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El documento presenta la parábola del hijo pródigo contada por Jesús. Resume la historia en tres etapas: 1) El hijo menor le pide al padre su parte de la herencia de forma irrespetuosa y egoísta, lo que avergüenza a la familia. 2) El hijo derrocha su herencia viviendo de forma libertina y pecaminosa en un país extranjero. 3) Cuando se queda sin dinero, el hijo cae en desgracia y debe alimentar cerdos, deseando llenar su estómago con la comida de los animales
El documento presenta la parábola del hijo pródigo contada por Jesús. Resume la historia en tres etapas: 1) El hijo menor le pide al padre su parte de la herencia de forma irrespetuosa y egoísta, lo que avergüenza a la familia. 2) El hijo derrocha su herencia viviendo de forma libertina y pecaminosa en un país extranjero. 3) Cuando se queda sin dinero, el hijo cae en desgracia y debe alimentar cerdos, deseando llenar su estómago con la comida de los animales
El documento presenta la parábola del hijo pródigo contada por Jesús. Resume la historia en tres etapas: 1) El hijo menor le pide al padre su parte de la herencia de forma irrespetuosa y egoísta, lo que avergüenza a la familia. 2) El hijo derrocha su herencia viviendo de forma libertina y pecaminosa en un país extranjero. 3) Cuando se queda sin dinero, el hijo cae en desgracia y debe alimentar cerdos, deseando llenar su estómago con la comida de los animales
el capítulo empieza con la realidad fundamental que prepara el terreno:
todos los publicanos (traidores despreciados que extorsionaban dinero a sus compatriotas judíos para llenar las arcas de Roma) y los pecadores (la chusma irreligiosa e injusta a la que los escribas y fariseos consideraban por debajo de ellos, y con quienes no querían relacionarse) A pesar de las dificultades del mensaje de Cristo. Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27 Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
(14:25–27), los excluidos de la sociedad se sentían atraídos
se acercaban a Jesús para escucharlo. Como resultado, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Es como si se quejaran de Cristo mediante las mentiras que propagaban entre la multitud. Estas quejas motivaron tres parábolas que tenían el propósito de ilustrar el gozo de Dios por el arrepentimiento de los pecadores. Este a los pecadores recibe. Esta frase es la clave para la trilogía de parábolas que viene a continuación. Cristo no se avergonzaba de ser conocido como “amigo de publicanos y de pecadores” (7:34). El pródigo es ejemplo de un arrepentimiento total y sincero. El hermano mayor ilustra la maldad de los fariseos con su prejuicio e indiferencia hacia los pecadores que se arrepentían, así como en creerse justos por méritos propios. El padre representa a Dios, siempre dispuesto y gustoso para perdonar, con un anhelo constante por el regreso del pecador al seno de su hogar. El tema central, como en las otras dos parábolas en este capítulo, es el gozo de Dios y las celebraciones que se desbordan en el cielo cada vez que un pecador se arrepiente. El relato del más conocido de los dos hijos se desarrolla en tres etapas de vergüenza: hizo una petición vergonzosa, cometió un acto vergonzoso de rebelión, y después se arrepintió vergonzosamente. VERGONZOSA PETICIÓN También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. (15:11-12) La narración empieza presentando a un hombre que tenía dos hijos. El título común de esta historia, la parábola del hijo pródigo, sugiere que se trata principalmente del hijo menor. Sin embargo, tal no es el caso. Aunque no aparece hasta el final, en realidad es el hermano mayor quien tiene el enfoque principal de la parábola. Las acciones del hijo menor al principio ponen en movimiento la cadena de acontecimientos que llevan a la pecaminosa reacción de su hermano y a la acusación de los oyentes de Jesús. “Pródigo” es un término arcaico que describe 863 a un derrochador, un individuo que satisface todos sus deseos de manera extravagante o que es imprudentemente despilfarrador. Describe a la perfección al hijo menor, como revelan sus acciones. Este joven hizo una sorprendente petición a su padre, diciéndole: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde. Los escribas y fariseos que oían esta historia se habrán sorprendido e impactado por tan descarada exigencia. Esta era una indignante e inaudita petición que un hijo le hiciera a su padre. Era irrespetuosa, y expresaba una falta total de amor y gratitud hacia quien le había provisto de todo. Los escribas y fariseos la habrían considerado una conducta vergonzosa y reprensible, una flagrante violación al quinto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éx. 20:12; cp. Lv. 19:3; Mal. 1:6; Mt. 15:4). Que un hijo dijera tal barbaridad a su padre en esa cultura equivalía a decir que deseaba verlo muerto, ya que no tenía derecho a su parte de la herencia (un tercio de los bienes, ya que su hermano era el primogénito [Gn. 25:31-34; Dt. 21:17]) mientras su padre aún estuviera vivo. Puesto que el padre en la historia conservaba el control y la supervisión de los bienes mientras