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Gansley
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UN IMPERIO MEDITERRÁNEO
E l MARCO
Además, dado que se halla en un punto situado entre, por un lado, las
razas más grandes y, por el otro, Grecia y la mayor parte de Libia, no sólo es
naturalmente apropiada para la hegemonía, ya que, por el valor de sus gentes
y por su extensión, supera a los países que la rodean, sino que, además, le es
fácil aprovechar los servicios de los mismos por estar cerca de ellos (286).
Plinio el Viejo, que escribió a mediados del siglo i de nuestra era, alabó
la productividad de la península italiana como Varrón hiciera un siglo antes
(Varrón, 1.2; Plinio, HN, 37.201-2, 3.39-42).
A ojos de Estrabón, estas ventajas naturales no se daban exclusivamen
te en Italia, sino que pertenecían al conjunto de la región mediterránea:
Nuestro mar interior tiene una gran ventaja en todos estos aspectos
[ventaja sobre el mar exterior]; y, por ende, con él debo empezar mi descrip
ción. Y mucho mayor en extensión aquí que allí es la parte conocida, y la
parte templada y la parte habitada por ciudades y naciones bien gobernadas.
Asimismo, deseamos saber de las partes del mundo donde la tradición sitúa
1. Estrabón, 286; cf. Varrón, 1.2. Sobre Italia, también Plinio, H N, 37.201-202; 3.39-42.
Brunt, 1978, pp. 164 ss., reúne los textos, principalmente de Livio, Cicerón y Polibio, sobre
factores causales no geográficos.
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más hechos de acción, constituciones políticas, artes y todas las otras cosas
que contribuyen a la sabiduría práctica; y estos son los lugares que se encuen
tran bajo gobierno, o, mejor dicho, bajo buen gobierno (122).
4. Según un cálculo de Hopkins, 1978a, pp. 68-69, el 32 por 100 de los seis millones de
habitantes de Italia residían en ciudades.
5. Véase CAH, X, cap. 9,12; XI, cap. 4,6, para crónicas estándar de conquista y
creación de fronteras. También Luttwak, 1976; G. B. D . Jones, 1978.
6. Klotz, 1931; Dilke, 1985, cap. 3.
18 EL IMPERIO ROMANO
zo militar se atascó entre el Rin y el Elba; los germanos, que en todo caso
ya eran unos adversarios formidables, pudieron sacar partido de la ignoran
cia del terreno por parte de los romanos.
Más allá del motivo de la pura conquista, consideraciones estratégicas y
a veces económicas desempeñaron algún papel en la configuración de las
campañas de los emperadores que se mostraron activos en el terreno militar.7
En el caso de Augusto, estos motivos ayudan a explicar, por un lado, la
conquista de las tribus hasta entonces indómitas de Cantabria y Asturias, en
el interior de la península ibérica, con el objeto de explotar los recursos
minerales de las montañas y mejorar la seguridad de las llanuras costeras y
los valles fluviales; y, por el otro lado, el hecho de que no se hiciera campa
ña en Britania, a la que se consideraba pobre en recursos y no representaba
una gran amenaza para la Galia (Estrabón, 115-116). La anexión de Britania
en el año 43 d.C. sirvió para distraer la atención de las dificultades políticas
de la accesión y los primeros años de Claudio; no se debió a que los sabios
de Roma hubiesen cambiado de parecer en lo tocante al valor del país. El
convencimiento de que Britania no tenía ningún valor para Roma siguió
existiendo (Apiano, BC, pref. 5).
En otras partes, la frontera oriental era el principal teatro de guerra.
Persia ejercía una atracción fatal en los emperadores con mayores ambicio
nes militares, como hiciera antes con una sucesión de emuladores de Alejan
dro Magno en los últimos decenios de la república, especialmente Craso,
César y Antonio. Trajano (96-117 d.C), después de sus dos guerras en la
Dacia y la anexión final de la misma, llevó a cabo una campaña vigorosa al
este del Eufrates, cuyo resultado fue la fundación de las efímeras provincias
de Armenia, Partía y Asiría (Adiabena, más allá del Tigris). Su motivación,
según el historiador Dión Casio (68.17.1), era el deseo de gloria. La expedi
ción que Lucio Vero llevó a cabo en 167 d.C., internándose mucho en el
territorio de los partos, fue de castigo más que de anexión, pero Septimio
Severo fundó las provincias de Mesopotamia y Osroene más allá del Eufra
tes a finales del decenio de 190. Dión Casio, contemporáneo suyo, no estaba
convencido de la permanencia de estas conquistas;
