho, lo no simboliza­
do, lo no transmitido por alguna oscura razón, lo silenciado, lo no reconoci­
do, lo no sancionado desde la Ley, las culpas impunes, "pasan” como una
pecado que el hijo asume como culpa, mas no como deuda reconocida. Dirá
N Braunstein: “Heredamos del Padre los bienes, pero también los males"
(Braunstein, N .1 99 5 , p. 74).

¿Cómo explicar si no ei pecado, -delitos- tos sometimientos, los crí­


menes y los sacrificios que reaparecen de generación en generación?
La posibilidad de que la culpa sea sancionada y reconocida, anuda en
la descendencia el pacto con la Ley.

4 . FIt p r i m e n c o m o o b r a h u m a n a y s u r e l a c i ó n a la c u l p a

Si planteamos a la culpa como nodal, efecto de la inserción del sujeto


i>n la cultura o er. la Ley, no es pensable la existencia humana fuera de ella.
Pero si desde su faz simbólica liga, sostiene el pacto de! sujeto con ¡a
Ley, su faz sanguinaria aparece allí donde !a medida de la deuda- pacto,
fracasa.

O sea, donde la Ley, como montaje Simbólico-Jurídico, falla, en el sen­


tido de fractura. Donde la Ley pierde su especificidad como la que sanciona,
ordena, transmite... como referente.

El crimen es así solamente una obra humana. Es también un - n e ­


fasto- efecto de la inscripción de la Ley, ubicable en los fracasos de la m is­
ma.

"La Ley hace al pecado y al pecador: la ley que prohíbe, insta a codiciar lo
más temido" (Gerez Ambertín, M., 1993, p.217), allí el superyó.

San Pablo, en la Epístola de los Romanos, dice:

VII. 7: ¿La Ley es pecado? No digo tal. Pero sí que no acabé de


conocer el pecado sino por medio de la Ley: de suerte que yo no
hubiera advertido la concupiscencia mía si la Ley no dijera: No codi­
ciará s. 8: Mas el pecado o ei deseo de éste estimulado con ocasión del
mandamiento que lo prohibe, produjo en mí toda suerte de malos
deseos. Porque sin la Ley el pecado de la codicia estaba muerto.

¿Qué ocurre cuando desfallece la Ley?

Los holocaustos, las persecuciones, "desapariciones", homicidios, sui­


cidios -en todas sus formas- implican la ruptura del pacto con laLey del
Padre y la ofrenda del cuerpo humano como sacrificio a la voracidad de al­
gún oscura dios (llámese inquisición, nazismo, totalitarismos, sectas, ¿capi­
talismo? ¿corrupción? ... y cuantas tiranías más a las que nos sometemos o
complicitamos los sujetos humanos como masa, o singularmente).

En estos casos el sujeto, en lugar de sostener la deuda de símbolos


con la Ley, la rechaza.

El homicidio es la expresión más pura de la omnipotencia.

La Ley que prohibe y dice: "no todo puedes" pierde eficacia y e! suje­
to queda mercad a la locura del "todo puedes": al homicidio planteado en
términos de destrucción o de autodestrucción y al incesto.

La culpa pierde la dimensión de reconocim iento y torna en lo que


Freud llarna culpa de sa n g re, o culpa m uda. Culpa sanguinaria. Mo son
símbolos los que debo. Es la vida misma. El cuerpo como cosa. La propia
vida o la del otro dejan de estar sostenidas desde el montaje institucional,
desde el sistema legal, desde El Nombre del Padre, pues éste fue impug­
nado.

La inconmensurabilidad de la culpa (de sangre) eá correlativa, pa­


radójicamente, a la ausencia de responsabilidad. No soy yo quien lo hace,
es el Otro quien lo pide. Claro desanudamiento del nexo entre actor y
autor.

La "inocencia" culpable se exhibe ostentosamente.

Dirá Marta Gerez-Ambertín: celada al tótem o a los dioses, en tanto im-


n f ir g fz* c o c ía n r o c n r t n c a h íf ír f - a W o n o / ' CC d QtTO s ! QUC ¡O p i d e Jq

ordena, lo exige..."(G erez Ambertín, M. 1993, p. 38).

Conclusiones

Para concluir, podría pensarse en la imbricación de los discursos Jurídico


y Psicoanalítico, no sólo en su contingencia, sino hasta en su necesariedad.

Hemos desarrollado aquí:

1. La indispensable intervención de la Ley en el surgimiento de la vida,


humana, en tanto ésta es vida institucionalizada, instituida desde
la Función Paterna o sus equivalentes: Ley, Montaje Normativo, o
Función Dogmática.

2. El anudamiento llamado Deuda o Culpa, que es el ombligo de Ja


subjetividad humana. Anudamiento omnipresente, ESTRUCTURAL

Y la doble faz de la culpa:

Anudada al montaje simbólico de la Ley, donde se sostiene un pacto,


(en el reconocimiento a la ley) o como rechazo en el homicidio.

Rechazo que deja al sujeto en una total horfandad o en la obediencia


debida, donde no hay responsabilidad subjetiva. Toda responsabilidad es
del Otro. Aquí la relación entre acto y autor, como ya dijimos, es nula. El
sujeto no es responsable. Es el Otro el que se lo pide. ¿Esto hace inimputable
a un sujeto? ... n

Si el hom icidio (en todas sus fo rm a s: crím e n e s, sa c rific io s,


sometimientos, delitos) implica el rechazo a la Ley, a la función del Padre, es,
en suma, un parricidio:
Es el "asesinato" a la Ley Simbólica en el lugar del Padre, con el con­
secuente sometimiento a alguna tiranía, obediencia donde el Otro e s el
Responsable.

¿Cómo re-articular el lazo que une al sujeto a la Ley, desde losimbó-


¡ico? ¿Cómo puede intervenir el montaje Jurídico para no dejar al sujeto
fuera del Sistema Legal?

Dijimos que cuando el Aparato Jurídico, la Ley, sanciona, lo hace des­


de un lugar doble: Sanciona en tanto Castigo, pero también en tanto Nom­
bre, Confirmación.

Nombra ai Homicioio, lo hace circular en el tramaoo simbólico y social,


y da la posibilidad de reubrcar la culpa simbólica, en la subjetividad. Es
desde allí que un sujeto o un grupo, pueden Responder, Responsabilizarse
de sus actos.

Si somos deudores, somos responsables... en tanto sostenemos un


jacto con la Ley.
BIBLIOGRAFIA

Braunstein, Néstor: (1994) "Sobre Deudas y Culpas” . Actualidad Psicológica. Abril


de 1994. N° 208. Buenos Aires.

Braunstein, Néstor: (1995) "La Culpa en Derecho y en Psicoanálisis". El Psicoanáli­


sis en el Siglo (3/4). Córdoba. Argentina.

Frías Caballero, J. et al.: (1993) Teoría del Delito. Bs. As.: Hammurabi.

Gerez Ambertín, Marta: (1993) Las Voces del Superyó. Bs. As.: Manantial.

Lacan, Jacques: (Clase del 25-6-69). Inédita.

Legendre, Pierre: (1994) El Crimen del Cabo Lortie. Tratado sobre el Padre. México:
Siglo XXI.

Legendre, Pierre: (1996) El Inestimable Objeto de la Transmisión. Bs. As.: Siglo


X X I.
E l crimen pasional y lo
inmotivado del exceso

Marta Susana Medina

200 golpes, 113 puñaladas y 17 puñaladas. Tres casos de crímenes


pasionales en los que eí hombre mata a su pareja cuando ésta decide term i­
nar con la relación. Llama la atención lo desmedido y repetido del ataque.

Ante estos crímenes que cuestionan al ser humano en su dignidad y a


las bases mismas de la sociedad surgen varios interrogantes, pero hay uno
que los resume a todos: ¿cómo es posible que un hombre sea capaz de tal
exceso?. Y para los especialistas, una pregunta insistente: ¿es imputable el
homicida?. En este trabajo nos proponemos responderlos desde la teoría
psicoana lítlca.

Como punto de partida para el análisis del crimen pasional y de su


exceso tomamos tres casos a los cuales accedemos por publicaciones de la
prensa o a través de expedientes judiciales.

Uno de los crímenes tiene fugar en Buenos Aires: un joven de 19 arios


mata a su novia de 16, asestándole 113 puñaladas con un cuchillo y un for­
món (se cree que la joven murió después de la tercera). Entre los anteceden­
tes del homicida tenemos los siguientes datos: de chico habría recibido trata­
miento psiquiátrico por conductas agresivas; en la adolescencia habría sido
drogadicto y cuando conoce a su novia deja la droga. Estaba retrasado en sus
estudios, a los 19 años cursaba tercer año del colegio secundario. Antes del
crimen ya había golpeado varias veces a su pareja. (En adelante llamaremos
a este crimen Caso A),

Los otros dos casos ocurren en Tucumán. lín peón rural mata a su ex
concubina, de 21 años, cuando ésta decide ocuparse en la finca donde tra­
bajaba un vecino. En el momento del hecho ya estaban separados. El asesi­
no es oriundo del litoral argentino y afirmaba haber venido a Tucumán para'
no matar a su madre.

Cuando se afinca en el pueblo donde ocurre el crimen convive con la


madre de ia viLihnd y iutyu luii ¡d^ Jos nijaS a^ucílu. Le madre hebia
prevenido a sus hijas del maltrato de su pareja por lo que les aconsejaba
alejarse de él. Una de ellas se traslada a la ciudad y la otra, la víctima, luego
de tener tres hijos con él se separa. La noche del crimen la espera cerca de
la casa y comienza a apuñalearla con un cuchillo de campo. Se detiene en
las 17 puñaladas ante la intervención del hijo mayor de ambos, que intenta
arrebatarle el cuchillo (en adelante llamaremos a este crimen Caso B).

En el tercer caso está involucrado un hombre de 32 años, con estudios


secundarios incompletos, que mata a su novia de 24 años cuando ésta se
'niega a acompañarlo al baile y le comunica que quería terminar con la relación.
La arrastra pegándole a lo largo de 10 cuadras, tres de esos golpes le afectan
el hígado, un pulmón y los riñones. En total la víctima presenta 200 hematomas
y muere por la sumatoria de golpes (en adelante llamaremos a este crimen
Caso C).

