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Ciencia | Miércoles, 14 de mayo de 2014

Ramiro Tau, psicólogo y becario doctoral del Conicet

Los niños y la muerte

La muerte es un asunto tabú como pocos, sujeto a distintas perspectivas, atravesadas por
diferentes religiones y culturas. En este sentido, ¿cómo la definen los niños contemporáneos?
La muerte es una construcción cultural que, incluso, es objeto de culto.
Por Leonardo Moledo
–Cuénteme qué investiga.
–Investigo el pensamiento infantil, y en particular cómo se forma la noción de muerte en ese
pensamiento. Esto está incluido dentro del campo de la psicología del desarrollo del conocimiento.
–¿Cómo se desarrolla el conocimiento de la muerte en los niños?
–Las investigaciones que se hicieron hasta el momento son muy pocas y con metodologías muy
variadas. Sobre todo hay metodologías anglosajonas muy rígidas, basadas en cuestionarios y test,
que muestran que los chicos tienen una idea primitiva de muerte, muy análoga a la del sueño (que
la muerte es reversible, que no es un estado constante). Se trata de una serie de asuntos que
nosotros, con nuestra investigación, hemos podido objetar. Lo que vimos es que, en primer lugar,
la muerte no parece ser un concepto como los conceptos lógicomatemáticos de tiempo, espacio,
etcétera, sino que es una especie de paquete conceptual, y en ese paquete conceptual hay
cuestiones de orden psicológico estrictamente (que sí tienen un desarrollo) y otros aspectos que
son puramente ideológicos o culturales como, por ejemplo, las nociones religiosas que influyen en
la comprensión de la muerte. Y esos aspectos del paquete conceptual no tienen desarrollo. Esa es
una de las cosas notables que hemos encontrado, que no parecen tener un orden y una sucesión
estipulada constante en todos los chicos, sino que ese aspecto depende del grupo familiar y las
relaciones sociales del grupo.

–¿Qué piensan los chicos de la muerte?


–Cosas bastante increíbles, incluso para los padres. Investigar sobre este tema es difícil, porque es
una suerte de tabú: para muchos antropólogos la muerte es el último reducto de la mesura
moderna. De hecho, para algunos destronó al sexo. Y bueno, para los padres es preocupante que
un investigador se acerque a hablar con chicos que tienen entre 4 y 11 años sobre ese tema. Hay
muchas variaciones en lo que piensan los chicos. Hay muchas ideas originales que no pueden ser
clasificadas, pero también hay una serie de recurrencias.
–¿Por ejemplo?
Una de las más interesantes es que los chicos más chiquitos reducen el concepto de muerte a un
locus, a un lugar. Eso es algo que ya se había observado en otras investigaciones: un concepto
abstracto es definido por una localización. Por ejemplo, ser presidente es estar en la Casa Rosada,
ser directora es estar en la dirección. Pero no hay un concepto de rol, sino que las ideas abstractas
del funcionamiento social son reducidas a una localización. Y en la muerte pasa algo parecido.
Estar muerto no es un estado con una serie de procesos fisiológicos, sino que es más bien estar en
un lugar. Esto permite rastrear y descubrir una serie de creencias que están implicadas en todas
las religiones. La trascendencia de la existencia en todas las religiones, la existencia de locus donde
el muerto habita, parece ser claramente una idea infantil o hundir sus raíces en el pensamiento
infantil.
–Eso es muy interesante.
–Sí. Otra cosa muy interesante es que a medida que crecen y los sistemas de ideas se van
volviendo más complejos, los chicos se tornan más metafísicos, por decirlo de alguna manera. Si
bien nosotros dividimos la muestra en chicos de familias agnósticas y chicos de familias religiosas,
para ver las incidencias de las relaciones sociales. Lo que vimos es que esta replicación de la
existencia se da en los dos grupos, aunque se apela a distintos justificativos para sostenerla. En los
chicos de familias agnósticas se apela a la persistencia de la existencia o al hecho de que los
cuerpos se transforman en otra cosa porque son ingeridos por bacterias, de modo que hay una
continuidad. Y parece haber una negación a la hora de pensar el fin o la ausencia absoluta. Los
chicos religiosos tienen toda la versión y la imaginería judeocristiana, que les permite sostener
esta idea de persistencia de la existencia. Los más grandes, y esto también es interesante, se
vuelven un poco más metafísicos y empiezan a organizar con sistemas más complejos de creencias
las mismas ideas, que se vuelven más sofisticadas al engranarse con las creencias filosóficas acerca
de la existencia. Hay toda una serie de preguntas muy típicas que se formulan a los diez u once
años, por ejemplo: si un árbol se cae en el medio del bosque y nadie está ahí para escucharlo,
¿hace ruido? Ese tipo de preguntas, que son muy profundas, son preguntas por el ser, por la
existencia y empiezan a darle un sentido más profundo a la idea de muerte. Esa profundidad
parece adquirirse también en una especie de paquete conceptual. Lo que sí se desarrolla
claramente, siempre, es el conocimiento biológico que está implicado en la muerte. Los chicos más
chicos no tienen una idea de órgano ni de función clara; de hecho, tienen una concepción del
hombre como saco, donde todo flota adentro de una bolsa que es la piel. Los más grandes
empiezan a construir observables más específicos del cuerpo; empiezan a identificar el corazón, el
estómago y otros órganos. Hay entonces un desarrollo de la comprensión biológica del cuerpo y,
por lo tanto, de la muerte.
–Respecto de los chicos que creen en el paraíso, el infierno o lo que sea... ¿es una creencia ritual
o es una creencia como la creencia en el automóvil, que está ahí?
–Para los chicos, algo creído tiene tanta realidad como cualquier objeto físico de la experiencia
material. Pero lo cierto es que todas estas creencias están sostenidas en prácticas. Y las creencias
de estos chicos están en parte propiciadas por las prácticas cotidianas del grupo de pertenencia, es
decir, las representaciones sociales. Y ahí hay un punto de conexión interesante entre
representación social y pensamiento individual. Los chicos bolivianos, por ejemplo, que viven en
familias que conservan ciertas tradiciones aborígenes (como llevarles comida a los muertos los
fines de semana) generan toda una serie de concepciones acerca de la muerte que son herederas
de estas prácticas. Así aparecen todas las creencias sobre la necesidad de alimentación o la
interferencia entre los conceptos biológicos y los religiosos. Pero la conclusión de todo esto es que
las prácticas modulan la manera en que se comprende y se interpreta la realidad.
–¿Y se modifica en algún momento?
–Todo el tiempo las que tienen que ver con el desarrollo biológico. Lo que no parece modificarse, y
es mucho más refractario a la argumentación y a la evidencia, es el conocimiento ideológico. Hay
algo en las prácticas y creencias familiares que funciona como roca dura y es mucho más difícil de
modificarlo.
–Pero cuando un chico va y les lleva comida a los muertos, ¿no llega un momento en que se da
cuenta de que no se consume?
–No, sorprendentemente no. En Antofagasta de la Sierra, por ejemplo, que sacan una vez por año
toda la comida afuera para que las ánimas se alimenten, encuentran siempre una prueba que les
permite sortear la evidencia de que las almas no se llevan la comida. Por ejemplo, la comida al sol
pierde sabor, y al perder sabor ellos encuentran la evidencia de que las almas efectivamente se
han llevado algo de esa comida. En los chicos pasa algo parecido: el mundo pasa a estar al servicio
de una creencia ideológica muy fuerte, y no al revés.

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