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PEC 3.

ESTADO, CRISIS Y
REVOLUCIONES.

Vicente M. Alvarez
HISTORIA POLITICA. AULA 1.
Vicente M. Alvarez PEC 3. Estado crisis y revoluciones. 48293515R

Contexto previo; la era Taisho.

Con la muerte del emperador en 1912 se puso fin, simbólicamente, a la primera


etapa en la modernización de Japón. Este suceso inició un período conocido como
democracia Taisho. Durante este período Japón fue una democracia con una constitución,
con partidos políticos e instituciones democráticas. Aunque estaba lejos de ser un sistema
perfecto, pues el voto era restringido y por ello no representaba a todos los estratos de la
población y las élites tradicionales continuaban monopolizando los principales órganos
de poder.

Será en esos momentos cuando empezarán a surgir movimientos políticos


demandando una mayor democratización. Sus principales demandas fueron; sufragio
universal, supresión de las relaciones sociales explotadoras y el fin de las políticas
imperialistas. Dio sus frutos en cuanto al sufragio universal (masculino) en 1925. Por otro
lado, en las primeras décadas del siglo XX, se produjo un ascenso de los ideales socialistas
y comunistas.

Durante este tiempo Japón se ve inmerso en un movimiento occidentalizante sin


frenos. Las nuevas ideas, cultura, prevenientes de occidente se mezclan, integran o suplen
a las antiguas costumbres niponas especialmente en las ciudades, creando una nueva
«clase urbana» que a su vez desprecia a la rural1.

En este contexto se producirán los disturbios del arroz (1918) que durante tres
meses provocaron; saqueos, huelgas, colocación de bombas, escaramuzas y una escalada
de violencia hasta su cese en septiembre del mismo año. En 1923 el terremoto de Kanto
originó una nueva crisis, provocando la muerte de coreanos acusados de incendiar y
saquear, además de la muerte de los socialistas Hirasawa Keisichi y anarquistas como
Osugi Sakae, para que no aprovechasen esta oportunidad para agitar a las masas. Unos
meses después del terremoto la comitiva del principie Hirohito fue atacada por un joven
anarco comunista.

La nueva era Imperial.

Se podría afirmar que la era Taisho trajo una época de democracia estable, con
fortalecimiento de partidos políticos, con una elección de gobiernos de partido, pero
siempre en la cuerda floja debido a sectores ultranacionalistas que no veían con buenos

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Mikiso Hane en su libro «Breve historia de Japón» p. 184 nos ofrece varios testimonios de ambos sectores.

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ojos las interferencias extranjeras, así como los retrocesos producidos tras las
conferencias de Washington de 1921 y 1922 en los que Japón perdió tonelaje en favor de
EE. UU e Inglaterra.

Si bien el príncipe Hirohito asumió la regencia en 1921 debido a los problemas de


salud de su padre Yoshihito, no fue hasta 1925, tras la muerte de este, cuando fue
nombrado legítimamente emperador de Japón dando paso a la era Showa.

Hirohito estaba instruido por sus maestros para ser reacio al pensamiento liberal, y
creer en la importancia de la unidad nacional frente a pensamientos tales como marxismos
o socialdemocracia. Esta instrucción devino en la creación de la «Ley de conservación de
la Paz» de 1925, otorgando a la policía poderes especiales para la detención de aquellas
personas que «manifestaran pensamientos o tendencias políticas peligrosas» (Perez,
2006, pág. 252). Como afirma Xavier Arbós (s.f) de manera genérica «la democracia se
encuentra sin intelectuales que pudieran defenderla».

Los primeros años de su reinado estuvieron marcados por la incertidumbre


económica. Tras la Primera Guerra Mundial Japón había disfrutado de un crecimiento
elevado en parte a las exportaciones bélicas y sus políticas colonialistas (Corea, Taiwán,
sur de Sakhalin y las islas del pacífico sur) pero la crisis de 1929 golpeó con fuerza el
archipiélago nipón, aumentando el apoyo hacia los sectores más patriotas y a los
militaristas.

