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e d i t o r ia l t ro t ta
Fantasmas de la vida moderna
Fantasmas de la vida moderna.
Ampliaciones y quiebras del sujeto
en la ciudad contemporánea
Luis Arenas
E D I T O R I A L T R O T T A
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Filosofía
ISBN: 978-84-9879-225-6
ISBN (edición digital pdf ): 978-84-9879-279-9
CONTENIDO
Introducción .......................................................................................... 9
I
DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
II
DE CABAÑAS, PALACIOS Y CÁRCELES
7
FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
III
LA CIUDAD Y LOS CUERPOS
Bibliografía............................................................................................. 219
8
INTRODUCCIÓN*
* Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto I+D+I «Espacio y subje-
tividad: ampliaciones y quiebras de lo subjetivo en la ciudad contemporánea» (Hum2007-
60225), financiado por el Ministerio de Educación del Gobierno de España.
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FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
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INTRODUCCIÓN
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FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
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INTRODUCCIÓN
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FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
diversas ocasiones hasta 1937. De allí saldrían las notas que darían lugar
con el tiempo a sus obras fundamentales: el Tractatus logico-philosophi-
cus, las Notas sobre lógica, las Investigaciones filosóficas o los aforismos
de Cultura y valor.
Pero ¿qué secreto encierra esa inesperada simetría? ¿Por qué dos
de los más furibundos pensadores antimodernos del siglo XX como son
Wittgenstein y Heidegger decidieron retirarse a una cabaña para desde
allí, en la soledad intimidatoria de una naturaleza amenazante y agres-
te (una apartada ladera en la Selva Negra, un acantilado inaccesible
de los fiordos noruegos), mostrar su desprecio a una civilización que
consideraban decadente y vulgar? Y sobre todo, ¿qué llevó también a
Le Corbusier, uno de los padres de esa civilización maquinista, técnica
y moderna a buscar en la cima de su carrera un refugio semejante en
un apartado rincón de la Costa Azul? Responder esa pregunta con un
puñado de hipótesis y conjeturas es lo que se pretende en las páginas de-
dicadas al modesto cabanon lecorbuseriano. La sospecha que al final de
ellas se desliza es que acaso Le Corbusier —como Wittgenstein, como
Heidegger, como tantos otros— llegó a cobrar conciencia de que tras
ese progreso técnico del que la modernidad hizo bandera y que él como
pocos se afanó en promover con entusiasmo juvenil, nada garantizaba
dosis proporcionales de sabiduría.
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INTRODUCCIÓN
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I
Animal de novedades
Un hilo rojo evidente une los conceptos de «lo nuevo» y «lo moderno».
Al darse para sí el nombre de Neuzeit (literalmente, «Tiempo nuevo»),
los hombres y mujeres de la Ilustración alemana vinieron a subrayar uno
de los valores que en los siglos venideros dominaría en el imaginario
colectivo de las sociedades modernas: el valor de lo flamante.
La modernidad aspiraba a soltar amarras con respecto a una tradi-
ción y un pasado que hasta ese momento había hecho valer su autoridad
de un modo asfixiante en las conciencias de los filósofos, artistas y polí-
ticos. Frente a ese pasado, que se imponía como una sombra amenazante
—fuente de todo saber y validez y, por ello, instancia de impugnación de
nuevas creencias e ideas—, la mirada moderna, ayudada por una ciencia
orientada ante todo por el deseo de predecir para dominar, se volcaba
hacia el futuro. La modernidad halló en la idea de innovación un signo
de identidad, una forma de autorrepresentarse con relación a otras épo-
cas. De ahí el secreto vínculo que une el gesto soberbio de Descartes re-
clamando hic et nunc la prueba inequívocamente cierta de la validez de
las creencias con el grito con que Rimbaud despedía el cansado siglo XIX:
«Il faut être absolument moderne!».
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
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EL ORDEN DEL MUNDO
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
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EL ORDEN DEL MUNDO
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
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EL ORDEN DEL MUNDO
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
Coronar la ciudad
Con el avance de la modernidad los pueblos y aldeas acabarán por ser de-
glutidos bajo el empuje de la gran ciudad, el espacio por antonomasia de
la vida social en la modernidad. Bastan solo algunos datos para constatar
este hecho: a comienzos del siglo XX tan solo el diez por ciento de la po-
blación mundial habitaba en ciudades; a comienzos del siglo XXI esa pro-
porción llega a casi el cincuenta por ciento y para el año 2025 se estima
que la población urbana podría llegar a alcanzar los cinco mil millones de
personas8. Para bien o para mal, los enclaves rurales son hoy poco menos
que una curiosidad histórica, el reducto que permite a algunos habitantes
de la gran ciudad la huida turística de fin de semana, tan semejante, por
lo demás, a la huida del que opta por el parque de atracciones temático.
En otras palabras: la vida humana es hoy vida urbana.
No obstante, el discurso de los arquitectos —que tan decisivo re-
sulta en ocasiones para hallar las claves espirituales de una sociedad
o de una época— tardaría en renunciar a sus ansias centralizadoras.
Todavía en 1919 Bruno Taut, uno de los arquitectos más importantes
del decisivo (aunque fugaz) movimiento expresionista en arquitectura,
rehabilitaba una suerte de platonismo urbanístico al reclamar una ciu-
dad organizada y planificada hasta sus más ínfimos detalles por la mente
del arquitecto. En su texto La corona de la ciudad Taut prestaba su voz
al impulso antimaterialista que dominaba las conciencias europeas tras
la primera guerra mundial, exhaustas y espeluznadas por la experiencia
destructiva de la Gran Guerra. Como parte de una renovación espiri-
tual imprescindible, Taut reclamaba una ciudad coronada con un gran
edificio central dotado de una dimensión casi mística: la corona de
8. Cf. VV. AA., Mutations, ACTAR, Barcelona, 2001. Fuente: Global Urban Obser-
vatory.
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EL ORDEN DEL MUNDO
¡Nada práctico, ninguna utilidad! Pero ¿acaso lo útil nos ha hecho felices?
