Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
3
LO QUE NO SABEMOS
Trate de realizar este experimento mental. Imagine una balanza antigua con dos
platillos, como la que sostiene la representación clásica de la diosa de la justicia que
tiene los ojos vendados. En uno de los platillos coloque todos los beneficios
derivados del reciclaje, el empleo de productos verdes y demás actividades a favor
del medio ambiente, la salud pública y el bienestar de la sociedad que realiza en un
mes normal. Ahora, en el otro platillo coloque lo que un ecologista industrial calcula
como los efectos nocivos de todo lo que usted compra y hace durante el mismo mes,
todos los kilómetros que recorre en su automóvil, los efectos ocultos de la
producción, transporte y desecho de los alimentos que consume, el papel de la
impresora que utiliza y todo lo demás.
Por desgracia, en el caso de todos nosotros exceptuando a los increíblemente
virtuosos, los efectos nocivos son muchísimo mayores que los beneficios. Como lo
demuestra el Análisis del Ciclo de Vida, en la economía de mercado de hoy en día es
prácticamente imposible salir airoso de esta prueba.
Entre las pocas personas que conozco cuya balanza puede inclinarse del lado
positivo, se encuentra un grupo de personas que se oponen al consumismo llamadas
freegans y que hacen esfuerzos excepcionales: tratan por todos los medios de nunca
comprar nada nuevo; caminan o andan en bicicleta en vez de conducir automóviles;
practican el trueque, rebuscan en los recipientes de objetos inservibles y hasta en los
botes de basura. Un ascetismo ambiental tan extremo es sólo para unos cuantos. Es
probable que un número mayor de entusiastas se sienta atraído por una posición
intermedia: una combinación de consumir menos y comprar de un modo
32
INTELIGENCIA ECOLÓGICA
más estricto con el fin de beneficiar al medio ambiente. Compre menos y, cuando lo
haga, hágalo de manera inteligente.
Como vimos en el capítulo anterior, la inmensa mayoría de la gente va de
compras sin tener la más remota idea de los efectos de sus compras y hábitos. EI
principal obstáculo consiste en una carencia de información vital, una brecha que
nos deja a oscuras. El antiguo refrán dice "Lo que no sabes no te afecta", pero la
verdad hoy en día es precisamente al revés: lo que n0 sabemos acerca de lo que
sucede entre bambalinas, fuera de nuestra vista, nos afecta a nosotros, a los demás y
al planeta. Mire detrás del interruptor de la luz para vislumbrar el costo ambiental
de la energía eléctrica; redúzcase al nivel molecular para valorar los efectos de las
sustancias químicas emanadas por los objetos cotidianos y que son absorbidas por
nuestros cuerpos; penetre en la cadena de suministro para darse cuenta del costo
humano de los productos que disfrutamos.
En el mundo del comercio, somos víctimas colectivas de un truco de
prestidigitación: el mercado aparece ordenado como si un ilusionista engañara
nuestra percepción. No conocemos los verdaderos efectos de lo que compramos y
no nos damos cuenta de que no sabemos. La imposibilidad de saber qué es lo que
no percibimos es la esencia del autoengaño.
Estamos expuestos a una gran cantidad de peligros en gran parte porque se nos
oculta la red de conexiones que existe entre lo que compramos y hacemos y los
efectos adversos resultantes. Incluso a medida que algunas de estas consecuencias
se vuelven cada vez más graves, perseveramos despreocupadamente en hábitos que
intensifican estos mismos peligros. Existe en nuestra conciencia una separación
fundamental entre lo que hacemos y sus repercusiones.
Por ejemplo, el Swiss Federal Institute for Snow and Avalanche Research
(Instituto Federal Suizo para la Investigación de Nieve y Avalanchas) ha
documentado un calentamiento que hace que las laderas de montañas situadas a
menos de 1.500 metros de altitud reciban 20% menos nieve que en décadas
anteriores. Poca nieve significa que la industria turística tiene que fabricarla con
maqui‐
33
INTELIGENCIA ECOLÓGICA
naria que consume enormes cantidades de energía y que empeora el calentamiento
climático. No obstante, los esquiadores despreocupados pretenden poder esquiar
incluso en el verano, pase lo que pase, así es que los hoteleros fabrican la nieve
artificial con equipo hambriento de energía.
