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EUTANASIA

Hubo un filósofo que dijo “La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo y
para muchos un favor”.

Como todos sabemos las enfermedades no son un problema del pasado ya que a pesar
de que hemos desarrollado mucho la tecnología en cuanto a medicina se refiere se siguen sin
tener respuestas para muchos de los padecimientos que se conocen hoy en día. “La realidad es
que hoy en día cientos de personas enfrentan su muerte en medio de intensos dolores y su
enfermedad terminal a expensas del criterio del médico o sus familiares, sin el derecho a ejercer
opiniones más radicales para aliviarlo cuando nada funciona ya”.

Debido a que este tema involucra la muerte de una persona se ha convertido en algo que
se podría considerar controversial y las opiniones están prácticamente divididas por la mitad el
50% de las personas están a favor “para disminuir el dolor” o porque “las personas no merecen
esa agonía”, el otro 50% están en contra, principalmente por causas de objeción de conciencia
o por su religión ya que ellos afirman que si los médicos no crearon la vida no tienen derecho
a quitarla.

Y aunque los médicos quieran ayudar a terminar con el sufrimiento de los pacientes lo
tienen bastante difícil ya que el suicidio medicamente asistido (eutanasia) se considera un delito,
se castiga con cárcel y en el caso de los médicos pueden llegar a perder su licencia.

Por lo que se refiere al derecho a la vida se trata, en efecto, de un bien del que somos
titulares y, por tanto, del que podemos disponer siempre y cuando ese acto de disposición no
cause daño a terceros. Por tanto, conforme al derecho de libertad o autonomía, entra en nuestra
capacidad de disposición de ese derecho a la vida el decidir ponerle fin, si no causamos daño a
tercero. Lo diré así: porque tenemos derecho a la vida, es que tenemos un derecho al suicidio y
con mayor motivo un derecho a la eutanasia y al suicidio asistido.

Me parece claro que hay argumentos desde los cuales sostener ese carácter indisponible.
El más frecuente atribuye la condición de sagrado (insisto, en el sentido religioso) al derecho a
la vida porque arranca de la creencia en concepciones teológicas o religioso conforme a las
cuales el derecho a la vida es un don sagrado que nos ha concedido la divinidad y, por tanto, es
indisponible porque sólo Dios tiene esa titularidad, mientras que su criatura, el hombre, debe
limitarse a vivirla, mientras Dios decida que siga con ese don. De ahí también que se utilice con
tanta frecuencia el miedo como argumento en defensa de estos principios asegurando, por
ejemplo, que el reconocimiento de la eutanasia o del suicidio asistido abriría la pendiente
resbaladiza que llevaría a legalizar el asesinato masivo de enfermos, ancianos y discapacitados.
Me parece suficientemente justificado alegar que la vida es un derecho y que eso
comporta que la decisión libre de disponer de ese derecho forma parte del núcleo mismo del
derecho a la libertad que, jerárquicamente, es el derecho más importante. Por tanto, eso significa
que el derecho a decidir poner fin a la vida, el derecho al suicido, supone, con mayor motivo, a
que existe un derecho a la asistencia al suicido. Esto es, que existe un derecho a pedir la
eutanasia, que nace de la necesidad de garantizar la libertad del sujeto para decidir sobre su
propia muerte, un derecho que comporta el de tener los medios para decidir y hacer posible esa
elección. Más aún, se trata de un derecho a la eutanasia en sentido estricto del término, porque
aparece como juicio de esa expresión de la dignidad que es la libertad, la autonomía. Si tengo
dignidad es precisamente porque tengo libertad, autonomía. Es consecuente con esa dignidad
el disponer de una muerte digna. Y no hay muerte más digna que aquella que es libremente
elegida.

Pienso que todos deberíamos considerar que si una persona está lidiando con una
enfermedad dolorosa o en fase terminal, debería de poder decidir si quiere terminar con su vida
o seguir intentando porque al final la muerte no es tan grave, el dolor sí.

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