Se habla una y otra vez de utilidad, de confort, de comodidad, de buena
comida, de educación —cuchillo y tenedor—, de ferrocarriles, de retretes y,
naturalmente, también de cañones, bombas y otros pertrechos homicidas.
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
El sueño cartesiano
Las ideas de Taut no son, pese a lo que pueda creerse, un delirio ocasio-
nal o transitorio de una arquitectura como la europea sacudida por el
impacto emocional de la guerra e impelida a buscar un retorno al orden
quebrado. En la misma época solo que al otro lado del Atlántico, algunos
arquitectos norteamericanos parecían querer dar una vuelta de tuerca
más a ese afán centralizador. Andersen y Hérbrard, por ejemplo, proyec-
taron un «centro universal», una «capital mundial» [Figs. 01.12-13]. En
su núcleo central, además de otros edificios al servicio de la cultura y el
arte, se halla la Torre del Progreso, de 320 metros de altura. De ella dicen
sus creadores:
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EL ORDEN DEL MUNDO
14. «Esas viejas ciudades que no fueron al principio sino aldeas y que con el trans-
curso del tiempo se convirtieron en grandes ciudades, están ordinariamente muy mal
trazadas si las comparamos con esas plazas regulares que un ingeniero diseña a su gusto en
una llanura; y, aunque considerando sus edificios uno por uno, encontrásemos a menudo
en ellos tanto o más arte que en los de las ciudades nuevas, sin embargo, viendo cómo
están dispuestos —aquí uno grande, allá uno pequeño— y cuán tortuosas y desiguales son
por esta causa las calles, diríase que es más bien el azar, y no la voluntad de unos hombres
provistos de razón, el que los ha dispuesto así» (R. Descartes, Discurso del método, Segun-
da Parte [AT, VI, 11], Biblioteca Nueva, Madrid, p. 69).
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
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2
DESCREER DE LO MODERNO1
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
Amparado por el triunfo del dinero y bajo las banderas del «postmoder-
nismo» se ha establecido un festival de gestos y formas, de maquillajes y
colores que ha desalojado [de la arquitectura actual] la expresión adusta y
severa de una modernidad escueta y desabrida. El optimismo que alienta
esa festividad es alimentado en buena medida por los insumos del inmenso
y triunfalista aparato corporativo multinacional que disfruta uno de sus
mejores momentos. El gusto de gobernantes, corporaciones y magnates ha
encontrado en ese postmodernismo los ingredientes necesarios para cons-
truir una imagen visual que haga lo más notoria posible la evidencia de su
poder. La tónica de la arquitectura internacional en la década de los ochen-
ta fue dada precisamente por la celebración de ese poder2.
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DESCREER DE LO MODERNO
desastrosa ruptura de ese equilibrio entre el empuje de las fuerzas económicas, por una
parte, y la debilidad del control administrativo y la impotencia de la solidaridad social,
por otra» (Le Corbusier, Principios de urbanismo. [La Carta de Atenas], Planeta, Barcelo-
na, 1993, pp. 140 y 114-115, respectivamente).
4. Cf. R. Venturi, Complejidad y contradicción en arquitectura, Gustavo Gili, Bar-
celona, 1978, p. 29.
5. A este respecto, remitimos al libro de Fernando Espuelas Madre Materia (Lam-
preave, Madrid, 2009), donde, como el autor reconoce, «la necesidad de ocuparse de la
materia en una sociedad dominada por la imagen, brota como una inconsciente forma de
resistencia» (p. 9).
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
arquitecto está hoy a medio camino entre una pura técnica (una rama
de la ingeniería) y pura producción de imagen (una rama de la mer-
cadotecnia)»6 [Fig. 02.06].
Eso hace que algunos acusen a la arquitectura más reciente de per-
seguir un circense «más difícil todavía»; de sucumbir, como en la época
de las vanguardias, a la tentación de transgredir y de épater les burgeois.
Si así fuera habría que recordar que ese épater ha sido ya civilizado y
domesticado (como, por cierto, acabaría por ocurrir con las propias
vanguardias) por más que, probablemente, nunca ese deseo de sacudir
haya tenido, en el caso de la arquitectura reciente, la carga revoluciona-
ria que alentaba las vanguardias de comienzos del XX. En ese sentido, el
narcisismo que destila la arquitectura de las últimas décadas —una ar-
quitectura tan fascinante como en ocasiones puramente gestual— com-
bina bien con el de nuestras sociedades postmodernas.
Pese a todo eso —o quién sabe si quizá por ello— la arquitectura
contemporánea se ha convertido en la mejor tarjeta de visita de una épo-
ca que, a pesar de todas las señales en contrario que el siglo XX había
acumulado, aún ve en el mañana el tiempo en que se habrán de cumplir
las promesas insatisfechas; el lugar en el que el progreso, finalmente,
advendrá. Desde ese punto de vista, el presente no es nada más que
una estación de paso, un peaje inevitable para alcanzar lo que realmente
anhelamos: el futuro. Con respecto a ese tiempo por llegar, toda antici-
pación se saluda con admiración y respeto: desde el «coche del futuro»
a la «telefonía del mañana». Pero si (valga la paradoja) vivir de cara al
futuro es síntoma de estar a la altura de los tiempos, la arquitectura
actual debe tomarse entonces por el mejor testimonio de esta época.
En efecto: la arquitectura parece ser una disciplina instalada desde hace
mucho en una época que aún no es la nuestra. Sus formas le hablan a
una humanidad venidera. Probablemente de ahí provenga la secreta en-
vidia y admiración con la que la sociedad mira al arquitecto. Son algo así
como emisarios de un tiempo que está por llegar. La imaginación de los
arquitectos —piénsese en Fucksas o en Coop Himmelb(l)au, en Gehry
o en Future Systems [Figs. 02.07-10]— parece haber hecho del futuro
el entorno natural de su trabajo diario. El que recorre los edificios de la
arquitectura más radical parece verse transportado en un mágico viaje
por la máquina del tiempo o haber sido absorbido por la pantalla de
cualquier filme de ciencia ficción.