estuviera vivo (cp. v. 31), esto interferiría en los planes de su hijo. El muchacho quería su libertad para dejar la familia y satisfacer sus propios deseos egoístas. Normalmente, un hijo que trajera sobre sí tal vergüenza al hacer esa petición habría sido avergonzado en público por su padre, tal vez desheredado o incluso despedido de la familia y considerado muerto (cp. vv. 24, 32). Una prueba más de la irresponsabilidad del hijo viene del uso del término ousias (bienes), usado solo aquí en el Nuevo Testamento, en lugar del término habitual para herencia, klēronomia (12:13; 20:14; Mt. 21:38; Mr. 12:7). Ousias hace referencia a propiedad o posesiones materiales, y su uso sugiere que el hijo no estaba dispuesto a asumir la responsabilidad que venía con su parte de los bienes. Es evidente que no le interesaba administrar su parte para el bien futuro de la familia, como hicieran aquellos antes de él, sino que de modo egoísta quería liquidarla a fin de usarla únicamente para su propio placer. La información de la irresponsable y egoísta petición del hijo habría circulado por toda la aldea. Las personas habrían esperado que el padre estuviera furioso con el hijo que lo había deshonrado y avergonzado, y que tomara las medidas disciplinarias correspondientes. En vez de eso, en un giro sorprendente e inesperado de los acontecimientos, el padre concedió la petición del muchacho y repartió los bienes entre sus hijos. En esta ocasión, bienes se traduce de la palabra griega bios, que literalmente se refiere a vida física. Aquí abarca todo lo que las generaciones anteriores de la familia habían producido y entregado a la generación actual. Si el padre hubiera hecho eso por su propia voluntad podría haber sido comprensible. Pero hacerlo en respuesta a la descarada petición de su indigno hijo fue algo muy chocante. En lugar de abofetearlo por su insolencia, el padre le 864 concedió los deseos. A los ojos de los dirigentes religiosos, al otorgar la petición del perverso hijo el padre mismo había actuado de modo vergonzoso. El Señor está resaltando el punto espiritual de que Dios da a los pecadores la libertad de elegir el curso de su iniquidad. VERGONZOSA REBELIÓN No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. (15:13-16) No pasó mucho tiempo para que el hijo menor diera el siguiente paso en su espiral descendente. Sin perder tiempo, no muchos días después, juntándolo todo, es decir lo que había recibido, se fue lejos. Sunagō (juntándolo todo) tiene aquí la connotación de haber cambiado todo por dinero efectivo ya que esa era la única manera práctica en que pudo haber llevado con él su parte de los bienes en un viaje a una provincia apartada para su placer pecaminoso. Aunque él no podía tomar posesión de su herencia hasta que su padre muriera, se le permitió vender su parte (obligadamente a un precio reducido) a un comprador dispuesto a esperar para tomar posesión cuando el padre muriera (muy parecido al modo en que los inversionistas modernos compran acciones, con coberturas contra el futuro pagando el precio actual de compra). Como si no fuera suficientemente malo que deshonrara a su padre, que hiciera caso omiso de su responsabilidad para con la familia, y que iniciara un viaje pecaminoso de placer, el hijo entonces viajó a una provincia apartada, que significa una región gentil (como era todo territorio fuera de Israel). Él quería pecar más allá del alcance de toda responsabilidad, lejos de su padre y de los aldeanos, quienes lo habrían despreciado por su comportamiento vergonzoso. La acción del joven simboliza la necedad del pecador al tratar de huir de Dios, ante quien no deseaba ser responsable. Las personas que escuchaban la historia se habrían preguntado por qué el Señor no incluyó al hermano mayor en este punto para que actuara como mediador. Eso habría sido de esperar. Si este hubiera amado de veras al padre le habría defendido el honor ante las irresponsables acciones de su hermano menor; y si amaba a su hermano habría intervenido para evitar que arruinara su vida y llenara de vergüenza a todo el mundo. El hermano mayor lleva la vergüenza por su ausencia. La imagen es la de un padre amoroso y generoso que da todo a dos hijos ingratos y nada cariñosos que no tenían absolutamente ninguna relación con él, ni entre ellos. Tal como había planeado, después de llegar a su destino, el hijo menor desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Diaskorpizō (desperdició) literalmente significa “esparcir” (Mt. 25:24, 26; 26:31; Lc. 1:51; Jn. 11:52; Hch. 5:37). Mediante su estilo de vida imprudente, derrochador y libertino, incluso de juntarse con prostitutas (v. 30), derrochó su fortuna. Sin embargo, los placeres del pecado son efímeros (He. 11:25), y cuando desapareció lo último de su dinero, la fiesta terminó. Sus antiguos amigos, que con gusto se habían emborrachado con él, no le fueron útiles cuando todo lo hubo malgastado. Inmediatamente después de la bancarrota misma surgió otro desastre, este no de su propia creación: vino una gran hambre en aquella provincia. La hambruna era un flagelo mortal y terrible, y además muy común en el mundo antiguo