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La Gran Presa del Renacimiento y la lucha por

controlar el Nilo
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Daniel Rosselló 22 abril, 2020

Los fracturados cimientos del mundo árabe se desmoronaron en las revueltas de 2011,
que resuenan todavía en la región. Pero este terremoto hizo que se movieran arenas
geopolíticas mucho más lejanas, muy al sur del Mediterráneo. Remontando el Nilo, la
inestabilidad por la que pasaba Egipto en 2011 dio a Etiopía la oportunidad perfecta para
iniciar, por fin, un proyecto paralizado durante años: la Gran Presa del Renacimiento
(GERD, por sus siglas en inglés).

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Esta enorme obra arquitectónica lleva en los planes de los gobernantes etíopes desde
mediados del siglo pasado, cuando se realizaron las primeras mediciones. Sin embargo,
la inestabilidad interna del país y la firme oposición de Anuar el Sadat, presidente de
Egipto entre 1970 y 1981—que llegó a amenazar a Etiopía con llegar a las armas—, y de
Hosni Mubarak, su sucesor, impidieron que se llevara a cabo. Mubarak cayó en enero de
2011, coincidiendo también con un momento de debilidad del otro país más implicado en
el curso del Nilo, Sudán, que estaba sufriendo la escisión de su región meridional,
independizada como Sudán del Sur. Aprovechando la coyuntura, el primer ministro
etíope, Meles Zenawi, inició la construcción de la presa en abril de 2011.

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Nueve años después, con Egipto aún herido por las consecuencias de la revolución y
Sudán inmerso en una transición a la democracia tras la caída de su dictador, Omar al
Bashir, en 2019, Etiopía está lista ya para comenzar el llenado de su presa. Sin embargo,
el resto de los pretendientes del río también están dispuestos a luchar por un recurso del
que depende su propia supervivencia.

Para ampliar: “Geopolítica del Nilo: la guerra por el trono del faraón”, Daniel Rosselló en
El Orden Mundial, 2015

Los derechos históricos contra los tiempos modernos


Los países de la cuenca del Nilo se enfrentan por quién tiene derecho a disfrutar de sus
aguas cuánta cantidad les corresponde, dos cuestiones heredadas de la época colonial.
Etiopía, que se jacta de ser —junto con Liberia— el único país del continente que no fue
colonizado por potencias europeas, fue precisamente por ello excluido de derechos
sobre el Nilo en virtud del tratado anglo-etíope de 1902. A ello se añadió el tratado entre
Egipto y Reino Unido de 1929, por el que Egipto obtuvo poder de veto sobre toda obra
arquitectónica que se llevara a cabo río arriba y que pudiera poner en peligro el flujo de
agua. Posteriormente, en 1959, con Egipto y Sudán ya independientes, ambos países
firmaron un acuerdo por el que se garantizaban 55.000 y 18.500 millones de metros
cúbicos respectivamente, lo que suponía en aquel entonces el 99% de toda el agua que
fluía por el codiciado río.

Egipto y Etiopía son dos de las principales potencias africanas y se enfrentan por el control del Nilo.

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De esta forma, los países del curso alto quedaron sin derechos sobre el Nilo. De hecho,
Uganda, Kenia, Ruanda, Burundi y Tanzania ni siquiera habían alcanzado la
independencia en aquel momento. Por su parte, Etiopía, por cuyo territorio corre el Nilo
Azul —que aporta más del 80% del caudal que llega a Egipto en temporada de lluvias—
trató de recuperar la soberanía sobre sus recursos hídricos, chocando indirectamente
contra Egipto en diversos conflictos bélicos.

Para ampliar: “La lucha por el oro azul en Oriente Próximo”, Mónica Chinchilla en El
Orden Mundial, 2017

Mientras tanto, Egipto y Sudán construirían sendas presas para fomentar su desarrollo
agrícola y potencial hidroeléctrico: las de Asuán y de Khashm al Girba, respectivamente.
Egipto, donde el Nilo cubre el 95% de las necesidades hídricas, puso también en marcha
gigantescos proyectos de irrigación para convertir enormes extensiones de desierto en
campos de cultivo, lo que a su vez hizo que sus necesidades hídricas aumentaran.

No fue hasta 1999 cuando todos los países implicados lanzaron la Iniciativa de la
Cuenca del Nilo para gestionar los recursos del río de manera equitativa y cooperativa.
Sin embargo, cuando en 2010 los países del curso alto propusieron hacer una institución
permanente de esta iniciativa y reclamaron más derechos, Egipto y Sudán se negaron a
firmar, defendiendo sus “derechos históricos”.

Frente a los derechos históricos, Etiopía presenta sus “derechos naturales” como
territorio por el que transcurre el Nilo, y ve en la Gran Presa del Renacimiento una
garantía para su desarrollo. Esta presa es la más grande del continente, con 145 metros
de altura, capacidad para almacenar 67.000 millones de metros cúbicos en un lago de
247 kilómetros y potencial de cerca de 6.500 megavatios, lo que supone alrededor de
16.000 GW/h al año. El Gobierno etíope espera conectar a la red a los más de sesenta
millones de personas todavía sin acceso a electricidad en el país, y tendría aún de sobra
para exportar. También podría convertir 500.000 hectáreas de tierra en zona cultivable,
protegiendo de la hambruna a diez millones de etíopes, algo de vital importancia en el
Cuerno de África, periódicamente asolado por la sequía.

