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OTROS ACTOS DE CULTO

P. GERSON FABRICIO MEJIA CERRATO


SEMINARIO MAYOR CRISTO SUMO SACERDOTE
Los sacramentales
Son signos sagrados, a imitación de los sacramentos, que significan y
obtienen efectos espirituales por intercesión de la Iglesia (c. 1166).
Toda la liturgia está en el ámbito de los signos, pero los sacramentales
obtienen su eficacia no de sí mismos, como los sacramentos sino en
virtud de la intercesión de la Iglesia.
Son de institución eclesiástica y su función es santificar las diferentes
circunstancias de la vida; por eso pueden dirigirse directamente a las
personas, a las obras realizadas por los fieles, a las cosas que están
designadas al uso litúrgico y en general para cualquier cosa que
signifique un bien para la persona.
La autoridad competente para el establecimientos de nuevos
sacramentales y la interpretación autentica o la supresión o
modificación de los existentes es competencia sólo de la Santa Sede (c.
1167).
SC 30: La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales.
Éstos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos,
por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo, de carácter
espiritual obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los
hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y
se santifican las diversas circunstancias de la vida.
El nuevo ritual con el fin de alejar toda concepción supersticiosa,
propone hablar de dos tipos de bendiciones:
1. Las bendiciones constitutivas, por las que se modifica el uso de las
cosas o la condición de las personas, de modo que algo de uso común
pasa a ser de uso sagrado; y 2. las invocativas, que no cambian la
condición de las cosas ni de las personas, sino que simplemente invocan
el auxilio de Dios.
Cuando el rito lleva óleo o crisma se llama consagración; si se trata de un
templo es dedicación, cuando solo hay preces y agua bendita es
bendición. Se habla de consagración de vírgenes porque, aunque no hay
óleo, significa un estado permanente y más profundo.
Por regla general, el ministro de los sacramentales es el clérigo (c. 1168),
pero en especiales circunstancias, y a juicio del ordinario, puede ser
administrado por los laicos dotados de las correspondientes cualidades,
como establece el mismo ritual de bendiciones.
Para las consagraciones y dedicaciones son los obispos, además de los
sacerdotes con facultad de derecho o por concesión legitima. Para las
bendiciones, cualquier presbítero con excepción de las reservadas al
Papa o a los obispos (c. 1169).
Pueden recibirlas, en primer lugar los católicos, pero también pueden
otorgarse a los catecúmenos y aun a los no católicos cuando para éstos
no existan prohibición de la Iglesia (c. 1170).
Según la fe de la Iglesia, en el mundo, fuera de las leyes de la
naturaleza y del trabajo del hombre, existen potencias espirituales
maléficas y contra éstas se esfuerza la Iglesia en luchar con exorcismos
que son intercesiones contra espíritus malos. En el RICA aparecen los
exorcismos como invocación a Dios para que salga el maligno c. 1172.
Son exorcismos denominados simples, porque forman parte de otros
ritos. Pero el exorcismo propiamente dicho, el exorcismo solemne, se
hace de una manera imperativa: es un rito por el que se invoca el
nombre de Dios para ahuyentar la acción del espíritu del mal.
Cabe la distinción entre posesión (el espíritu del mal capta a la persona
actuando en ella como agente) y obsesión (el hombre está apoderado
de un espíritu maligno). Cuando el exorcismo se hace en nombre de la
Iglesia, por una persona autorizada y observando los ritos, se llama
publico y tiene la virtualidad propia de los sacramentales.
De lo contrario es privado. En cualquiera de los casos, las condiciones
para realizarlo son: que lo realice un presbítero piadoso, prudente y con
integridad de vida, y licencia peculiar y expresa del ordinario de lugar.
2. La liturgia de las horas
Tiene un significado profundo como oración litúrgica de la Iglesia (c.
1173); a través de ella, cumple el oficio sacerdotal de Cristo, toma el
ejemplo de Cristo y de los apóstoles, se configura como comunidad
orante, conmemora la historia de la salvación desde esta antigua
tradición cristiana (SC 84) y consagra el tiempo, los momentos más
importantes del día, por lo que es necesario observar el curso natural
de las horas (c. 1175; SC 88-89).
Tienen obligación de celebrarla los clérigos y los miembros de IVC y
SVA conforme a sus constituciones, pero se invita a los demás fieles a
que participen ya que es una celebración de toda la Iglesia (c. 1174). Se
necesita mucha preparación para captar el sentido de la oración.