En los casos de Tucumán las pericias forenses indican que los homici­
das no padecen alteración de las facultades mentales y son condenados a
20 años de prisión, el joven de Buenos Aires recibió una pena de 24 años de
reclusión.

Citamos partes de la sentencia del caso C: el juez señala que "no le


quedaba parte del cuerpo sin alguna herida" y agrega: "es la imposición de [a
voluntad por la fuerza la que lo lleva al crimen. No hay ensañamiento, hay
egoísmo, se muestra como un desaforado. Se trata de un ego herido, ¡nca.-
paz de aceptar límites, que se manifiesta como un demonio destructivo."

Luego cita a Jiménez de Asúa diciendo que “más que crímenes pasionales
hav crímenes de los pasionales, porque no es el amor ei que mata sino el estado
de conciencia del pasional que se expresa" "si no soy yo, no será nadie, ni si­
guiera tú". "Mostró una voluntad de dominio hasta tai punto que pretendió redu­
cirla a un objeto inanimado y lo logró con la muerte. Dijo que no era su intención
mataría, él mismo la llevó al hospital para que la curaran pero teniendoen cuen­
ta la figura del dolo eventual se lo considera culpable".

Más adelante se dice que "mientras el homicida pedía clemencia al tribu­


nal con lágrimas en los ojos, por otra parte acusaba al abogado defensor de su
incapacidad profesional. Porque su personalidad no le permite la exigencia de
límites. Nunca los aceptó, prueba de eso son los berrinches de niño y sus ante­
cedentes violentos. Llegó hasta el homicidio culposo. Fue adicto al capricho"
afirma el juez.

Como vemos, en los tres crímenes hay un exceso que carece de moti­
vos, Desde el psicoanálisis podemos afirmar que ei carácter excesi/o de ios
crímenes inmotivados citados da cuenta de un momento de locura fifi hnmi-
cida. Para ser más precisos da cuenta de un acto loco.

Para comenzar el análisis del tema que nos ocupa podemos hacer una
diferenciación entre s ujetos apasionados y sujetos pasionales. Esta distin­
ción se funda en que todos tenemos ideales poH o s cuales vivir. Algunos, en
los que esor ideales están más acentuados que ert otros, dedican su vida a
una causa intelectual, política, religiosa, etc. De ellos se dice que han dedica­
do su vida a algo, por ejemplo, de Freud se dice que fue un apasionado por el
psicoanálisis. En estos casos se trata de un interés muy marcado por un
objeto, que se tramita dentro de la leyf deMazo sociai, y si algún percance
los priva de ese ideal es posible un trabajo de duelo y la sustitución. Pero
otros sujetos a los que llamamos pasionales evidencian una fijación exage-
{ada y exaltada en un objeto, son "vividos" por sus ideales, que son insus­
tituibles. Es una relación no legislada, comandada por el envés de la lev que
llamamos superyó. No sostienen el lazo social como, por ejemplo, ios inte­
grantes de sectas que se inmolan, genocidios, suicidios, etc., a los que con­
sideramos actos locos.

La locura puede darse en cualquier subjetividad y en sus manifesta­


ciones se asemeja tanto a la psicosis que podemos llegar a confundirlas,
Pero ia locura es un estado, un momento, mientras que ¡a psicosis es una
estructura clínica caracterizada por la forclusión de la ley del Padre, es decir
que esta ley jamás s? inscribió.

¿Qué entendemos por locura? Cualquier sujeto puede cometer un


acto loco si un acontecimiento iq desenmarca del.praen simbólico, es decir
del intercambio regulado por la ley que caracteriza a las reiaciones huma­
nas. En ese momento e! deseo del sujeto no puede superar su naturalidad,
su inmediatez, queda fuera dei sistema de sustituciones propio del orden
humano; pierde la cuenta, no puede dirigir racionalmente sus acciones, la
intencionalidad de sus actos.

De acuerdo a Freud. el precio que pagamos por estar en la cultura es


ia neurosis. Esto implica la renuncia a las pulsiones, a las tendencias más
primitivas que impiden mantener relaciones con nuestros semejantes que­
dando ligados a los primeros objetos de satisfacción. El neurótico es aquel
que ha podido sustituir esos objetos por otros.

Esa renuncia de la que hablamos, que obedece a una prohibición,


nunca es total; hay puntos de retorno de lo pulsional y así la locura es una
posibilidad abierta a todos. Sin embargo, hay sujetos más propensos a caer
en ese estado; son aquellos en los que la neurosis se ha estructurado muy
fallada -neurosis llamada "de borde"- y transitan por la vida de un modo
particularmente peligroso. Se caracterizan por la dificultad en hacer sustitu­
ciones que los lleva a comportamientos imperiosos, compulsivos, encarniza­
dos. Entre éstos últimos se encuentra el sujeto pasional.

Para que un sujeto estructure una neurosis es necesario el deseo de


los padres y la ley que prohibe el incesto y el parricidio, es decir la omnipo­
tencia. La ley paterna le otorga al hijo un lugar propio y el deseo de los
padres le permite apropiarse de ese lugar para poder integrarse a la socie­
dad, identificándose a diferentes roles sin delirio v sin locura.

De ese interjuego de deseos y prohibiciones depende que cada suje­


to, en cada generación, pueda emerger del nudo familiar, de la mdiferenciación
familiar originaria, haciendo sustituciones. Los hijos y los padres deben dife­
renciarse para que la vida tenga lugar.

Uno de los momentos importantes en la estructuración del sujeto


es aquel en el que constituye su yo. Es el momento en el que se apropia
de una imagen que le permite decir "ese soy yo". Al reconocerse otro
puede reconocer a los otros como sem ejantes. Momento de fascinación
imagina/ja en el que se observa bello, completo y omnipotente, llamado
por Freud narcisismo.

Pero el narcisismo debe resignarse para desplazar el amor por su


imagen a otros objetos del mundo. La alienación total a la imagen es mor­
tal.

Ll marco legal representado por la función paterna, que sostiene ese


momento imaginario, debe operar un desgarramiento en el narcisismo, debe
efectuar una marca que indica que la omnipotencia, la completitud, está
prohibida a cambio de un lugar en el mundo. Este desgarramiento va a per­
mitir el ingreso del sujeto en una cadena genealógica y en el orden del
deseo.

La ley prohíbe el deseo absoluto, la identidad imposible. "Gracias a la


ley Los humanos acceden al amor sin pretender unirse demasiado a ¡a imagen
narcisista asesina, comprendida bajo ¡a forma de la unión fínal con el cbieto
absoluto mediante el suicidio" (Legendre, P. 1985., p. 72). Vivir en sociedad,
acceder a entrar en una cadena genealógica, impiica renunciar ai objeto
absoluto del deseo y, por ¡o tanto, aceptar la incompletitud.

JjacquesJrli^spjjrij en Les Passions Intratables, señala que el padre en


la pasión ha ranaoo en el momento oe la institución ae la imagen, de modo
que el pasional sería "una ficción de niño herido en su imposibilidad de se r..."
(Hassoun, J. 1989, p. 115). Un sujeto diferenciado, y ha quedado despojado
de su lugsr. El padre ha fallado en la instauración de ta ley cuya función no
es otra que la de marcar los límites, la diferenciación, la alteridad. La preten­
sión del pasional es fusionarse con el objeto de su Dasión oara insertárselo
y así obtener el lugar que le fue negado.

Hassoun caracteriza a la pasión como una ^actualización equivocada


de la omnipotencia narcisista... es un intento de alcanzar un sin límites nar-
cisjsta* narcisismo desfafleciente y omnipotente al mismo tiempo ya que ne­
cesita de un otro para sostenerse.

Sin embargo, según el mismo autor, el padre no de^a de estar presen-


te en la estructuración del sujeto pasional pero no en su función legislante
sino a modo de pantalla separadora entre la madre y el hijo, separación que
el hijo no llega a inscribir. Así, una parte del objeto incestuoso, que debía ser
sólo una abstracción y causa de! deseo y de las sustituciones, no ha sufrido
la operación de duelo y esa pérdida no ha podido ser simbolizada. Esa parte
del objeto retorna sometiendo al pasional a una vida confusa, contradictoria
y sufriente.

Entonces la ilusión del pasional es hacer coincicÜLj2Lfib¿eto.de-.Sü_,pa­


sión con. el obieto prohibido para lograr la perfecta adecuación, la completitud
vedada, ilusión destinada_a|_fracaso porque ningún otro podra concretarla.
Pretender alcanzar la omnipotencia narcisista completándose incestuo­
samente con un otro, sin mediación legal, es imposible para !a vida, es que­
darse fuera de los marcos institucionales que la posibilitan. El sujeto pasio-
nal se balancea entre et deseo v la necesidad para Coer del lado de la nece­
sidad, y la relación al objeto de la necesidad es de todo o nada, es mortal.
En esta alienación total a un otro, en esta desviación radical, ninguna
relación es posible y el sujeto presa de la pasión sólo puede sostenerse en
una demanda devoradora v violenta hecha a un otro, pero fundamental­
mente a ese otro prehistórico, la madre. Demanda violenta como los imposi­
bles a los que está enfrentado, exigencia imperiosa a partir del lugar que le
fue negado. Asi se explica e! comportamiento de estos sujetos, del que dan
cuenta los casos mencionados: conductas agresivas, falta de limites, exi­
gencias insólitas, como señala el juez en la sentencia: "son sujetos adictos al
capricho".

Ningún desplazamiento es posible en la oasióru sólo un intento ríe


sustitución del objeto prohibido por otro, como vemos claramente en el caso
B, que convive con una mujer y con las dos hijas de ésta luego de haber
venido a Tucumán para no matar a su madre.

En el amor hay momentos de pasión pero no permanencia en ella,


sabemos que la completitud es imposible. El pasional se sostiene en esa
ilusión de fusión con el otro, de ahí la idealización del objeto de su pasión
que lo colmaría y la violencia de que es víctima cuando se opone a sus pre­
tensiones. El joven de Buenos Aires habría dicho a la prensa que la noche
del crimen quiso hacerle un hijo por sorpresa a su novia y ella se opuso. La
agariclón del deseo del otro desestabiliza al pasional. No soporta la falta,
las frustraciones, los límites a su omnipotencia. Esta impedido de saber que
para que el amor exista es necesario que haya dos sujetos, dos deseos.

