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Enseñanza Religiosa Escolar I y II

TEMA I

LEGITIMACIÓN DE LA ENSEÑANZA RELIGIOSA ESCOLAR

1.- La enseñanza religiosa escolar, exigencia de la escuela.

Es opinión común fundamentar la enseñanza escolar de la religión en estas tres


razones:

1. la misión de la Iglesia de proclamar su doctrina,


2. el derecho-deber de los padres a dar una enseñanza religiosa a sus hijos
3. y el derecho de que gozan los alumnos a optar por la asignatura de religión.

No obstante, a esas razones es preciso sumar una de especial interés, que se


fundamenta en la naturaleza de la escuela. En efecto, la misión de la escuela no es
solamente comunicar a los alumnos una simple instrucción en los diversos saberes, sino
que ha de proporcionarles una verdadera educación, que responda a las distintas
dimensiones del ser humano, de modo que la escuela contribuya a la formación integral
del hombre.

Es evidente que la persona no alcanza su plena realización cuando cultiva sólo la


dimensión intelectual mediante el aprendizaje de algunos contenidos culturales. La
información científica no es más que una parte de la formación de la persona. La
riqueza del hombre demanda de la escuela que preste una atención cualificada a la
educación integral. A este respecto, además del empeño por transmitir unos saberes
teóricos, la escuela debe comunicar a los alumnos una verdadera formación humana,
que supone, entre otros, los siguientes aspectos:

a. La maduración del juicio, de forma que el alumno sepa utilizar rectamente su


aptitud racional, lo cual incluye la capacidad receptiva y reflexiva, así como el proceso
extensivo o de adquisición de nuevos conocimientos, y la aptitud retentiva o de
memorización. Es claro que una formación puramente memorística es lo más opuesto al
discernimiento crítico de la realidad, pues no capacita al alumno para rechazar ciertas
insuficiencias y no le facilita un conocimiento de síntesis.

b. La formación de la voluntad responsable en el ejercicio de libertad. En último


extremo, es la libertad la que define al hombre, de modo que la formación de la escuela
ha de ayudar al alumno a asumir, a lo largo de su vida, una actitud responsable ante las
múltiples opciones que le ofrece la propia existencia.

c. La madurez armónica de la vida afectivo-sentimental. El equilibrio psíquico


depende en gran medida del dominio de los propios sentimientos, y éstos ayudan a la
actividad intelectual, así como a un ejercicio inteligente y lúcido de la propia libertad.

d. La educación para la convivencia, que supone el desarrollo de su dimensión


social de la persona. Si el hombre es social por naturaleza, quiere decir que la socializad
deriva de su propia intimidad, brota de sí mismo, y no sólo de las necesidades que el

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individuo aislado no puede satisfacer. De aquí la importancia de la educación escolar


para la convivencia.

Una escuela que sólo se preocupe de transmitir unos saberes teóricos y no tenga en
cuenta estos cuatro fines, corre el riesgo de proponerse un objetivo mínimo insuficiente.
No puede olvidarse que en la escuela se enseña para educar, es decir, para formar al
hombre desde dentro, para liberarlo de los condicionamientos que pudieran impedirle
vivir plenamente como persona. Por esto la escuela debe partir de un proyecto educativo
intencionalmente dirigido a la promoción total del individuo.

Cabe decir más: ese cuadro de objetivos propios de la escuela no será acabado si no
se complementan con la enseñanza de la religión.

Esto es evidente desde una concepción cristiana de la vida; pero lo es incluso


cuando a esta disciplina se la considera desde una perspectiva puramente cultural, dado
que la religión, en sus distintos aspectos, influye de modo decisivo en la formación del
hombre.

Este es un dato incuestionable que se fundamenta en la estructura íntima de la


persona, la cual postula una doctrina acerca de los grandes problemas que le propone su
inteligencia. La vida misma demanda a la razón profundos interrogantes que exigen una
respuesta. A este respecto, la pregunta sobre Dios es inevitable. Por este motivo, la
instrucción religiosa se hace imperativa cuando la escuela trata de instruir al alumno en
las cuestiones últimas de la existencia. Ahora bien, esa instrucción acerca del sentido de
la vida humana, aún sin pretenderlo, es una fuerza que potencia los demás objetivos de
la escuela, o sea, los cuatro que hemos enunciado más arriba.

Pero existe otro motivo, más cercano aún al propio objetivo cultural, que hace que
la escuela deba prestar una atención muy especial a la formación religiosa: el contexto
cultural en que se desarrollan las demás disciplinas. Es un hecho que en Occidente –y de
modo decisivo en España-, en los más diversos campos del saber, la cultura ha
germinado y se ha extendido en un ámbito religioso.

