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GOBERNANTES ECUATORIANOS IMPLICADOS EN CASOS DE CORRUPCIÓN


DURANTE EL PERÍODO 1830 -1883

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César Albornoz
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GOBERNANTES ECUATORIANOS IMPLICADOS EN CASOS DE
CORRUPCIÓN DURANTE EL PERÍODO 1830 – 1883

César Albornoz1

Resumen
La corrupción en las altas esferas del sistema político ecuatoriano nació con la república y no es,
como muchos creen, fenómeno de las últimas décadas. Sociológicamente hablando la corrupción
en la política es fenómeno inherente a toda sociedad dividida en clases sociales, sociedades que
funcionan mediante el abuso del poder (político, económico o espiritual) causa directa de la
corrupción. Mediante múltiples formas, el abuso del poder materializa la corrupción en sus
manifestaciones más usuales: el soborno o cohecho, la especulación, la concusión o extorsión, el
tráfico de influencias, el contrabando, la apropiación indebida de fondos públicos y privados con
el consecuente enriquecimiento ilícito, y una serie más larga de violaciones flagrantes a las leyes.
En el presente artículo se examinan, mediante el análisis documental, los casos concretos de los
presidentes Juan José Flores, Vicente Ramón Roca, Gabriel García Moreno e Ignacio de
Veintemilla.

Palabras clave: corrupción, soborno, cohecho, tráfico de influencias, concusión , nepotismo

Abstract

Corruption in the upper echelons of the Ecuadorian political system was born with the republic
and is not, as many believe, a phenomenon of the last decades. Sociologically speaking,
corruption in politics is a phenomenon inherent in every society divided into social classes,
societies that function through the abuse of power (political, economic or spiritual) that is the
direct cause of corruption. Through multiple forms, the abuse of power materializes corruption in
its most common manifestations: bribery, speculation, concussion or extortion, influence
peddling, smuggling, misappropriation of public and private funds with the consequent
enrichment illicit, and a longer series of flagrant violations of the law. This article examines,
through documentary analysis, the specific cases of Presidents Juan José Flores, Vicente Ramón
Roca, Gabriel García Moreno and Ignacio de Veintemilla.

Keywords: corruption, bribery, influence peddling, concussion, nepotism

1
Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la UCE.

1
INTRODUCCIÓN

La historia política del Ecuador en el lapso analizado está marcada por el dominio de
terratenientes, de la Iglesia y de los militares. Élites del poder que manejan al Estado y al
país como si fuera su hacienda. Un caudillismo asfixiante es la tónica de la época, por lo
que hay autores que lo subdividen en períodos nominados con el nombre del personaje
que usa y abusa del poder a su antojo o en beneficio de las élites que lo apuntalan en esa
posición de privilegio: floreanismo de 1830 a 1845, a pesar del paréntesis de Rocafuerte;
gobiernos marcistas de 1845 a 1859, aunque algunos llaman urbinismo a su segunda fase;
garcianismo de 1860 a 1875 y la dictadura de Veintemilla de 1876 a 1883.
La inestabilidad política es lo frecuente. Conflictos internacionales, guerras
civiles, sublevaciones militares y derrocamientos de presidentes es lo característico de
ese primer medio siglo de vida republicana, tan bien descrito por la pluma de Belisario
Quevedo (1931, pp.214-215): “en el primer lapso de cuarenta y cinco años tuvimos tres
guerras internacionales, cuatro intensas guerras civiles, siete sublevaciones militares,
cuatro protestas populares de carácter político, seguidas de matanzas, frecuentes saqueos
de ciudades enteras, pena de muerte, esclavitud, concertaje y veinticinco años de
militarismo, como carácter esencial del gobierno”, y respecto a la paz social apenas
“hemos pasado un lapso de paz completa, el presidido por Roca; tiempos de permanente
intranquilidad, los largos de Flores; y años desastrosos sin igual del 58 al 60”.
Gobiernos provisorios y encargados del poder reflejan esa inestabilidad política.
En la crisis del año 59, en el país se constituyen cuatro diferentes gobiernos en las
ciudades de Loja, Cuenca, Guayaquil y Quito. Cuando en 1875 es asesinado García
Moreno, dos ministros suyos le suceden de agosto a diciembre de ese año. Y cuando es
derrocado Veintemilla se instalan tres gobiernos regionales: el provisorio de Quito
dirigido por un pentavirato, el del Guayas liderado por Pedro Carbo y el de Manabí y
Esmeraldas bajo el mando del general Eloy Alfaro.
Llegados a la cúspide del poder político generalmente por golpes de estado o por
medio de constituyentes adaptadas a los intereses de las clases o grupos sociales que
representan, unos más otros menos, abusaron de él, aprovechándose para lograr incluso
beneficios personales. De esos actos de corrupción, practicados por algunos de nuestros
mandatarios, trata este estudio en las siguientes páginas que lo hemos dividido en cuatro
capítulos: El “padre de la patria”, El civilista Roca, El beato García Moreno y El
presidente de los siete vicios capitales.

2
I

EL “PADRE DE LA PATRIA”

El general de las guerras de la independencia, el


venezolano Juan José Flores quien, en la vorágine
de las luchas intestinas entre los jefes militares de la
Gran Colombia para repartírsela en despojos, se
quedó al mando de la república del Ecuador fundada
el 13 de mayo de 1830, inaugura también la larga e
interminable página de la corrupción en nuestra
historia republicana. Y sus primeras
manifestaciones se dan en relación con las siempre
controvertidas aduanas. De ello nos enteramos por
las desavenencias surgidas con su ministro de
Hacienda, quien al separarse del cargo devuelve
acusaciones con acusaciones:

El Sr. Valdivieso a su turno acusaba a Flores de manejos fraudulentos en la aduana y


Tesorería Departamental de Guayaquil. Decía que el agio había enriquecido a extranjeros
favorecidos y protegidos por Flores, y enseñaba una carta confidencial del Sr. Olmedo en
que daba detalles de los fraudes y ganancias ilícitas que habían hecho Armero,
Mardracha, Ibáñez, Pereira, Espantoso y algunos otros (Pedro Moncayo, 1906, pp. 69-
70).

Frente a esos actos delictivos que atentaban contra el interés del pueblo
ecuatoriano, se organizaron los patriotas aún imbuidos por los ideales que habían llevado
a término las guerras de la emancipación americana. Apareció El Quiteño Libre, periódico
alrededor del cual se formó una organización política liberal de unos 60 miembros. Allí
se denunciaban los turbios y lesivos negociados de Flores como este: “El 28 de Mayo de
1833 Flores solicitó en Guayaquil de sus amigos, los agiotistas, un empréstito de
trescientos treinta mil pesos, ofreciéndoles en hipoteca la renta de la República y
especialmente los rendimientos de la Aduana de Guayaquil” (Moncayo, 1906, p. 70).