En definitiva, gracias a su presa, Etiopía podría aumentar su producción agrícola,


protegiéndose contra los efectos del calentamiento global, y convertirse a la vez en el
mayor productor y exportador de energía del continente. Además, el Gobierno etíope
defiende que la presa no reducirá el flujo de agua ni las capacidades de producción de
energía de Sudán y Egipto. Sin embargo, sus adversarios entienden que en esta partida
se juegan su propia existencia en un mundo en el que el agua es un bien cada vez más
preciado; más si cabe para dos gigantes como Egipto y Etiopía, con poblaciones ya por
encima de los cien millones y que quieren asentarse como potencias regionales.

Para ampliar: “El terror climático en el Cuerno de África”, Mónica Chinchilla en El Orden
Mundial, 2017

El Nilo, ¿escenario de futuras guerras?

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Etiopía está lista para llenar la presa, un proceso que puede empezar en julio de 2020,
después del inicio de la estación de lluvias. No lo impedirá ni la Declaración de Principios
firmada en 2015 por Egipto, Sudán y Etiopía, ni los cada vez más desesperados intentos
de Egipto por conseguir compromisos de Etiopía en cuanto a cuotas de agua. Etiopía
quiere evitar a toda costa un compromiso permanente que coarte su capacidad de
producción energética, y menos aún que tenga nada que ver con las cifras establecidas
en 1959. Por el contrario, apuesta más por un sistema flexible de revisiones periódicas
para asegurarse un reparto más equitativo y en función del flujo anual de agua.

Tampoco los intentos de mediación de Estados Unidos ni una resolución de la Liga


Árabe, declarando su firme y total apoyo a Egipto en esta disputa, han amedrentado al
Gobierno etíope. La primera reunión en la que Washington actuó como anfitrión se
celebró en noviembre de 2019 con representantes de Etiopía, Sudán y Egipto, y en ella
se consiguió poco más que establecer los temas sobre los que existe disputa. En la
segunda ronda de negociaciones, a finales de febrero de 2020, el ministro de aguas
etíope dio plantón al resto de participantes. Por su parte, la resolución de los dirigentes
árabes, de marzo de 2020 y en la que que defendían a toda costa los derechos de Egipto
sobre el Nilo, fue repudiada por Adís Abeba.

La coyuntura también está ayudando a Etiopía: la situación política no termina de


estabilizarse en Egipto ni en Sudán, y el coronavirus ha golpeado con mucha más fuerza
al país de los faraones. Mientras, a Etiopía le conviene que el tiempo siga corriendo para
reforzar su posición antes de que se alcance un acuerdo definitivo. En este contexto,
distintas potencias internacionales están tratando de entrar en escena para aumentar su
influencia en una región de creciente importancia para la economía mundial.

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La población de Egipto y Etiopía no deja de crecer, lo que explica el interés de ambos en tener el control sobre
el Nilo.

La primera de ellas es Rusia. El Gobierno ruso acogió el Foro Económico ruso-africano


en octubre de 2019. Allí, en presencia de otros 42 líderes africanos, incluido el primer
ministro etíope, Abiy Ahmed, el dictador egipcio Abdelfatá al Sisi y Putin subrayaron la
importancia de su alianza estratégica, que se extiende al ámbito comercial, al de la
energía nuclear y al militar. Egipto y Rusia comparten intereses en Libia o Siria, donde Al
Sisi ha afirmado que está dispuesto a reconocer como presidente a Bashar al Asad,
aliado de Rusia, una vez termine la guerra. Asimismo, ante el fracaso de Washington,
Moscú se ha ofrecido a mediar en el conflicto de la GERD. Sin embargo, esto no implica
un apoyo frontal de Rusia a Egipto: Putin busca avanzar posiciones en todo el continente
y en todos los ámbitos, y Etiopía no queda fuera de su punto de mira; los lazos entre
ambos países son cada vez más fuertes y diversificados.

Para ampliar: “Rusia en la carrera comercial por África”, Alicia García en El Orden
Mundial, 2019

Esta compleja red de lealtades no se limita a Rusia. Dos de los países árabes que más
decididamente han apoyado a Egipto, Emiratos Árabes y Arabia Saudí, son grandes
inversores en Etiopía y también en la propia GERD, una fuente de energía vital para dos
naciones que buscan reducir su dependencia del petróleo. En este juego también están
involucrados Israel, Turquía y China. Incluso el propio Sudán, de entrada defensor de los
derechos históricos junto con Egipto, se ha desmarcado de la resolución de la Liga
Árabe, defendiendo una declaración menos beligerante. Al fin y al cabo, a Sudán le

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interesa mantener relaciones cordiales con su vecina Etiopía, a quién podría comprar la
energía que la nueva presa genere y reducir con ello su dependencia energética de
Egipto.

Son muchos los intereses imbricados en la competición de los países del Nilo, pero, a
pesar del tono confrontacional, lo cierto es que las potencias internacionales prefieren el
diálogo y la estabilidad a la guerra, al menos por el momento. El Gobierno egipcio está
descubriendo que su defensa de los derechos históricos tiene un límite, y que tendrá que
ceder terreno antes o después. Además, el equilibrio de fuerzas se está inclinando en
favor de los países del curso alto, como Ruanda, con creciente influencia en el
continente, lo que también beneficia a Etiopía.

Así pues, no debe esperarse ni una resolución ni un choque directo entre las dos partes
en el corto plazo. Por si fuera poco, a medida que avance el cambio climático, los países
africanos deberán reforzar su cooperación para asegurar un acceso equitativo al agua si
no quieren entrar en enfrentamientos bélicos constantes. Sin este compromiso, la
supervivencia de las naciones del continente no estará asegurada. Quizá a Egipto le
acabe interesando colaborar con Etiopía, una potencia económica en crecimiento que es
mejor tener como aliada que como enemiga.

Para ampliar:”Etiopía y el despertar del león africano”, Fernando Arancón en El Orden


Mundial, 2016

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