Con palabras de Hassoun, se lo puede comparar con un fumador de


opio. Recordemos que el opio otorga una falsa valoración de la potencia
intelectual y física y una actitud de indiferencia al entorno. Es respuesta al
dolor y al desgarramiento de una ilusoria continuidad. El opio, como el obje­
to de la pasión, permite negar las falencias.

La pasión es una relación superyoica donde el deseo se suspende. No


sostiene el contrato social, convierte la ley en un mandato caprichoso que
revel^ la falta de límites. El otro en su alte.ridad es anulado o aniquilado. En
los casos judiciales citados los homicidas no soportaron la separación y an­
tes del crimen ya mostraban agresividad, En el caso B, el cujeto le prohibía
a la novia visitar a sus parientes y amigos, y la arrastró 10 cuadras pegán­
dole hasta matarla cuando ella quiso terminar con p| noviazgo. Fn el caso A
le había pegado varias veces con mucha violencia, en una de ellas le habría
roto el tabique de la nariz, también le tachaba en la agenda las direcciones
de amigos.
Mientras que en el amor el otro es también reconocido como sujeto,
hay discurso amoroso, hay lazo socia!. El otro responde a nuestra com­
binatoria d<. deseos y mensajes con su propia combinatoria. En la pasión se
suspende el discurso amoroso. El pasional no tiene capacidad de espera ni
mediación en el logro de sus objetivos y cuando en la búsqueda de elevar ai
otro al rango de Todo, de lograr ia fusión con él, choca con la imposibilidad
de colmarlo, él vive esto como un momento de locura en el que se encuentra
proyectado.

Que de la pasión se pase al crimen no debe sorprendernos, sobre


todo si el pasional se ve amenazado por el abandono de su pareja: y el
crimen tendrá la misma desmesura, la misma intensidad y el mismo exceso
con el que el aasipnal trató de sostener esa falsa relación. La falta de limites
aparecerá nuevamente en el exceso.

Siguiendo a Lacan, en el amado se oculta ei «aqalma» (objeto precio­


so) que le da ese halo mágico al amor. En la pasión el amado no la oculta, es
eso precioso. Pero en el desenlace pasional el objeto estalla, deja de focalizar
la existencia del pasional para cobrar su verdadero estatuto.

"Te amo pero porgue inexplicablemente amo en ti algo más que tu, el
objeto a, te mutilo" (Lacan, 1 1973, p. 276) señala Lacan, refiriéndose a!
objeto prohibido, perdido, precioso. En este punto quisiéramos dejar plan­
teado un interrogante. El exceso del crimen ¿es un intento de llegar al nú­
cleo del ser del otro que de todos modos se le escapa con la muerte? o ¿es
un intento de terminar con la amargura y la desdicha que acompañaron su
vida, otorgándose así el nombre y el lugar que el padre no 13 dio, aunque
sea el lugar del dolor y de la muerte?

La falta de tercera referencia, el padre, induce a relaciones fusiónales


y delirantes, provocadoras de la intervención de un tercero, la ley, único
capaz de aportar algún sosiego. Cabe recordar que los juristas afirman que
el criminal pasional se entrega espontáneamente a la autoridad, lo que ocu­
rrió también en los casos citados.

¿ E s Im p u table el C rim in a l P asion al?

F! mayor logro de la cultura es haber reemplazado la tuerza bruta por


el Derecho, la inmediatez de la acción por la mediación de la Pdlalira ; la
imaginaria omnipotencia individual por la sujeción a una cadena genealógica.
Entonces, ante un hnmihrtin i onr.iim.jrln. <|tH' es la expresión más brutal de
la omnipotencia, toda sociedad tiene necesidad de referirlo a la ley, de
reencauzar esa acción en el orden de la palabra. "Asi, toda sociedad constru­
ye una representación legal del homicidio, le da un estatuto en la palabra y
alcanza^ a poner en escena la prohibición de matar" (Legendre, P., 1989, p.
108).

En este orden, dado un homicidio alguien tiene que responder por él o


mostrar las razones que lo eximen de responder.

Frías Caballero en su libro La Teoría del delito afirma que la imputabilidad


es la capacidad de culpabilidad de un sujeto y la culpabilidad es una actitud
personalmente reprochable; el dolo o intención es parte integrante de la
culpa.

La intención de producir daño es un estado subjetivo cuyo significado


resulta claro cuando el daño ocasionado es cualquier género de perjuicio
material o espiritual, físico o psicológico, que conlleva desde un perjuicio
mínimo hasta los extremos del dolor o aún la muerte. ¿Pero cabe adjudicar
una intención al acto de asestar 113 puñaladas, 200 golpes? Quién procede
así ¿qué propósito de entre los mencionados puede tener?

Decíamos al comienzo que el exceso en los crímenes considerados da


cuenta del estado de locura del homicida. Esto nos llevarla a pensar, de
acuerdo al articulo 34_de nuestro Cód]3 q_Penal que, por hallarnos ante ca­
sos de alteración morbosa de las facultades mentales, el crim inal es
inimputable Q^deJjriGiífebiUdad disminuida. Esta última apreciación la deja­
mos a criterio de los abogados, pero sí podemos afirmar desde el psicoaná­
lisis que sólo la condena, la sanción, puede recuperar a estos sujetos de la
talla en la estructuración de su subjetividad. Sólo la sanción, como límite,
puedf aportarles cierta estabilidad psíquica que les permita interrogarse
por su proceder y acceder a un análisis que inscriba en ellos la ley del padre,
hasta ahora fallida.

Siguiendo a Legendre en El Crimen del Cabo Lortie, es la instancia judi-


cial a quien corresponde en estos casos hacer suplencia de la función pater-
na ausente^y disponer los medios para que el homicida pueda identificarse
con el padre, encontrando su lugar en la cadena genealógica, en la socie­
dad,
BIBLIOGRAFIA

Hassoun, Jacques (1989) Les Passions Intratables. París: Aubier.

Lacan, Jacques (1973) Seminario XI. "Los cuatro conceptos fundamentales del psi­
coanálisis". Bs. As.: Paidós. 1987.

Legendre, Pierre (1985) Lecciones IV, "El Inestimable Objeto de la Transmisión".


México: Siglo XX, 1996.

Legendre, Pierre (1989) Lecciones V III, "El Crimen del Cabo Lortie’. México: Siglo
XXI.
Pierre Riviere:

Juan Miguel Rigazzio

El crimen como hecho social ha acompañado al hombre a lo largo de


su historia desde su origen. Es más, el texto más antiguo de Occidente, la
Biblia, nos muestra que la entrada a ia historia viva de la humanidad es a
partir de un crimen en e! que, si bien no se derramó sangre, sí implicó la
transgresión- a una prohibición impuesta por Dios. La desobediencia a la pa­
labra de Dios tuvo su precio: la pérdida de los "goces" del paraíso terrenal,
es decir la pérdida de la completud. Pues, ¿qué les faltaba a Adán y Eva?,
absolutamente nada. Todo lo tenían allí, sólo bastaba extender la mano
para tomar lo necesario, sin embargo la prohibición de comer del fruto del
árbol de la ciencia del bien y el mal generó el deseo de su transgresión ob­
teniéndose a cambio un saber: la diferenciación entre el bien y el mal. Bien y
mal, opuestos sobre los que se funda una dialéctica que echa a andar las
ruedas de la historia. Así decimos: no hay pecado-crimen sin Ley la cual vie-ne
a darnos cuenta de lo prohibido. Pero de todos los crímenes que se co-meten,
el homicidio, el derramar la sangre del prójimo como Caín derramó la de su
hermano Abel (segundo crimen de las sagradas escrituras) es el quu más
golpea los cimientos mismos de la sociedad y de nuestra propia subjetividad.

El homicidio, parafraseando a Pierre Legendre, es un "acto de la es­


pene hablante" (Legendre, P., 1994); podríamos agregar, exclusivo de esta
especie. Sólo el hombre puede tomar conciencia de este hecho puesto que
viene a dar cuenta de lo prohibido en cuanto transgredido. Pero ¿qué es lo
prohibido? Para el psicoanálisis todo crimen implica un parricidio aunque,
como en el caso de Adán y Eva, el acto consista en la desobediencia a la
palabra del Padre. Parricidio que remite al mito freudiano del origen de la
cultura, cuya clave consiste en el asesinato del proto - padre, gozador de
todos los bienes y mujeres de la horda primitiva, a manos de los hijos
complotados contra el mismo. Hijos que constituyendo una "fratría", hacen
un pacto de no cometer nuevamente ei crimen y no acceder a las mujeres
del padre. Así, 'El padre retomará entonces en el tótem, en tanto significante y
luego en el Dios de las religiones" Qozami, M. E.f 1996). Satisfecho el odio tras
la agresión, es a partir del arrepentimiento que surge la contracara del amor
al mismo por vía de la identificación, que permite su restitución desde un
orden simbólico. Erigido el padre simbólico será quien detente la Ley de
prohibición de incesto y parricidio. Prohibiciones ambas que a modo de Ley
primordial regulan nuestra sociedad constituyendo su base y manifestándo­
se en las instituciones como así también en los códigos legales que la
normativizan marcando y limitando el accionar de los sujetos.