R o m a , I t a l ia y l a e l it e p o l í t i c a
8. Véanse Sherwin-White, 1973, pp. 259 ss., con bibliografía; Saller, 1982, cap. 5.
20 EL IMPERIO ROMANO
17. Cf. Estrabón, 155, 186, 197, sobre los celtas del norte de la Galia. Cicerón, pro
Font., 27-36, criticó a los galos, pero también censuró a todos los provincianos. Véase Brunt,
UN IMPERIO MEDITERRÁNEO 25
Diodoro escribía poco antes del gran periodo de expansión bajo Augus
to. Estrabón vivió el citado periodo: «En el momento presente los romanos
llevan a cabo una guerra contra los germanos, partiendo de las regiones
célticas ... y ya han glorificado a la patria con algunos triunfos sobre ellos»
(287). Las palabras de Estrabón dan a entender que la misión de Roma en el
norte era esencialmente de conquista en vez de tener por objeto propagar la
civilización grecorromana.18 En otro pasaje, se reconoce tácitamente el efec
to que surtió Roma en la forma de vivir de los bárbaros conquistados:
1978, pp. 185 ss. Los romanos no habían olvidado el terror gálico, la conmoción del saqueo de
Roma hacia el año 386 a.C. Véase Peyre, 1970.
18. Véase la nota 7.
19. Véanse Thomson, 1948, pp. 192 ss.; Pédech, 1976, pp. 150 ss.; cf. Lasserre, 1982.
26 EL IMPERIO ROMANO
Ahora un país está bien definido cuando es posible definirlo por los ríos
o las montañas o el mar; y también por una tribu o unas tribus, por un
tamaño de tales o cuales proporciones y por una forma cuando ello sea posi
ble. Pero en todos los casos, en lugar de una definición geométrica, basta con
una definición sencilla y delineada aproximadamente. Así, en lo que concierne
al tamaño de un país, es suficiente si se indican su longitud y su anchura
mayores; y en lo que se refiere a la forma, si se equipara un país a una de las
figuras geométricas (Sicilia, por ejemplo, a un triángulo) o a una de las otras
figuras conocidas (por ejemplo, Iberia a una piel de buey, el Peloponeso a una
hoja de plátano) (83).
Ahora, todas las ciudades griegas florecen bajo vosotros, y las ofrendas
en ellas, las artes, todos sus embellecimientos os traen honor, como un adorno
en un suburbio (26.94).
Os preocupáis continuamente por los griegos como si fueran vuestros
padres adoptivos, protegiéndoles, y, por así decirlo, resucitándoles, dando
libertad y autogobierno a los mejores de ellos (26.96).
20. Véase el comentario de J. H . Oliver sobre la Oration 26, «The ruling power»,
Trans. Amer. Phil. Soc., 43 (1953). Para los griegos y los bárbaros, Or., 26.96, 100; cf.
35.20.36 (autor y fecha inciertos). Quizá se da a entender que a los romanos.había qiie interpre
tarles como griegos honorarios. Para una evocación explícita de este tema, véase Dionisio de
Halicarnaso, 1.89.1-2. Para los sacerdotes licios, véase Magie, 1950, Ap. II E, pp: 1.609-1.612.
Alrededor del 25-30 por 100 de los sacerdotes asiáticos (archiereis y asiarcas) son extranjeros o
aurelios.
21. Para Dión Casio, Miller, 1964. Syme, 1971, caps. 11-12, es excelente cuando habla
de Maximino y sus sucesores y de la importancia estratégica de los Balcanes.
28 EL IMPERIO ROMANO
de Britania, que no era hostil, sino incluso amistosa, desde la cual lanzó
Severo su expedición (76.12.1-13.4). Pero lo que merece estudiarse con ma
yor atención es el tratamiento de los panonios por parte de Dión Casio. Este
había prestado servicios en calidad de legado de la provincia danubiana de
la Alta Panonia y, por lo tanto, como él mismo insiste, sabía de qué escribía
(49.36.4). El ejército danubiano constituía la mayor concentración de tropas
fronterizas del imperio: unas diez legiones, más regimientos auxiliares. En
tiempos de inestabilidad, este ejército era una potente fuerza política. En el
año 193, Septimio Severo desempeñaba el cargo de gobernador de la Alta
Panonia y subió al poder aupado por las legiones danubianas. Antes de que
transcurriera mucho tiempo, el ejército, que reclutaba sus efectivos en la
región, ascendería a hombres oriundos de ella que habían empezado en
calidad de soldados rasos. Maximino, el gigantesco y heroico soldado de la
provincia de la Mesia Inferior que sustituyó al último de los Severos, Alejan
dro Severo, no fue más que el primero de una serie de emperadores balcáni
cos cuya culminación fue el gran reformista conservador Diocleciano.