3
Sabemos cómo terminaron varios compatriotas de este movimiento: asesinados
cruelmente y colgados sus cadáveres en las calles de Quito, por cuestionar al abusivo
presidente con sus incisivas interrogantes: ¿Con qué facultad, con qué derecho ha
negociado Ud. Ese empréstito y echado un gravamen oneroso sobre el tesoro nacional?
¿Ha pedido Ud. Autorización al Congreso para disponer tan libremente de las rentas
públicas? Y Pedro Moncayo, miembro de ese primigenio partido liberal ecuatoriano cree
que las ricas haciendas la “Elvira” y la “Chima” fueron adquiridas con ese dinero
ilícitamente conseguido por “un hombre que subió desnudo a la Presidencia y descendió
con más de cuatrocientos mil pesos” (Moncayo, 1906, p. 71). De paso nos descubre las
semejanzas de mandatarios inescrupulosos que, para lucrar mejor, cobijados bajo el poder
que les permitía hacerlo, descuidaban sus funciones en la capital, para estar más cerca de
la gallina de los huevos de oro: “Había entonces dos Presidentes en el Ecuador. El Sr.
Larrea, en Quito, ejercía el Poder Ejecutivo conforme a la Constitución, y Flores haciendo
de las suyas, en Guayaquil, como soberano independiente” (Moncayo, 1906, p. 71).
Diez años más tarde Rocafuerte (1844), exiliado en Lima, denuncia indignado en
sus famosos Manifiestos a la Nación los desafueros y abusos de Flores:

Lo que realmente ha hecho este independiente a empellones, Flores, este traidor a su


patria Colombia, este ingrato a su protector Bolívar, ha sido: ‒comprar con el fruto de sus
depredaciones las haciendas la Elvira, la Chima, el molino de la Chima, la Compañía, el
Sichinsi y Guápulo: construir un gran palacio que los ecuatorianos llaman el palacio del
robo; enviar agentes a París, a expensas de la Nación, a comprarle muebles de un lujo
extraordinario; comerciar en sales; hacer el contrabando de trigos de Chile; propagar su
sistema de cubiletes, de perfidias y de traiciones: ‒arrebatar al Ecuador su nacionalidad:
‒convertirlo en patrimonio suyo... (Rocafuerte, 1844, cit. Por Moncayo, 1906, p. 434).

Y el ilustre guayaquileño deja estampada su histórica definición del primer


mandatario ecuatoriano: Esta voraz sanguijuela os chupará toda la sangre ¡oh pueblo del
Ecuador! Si tardáis más tiempo en arrancarla de vuestro seno y arrojarla con
indignación a las playas de Puerto Cabello, de donde salió para vuestro tormento, y para
transformarse en verdugo de vuestra Independencia y asesino de vuestra Libertad. Ese
sentir de Rocafuerte había penetrado profundamente en el alma de los ecuatorianos, como
lo demostraron los hechos del año siguiente. La revolución del 6 de Marzo de 1845 lavó
las múltiples afrentas infringidas a la patria por el déspota gobernante. El Manifiesto del
Gobierno Provisorio del Ecuador ‒dirigido a los pueblos americanos‒ cuando explica las
causas del gran movimiento para derrocar a Flores señala entre el sinnúmero de razones,

4
aquellas que tienen relación directa con la corrupción en el manejo de los dineros del
pueblo:

(...) las quejas perpetuas contra los privilegios siempre odiosos: contra la escandalosa
disipación y misteriosa inversión de las rentas: contra las alteraciones de las Tesorerías
burlándose de las leyes del Crédito Público: contra la participación del Jefe de Estado en
las especulaciones de los particulares con el Fisco: contra la impunidad de gravísimos
excesos de aquellos agentes que servían al incremento de su poder y de su fortuna: contra
el atentado de arrogarse facultades, esencialmente Legislativas, en la alteración del valor
de la moneda, y en la autorizada y libre circulación de la falsa, provocando el grave delito
de la falsificación que se propagó con una tan impune como escandalosa publicidad:
contra la creación del papel moneda (atribución propia del Congreso), que fue la causa
fundamental de esta lamentable decadencia de nuestro comercio, y en cuya amortización
tuvo que perder nuestro Erario como doscientos mil pesos...2

La inclinación a delinquir de Flores, abusando del poder político del que estaba
investido, llega a extremos insospechados como aquel caso de la cuantiosa herencia
dejada por el latacungueño Vicente León, que nos refiere el prolífico y estudioso
investigador de nuestra historia Neptalí Zúñiga. Al fallecer en la ciudad de Lima, el doctor
Vicente León decide testar a favor del desarrollo de su ciudad natal la importante suma
de 100.000 pesos, de la cual se logró recabar alrededor de 80.000 pesos. Pero el acto de
filantropía se vio manchado por los abusivos manejos del gobierno de Flores. El dinero
dejado quería Vicente León sirviera para la fundación de un centro de estudios moderno,
lo cual se cumplió con la creación del Colegio de San Vicente en 1840, “con lo que se
inicia la intervención directa del oficialismo en la cuantiosa fortuna” (Zúñiga,1943, p.
256). El presidente Flores arbitrariamente ordena mediante decreto el traslado de los
capitales de Lima a Quito, “reglamentando la manera como debía colocarse esos valores”.
En este caso evidenciamos el tráfico de influencias que los políticos ecuatorianos
han practicado por más de 170 años: “Elementos de distinción social, política y de amistad
con el General, previo al pago del 6% anual e hipotecando predios rústicos, de
preferencia, reciben los valores que autorizan el Gobierno” (Ibid., pp. 256-257). Y quien
fuera distinguido catedrático de nuestra Universidad Central nos da nombres y cantidades
de los felices beneficiados de la fortuna pacientemente construida por un latacungueño
que, al morir, quiso que sirviera para el progreso de su provincia. He aquí los nombres,
varios de los cuales figuran en nuestra historia como diputados, senadores, ministros de
Estado y un vicepresidente: Roberto Ascázubi 2.000 pesos, Agustín Ribadeneira 2.000,

2
Manifiesto del Gobierno Provisorio del Ecuador, sobre las causas de la presente transformación,
Guayaquil, 6 de julio de 1845, Año 1° de la Libertad. En Anexos de Pedro Moncayo, op. cit., p. 446.

5
Vicente Aguirre 4.000, Luis Gómez de la Torre 500, José de Arteta 2.000, José Modesto
Larrea 10.000 pesos, José Miguel González 2.000, Joaquín Gutiérrez 1.000, Miguel
Carrión 2.000, Manuel Espinosa 3.000, Manuel Salvador 2.000 pesos. A Manuel López
Escobar le sirve de garante el propio Flores con la hacienda “La Elvira” para que tome
6.000 pesos de préstamo. Algunos como Miguel Carrión, gobernador de Pichincha, no
dejan ninguna garantía (Ibid., pp. 257-261). “Estas cantidades que se prestan desde el 5
de junio de 1840 hasta el 1° de octubre de 1841, ascienden a 27.000 pesos” (Ibid., p. 261).
En 1843 el gobierno “que no perdía tiempo en disponer de estos fondos” pide al
rector del Colegio de San Vicente que se dé un préstamo de 3.000 pesos a Joaquina
Guerrero de Caamaño, además de una letra por 15.000 pesos girada a favor, otra vez, de
Modesto Larrea, quien fuera vicepresidente en 1831 y se le consideraba el hombre más
rico de Quito, dueño de nada menos que 48 haciendas. De la detallada historia que hace
Zúñiga del destino de la apetitosa fortuna concluye que “hasta el año 1844, los fondos
fueron monopolizados por una docena de gente pudiente de Quito. Latacunga estuvo
excluída” (Ibid., p. 297).
Y Juan José Flores no podía quedarse a la zaga. A pesar de prohibiciones legales
expresas por el cargo que ocupa, por lo que la Junta Administrativa del Colegio San
Vicente le niega en primera instancia el crédito, ante la insistencia, le aprueba la cantidad
de 8.600 pesos, con la única garantía que deje su hacienda “La Elvira” como hipoteca
((Ibid., p. 265). La recuperación de los capitales e intereses de los jugosos préstamos
hechos a los grandes terratenientes genera muchos contratiempos al Colegio San Vicente.
Para ejemplificar veamos que acontece con Flores:

En el reclamo de los fondos en préstamo hubo serias dificultades. El General Flores se


traslada a Lima sin abonar ni un solo centavo de los 8.600 pesos. El Gobierno y el Colegio
intervienen en una forma fuerte para su pago. El 3 de agosto de 1853 ordena el Presidente
de la República al Rector imparta las órdenes necesarias a fin de que el Colector cobre lo
que adeuda. A los 8.600 pesos habíase añadido fuertes intereses, del 6% sobre el
empréstito.
Desde el 11 de mayo de 1840 y 4 de marzo de 1844, fechas en las cuales recibiera
el empréstito e hipotecara las haciendas, hasta cuando otorgara en Lima poder especial a
su hija en Quito, para que arregle la deuda con el Colegio, que fue el 13 de setiembre de
1855, no había abonado absolutamente nada. Por esta razón, el capital de 8.600 pesos
asciende a 14.000 (Ibid., p. 274).