Por primera vez en su vida, al joven comenzó a faltarle (lit., “no tener suficiente”, o “pasar necesidad”). Sus malas decisiones, sumadas a la grave crisis externa provocada por la hambruna, lo llevaron a un inconcebible nivel de desesperación. Él había abandonado a su familia, y sus supuestos amigos también lo habían abandonado. Era un extraño en una tierra extranjera, sin tener a dónde ir y sin nadie a quién acudir para pedirle ayuda. Estaba sin dinero, en la indigencia, sin recursos. Al buscar placer desenfrenado, lujuria continua, y un comportamiento sin restricción alguna, terminó en cambio sufriendo, vacío y al borde de la muerte. Pero, a pesar de sus terribles circunstancias, aún no estaba listo para humillarse, regresar a casa, buscar restauración, y enfrentar las consecuencias de su conducta vergonzosa. En lugar de eso, se le ocurrió un plan desesperado. Fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Para un judío apacentar cerdos en una nación gentil era una de las ocupaciones más degradantes que se podía imaginar. Los escritos rabínicos pronunciaban una maldición sobre los que se relacionaban con cerdos La palabra arrimó se traduce de una forma del verbo kollaō, que literalmente significa “pegado”. Este no era un contrato de trabajo. El joven era un mendigo, y como los mendigos persistentes en todo el mundo, es muy probable que se aferrara a este hombre y no lo soltara. Para deshacerse del extraño, el hombre lo envió a cuidar cerdos, quizás sin intención de pagarle algo. El miserable se vio obligado a pelearse por las algarrobas que comían los cerdos. Estas tal vez eran vainas de algarrobas que prácticamente no son comestibles para los humanos (aunque cuando se las tritura, el polvo se puede usar como sustituto del chocolate). Ni siquiera los intentos del joven por mendigar dieron resultado, porque nadie le daba nada. El comportamiento del hijo menor ejemplifica los lamentables deseos del pecador y su difícil situación ilustra gráficamente la desesperada realidad que vive. Pecar contra Dios es rebelarse contra su paternidad, desdeñar su honor y respeto, despreciar su amor, y rechazar su voluntad. Los pecadores que no se arrepienten rehúyen toda responsabilidad y rendición de cuentas delante de Dios. Le niegan su lugar, lo odian, desean que Él no existiera, se niegan a amarlo, y lo deshonran. Toman las dádivas que les ha dado y las despilfarran en una vida de gratificación personal, disipación y lujuria desenfrenada. Como resultado, los pecadores se encuentran espiritualmente en bancarrota, vacíos, indigentes, sin nadie que los ayude, sin nadie a quién acudir, y enfrentando muerte eterna. Y cuando todas las estrategias de autoayuda fallan, el pecador toca fondo. Solo hay una solución para aquellos que, al igual que este joven individuo, se hallan en tal situación, la cual se da a conocer en la siguiente escena de la parábola. VERGONZOSO ARREPENTIMIENTO Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. (15:17- 19) En lo profundo de su desesperanza y desesperación, el hijo menor, al enfrentar hambre, volvió en sí y recordó a su rico y generoso padre. Se recordó: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Esta declaración revela aún más el conocimiento que tenía de la naturaleza misericordiosa y clemente de su padre. Los jornaleros eran trabajadores por lo general pobres y no calificados, que vivían día a día de los trabajos temporales que podían encontrar a cualquier salario que les ofrecieran (cp. Mt. 20:13-14). Reconociendo la realidad de que tales personas serían parte de la sociedad, la ley del Antiguo Testamento los protegía y exigía que sus salarios se les pagaran en el momento oportuno (cp. Lv. 19:13; Dt. 24:14-15). Pero como el hijo sabía y recordaba muy bien, su padre excedía generosamente los requerimientos de la ley asegurándose de que los hombres que contrataba tuvieran abundancia de pan. Ese recuerdo le brindó esperanza y, sin tener alternativa y con lo que los escribas y fariseos verían como insolente osadía, el joven decidió: Me 867 levantaré e iré a mi padre. Lo peor que le podría suceder no sería más grave de lo que enfrentaba, sino que esperaba al menos ser tratado con la misma misericordia y compasión con la que su padre siempre había tratado a sus jornaleros. Con eso en mente ensayó una breve confesión que ofrecer cuando llegara a casa: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Lo mejor que pudo haber esperado, tras confesar humildemente su vergonzoso pecado, era que se le permitiera trabajar hacia la restitución (cp. Mt. 18:26) de todo lo que había desperdiciado y después de eso esperar reconciliarse con su padre. Los escribas y fariseos habrían estado de acuerdo en que él debía confesar, arrepentirse, mostrarse humillado y avergonzado, y quizás recibir perdón y misericordia, pero solo después de hacer una total restitución. En la manera de pensar de ellos, las personas se tienen que ganar otra vez su camino a partir de la vergüenza. Las acciones del hijo menor representan el tipo de arrepentimiento que puede llevar a la salvación. Él volvió en sí y se dio cuenta de que su situación era