En qué se trata del significado de las armas del caballero
Al caballero se le da una espada; la cual es labrada en semejanza de cruz, para significar que, así como nuestro Señor Jesucristo venció a la muerte en la cruz, en la cual muerte habíamos caído por el pecado de nuestro padre Adán; de esta manera el caballero debe vencer con la espada, y destruir los enemigos de la Cruz. Y como la espada que se entrega al nuevo caballero tiene filo en cada parte; y siendo la caballería oficio de mantener justicia, y justicia dar a cada uno su derecho; por esto la espada del caballero significa que el caballero debe mantener con la espada a la caballería y a la justicia. Se da al caballero una lanza, para significar verdad. Porque la verdad es cosa recta, que no se tuerce, y la verdad se adelanta a la falsedad. El hierro de la lanza significa la fuerza que la verdad tiene sobre la falsedad; y el pendón significa que la verdad se demuestra a todos, y no tiene pavor ni de la falsedad ni del engaño. También la verdad es apoyo de la esperanza; y esto, como otras cosas, vienen significadas en la lanza que recibe el caballero. Al caballero se le da el yelmo para significar vergüenza, -porque un caballero sin vergüenza no puede ser obediente al orden de caballería. Así como la vergüenza hace que el hombre sea vergonzoso, y hace que el hombre baje sus ojos a la tierra; así el yelmo guarda de las cosas altas y mira a la tierra, porque es el medio entre las cosas bajas y las cosas altas. Y así como el casco de hierro defiende la cabeza, que es lo más alto y el miembro principal entre todos los miembros del hombre, así la vergüenza defiende al caballero, cuyo oficio, después del oficio de clérigo, es el más alto entre los que existen; y esto para que no se incline a hechos viles, ni la nobleza de su ánimo baje a maldad o engaño ni a costumbre perversa. La loriga significa castillo y muro contra los vicios y las faltas; porque, así como el castillo está cercado de muro por todas partes, para que nadie pueda entrar en él; así la loriga se halla cerrada por todas partes para significar el noble coraje del caballero y su aislamiento en esta nobleza, a fin de que en él no puedan entrar la traición, ni el orgullo, ni la deslealtad ni vicio alguno. [ …] Se dan espuelas al caballero en significación de diligencia, peritaje y ansia, con que puede honrar a su orden. Porque, así como el caballero espolea al caballo, a fin de tenerlo a sus órdenes y corra cuanto pueda hermosamente, así también la diligencia hace que se tenga cuidado de las cosas que deben ser; el ser experto libra de ser sorprendido; y el ansia hace procurar el arnés y demás cosas que son menester para honor de la caballería. [...] Se da al caballero un escudo, para significación de su propio oficio; porque, así como el escudo se pone y permanece entre el caballero y su enemigo, de la misma manera el caballero se interpone entre el rey y su pueblo. […] Se da caballo al caballero, en significación de la nobleza de su valor, para que cabalgue más alto que los demás hombres, y sea visto desde lejos, y más cosas tenga debajo de sí; y para que se presente en seguida, antes que otros hombres, donde lo exija el honor de caballería. Raimundo Lulio: Libro del orden de caballería. Príncipes y juglares TEXTO 2. Las confesiones Yo fui, y me eché debajo de una higuera; no sé cómo ni en qué postura me puse; mas soltando las riendas a mi llanto, brotaron de mis ojos dos ríos de lágrimas, que Vos, Señor, recibisteis como sacrificio que es de vuestro agrado. También hablando con Vos decía muchas cosas entonces, no sé con qué palabras, que si bien eran diferentes de éstas, el sentido y concepto era lo mismo que si dijera: Y Vos, Señor, ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo habéis de mostraros enojado? No os acordéis ya jamás de mis maldades antiguas. Porque conociendo yo que mis pecados eran los que me tenían preso, decía a gritos con lastimosas