Sin embargo, puestos contra las cuerdas ante la falta de compren-
sión que su trabajo suscita tan a menudo en la sociedad, en muchas oca-
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DESCREER DE LO MODERNO
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
Las ideas de progreso social y de la capacidad del ser humano para cons-
truir conscientemente su mundo social parecen desacreditadas hoy día. Los
grandes diseños (así como también los «grandes relatos») no se ven sino
como grandes pretensiones, hybris de consecuencias fatales: el engreimien-
to fatal. [...] El concepto de planificación comprehensiva ha quedado des-
acreditado tanto en economía como en urbanismo11.
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13. R. Venturi, S. Izenour y D. Scott Brown, Aprendiendo de Las Vegas..., cit., p. 22.
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16. R. Venturi, S. Izenour y D. Scott Brown, Aprendiendo de Las Vegas..., cit., p. 160.
17. R. Venturi, Complejidad y contradicción en arquitectura, cit., p. 26.
18. R. Venturi, S. Izenour y D. Scott Brown, Aprendiendo de Las Vegas..., cit., p. 79.
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DESCREER DE LO MODERNO
19. «Y todavía hoy una estructura privada de todo centro representa lo impensable
mismo» (J. Derrida, La escritura y la diferencia, Anthropos, Barcelona, 1989, p. 384).
20. Ibid., p. 385.
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
21. Ibid.
22. Para la tradición occidental (incluido Heidegger), «es preciso que exista un sig-
nificado trascendental para que la diferencia entre significado y significante sea de algún
modo absoluta e irreductible». Frente a ello «reconocer, no más acá sino en el horizonte
de los caminos heideggerianos, e incluso en ellos, que el sentido del ser no es un signifi-
cado trascendental o trans-epocal (aunque estuviera siempre disimulado en la época) sino
ya, en un sentido cabalmente inaudito, una huella significante determinada, es afirmar
que en el concepto decisivo de diferencia óntico-ontológica, todo no puede pensarse de
un solo trazo» (J. Derrida, De la gramatología, Siglo XXI, México, 1998, p. 32).
23. Cf. especialmente F. de Saussure, Curso de lingüística general, Akal, Madrid,
2006, cap. II, parte primera.
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la multiplicidad de posibles puntos de vista» (J. Derrida, No escribo sin luz artificial,
Cuatro, Valladolid, 1999, p. 140).
30. «Los fuegos artificiales producen un placer que no puede comprarse ni venderse,
que no puede integrarse en ningún ciclo productivo. Ese consumo totalmente gratuito de
la arquitectura es, irónicamente, político en la medida en que perturba estructuras estable-
cidas. Y es también agradable» (en B. Tschumi, Architecture and Disjunction, cit., p. 536).
31. Una idea en la que insistirá también Eisenman: «El nuevo objeto deviene fragmen-
tado. [...] Pero su fragmentación no es la de un todo de partes que pueda ser reunida, sino
una que sugiere una esencial separación [apartness] —una irreconciliable «dosidad» [two-
ness] (no una dualidad) entre hombre y objeto» (P. Eisenman, «Transformations, Decompo-
sitions and Critiques: House X», en Íd., House X, Rizzoli, Nueva York, 1982, p. 40).
32. B. Tschumi, Architecture and Disjunction, cit., p. 174.
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35. VV.AA., Folies. Arquitectura para el paisaje de finales del siglo XX, MOPU, Ma-
drid, 1983, p. 54.
36. D. Libeskind, «Between the lines», en P. Noever (ed.), The End of Architecture,
Prestel, Múnich, 1993, p. 63.
37. P. Eisenman, «Blue line Text», en P. Ciorra, Peter Eisenman. Obras y proyectos,
Electa, Madrid, 1994, p. 213.
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38. P. Eisenman, «Transformations, Decompositions and Critiques: House X», cit., p. 38.
39. P. Eisenman, «Post-functionalism», en K. Michael Hays (ed.), Architecture Theory
since 1968, MIT Press, Nueva York, 1998, pp. 238-239.
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
Los objetos han de ser vistos como ideas independientes del hombre. En
este contexto, el hombre es una función discursiva entre sistemas de len-
guajes complejos y ya formados, que él atestigua pero no constituye40.
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43. Cf. P. Eisenman, Introduction to Aldo Rossi in America, 1976 to 1979, Institute
for Architecture and Urban Studies, Nueva York, 1975, p. 3.
44. P. Eisenman, «The End of the Classical, the End of the Beginning, the End of the
End», en M. Hays (ed.), Architecture Theory since 1968, MIT Press, Nueva York, 1998,
p. 526.
45. Ibid., p. 524.
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DESCREER DE LO MODERNO
dislocación del sujeto del espacio afectivo; una idea de presentidad [pre-
sentness]. Una vez que el entorno se convierte en afectivo, inscrito en otra
lógica o en una Ur-lógica, ya no transitable en la visión de la mente, en ese
momento la razón se separa de la visión48.
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51. Cf. N. Kirkwood (ed.), Manufactured Sites. Rethinking the Post-industrial Land-
scape, Spon, Londres, 2001, p. 128.
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agotable a la que volver una y otra vez en tanto que acervo de formas y
de significados posibles, la deconstrucción arquitectónica verá en ella (sea
bajo su forma clásica, sea bajo la forma de esa otra tradición recientemen-
te coagulada que llamamos «modernidad arquitectónica») uno más de los
objetivos sobre los que volcar su práctica deconstructiva:
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
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60. Cf. S. Frank, Peter Eisenman’s House VI: The client’s response, cit., p. 60.
61. «Sin embargo, la comunicación de las obras de arte con el exterior, con el mundo
al que, por suerte o por desgracia, se han cerrado, se da por medio de la no comunicación,
y en ello precisamente aparecen como fracturas del mismo» (Th. W. Adorno, Teoría esté-
tica, Akal, Madrid, 2004, p. 14).