desesperada. Recordó la bondad, la compasión, la generosidad y la clemencia de su padre, y confió en esas virtudes. De igual modo, el pecador arrepentido hace un balance de su situación y reconoce su necesidad de volverse del pecado. Comprende que no hay a quién volverse sino al Padre a quien ha avergonzado y deshonrado, y por fe, sin nada que ofrecer, se vuelve hacia Él en busca de perdón y reconciliación en base a la gracia divina. El hijo reconoció ante su padre que había pecado contra el y contra su padre. En la misma forma el pecador arrepentido asume la total responsabilidad por su pecado y acepta la atrocidad de este. El arrepentimiento es la parte del pecador en el proceso de ser restaurado con Dios, y no existe evangelio verdadero aparte de esto. El arrepentimiento no se debe malinterpretar como una obra meritoria de presalvación pues, aunque se requiere del pecador, debe ser concedido por Dios (Hch. 11:18; Ro. 2:4; 2 Ti. 2:25). Después de suponer que tendría que trabajar para hacer la restitución, el hijo menor no esperaba ser recibido de nuevo e inmediatamente en el seno de la familia como un hijo, o ni siquiera como uno de los siervos de la casa. Solo esperaba que su padre estuviera dispuesto a aceptarlo como a uno de sus jornaleros. Su estilo de vida vacío lo había llenado de remordimiento por el pasado, el dolor en el presente, y la sombría perspectiva de incluso más sufrimiento en el futuro mientras trabajaba el resto de la vida para ganar aceptación. Sin embargo, como se ve después, drásticamente el hijo subestimó a su padre. EL PADRE Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. (15:20-24) Al igual que la vergonzosa historia de su hijo perdido, a los ojos de los dirigentes religiosos la historia del padre se desarrolla en tres etapas vergonzosas: vergonzosa recepción, vergonzosa reconciliación, y vergonzoso regocijo. VERGONZOSA RECEPCIÓN Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. (15:20-21) Obligado a llevar a cabo su única opción, el esperanzado hijo menor levantándose, vino a su padre. La recepción que estaba a punto de recibir estaba lejos de su imaginación, y dejó estupefactos y pasmados a aquellos legalistas a quienes la historia fue dirigida. La inesperada recepción comenzó a desarrollarse cuando el joven aún estaba lejos. Antes de que entrara a la aldea lo vio su padre, informó Jesús, indicando que había estado observando, esperando, sufriendo en silencio, esperando que un día su vergonzoso hijo regresara. Los escribas y fariseos habrían esperado que si el hijo regresaba, el padre, a fin de conservar su propio honor, inicialmente se negaría a verlo. Más bien, haría que se sentara en la aldea fuera de la puerta de la casa familiar en vergüenza y desgracia. Cuando finalmente le concediera una audiencia a su hijo, sería una recepción fría mientras se humillaba delante de su padre. Se esperaría que este le informara a su hijo qué trabajos debía realizar hasta hacer total restitución por su prodigalidad, y por cuánto tiempo, antes de que se le pudiera reconciliar como hijo ante su padre. Todo eso era coherente con la enseñanza de los rabinos de que el arrepentimiento era una buena obra realizada por los pecadores, que finalmente haría ganar el favor y el perdón de Dios. Sin embargo, esa expectativa cultural fue hecha añicos por Jesús cuando expresó que al ver al hijo, el padre fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Es obvio que esto se llevó a cabo a la luz del día, ya que no habría podido ver a su hijo a gran distancia durante la noche. La aldea habría estado llena de actividad, y el padre estaba decidido a llegar hasta donde su hijo antes de que este entrara al poblado, con la intención de protegerlo de la vergüenza de las burlas, el desprecio y el maltrato que los aldeanos descargarían sobre el joven tan pronto como lo reconocieran. La misericordia del padre por su hijo lo llevó a entrar en acción antes de que el maltrato pudiera comenzar. Para el asombro total de los oyentes del Señor, los detalles de la historia dan a entender que el padre tomó sobre sí la afrenta de su hijo y de inmediato lo reconcilió al pleno honor de la condición de hijo. Increíblemente, esta vergonzosa humillación se ve en su ansiedad por llegar hasta él, porque corrió para encontrar a su hijo. Los nobles del Oriente Medio no corrían. Corrió se traduce de una forma del verbo griego trechō, que se usa para correr una carrera en 1 Corintios 9:24 y 26. Decidido a llegar hasta donde su hijo antes de que entrara a la aldea y lo recibieran las burlas del populacho, el padre literalmente corrió a toda velocidad hacia él. Para un hombre de su posición e importancia correr en público fue, y sigue siendo, algo inaudito. Para correr debió levantar la larga túnica que usaban hombres y mujeres por igual, y por tanto debió dejar al descubierto las piernas, lo que se consideraba vergonzoso. En ese momento el padre se convirtió en objeto de bochorno al tomar la vergüenza sobre sí con el fin de evitar que cayera sobre su hijo. Aún más impactante fue lo que hizo cuando llegó hasta donde el pródigo; se echó sobre su cuello a pesar de la empobrecida