La prohibición del incesto y el parricidio tiene además una consecuen­


cia inmediata que es el establecimiento de una genealogía, del origen fun­
dador de! sujeto cuyo intermediario es el Padre que, como instancia simbóli­
ca y emblemática, inscribe la Ley en sus hijos, que habrán de constituirse a
su vez en transmisores de la misma por generaciones hasta el final de los
tiempos. En otras palabras y siguiendo el pensamiento de Legendre, la ins­
titución del sujeto pasa por la creencia en el padre de tal modo que:

ningún padre concreto es el dueño de lo prohibido ni dicta leyes


sobre los contenidos de lo prohibido; ejerce un oficio de mediatizar y
hacer viable la relación de su hijo con la Referencia absoluta
(Legendre, P., 1994).

es dccir ¿on el principio de Ley en su orden simbólico sostén del orden polí­
tico y cultural, Stn embargo, la Ley tiene sus fallas, fallas de la ley-pecados.
Sin esta premisa no se explicaría una realidad innegable que es la existen­
cia de los actos criminales a pesar de su prohibición. ¿En qué consiste en­
tonces el horror de un crimen?. ¿En qué la angustia del cuerpo social frente
a la snnqrp dernm ada?

t'udu uim uii no sólu implica un parricidio sino también un filicidio en


cuanto que el criminal en su acto reniega de su posición de hijo traspasado
por la Ley y transmisor de la misma. No hay hijo sin padre. Como consecuen­
cia de este acto se produce además un quiebre en la genealogía, una ena­
jenación del agente del crimen, del sujeto en cuanto que este quedar "fue­
ra de la Le“ o más precisamente en las fallas de la Ley, produce una desub-
jetivización del mismo. Por otra parte el crimen implica también una ruptura
del lazo social, del pacto entre los hombres en cuanto que la Ley qje liga y
une, que establece un orden y un límite, es transgredida. Ruptura incluso
entre aquello que uno imaginariza como mundo civilizado, lo que debe ser la
sociedad o esperamos que sea y el crimen como una actualización (puesta
en acto) de aquel que funda la cultura. Ruptura en la trama social o vacío
que exige ser recubierto a partir de la necesidad de dar alguna significación
al mismo. Así el hecho generado y en este caso el hecho-crimen conlleva la
necesidad de expresarse en un texto-discurso con el fin justamente de in­
troducir ese hecho en la memoria colectiva a modo de registro. ¿Cuánto se
dice acerca de un crimen?. La pregunta apunta a mostrar la multiplicidad de
discursos que se construyen alrededor del mismo emanados desde distin­
tos lugares de la sociedad: la justicia, el periodismo, la religión, la ciencia, el
público en general. De esta manera entenderemos por discurso al lenguaje
en acción en el lazo social que producen las prácticas sociales y cuyo conte­
nido es el texto. El hecho-crimen tendrá que hacerse texto que intente ex­
plicar lo ocurrido dando cuenta de su móvil.

Llegamos aquí a un punto que para continuar habría que hacemos el


siguiente interrogante: frente a los discursos que se constituyen alrededor
del crimen ¿cuál es el lugar de su agente, es decir del sujeto en cuanto
agente también de un discurso que le es propio?. La pregunta nos lleva a
ubicar al sujeto del acto criminal como centro de la trama que tejen los dife­
rentes discursos.

Cuando un crimen pasa a manos de la justicia no se tiene en cuenta e!


discurso del sujeto acusado, que no es precisamente ¡a declaración de rigor
de! proceso jurídico. El acusado es reificado en cuanto es "cosificado", alie­
nación de! mismo en cuanto se excluyen todos los elementos subjetivos
como intento de objetivar el crimen y establecer la pena correspondiente.
En esto contribuyen todos los diferentes discursos de una u otra manera.
Desde el psicoanálisis nos planteamos que, si ei crimen implica una desub-
jetivización, entonces: ¿cómo devolver el estatuto de sujeto al criminal?. En
lo que resta del trabajo intentare responder a esta pregunta dave que cam-
bia en gion medida la manera de eníucai esta problemática.

A lo largo de la historia encontramos un sinnúmero de casos donde el


homicidio es e! tema central, uno de ellos es el de Pierre Riviere, un campe­
sino francés de 20 años, semi analfabeto al que todos consideraban un
débil mental, calificándolo como el imbécil de Riviere. El brutal hecho, que
consistió en el asesinato de su madre embarazada, su hermana y hermano,
se cometió en 1835. El crimen fue considerado por !a justicia francesa de
aquel tiempo como un parricidio, el cual era castigado con la pena de muer­
te. Este hecho como tantos otros pone en movimiento por parte de la justi­
cia toda una maquinaria manejada por sus magistrados siguiendo los pasos
que marcan sus códigos y los procedimientos correspondientes. Maquinaria
que pone bajo la lupa el hecho a juzgar que se convierte en un "hecho de
crónica", en una estructura cerrada por cuanto se cristalizan en torno a él
los signos de una institución, en nuestro caso de la justicia cuyo principal
objetivo es castigar la violación de las normas vigentes. Sabemos que la
justicia juzga hechos sobre la base de pruebas que condenarán o liberarán
al reo. Esta concepción empírica de la justicia deja de lado como ya dijimos
antes, cualquier elemento subjetivo. Como vimos dicha maquinaria encierra
a su vez una lógica que consiste en juzgar el crimen aplicando ia condena
correspondiente: crimen y castigo. Pero no todo se reduce a esto y no por
nada se tomó el caso Riviere como ejemplo.

Como todo hecho, para su comprensión, es necesario ubicarlo en su


contexto histórico-socio-político. El caso mencionado responde a una épo­
ca de cambios de la sociedad y su organización política, como así también el
de la concepción de la justicia y del castigo que se mantenía hasta ese
momento. Estamos en el siglo XIX que marca un nuevo rumbo, los aires
democráticos y de división y respeto de los poderes (judicial, legislativo y
ejecutivo) se expanden por el llamado mundo civilizado. La Ley es ahora un
producto del consenso y del pacto social como lo habían concebido ¡os pa­
dres de la Revolución Francesa. Por otra parte el castigo entra en una di­
mensión diferente a la del suplicio ejempüficador. Está ahora en función de
un codigo escrito y es consecuencia de una puesta en escena del crimen
m e d iare et juicio oral y público. Como dice Foucault"... cometido el crimen...
el castigo vendrá, convirtiendo en acto el discurso de la Ley" (Foucault, M., 1996,
p. 114).

Pero en esta ecuación y dentro de la nueva concepción de la sociedad


juega un papel importante el rol educativo del estado puesto que todas sus
instituciones en mayor o m atar ir.cdida contribuyen en este papel. El ciuda­
dano debe ahora ser "recto", seguir el camino trazado por ¡as leyes y las
normas de la sociedad, así como los árboles para que no crezcan torcidos,
los hombres tendrán una guía (léase educación). Estamos entonces ante lo
que Foucault llama la sociedad disciplinaria. Así en el ámbito jurídico, las
cárceles cumplirán esta función correctora, cerrándose la ecuación: crimen,
castigo, corrección. La finalidad es la reinserción social del reo. Ecuación y
objetivo éste que se mantiene hasta nuestros días. Pero, ¿qué fue del suje
to, de aquel que cometió el acto criminal? Desde el psicoanálisis tanto el
acto sexual, como el acto fallido, el acto de creación estético, el acto analítl
co y por qué no el acto criminal son importantes en cuanto a sus consecuen­
cias, en cuanto a la producción del sujeto que resulta de su acto. Reflrléndo
se al acto criminal Néstor Braunstein lo define como "pasaje al acto, pasaje a
lo real, a partir de lo cual el sujeto, como sujeto de la pérdida, no será ya Igual a
lo que era" (Braunstein, N., 1995, p. 78).

Pérdida en cuanto que et sujeto se precipita fuera de la Ley, de la


Referencia como lo denomina Legendre. Aquí encontramos un punto impor­
tante de intersección entre el psicoanálisis y el derecho en cuanto a su fun­
ción clínica.

Debe quedar claro que la función del psicoanálisis en el campo jurídico


no es la de absolver justificando el acto criminal, ni la de condenarlo. Justa­
mente, es la psicología, como disciplina colaboradora de la justicia quien
transita por un camino "cenagoso" intentando responder a la demanda del
derecho como demanda del Otro social para colaborar en determinar el gra­
do de culpabilidad, responsabilidad o peligrosidad del reo. Tarea riesgosa
por cierto pues se colabora, por lo tanto, con el objetivo de cosificar al suje­
to a partir de juzgar su acto. A diferencia del psicoanálisis que intenta sen­
tar el principio de que todo sujeto es imputable en cuanto que respon­
sabilizándolo de su acto se abre la posibilidad, cuipabilización mediante, de
subjetivizarlo como veremos a partir del caso Riviere. Por otra parte, tam­
bién debe quedar claro que el juez juzga el acto criminal y sus consecuen­
cias, juzga el daño efectivamente ocasionado, su magnitud e incluso la in­
tención dolosa o voluntad intencional de cometerlo. Si bien esto último es
así y no puede serlo de otro modo, sin embargo hay que rescatar al sujeto
del acto en tanto y en cuanto se reconoce en ese acto que le es propio, que
tiene su seflo y su marca. Este reconocimiento se logra en el marco de la
ritualidad que da el juicio oral y público, sin lo c.ual todo so limitaría a puro
contabilidad administrativa como lo define Legendre. Pero el sujeto es suje
to del discurso y es por esta vía qu? puede hacer el camino de la subjetivación
de su acto. Pierre Riviere, luego de ser apresado y antes del juicio, escribí'
sus memorias, donde expresa lo que deliberadamente realizó, sin intentas
justificarse. Da cuenta del motivo por el cual asesinó a sus familiares con las
siguientes palabras:
Quise liberarlo (se refiere a su padre) de una mala mujer que le
hacía la vida imposible continuamente desde que era su esposa,
que lo arruinaba, que lo llevaba a una tal desesperación, que a ve­
ces se había sentido tentado a suicidarse. Maté a mi hermana
Victoire porque se puso del lado de mi madre. Maté a mi hermano
porque quería a mi madre y a mi hermana (Foucault, M., 1983, p.
IV).

¿Qué ha pasado?. Pierre Riviere antepone su discurso a los discursos


de la Ley, su propia lógica a la de los demás, su verdad a la verdad a la que
intenta lleqar la justicia y sobre la que opinan todos los demás.

Las mem orias de Pierre Riviere muestran además sus fantasías


megalomaníacas, sus elementos delirantes, sus neologismos, su aversión a
las mujeres y a todo animal de sexo femenino por horror al incesto como así
lo expresa. Todos estos elementos dan cuenta de una bien estructurada
psicosis más allá de su aparente debilidad mental por lo cual lo considera­
ban un imbécil. Pero es a partir de escribir estas memorias que logra subjetivar
su acto en cuanto sabe que va a morir por lo que hizo, acepta esta condena
y express en el mismo juicio su deseo de morir. Cuando su abogado quiere
apelar para que se le conmute la pena de muerte por cadena perpetua,
Pierre Riviere se opone. Estaba claro entonces que su único deseo era morir,
y hasta tal punto su delirio se continúa con su delirio de que esté muerto
que aún cuando finalmente no se lo condena a muerte pero sí a cadena
perpetua, se ahorca 5 años después de ingresar a la cárcel, en 1840. Por­
que, como afirma Néstor Braunstein, y refiriéndose a este caso, "... una vez
que ha sido condenado a muerte, la condena no puede dejar de cumplirse"
(Braunstein, N., 1995, p. 80).