Es evidente que no cabe una información cultural si no se consideran las


circunstancias históricas en que ha surgido. Pues bien, en España, la historia de
cualquier saber ha nacido y se ha desarrollado en un medio religioso. Ni la historia
social y política de nuestra patria, ni la crónica de la literatura o del arte, ni la
concepción filosófica, etc… tienen una explicación acabada si no se tiene en cuenta su
historia religiosa.

Ahora bien, la escuela no puede impartir ninguna de esas enseñanzas sin la


correspondiente instrucción cristiana, que interpreta y sitúa adecuadamente esos saberes
profanos en el verdadero espacio que les dio origen. Así, por ejemplo, estudiar la
historia de nuestra literatura es conocer los autores que la produjeron, en su inmensa
mayoría personas creyentes, cuya fe influyó decisivamente en su vida y en su obra
literaria. Las ideas que crean nuestra historia literaria clásica son las concepciones
religiosas de sus autores y de los lectores a quienes se dirigen. Los “argumentos
religiosos” subyacen en casi toda la literatura, tanto en prosa como en verso.

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Lo mismo cabe decir de la historia del arte que, en buena parte, es representación
artística de los dogmas de la Iglesia. Aún con mayor fundamento cabe aplicar este
criterio a la historia. Desde la unidad de España, alcanzada por la conversión de
Recaredo y la unificación lograda por los Reyes Católicos, hasta las luchas del siglo
XIX y los recientes acontecimientos del pasado siglo XX, en la historia de España han
contribuido notablemente a los ideales religiosos.

Finalmente, la religión configuró toda la vida social, los gremios, las fiestas
populares, las costumbres, el folklore, los hábitos, el lenguaje, los adagios y refranes,
etc.

En resumen, si la escuela ha de ser transmisora de la cultura, en la denominada


“cultura atlántica” y más concreto en España, carecería de rigor intelectual cualquier
enseñanza escolar si se prescinde de la historia religiosa de nuestra patria, que es el
humus en el que germinaron y alcanzaron su desarrollo los diversos ámbitos del saber.

Esta consideración conserva su validez aún en el caso de que sea preciso rectificar
algunas insuficiencias de esa cultura, como no pocos reclaman. Es evidente que si la
escuela debe contribuir a una información crítica de los saberes, también la formación
religiosa ha de someterse al mismo discernimiento, con el fin de subsanar tales errores o
insuficiencias. Cabe aún decir más, tal como afirman los obispos españoles en ese
Documento, la enseñanza de la religión escolar contribuirá a una renovación constante
de la sociedad:

“El modelo educativo no puede tener como objetivo reproducir sin más el modelo de
sociedad existente. Habrá de disponer a sus alumnos para que puedan abordar críticamente esa
sociedad e intervenir en ella para cambiarla o modificarla. La preparación para esta crítica y
futura intervención en la vida social supone una determinada manera de ver la vida, en cuyo
fondo hay siempre una referencia a una escala de valores y a un concepto del hombre. Desde esta
concepción del hombre y de la vida tendrá lugar todo juicio y acción transformante, a no ser que
demos por bueno el positivismo sociológico que escondería, en el fondo, una voluntad de
reproducir la sociedad de hecho establecida. Consideramos que la religión, como instancia crítica
de la sociedad, ejerce un papel esencial en el desempeño de esta imprescindible función escolar,
a la que también otras disciplinas, ciertamente, han de colaborar”

Estas mismas razones son las que justifican la enseñanza de la religión en otros
países de Occidente. En consecuencia, la crítica negativa, que mantiene la tesis de que
la enseñanza de la religión en la escuela conduce a la sociedad a tiempos y actitudes
pasadas, no cuenta con que es precisamente la religión la que posibilita que las
sociedades se transformen al ritmo del tiempo, pero sin perder el rumbo que las hace
verdaderamente progresivas.

2. La enseñanza religiosa escolar, derecho de la persona y de los padres

La enseñanza religiosa es un derecho natural del hombre a partir de su especificidad


como ser religioso. Es sabido que los estudios de Etnología y de Historia de las
Religiones muestran que el hombre es naturalmente religioso, hasta el punto de que los
primeros restos prehistóricos que testimonian su racionalidad coinciden con los
primeros testimonios acerca de su religiosidad. A partir de estos datos, se ha definido al
hombre como un “animal racional-religioso” (M Scheler). Pues bien, la instrucción
religiosa trata de responder a ese hecho fundamental que emana de la misma naturaleza
humana. En este sentido, la enseñanza de la religión debe situarse, al menos, en el

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mismo plano en que se reclama el derecho a la educación, reconocido por todos los
códigos que formulan los derechos fundamentales del hombre.