inmundicia y los asquerosos trapos que usaba, y varias veces le besó. Tal gesto de aceptación, amor, perdón y reconciliación habría asombrado aún más a los escribas y fariseos. El Señor Jesucristo se representa a sí mismo en este padre, aquel que dejó la gloria del cielo, vino a la tierra, y cargó la vergüenza y la humillación para abrazar a pecadores arrepentidos, que llegan a Él con fe, concediéndoles perdón y reconciliación total. La impactante recepción al hijo hecha por el horriblemente ofendido padre se llevó a cabo únicamente por la gracia de ese padre, aparte de cualquier obra por parte del muchacho. Cuando al fin este pudo hablar y expresar su discurso ensayado, Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo, no pronunció la última frase crucial: hazme como a uno de tus jornaleros. ¿Por qué? Porque no había necesidad de obrar para ganarse la restauración y la reconciliación. Su padre lo había recibido de vuelta como su hijo. El joven no tuvo que arrastrarse por días pidiendo la bondad compasiva de su padre, sino que fue perdonado al instante, se le prodigó misericordia, y fue reconciliado de inmediato. La recepción del hijo es un verdadero ejemplo de los 870 creyentes que llegan en arrepentimiento y fe dirigidos hacia Dios, suplicándole su gracia y su perdón aparte de las obras, y que reciben total condición de hijos. VERGONZOSA RECONCILIACIÓN Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. (15:22) Entonces el padre proporcionó una evidencia visible de su reconciliación con su hijo. Sus acciones habrían conmocionado aún más a quienes escuchaban la historia. Para ellos habría sido incomprensible que el padre le prodigara honores al hijo que lo había avergonzado y deshonrado. Volviéndose a los siervos de la casa que lo habían seguido cuando corrió para encontrar a su hijo, les dijo antes que nada: Sacad el mejor vestido, y vestidle. El mejor o más importante vestido pertenecía a los patriarcas, y solo se usaba en las ocasiones más trascendentales. El hombre estaba a punto de convocar a una fabulosa celebración de gala, pero dio a su hijo la prenda que él mismo habría usado en un evento de esa naturaleza. El anillo era la joya del padre, que llevaba el escudo familiar, y se usaba para estampar el sello de cera en documentos para autenticarlos. Darle el anillo significó el otorgamiento de parte del padre a su hijo de privilegios, derechos y autoridad. El calzado, que por lo general los siervos no usaban, significaba la total restauración a la condición de hijo. Así como el hijo regresó a su padre sin nada, así se acercan con las manos vacías los pecadores arrepentidos a su Padre celestial, quien no justifica a los legalistas, sino a los impíos (Ro. 4:5). El hecho de que el padre le diera la túnica y el anillo a su hijo menor habría impactado a los oyentes de Cristo. Ellos sabían que por derecho la túnica y el anillo se le debieron dar al hermano mayor, quien primero habría usado la túnica formal de su padre en su propia boda, el más grande y exclusivo acontecimiento que podía darse en una familia. Él debió haber recibido el anillo como un símbolo de su derecho como el primogénito para actuar en nombre de su padre. Pero ahora, de manera increíble, su padre se los había entregado a su hermano menor. Tan fastuoso amor y clemencia concedidos a un pecador arrepentido son incomprensibles para la mente legalista. El legalismo odia la misericordia. VERGONZOSO REGOCIJO Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. (15:23-24) Rebosante de alegría por el regreso de su hijo, el padre ordenó a sus siervos que prepararan un festejo extravagante, que eclipsó a las fiestas del pastor que encontró a su oveja perdida (v. 6) y al de la mujer que halló su dracma perdida (v. 9). El becerro gordo, alimentado con grano, estaba reservado para sucesos de la mayor 871 importancia, tales como la boda del hijo primogénito (cp. Mt. 22:2-4), o la visita de un personaje importante (cp. 1 S. 28:24). Al ordenar a sus siervos que lo prepararan de modo que los invitados comieran e hicieran fiesta, el padre reveló cuán importante se había vuelto su hijo. Ya que un becerro gordo podía alimentar a doscientas personas, toda la aldea habría sido invitada. El pastor había hallado a un animal, la mujer a un objeto inanimado, y lo celebraron con algunos de sus amigos. Pero el padre había hallado a su hijo, quien muerto era, y había revivido; quien se había perdido, pero ahora había sido hallado, y todos en la aldea comenzaron a regocijarse junto con él. Cada una de las tres celebraciones reflejan el gozo en el cielo ante la recuperación divina de pecadores perdidos (véase el estudio de esa verdad en el capítulo anterior de esta obra). Y esta fiesta, al igual que las primeras dos, en realidad no honraba al que fue encontrado sino al que buscó a su hijo y le dio plena reconciliación a través de su perdón misericordioso y su amor compasivo. EL HIJO MAYOR Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. (15:25-32) Algunos, de manera simplista, han sostenido que el hijo mayor representa a los cristianos, ya que permaneció en casa y exteriormente era obediente a su