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La filosofía griega es un periodo de la historia de la filosofía comprendido aproximadamente,entre el

surgimiento de la filosofía occidental en el periodo presocrático (siglo VI a. C.) y la filosofía helenística, que
finalizaría, según la fecha convencionalmente aceptada, en el año 30 a. C.. En ocasiones se denomina filosofía
clásica o filosofía antigua, si bien ese período podría incluir también el pensamiento romano.

Contenido
 1 Contexto histórico
 2 Etapas
o 2.1 Presocráticos: el período cosmológico
o 2.2 Período antropológico
o 2.3 Período ontológico
o 2.4 Período helenístico
 3 Véase también
 4 Notas y referencias
 5 Bibliografía
 6 Enlaces externos
Contexto histórico
La sociedad griega presentaba características peculiares. Una estructura política basada en la polis, una religión
politeísta carente de jerarquía y ortodoxia, una clase social emprendedora, dedicada al comercio y al ocio y con
amplios contactos con otras culturas del Mediterráneo, así como una desarrollada curiosidad. La unión de estos
elementos, junto a un supuesto genio griego propició la aparición de nuevas explicaciones sobre la naturaleza y
el ser humano, hasta entonces solamente aclaradas por los mitos y las tradiciones. La expansión de la cultura
griega durante el helenismo, su absorción por el Imperio romano, la posterior relación con el cristianismo y su
definitiva recuperación en el siglo XIII gracias a traductores como Averroes, así como el interés que durante el
Renacimiento se profesó a este conjunto de pensadores, contribuyeron a que la Filosofía griega se continuara
estudiando, y a que se convirtiera en uno de los pilares de la cultura occidental.
Etapas
Presocráticos: el período cosmológico
Artículo principal: Filosofía presocrática

La filosofía griega surgió a partir de las primeras reflexiones de los presocráticos, centradas en la naturaleza,
teniendo como base el pensamiento racional o logos. El objetivo de los filósofos presocráticos era encontrar el
arjé, o elemento primero de todas las cosas, origen, sustrato y causa de la realidad o cosmos. La búsqueda de
una sustancia permanente frente al cambio, de la esencia frente a la apariencia, de lo universal frente a lo
particular será lo que sentaría las bases de las posteriores explicaciones filosóficas.

Los primeros filósofos de este período fueron monistas, en tantos buscaban un único principio o fundamento
material de la realidad. Para Tales de Mileto, el primer filósofo según Aristóteles, el agua era esta "materia
primordial", basado en el descubrimiento de fósiles de animales marinos tierra adentro y en que el agua es
fundamental para la nutrición y el crecimiento de cualquier ser vivo. Anaximandro, por su parte, consideró que
era lo ilimitado o indeterminado (ápeiron), a partir de lo cual se van produciendo los opuestos de la naturaleza
(en primer lugar lo frío y lo caliente), mientras que para Anaxímenes la materia primordial era el aire, un
principio neutral como el ápeiron pero sin carecer de propiedades.

Por otra parte, Pitágoras sostuvo la tesis de que "todas las cosas son números", lo que significa que la esencia y
estructura de todas las cosas puede ser determinada encontrando las relaciones numéricas que expresan.
Pitágoras se inscribió además en la tradición ófica y sostuvo la novedosa idea de la inmortalidad del alma y de
la posibilidad de la transmigración del alma humana después de su muerte a otras formas animales.
Dos grandes presocráticos, iniciadores de la tradición metafísica occidental, fueron Heráclito y Parménides.
Heráclito dio cuenta del devenir sensible del universo y postuló la razón (Logos) como principio regulador de
este devenir, por cuanto unifica los opuestos. La realidad está en perpetuo cambio, cada opuesto tiende hacia su
contrario, en un proceso con orden y medida, según el Logos. Al modo de sus predecesores, concibió al fuego
"siempre vivo" como principio o fundamento del universo, aunque entendiéndolo como una imagen del
perpetuo devenir, más que como elemento material constitutivo de todas las cosas.