voces: ¿Hasta cuándo, hasta cuándo ha de durar el que yo diga, mañana, y mañana? ¿Pues por qué no ha de ser desde luego, y en este día?, ¿por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades? Entonces cerré el libro, dejando metido un dedo entre las hojas para notar el pasaje, o no sé si puse algún otro registro, y con el semblante ya quieto y sereno le signifiqué a Alipio lo que me pasaba. Y él, para darme a entender lo que también te había pasado en su interior, porque yo estaba ignorante de ello, lo hizo de este modo: Pidió que le mostrase el pasaje que yo había leído, se lo mostré y él prosiguió más adelante de lo que yo había leído; no sabía yo qué palabras eran las que se seguían; fueron éstas: Recibid con caridad al que todavía está flaco en la fe. Lo cual se lo aplicó a sí, y me lo manifestó. Pero él quedó tan fortalecido con esta especie de aviso y amonestación del cielo, que sin turbación ni detención alguna se unió a mi resolución y buen propósito, que era tan conforme a la pureza de sus costumbres, en que habla mucho tiempo que me llevaba él muy grandes ventajas. Desde allí nos entramos al cuarto de mi madre, y contándola el suceso como por mayor, se alegró mucho desde luego; pero refiriéndole por menor todas las circunstancias con que había pasado, entonces no cabía en sí de gozo, ni sabía qué hacerse de alegría, ni tampoco cesaba de bendeciros y daros gracias. Dios mío, que podéis darnos mucho más de lo que os pedimos y de lo que pensamos, viendo que le habíais concedido mucho más de lo que ella solía suplicaros para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertisteis a Vos, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio, ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme en aquella regla de la fe, en que tantos años antes le habíais revelado que yo estaría. Así trocasteis su prolongado llanto en un gozo mucho mayor que el que ella deseaba, y mucho más puro y amable que el que ella pretendía en los nietos carnales que de mí esperaba. Confesiones. San Agustín. TEXTO 3 El Corán (La Recitación). Capítulo 75. La Resurrección. ¡En nombre de Allah, el Clemente, el Misericordioso! Alabado sea Allah, Señor del Universo, Soberano del día de juicio. A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda. Dirígenos por la vía recta, la vía de los que Tú has agraciado, no de los que han incurrido en la ira ni de los extraviados. Hemos hablado, en la primera parte de esta sûra, de la Resurrección y de su correlato en el ser humano, la emergencia del Yo Censurante. Se trataba de acontecimientos que quiebran la normalidad y la naturaleza y asoman al hombre a la desmesura del Ser de Allah. La sucesión rutinaria en la existencia engaña al hombre, que construye sobre ese fantasma la quimera de una lógica precaria que es interrumpida por la aparición de lo sobrenatural. Para el hombre común, la vida acaba con la muerte definitiva, certeza que el Corán destruye anunciando la Resurrección. Por otra parte, la aparición en el hombre de algo inaudito, la conciencia (el Yo Censurante), que es algo, si se medita, aún más sorprendente, anuncia la verdad del trasfondo de nuestra existencia, nos habla de Allah Infinito, al que ninguna barrera puede ser impuesta. Ambos temas se complementan y se explican mutuamente. Pero hay otra cuestión que se entrelaza con las anteriores: El Descenso del Corán. Efectivamente, la Revelación es un fenómeno extraordinario: anuncia la Resurrección y habla al Yo Censurante del hombre. La Revelación invita a una transformación poderosa, en coincidencia con la desmesura de la existencia verdadera, la que no es limitada por la rutina de la sucesión en un mundo destinado a perecer pero cuya esencia está en manos del Eterno. La autenticidad del Corán se apoya en todo lo dicho acerca de la Resurrección y el ser humano. El Libro Revelado tiene la fuerza que hay en esas dos sugerencias, las cuales encuentran eco en los corazones