62. Cf. Th. W. Adorno, Teoría estética, cit., p. 174.
63. P. Eisenman, «The End of the Classical: The End of the Beginning, the End of the
End», cit., p. 530.
64. S. Frank, Peter Eisenman’s House VI: The client’s response, cit., p. 50.
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69. Cf. P. Eisenman, «Architecture as a Second Language: The Texts of Between», cit.
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«O dedí
A dada orzurá
O du zurá
A dada skizí
O kayá
O kayá panturá
O ponurá
A pená
Poní».
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2. Cf. Tokyo Metropolis: Facts and Data, Tokyo Metropolitan Government, Tokyo,
1994, p. 16.
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HACIA UNA ARQUITECTURA LÍQUIDA
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DE CÓMO EL MUNDO DEVINO LÍQUIDO
ción como «lo inestable» (cf. 2.0271). Desde entonces, los embates que
la idea de esencia ha sufrido en la filosofía del último siglo han sido
constantes. De Nietzsche a Dewey, de Heidegger a Rorty, de Sartre a
Derrida (la lista podría ser inacabable), la idea de sustancia, que con es-
casas variantes había venido funcionando en el pensamiento occidental
desde Platón, ha sido objeto de un minucioso proceso de demolición
en el pensamiento contemporáneo. La crisis del realismo metafísico a
que ha asistido la epistemología contemporánea desde los años sesenta
del pasado siglo y la irrupción del antirrealismo, del relativismo, del
instrumentalismo o del pragmatismo como perspectivas metacientíficas
pujantes probablemente no sea sino un corolario más de esa crisis de la
metafísica de la sustancia.
Pero han sido muy especialmente las categorías de la filosofía de Gi-
lles Deleuze —de enorme impacto en la teoría de la arquitectura de los
años ochenta y noventa del pasado siglo— las que han contribuido a
operar una inversión en la conceptualización del espacio y los cuerpos
que se observa en ciertas corrientes actuales de la arquitectura contem-
poránea. En la filosofía de Deleuze se visibiliza, en efecto, de un modo
particularmente claro esta inversión que va desde una metafísica de la
sustancia a una ontología del devenir, en la que sujetos, objetos y for-
mas han dejado de ser estructuras estables atravesadas por una identidad
constitutiva para mostrarse como pliegues momentáneos y evanescentes
de un Afuera liso y preindividual. El mundo de Deleuze, en efecto, es un
mundo poblado de pequeñas formas fluidas cuyas identidades, como la
de las dunas del desierto, se hallan en continuo cambio, desplazamiento
y reconfiguración o, si se quiere, cuyas identidades «son solo simuladas,
producidas como un efecto óptico, por un juego más profundo que es el
de la diferencia y la repetición»4.
Como resultado de esa inversión, la realidad habría dejado de ser
vista como un espacio habitado por entidades que portan propiedades
estables. Sus pobladores ya no son esos átomos ontológicos (materia-
les, espirituales o lógicos, tanto da) dotados de una suerte de centro
de gravitación permanente [Fig. 03.02]. Por más que a esa esencia le
pueda corresponder alguna clase de «despliegue» o desarrollo (como
en el caso de las mónadas leibnizianas o del espíritu absoluto hege-
liano), dentro del antiguo paradigma era una función interna, fija y
preestablecida la que definía ese proceso de desarrollo y lo que seguía
garantizando la identidad del ente, lo que marcaba su centro. Desen-
trañar ese núcleo nos permitía llegar a saber lo que la cosa es. Y ese
desentrañamiento era viable por la racionalidad última de lo real.
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5. Ibid., p. 18.
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HACIA UNA ARQUITECTURA LÍQUIDA
Quizá haya sido Toyo Ito el arquitecto que mejor haya dado cuerpo a
esas intuiciones en torno a una arquitectura líquida tanto en su trabajo
proyectual como en su reflexión teórica. Partiendo de que la arquitectura
ha de ser «reflejo de la época en que se vive y del lugar en que se ubica»,
Ito proclama en su construcción la constante búsqueda de la fluidez y la
inmaterialidad de los espacios. Él ha sido el profeta de una arquitectura
que abandonará las fronteras nítidas y apostará por los espacios de «lími-
tes difusos»17, allí donde quede sin efecto el contraste entre interior y ex-
terior, entre reposo y movimiento, entre real y virtual o entre público y
15. Cf. Architecturial Design 127 (1997), cuyo monográfico tiene por tema precisa-
mente «Architecture after Geometry».
16. D. Farrell Krell, «A malady of chains. Husserl and Derrida on the Origins of
Geometry and a Note to the Architects of the Future»: Architecturial Design 127 (1997),
p. 15.
17. T. Ito, Arquitectura de límites difusos, Gustavo Gili, Barcelona, 2006, y «La cor-
tina del siglo XXI. Teoría de la arquitectura fluida», en Escritos, COAyAT/Librería Yebra/
Caja Murcia, Murcia, 2000, p. 79.
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18. E. Husserl, Meditaciones cartesianas, FCE, México, 1996, pp. 151 ss.
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HACIA UNA ARQUITECTURA LÍQUIDA
Hasta ahora hemos percibido nuestro cuerpo como una entidad indepen-
diente y aislada del mundo exterior. Pero la imagen por ordenador a modo
de interfaz nos remite a la imagen del cuerpo en la que este forma parte de
la naturaleza y se mezcla con ella. La red informática como fluido electró-
nico permite a nuestros cuerpos volver al cosmos del flujo primitivo. [...]
Con el concepto de «flotar», el cuerpo que hasta ahora se percibía como
experiencia vivida y el cuerpo de la sociedad interconectada se enfrentan al
mundo exterior de la misma manera22.
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23. Ibid., p. 8.
24. T. Ito, Escritos, cit., p. 63.
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25. T. Ito, «La crítica del siglo XXI. Teoría de la arquitectura fluida», en Escritos, cit.,
p. 203.
26. T. Ito, «Hacia la arquitectura del viento», en Escritos, cit., p. 32.
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para cada uno de los miembros de la familia), es hoy día más un punto de
paso que un punto de destino27.
