excepto a una, a la Diosa del Amor, aquella que más me impresionó cuando fui con mi abuelo al Templo de la Victoria. Cuando pregunté por ella no la encontré y el tablero y las fichas comenzaron a perder poco a poco importancia para mí. A partir del momento en que comencé a buscar y a practicar la virtud empecé a mutarme. El cambió se operó de adentro hacia afuera. Pude descubrir por mí mismo que simbolizaban esas mujeres, las Diosas que vi en el Templo de la Victoria cuando era un niño. Ellas me habían estado acompañando durante toda mi vida pero yo no me había percatado. La Diosa de la Fe me había permitido creer en mí, y en los frutos que recogería si jugaba al ajedrez. Cuando la Diosa de la Verdad se presentaba me permitía ver la estructura objetiva del juego como en realidad era, y no con engaños o espejismos. Cuando me acompañaba la Esperanza sabía que en muchas jugadas aparecería la Victoria, originada por la observancia de las leyes y principios aplicados. La Prudencia me aconsejaba aquello que debía hacer o evitar en una determinada posición y a prever los efectos de una jugada en el futuro. Ella también me alejaba de la precipitación para no realizar una jugada sin haberla analizado. La Experiencia se hacía presente cuando me enseñaba las lecciones aplicables al futuro, obtenidas tanto de los juegos ganados como de los perdidos. La Justicia como búsqueda del orden se manifestaba cuando yo hacia la jugada precisa, es decir, aquel movimiento que la posición exigía para conseguir una ventaja o para no caer en una celada, en fin para no perder. La Fortaleza me acompañaba tanto para defenderme como para atacar. Entendí lo que era fortaleza viendo a hombres que soportaban grandes pesos para aumentar sus fuerzas. Esa virtud mide tu resistencia frente al dolor. La voluntad cuando juega una buena partida debe soportar sin desfallecer los inconvenientes que se le presentan. Me acostumbre gracias a la Fortaleza a soportar ataques en posiciones inferiores y también a no desfallecer en los proyectos que emprendía. De ese entrenamiento aparecieron en mi la Paciencia y la Constancia Apoyándome en la Paciencia soportaba sin desfallecer las adversidades que me deparaba el juego. En base a esta virtud no caía en sus dos extremos: la ira y el abatimiento Con base en la Constancia perseveraba en mi esfuerzo hasta coronar la obra emprendida. Analizando algunas partidas pude ver que cuando las Diosas se hacían presentes en tu juego ¡ Eras invencible! Jugando y jugando aprendí que el mal es lo que no debe ser. El mal se conoce para no hacerlo y poderlo refutar. ¿Qué es el mal en ajedrez? Observé que sabía con certeza cuando una jugada estaba bien porque me era evidente cuando estaba mal. El conocimiento del bien y del mal están vinculados; entendí. El bien es la jugada perfecta, el mal la jugada imperfecta. Las veces que perdí manifesté el mal a través de una jugada equivocada. “Quien conoce el bien y el mal y solo realiza el bien se convierte en invencible, porque actúa santamente”. En realidad lo que yo siempre busqué, aunque de manera inconsciente, fue jugar de manera perfecta, es decir de manera santa. ¡ Esta fue la última enseñanza que me reveló el ajedrez!
¡Libérate mujer! (Take Back Your Power): Cómo alcanzar, conservar y utilizar el poder que mereces (How to Reclaim It, Keep It, and Use It to Get What You Deserve)