Por el contrario, para Parménides la realidad es una e inmutable. Existe el Ser, mientras que no existe el no-ser.
Establecido esto, el cambio o devenir resulta imposible si no existe el no-Ser (cuya imposibilidad es lógica). Sus
argumentos a favor de esta tesis fueron retomados por Platón para justificar su división de la realidad en dos
ámbitos: el ámbito ilusorio del cambio y el ámbito real de la permanencia. También Aristóteles rescatará de sus
argumentos los tres principios fundamentales de la lógica, el arte de los razonamientos. Parménides entendía la
razón como la facultad humana de pensar o razonar, medio para descubrir las propiedades esenciales del Ser
(que es uno, inmutable, indivisible, increado, imperecedero, homogéneo), a diferencia de Heráclito que la
concebía como orden del universo. Si este último se valía de los sentidos para afirmar cómo es la realidad, para
Parménides confiar en ellos nos conduce por la vía del engaño y del error, la vía de la opinión (doxa). Lo que
verdaderamente es (el Ser) y cómo es, sólo nos puede ser revelado por medio de la razón.

Posteriormente, algunos filósofos comenzaron a buscar más de un fundamento de la realidad. Entre estos
filósofos pluralistas se destacó Empédocles. Éste fundó la doctrina de los cuatro elementos, que perdurará en la
filosofía de la naturaleza hasta el siglo XVIII: agua, fuego, tierra y aire, a partir de los cuales los principios
movientes "amor" y "odio" componen todas las cosas. El pluralista Anaxágoras, por su parte, sostuvo que todo
está compuesto de diminutas partes (homeomerías), ordenadas por una inteligencia (Nôus).