Esta educación religiosa debe hacerse en la escuela, dado que la institución escolar
es la que atiende a los niños en la edad en que se inician los rasgos fundamentales de su
personalidad. Si, como decíamos en el apartado anterior, la escuela debe proporcionar a
los alumnos una formación de todas las exigencias de la persona, es evidente que la
enseñanza religiosa tiene su ámbito en la propia escuela.

En las verdades de la religión, tanto el niño como el adolescente o el joven


encuentran la respuesta a los últimos porqués de su vida y, al mismo tiempo, la religión
recoge y encauza los imperativos de su conciencia, la cual constituye la capa más
profunda del ser del hombre. De aquí que la enseñanza escolar de la religión se imponga
como un derecho de la libertad de conciencia, por lo que, a su vez, debe facilitar la
libertad de cada alumno para optar por la asignatura de su propia religión. Y,
evidentemente, también la escuela, en cumplimiento de ese elemental derecho, ha de
respetar la opción de quienes decidan prescindir de esa disciplina en el marco
académico.

En consecuencia, la enseñanza religiosa académica puede convertirse en test que


mide la garantía de libertad de conciencia de los alumnos en los diversos sistemas e
instituciones de la enseñanza en sus distintos niveles.

Pero este derecho de los alumnos, por las condiciones de la edad, recae
inmediatamente sobre los padres: es a éstos a quienes corresponde por derecho propio la
educación religiosa de sus hijos. El derecho prioritario de los padres es un principio
reconocido en todas las legislaciones de orden internacional. He aquí algunos textos
fundamentales:

La Declaración Universal de los Derechos Humanos formula así este derecho de


los padres:

“Toda persona tiene derecho a la educación (…). La educación tendrá por objeto el pleno
desarrollo de la persona humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las
libertades fundamentales (…). Los padres tendrán el derecho preferente a escoger el tipo de
educación que habrá de darse a sus hijos” (art. 26)

Este mismo derecho es recogido en el Pacto Internacional de Derechos


Económicos, Sociales y Culturales, adoptado por la Asamblea General de las Naciones
Unidas el 16 de diciembre de 1966:
“Los Estados en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en
su caso, de los tutores legales, de escoger para sus hijos o pupilos escuelas distintas de las
creadas por las autoridades públicas, siempre que aquéllas satisfagan las normas mínimas que el
Estado prescribe o aprueba en materia de enseñanza, y hacer que sus hijos o pupilos reciban la
educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (art. 13)

Este Pacto Internacional fue firmado por España el 28 de septiembre de 1976. Más
tarde, en la Constitución Española de 1978, este derecho es expresamente reconocido:

“Todos tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza. La educación


tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios
democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales. Los poderes públicos

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garantizarán el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y
moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (art. 27)

El Rey Juan Carlos I ratificó el 8 de octubre de 1979 el Protocolo Adicional número


1 de la Convención Europea para salvaguardar los Derechos del hombre y de las
Libertades Fundamentales, que dice así:
“A nadie se le puede rehusar el derecho a la instrucción. El Estado, en el ejercicio de las
funciones, que asumirá en el campo de la educación y de la enseñanza, respetará el derecho de
los padres a asegurar esta educación y esta enseñanza conforme a sus convicciones religiosas y
filosóficas” (art. 2)

La correlación entre “enseñanza religiosa escolar” y “libertad de los padres para


elegir el centro docente” es reconocida por la sentencia del Tribunal Constitucional del
13 de febrero de 1981:
“El derecho de los padres a decidir la formación religiosa y moral que sus hijos han de
recibir, consagrado por el artículo 27.3 de la Constitución, es distinto del derecho a elegir centro
docente que enuncia el artículo 13,.3 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales, aunque también es obvio que la elección de centro docente sea un modo de elegir
una determinada formación religiosa y moral"

De este modo, la jurisprudencia española señala la íntima relación -si bien, se trata
de dos cosas distintas- entre el derecho de los padres a la educación religiosa de sus
hijos y el derecho a elegir el centro docente en consonancia con sus ideales.

Este derecho fundamental de los padres a elegir la educación religiosa y moral de


los hijos, reconocido a tan alto rango jurídico nacional e internacional, corresponde con
la doctrina expresada también por los Documentos de la Jerarquía de la Iglesia
prescritos también al más alto nivel magisterial. Así el Concilio Vaticano II enseña:

"Corresponde a los padres el derecho de determinar la forma de educación religiosa que se


ha de dar a sus hijos según sus propias convicciones (...). El poder civil debe reconocer el
derecho de los padres a elegir con auténtica libertad las escuelas u otros medios de educación, sin
imponerles ni directa ni indirectamente cargas injustas para esta libertad de elección".