Se le instaura juicio con amenaza de embargarle los fundos hipotecados. Para


evitar el remate Mercedes Flores de Salvador, su hija, que representa en la causa al
moroso, logra que el gobierno de Urbina alivie la situación autorizando a realizar una

6
“nueva operación por los 14.000 pesos, al 1% de interés mensual, para cumplir con el
reembolso total después de cuatro años” (Ibid., p. 274), hipotecando dos de las extensas
haciendas ‒Sinchig Grande y la Chima‒ que la familia Flores Jijón posee en la
jurisdicción de Guaranda.
Otros gobiernos también se aprovecharon de los préstamos de la herencia de
Vicente León. Pero personalmente a más de Flores, sólo Roca acudió a préstamo, de 530
pesos en su caso en 1847, en plenas funciones presidenciales. Haciendo memoria de los
encumbrados personajes que accedieron a esos dineros, Zúñiga resume:

En esta forma llegaron a ser deudores del Colegio de San Vicente, El General Juan José
Flores, D. Vicente Ramón Roca, Dr. José Modesto Larrea, D, Luis Gómez de la Torre y
Dn. Manuel G. Valdivieso, de 61.000 pesos, constando en los libros de contabilidad sólo
la cantidad de 32.000 como capitales efectivos y asegurados (Ibid., p. 280).

Así de honrados eran algunos de nuestros presidentes, vicepresidentes, ministros


de Estado, senadores y diputados en el siglo XIX.
Y parece que el asunto de las herencias era parte de la especialidad de Flores para
incrementar su fortuna, pues un hecho oscuro también aconteció con los herederos del
obispo Santander:

Otra iniquidad es el negocio celebrado por Flores con los herederos del Obispo Santander,
a quienes compró ese crédito por la tercera parte de su valor. Flores recogió del Tesoro
Público el crédito respectivo, pero no dio un centavo a los herederos del Obispo. Estos
reclamaron del Gobierno de Roca esa acreencia y el Ministro de Hacienda pasó el
expediente a la Cámara de Representantes; la comisión respectiva dijo en su dictamen
que el Tesoro Público no era responsable de esa cantidad y que los herederos debían
recurrir a los Tribunales de Justicia para compeler al deudor al pago de esta cantidad,
reservándose la Cámara el derecho de acusar al estafador y de exigir la responsabilidad
constitucional (Moncayo,1906, p. 201).

Como hombre influyente que era, el general que se ofreció en España para
conducir la Reconquista de las perdidas colonias, y a pesar de haber sido depuesto por
sus fechorías en contra del Estado y de ciudadanos ecuatorianos, cuando éstos reclamaron
justicia al nuevo gobierno, las autoridades se hicieron de la vista gorda. Así “sucedió en
1847 cuando se pidió que se levantara el proceso respectivo para esclarecer el negocio de
la hacienda de Babahoyo, celebrado entre Flores y D. José Anzuátegui.” Se refiere
Moncayo al caso de enajenación y traspaso de “La Elvira”, de cuya transacción el citado
personaje quedó en la completa ruina. Y concluye: “Este negocio ha quedado sepultado
en el misterio; y Flores y su familia disfrutando de los beneficios de un contrato

7
fraudulento, pacto inicuo de un hombre arbitrario, sin pundonor y sin conciencia”
(Moncayo,1906, p. 201).
Neptalí Zúñiga, al referirse a los dos períodos en que ejerció Flores la presidencia
de la república, también emite juicios poco favorables para este mandatario: “Los cinco
primeros años de República se caracterizaron, sobre todo, por la quiebra moral y
económica. Recáudase lo poco que había y se invierte dinero con simples órdenes del
General Juan José Flores” (Zúñiga, 1943, p. 284). Y en la segunda ocasión en la que
pretendió perpetuarse en el poder, cuando Flores nuevamente “es designado Presidente,
por votación indirecta del Congreso de 1839, los fondos del fisco comienzan a evaporarse,
sin pagarse ni a maestros, ni a empleados civiles de insignificante categoría, premiando
eso sí, al militarismo extranjero...” (Zúñiga, 1943, p. 285).
Similar juicio emite el destacado jurista Ramiro Borja, al calificar la gestión del
primer presidente de la república: “el despilfarro de los fondos públicos y la falta de
honradez en el manejo de ellos por Flores y sus agentes eran indudables; esa falta causaba
que, mientras la Nación gemía en la miseria por la desorganización, la fortuna particular de
dicho General aumentara con rapidez a pesar del boato con que se rodeaba” (Borja, 1979,
p. 331).
Criterio reiterado por muchos autores, entonces, que con Flores se echó las raíces
de la corrupción: “la moral social y política perdió el Ecuador, desde que su primer
Presidente dejó corrompida la virtud pública de la Nación” (Terán, 1896, p. 682).
¿Cómo era factible tanta impunidad?
Unos han dicho que un ejército violento y abusivo, pero mimado y controlado por
el general venezolano ‒su guardia genízara como la llamaba Rocafuerte‒ le permitían
tanto desafuero. Más importante es, sin embargo, el factor complicidad y participación de
las élites dominantes de la incipiente república, como se ha demostrado en líneas
anteriores. Un conocido jurista capitalino de la época, José María Laso, nos deja el
irrefutable testimonio de que lo dicho es así. En una carta dirigida a fray Vicente Solano,
quien le consulta acerca de la posibilidad de fundar un periódico en Quito para combatir
al tirano que ha osado meterse contra el catolicismo al ser permisivo con la libertad
privada de cultos, la descarta totalmente y enfría los afanes del fogoso cuencano con esta
respuesta:

Todo será como Flores quiera, porque él ha tenido la ciencia de ganarse a todos o
corromper a todos los que valen.

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V. R. observará que los primeros poetas, los primeros jurisconsultos, los más
ardientes demagogos, los más ricos propietarios, los comerciantes de más crédito, los
caballeros de más pergaminos, etc., etc., todos están con Flores, porque los ha interesado
en el agio y en los monopolios, porque los ha mandado pagar del Tesoro público deudas
imaginarias, indemnizaciones, etc., etc. (citado por Albornoz, 1966, p. 305).

La paciencia de los ecuatorianos se agotó luego de la promulgación de la nefasta


Carta de la Esclavitud, constitución con la que el déspota pretendía eternizar su dominio.
Los quince años de abusos habían sido suficientes para que los sectores más
comprometidos con el futuro del país se rebelaran contra la reducción de la soberanía
popular, la prolongación del mandato de altos funcionarios, los cargos vitalicios para los
magistrados del poder judicial y poderes ilimitados para el ejecutivo. La sangrienta guerra
civil, que se prolongó por varios meses, culminó con el derrocamiento de la dominación
floreana el 6 de marzo de 1845.