padre. Sin embargo, en realidad representa a los legalistas apóstatas, en la forma de escribas y fariseos. El vergonzoso papel del hijo mayor se podría ver bajo dos encabezados: su reacción verdaderamente vergonzosa, y la percibida respuesta vergonzosa de su padre. VERGONZOSA REACCIÓN Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no 872 quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. (15:25-30) Mientras tanto, el hijo mayor había estado en el campo todo el día supervisando a los trabajadores y no estaba al tanto del regreso de su hermano y de la posterior fiesta. Cuando vino del campo y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas. El hecho de que no supiera nada de la reconciliación ni hubiera oído antes los sonidos de la fiesta indica el enorme tamaño de la propiedad familiar diseñado en la historia. Sorprendido al descubrir que en la aldea se realizaba una amplia celebración de la que no sabía nada, llamando a uno de los criados (tal vez uno de los jovencitos que se hallaban al margen de la fiesta) le preguntó qué era aquello. El hijo mayor no estaba al tanto de la fiesta, aunque como primogénito debió haber recaído en él la responsabilidad de planificarla. Además, eran sus recursos, su parte de los bienes, los que se estaban usando para la fiesta, y sin embargo a él no le habían consultado. Legalmente su padre no tenía que pedirle permiso para usar los recursos, a pesar de que ya le había repartido los dos tercios restantes de la propiedad. Según se indicó antes, el padre retenía el control (de acuerdo con el principio legal conocido como usufructo) de los bienes mientras viviera. Pero el hecho de que el padre no le consultara indica una vez más que el hermano mayor no tenía ninguna relación con él ni con su hermano menor. En términos de su relación con su familia, el individuo estaba tanto metafórica como literalmente lejos, en un campo. La respuesta del siervo, Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano, debería haberlo llenado de gozo porque su hermano había regresado y su padre estaba siendo apropiadamente honrado por su generosidad. En vez de eso le indignó y le enfureció que su padre hubiera recibido definitivamente otra vez al pródigo. Peor aún fue darse cuenta desde su perspectiva de que su padre ya se había reconciliado con su hermano (la palabra griega traducida bueno y sano se usa en la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, para referirse a paz, no simplemente a salud física), en vez de hacerlo trabajar para que hiciera restitución por su derroche y su pecado. Durante años, ese rebelde hijo mayor había logrado ocultar sus verdaderos sentimientos de animosidad hacia su padre y su hermano. No obstante, todo el tiempo había sido malvado como su hermano, solo que por dentro, no por fuera. Pero este hecho desenmascaró su verdadera actitud. En una demostración pública del prolongado odio cultivado, se enojó, y no quería entrar a celebrar con los 873 demás. El hermano mayor no pudo alegrarse por la recuperación de su hermano perdido porque no le tenía amor a su padre. No entendió el inmerecido favor, el gratuito perdón, y la liberación de la vergüenza causada por las acciones del ofendido dotado con la autoridad de perdonar. Los escribas y fariseos habrían aplaudido esta reacción. Debieron haber pensado que por fin alguien estaba defendiendo el honor y actuando de manera justa en enojo por el cobarde pecado del hijo y el vergonzoso perdón del padre. Habrían considerado las acciones del padre como indignantes y vergonzosas, del mismo modo que consideraban maligna la relación de Cristo con recaudadores de impuestos y pecadores. Y representándolos, el hermano mayor era un hipócrita legalista que por fuera hacía lo que se esperaba de él, pero por dentro estaba lleno con pecados secretos como amargura, odio, celos, ira y lujuria (Mt. 23:28). La verdad es que estaba más profunda y realmente perdido que su libertino hermano menor, porque había pasado la vida convenciéndose a él mismo y convenciendo a los demás de que era bueno y moralmente recto. Eso le hacía imposible reconocer que en realidad era un infeliz pecador. Así mismo ocurría con los escribas y fariseos, que eran los “justos” y que a diferencia de los “pecadores” no se arrepentirían (Mt. 9:13). En contraste con tan duro legalismo, y mostrando la misma paciencia compasiva que había tenido hacia su hijo menor, salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase al festejo. La acción del padre simbolizaba a Dios en Jesucristo rogando que los pecadores (cp. Ez. 18:31; 33:11; Lc. 19:10) lleguen a la salvación. Sin embargo, esto habría vuelto a sorprender a los legalistas judíos, quienes habrían esperado que el hijo mayor fuera honrado por su renuencia a alternar en una celebración ofrecida a un pecador y dirigida por un anfitrión cuyo amor doblegaba su devoción hacia la ley. Toda la ira, amargura y resentimiento que el hijo mayor había reprimido se desbordaron en una diatriba que hizo caso omiso tanto del honor de su padre como de la bendición de su hermano. Negándose de manera irrespetuosa a dirigirse a él con el título de “Padre”, sin