Pero, ¿este final se debió porque en definitiva nadie escuchó lo que


verdaderamente quería decir Pierre Riviere?. Sus memorias fueron usadas
ccmo prqeba para opinar acerca de él, para determinar su grado de respon­
sabilidad/culpabilidad y peligrosidad y, en definitiva, para ayudar a construir
el móvil que explicara su brutal accionar.

1 Ipqamos a una conclusión: si el móvil del crimen no existe resulta


imperativo construirlo y, como ya dijimos, a esto contribuyen tanto las disci­
plinas colaboradoras de la justicia como los medios de comunicación y el
público en general. El objetivo es devolver la calma a las conciencias de
todos aquellos que nos sentimos horrorizados por su acto,

La construcción del móvil del crimen no se da sin los desencuentros de


los diferentes puntos de vista encerrados en la multiplicidad de discursos
que surgen a su alrededor. Retomando nuestro caso pareciera que en un
primer momento Riviere no tiene motivos para haber hecho lo que hizo, se
apela entonces a la locura como el móvil principal. Desde la justicia era im­
portante determinar y aclarar este punto pues de eso dependía su conde­
na: la pena de muerte o, en caso contrario la absolución y reclusión en una
institución psiquiátrica para su rehabilitación. Pero aún los más eminentes
científicos del campo médico psiquiátrico no llegan a un acuerdo con los diag­
nósticos los cuales llegan a ser opuestos, Y como suele ocurrir en estos
casos se comienza a "tomar partido" tanto desde el público como desde les
medios periodísticos donde se entrecruzan componentes religiosos y mora­
les. Asi el periodismo también presentaba opinion»' divididas; una desde
una postura moral-religiosa llegaba a la conclusión que Riviere debía ser un
loco pues ningún ser inteligente-cuerdo podía hacer semejante cosa. Por el
contrario había quienes opinaban desde un punto de vista más progresista,
apoyándose en las opiniones médico-psiquiátricas que no debía ser conde­
nado a muerte pidiendo clemencia por el reo. Los mismos magistrados de la
justicia se encontraban divididos respecto a condenarlo a muerte o recluirlo
en un psiquiátrico. ¿Qué había ocurrido?. Obviamente se estaba lejos de la
certeza. La duda frente al caso se había sembrado, ¿pero desde dónde?.
Desde que Pierre Riviere a través de sus memorias, de su propio discurso da
cuenta de su acto. Discurso que en definitiva no fue escuchado, y he aquí la
tarea del psicoanálisis, el permitir la emergencia de un sujeto diferente a
partir del crimen y su subjetivación, en contra de toda tendencia racionalista
e intelectualista que pretende explicar el hecho desde una teoría psicológi­
ca o incluso desde los aportes teóricos del psicoanálisis. Podemos encontrar
muchos elementos en la historia de Riviere que nos permiten entender su
accionar, una madre que no posee límites, que se desborda continuamente
arrastrando a sus hijos en actos de locura, y por otra parte un padre que no
pone freno a esta madre y que es destituido continuamente como tal. Pero
comprender ei acto o su razón no es darle su real dimensión y valor.

Anteriormente hablamos de la función clínica de la justicia que no es


una función específica de la misma pero sí en cuanto a su mismo accionar y
por lo que implica para la sociedad y para el sujeto mismo como represen­
tante del discurso de la Referencia, de la Ley soberana imaginarizad? en el
mito del parricidio, El juez como Intérprete de la Ley viene, como dice Legendre,
a separar el asesino de su crimen. Desde el momento que declara ilegal el
acto delictivo, reinscriDe ai sujeto en ei orden ue la legalidad, en el discurso
de la Ley rescatándolo de su "fuera de lugar”, y marcándole el límite necesa-
rio para que él mismo encuentre el camino de su subjetivación. Inscribe
al mismo tiempo, al sujeto en el discurso genealógico de la deuda, impo­
niendo con esto la obligación de un pago simbólico a la Referencia. Res­
titución de un hijo que reconoce nuevamente la existencia de un Padre-
Ley simbólico. La sentencia que implica el castigo sea cual fuere, con la
excepción de la pena de muerte que es un "crimen legal" por parte det
estado, es el pago de la deuda creada por el crimen. Pierre Riviere co­
mete ef triple homicidio para liberar a su padre, ¿para restituir su ima­
gen, o su lugar?. Si esta fue su intención obviamente el crimen no es el
mejor camino, pero afirmar esto es ponernos en una posición más bien
m oral-educativa v creer aue el crimen se puede erradicar de «_ina socie­
dad, uno de los sueños de todo estado totalitario. Partiendo de un pa­
dre concreto desvalorizado y "m al-tratado", Riviere apela a un padre
simbólico que venga a poner el límite, la Ley, en el caos en el cual se crió,
siendo su psicosis una consecuencia de ello. Pero esta fundón del padre
simbólico se hace presente, como no podía ser de otra manera aquí, recién
después de cometido el acto-crimen. Función que tienesu representante
también en el juez, pero que es necesario que en el sujeto, como en nues­
tro caso, surja la culpa como reconocimiento simbólico, única vía de recono­
cimiento del acto que permite la religazón del discurso de la genealogía
y la Ley. Pierre Riviere recobra la razón, según sus propias palabras, se
considera un monstruo, lo invaden terribles remordimientos y piensa en
suicidarse por lo que hizo, pero lo detiene e! temor de Dios, mojón de un
padre que no pudo operar como tal. La culpa de Riviere no pudo mitigarse,
desea morir como ya señalamos, no pudo simbolizarla para que le per­
m itiera, reconociendo su acto, lograr sentir la presencia de un padre que
aunque sea desde fuera, desde la justicia, ponga un límite a sus des­
avenencias, desesperación y angustia, Pierre Riviere no tuvo un Otro
que escuchara lo que tenía que decir. Todos hablaban o decían de él sin
prestarle atención a su mensaje. Debatían sobre él pero sin éi. La ju s ti­
cia actuó sin duda, pero se debatió en una encrucijada de discursos
intentando deslindar la imputabilidad o inimputabilidad de Riviere. Pero
aún cuando esto último pareciera que primó más y se conmutó su pena
de muerte por cadena perpetua sin embargo Pierre Riviere no pudo
escapar a su propia condena.
b ib l io g r a f ía

Braunstein, Néstor: (1995) "La Culpa en Derecho y en Psicoanálisis", El Psicoanáli­


sis en el Siglo (3/4). Córdoba. Argentina.

Foucault, Michel: (1983) Yo, Pierre Riviere... Barcelona: Gallimard

Foucault, Michel: (1936) Vigilar y Castigar. Madrid: Siglo XXI.

Jozami, María E.: (1996) "Culpa, Crimen y Castigo". Psico-logos -N “ 6 - Abril 1996
- Fac. de Psicología, UNT. Tucumán, Argentina.

Legenare, Pierre: (i9 S 4 j El Cunten JeI Cabo Lortie - Tratado Sobre c! Padre. Nsxi
co: Siglo XXI.
D e l castigo, la ley
y sus vicisitudes

Adela Estofan de Terraf

Este escrito se propone abordar el entretejido discursivo de la temática


referida al castigo. Entendemos que no hay un solo discurso acerca de esta
problemática, sino que coexisten en la malla social distintos modos de conce­
bir e implementar la pena ¿Cuáles son los fundamentos, justificación,
razonabilidad del castigo?. ¿Se trata de una represalia?. ¿De prevención?.
¿De ejemplificación?. ¿Cuál es la medida?. ¿Cuáles los medios?. Lucha de dis­
cursos entre el ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo? de la punición. Saberes que se
enfrentan, chocan, conviven. Saberes que están vigentes hoy con todas sus
fuerzas, en nuestra sociedad. Saberes que no contemplan la subjetividad.

A partir de estos planteos, nos proponemos vislumbrar en esa malla


discursiva, otras facetas del problema de la pena, conceptualizando algu­
nas cuestiones comunes al castigo, desde las intersecciones, alejamientos,
acercamientos, anudamiento entre las dos ciencias de la subjetividad: De­
recho y Psicoanálisis. Vinculación que imprime una inflexión. Articulación del
Sujeto, la Ley, las Instituciones, entrelazamiento del saber psicoanalítico y
jurídico

Intersecciones de saberes como requisito fundamental, para posibili­


tar una línea reflexiva e interrogativa en el análisis de esta temática. En
fin..., interpelar al discurso, a sabiendas que la problemática acerca de la
punición pone a funcionar un enrejado de inteligibilidad sobre toda la es­
tructura social y las formas de poder en sus cambiantes condiciones históri­
cas, según el modelo de sociedad que la sustenta, con las practicas puniti­
vas que interrogan, con las opciones políticas que las engendran, con las
estrategias de poder en las que se inscriben.

Abordemos pues estas cuestiones.

D e leyes ... prohibiciones... y transgresiones.

Toda sociedad para ser tal, se funda y ubica con relación a la Ley, está
marcada por lo que es dicho fuera de ella y ante ella. La existencia de un
marco de legalidad garantiza la instauración y permanencia de la obra cultu­
ral y de la civilización a sabiendas de su debilidad y de la exigencia de conso­
lidación.

Pero sabemos que desde que hay sociedad organizada ha sido siem­
pre la infracción a la norma una amenaza que el derecho no puede impedir
del todo. La pregunta de si un acto pertenece a la categoría de los punibles
y de si tal conducta amenaza la vida de la sociedad se ha contestado en
distintas épocas de diferentes modos, ya que cada cultura define de una
forma propia y particular el ámbito de: prohibiciones, anomalías, desviacio­
nes; lo irregular, lo normal y patológico; lo razonable, lo ilícito; lo criminal; lo
sano y lo enfermo; lo que se debe o no hacer.

Las líneas divisorias, las marcas de delimitación son ambiguas: desde


el momento en el que señalan los limites, abren el espacio a una transgre­
sión siempre posible. Este espacio así circunscripto y a la vez abierto, posee
su propia configuración y leyes, de tal forma que conforman para cada épo­
ca lo que podría denominarse el sistema de transgresión.