9
II

EL CIVILISTA ROCA

La restauración de la dignidad nacional en 1845, sin embargo, no significó que la


corrupción que tanto se combatía en Flores desapareciera en los que le sucedieron.
Don Vicente Ramón Roca, a pesar de ser uno de los próceres de la independencia
de Guayaquil, y uno de los triunviros firmantes del Manifiesto del Gobierno Provisorio
emitido el 6 de julio de 1845, donde se explicaba las
razones para deponer a Flores, parece que no pudo
sobreponerse a las tentaciones que el poder de un
Estado brinda a quien tiene sus riendas. Pues
múltiples son las acusaciones en su contra, tanto así
que fue llamado a declarar en el Congreso por ellas,
sin que se molestara en asistir.
La deuda externa y sus bonos fue el
irresistible botín que, desde su paso por el gobierno,
tentaría a varios presidentes a cometer infames
negociados. El de Roca se descubrió cuando, en cumplimiento con sus atribuciones, el
Congreso envió a dos de sus diputados a verificar si los empleados de la Oficina de
Crédito Público cumplían a cabalidad con sus funciones. Al revisar los documentos “se
encontró uno por trescientos mil pesos que se había introducido clandestina y
fraudulentamente. Era una negociación entre el Presidente Roca y la Casa de Conroy en
Lima sobre bonos ecuatorianos de la deuda inglesa, sin conocimiento de las Cámaras ni
del Comité de acreedores británicos en Londres” (Moncayo, 1906, p. 200).
Francisco X. Aguirre Abad afirma que en ese arreglo con Pedro Conroy ‒jefe de
la casa inglesa de Naylor Oxley y Compañía que funcionaba en la capital peruana‒ “se
había violado la ley, perjudicando los intereses fiscales de la nación y cometídose un
fraude manifiesto” (Aguirre, 1972, p. 360). Y nos explica en qué consistía el inmoral
acuerdo:

Por ese convenio Conroy se comprometía a entregar al gobierno del Ecuador la cantidad
de doscientos cincuenta mil pesos en bonos ecuatorianos de aquella deuda, que serían
para pagarlos por dividendos en cuatro años con el producto de la Aduana de Guayaquil.

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Se comprometía además a entregar 50.000 pesos por cuenta de los intereses vencidos, los
cuales serían pagados con terrenos baldíos a elección del contratista. Se comprometió por
su parte el Gobierno a tener secreta la negociación para que no llegase a noticia de los
tenedores de Bonos en Inglaterra y no se alterase el precio que se negociaba en la bolsa
(Aguirre, 1972, p. 359).

Y aclara el historiador guayaquileño el porqué del ilícito. El Ejecutivo estaba


autorizado a hacer arreglos con los acreedores en común y no aisladamente con alguno
de ellos. Además, al no haber pagado los intereses de esa deuda el Estado cometía fraude,
y no sólo eso:

En el negocio celebrado con Conroy el fraude era incomparablemente más odioso, pues
se hacía no en beneficio del Ecuador sino del especulador que le vendía a la par los Bonos
ecuatorianos, que no le costaban con cambio de moneda e intereses por correr, en los
cuatro años señalados para el pago, más de un doce o a lo sumo de un catorce por ciento;
de manera que se cometía un fraude en que Conroy ganaba aproximadamente, doscientos
mil pesos y el Ecuador nada (Aguirre, 1972, p. 360).

Eso no era todo:

Para cubrir los cincuenta mil pesos de los réditos vencidos, se le daba a la par los mejores
terrenos de la nación; y sin otra concesión para el Gobierno que la muy ridícula de
cargarle sólo cinco por ciento en lugar de los seis del contrato primitivo. Era una
transacción que desacreditaba al Gobierno del Ecuador con la masa de sus acreedores
defraudados regalando cantidades considerables a un hombre extraño sin que de esa
transacción sacase la nación ninguna clase de ventajas (Aguirre, 1972, p. 360).

Según el voluminoso informe que Emilio María Terán presenta a Alfaro en 1896
sobre la deuda inglesa, la compra clandestina de los bonos de la deuda anglo‒ecuatoriana
“dio por resultado el alza del precio en la cotización de dichos bonos” (Terán, 1896, p.
97). Y da detalles del ilícito realizado por el ministro Bustamante, como aquel de grabar
una lámina sin autorización de la ley para la emisión de los billetes por él firmados, sin
conocimiento de la dirección de Crédito Público (Terán, 1896, p. 118). Del prolijo análisis
que realiza saca la conclusión “que el ex – Presidente de la República y su Ministro de
Hacienda, no han tratado de sacar en el negocio de la deuda extranjera las ventajas que
debieran; y que lejos de eso han perjudicado inmensamente al país, y dado un golpe al
crédito del Estado disponiendo para el pago de una muy pequeña parte de la deuda más
de la mitad de los fondos que pudieron servir para la satisfacción de los intereses de toda
ella” (Terán, 1896, p. 117). Y en el favoritismo con los allegados al presidente –sus
sobrinos Bernardo y Agustín Roca‒ aflora el oscuro negocio. Según el informe que la

11
Comisión de Hacienda nombrada por la Cámara de Diputados presenta el 29 de octubre
de 1849:

Colígese (...) que en el negocio, además de Conroy, tienen parte quizá algunos personajes,
o cuando menos algunos deudos del ex – Presidente; pues no puede juzgarse que sin un
interés personal de esa naturaleza se hubiese celebrado un contrato tan escandaloso y tan
perjudicial para la Nación. Y lugar es éste de participar a la H. Cámara, que habiendo el
Vicepresidente de la República dado orden a la Gobernación de Guayaquil para recoger
los referidos billetes de manos de los tenedores, ha recibido contestación de que el Sr.
Agustín Roca se ha negado abiertamente a devolver los que el Sr. Ampudia le había
remitido (Terán, 1896, p. 117).

Agustín Roca y Bernardo Roca están “vinculados al representante inglés


[Conroy], a quien lo recomendaban en las más altas esferas del gobierno y con quien
participaban en algunos negocios” (Acosta, 1990, p. 75).
Los comisionados del Congreso, entre los cuales están Pedro Moncayo y Pedro
Carbo, terminan su informe acusando a Roca y a su ministro por la infracción de una serie
de artículos de la Constitución. De este criterio también es partícipe el general Emilio
Terán. Pero en su parecer, el primer mandatario impuso su autoridad, involucrando al
ministro Bustamante, que ingenuo y “sin valor suficiente para discutir las pretensiones y
propósitos que forja siniestramente el ambicioso ingenio de un gobernante ratero” (Terán,
1896, p. 141), le sirvió para sus protervos fines.
Como vemos, desde hace más de siglo y medio se ha enquistado en las entrañas
de la patria la inveterada costumbre de políticos de alto vuelo de pretender privilegios, en
retribución a su participación en jornadas transformadoras de nuestra sociedad.
Inescrupulosos en el siglo decimonónico como en los siguientes. Dicho por Aguirre de
esta manera:

La administración de Roca habría sido perfecta sin los lunares que la afearon en el manejo
de las rentas públicas, sobre todo en las preferencias con que se distribuían, lo que daba
lugar a especulaciones reprobadas en perjuicio de la mayor parte de los acreedores y
servidores del Estado, cuyos créditos y sueldos postergados se pagaban en efectivo a los
compradores. Sin embargo debe tenerse presente, que la revolución de Marzo, como todas
las revoluciones, había elevado a unos cuantos hombres sin conciencia y sin honor, que
se creían privilegiados por los servicios que habían hecho, y a quienes se hacía preciso
contentar para evitar nuevos trastornos (Aguirre, 1972, p. 361).

A pesar de las muchas loas que se han hecho de la honradez del prohombre
porteño, de quien se dice incluso que murió absolutamente pobre, la verdad histórica,
conservada en testimonios de personajes de toda tendencia política, las descalifican.

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Jacinto Jijón y Caamaño, quien no esconde sus simpatías por un gobernante que en su
período favoreció al conservadorismo, dice que Roca “carecía, como comerciante
administrador público, de la reputación de escrupuloso en el manejo de lo ajeno, y, al
parecer, con fundamento” (Jijón, 1929, p.301).
Otro conservador, el padre Berthe, famoso por su defensa e idolatría de García
Moreno, corrobora la mal ganada fama de Roca. Este comerciante, dice el sacerdote
francés, “se había distinguido en los últimos tiempos por una grande animosidad contra
el General Flores. Él no podía perdonar a su antiguo amigo, que hubiese frustrado su
candidatura para la vicepresidencia de la República.” Y luego de esa introducción, se
destapa al retratar al personaje: “Era, por lo demás, un hombre astuto y vengativo, de
talentos mediocres, de conciencia poco escrupulosa y de sangre muy mezclada. Los
patriotas sentían una repugnancia instintiva por este mulato, enriquecido con el
contrabando…” (citado por Borrero, 1968, p. 69). Esto dice en la primera edición (1887)
del panegírico a García Moreno. En ediciones posteriores, seguramente cayendo en
cuenta del torpe racismo en que incurre, suaviza la redacción, pero mantiene la esencia
de sus afirmaciones:

Aunque de origen plebeyo y sangre mestiza, aspiraba francamente al sillón presidencial,


y gran número de conservadores que conocían su habilidad para los negocios, su espíritu
práctico y su energía, que frisaba alguna vez con la dureza, no estaban muy distantes de
otorgarle sus votos, considerándole un baluarte contra los revolucionarios. Los jóvenes,
por el contrario, los patriotas y letrados, mirando con desdén toda política rastrera, y
despreciando al mulato enriquecido por el contrabando… (etc., etc.) (Berthe, 1892, p.
124).

