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LA SIGUANABA
De la cual todos los indios y principalmente los caciques se habían enamorado.
Cuando Sihuahuet cumplió alrededor de dieciocho años, un emisario del cacique
de mayor jerarquía de la región, se dirigió a ella indicándole que había sido elegida
para ser esposa de su jefe. Sihuahuet rehusó aceptarlo porque su corazón le
pertenecía a otro hombre, además el cacique en cuestión era cuarenta años
mayor que ella. Al saber aquel poderoso hombre la decisión de Sihuahuet, decidió
vengarse y envió a uno de sus guerreros a darle muerte al joven enamorado de
Sihuahuet y a ella la mantuvo cautiva en una cueva hasta que un shaman por
medio de un hechizo maligno la convirtió en una mujer fea y despreciable. Su cara
fue deformada, sus pechos crecieron hasta rozar sus pies y aquella piel tersa y
hermosa se había arrugado casi por completo. Desde ese entonces ella se pasea
angustiosa por la orilla de los ríos y las quebradas, intentando volver a ver al joven
que tanto amo y arrastrando sus pechos en las piedras.
Otra versión cuenta que fue su propia vanidad la que le convirtió de Sihuahuet
(mujer bella) a Siguanaba (mujer horrenda). Incluso existe una tercera versión que
hace alusión a las torturas y prisión que sufrió aquella desventurada joven por
parte del tirano que nunca pudo obtener su amor
El Sisimite o Duende
Resultado de imagen para el sombrero en caricaturas una variante de El
Sombraron de la región central. Los mayores lo describen como un hombre de
baja estatura, que siempre lleva puesto un enorme sombrero, similar al que usan
los charros mexicanos. Gusta de visitar por las noches los lugares en donde hay
ganado caballar y por lo general siempre escoge los mejores ejemplares. Les
trenza las crines para que le sirva de estribos y luego los cabalga. Luego de
montarlos se pone a correrlos en los potreros y los corrales y cuando es
sorprendido suelta una risa chillona y burlesca y desaparece. Se alimenta de
ceniza y tiene los pies para atrás, seduce a las mujeres bonitas de la región que
tengan el pelo largo para trenzarlo, si ellas acceden a su deseo él las posee
haciéndolas sus esclavas, y si no le son fieles les araña la cara y las golpea. La
única manera de dejarlo ir es pedirle que acarree agua en una red, y si él no
puede hacerlo, él mismo se ve en la obligación de retirarse. Refieren que en La
Cantiada también se le conoce al sombrerón con el sobrenombre de “mero
colochudo”, pero los entrevistados no supieron explicar porque se le dice de esa
manera.
En la República de El Salvador, se suele conocer con el nombre de Sipitio al
Sombrerón. La tradición oral lo presenta como hijo de la Siguanaba con el diablo.
Debido a la cercanía de ese país con el municipio de Asunción Mita, no es de
extrañarse que acá también se le conozca con el referido nombre. Un ejemplo de
ello se encuentra en lo narrado por un niño en la aldea San Joaquín:
“Había una vez un hombre que le llamaban el Sipitio, salía por las noches y
asustaba a la gente y era muy pequeño, se decía que era hijo de la Siguanaba y el
diablo, era muy malo la gente al verlo salía corriendo de miedo. Era un espíritu
muy malo y era muy pequeño y usaba un sombrero muy grande”.
"Estoy tan amolado, que trabajaría hasta para el mismo demonio", exclamó un día
Tirso agobiado por las presiones económicas que lo hicieron capaz de clamar ese
nombre con todas sus fuerzas. De repente escuchó los cascos de una bestia que
cabalgaba en medio del monte. Entre los árboles apareció un hombrecito,
montado en un gran caballo y en lujosa silla, cuyos cinchas se amarraban hasta
arriba, para que el pequeño jinete alcanzara a meter los pies en los esrtribos.
Posó su caballo en frente de Tirso y con voz fina le preguntó: "¿de verdad querés
trabajar?
Tirso sintió un nudo en el estómago, pero el hambre le apretó más la tripa que el
mismo miedo y con la voz más delgada que la de aquel hombrecito, respondió a
medias: "ah chish, y por qué no".
Entonces le indicó el hombrecito , subirte en ancas que yo te llevo a trabajar al
Cerro Colorado, pero eso sí, te tengo que vendar los ojos, porque no podes ver el
camino hacia ese lugar. Cuando lleguemos, te destapo.
Tirso se dejó poner el pañuelo y se dispuso a emprender aquel viaje extraño, que
le prometía un pago por un trabajo que ni siquiera sabía de lo que se trataba. Por
el camino solamente oía los cascos del caballo, pero en algunos tramos, sentía
que el alma se le trastornaba pues escuchaba lamentos desgarradores y un
intenso olor a azufre. Los escalofríos fueron su única compañía.
Por fin se detuvo el caballo y el hombrecito desveló la mirada de Tirso y éste
comprobó lo que algunos contaban por las aldeas. Ese lugar era como lo pintaban,
sombrío, tenebroso, frío y lleno de gente trabajando de lado a lado.