Lo (que en una sociedad refiere a la transmisión de la Ley pone en


juego la ifoción misma de prohibición, o sea, el estatuto de la transgresión.
Transgresión planteada como una cuestión referida al sujeto, al sujeto ins­
tituido. Para vivir su condición de ser parlante, de habiente, el humano det>e
entrar en el orden de la prohibición. La captura jurídica pasa por la palabra,
es mediante el discurso legalista de los límites (limites impuesto a la descar­
ga pulsional) como funciona la captura. Este torcimiento hacia la acción de la
palabra y e¡ renunciamiento a las metas pulsionales, fundan ¡a cultura, fun
dan una comunidad de derecho. Imposición de la prohibición: renunciamlen-
to y desviación hacia el lenguaje; plantear estos límites (civilizarlas pulsiones)
es poner en escena jurídica el sistema de las prohibiciones. El Sistema Ju rí­
dico de Prohibiciones es una Institución. La vida cabalga por Instituciones.
El hablante ser es hablado por el discurso de las Instituciones. El Lenguaje,
lo Jurídico, la Cultura, son instituciones. La vida humana esta instituida por
el orden simbólico y es objeto de la cultura institucionalizar la reproducción
de los seres parlantes. El sujeto del lenguaje está sujeto a una matriz
discursiva (lenguaje, discurso de las instituciones, cultura), discurso que lo
preexiste y amarra a la Ley universal de Prohibición del Incesto, prohibición
fundadora de la cultura, prohibición fundadora del deseo inconsciente tal
como lo aescuúneid el Psicoanálisis (fundadora en tanto posibilita yn?rm ¡tp
la reproducción del deseo en la humanidad). Prohibición Instituyeme. In sti­
tuir la vida es instituir el deseo humano, deseo que es afirmación d 3 un
imposible, deseo de lo inasible, inalcanzable; querer lo imposible, he ahí, la
tragedia de la Ley, he ahí, el desgarramiento del sujeto. Sin Ley, sin interdic­
ción, sin desgarramiento no hay deseo. Contradicción imposible de zanjar.
Con Ley, el deseo se personifica como falta, y su satisfacción es siempre
imposible. El hombre esta poseído efectivamente por el discurso de la Ley,
Ley que ordena y somete, prohibe y permite; Ley que lo funda como vida
humana, que lo inscribe como criatura del Derecho, criatura de doctrinas, cria­
tura del inconsciente, criatura del deseo. Esta función jurídica, huella jurídica,
produce el anudamiento entre lo biológico, lo social y lo inconsciente.

Vemos entonces que hay una dimensión legal de la existencia: orden


de la norma social, dimensión jurídica, que es aquella en medio de la cual
nuestra existencia se hace posible y hay un orden de la norma de sujeto,
una dimensión inconsciente de la existencia. El derecho ciencia del ser vivo
parlante, ordena la emergencia del sujeto del deseo mediante la instaura­
ción de las categorías de legalidad que en cada cultura instituyen la subjeti­
vidad. Instituir la subjetividad es fabricar el dispositivo jurídico, instituir im­
plica la normatividad.

Ninguna sociedad humana puede evitar de poner en orden a sus su­


jetos, pera decíamos también que desde que hay cultura ha sido siempre la
infracción a la norma una amenaza que e! derecho no puede impedir rtc’ l
todo, no puede impedir la transgresión a ese orden, a la norma jurídica
establecida, a la ley fijada por la cultura; el quebrantamiento a la ley impeni
tiva... el crimen... el delito... Delito... monstruo de muchas cabezas cuyos ten
táculos llegan lejos y alcanzan a la vida humana en todos sus cammo¡>
lito... tragedia humana permanente que pende sobre todo hombre. ... ¿Qm'1
sucede cuando un sujeto entra en conflictos con las exigencias que le Impo
ne el sistema jurídico? Palabras de Dostoíevski:

El propio capricho libre e irrestricto (...) no cabe en ninguna clasi­


ficación, y su omisión manda siempre todos los sistemas y teorías
al diablo. ¿De dónde han sacado los sabios la idea de que los deseos
del hombre deben se r normales y virtuosos?. ¿ Por qué han imagi­
nado que el hombre debe querer inevitablemente lo que es razona­
ble y provechoso?. Lo que el hombre necesita es simplemente una
volición independiente, cueste lo que cueste esa independencia y
sea lo que fuera a lo que ella pueda conducir. Bueno, pero el diablo
solo conoce esa i/o/taon...{Dostoíevski, F., 1864, p, 1.467).

La pregunta insiste, se reitera, retorna...vuelve... ¿Qué pasa cuando


una subjetividad entra en conflictos con el orden que le impone el sistema
jurídico?. ¿Qué ocurre cuando el sujeto transgrede la norma?. ¿Cuándo rompe
el lazo social?. ¿Cuándo comete delitos?

La infracción a ia norma establecida constituye un ataque al orden


social. El castigo considerado en sí mismo, es e! instrumento, a través del
cual una sociedad se defiende de amenazas contra su orden y e' derecho
controla esa practica sancionadora.

Entramos aquí de lleno a la problemática de la punición.

De la cuestión del castigo, al castigo en cuestión

Distintos discursos teóricos acerca de la pena se ponen en movimien­


to en el cuerpo social. Acudimos a los textos para rozar esta polifonía
dl*curil\M. Amdímos al saber jurídico y psicoanalítico.

Haremos desde el Derecho, una breve mención de las teorías que


fueron tomando cuerpo acerca del castigo. Habría, en general, como dos
tesis fundamentales que componen el discurso del castigo en su faz teórica:
la tesis Retribuí lonlsta y Utilitarista.

11 Retribuí tonlimo, Justifica el castigo en razones de justicia. El casti­


llo , mi medio iilno que procura la pura justicia. Es un fin en sí. El autor
de la ofensa lu cmr.ado un daño y merece por ello que se lo castigue. Es
t<,r.ta mid ,frl< t i rajón de Justicia: la de retribuir o reparar su acción. La
retribución ,olu puede determinar que un hombre debe ser castigado y no
cómo y en que medida Debe ser castigado quien es culpable de un crimen
establecido en l¡i ley y de conformidad con ei grado de culpabilidad. La re­
presalia como núcleo fundamental de! castigo.

Para eí Utilitarismo, el castigo solo se justifica computando las conse­


cuencias de las penas, o sea tomando en cuenta su utilidad, su oportuni­
dad. Algunos utilitaristas piensan prioritariamente en la disuasión del ofensor
o en el uso preventivo del castigo respecto de terceros; otros piensan en la
reforma del ofensor.

Se puede afirmar, que es un modelo económico de castigo, el que se


justifica sólo si se demuestra que de ser aplicado resultara mayor bien que
si se omitiera. Así, el castigo es un medio para algo. No se atiende a la
ofensa pasada, sino al desorden futuro. Castigar sera entonces un arte de
ios efectos.

¿Por qué se castiga? porque se cometió una falta (retribudonismo);


¿Para qué? para disuadir, reformar, prevenir (utilitarismo). Ante estas teo­
rías clásicas irrumpe entre tantas otras, la alternativa denominada re-so­
cialización apostando a relevar el lugar, la posición de! agente del crimen.

Esta concepción sanitaria de la pena donde se inmiscuyen en el hacer


jurídico la psiquiatría y psicología, acentúa el borramiento y las vacilaciones
acerca de la responsabilidad del acusado y el castigo que se impone en
muchos casos es llamado "tratamiento".

Ahora bien: Hegel en su "Filosofía del derecho", destaca algunos pun­


tos de ia teoría del castigo, rechazando las interpretaciones utilitaristas:
cuando se castiga a alguien es porque ha cometido un crimen y no porque
tiene que ser reformado o servir de ejemplo para los demás. El castigo es un
derecho del criminal y es por la pena que es honrado como un ser racional,
estatuto que el utilitarismo niega ya que un sujeto es tratado como tal cuando
no comete faltas.

Hegel sostiene que ser castigado por ir contra la ley es un derecho


humano', también crítica al retribudonismo (aunque es considerado retri-
bucionista) del que entiende, parte de un supuesto falso al considerar que a
cada crimen corresponde su natural castigo, ya que no hay igualdad especi­
fica entre crimen y castigo.

Entonces . ¿Hay relación entre ofensa y castigo, hay proporción, equi­


dad?. ¿Se repara el oano, se retribuye el mal infligido?. ¿Hay ecuación,
justificación, razonabilidad...?. Preguntas que insisten., persisten.

utiiud, ludir], .enfrentamiento de saberes que tiñen el tejido sooaí...


Nos preguntamos, ¿qué pasa con el castigo, hoy?.
Pensamos que no hay una sintaxis final de los postulados expuestos,
que no están superados; sostenemos que son postulados que hoy siguen
absolutamente vigentes. Mas aún, estas posiciones y posicionamientos se
entrecruzan, intersectan, interceptan y chocan permanentemente.

Sabemos que desde los tiempos bíblicos de Caín y Abel, la relación en­
tre el crimen y el castigo que merece el transgresor, ha sido problemática.
¿Aislarlo?, ¿Regenerarlo?, ¿Resociallzarlo?, ¿Condenarlo a muerte?. Estos
interrogantes se mantienen con absoluta fuerza y vigencia en este fin de
siglo.

En ia maiia iingüíslica dei saíjei jurídico y er< 13 dox3 que c;rcu!2 en nues­
tra sociedad conviven actualmente voces encarnadas alternadamente en po­
siciones utilitaristas, retribucionistas, sanitaristas... preventivas..., que no de-
berian tener un valor tan absoluto, sino más bien relativo y estratégico.

La narrativa es Utilitarismo o Retrlbucionismo o Resociallzación, aun­


que otras veces mas que de disyunción se trata de conjunción; no se trata
siempre de o... o sino de y... y; lo que logra esto es acentuar o más bien
ocultar el planteamiento de una problemática apremiante.

No pocas veces se pide el castigo como represalia, reproche, reparo,


lo que equivale a volver ¿o seguir? con el ojo por ojo, diente por diente, ¡o
que equivale a venganza para apaciguar la ira ¿No es esto un boomerang
que incrementa la violencia? ¿No estamos en el terreno de la reacción emo­
cional? ¿reacción calculadora? ¿el castigo como una simple consecuencia del
delito? ¿como su otra arista? ¿como un medio para determinado fin?