La mala reputación e inescrupulosidad de don Vicente Ramón era proverbial en


su ciudad natal. La historiadora Rocío Rosero Jácome escribe sobre las presiones que
como opositor al gobierno de Flores ejerce sobre Vicente Rocafuerte, gobernador del
Guayas en ese entonces. Roca, “negociante y acreedor estatal… exigía los
correspondientes pagos vencidos. El erario no tenía de dónde solventarlos, aparte él, para
acrecentar sus ganancias descontaba papeles fiduciarios con ventajas del 20% al 50%; era
un negociante mañoso” (Rosero, 1994, p. 354). Y, para sustentar lo aseverado, la
historiadora transcribe una carta fechada en junio de 1842 de Rocafuerte a su compadre
Juan José Flores en la que lo califica en duros términos:

El principal de estos trastornadores es Roca, y ¿qué más quisiera que le desterrasen?


Entonces tendría buen pretexto para quebrar por segunda vez, y cancelar cuentas con sus

13
acreedores a quienes está debiendo más de 100.000 pesos, pues él recibe dinero de todos
y a nadie paga (Rosero, 1994, p. 354).

Puesto en serias dudas nada menos que el patriotismo del futuro presidente
ecuatoriano por Rocafuerte, para quien más manda en el corazón del comerciante el vil
dinero. Y tan mala opinión tenía el ilustre pensador guayaquileño de su paisano, que ha
resumido ‒en otra carta dirigida al señor Rufino Cuervo quien le pide le ayude como
autoridad política del Guayas a recuperar una deuda‒ todas sus debilidades de discípulo
de Mercurio:

En cuanto al negocio del señor V. R. Roca de que Ud. me habla, debo decirle que este es
un hombre muy trabajoso para pagar lo que debe; es muy veterano en la carrera de la
intriga y de la estafa, y como sabe que no hay justicia entre nosotros, él se entrega con el
mayor descaro a las más escandalosas depredaciones, apoyando la impunidad de su
inmoral conducta en las tramoyas de los corsarios forenses, tinterillos y ministriles de la
corte. No hay abogado alguno de talento, probidad y confianza, a quien se pueda confiar
el negocio en cuestión. En mi opinión, lo más acertado sería elegir en Quito a un abogado
de la entera satisfacción de Ud., y que éste venga a esta ciudad con poderes, instrucciones
y todos los medios legales de compeler a Roca a pagar lo que le debe; por mi parte, yo
ayudaré al que venga a cobrar esa deuda, de otro modo se expone Ud. a perder tiempo, el
dinero y la paciencia (Rocafuerte, 1988, pp. 719-720).

La inveterada impunidad de los poderosos, amparada en un poder judicial venal y


servil, dibujada de cuerpo entero por Rocafuerte, como para recordarnos a los
ecuatorianos, que aquí en el Ecuador, la corrupción seguirá tan campante mientras la
justicia esté en manos de los corsarios forenses, tinterillos y ministriles de la corte.

14
III
EL BEATO GARCÍA MORENO

Este presidente que para muchos ha sido


paradigma de honestidad y honradez también
comete abusos de poder que le hacen partícipe
en actos de corrupción.
Tanto se ha insistido con la falacia de que
más honesto u honrado que García Moreno es
imposible en la faz de la Tierra que Roberto
Andrade, fastidiado ante la cansina repetición
mecánica por parte de escritores nacionales y
extranjeros, escribe: “No se le puede probar que
defraudó porque documentos se perdieron en
los 20 años de la tiranía del cadáver; pero si es
cierto que aumentó su riqueza personal, sin
derecho, pues su tiranía fue usurpada”.
Tampoco puede eximirse de sacar la lógica conclusión de cómo el poder de García
Moreno favoreció no solo a él, sino incluso a su familia: “Un hermano de García Moreno
salió millonario, desde su primer período; y debe haber cooperado a tal riqueza la
protección indebida del tirano” (Andrade, 1932, p. 171). Se refiere a Pedro Pablo,
propietario de la hacienda cacaotera “Playas”, dueño de muelles y accionista del Banco
del Ecuador, casado con Virginia Flores Jijón, hija de Juan José Flores. Y ataca de paso
el nepotismo, fuente de tanta infamia de no pocos presidentes ecuatorianos, en el que
incurre el que tenía nombre de arcángel como diría en alguno de sus escritos Montalvo:

Púsose por segunda vez en uso del nepotismo. La de García Moreno y la de Flores componían
una sola familia, desde que una hija de Flores se había casado con un hermano del primero. A
José García Moreno, uno de sus hermanos, y a quien en Guayaquil apodaban el Trabuco,
nombróle Jefe General de Policía y Jefe Político a Miguel, otro de sus hermanos. Administrador
de sales en Babahoyo, al clérigo Manuel, también su hermano, Vicario Capitular y Gobernador
del Obispado (Andrade, 1970, p. 338).

15
Por lo atrabiliarios que eran los hermanos García en el cumplimiento de sus funciones,
se habían ganado la fama de locos en Guayaquil, y el pueblo había acuñado esta frase: “La
sotana y el trabuco están ejerciendo doble tiranía” (Andrade, 1970, p. 338).
Otra de las facetas de García Moreno es la violación constante de las leyes para
favorecer a sus incondicionales.
Anteriormente nos referimos al caso de la hacienda “La Elvira” de Babahoyo que
fraudulentamente había pasado a manos de Flores perjudicando a la familia Anzóategui.
Hecho acontecido por el año 1833, sin embargo, el dueño y sus hijas habían insistido en
la devolución de la misma por incumplimiento de lo estipulado en el contrato. La
perseverancia de los perjudicados había logrado que les devuelvan su bien inmueble. Pero
después de 1859, el “año terrible” en que el país estuvo al borde de la disolución con
cuatro gobiernos diferentes y las ambiciones territoriales de Colombia y del Perú de por
medio, el desenlace de la encrucijada histórica concluyó con el triunfo de las fuerzas que
se agruparon alrededor de García Moreno. Juan José Flores su antiguo enemigo le presta
los servicios de su espada, y como favores se devuelven con favores, aprovechó la
oportunidad para reclamar la devolución de “La Elvira”. Pedro Moncayo nos facilita los
datos para enterarnos como los presidentes ecuatorianos, que deberían ser los primeros
en defender las leyes de la patria, se olvidan del juramento ante el pueblo cuando sus
conmilitones lo requieren, haciendo tabla rasa de ellas:

Con el triunfo del 24 de Setiembre todas las cosas cambiaron. García Moreno por una
providencia arbitraria y despótica anuló sentencias ejecutoriadas y pasadas en autoridad
de cosas juzgadas. ¿Quién podía discutir con los vencedores?... Así han quedado las cosas
hasta el día. La familia Flores rica y la familia Anzuátegui en la miseria (Moncayo, 1906,
pp. 265-266).