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33. Pueden servir como ejemplo de esa rehabilitación monografías como las de P. Por-
toghesi, Nature and Architecture, Thames & Hudson, Londres, 2000; D. Pearson, The
Breaking Wave: New Organic Architecture, Gaia, Stroud, 2001; G. Feuerstein, Biomorphic
Architecture: Human and Animal Forms in Architecture, Axel Menges, Londres, 2002 y
H. Aldersey-Williams, Zoomorphic: New Animal Architecture, Laurence King, Londres, 2003.
34. S. Giedion, Space, time and architecture: the growth of a new tradition, Harvard
UP, Cambridge, 1967, p. 872.
35. G. Lynn, Folds, Bodies and Blobs, Books-By-Architects, Bruselas, 1998, p. 83. Y
aquí el lector o lectora atentos podrá detectar cómo Lynn hace resonar en esa última frase
la discusión de Deleuze sobre las esencias materiales y difusas de Husserl que dan lugar a
una ciencia «anexacta pero rigurosa» (cf. Mil mesetas, cit., p. 408).
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36. Cf. W. J. R. Curtis, «La Naturaleza del Artificio. Una conversación con Jacques
Herzog»: El Croquis 109-110 (2003), p. 24.
37. L. Spuybroek, The architecture of continuity: essays and conversations, NAi Pu-
blishers, Rótterdam, 2009, p. 186.
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40. Ch. Norberg-Schulz, «Talks with Mies van der Rohe»: L’architecture d’aujourdhui
79 (1958), p. 100.
41. L. Spuybroek, The architecture of continuity..., cit., pp. 142-143.
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48. G. Lynn, Animate form, Princeton Architectural Press, Princeton, 1999, p. 11.
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HACIA UNA ARQUITECTURA LÍQUIDA
51. G. Lynn, «Architectural Curvilinearity. The Folded, the Pliant and the Supple»,
en G. Lynn (ed.), Folding in architecture, Wiley-Academy, Chichester, West Sussex: Ho-
boken, New Jersey, 1993, p. 8.
93
II
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Ese proyecto de «lograr nuevas formas para una vida humana» esta-
ba también entre los objetivos de la Bauhaus desde sus orígenes bajo el
lema típicamente vanguardista de fusionar arte y vida. Para la Bauhaus
la funcionalidad y la exigencia de claridad en el diseño y en la arquitec-
tura constituían un imperativo no solo económico sino sobre todo de
orden moral y político. Como para la Bauhaus, también para los empi-
ristas lógicos este proyecto era solidario de una transformación social
a gran escala en todos los órdenes. El rotundo final del manifiesto del
Círculo así lo constataba: «La concepción científica del mundo sirve a
la vida y la vida la acoge»9.
Neurath llevaría el compromiso del grupo con la aplicación de este
proyecto a la arquitectura y al diseño más lejos que los demás miembros
del Círculo. Ya en 1926 Neurath señalaba que «la racionalización gene-
ral de la forma construida solo puede ser posible dentro de un contexto
de racionalización de la vida misma»10. En conexión con su trabajo so-
ciológico, a comienzos de los años veinte Neurath ya había manifestado
su interés por las nuevas corrientes de la arquitectura moderna y se había
implicado activamente en los grupos de discusión de los movimientos ar-
quitectónicos de la Viena roja. En su ensayo de 1928 «Lebensgestaltung
und Klassenkampf» [Forma de vida y lucha de clases], Neurath había
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15. «La creación de tipos para los objetos de uso cotidiano es una necesidad social.
Las exigencias de la mayor parte de los hombres son fundamentalmente iguales. La casa, y
los objetos para la casa, son problema de necesidad general, y su proyecto apunta más a la
razón que al sentimiento. La máquina que produce objetos en serie es un medio eficaz para
liberar al hombre, mediante el empleo de fuerzas mecánicas como el vapor o la electricidad,
del trabajo necesario para la satisfacción de las necesidades vitales: un medio para procu-
rarle los distintos objetos, pero más bellos y más baratos que los hechos a mano. Y no ha de
temerse que la tipificación pueda coartar al individuo, al igual que no se ha de temer que
un dictado impuesto por la moda pueda conducir a la uniformización completa del vestir»
(Walter Gropius, cit. en T. Maldonado, El diseño reconsiderado, Gustavo Gili, Barcelona,
1993, 38).
16. Cf. P. Galison, «Aufbau/Bauhaus: Logical Positivism and Architectural Moder-
nism», cit.
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17. Cf. E. Blau, «Isotype and Architecture in Red Vienna: The Modern Projects of
Otto Neurath and Josef Frank»: Austrian Studies 14/1 (2006), pp. 227-259.
18. H. Hahn, O. Neurath y R. Carnap, «La concepción científica del mundo», cit.,
p. 111.
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Todas las cosas de esta tierra son un producto de la fórmula: función, tiem-
pos, economía. Construir es un proceso biológico. Construir no es un proceso
estético. [...] La arquitectura que continúa una tradición es historicista. [...] La
nueva casa es [...] un producto de la industria y como tal es la obra de especia-
listas: economistas, sociólogos estadísticos, higienistas, climatólogos, expertos
en normas, en técnicas de calefacción. [...] ¿El arquitecto? Antes era un artista
y ahora se está convirtiendo en un especialista en organización, [...] cons-
truir es solo organización: organización social, técnica, económica y mental21.
21. H. Meyer, «Bauen», en Bauhaus 2/4 (1928), cit. en F. Whitford, Bauhaus, Tha-
mes and Hudson, Londres, 1984, pp. 12 ss.
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La casa de Wittgenstein
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HEIDEGGER Y EL EXPRESIONISMO1
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Ciudad y disutopía
3. A este respecto puede ser de gran interés la obra de J. Fristsche, Historical des-
tiny and National Socialism in Heidegger’s Being and Time, University of California Press,
Berkeley/Los Ángeles/Londres, 1999.