La disciplina vigente, instaurada por el Vaticano II continúa hablando
de la obligación de celebrarla cada día. Después de muchas
interpretaciones de los cánones sobre la obligatoriedad, la
Congregación de los Sacramentos, con el visto bueno de la
Congregación para el Clero, ha querido intervenir para hacer una
interpretación autorizada de la norma, donde se mitiga la
obligatoriedad cuando haya un motivo grave, sea de salud, o de
servicio pastoral del ministerio o del ejercicio de la caridad, o incluso
de cansancio, pero no de una simple incomodidad.
Cuando así fuera, se podía excusar la recitación parcial e incluso total
del oficio divino, según el principio general que establece que una ley
meramente eclesiástica no obliga con grave incomodidad.
Sin embargo, la omisión parcial o total del oficio por pereza o por realizar
actividades de esparcimiento no necesarias no es nunca licita. Para omitir
el oficio de laudes y vísperas se requiere una causa de mayor gravedad, aun
puesto, que dichas horas son el doble gozne del oficio cotidiano (SC 89).
En cuanto a la verdad de las horas, es decir, que en su recitación se observe
el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada hora
canónica, se especifica que el oficio de lectura no tiene un tiempo
estrictamente asignado y podrá celebrarse en cualquier hora, a partir de las
horas del atardecer o al anochecer del día anterior, después de las vísperas.
Las laudes deben de recitarse en las horas de la mañana y las vísperas en
las horas del atardecer, pero si no se puede recitarse entonces deben
recitarse apenas se pueda (SC 89), porque se trata de horas principales que
merecen el mayor aprecio.
3. Las exequias eclesiásticas
Este tema tiene un alto valor en la practica pastoral. Es costumbre de la
Iglesia no solo encomendar sus difuntos a Dios sino también alimentar
al esperanza de sus hijos y llevarlos atestiguar su fe en la futura
resurrección de Cristo.
La Iglesia cuida de la sepultura digna y cristiana de los difuntos y no
quiere que se celebre meras exequias civiles. La obligación de celebrar
exequias a los fieles difuntos atañe a pastores y fieles, pues es un
derecho del fiel cristiano el que sus difuntos se sepulten según su
propia fe y un derecho de cada uno a que se cumpla su ultima
voluntad, mientras ésta esté dentro de los limites de la disciplina
eclesiástica (c. 1176 §1).
El sentido que debe darse a las exequias tiene una triple dimensión que
manifiesta la fe de la comunidad eclesial: la impetración de la Iglesia
por los difuntos, la honra de sus cuerpos y el consuelo mutuo de la
esperanza de la resurrección futura (c. 1176 §2).
La forma de realizar las exequias tradicional en occidente ha sido al
inhumación porque para los cristianos es signo de esperanza en al
resurrección; pero, como en otras culturas representa el fin de toda
esperanza, la Iglesia ha aceptado también la cremación (c. 1176 §3).
Ya no se ponen limitaciones para celebrar los ritos en lugares
crematorios, pero se pide evitar el escandalo o el indiferentismo
religioso. La única diferencia ritual exigida es que las exequias no
pueden celebrarse en su forma típica antes de la cremación.
La Iglesia propia para la celebración de las exequias es la parroquia del
difunto, pero los interesados pueden elegir cualquier otra parroquia,
pidiendo permiso al párroco y avisando al párroco del difunto.
En el caso de obispos, tanto titulares como eméritos, el lugar propio es
su catedral; y para los miembros de un instituto religioso o una SVA
clerical, es su propia Iglesia u oratorio. Los miembros de los institutos
seculares se rigen por el derecho común de los fieles cristianos (c.
1177-1179).
El lugar común de la sepultura es el cementerio parroquial o del lugar,
aunque se puede elegir otro. Sólo el Papa, los cardenales y los obispos
diocesanos pueden ser sepultados en sus iglesias respectivas. Las tasas
se establecerán en la provincia eclesiástica (c. 1264).
El sacerdote no podrá pedir más de lo estipulado, pero se recuerda que
esto no puede ser nunca un obstáculo para la asistencia de los más pobres.
En cualquier caso, no hay razón meramente económica o social que
justifique un funeral más solemne salvo “la distinción que deriva de la
función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a
las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas” (SC 32) la
descripción en el libro de difuntos se hará según el derecho particular (c.
1180-1182).
Además de los fieles, los catecúmenos pueden también recibir exequias
eclesiásticas, pues pertenecen de algún modo a la Iglesia por el bautismo
de deseo. También los infantes que murieron antes de recibir el bautismo
deseado por sus padres y los acatólicos siempre que no hayan manifestado
su voluntad contraria o no lo haga su propio ministro (c. 1183).
Se han de negar las exequias a “quienes primero pertenecían a la unidad
eclesiástica y no se reconciliaron con la Iglesia antes de su muerte”
(Inocencio III). Por el contrario, cualquier signo de penitencia, como una
invocación a los santos, una señal de la cruz, un beso al crucifijo, el
hecho de pedir un sacerdote, hace de suponer el deseo de reconciliación
con la Iglesia.
Así pues, se negará las exequias a los apostatas, herejes y cismáticos
notorio (c. 751), a los que ordenan la cremación del cadáver por razones
contrarias a la fe cristiana y a otros pecadores públicos cuyas exequias
provocarían escándalo.
A pesar de todo, son casos difíciles cuya determinación conllevaría dos
causas concomitantes y acumulativas: que sea pecador manifiesto y que
las exequias provoquen escándalo.
Si no hay escándalo, no se les debería negar. En caso de duda, se ha de
consultar al ordinario del lugar.
En el caso concreto de los suicidas en el código anterior se decía
explícitamente que se les privara de la sepultura eclesiástica al tratarse de
un pecado público; ahora se ha mitigado la cuestión por la dificultad de
determinar con certeza que haya sido un suicidio y que además fuera
deliberado.
Alguna duda positiva o probable por si hubo una perturbación mental o
transitoria , es más que suficiente para no negar la sepultura. En el caso de
los divorciados tras un matrimonio canónico y vuelto a casar por lo civil,
debemos recurrir al criterio de los signos de penitencia ya aludido pero de
forma más amplia si cabe se puede considerar signos de penitencia, su
colaboración con la Iglesia, su participación en la eucaristía dominical…
La celebración publica de la misa por acatólicos puede hacerse siempre
quesea pedida expresamente por los familiares, amigos o súbditos con
un genuino motivo religioso, se haga a juicio del ordinario evitando el
escandalo de los fieles y no se conmemore públicamente el nombre del
difunto en las oreces del difunto en las preces eucarísticas, ya que esta
conmemoración requiere plena comunión con la Iglesia.
Los lugares y tiempos sagrados
1. El templo
Es un edificio sagrado destinado al culto divino mediante la dedicación
o bendición prescrita por los libros litúrgicos. Es el lugar donde se
congregan los fieles para oir la palabra de Dios y participar en el culto,
es testigo de la tradición religiosa de la comunidad (c. 1205 y 1214).
Por tratarse de un lugar sagrado, solo puede admitirse aquello que
favorece el ejercicio y fomento del culto, de la piedad o de la religión.
Y se prohíbe lo que no está en consonancia con la santidad del lugar.
Esto no obsta para que excepcionalmente y con licencia del ordinario,
puedan ser utilizado para otros usos que no vayan en desdoro del lugar,
actos académicos, conferencias de temas religiosos, conciertos de
música religiosa, etc., pero nunca para usos contrarios a la santidad del
lugar, como bailes, mercados, comicios políticos, concierto de música
profana, etc.
Pueden darse incluso lugares de culto interconfesional, previstos en el
directorio ecuménico, por más que se trate siempre de situaciones
pastorales excepcionales (c. 1210).
En cuanto a la limpieza y seguridad, es preciso señalar que no basta con
señalar la santidad del lugar sagrado sino que se debe cultivar la
limpieza, la pulcritud y el buen gusto. Lo mismo se dice de las medidas
de seguridad cuya necesidad confirma la experiencia diaria (c. 1220).
Un lugar sagrado puede ser profanado cuando se da un hecho gravemente
injurioso con escándalo de los fieles y el ordinario del lugar juzga sobre
esa condición grave y escandalosa. El lugar profanado no puede usarse
para el culto hasta que se repare la injuria por el rito penitencial previsto
en el Pontifical para lugares delicados y en el Ritual para lugares
bendecidos (c. 1211).
La execración, por su parte es la perdida del carácter sagrado de un lugar
por quedar destruido en gran parte o por a ver sido reducido a usos
profanos por decreto del ordinario.
La reducción a usos profanos puede venir motiva por la falta de medios
para la reconstrucción cuando el edificio ya no se puede emplear para el
culto, pero también por considerar que no conviene mantenerlo como lugar
sagrado (c. 1212).
La decisión se reserva al obispo diocesano, oído el consejo presbiteral y
siempre que el uso profano al que se reduzca no sea sórdido, frontalmente
opuesto a la naturaleza del edificio, con el consentimiento de quienes
mantengan derechos sobre el lugar y no sufra detrimento el bien de las
almas (c. 1222).
2. El altar
Dentro del espacio sacro, el altar ocupa una posición preeminente, pues ha
de ser realmente el centro hacia el que se dirija espontáneamente la
atención de toda la asamblea de fieles.
La dignidad del altar estriba en que el ara peculiar en la que se
perpetua sacramentalmente el sacrificio de la cruz y la mesa en tormo a
la cual son congregados los hijos de Dios.
Esto explica la doble posibilidad en cuanto a su forma: el altar-bloque
de piedra

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