Para congraciarse más con el militar, cuya protección necesita para controlar a los
revoltosos liberales, hasta quiere construirle “un puente sobre el río Babahoyo, y del cual
en lugar de recibir el agradecimiento, recibe sólo objeciones”, nos dice Benjamín Carrión,
descubriéndonos otra cara de la corrupción garciana: “él hacía las obras según las
conveniencias de sus amigos”. A renglón seguido estampa un párrafo probatorio, en el
que García Moreno dice nada menos que lo siguiente a quien quiere beneficiar con una
construcción a costa del dinero del Estado: “Pero sería ocioso el insistir en ello, una vez
que a usted no le agrada o no le conviene, y una vez que es Ud. el dueño de la hacienda
de La Elvira” (Carrión, 1959, pp. 600-601). Y el incansable propulsor de la cultura
ecuatoriana nos lanza la interrogante que bien podría aplicarse a varios de los presidentes

16
constructores que hemos tenido: ¿Ven ustedes cómo se hacían las obras públicas en la
época del más honrado de los ecuatorianos?
A esa altura de su existencia, obsesionado por el poder y habiendo asumido el rol
de jefe de la clase decadente a la que se ha ligado económicamente, ha olvidado
completamente los ímpetus del joven de ideas liberales que en un grupo de conspiradores
contra la tiranía del venezolano se había ofrecido para terminar con su vida; al contrario,
ahora, con una nueva concepción ideológica del mundo, se desvivía por hacerla
placentera:

García Moreno pasó una nota a la Convención pidiendo que se dieran cien mil pesos de
indemnización al General Flores. El Sr. Morán, Diputado por la Provincia de León,
combatió semejante proyecto; y Flores abandonando su asiento, amenazó retirarse de la
Cámara y del país. La farsa de siempre, demasiado gravosa para la República. El farsante
se quedó y el dinero pasó a formar parte de las dilapidaciones anteriores (Carrión, 1959,
p. 269).

Había refundido en su intrincado cerebro el odio rabioso que sintió alguna vez por
su protegido, ya no recordaba esas frases tremendas que, cuando conspirador, profirió
contra la inocente madre del militar de Puerto Cabello, parecidas a las que acostumbran
enrostrarse muchos de los personajes actuales que componen la fauna política
ecuatoriana: “es hijo de … nació de una…. siendo ella una … antes del parto, en el parto
y después del parto” (Borrero, 1968, p. 51).
Pero hay que ser justos con el presidente que hizo arrodillar al Estado ecuatoriano
ante el altar de Dios, convirtiéndole en la República del Sagrado Corazón de Jesús, que
cuando Juan José su estratega militar en la lucha contra los liberales, abusaba de su
paciencia con sus malas mañas, le llamaba la atención epistolarmente. Al enterarse de la
venta fraudulenta de 65 arrobas de pólvora al pastuso Enríquez en 1000 pesos ‒en 1862
cuando la guerra contra Colombia‒, le pide explicaciones: “Usted no ha debido proceder
sin contar conmigo, es decir con el Gobierno, en asunto de esa especie” (Loor, 1954, p.
122). O cuando ya con señales de clara desconfianza, le habla de desorden en los gastos
y desconocimiento del destino de remesas, para gastos en esa campaña militar, de 10.000
y de 3.700 pesos (Loor, 1954, p. 211).
Y eso que en aquella torpe guerra contra Colombia emprendida por García
Moreno, su general preferido no era el único dilapidador. Manuel Gómez de la Torre,
ministro de Estado en más de una ocasión y conocido político de la época, ha dejado un
decidor comentario sobre ese despilfarro: “En los tres años que gobierna Don Gabriel, se

17
han gastado dos millones en estos militares que no hacen sino chupar la sangre del
Estado, y afrentarlo en los momentos que debían darle gloria y poder” (citado por Borrero,
1968, p. 29).3
Volviendo a su constante irrespeto de las leyes, qué iba a respetarlas quien
inventó la famosa muletilla de la insuficiencia de las leyes, quien, como dice Montalvo
(1894, p. 570), “ha declarado oficialmente que no puede mandar con leyes, y las ha
infringido todas”. Hasta en casos de querellas de parejas, interviene el todopoderoso
presidente para favorecer a sus incondicionales. Antonio Borrero, quien le sucedería en
el solio presidencial en las primeras elecciones después de su asesinato, nos refiere uno
de ellos:

(…) los agentes del Poder Ejecutivo contaban con la impunidad, aún cuando cometieran
infracciones contra la moral y las buenas costumbres, o la honra de las familias, porque
García Moreno indultaba a reos condenados por injurias y calumnias, y dejaba sin castigo
a los delincuentes que le servían. Prueba de esto, entre otras, el indulto concedido en
1872, al Jefe Político José Antonio Soto, cuando se le estaba juzgando, en tercera
instancia, por concubinato. En el Despacho diario del Excma. Corte Suprema,
correspondiente al 20 de marzo de 1872, y publicado en el número 150 de El Nacional se
lee lo siguiente: “En la 2ª sala se recibió la causa seguida contra José Antonio Soto, por
concubinato, previniéndose se devuelva el proceso al inferior por haber sido indultado
dicho Soto, por S. E. el Presidente de la República” (Borrero, 1968, pp. 119-120).

Contra estos y otros abusos del poder Montalvo tiene todo un airado artículo
titulado Las leyes de García Moreno y la reforma, donde pinta el triste papel de un poder
judicial y otro legislativo, completamente sordomudos ante los designios del tirano. Y
que no se diga que el ambateño es demasiado apasionado, hay tantos testimonios de la
corrupción a la que sometió a la justicia, como aquel de Luis Cordero, por ejemplo,
expresado en abril de 1876, cuando la pesadilla garciana había concluido:

(…) terminada, felizmente, la inicua dominación de don Gabriel García Moreno, durante
la cual se hacía de la administración de Justicia un instrumento de venganza para con los
adversarios del poder, y de protección para con sus amigos y partidarios… [en la que los
jueces estaban] en el constante deber de arreglar sus fallos al capricho de un déspota,
voluntarioso e inconsecuente (citado por Borrero, 1959, pp. 91, 95).

3
Víctor Manuel Albornoz editor de esta edición y autor de las notas aclara que en la cita Borrero ha puesto
la palabra militares en lugar de la de zánganos, que es la que consta en el documento original que se
conserva en el Museo Municipal de Cuenca.

18
Y eso no es todo. Hay varios otros hechos de corrupción en el tránsito material
por el mundo de García El Grande que deslucen sus pretensiones a miembro del santoral
cristiano.
El historiador Julio Estrada Ycaza cuando trata de los primeros asaltos bancarios
en la ciudad de Guayaquil indica que no fue Veintemilla como muchos creen el primero
en realizar un retiro arbitrario de un depósito bancario, Gabriel García Moreno, el
Hércules cristiano, ya se le había adelantado en 1867:

(...) en disculpa parcial de Veintimilla mencionaríamos que no fue el primero en retirar


arbitrariamente un depósito bancario; ni siquiera lo fue el gobierno que lo tumbó. A
García Moreno le corresponde ese honor, pues en 1867 tomó del Banco Particular 3.907
pesos que estaban depositados para la obra del Malecón. Pero el perjudicado en ese caso
fue el Municipio de Guayaquil que tan solo pudo hacer presente que ese dinero debía
reponérselo (Estrada, 1976, p. 100).

Ni siquiera de esa tan alabada página de su vida, la de reconstructor de Ibarra y


sus alrededores, destruidos por el terremoto de 1868, sale impoluto don Gabriel. Hasta en
ella da rienda suelta a su espíritu práctico de gran terrateniente, beneficiándose de la
tragedia humana comprando ganado a bajo precio para incrementar al que ya tiene en su
feudo de Guachalá. Pero mejor que nos lo cuente Montalvo, con la donosura de su estilo,
quien le recrimina en esos días por sus pretensiones de ser nuevamente presidente:

García Moreno no puede ser presidente, por esas razones y por otras muchas. A todos los
cargos de la imprenta ha respondido diciendo en una mortaja de papel, que ha hecho bien
de comprar bueyes en Imbabura, porque no había ley que se lo prohibiese. Si anduvo o
no decente en mercadear en medio de las ruinas; si es o no justo y digno de un buen
magistrado obligar con severas penas a los ciudadanos a vender barato, y comprar él los
efectos a cómodo precio, no es materia que quiera tratar ahora… (Montalvo, 1894, pp.
571-572).