Esta escalada llegó a intentos de asesinato como el del primer ministro Hamaguchi
en 1930 y la creación de sociedades como la «Liga de la sangre» que intentaron imponer
la opción militarista a través del terror (Junqueras i Viets, et al, 2012, p. 249). Dicha
sociedad fue fundada por Inoue Nissho (1886-1967), y su principal objetivo era el
asesinato de los trece principales líderes del gobierno.

Empieza a surgir una mentalidad de defensa del sistema imperial, la inviolabilidad


de la política nacional y la superioridad de la raza (Hane, 2000, pág. 200). Hane califica
a los ultranacionalistas de los años 30 como fascistas, una visión compartida por
Michitoshi y Akio quienes ven un surgimiento fascista a partir de los años 20 como un
movimiento opositor a las nuevas corrientes comunistas y de la propia democracia interna
(Takabatake, Knauth, & Akio, 1987, pág. 55) una idea opuesta a la que tiene Juan Linz,
ya que él no ve un movimiento ni civiles fascistas en las calles o un partido de Estado

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(Linz, 2000, pág. 8). Aunque, eso sí, considera que Japón recibe algunas ideas de la
ideología fascista2.

El autoritarismo de Japón no fue producto de un fortalecimiento de partidos de


ultraderechas tal como ocurrió en Italia o Alemania. No tenía una democracia que hiciese
necesaria la consolidación de un partido que tomase el control absoluto.

Sí que existió una corriente ideológica ultranacionalista. Esta corriente la podemos


personificar en figuras como Kita Ikki (1884-1937) que pasó de ser un socialista a un
defensor acérrimo del sistema imperial, instando a los militares a un golpe de Estado que
pusiera fin al gobierno de partido y la liberación de los pueblos asiáticos de imperialismo
occidental. Fue acusado de cómplice de un intento de golpe de Estado y ejecutado.

Entre los años 20 y 30, jóvenes militares empezaron a asociarse en grupos


ultranacionalistas como el Issekikai o Sakurakai, este último tenía como objetivo derrocar
al gobierno e instaurar un régimen militar, criticando ferozmente la política de desarme
derivada de los acuerdos de Washington y Londres.

Surge una corriente tradicionalista y ultranacionalista a la que Mikiso Hane


denomina «niponismo». Esta corriente se oponía a cualquier intento de modernización y
basaba su ideario en el rechazo a la cultura occidental y su individualismo, defendiendo
los valores tradicionales y una vida centrada en la familia. Se instauró una lucha entre el
campo-ciudad, entre lo tradicional y lo moderno, entre el antiguo Japón y el
occidentalismo. Los grupos ultranacionalistas se veían como los paladines de la tradición
y veían en el Emperador la esencia de Japón (Hane, 2000, pág. 204).

Con esta corriente «niponista» se persiguió a liberales, intelectuales y se santificó


y glorificó la figura del Emperador llegando, incluso, a presionar al ministro de Educación
para que en 1937 promulgase los «fundamentos del Régimen Nacional» donde se
afirmaba que el emperador descendía de la diosa Sol y era «manantial de la vida y
moralidad del pueblo» (Hane, 2000, pág. 205).

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Pudiésemos entrar aquí en un debate sobre si existió fascismo o no en Japón en el período de entreguerras,
pero no corresponde al objeto de este breve ensayo, a mi modo de ver existe un proto-fascismo anterior incluso a las
teorías fascistas europeas que sirvió como germen para las ideas totalitarias y ultranacionalistas. Existieron ideas que
se quedaron en lo superficial, y existen sendos trabajos que nos muestran argumentos en ambos extremos.

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Guerra en el Pacífico.

El 7 de Julio de 1937 tras el incidente del puente de Marco Polo, se desató la


segunda guerra sino-japonesa la cual duró ocho años. Esta supuso la intervención del
Estado en empresas privadas y se empezó un adoctrinamiento en las escuelas, se controló
la radio pública y se instalaron altavoces para difundir mensajes. El cine de animación
también fue objeto de adoctrinamiento y se aprobó la ley de movilización nacional.

En 1940 el primer ministro Konoe unificó a los partidos en la Asociación de Ayuda


Imperial un proyecto político y de autosuficiencia económica a gran escala que tenía por
objeto las conquistas de; China, Indias holandesas y la Indochina francesa entre otros.