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5. M. Heidegger, Sein und Zeit, § 75, p. 391 (G., p. 422). En lo que sigue se
utilizará preferentemente la traducción de Jorge Eduardo Rivera salvo cuando se indi-
que lo contrario. Esta traducción vio la luz en Chile (Editorial Universitaria, Santiago
de Chile, 1997) y, posteriormente, se ha reeditado en España (Trotta, Madrid, 22009).
Dado que en ambas se remite a la edición de Max Niemeyer (Tubinga, 121970), evitamos
alargar las referencias dando las páginas de cada una de ellas, manteniendo, sin embargo,
la referencia a la paginación alemana. No obstante, para facilitar la localización de los
textos, daremos entre paréntesis la paginación de la clásica traducción de José Gaos (G.)
en Fondo de Cultura Económica.
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busca lo nuevo, es solo para saltar nuevamente desde eso nuevo a otra cosa
nueva. En este ver, el cuidado no busca una captación [de las cosas], ni
tampoco estar en la verdad mediante el saber, sino que en él procura posibi-
lidades de abandonarse al mundo. Por eso, la curiosidad está caracterizada
por una típica incapacidad de quedarse en lo inmediato10.
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15. Ibid.
16. Ibid., § 51, p. 253 (G., p. 276).
17. Ibid., § 50, pp. 251-2 (G., p. 275).
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El útero materno
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porque acaso bajo esa estructura de la solicitud hacia los demás Hei-
degger esté, en efecto, intentando recuperar el espacio de esa verdadera
comunicación humana, esa «interacción comunicativa» (por decirlo con
Habermas), que el espacio de lo público, de la ciudad, no permite. De
hecho, el cuidado —nos recordará Heidegger una y otra vez— se vuelca
siempre sobre aquellos que aún no han perdido el rostro, que han con-
servado aún una identidad precisa e inintercambiable.
Quizá por ello, una de las figuras características de ese cuidado
—aunque no la única, por supuesto— será, sin duda, la relación afectiva
e íntima madre-hijo. En el cuidado se da el espacio donde las habladu-
rías desaparecen, donde la comunicación se hace antepredicativa, don-
de la «comprensión» —de las necesidades, los deseos, los miedos— no
exige ya del lenguaje. Y sin embargo, como dice literalmente Heidegger,
«de la falta de palabras no se debe concluir la falta de interpretación»18.
También fuera del lenguaje existe comunicación y «comprensión de sen-
tido». Siendo el caso que entre madre e hijo no existe prima facie el vín-
culo del lenguaje al modo como ese existe en el mundo de los adultos,
¿diríamos por ello que no existe verdadera comunicación? ¿No está,
acaso, entre los más estrechos vínculos, entre los más auténticos que
cabe encontrar entre dos seres humanos?
En ese sentido, resulta muy notable constatar la obstinada presencia
de esos motivos relacionados con la maternidad y el cuidado que es po-
sible rastrear en la pintura expresionista. De Munch a Schiele, pasando
por Otto Dix o Emil Nolde, la solicitud y el cuidado maternal resultó ser
un tema recurrente en el imaginario simbólico del expresionismo. La in-
fancia representa la fragilidad de una existencia amenazada que necesita
del aliento de otros para mantenerse y seguir en pie. El entorno duro e
inhóspito de la ciudad halla aquí un lugar de protección. Especialmente
impresionantes resultan en este sentido la serie que Egon Schiele dedi-
caría entre 1914 y 1917 a la figura de la madre. En ellos madre e hijo se
abrazan de un modo patético y conmovedor, como si temieran el mo-
mento de la separación y de la ruptura de ese lazo íntimo [Fig. 05.17].
Ahora bien, ni siquiera en el espacio de lo doméstico, de la vida do-
mesticada y humanizada, en el lugar habitable por antonomasia, la som-
bra de la muerte dejará de estar presente. Tampoco una relación humana
sin distorsiones, como pueda representar la relación madre-hijo, aparta
de su horizonte la sombra del ser para la muerte. Y así, ese vínculo inver-
so entre muerte y cuidado, por decirlo con las categorías de Heidegger,
presidirá el imaginario expresionista. Lo hallamos en filmes como Las
tres luces, por ejemplo en aquella secuencia en que una madre llora amar-
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resulta del todo impersonal: podría pasar por una modesta barraca de
pescadores. De hecho, y de un modo significativo, en su breve reseña en la
Obra completa Le Corbusier omitirá cualquier referencia al exterior bajo
el pretexto de que «el exterior y la techumbre son completamente inde-
pendientes del problema planteado aquí»10. En contraste, el interior de la
cabaña es el espacio de la intimidad: lugar de trabajo, reflexión o reposo.
Sobre ella se repliega la personalidad del morador. El interior de la caba-
ña es el lugar donde se da curso a la expresividad del yo, algo que parece
subrayarse con las múltiples pinturas —todas del propio arquitecto— que
decoran paredes y ventanas. Y como para subrayar el repliegue sobre sí a
que invita el interior, algunas de las contraventanas en tijera incorporan
espejos que reflejan el interior de la morada y la vida de sus habitantes.
10. Le Corbusier, Œuvre complète, vol. 5, 1946-1952, Artemis, Zúrich, 1995, p. 62.
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Y, sin embargo, esos ideales no han sido del todo abandonados. Como
se señalaba al comienzo, la pequeña cabaña es coetánea de las máquinas
para habitar que encontramos en las unidades de habitación, con cuyos
interiores el cabanon guarda un significativo parecido. Las rampas, que
forman parte del repertorio formal de Le Corbusier desde los Mataderos
frigoríficos de 1917-1918 (Challuny, Garchivy o Bordeaux) y que en la
Villa Roche encuentra tal vez su mejor ejemplo, se conservan aún en pro-
yectos de esta época como el puente de acceso al convento de La Touret-
te, el pabellón Heidi Weber o la pasarela elevada del Visual Arts Center
de la Universidad de Harvard. No se trata, pues, tanto de una impugna-
ción como de un momentáneo paréntesis que pone en duda la supuesta
radicalidad del postulado de internacionalidad de la arquitectura moder-
na. Por su carácter vernáculo, por su integración con el entorno natural
y su casi completa desaparición en él, así como por el deseo de que la
arquitectura se impregne del lugar e interactúe con el paisaje, el cabanon
casi parece una anticipación de regionalismo crítico en la obra de Le Cor-
busier. Pero al mismo tiempo en él encontramos la continuidad con pre-
ocupaciones presentes en Le Corbusier desde sus inicios, como el intento
de determinar un espacio mínimo vital para usos residenciales o su inte-
rés por la estandarización de modelos espaciales reproducibles en serie.