Entre esas otras muchas razones por las cuales García Moreno no puede ser
presidente que Montalvo señala, indica esta: “no puede ser presidente, porque está en
juicio criminal en una nación aliada: cuando el Gobierno del Perú pida la extradición del
candidato, ¿qué hará el del Ecuador?” Y como previendo que a pesar de todo lo logrará,
continúa: “García Moreno en vez de ir a la cárcel de Lima, se alzará con el poder absoluto,
pues tendrá por menos malo fugar del Ecuador vencido en la guerra; porque guerra
habrá”.4

4
Ibíd., p. 570.

19
Ahí no terminan sus deslices en tierras imbabureñas. Roberto Andrade nos ilustra
como, desde esos remotos tiempos, la ayuda monetaria a los damnificados de catástrofes
naturales se desvía en flagrante acto de corrupción. Y se refiere concretamente al
descontento en la ciudadanía de Ibarra ante el desvío de los fondos recibidos del gobierno
peruano, y respaldándose en hojas volantes que circularon en ese aciago año de 1868 en la
ciudad blanca: “Empezaron a repartirlo [el dinero], no teniendo por guía sino las pasiones
antiguas y siempre nuevas de partido… A voz en grito, han dicho esos cuatro individuos
que si no firman el sufragio eleccionario, según el sentir de ellos, no merecerán la gracia de
participar del dinero peruano”. Y más adelante:

El despropósito de estos repartidores ha causado desaliento y murmuración en todos los


patriotas, porque han considerado que el dinero remitido por la beneficencia de los peruanos,
en la cantidad de $ 21.000, en dos partidas está sirviendo para esclavizar el sufragio de las
elecciones de Diciembre (Andrade, 1971, pp. 110-111).

Todo esto transcribe de la hoja volante titulada “Clamor a la Justicia”. Y lógicamente


quien pretendía ganar esas elecciones era nada menos que el reconstructor de Ibarra, el
inefable García Moreno, que había dado expresas órdenes de cómo proceder a sus
repartidores.
¡Quién lo creyera, el candidato a santo, en la larga lista de espera del Vaticano!
El mal uso de la ayuda a damnificados por catástrofes, naturales como vemos, es de
antigua data y en ella se enturbian las acciones de no pocos mandatarios ecuatorianos. Un
periódico guayaquileño, “Crónica Social”, N° 128 del 24 de abril de 1869, nos dice el
mismo Roberto Andrade, también acusa al presidente Espinosa –puesto a dedo por García
Moreno– de similares malos manejos: “Censuran al Presidente Espinosa y a uno de sus
Ministros, por haber empleado el dinero erogado por Francia, Inglaterra, Chile, Perú, para
los damnificados de Imbabura, en componer Colegios y Monasterios, en pago de Censos y
Capellanía, etc.” (Ibid., p. 111).
La Convención de 1869 que promulgaría la tristemente célebre Carta Negra
premiaría, sin embargo, a quien en sus 15 años de dominio político dividió a sus
conciudadanos en tres partes iguales según Montalvo (una dedicó a la muerte, otra al
exilio y la tercera a la servidumbre). El 14 de julio de ese aciago año su cuñado Ascásubi,
Vicepresidente de la Asamblea, pondría el ejecútese al decreto mediante el cual el
designado Ministro de Hacienda y General en Jefe del Ejército, don Gabriel, “debía gozar
de un sueldo de cinco mil pesos” (Moncayo, 1906, p. 316). Es decir, 1000 pesos más que

20
el sueldo del vicepresidente de 1856, o 1300 pesos más que el vicepresidente de 1887,
para poner dos cifras de un cargo superior a los que fungía entonces el reconstructor de
Ibarra.
Luego, posesionado nuevamente como presidente de la república, seguiría
haciendo gala de su abuso del poder como cuando ascendió a Secundino Darquea a
General de División “contra el texto expreso de la ley que había abolido esa clase de
empleos en el Ecuador” (Ibid., p. 318). Así pagaba a este militar por su participación en
el alevoso asesinato de su compañero el general José Veintemilla, jefe de una asonada
militar en la ciudad de Guayaquil el 21 de enero de 1870. Por este flagrante abuso del
poder para gratificar a sus secuaces con dineros del Estado, se elevaron voces de
indignada protesta. Pedro Moncayo diría del tirano: “él corrompió el ejército premiando
a los traidores que lo sostenían; él corrompió al clero enseñándole a faltar a la verdad por
medio de un falso juramento, y él pervirtió completamente el espíritu público (Ibid., p.
317).
Y Montalvo, más elegante en el manejo de la pluma, expresaría similares ideas
que se refieren al estado de corrupción en que había sumido al ejército García Moreno:

(...) ¿qué decís de un pueblo donde los militares sostienen a capa y espada al hombre que
los prostituye, los envilece, los enloda azotándoles a sus generales? ¡Y esos miserables
cargan charretera! ¡Y esos cobardes ciñen espada! Soldados sin pundonor, son bandidos
que están echados al saqueo perpetuo en la nación: soldados sin valor ni vergüenza, son
verdugos que gozan de buena renta y nada más (...) el dinero su profesión, el sueldo su
honra, la servidumbre su deber. ¡Y cargan charretera, y ciñen espada los felones!
(Montalvo, s.f., pp. 134, 135).

Nada tiene de extraño, con todas las características anotadas de Gabriel García
Moreno, que Benjamín Carrión le acuse de ser quien introdujo el fraude electoral en
nuestra historia política, otro de los graves delitos políticos de los que ha padecido el
Ecuador. En su voluminosa biografía nos dice:

La corrupción, la terrible corrupción, la trajo pocos años después el propio “aprendiz de


santo”, García Moreno: elegía íntegramente congresos, con listas elaboradas por él, de su
puño y letra, y mandadas a los gobernadores para que las cumplan. Su correspondencia
está llena de ello. Elegía presidentes y vicepresidentes de la República (Carrión, 1959, p.
318).

Tal fue su poder y prepotencia que Benjamín Carrión nos recuerda aquella actitud
con Jerónimo Carrión, a quien él mismo puso de presidente del país, pero que al negarse

21
a cumplir todas sus órdenes “lo echa de patitas a la calle, mediante el recadito consabido
del general Sáenz: manda a decir el señor García Moreno que desocupe la presidencia
de la República, porque él la necesita para otra persona” (Carrión, 1959, p. 318).

22
IV
EL PRESIDENTE DE LOS SIETE VICIOS CAPITALES

Entre los presidentes carentes de escrúpulos, y


que hizo de la cosa pública un jugoso negocio,
sin lugar a duda Ignacio de Veintemilla es
figura cimera. El general que inspiró Las
Catilinarias montalvinas, con una cintura
parecida a la del presidente interino Fabián
Alarcón, se granjeó la voluntad de todas las
tiendas políticas y se hizo con el poder de 1876
a 1883, primero como dictador y luego como
presidente elegido por la Constituyente de
1878, para declararse otra vez dictador en
1883.
Durante su gestión gubernamental fue
cabeza del contrabando en el país, y antes de
ser depuesto asaltó un banco guayaquileño
para financiar su exilio. Claro que este sabroso episodio de las travesuras del dictador
Veintemilla tiene sus detalles. No es que quiso apropiarse de los dineros del Banco del
Ecuador, sino que le pedía un préstamo de 200.000 pesos para sostener la resistencia
contra los restauradores que se habían tomado la capital, y también hacer un “retiro” de
115.000 pesos de su cuenta privada en el banco de La Unión, aprovechando que el otro
banco tenía dineros de esta institución. Ante la negativa de los directivos del banco
perjudicado, el dictador haciendo uso de sus poderes excepcionales, ordena se tome el
dinero por la fuerza, y como narra Julio Estrada en su obra Los bancos del siglo XIX, con
cincel y martillo el coronel Manuel Castro, comisionado del dictador, desarrajó el
candado de la bóveda, y ordenó a varios soldados tomar 238.000 pesos en plata y 65.612
pesos en billetes, necesitando “para el transporte del dinero a casa de Su Excelencia 4
carros” (Estrada, 1976, pp. 95-98).
Muchos dirán respecto a ese asalto bancario ‒uno de los primeros en la historia de
Guayaquil y perpetrado nada menos que por el presidente de la república‒: y bueno, era
23
plata de un banco privado. La cosa no quedó allí, la institución bancaria perjudicada, más
tarde, logró del Congreso que se le reconozca el atraco como deuda pública, cargándosele
a la cuenta del Estado, después de transar el monto en la suma de 100.000 pesos (Ibid., p.
100).
Pero Ignacio de la Cuchilla, como le apodó Montalvo por sus acciones tiránicas,
o el mudo como le llamaban los quiteños, cometía otros desafueros típicos de algunos que
le sucedieron en el sillón presidencial de Carondelet. ¿Será contagioso?... Así, a fines de
su mandato constitucional dispone de 13.000 pesos de gastos reservados para la
construcción de su vivienda particular, justificando el abuso, sin pudor alguno, con la
firma del arquitecto constructor:

Ya en las postrimerías de su administración [19 de noviembre de 1882] se registró un


egreso de 13.000 pesos para “gastos reservados”. El firmante resultaba ser el arquitecto
que estaba construyendo la casa particular de Su Excelencia. Y para el colmo de los
colmos, el arquitecto no tuvo empacho en declarar, el firmar el recibo que el dinero se
invertiría en la dicha casita (Ibid., p. 92).

Todavía está fresco en nuestra memoria como Alberto Dahik con pizarra y puntero
en mano, en cadena nacional de televisión, trataba de convencer a los ecuatorianos que
su mansión se construía sin una sola varilla, saco de cemento, o piso de mármol de los
esfumados gastos reservados del gobierno del nuevo rumbo. Cosas que se repiten en
nuestra atribulada historia, dejando al menos la duda en que se malversan los dineros del
pueblo ecuatoriano. Mas como afirma el dicho popular en arca abierta, el justo peca, el
antigarciano Veintemilla, que parece no tenía nada de mudo, era al contrario creativo.
Inventó un egreso de 500 pesos mensuales, nos cuenta el mismo Estrada, bajo el simpático
título de “Policía Secreta”, reportándole el ingenioso invento un nada despreciable
ingreso de 25.000 pesos en su sacrificada gestión presidencial:

Para guardar el secreto, su secreto, hacía firmar los recibos de un acomodaticio empleado
a quien le entregaba una comisión de 5% por tan señalado favor. En total llegó a cobrar
25.000 pesos en esta forma –y el firmador, 1.250 pesos, que no estaba mal para 50 firmas
(Ibid., p. 91).

Vale recordar al lector que el peso de entonces era equivalente al dólar y que su
capacidad adquisitiva era mucho mayor al de nuestro inflacionado tiempo. O para ser más
explícitos, una vaca costaba cuatro pesos.

24
Pero ahí no terminan las fechorías del jefe de Estado al que nos venimos
refiriendo. Tiene otras anécdotas de su paso por el poder, como cuando se apoderó de
30.000 pesos de la Tesorería de la provincia de Pichincha, en 1877, dinero que nunca
llegó al Banco del Ecuador, su destinatario. Y cuando se movilizaba por el país, a más de
los 2.000 pesos de viáticos con que salía de Quito, barría “con todos los fondos existentes
en las tesorerías que encontraba a su paso” (Ibid., p. 91). Al finalizar sus gobiernos se había
apropiado por estos mecanismos de alrededor de 141.000 pesos. Claro que comparando
con los millonarios desfalcos y despilfarros de los famosos gastos reservados de
gobiernos más recientes, don Ignacio podría pasar hasta como honrado.
Para que quede constancia en los anales de la corrupción presidencial ecuatoriana,
una vez concluida la guerra civil que depone al dictador, quien huye apresuradamente a
Lima, el ministro de Hacienda del Gobierno Provisional eleva un informe a la Asamblea
Constituyente de 1883, en el cual enumera otras de las muchas fechorías cometidas por
el general Veintemilla:

Del examen rápido de los libros de contabilidad fiscal resultaron ingentes sumas
invertidas en gastos secretos, gastos reservados, policía secreta, alta policía, gastos
imprevistos, paseos militares…, reconstrucciones de edificios públicos en que no se ha
puesto una teja…, premios pecuniarios a la Fuerza Armada por su lealtad…, gastos de
viajes de los mandatarios, gastos de funerales de las familias de éstos. Es público y notorio
en esta capital que el recomendable patriota don Rafael S. Angulo se le confiscaron sus
bienes por orden de Veintemilla, quien aprovechó los productos de los fundos
confiscados; y para devolvérselos, después de arrasados, le exigió al propietario la suma
de tres mil pesos que la tomó para sí, sin permitir que se sentara la correspondiente partida
de ingreso en la Tesorería, ni que se diera al erogante el respectivo certificado (citado por
Simón Espinosa, 1995).

Las ironías de la vida hacen que entre los perjudicados por los múltiples abusos
de Veintemilla se encuentre otro de los presidentes corruptos. Según refiere un defensor
de Caamaño, ni él se libra de la voracidad del mudo:

Entre los mil perjudicados… sobresale el señor Caamaño, ya por la cuantía del
confiscamiento de grandes haciendas y la casa de Guayaquil, ya por la manera como se
obraba los productos de sus fincas urbanas y rurales. El lechero de “La Unión” entregaba
diariamente el producto de la leche vendida en manos de VEINTEMILLA, y
VEINTEMILLA se lo ponía, sin contarlo, en el bolsillo de su calzón o en el del chaleco.
Desafiarse puede a que no es posible llevar más abajo la codicia y la ruindad de un
mandón (J.C.B., 1892, p. 35).

Aquí como que vale el adagio popular: ladrón que roba a ladrón…

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Y es que cuando hay de donde saciar el ansia de poder y de dinero que es lo que
impulsa a obrar a los corruptos, estos no se detienen ante nada. La época del dominio de
Ignacio de Veintemilla, como acertadamente observa Simón Espinosa, había convertido
al Ecuador en una despensa de primera para su apetito: “¡Y cómo no iba a ser la despensa
de primera si en esos prodigiosos años de 1876 a 1883 el cacao se vendía como droga, si
la cascarilla se buscaba como corteza mágica contra el escalofrío de las fiebres palúdicas,
si la guerra del Pacífico trajo un boom a Guayaquil!” (Espinosa, 1995).
Juan León Mera diría de este presidente: “No pasó mucho tiempo sin que se
mostrasen bastante claras las tendencias personales de Veintemilla… quería para sí la
hacienda nacional… se fijó un sueldo de $24.000 anuales, doble del que en todo tiempo
habían gozado los presidentes constitucionales, amén de la absoluta libertad con que
disponía del Tesoro en beneficio de su familia y allegados” (Mera, 1932, pp. 32-33).
De truhán, jugador y borracho le calificaría el presidente Borrero. Y Montalvo lo
inmortalizaría como el presidente de los siete vicios capitales, gritándole como sólo el
ambateño sabía hacerlo, y advirtiendo a los que dudan del juicio de la historia: tú el que
roba, roba, roba! Maldito eres por todo esto, maldito... A pesar de todo, ya longevo,
frisando los 80 años, el tirano que se atrevió a cargarle de grillos al más grande de los
ecuatorianos, a Eloy Alfaro, volvería a la política como diputado suplente en uno de los
congresos. Y su fiel sobrina, la Generalita, quiso hasta candidatizarle a la presidencia de
la república. Ojalá no acontezca algo parecido con el loco que quiso abrir las sendas por
donde debíamos transitar los cuerdos, o con aquel que con descaro funge de catedrático
en Harvard, en pago a los buenos servicios prestados a la política del águila del Norte.

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