que intuyen la grandeza de la Verdad en la que existen. El que responde desde la profundidad de su ser, donde esas evocaciones encuentran eco, recibe el nombre de mûmin. El que se aferra a su mundo quimérico, prevaleciendo en él el Ego Imperante, es designado con el término kâfir. El Descenso del Corán tuvo como destino el corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). En él despuntó una luz tan poderosa como la de la Resurrección y la que acompaña al surgimiento del Ego Censurante, que es una invitación íntima a la transformación. Desde ese corazón, el Libro se desbordó para anegar el mundo. Los cuatro versículos de esta sección son órdenes dirigidas a Muhammad, indicaciones de Allah que explican lo que es en esencia el Corán. El Corán es de Allah. Es su Discurso y Él se hace cargo del Libro: Allah lo revela, Él lo protege, Él lo junta y Él lo explica. Muhammad es el Mensajero: su misión es la de portar el Libro y comunicarlo, simplemente. Cuatro cosas incumben a Allah: (Revelación del Corán), (Protección del Corán), (Reunión del Corán) y (Explicación del Corán). Y dos incumben al Profeta: (Portar el Corán) y (su Comunicación a la humanidad). (Gabriel), el Ángel de la Revelación, comunicaba el Corán, fragmento a fragmento, al corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Como cualquier estudiante que debiera memorizar un texto, Muhammad (s.a.s.) cerraba los ojos y repetía con insistencia y mecánicamente las palabras que le eran reveladas, por temor a olvidarlas. Allah le dice aquí: no muevas tu lengua para acelerarlo... Es decir, la Revelación no es como una lección que deba ser memorizada. Al memorizar, el estudiante participa en lo que aprende. Pero aquí se trata de otra cosa. No debe haber ninguna participación de Muhammad (s.a.s.), como si la Revelación tuviera su propio curso, al margen del Mensajero. Por tanto, Allah le prohíbe mover la lengua, como hace el aprendiz, buscando con ello acelerar la memorización. El Corán es una irrupción de Allah, es su Presencia trastornadora en medio de la existencia de los hombres. 1- ¿Con qué otro nombre se conoce la conciencia? 2- ¿Qué diferencia hay entre un mûmir y un Kafir? 3- ¿Cuál es la misión del profeta Mahoma? 4- ¿Cómo es definido el Corán? TEXTO 4 Tristán e Isolda: Son los protagonistas de la más bella historia de amor de la Edad Media caballeresca. Tristán es un joven príncipe que vive en la corte de su tío Marco, rey de Cornualles. Herido por una flecha envenenada arriba a Irlanda, donde lo cura Isolda la Rubia, experta en artes mágicas. Regresa a la corte de su tío, quien, después de que una golondrina deje caer a sus pies un cabello rubio de mujer, le encarga que busque a su dueña para hacerla su esposa. La dueña es Isolda, a quien la madre entrega, para que lo beba con su esposo, un filtro mágico que hace eterno el amor de quien lo pruebe, pero por un error lo beben durante el viaje Tristán e Isolda, que quedan ligados para siempre por una pasión invencible. Se casan Isolda y Marco, pero ella y Tristán, entre angustias y torturas, siguen viviendo su ardiente amor hasta que el rey los descubre. Ambos viven solitarios en el bosque, donde un día Marco los sorprende dormidos, con la espada de Tristán en medio. «Todo es puro cuando entre los dos hay un hierro cortante» piensa Marco, que se aleja tras haber protegido con su guante el rostro de Isolda de un rayo de sol y haber cambiado la espada de Tristán por la suya. Isolda vuelve con su marido mientras Tristán marcha a otro reino, donde se casa, sin amor, con Isolda de las Blancas Manos, que por su nombre y su aspecto le recuerda a la que ha perdido. Gravemente herido, envía a buscar a su amada. Si viene, la nave izará vela blanca; si no, vela negra. Impulsada por los celos, su mujer le dice que la nave trae velas negras, por lo que, desesperanzado se apaga su último aliento. Isolda la Rubia sólo haya un frío cadáver, junto al que se tiende y muere.