Otro ejemplo: los ecologistas industriales efectuaron un análisis cuidadoso de
un proyecto de vivienda ecológica en Viena, Austria, donde los residentes
renunciaron a sus automóviles y utilizaron el dinero ahorrado en construir garajes
en la generación de energía solar y otras estrategias ecológicas. En cuanto al
consumo de energía y el transporte, las emisiones de carbono de estos hogares eran
muy inferiores a la de los hogares convencionales, pero cuando se estudió todo lo
demás, alimentos, viajes fuera de Viena y la canasta general de mercancías
adquiridas, estos hogares no fueron mejores que los otros.
Un tercer ejemplo: los ingredientes utilizados en los bloqueadores solares
favorecen el crecimiento de un virus en las algas que viven en los arrecifes de coral.
Los investigadores estiman que entre 4.000 y 6.000 toneladas métricas de
bloqueadores solares se deslavan de la piel de los nadadores cada año en todo el
mundo y amenazan con transformar el 10% de los arrecifes de coral en esqueletos
blanquecinos. Por supuesto, el peligro es mayor en aquellos lugares donde la belleza
de los arrecifes atrae la mayor cantidad de nadadores.
Nuestra imposibilidad de reconocer de manera instintiva la relación existente
entre nuestros actos y los problemas que se derivan de ellos nos permite crear a
manos llenas los peligros de los que nos quejamos. Parece que, de alguna manera,
nuestros desplazamientos y traslados en automóviles, nuestras plantas generadoras
de energía que funcionan con carbón y nuestras oficinas sobrecalentadas, así como
la mezcla tóxica de moléculas que flota en el interior de nuestros edificios, no
tuviera nada que ver con nosotros. Por alguna extraña razón no nos percatamos de
la relación que existe entre nuestra participación activa en la generación de todas
esas partículas nocivas y el daño que ocasionan.
34
INTELIGENCIA ECOLÓGICA
Padecemos de un enorme punto ciego colectivo. Los milenios transcurridos
desde los orígenes de la civilización han sido testigos del surgimiento lento pero
constante de nuevas amenazas, de tal manera que en la actualidad nuestra especie
se ve enfrentada a peligros derivados de fuerzas que escapan a nuestras alarmas
perceptivas congénitas. Como dichas transformaciones confunden el sistema de
alarma de nuestro cerebro, debemos hacer un esfuerzo especial para cobrar
conciencia de esos peligros subliminales. El primer paso consiste en comprender el
dilema de nuestra percepción.
Nuestro cerebro está sintonizado de manera agudísima para identificar con
precisión y reaccionar de inmediato a una variedad determinada de peligros, todos
aquellos que se encuentran dentro del campo de mira del periscopio de la
naturaleza. La naturaleza conectó los circuitos de alarma del cerebro para detectar y
evitar de manera instantánea los objetos que vuelan en nuestra dirección, las
expresiones faciales amenazantes, los animales que gruñen y otros peligros
semejantes en nuestro entorno inmediato. Esas conexiones nos han ayudado a
sobrevivir hasta el presente.
Sin embargo, ningún elemento de nuestro pasado evolutivo ha preparado a
nuestro cerebro para detectar amenazas menos palpables como el progresivo
calentamiento del planeta, la difusión gradual de partículas químicas destructivas
en el aire que respiramos y los alimentos que consumimos, ni para la destrucción
inexorable de una gran parte de la flora y la fauna de nuestro planeta. Somos
capaces de vislumbrar el rostro siniestro de un extraño amenazante y comenzar de
inmediato a caminar en la dirección contraría. Pero cuando se trata del
calentamiento global, nos encogemos de hombros. Nuestro cerebro es excelente
para hacer frente a las amenazas inminentes, pero es incapaz de hacer nada
respecto a aquellas que se materializarán en un futuro indefinido.
Los mecanismos de la percepción humana contienen límites imperceptibles,
umbrales por debajo de los cuales no nos percatamos de lo que sucede. Nuestros
sentidos están limitados por fronteras que permanecen para siempre fuera de
nuestra percepción.
35