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Temas: Justicia, Dios, el alma

El alma de Gorki
Una noche de Halloween regresé a casa y encontré un reguero de sangre en la sala. Como
era costumbre, olía a aguardiente y tocino frito, pero esta vez vi platos rotos en el piso.
Llamé a mi mamá. Nadie contestó. Luego a mi padrastro. Nada. Oí los aullidos de Gorki,
mi pitbull, encerrado en el baño. Cuando le abrí, el perro se dirigió a mi cuarto, trazando
una curva necesaria para evitar acercarse a la sala. Eso me dio mucho miedo. ¿Por fin se le
había terminado de correr la teja al desgraciado de mi padrastro? Tal vez. ¿Le habría hecho
algo a mi mamá? Las peores situaciones pasaron por mi mente en un instante.
Diez minutos después mi mamá me llamó por celular, se notaba angustiada y a media voz
me refirió la historia de cómo Gorki le había arrancado media cara a mi padrastro. Dijo que
el borracho le había molestado que el perro le gruñera y alzo la mano para pegarle con una
botella, pero el perro se le adelantó, saltó en su defensa y lo mordió de una forma certera.
Con ese incidente terminaba el conflicto de poder entre esos dos. Me conmovió el susto de
mi madre, sin embargo, escuché toda la historia mientras le acariciaba la panza a Gorki,
celebrando el incidente.
Mi padrastro tuvo la culpa, siempre estuve seguro de eso, apenas si había llegado Gorki y
ya se le dio por ser entrenador canino: instaló llantas en el patio para que cogiera fuerza en
las mandíbulas, lo obligaba a matar a los indefensos perros de la calle y lo llevaba
deliberadamente a pelear con otros pitbulls. También recuerdo las crueles escenas cuando
el can desobedecía una orden, lo ataba a un árbol en el patio y le pegaba con una varilla de
hierro. Era una tortura. Nunca estuve de acuerdo con esos comportamientos violentos y
recuerdo pedirle a dios en mis oraciones que mi padrastro se muriera.
Yo tenía diez años y era muy consciente de lo despreciable que podía llegar a convertirse
un ser humano. Borracho, mantenido, infiel y ultraviolento, aunque me sorprendía lo
hipócrita que era mi padrastro quien no faltaba a misa los domingos, pero era tan cruel con
nosotros apenas ponía un pie fuera de la iglesia.
Al perro lo mataron. Yo me sentí verdaderamente asustado por el alma de mi Gorki ¿A
dónde iría?, ¿qué le pasaría?, ¿acaso era culpable de algo? Me dije que era suficiente
castigo haberse aguantado al imbécil retirado. Era un premio no estar en la presencia de ese
desgraciado, asumí que Gorki sería feliz y dejé de rezar por pendejadas…

Rodrigo Calderón.

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