La situación geopolítica era tensa, Japón había roto el statu quo internacional
(Takabatake, Knauth, & Akio, 1987, pág. 159), ello unido a las restricciones de las
exportaciones hacia el archipiélago, así como la negativa de Washington a las demandas
niponas para evitar represalias derivadas de la política expansionista hizo que se firmase
el 27 de septiembre de 1940 el Pacto Tripartito junto con Alemania e Italia.

Con la ocupación de la Indochina y Vietnam francesas, los Estados Unidos


declararon el bloqueo total de los productos japoneses. En estos momentos la mayor parte
del petróleo dependía de Estados Unidos (alrededor del 85%) la negativa americana a las
negociaciones dio argumentos a los sectores más radicales que veían en la guerra la única
salida para conseguir suministros, aprobando acciones militares hacia las Indias
Orientales Holandesas y sus campos petrolíferos.

Se efectuó un último intento de negociación por parte de Konoe, pero las exigencias
de uno y otro bando no pudieron hacer efectiva la reunión, puesto que Japón no tenía
pensado salir de China. Ante la negativa de unos y otros Konoe dimitió (1941) y el general
Tojo juró el cargo como primer ministro en octubre del mismo año. El 7 de diciembre
Japón atacó la base naval de Pearl Harbor entrando así en la Segunda Guerra Mundial.

A partir de ese momento Japón adquirió un cariz más totalitario adoctrinando las
fuerzas armadas, disolviendo los partidos políticos y promulgando un nuevo código
penal. Algunas de las razonas esgrimidas para la entrada fueron el establecimiento de una
esfera de coprosperidad de la gran Asia Oriental (Takabatake, Knauth, & Akio, 1987,
pág. 160).

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Pese a los primeros éxitos de la estrategia militar, con el paso del tiempo se
demostró que no estaban preparados para una guerra larga, pues la marina mercante era
incapaz de cubrir las necesidades, los incesantes bombardeos demostraron lo débiles que
eran y tras los desastres de Midway y Guadalcanal, Japón se quedaba sin fuerzas para
consolidar los territorios conquistados.

A partir de 1944 los productos empezaron a escasear y la población empezaba a


pasar hambre. En 1945 se dejó de recibir cereal desde Manchuria. Algunos líderes
militares estaban lejos de pensar en la rendición, aún incluso tras los bombardeos de
Hiroshima y Nagasaki del 6 de agosto.

El entonces primer ministro Suzuki pidió al Emperador que fuese él quien aceptase
los términos de Postdam de 1945 con la condición de que no se pusieran en peligro los
derechos del Emperador como gobernante. Tras un fallido intento de golpe de Estado para
deponer a los «malignos consejeros» del Emperador, alrededor de quinientos líderes
militares se hicieron el seppuku.

El 15 de agosto y mediante un mensaje radiofónico, el Emperador anunció el fin de


la guerra. Japón perdió así su «existencia inmaculada como Estado de tradición imperial
nunca invadido en la historia.» (Takabatake, Knauth, & Akio, 1987, pág. 160) se iniciaba
pues una nueva etapa de posguerra, de desmilitarización, democratización y
reconstrucción.

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Bibliografía
Arbós, X. (s.f). Hablemos de las crisis de las democracias liberales. (M. Gil, Entrevistador)
Obtenido de https://materials.campus.uoc.edu/cdocent/PID_00249475/player-3.html

Hane, M. (2000). Breve Historia de Japón. Madrid: Alianza.

Junqueras i Vies, O., Madrid i Morales, D., Martínez Taberner, G., & Pitarch Fernández, P.
(2012). Historia de Japón. Economía, política y sociedad. Barcelona: UOC.

Linz, J. (2000). Totalitarian and Authoritarian Regimes.

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Sorai, M. (s.f). Historia de una “democracia diferente": La posguerra en Japón. Obtenido de


http://www.istor.cide.edu/archivos/num_21/dossier4.pdf

Takabatake, M., Knauth, L., & Akio, I. (1987). Política y pensamiento político en Japón, 1926-
1982. En M. Takabatake, L. Knauth, & I. Akio. Mexico: El Colegio de Mexico.

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