rodeos dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo (douleuō; servir como un esclavo). Para él, tantos años de trabajar bajo las órdenes de su padre no habían sido nada más que esclavitud. No había amor ni respeto por su padre, simplemente trabajo y monotonía, esperando que él muriera para poder heredar. Se hace evidente que él quería exactamente lo que su hermano menor anhelaba, todo lo que pudiera obtener de los bienes para su propio uso, pero eligió un camino diferente para obtenerlo. Entonces, en una clásica expresión de hipocresía farisaica declaró: no habiéndote desobedecido jamás (cp. Lc. 18:21). Como un reflejo de la asombrosa capacidad para el autoengaño exhibida por los hipócritas que se creen buenos, este hijo vivía bajo la ilusión de que nunca había desobedecido ninguna de las órdenes de su padre. El contraste implícito está entre 874 la conducta supuestamente perfecta de este malcriado y la conducta vergonzosa de su padre en el trato indulgente para con el hijo menor. El hijo mayor se veía como uno de los “noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lc. 15:7). El arrebato de ira del hijo mayor continuó con acusaciones de que su padre había actuado de manera injusta y sucia. Se quejó: Nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Declaró en primer lugar que su padre no lo había felicitado por su legalismo. El cielo no hace fiesta por alguien que se cree justo. La segunda implicación es que las personas que le importaban de veras, aquellos con quienes le gustaría festejar, eran sus amigos, no su familia. Aquella era una reminiscencia de los fariseos, quienes solo se asociaban con otros fariseos. Además de hacer supuestamente caso omiso de su fiel servicio, acusó a su padre de mostrar favoritismo hacia su hermano menor. Negándose a reconocerlo como su hermano o incluso a llamarlo por su nombre, de manera desdeñosa y despectiva se refirió a él como este tu hijo. Entonces, dándole a la escena el tono más siniestro que pudo, le recordó a su padre que el hermano menor había consumido sus bienes con rameras, y que a pesar de eso le había organizado tremenda fiesta y había hecho matar para él el becerro gordo. La imagen es impactante. El legalista hermano mayor permaneció solo en la oscuridad ofendiendo a su compasivo padre, quien al mismo tiempo estaba recibiendo honra en el alegre festejo por la recuperación de su hijo perdido. Las acciones del malcriado representan gráficamente a los escribas y fariseos. Estos eran contumaces, legalistas, hipócritas que aparentaban bondad por fuera, eligiendo injuriar y despreciar a Jesucristo, Dios encarnado, por reconciliar a pecadores a los que toda la sociedad religiosa judía había rechazado, en vez de unirse al banquete celestial con quienes alababan a Dios por la salvación que se les había otorgado. VERGONZOSA RESPUESTA Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. (15:31- 32) La gentil y clemente respuesta del padre se habría considerado el último acto vergonzoso en la historia por parte de los aldeanos que la habrían conocido (así como de parte de los escribas y fariseos que escuchaban la narración). Ellos habrían esperado que abofeteara al hijo mayor por el insolente arrebato. En cambio, se dirigió a él en términos tiernos y entrañables, con el mismo amor compasivo y misericordioso que le había mostrado al hijo menor. La palabra traducida hijo no es huios, el término usado en los versículos 11, 13, 19, 21, 24, 25 y 30, sino el vocablo más afectivo teknon (“niño”). Le recordó: tú siempre estás 875 conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Aunque el padre retenía el control sobre los bienes, ya se los había dado a su hijo. He aquí una representación de la magnanimidad de Dios, especialmente para con los judíos, a quienes les ha entregado las Escrituras, la gracia común más espléndida, y años de oportunidad en el evangelio (cp. Ro. 9:4-5). Las riquezas de Dios fueron ofrecidas en la mayor abundancia y claridad a los judíos, y en especial a esos dirigentes que se enorgullecían por su conocimiento de las Escrituras. La declaración final del padre, mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado, regresa al tema de cada una de las tres parábolas en este capítulo: el gozo de Dios al recuperar a pecadores perdidos. El hijo menor simboliza a quienes buscan la salvación de Dios por medio de la gracia, y el hermano mayor representa a quienes buscan la salvación por obras. Ofrezco un relato más completo de esta maravillosa parábola en mi libro Memorias de dos hijos (Nashville: Grupo Nelson, 2008, 2011). En esa obra escribí lo siguiente con relación al final de la impactante parábola de la vida real de Jesús: Con estas palabras [v. 32], pero sin ninguna solución satisfactoria, la parábola del hijo pródigo concluyó… pero como termina un arreglo musical sin una resolución satisfactoria de un acorde final. No hubo más palabras, y Jesús simplemente se alejó del lugar público donde estaba enseñando, y entró en un contexto más privado con sus propios discípulos, en que comenzó a exponerles una parábola totalmente nueva. El relato refleja el cambio en Lucas 16.1: “Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico…”. Esto es impresionante. El desenlace es lo que importa en toda historia. Lo esperamos con expectación. Es tan vital que algunos lectores no resisten la curiosidad y van hasta el final para ver cómo se resuelve la trama antes de leer la historia real. Pero esta narración nos deja en suspenso. La historia del hijo pródigo finaliza de forma tan abrupta que un crítico textual con un bajo punto de vista bíblico muy bien podría sugerir que lo que tenemos aquí solo es un fragmento de la historia, inexplicablemente inconcluso por el autor. ¿O es más probable que el desenlace estuviera escrito pero que de algún modo se hubiera separado del manuscrito original y perdido para siempre? Sin duda en alguna parte debe haber un final para esta historia, ¿verdad? No obstante, lo repentino de la conclusión no nos deja sin lo esencial, es lo esencial. Este es el golpe final en una larga serie de emociones que surgieron mientras Jesús narraba la historia. De todos los sorprendentes giros del guion y los asombrosos detalles, esta es la sorpresa culminante: Jesús llegó a ese punto y sencillamente se alejó sin dar ninguna solución a la tensión entre el padre y su primogénito. Pero no falta ningún fragmento. De modo intencional dejó 876 inconclusa la historia y sin resolver el dilema. Se supone que nos sintamos como si estuviéramos esperando un remate o una oración final. Es probable que aun las personas en la audiencia original de Jesús se quedaran boquiabiertas mientras Él se alejaba. Con seguridad se hacían la misma pregunta que tenemos en la punta de los labios cuando leemos hoy la historia: ¿Qué sucedió? ¿Cómo respondió el hijo mayor? ¿Cuál es el final de la historia? Los fariseos, más que nadie querrían saber, porque el hijo mayor los representaba claramente. Es fácil imaginar que los huéspedes en la historia estarían ansiosos de oír cómo terminó la situación. Todos estaban adentro celebrando y esperando que el padre volviera a entrar. Cuando lo vieron salir de repente, las personas se dieron cuenta que algo grave estaba pasando. En una situación como esta de la vida real lo más probable es que los invitados estuvieran murmurando que allí estaba el hermano mayor, enojado porque las personas festejaran algo tan reprensible como el inmediato, incondicional y completo perdón a un hijo que se había comportado tan mal como el pródigo. Todos habrían querido ver la expresión del padre al volver a entrar, para tratar de detectar alguna clave acerca de lo que ocurrió. Esa es exactamente nuestra respuesta, como oyentes del relato de Jesús. Pero a pesar de toda esa expectativa contenida Jesús sencillamente se fue, dejando el relato pendiente, inconcluso y sin resolver. Por cierto, Kenneth E. Bailey, un comentarista presbiteriano que hablaba árabe con soltura y era especialista en literatura del Oriente medio (pasó cuarenta años viviendo y enseñando el Nuevo Testamento en Egipto, Líbano, Jerusalén y Chipre), hace un fascinante análisis del estilo literario de la historia del hijo pródigo. La estructura de la parábola explica por qué Jesús la dejó inconclusa. Bailey demuestra que la parábola se divide en forma natural en dos secciones casi iguales, y que cada una está divinamente estructurada en una especie de patrón reflejo (ABCD-DCBA) llamado quiasmo. Es una clase de paralelismo que parece prácticamente poético, pero que en realidad se trata de un recurso típico en la prosa del Oriente Medio para facilitar la narración de historias. La primera mitad, donde el enfoque está por completo en el hermano menor, presenta ocho secciones o estrofas, y en este caso las similitudes describen el avance del pródigo desde su salida hasta su regreso a casa. [Jesús] dijo: Un hombre tenía dos hijos. A. Muerte: Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. B. Todo está perdido: No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes 877 viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. C. Rechazo: Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. D. El problema: Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! D. La solución: Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. C. Aceptación: Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. B. Todo se restaura: Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. A. Resurrección: Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. La segunda sección se enfoca en el hermano mayor, y también va en aumento y sigue un patrón similar. Pero termina de forma abrupta después de la séptima estrofa: A. Permanece apartado: Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. B. Tu hermano; paz (una fiesta); enojo: Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. C. Amor costoso: Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. D. Mis acciones, mi paga: Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. D. Sus acciones, su paga: Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. C. Amor costoso: Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 878
B. Tu hermano; seguro (una fiesta); gozo: Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido;