SEMINARIO MAYOR CRISTO SUMO SACERDOTE Los sacramentales Son signos sagrados, a imitación de los sacramentos, que significan y obtienen efectos espirituales por intercesión de la Iglesia (c. 1166). Toda la liturgia está en el ámbito de los signos, pero los sacramentales obtienen su eficacia no de sí mismos, como los sacramentos sino en virtud de la intercesión de la Iglesia. Son de institución eclesiástica y su función es santificar las diferentes circunstancias de la vida; por eso pueden dirigirse directamente a las personas, a las obras realizadas por los fieles, a las cosas que están designadas al uso litúrgico y en general para cualquier cosa que signifique un bien para la persona. La autoridad competente para el establecimientos de nuevos sacramentales y la interpretación autentica o la supresión o modificación de los existentes es competencia sólo de la Santa Sede (c. 1167). SC 30: La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Éstos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo, de carácter espiritual obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida. El nuevo ritual con el fin de alejar toda concepción supersticiosa, propone hablar de dos tipos de bendiciones: 1. Las bendiciones constitutivas, por las que se modifica el uso de las cosas o la condición de las personas, de modo que algo de uso común pasa a ser de uso sagrado; y 2. las invocativas, que no cambian la condición de las cosas ni de las personas, sino que simplemente invocan el auxilio de Dios. Cuando el rito lleva óleo o crisma se llama consagración; si se trata de un templo es dedicación, cuando solo hay preces y agua bendita es bendición. Se habla de consagración de vírgenes porque, aunque no hay óleo, significa un estado permanente y más profundo. Por regla general, el ministro de los sacramentales es el clérigo (c. 1168), pero en especiales circunstancias, y a juicio del ordinario, puede ser administrado por los laicos dotados de las correspondientes cualidades, como establece el mismo ritual de bendiciones. Para las consagraciones y dedicaciones son los obispos, además de los sacerdotes con facultad de derecho o por concesión legitima. Para las bendiciones, cualquier presbítero con excepción de las reservadas al Papa o a los obispos (c. 1169). Pueden recibirlas, en primer lugar los católicos, pero también pueden otorgarse a los catecúmenos y aun a los no católicos cuando para éstos no existan prohibición de la Iglesia (c. 1170). Según la fe de la Iglesia, en el mundo, fuera de las leyes de la naturaleza y del trabajo del hombre, existen potencias espirituales maléficas y contra éstas se esfuerza la Iglesia en luchar con exorcismos que son intercesiones contra espíritus malos. En el RICA aparecen los exorcismos como invocación a Dios para que salga el maligno c. 1172. Son exorcismos denominados simples, porque forman parte de otros ritos. Pero el exorcismo propiamente dicho, el exorcismo solemne, se hace de una manera imperativa: es un rito por el que se invoca el nombre de Dios para ahuyentar la acción del espíritu del mal. Cabe la distinción entre posesión (el espíritu del mal capta a la persona actuando en ella como agente) y obsesión (el hombre está apoderado de un espíritu maligno). Cuando el exorcismo se hace en nombre de la Iglesia, por una persona autorizada y observando los ritos, se llama publico y tiene la virtualidad propia de los sacramentales. De lo contrario es privado. En cualquiera de los casos, las condiciones para realizarlo son: que lo realice un presbítero piadoso, prudente y con integridad de vida, y licencia peculiar y expresa del ordinario de lugar. 2. La liturgia de las horas Tiene un significado profundo como oración litúrgica de la Iglesia (c. 1173); a través de ella, cumple el oficio sacerdotal de Cristo, toma el ejemplo de Cristo y de los apóstoles, se configura como comunidad orante, conmemora la historia de la salvación desde esta antigua tradición cristiana (SC 84) y consagra el tiempo, los momentos más importantes del día, por lo que es necesario observar el curso natural de las horas (c. 1175; SC 88-89). Tienen obligación de celebrarla los clérigos y los miembros de IVC y SVA conforme a sus constituciones, pero se invita a los demás fieles a que participen ya que es una celebración de toda la Iglesia (c. 1174). Se necesita mucha preparación para captar el sentido de la oración. La disciplina vigente, instaurada por el Vaticano II continúa hablando de la obligación de celebrarla cada día. Después de muchas interpretaciones de los cánones sobre la obligatoriedad, la Congregación de los Sacramentos, con el visto bueno de la Congregación para el Clero, ha querido intervenir para hacer una interpretación autorizada de la norma, donde se mitiga la obligatoriedad cuando haya un motivo grave, sea de salud, o de servicio pastoral del ministerio o del ejercicio de la caridad, o incluso de cansancio, pero no de una simple incomodidad. Cuando así fuera, se podía excusar la recitación parcial e incluso total del oficio divino, según el principio general que establece que una ley meramente eclesiástica no obliga con grave incomodidad. Sin embargo, la omisión parcial o total del oficio por pereza o por realizar actividades de esparcimiento no necesarias no es nunca licita. Para omitir el oficio de laudes y vísperas se requiere una causa de mayor gravedad, aun puesto, que dichas horas son el doble gozne del oficio cotidiano (SC 89). En cuanto a la verdad de las horas, es decir, que en su recitación se observe el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada hora canónica, se especifica que el oficio de lectura no tiene un tiempo estrictamente asignado y podrá celebrarse en cualquier hora, a partir de las horas del atardecer o al anochecer del día anterior, después de las vísperas. Las laudes deben de recitarse en las horas de la mañana y las vísperas en las horas del atardecer, pero si no se puede recitarse entonces deben recitarse apenas se pueda (SC 89), porque se trata de horas principales que merecen el mayor aprecio. 3. Las exequias eclesiásticas Este tema tiene un alto valor en la practica pastoral. Es costumbre de la Iglesia no solo encomendar sus difuntos a Dios sino también alimentar al esperanza de sus hijos y llevarlos atestiguar su fe en la futura resurrección de Cristo. La Iglesia cuida de la sepultura digna y cristiana de los difuntos y no quiere que se celebre meras exequias civiles. La obligación de celebrar exequias a los fieles difuntos atañe a pastores y fieles, pues es un derecho del fiel cristiano el que sus difuntos se sepulten según su propia fe y un derecho de cada uno a que se cumpla su ultima voluntad, mientras ésta esté dentro de los limites de la disciplina eclesiástica (c. 1176 §1). El sentido que debe darse a las exequias tiene una triple dimensión que manifiesta la fe de la comunidad eclesial: la impetración de la Iglesia por los difuntos, la honra de sus cuerpos y el consuelo mutuo de la esperanza de la resurrección futura (c. 1176 §2). La forma de realizar las exequias tradicional en occidente ha sido al inhumación porque para los cristianos es signo de esperanza en al resurrección; pero, como en otras culturas representa el fin de toda esperanza, la Iglesia ha aceptado también la cremación (c. 1176 §3). Ya no se ponen limitaciones para celebrar los ritos en lugares crematorios, pero se pide evitar el escandalo o el indiferentismo religioso. La única diferencia ritual exigida es que las exequias no pueden celebrarse en su forma típica antes de la cremación. La Iglesia propia para la celebración de las exequias es la parroquia del difunto, pero los interesados pueden elegir cualquier otra parroquia, pidiendo permiso al párroco y avisando al párroco del difunto. En el caso de obispos, tanto titulares como eméritos, el lugar propio es su catedral; y para los miembros de un instituto religioso o una SVA clerical, es su propia Iglesia u oratorio. Los miembros de los institutos seculares se rigen por el derecho común de los fieles cristianos (c. 1177-1179). El lugar común de la sepultura es el cementerio parroquial o del lugar, aunque se puede elegir otro. Sólo el Papa, los cardenales y los obispos diocesanos pueden ser sepultados en sus iglesias respectivas. Las tasas se establecerán en la provincia eclesiástica (c. 1264). El sacerdote no podrá pedir más de lo estipulado, pero se recuerda que esto no puede ser nunca un obstáculo para la asistencia de los más pobres. En cualquier caso, no hay razón meramente económica o social que justifique un funeral más solemne salvo “la distinción que deriva de la función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas” (SC 32) la descripción en el libro de difuntos se hará según el derecho particular (c. 1180-1182). Además de los fieles, los catecúmenos pueden también recibir exequias eclesiásticas, pues pertenecen de algún modo a la Iglesia por el bautismo de deseo. También los infantes que murieron antes de recibir el bautismo deseado por sus padres y los acatólicos siempre que no hayan manifestado su voluntad contraria o no lo haga su propio ministro (c. 1183). Se han de negar las exequias a “quienes primero pertenecían a la unidad eclesiástica y no se reconciliaron con la Iglesia antes de su muerte” (Inocencio III). Por el contrario, cualquier signo de penitencia, como una invocación a los santos, una señal de la cruz, un beso al crucifijo, el hecho de pedir un sacerdote, hace de suponer el deseo de reconciliación con la Iglesia. Así pues, se negará las exequias a los apostatas, herejes y cismáticos notorio (c. 751), a los que ordenan la cremación del cadáver por razones contrarias a la fe cristiana y a otros pecadores públicos cuyas exequias provocarían escándalo. A pesar de todo, son casos difíciles cuya determinación conllevaría dos causas concomitantes y acumulativas: que sea pecador manifiesto y que las exequias provoquen escándalo. Si no hay escándalo, no se les debería negar. En caso de duda, se ha de consultar al ordinario del lugar. En el caso concreto de los suicidas en el código anterior se decía explícitamente que se les privara de la sepultura eclesiástica al tratarse de un pecado público; ahora se ha mitigado la cuestión por la dificultad de determinar con certeza que haya sido un suicidio y que además fuera deliberado. Alguna duda positiva o probable por si hubo una perturbación mental o transitoria , es más que suficiente para no negar la sepultura. En el caso de los divorciados tras un matrimonio canónico y vuelto a casar por lo civil, debemos recurrir al criterio de los signos de penitencia ya aludido pero de forma más amplia si cabe se puede considerar signos de penitencia, su colaboración con la Iglesia, su participación en la eucaristía dominical… La celebración publica de la misa por acatólicos puede hacerse siempre quesea pedida expresamente por los familiares, amigos o súbditos con un genuino motivo religioso, se haga a juicio del ordinario evitando el escandalo de los fieles y no se conmemore públicamente el nombre del difunto en las oreces del difunto en las preces eucarísticas, ya que esta conmemoración requiere plena comunión con la Iglesia. Los lugares y tiempos sagrados 1. El templo Es un edificio sagrado destinado al culto divino mediante la dedicación o bendición prescrita por los libros litúrgicos. Es el lugar donde se congregan los fieles para oir la palabra de Dios y participar en el culto, es testigo de la tradición religiosa de la comunidad (c. 1205 y 1214). Por tratarse de un lugar sagrado, solo puede admitirse aquello que favorece el ejercicio y fomento del culto, de la piedad o de la religión. Y se prohíbe lo que no está en consonancia con la santidad del lugar. Esto no obsta para que excepcionalmente y con licencia del ordinario, puedan ser utilizado para otros usos que no vayan en desdoro del lugar, actos académicos, conferencias de temas religiosos, conciertos de música religiosa, etc., pero nunca para usos contrarios a la santidad del lugar, como bailes, mercados, comicios políticos, concierto de música profana, etc. Pueden darse incluso lugares de culto interconfesional, previstos en el directorio ecuménico, por más que se trate siempre de situaciones pastorales excepcionales (c. 1210). En cuanto a la limpieza y seguridad, es preciso señalar que no basta con señalar la santidad del lugar sagrado sino que se debe cultivar la limpieza, la pulcritud y el buen gusto. Lo mismo se dice de las medidas de seguridad cuya necesidad confirma la experiencia diaria (c. 1220). Un lugar sagrado puede ser profanado cuando se da un hecho gravemente injurioso con escándalo de los fieles y el ordinario del lugar juzga sobre esa condición grave y escandalosa. El lugar profanado no puede usarse para el culto hasta que se repare la injuria por el rito penitencial previsto en el Pontifical para lugares delicados y en el Ritual para lugares bendecidos (c. 1211). La execración, por su parte es la perdida del carácter sagrado de un lugar por quedar destruido en gran parte o por a ver sido reducido a usos profanos por decreto del ordinario. La reducción a usos profanos puede venir motiva por la falta de medios para la reconstrucción cuando el edificio ya no se puede emplear para el culto, pero también por considerar que no conviene mantenerlo como lugar sagrado (c. 1212). La decisión se reserva al obispo diocesano, oído el consejo presbiteral y siempre que el uso profano al que se reduzca no sea sórdido, frontalmente opuesto a la naturaleza del edificio, con el consentimiento de quienes mantengan derechos sobre el lugar y no sufra detrimento el bien de las almas (c. 1222). 2. El altar Dentro del espacio sacro, el altar ocupa una posición preeminente, pues ha de ser realmente el centro hacia el que se dirija espontáneamente la atención de toda la asamblea de fieles. La dignidad del altar estriba en que el ara peculiar en la que se perpetua sacramentalmente el sacrificio de la cruz y la mesa en tormo a la cual son congregados los hijos de Dios. Esto explica la doble posibilidad en cuanto a su forma: el altar-bloque de piedra