Dión Casio no tiene nada que decir acerca del consulado (hacia el año
187) o los comienzos de la carrera de Maximiano, el soldado de Ptuj, o de
sus consecuencias para el futuro, aunque muestra interés por los progresos
irregulares de un tal Elio Triciano. Si la crónica que de su carrera hace Dión
Casio es completa, este soldado raso del ejército panonio fue sucesivamente
guardia del legado de Panonia, prefecto de una de las nuevas legiones partas
(bajo Caracalla, 198-217 d.C.), prefecto de la legión destinada en el monte
Albano (bajo el efímero emperador Macrino, 217-218 d.C.), senador por
adlectio especial y gobernador de la Panonia Inferior antes de que el empe
rador Heliogábalo (218-222) ordenara su muerte. Dión Casio le califica de
advenedizo y da a entender que su ascenso había suscitado críticas. Pero
algo se dice a su favor: murió porque había molestado a los hombres de la
legión del Albano con su disciplina estricta.22 Al cabo de unos diez años,
soldados exlegionarios pedían la cabeza de otro exgobernador de una provin
cia panonia precisamente por la misma razón (se emplean las mismas pala
bras). El hombre en cuestión —se trataba del propio Dión Casio—, después
de prestar servicio en calidad de cónsul por segunda vez en el año 229 d.C.,
abandonó Roma e Italia para siempre y se instaló en su provincia natal
siguiendo el consejo de un emperador, Alejandro Severo, que podía conce
derle honores, pero no protegerle (80.4.2 ss.). La amenaza procedía de los
soldados de la guardia pretoriana, que en otro tiempo eran hombres proce
dentes de Italia, Hispania, Macedonia y Nórica, hombres «de apariencia
bastante respetable y hábitos sencillos», pero que, desde la entrada triunfal
de Septimio Severo en la ciudad en el año 193 eran danubianos «de aparien
cia de lo más salvaje, habla de lo más aterradora y de lo más groseros en la
26. Den Boer, 1972, por ej. pp. 87 ss.; Bird, 1984, caps. 5-6.
2. GOBIERNO SIN BUROCRACIA
In t r o d u c c ió n
Los romanos controlaban un imperio muy extenso, sean cuales sean las
pautas históricas que se usen para medirlo. Sin embargo, no crearon una
administración imperial que hiciera juego con las dimensiones del imperio.
Un aparato funcionarial rudimentario era suficiente para un gobierno al que
sólo preocupaban los aspectos esenciales. Los objetivos básicos del gobierno
eran dos: mantener la ley y el orden y recaudar impuestos. Los impuestos
eran necesarios para pagar los salarios, sufragar los gastos militares y pro
porcionar espectáculos, construir edificios y repartir alimentos o dinero en
efectivo en la capital. Para cumplir estos objetivos tan limitados, los prime
ros emperadores tomaron el sistema republicano de administración senato
rial y lo ampliaron, creando más puestos para senadores, pero, además,
empleando por primera vez, en puestos de responsabilidad pública, a funcio
narios no electivos, a hombres del orden ecuestre o de la pequeña aristocra
cia y, de modo más controvertido, a esclavos y libertos de su propia unidad
doméstica.1
La expansión del número de puestos y la diversificación del origen
social de los funcionarios no entrañan en sí mismas un sistema administrati
vo más racionalizado o burocrático. Las funciones del gobierno continuaron
siendo esencialmente las mismas. Los emperadores no llevaron a cabo gran
des reformas sociales ni económicas, y no mostraron interés por inmiscuirse
mucho en la vida de sus súbditos. Por ende, no se registró ningún incremen
to espectacular del número de funcionarios nombrados por las autoridades
centrales. El imperio romano siguió estando subgobernado, en especial si se
compara con el imperio chino, que, proporcionalmente, quizá multiplicaba
por veinte el número de funcionarios del romano.2 Mientras tanto, el recurso
al mecenazgo, en lugar de a la aplicación de procedimientos y reglas oficia
les, determinaba la admisión y el ascenso de administradores que no eran
«profesionales» ni nunca lo serían.