¿Que pasa con el castigo, hoy? Polifonía social que se manifiesta en


sentimientos de inseguridad, miedo, temor, indefensión, desconfianza. Vo­
ces que gritan la Pena de Muerte, voces entremezcladas que exigen justicia
por manos propias; Ley del Talión para palear !a creciente ola de agresio­
nes... escepticismo social...respuestas sociales organizadas... voces que cla­
man justicia,., murmullo de la impunidad...

Por otro lado y siguiendo con la voz del Derecho, para ser castigado
es indispensable ser previamente imputable y la imputabilidad no es solo la
mera capacidad jrrídica para ser sujeto de derecho y obligaciones. Ser im­
putable implica alqo que va mas allá de esta capacidad, implica la capacidad
de culpabilidad

Desde el saber jurídico se sostiene que la imputabilidad es una apti­


tud personal y la culpabilidad es una actitud, es un acto interno personal­
mente reprochable.
La imputabilidad, es así, capacidad personal para realizar ese acto
interior reprochable en que la culpabilidad consiste: capacidad personal de
reprochabilidad ético-social.

Entonces, fa imputabilidad es la capacidad de comprender la norma,


de comprender ia transgresión a la ley de comprender la ilicitud de! acto
realizado; es la capacidad de responder un sujeto. Es, por lo tanto, una
cualidad, un atributo, condición personal, que convierte al sujeto en autor
apropiado para la imputación jurídico-penal. Un sujeto sobre el que se
puede fundar un juicio de reproche.

Desde aquí, !a Intmputabilidad es carencia, ausencia de este cualidad,


atributo, condición, canacidad, comprensión, Hay ausencia de esa aptitud y
actitud personal que definen la imputabilidad. Ausencia, en fin, de culpabili­
dad y reprochabilidad.

Imputabilidad - Inimputabilidad. El quid es determinar la responsabi­


lidad o no de un sujeto con respecto de su acto; la imputabilidad o no.
Avalancha de enigmas que atraviesan el espacio social ante una escena
criminal. Escena criminal que exige que alguien venga a responder.

Desborde de interrogantes. Preguntas conocidas y de tan difícil res­


puesta ¿culpable? ¿inocente? ¿loco? ¿curable? ¿Readaptable?

Aquí, el Psicoanálisis, creo, abre un hilo de luz, imprime una inflexión,


un torcimiento ya que introduce un interrogante no contemplado hasta aquí
por las teorías expuestas anteriorm ente, interrogante acerca de la
subjetivación del crimen, de la significación del mismo y de su castigo. Desde
el saber psicoanalítico todos los sujetos deberían ser considerados imputa­
bles, responsables ya que no responder por sus actos, ser inimputable es
quedar excluido de la circulación social. En 1950 J. Lacan en "Funciones del
Psicoanálisis en criminología” embebido del jugo hegeliano sostiene que la
humanización en el tratamiento del criminal es factible si se parte de la idea
de que el hombre se hace reconocer por sus semejantes por los actos cuya
responsabilidad asume. Hacerse cargo, significar la falta, asumir, responder.
Si una ley sanciona una falta y el sujeto no se implica en esa falta, queda a
mitad del camino. Desde el Psicoanálisis, Lacan sostiene que "la relación
entre el crimen y la ley se da a través dei castigo, cuya realización, sea cuales
fueren sus modos exige un asentimiento subjetivo" (Lacan, J., 1966, p. 1 lñ ).

El asentimiento subjetivo seria el nudo en que el mareaje jurídico y la


responsabilidad del sujeto convergen en una culpabilidad inseparable de
castigo. La culpabilidad establece un lazo entre el orden social de la norma
y el orden de la norma del sujeto. La culpabilidad subjetiva es la dimensión
institucional en el sujeto, marcación jurídica que lo hace cuerpo, nombre y
palabra de su discurso, que lo hace sujeto del derecho. Asentimiento de la
culpa para posibilitar la subjetivación.

Para ello un acto importante es que el Otro Social, el Sistema Jurídico


lo reconozca como sujeto, le ceda un lugar, le conceda el derecho humano
que es el castigo, le conceda la posibilidad de un asentimiento de la culpa, le
conceda la posibilidad de la subjetivación

porque si no existe esa subjetivación de la pena, ésta resulta inútil,


y aparece además como una venganza del otro por lo que él ha
realizado, que motiva el intento de una nueva venganza para repa­
rar el daño que se ha sufrido. Esto hace que los sistemas carcelarios
produzcan mas delincuentes de los que reciben. Porque la abyec­
ción de la pena no subjetivada no puede hacer otra cosa mas que el
enfrentamiento especular entre dos imaginarios, donde al sordismo
de la justicia no puede corresponder sino el sordismo de la fantasía
del reo, que tratará de poner en práctica tan pronto como le sea
posible. Es ahí, donde nos encontramos con esta posibilidad que el
psicoanálisis abriría: la posibilidad de la subjetivación del crimen
(Braunstein, N,, 1995, p. 80).

Posibilidad que abre alternativas al 5ujeto, a la Justicia, a la Sociedad. No se


trata de vigilar y castigar, no se trata de la figura terrorífica del castigo, no es
que el psicoanálisis sea un justificador de castigos, por el contrario, esta
muy lejos de pensar como los positivistas, al estilo Lombroso, Ferri; en una
tipología o fisonomía del loco o criminal, en una responsabilidad social que el
criminal debe acatar sino que se trata de que el sujeto asuma su responsa­
bilidad No se trata del castigo utilitarista, retribucionista, preventivo... sino
del castigo como un derecho a "ser humano", como un derecho del ser hu­
mano, el castigo como humanizante; el castigo como una forma de interro­
gación que posibilite que ese sujeto entrampado, atrapado, tenido, reteni­
do, de- tenido por el delito, pueda encontrar su pasaje, se interro ­
gue..abriendo un espacio otro...el de la palabra. Palabra que opera dando
significación al acto, Poronncer el acto, significar, restgnlficar desde otra es­
cena, producit iin.i narrativa singular. Posibilidad que el castigo asumido sir­
va para l,i rulnsprclón social. Posibilidad de que el castigo adecuadamente
lf>f|i'.lndn pnedTi proplrtar, ni restablecimiento del lazo social y porque no, la
curo posible del ico. ¿Cómo puede hacerse esa elaboración?
La maquinaria judicial juega un papel determinante en esta tramita­
ción. Pensamos que apostar al sujeto es propiciar, la escritura, la creativi­
dad, y especialmente el juicio con su montaje técnico en la liturgia, el juicio
como ese escenario disponible para el trabajo de la historizacion, escenario
de batallas de discursos jurídicos, políticos, psicológicos, massmediáticos,
ritualización, transferencias... representaciones, para producir un sujeto otro,
un sujeto que alcance la razón de la pena que se le impone.

He aquí, desde el saber psicoanalítico, un corrimiento, deslizamiento,


desplazamiento hacia la pregunta por la subjetividad. He aquí desde el sa­
ber psicoanalítico un acercamiento al Derecho. Entrelazamiento de discur­
sos. La verdad del crimen, la verdad del criminal. Cruz de los saberes, vaci­
lación... deliberación... limites...

Limites ante la implementación y aplicación de las penas; ante la prac­


tica de la prisión como medio específico de castigo, como pena directa. Lími­
tes ante éste complejo tema que supera ampliamente nuestro trabajo pero
que sin embargo no podemos dejar de rozar

Es absolutamente obvio, que en su realidad y en sus efectos visibles


la prisión, no consigue los objetivos que le han sido asignados (control,
disciplina y corrección) la criminalidad no disminuye sino que se extiende y
multiplica, las reincidencias aumentan, lejos de resociallzar, reformar, per­
suadir, en las cárceles se construyen y potencian criminales. Un sistema ju ­
rídico que comprueba que el encarcelamiento no produce los efectos espe­
rados ¿Es creíble?

El orden jurídico debe instalar este interrogante en la sociedad.

Escuchemos a Michel Foucault:

El sistema carcelario reúne en una misma figura unos discursos


y unas arquitecturas, unos reglamentos coercitivos, y unas propo­
siciones científicas, unos efectos sociales reales y unas utopías in­
vencibles, unos programas para corregir a los delincuentes y unos
mecanismos que solidifican la delincuencia ¿ No forma parte enton­
ces, el pretendido fracaso, del funcionamiento de la prisión? ¿ No
habrá que inscribirlo sn esos efectos de poder que ia disciplina y la
tecnología conexa de la prisión han inducido en el aparato de ju sti­
cia, mas generalmente en la sociedad, y que pueden reagruparse
bajo el título de sistema carcelario? (Foucault, M., 1974, p. 276).

Pero también sabemos que la descarcelaclón, las alternativas comuni-


tarjas no redujeron los índices de delincuencia, no fueron mas eficaces que
la form a tra d icio n a l de p risió n . No se ha com probado que la
desinstitucionalización, el control comunitario sirvieran como alternativas en
el sistema penal.

¿Qué es lo que debe ser desechado, cambiado, dejado de lado, rele­


gado?. ¿Qué es lo que debe mantenerse, admitirse, conservarse aún de
ese sistema?.

Propongo recordar que las penalidades o métodos punitivos son fe­


nómenos sociales de los que no pueden dar razón la sola armazón jurídica
de la sociedad, sino que hay que valorar distintos discursos que circulan en
la malla social, atendiendo a las transformaciones que experimentan, acor­
de al modelo social que los sustenta, con las estrategias de poder en la
que se inscriben. Pensar entonces, los cambios punitivos como fenóme­
nos sociales, para reflexionar acerca de las instituciones, sus efectos y
el pensamiento que subyace en ellas, en relación con los cambios pro­
ducidos en la estructura social.

Cuestión opaca, compleja, cuestión oscura. Reiteración, repetición


de proposiciones fundamentales, reformas... fracasos... mantenimiento.

D e reflexiones e interrogantes...

El Derecho, lenguaje que opera en el lazo social, institucionaliza nues­


tros cuerpos y nos imprime el sello de humanos. La vertiente jurídica inscri­
be y escribe la condición humana, condición que está enclavada en la inade­
cuación del sujeto a la especie; siendo inevitablemente esa desarticulación,
ese desgarramiento, esa tragedia lo que mueve a la creatividad. La función
jurídica anuda lo biológico, io social y lo inconsciente.