La misma doctrina se repite en la Declaración conciliar "Gravissimum


educationis", acerca de la misión educadora de la Iglesia:

"Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de
educar a la prole y, por tanto, hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores
de sus hijos".

Y siguiendo esta doctrina del Vaticano II, la Conferencia Episcopal Española, ya en


el año 1977 declaraba:
"No corresponde al Estado, y menos cuando se asienta sobre bases democráticas, fijar por
cuenta propia o por el criterio alternante de su equipo de gobierno, el modelo educativo que ha
de inspirar el sistema de enseñanza. Este debe ser reflejo de la tabla de valores y creencias del
cuerpo social y factor de su progreso. En lo que atañe a los niños y adolescentes, corresponde a
los padres el derecho y el deber de señalar a los poderes públicos y a los educadores el tipo de
enseñanza que desean para sus hijos"

Más tarde, este derecho-deber, que armoniza la doctrina de la Iglesia y que se


recoge en las formulaciones jurídicas de ámbito internacional y nacional, fue reconocido

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por los Convenios entre la Santa Sede y el Estado Español sobre "Enseñanza y Asuntos
culturales" de 3 de enero de 1979:
"Los planes educativos en los niveles de Educación Preescolar, de Educación General
Básica (EGB) y de Bachillerato Unificado y Polivalente (BUP) y Grados de Formación
Profesional, correspondientes a los alumnos de las mismas edades, incluirán la enseñanza de la
religión católica en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás
disciplinas fundamentales" (art. 2)

Y más adelante, se determina que "la Jerarquía Eclesiástica y los órganos del
Estado, en el ámbito de sus respectivas competencias, velarán porque esta enseñanza y
formación sean impartidas adecuadamente" (art. 6).

Entre los múltiples testimonios posteriores de los obispos españoles y del


magisterio de los Papas, será suficiente reseñar estos textos de Juan Pablo II, en su
primera visita a España en 1982:

"Pero vuestro servicio a la vida no se limita a su transmisión física. Vosotros sois los
primeros educadores de vuestros hijos. Como enseñó el Vaticano II, los padres, puesto que han
dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole, y por tanto, ellos
son los primeros y obligados educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta
trascendencia, que cuando falta difícilmente puede suplirse".

Y el Papa continúa:

"Tratándose de un deber fundado sobre la vocación primordial de los cónyuges a cooperar


con la obra creadora de Dios, le compete el correspondiente derecho a educar a los propios hijos.
Dado su origen, es un deber-derecho primario en comparación con la incumbencia educativa de
otros, insustituible e inalienable, esto es, que no puede delegarse totalmente en otros i otros
pueden usurparle. NO hay lugar a dudas de que, en el ámbito de la educación, a la autoridad
pública le competen derechos y deberes, en cuanto debe servir al bien común. Ella, sin embargo,
no puede sustituir a los padres, ya que su cometido es el de ayudarles, para que puedan cumplir
su deber-derecho de educar a los propios hijos de acuerdo con sus convicciones morales y
religiosas.

Seguidamente, Juan Pablo II cita este derecho como ya reconocido en el artículo 27


de la Constitución Española. La misma enseñanza la repitió en la homilía de Granada a
los educadores españoles"

"No puede dejar de tenerse en cuenta la transmisión del mensaje de salvación con la
enseñanza religiosa en la escuela, privada y pública. Sobre todo en un país en el que la gran
mayoría de los padres pide enseñanza religiosa para sus hijos en le periodo escolar. Habrá de
impartirse esa enseñanza con la debida discreción, con pleno respeto a la libertad de conciencia,
pero respetando, a la vez, el derecho primordial de los padres, primeros responsables de la
educación de sus hijos".

De la lectura de estos textos se deduce con claridad que la enseñanza religiosa


escolar es un derecho de los padres, y que, como derecho fundamental, no depende de la
confesionalidad del Estado. Cabe decir más, aun los Estados aconfesionales no pueden
negar este derecho primario de los padres.

De lo cual se sigue una segunda consecuencia: la enseñanza religiosa escolar deriva


del derecho del alumno, de quien salen fiadores los padres. Y, dado que ellos solos no
pueden realizarlo por la complejidad de la vida escolar, la sociedad debe prestar esta
ayuda para que los padres puedan llevarla a cabo.

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En consecuencia, no es competencia propia y originaria del Estado. Derivar hacia el


Estado la misión de la educación es confundir Estado con Sociedad, y tal confusión
conduce fácilmente hacia formas más o menos totalitarias.