Los atomistas constituyeron la escuela pluralista más importante, con gran influencia en la física post-
aristotélica. Sus fundadores, Leucipo y Demócrito, concibieron la realidad compuesta de dos tipos de espacios:
uno vacío y una lleno (la materia). Este último está compuesto de átomos, que, como su nombre lo indica, son
partículas indivisibles. Todas las cosas visibles están compuestas de átomos unidos entre sí debido a sus
distintas formas (esferas o garfios). Pero estas uniones no se producen sino al chocar según movimientos
azarosos en el espacio vacío.
En la filosofía presocrática la antropología se centró de modo destacado en la reflexión sobre el alma y en la comprensión del modo
peculiar de estar en el mundo del hombre. Anaxágoras, por su parte, se expresa con menos claridad: a menudo dice que el intelecto
es la causa de la armonía y el orden, mientras que en otras ocasiones dice de él que es el alma, por ejemplo, cuando afirma que se
halla presente en todos los animales, grandes y pequeños, nobles y vulgares. No parece, sin embargo, que el intelecto entendido
coomo prudencia se dé por igual en todos los animales, ni siquiera en todos los hombres.
Aun cuando los filósofos presocráticos se centraron más en el cosmos que en el hombre (algo propio de una mentalidad panteísta
como la suya), encontramos ya entre ellos algunas referencias interesantes a su concepción acerca de la naturaleza humana, por
otro lado deudora de las visiones mitológicas y homéricas de la Grecia Antigua.
Digamos antes que el concepto de naturaleza en los griegos está estrechamente vinculado al del ser, concebido en clave monista
("todo es uno") y, como ya hemos señalado, a menudo panteísta ("todo es Dios"), en la medida en que se consideraba a todo dotado
de vida, e incluso de alma (pneuma). Así, la physis (naturaleza) sería la esencia de cada cosa pero también el principio (arjé) de todo
lo que existe. Esto se halla particularmente presente en los tres primeros filósofos presocráticos, los milesios: Tales, Anaxímenes y
Anaximandro.
La concepción griega del hombre puede admitir que el hombre ha sido "formado" –y hasta que lo ha sido de un modo distinto de
todos los demás seres–. Pero en ningún caso admite que el hombre ha sido creado. Lo último, en cambio, es lo característico del
judaísmo y del cristianismo (José Ferrater Mora)
La concepción dualista alma-cuerpo se desarrolla en la historia de la filosofía griega, al menos en parte, como fruto del debate
intelectual acerca de cómo conciliar esa supuesta unidad del ser (o monismo esencial) con la diversidad aparente (fenoménica) de
seres de todo tipo: astros, piedras, animales, plantas, hombres, dioses... La tendencia general dentro de ese ámbito filosófico
consistió en afirmar un continuum de sustancia común a todos los seres, y de manera destacada entre el alma humana y el "alma
cósmica" o "universal". En este sentido, los individuos, en tanto que seres tangibles diferenciados, serían básicamente apariencias, o
fenómenos, o copias de una realidad superior (constituida, en Platón, por el Mundo de las Ideas). Dicho continuum holístico, común
a las filosofías orientales y, en general, al misticismo esotérico de todos los tiempos y lugares, negaría toda opción a una creencia
genuinamente trascendente (entendiendo aquí la trascendencia como lo contrario de la inmanencia; así como ésta implica un solo
plano de la realidad, aquélla supondría un abismo ontológico entre el Creador y todo lo demás).
Pitágoras y su escuela, en línea muy próxima a las corrientes religiosas órficas, definen ya una primera antropología filosófica,
altamente deudora de las creencias tradicionales (mitología pagana). El hombre, según ella, estaría compuesto de una parte
material, el cuerpo, y otra de origen celeste, el alma (psyche), cuya sustancia básica sería el pneuma infinito que llena el cosmos.
(Algo, por cierto, muy similar a los conceptos hindúes de atman y brahman, respectivamente, lo cual delata el común origen pagano
de unas y otras creencias). De acuerdo con el pitagorismo, las almas de los seres humanos estarían condenadas a transmigrar (o
reencarnarse) en el caso de no haberse purificado antes de la muerte. (De nuevo, salta a la vista la similitud con las filosofías
orientales).
Heráclito, también presocrático, comparte el dualismo cuerpo-alma sobre un fondo básicamente monista-panteísta. Mantiene,
además, la superior estima conferida al alma sobre el cuerpo, al sostener que la sustancia de la primera es más pura y sutil que la del
segundo.
Y así, hasta Sócrates, casi todos los pensadores griegos creen en un alma inmortal, separable del cuerpo. (La excepción es el atomista
Demócrito, defensor de un materialismo radical, y por tanto de un alma material, lo que no le impide aceptar la existencia de los
dioses).
Sócrates, por su parte, afirma el carácter divino del alma humana. Aunque no queda muy claro hasta qué punto defiende la
inmortalidad de la misma (su propia forma de morir ha sido a menudo interpretada como evidencia de que así era, pero en la
Apología, el libro que la relata, compara la muerte con un sueño sin sueños), su antropología, nada sistemática, se sustenta sobre
una base dualista alma-cuerpo.
Su discípulo e inicial portavoz, Platón, mucho más sistemático en este asunto, es el gran defensor filosófico del abismo cuerpo-alma
y de la superioridad e inmortalidad de ésta, a la que atribuía, como órficos y pitagóricos, la capacidad de transmigrar y reencarnarse.
Afirma el historiador de la filosofía Guillermo Fraile que «Platón tuvo siempre un concepto elevadísimo del alma, como una entidad
inmaterial distinta y contrapuesta al cuerpo». Pero es interesante señalar que también en este gran pensador hay un fuerte sustrato
panteísta, como se revela en los comentarios del Timeo sobre el Alma cósmica, compuesta de los tres géneros supremos (lo
Idéntico, lo Diverso y la Esencia), de cuyos residuos se habrían formado las almas inferiores, incluidas las de los hombres. El cuerpo
sería el vehículo del alma (también su prisión), pero Platón indica que no es lo mismo encarnarse en un cuerpo de varón que, por
ejemplo, en uno de mujer (inferior a aquél, pero superior al de un animal).
El último gran filósofo griego, Aristóteles, aunque inicialmente muy influido por su maestro Platón, va incorporando de manera
progresiva elementos antropológicos y biológicos que lo aproximan, en cierto modo, al materialismo de Demócrito (al que, no
obstante, combate agudamente). De hecho, el fundador del Liceo afirma la unidad sustancial alma-cuerpo. Ello no le impedirá, sin
embargo (y a pesar de que va matizando esta tesis a lo largo de su vida), aceptar la inmortalidad del alma, cuando menos la de su
parte intelectiva. Pese a todo, pues, no llega a desprenderse del dualismo de fondo alma-cuerpo.

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