La aparente impresión de un Le Corbusier que comienza a desdecir-
se de su programa modernista más radical debe, pues, matizarse. Lo que
ocurrirá de hecho es que sobre el cabanon se enlacen —modulándose
de una manera sutil y parcialmente autocrítica— las dos concepciones
que habían sido dominantes en el movimiento moderno. Por un lado,
el discurso de la mecanización, la burocratización y estandarización de
los procesos constructivos y, por otro, el anhelo de reintegración con
la naturaleza en un espacio que proporcione aire puro, zonas verdes y
grandes horizontes abiertos.
En efecto, los resultados de la investigación sobre el cabanon ser-
virán de modelo para un prototipo de residencia que Le Corbusier in-
tentará aplicar en los fallidos proyectos para Cap Martin. De hecho, a
pesar de los apenas 45 minutos invertidos en el diseño de los primeros
planos, el desarrollo del proyecto del cabanon se extendió durante los
siguientes seis meses y en él trabajaron no menos de 5 colaboradores del
estudio de Le Corbusier. El prototipo final resultado de esos trabajos
recibirá el nombre de «Blockhaus» y se piensa como un módulo inser-
table en estructuras de hormigón armado ideado para las «unidades de
vacaciones» de las construcciones de la costa11. Todo ello descarta la
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Dialéctica de la Ilustración
12. Le Corbusier, Œuvre complète, vol. 5, 1946-1952, Artemis, Zúrich, 1995, p. 54.
13. Le Corbusier, Principios de urbanismo. (La Carta de Atenas), Ariel, Barcelona,
1971, p. 41.
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Desde la segunda mitad del siglo XIX, las fechorías del primer maquinismo
han provocado un debate destinado a determinar el punto de vista justo
desde el que podría considerarse un equilibrio beneficioso entre el hombre
y la máquina. Nacida la industria realmente, convertidas las máquinas en
amos, los hombres se veían reducidos a la miseria y llevados implacable-
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17. Le Corbusier, Cómo concebir el urbanismo, Infinito, Buenos Aires, 2003, p. 43.
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Genius loci
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20. Cf. F. Samuel, Le Corbusier. Architect and feminist, Willey Academy, Sussex,
2004, p. 16.
21. Ch. E.-Jeanneret (Le Corbusier), El viaje a Oriente, Colegio Oficial de Apareja-
dores y Arquitectos, Valencia, 1984.
22. «Ver la Acrópolis es un sueño que se acaricia sin aspirar siquiera a hacerlo realidad.
No sé muy bien por qué razón esta colina encierra la esencia del pensamiento artístico. Soy
capaz de evaluar la perfección de sus templos y reconocer que no los hay tan extraordina-
rios en ninguna otra parte; y he aceptado desde hace tiempo que este sea como el depósito
de la pauta sagrada, base de cualquier medida del arte» (El viaje a Oriente, cit., p. 189).
23. Le Corbusier, citado en VV.AA., Le Corbusier et la Méditerranée, Parenthèses-
Musées de Marseille, Marsella, 1987, p. 7.
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¿Por qué es feo nuestro progreso? ¿Por qué los pueblos que tienen todavía
la sangre virgen se apresuran a copiar lo peor de nosotros? ¿Conservamos
de verdad la afición al arte? ¿Acaso ejercerlo aún no es seca Teoría? ¿No
haremos ya Armonía nunca más? Nos quedan santuarios para dudar perpe-
tuamente. Allí, nada se sabe de la actualidad, estamos en el ayer; lo trágico
se asocia al júbilo exultante. Nos sentimos conmocionados en lo más pro-
fundo porque el aislamiento es total... Es lo que ocurre en la Acrópolis, en
las gradas del Partenón. Vemos realidades de antaño y el mar al otro lado.
Tengo veinte años y no puedo responder...25.
Estoy muy afectado por todas esas cosas de Italia. Había vivido cuatro
meses de magistral sencillez: el mar, montañas de piedra y con el mismo
perfil: Turquía, con las mezquitas, las casas de madera, los cementerios,
el Athos con conventos cerrados como una prisión alrededor de la única
iglesia bizantina; Grecia con el templo y la cabaña: La tierra era desnuda.
Era lógico que la vida se concentrase en las aldeas. Y nada fuera de eso nos
distraía: lo sabíamos de antemano26.
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LAS ALEGRÍAS ESENCIALES
Una de las ideas que los cátaros abrazarían desde sus inicios consistía
en ver la vida en la tierra como la ocasión para el despliegue de un
proceso de purificación espiritual. Otra, la de que el acto de la gene-
ración, incluso entre esposos legítimos, era de entre todos los actos el
más abominable. Solo practicando un riguroso ideal de vida buena era
posible liberarse de la existencia material tras la muerte. Los seguido-
res de la doctrina albigense se encontraban divididos en dos grupos.