El Estado tiene tan sólo una misión de ayuda a las familias y a los grupos sociales
intermedios para que, individualmente o asociados, puedan cumplir ese derecho-deber
de educar religiosamente a sus hijos. A este respecto, los obispos españoles escriben:

"La educación, como necesario servicio de la sociedad a sus miembros, se canaliza a través
del Estado. Pero no en el sentido de que haya de ser el Estado el organizador y gestor de cada
centro escolar. El Estado debe garantizar la calidad de la enseñanza y la efectividad de este
servicio para todos los ciudadanos. Pero de ahí a considerar que el único tipo de escuela que
tenga legitimidad sea el estatal hay un abismo. Si la sociedad el pluralista, ha de alumbrar
proyectos educativos plurales, ha de conseguir que el pluralismo cultural se refleje en el sistema
educativo. Hay, en efecto, dentro de la sociedad unos saberes y una cultura comunes que
interesan a la sociedad en general, pero hay otros que son particulares de los grupos culturales y
religiosos que integran dicha sociedad. El Estado habrá de garantizar, jurídica y eficazmente, la
articulación de los saberes de interés general con los propios de los referidos grupos o
comunidades del país. En el aspecto que aquí nos ocupa, el Estado debe hacer posible –por vía
de la escuela estatal como de la no estatal- la formación religiosa para los alumnos de los padres
que lo deseen (…).

En cualquier caso, los derechos de la sociedad y de los grupos sociales –especialmente


respecto a la orientación de la enseñanza sobre cuestiones éticas y religiosas- son anteriores a los
del Estado. Confundir sociedad y Estado es caer en totalitarismo”.

Esta enseñanza de los obispos españoles es una aplicación de la doctrina social de


la Iglesia. En este sentido, el Papa Benedicto XVI escribió:

“No pertenece al Estado, ni siquiera a los partidos políticos que se cerrarán sobre sí
mismos, el tratar de imponer una ideología por medios que desembocarían en la dictadura de los
espíritus, la peor de todas. Toca a los grupos establecidos por vínculos culturales y religiosos –
dentro de la libertad que a sus miembros corresponde- desarrollar en el cuerpo social, de manera
desinteresada y por su propio camino, estas convicciones últimas sobre la naturaleza, el origen y
el fin del hombre y de la sociedad”.

3. La enseñanza religiosa escolar, integrada en la formación humana

Como decíamos más arriba, la formación religiosa debe impartirse en la época


escolar y en el ámbito académico. Esa edad es la más apta para asentar en el niño los
grandes principios que confluyen en su personalidad.

En efecto, la enseñanza de la religión contribuye a afianzar lo que señalábamos


como “objetivos propios” de la educación escolar. He aquí una relación de efectos
inmediatos que se siguen cuando la enseñanza de la religión se convierte en materia
académica. Son coincidentes con los anteriores reseñados y constituyen objetivos
irrenunciables de la función educativa de la escuela. Estos son los más destacados:

 La instrucción religiosa amplía los conocimientos culturales que, bajo el prisma


religioso, adquieren su verdadera dimensión, dado que, al conocer su origen, sitúa al
alumno ante la tradición cultural en que surgen.

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 El sentido religioso desarrolla la maduración de juicio, pues facilita la aplicación a la


vida concreta de los demás conocimientos adquiridos, los cuales se desarrollan a partir
de los principios que les dieron origen. Además, la religión ayuda a discernir los
verdaderos valores y posibilita un juicio crítico sobre las realidades sociales.

 La formación religiosa escolar contribuye poderosamente a la formación integral de


la persona, dado que influye en el ejercicio responsable de la propia libertad, orientando
la vida por el camino de los principios éticos.

 La vida religiosa favorece de un modo eficaz al equilibrio psíquico de la persona,


puesto que sitúa la vida afectivo-sentimental bajo la protección de unos principios
religiosos, que liberan al hombre de estar a merced de los primeros estímulos.

 Asimismo, es claro que la formación religiosa da al individuo un motivo más para


compartir con todos los demás hombres las exigencias de la vida social. Los preceptos
morales que imparte la religión son postulados éticos para la convivencia entre los
hombres, al mismo tiempo que urgen el cumplimiento de los diversos deberes sociales.

 Finalmente, la enseñanza religiosa presta al hombre la verdadera cobertura


intelectual que, al tiempo que fundamenta los demás valores, los orienta a su última
significación: el cultivo de la verdadera dignidad de la persona humana como criatura e
hijo de Dios y el respeto a todos los demás hombres como hermanos.

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