El sujeto del deseo inconsciente lo es por su inscripción jurídica y por


su marca ir^titucional, lo que lo hace deseante y carente en tanto está
poseído por el discurso de la ley. Ley que funda a ese sujeto en el sentido
psíquico del término.

Decir la Ley, hablar el Derecho para asegurar los marcos sociales


de lo simbólico, garantizando las funciones de normatividad y funciona­
miento s o ..al. Acallar la Ley, no hablar et Derecho amenaza el orden
Simbólica, nace tambalear ios cimientos de la comunklrid. Creernos en
tonces que:
La necesidad d el castigo solo se sostiene en esta exigencia de
mantener la obra de cultura y de civilización, para garantizarlas
condiciones metapsiquicas de la vida psíquica: para que cada uno
pueda vivir con suficiente goce de placer, amor, juego, trabajo, pen­
samiento, creación: el castigo cierra el paso a la venganza, funda­
mento de la repetición del crim en, activador de procesos de disocia­
ción social (Kordon D. et al., p. 18).

Entendemos que el castigo debe ir mas allá del interés subjetivo de


quien castiga o pide castigo, debe conformarse a una medida que asegure
la paz social y que refiere a un orden que se estima objetivo o justo, ese
orden picSérttado simbólicamente por el Castigo; a sabientes ¡3 prc
tensión de objetividad no es para nada una objetividad sin residuos, no es
para nada garantizada, o sea el castigo, represalia baio reserva. Entonces
el castigo no es solo represalia, sino represalia bajo reserva. Lo que no
quiere decir falta de acción o aplazamiento, si no actuar concretamente un
castigo. Darle al imputado un lugar en la sociedad. Privilegiar la subjetivi­
dad. >

El derecho como ejercicio de poder, interviene en las relaciones socia­


les; entonces, que se haga derecho, no solo que se postule. Lo que se
promueve, es un actuar, un actuar el castigo, lo que significa, no el someti­
miento, no la destrucción de! imputado, no la exclusión sino por el contrario
esa reserva de brindarle al reo un espacio, un lugar, la inclusión en la socie­
dad. No se trata de un tránsito en dirección única (el castigado debe
asumir y responsabilizarse por sus actos para reintegrarse en la socie­
dad) sino en dirección doble ya qne la sociedad debe esforzarse para
salirle al encuentro, re-encuentro, y no imprimirle un sello de por vida.
Que se le impute el delito y que la pena contenga la posibilidad de un
renovado lazo social.

Por otro lado, el derecho penal constituye una parte del juego social,
los individuos que integran el cuerpo social se reconocen en tanto que tales,
como sujetos de derecho, porque son susceptibles de ser penalizados y
castigados cuando infrinjan alguna norma. Pero el deber de la sociedad es
hacer que los individuos concretos puedan reconocerse de hecho, romo su
jetos de derecho, lo que resulta difícil si el sistema penal que se utiliza es
arcaico, inadecuado respecto a problemas reales que se plantean en la so
riedad.

¿Hace a la razón fundamental del derecho castigar el delito?. ¿Hace a


la razón fundamental del derecho controlar el castigo?.
M. Foucault recuerda que decía Nietzsche hace mas de un siglo:

en nuestras sociedades contemporáneas ya no se sabe con exacti­


tud que es lo que se hace cuando se castiga, ni tampoco que puede
en el fondo justificar la punición: todo ocurre como si practicáse­
mos un tipo de castigo en el que se entrecruzan ideas heterogéneas,
sedimentadas unas sobre otras, que provienen de historias dife­
rentes, de momentos distintos, de racionalidades divergentes
(Foucault, M., 1983, p. 222).

Seria importante, entonces, definir claramente lo que en una sociedad


mmo la nuestra puede ser considerado objeto de castigo, proponer la idea
misma que defina las reglas del juego social.

Quizás las controversias sobre la finalidad y justificación de! castigo


(utilitarismo, retribucionismo, resocialización, etc,) deberían acallarse para
escuchar las voces que otros discursos puedan aportar al saber jurídico. No
estancarnos en que e! castigo es un fin en si mismo, que debe servir para la
disuasión, prevención o reforma del ofensor; tampoco borrar la responsabi­
lidad del acusado, implementándolo como un tratamiento sino que estallen
los marcos de estos posicionamientos para que ingrese la pregunta por la
subjetividad. Resaltar la palabra, en su valor instituyente y estructurante.
Respetar la palabra arrojando afuera los irracionalísimos, jas violencias, las
justificaciones, que solo conducen al anulamiento del discurso, al anulamiento
de la subjetividad.

El castigo entonces, como un derecho a "ser humano", como un dere­


cho del ser humano. El castigo como un derecho a ser reconocido por el otro
y desde el otro. El castigo como humanizante.

Repensar el castigo, hoy, en el marco de una sociedad donde convi­


ven la sociedad disciplinaria, del control, la vigilancia, el encierro y la progra­
mación, con la sociedad de la imagen, de la informática, del consumismo y la
opulencia, ¿Jonde observamos una perversa desmesura del objeto, devo­
rando al sujeto, desfallecimiento, desdibujamiento, borramiento de la sin­
gularidad.

Repensar el castigo hoy en una sociedad donde los nuevos modismos


de entretejerse el lazo social (competencia des-medida, individualismo indi-
lerentc, el semejante como enemigo) hacen emerger a un hombre anónimo
(rente a la responsabilidad que ie cabe en relación con su acto, lo que deja
como saldo un sujeto triturado, demolido, compactado, angustiado y
solitario...que no encuentra un otro garante, un otro frente al cual inscribir la
culpa.

En el am anecer del nuevo siglo se ría importante pensar, en los


entrecruzamientos, intersecciones de diferentes saberes, entre ellos el de
las dos ciencias de la subjetividad; el derecho y el psicoanálisis, para obtu­
rar los limites abriendo nuevos terrenos de exploración. Intentar constatar
las apuestas inconscientes del sujeto y dejar de lado las ideas simplistas
sobre la normatividad.

Repensar, articulando la Ley, el sujeto, las instituciones; el sentido


que se le puede conferir al castigo en este fin de milenio, donde proliferan
los discursos «>ynHratjvo?, at-pnrler ln<; desgarrones y pliegues del discurso,
alumbrando sus desfallecimientos, mostrando los limites, obstáculos, privi­
legiando al sujeto ya que él es el pivote alrededor del cual se despliegan los
discursos.

El castigo lleva implícito el sello de la imperfección del hombre. Incer-


tidumbres de un saber problemático. Huecos de un saber. El castigo sigue
siendo aun, una forma de interrogación...
BIBLIOGRAFIA

Braunstein, Néstor: (1995) "La Culpa en Derecho y Psicoanálisis'1. Psicoanálisis en


el siglo. N°3/4. Córdoba.

Dostoievski, Fedor: (1864) "Memorias del subsuelo". O. C. Tomo I. Madrid: Aguilar.


1970.

Foucault, Michel: (1983) Los hombres infames. Madrid: La Piqueta. 1990

Foucault, Michel: (1974) Vigilar y Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI. 1969.

Kordon D. et ai: (1995) La impunidad. Buenos Aires: Sudamericana.

Lacan, Jacques: (1966) "Introducción teórica a las funciones de! Psicoanálisis en


Criminología". Escritos 1. Bs. As.: Siglo XXI. 1985.
Sobre los autores

ABAD, Gabriela Alejandra

Lic. en Psicología. Profesora Adjunta de "Psicología General" Fac.


de Artes. Univ. Nac. de Tucumán.

BRAUNSTEIN>,Néstor Alberto

Dr. en Medicina. Médico Psiquiatra y Psicoanalista. Univ, IMac. de


Córdoba. Prof. de Postgrado de la Fac. de Psicología de la Univ.
Nac. Autónoma de México. Director del Centro de Investigacio­
nes y Estudios Psicoanalíticos de México. Prof. Invitado a la Uni­
versidad de Lovaina.

CAROL, Alfredo Orlando

Lic. en Psicología. J.T.P. en "Psicoanálisis-Esc. Francesa" Fac. de


Psicología. Univ. Nac. de Tucumán. Profesor Asociado de "Psico­
logía Profunda" Fac. de Cs, de la Educación, Univ. Católica de
Sgo. del Estero. Colaborador Docente en Cursos de Postgrado
de ¡a Fac. de Psicología de la Univ. Nac. de Buenos Aires.

ELM IGER, María Elena

Lic. en Psicología. Auxiliar Docente de Ira . Categoría en “Psicoa-


náfisis-Esc. Francesa" Fac. de Psicología. Univ. Nac. de Tucumán.
Colaboradora Docente en Cursos de Postgrado de la Fac. de
Psicología de la Univ. Nac. de Buenos Aires.

ESTO FAN de TER RA F, Adela

Lic. en Psicología. Profesora Adjunta de "Semiosis Sedal" Fac.


de Psicología. Univ. Nac. de Tucumán, Mediadora Asociación Ar
gentina de Arbitraje y Mediación(AAAM) y el International
Mediaton ínstitute (IMI). Profesora Adjunta de "Introducción al
Conocimiento Científico" Fac. de Odontología. Univ. Nac. de
Tucumán.
GEREZAM BERTÍN, Marta

Ora. en Psicología. Prof. Regular Titular de "Psicoanálisis-Esc.


Francesa". Fac. de Psicología. Univ. Nac. de Tucumán. Prof. Re­
gular Titular de "Semíosis Social" Fac. de Psicología Univ. Nac. de
Tucumán. Prof. Titular de Postgrado. Fac. de Psicología. Univ. Nac.
de Buenos Aires. Autora del libro "Las voces del superyo". Edi­
torial Manantial, Bs. As.

MEDINA, Marta Susana

Lic. en Psicología. Jefe de Trabajos Prácticos en "Semiosis So­


cial" Fac. de Psicología. Univ. Nac. de Tucumán.

RIGAZZIO, Juan Miguel

Lic. en Psicología. J.T.P. en "Metodología de !a Investigación".


Fac. de Psicología. Univ. Nac. de Tucumán.

SARRULLE, Oscar Emilio

Juez en lo Criminal y Correccional. Profesor Adjunto de Derecho


Penal II. Fac. de Derecho. Univ. Nacional de Tucumán.

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