La gran mayoría la formaban los «creyentes». De entre ellos solo unos
pocos llegaban a adquirir la condición de «perfectos». Eran los que se
obligaban a llevar una vida de ascetismo radical: renuncia a riqueza y
propiedades, comida frugal, ausencia de relaciones sexuales y prohibi-
ción de prestar juramentos o someterse a las instituciones mundanas. Su
condición de «perfectos» la recibían tras un penoso período de iniciación
que acababa con el rito del consolamentum o bautismo del espíritu por
medio de la imposición de manos. De acuerdo con una lógica tan per-
fecta como dramática, en no pocos casos tras completar ese proceso de
purificación, los perfectos decidían acabar con su vida de las maneras
29. Según Beatriz Colomina, la construcción del cabanon ha de ser vista como un
intento de ejercer una violencia simbólica sobre la casa E 1027 tras la disputa con Eileen
Gray: «Al imponer su visión desde arriba, [Le Corbusier] estableció su dominio sobre el
lugar de la casa de Gray. El cabanon no era más que una plataforma de observación, una
especie de caseta de perro guardián», cf. B. Colomina, «Frentes de batalla E 1027»: Zehar:
revista de Arteleku-ko aldizkaria 44 (2000), p. 10.
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III
Homo mensura
Ni uno solo de nosotros ignora la densidad semántica que posee una ima-
gen como la del Homo ad circulum de Leonardo [Fig. 07.01]. Desde hace
cinco siglos, Occidente ha querido ver reflejada en ella, a través de los
invisibles armónicos que la recorren, una suerte de celebración de la hu-
manidad: de su perfección, de su simetría. Su reivindicación permanente
como símbolo de la cultura europea refleja bien hasta qué punto Europa
se siente reconciliada consigo misma a través de esos pocos trazos.
En el Renacimiento la primacía que reclama esta imagen como ar-
quetipo ideal de lo humano no carece de avales. En una época en que
la imagen científica del mundo comenzaba a desperezarse, la garantía
de su verdad se apoyaba en el andamiaje geométrico y matemático que
sustenta la figura y que Leonardo reconstruirá minuciosamente. Desde
los albores de la modernidad, la razón y la verdad se resguardan en
la matemática como tras un dique con que proteger al conocimiento
humano de la contingencia y la arbitrariedad que siempre lo han ame-
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Si alguien me pregunta de qué modo la forma del cuerpo puede ser similar
a la forma y razón del espíritu y del ángel, le pediría a esa persona que con-
siderase el edificio del Arquitecto. Desde el principio, el arquitecto concibe
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3. Cit. por E. Panofsky, Idea: contribución a la historia de la teoría del arte, Cá-
tedra, Madrid, 1987. En todo caso, afirmaciones semejantes serán moneda común en el
Renacimiento, de Filarete a Alberti. He aquí otro ejemplo: «Y si la ciudad (según sentencia
de filósofos), es una gran casa y, por el contrario, una casa no es más que una pequeña
ciudad, ¿por qué los miembros de esa casa no se dirán ser unas pequeñuelas casillas? [...]
Y así como en el animal conviene que correspondan miembros a miembros, de la misma
suerte en el edificio las partes a las partes, de donde es aquel dicho que dicen, que en los
grandes edificios conviene que sean grandes los miembros» (L. B. Alberti, Los diez libros
de arquitectura, Libro Primero, reimpresión facsímil de la edición de Alonso Gómez Im-
presor, 1581, p. 22).
4. C. Agripa, La filosofía oculta o la Magia, Kier, Buenos Aires, 1978, vol. 2,
cap. XXVII, «La proporción, la medida y la armonía del cuerpo humano».
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8. Agustín de Hipona, De Ordine, II, XI, pp. 32-34, cit. en L. Paretta, Historia de
la Arquitectura. Antología crítica, Celeste, Madrid, 1997, p. 171.
9. Cf. M. R. Cervera y J. Pioz, «Las formas en la naturaleza», en Íd. (coords.), Ar-
quitectura y biónica: Arquitectura + Ingeniería + Biología, Diputación de Cuenca, Cuen-
ca, 2001.
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subjetividad que cualquiera que tuviera ojos para ver habría de percibir
como pesadas losas que la modernidad cargó sobre nuestras espaldas.
La caja de Pandora que abre la perspectiva posthumanista sería sola-
mente el último episodio —por lo demás, razonablemente previsible—
de ese itinerario que acaba por constatar lo quimérico que es tratar de
ver en las formas corpóreas del ser humano ocultos signos de lo divino.
Si el cuerpo humano no es fruto de un diseño inteligente sino producto
de la casualidad o de los discursos construidos de las ciencias humanas,
las homologías que se puedan encontrar entre él y el resto del universo
carecen de más valor el que le confiere un ciego azar y, por tanto, todo
intento de explicación no naturalista que de ellas tratara de hacerse
podríamos juzgarlo con razón como la fantasía ingenua que acosa a
todo antropocentrismo.
Así pues, en los años ochenta y noventa del siglo XX desestabilizar
el discurso racionalista, problematizar los fundamentos de la moderni-
dad, deconstruir los presupuestos del discurso de la subjetividad fue una
campaña en boga y políticamente comprometida a la que la arquitectura
se sumó con un indisimulable alborozo. En 1983, Wolf Prix y Helmut
Swiczinsky, los fundadores del equipo de arquitectos Coop Himmelb(l)au,
presentaron un proyecto para un centro juvenil en Berlín que no logró
cosechar el primer puesto. La razón que adujo el jurado para negarles el
encargo es que ese edificio haría imposible administrar el centro. Poco
después Prix comentaba sarcásticamente: «Apenas podríamos haber ima-
ginado mayor cumplido que ese». Un poco después Peter Eisenman era
aún más explícito: «La idea de que la arquitectura debe estar en la tra-
dición de la verdad, debe representar su función cobijadora, debe repre-
sentar lo bueno y lo bello, constituye una forma primitiva de represión.
De hecho es esta verdad de la inestabilidad la que ha sido reprimida»12.
Una vez liberada de sus cadenas, esa inestabilidad comenzó a mostrar
sus consecuencias. Cuando en 1968 John Portman firmó el proyecto del
Hotel Hyatt Regency en San Francisco, la crítica lo saludó como una
«obra maestra de la ingeniería» [Fig. 07.03]. El atrio resulta ciertamente
impresionante no solo desde un punto de vista técnico: podemos per-
fectamente imaginar el impacto fenomenológico que debe suponer para
cualquier viajero que cruza sus puertas por primera vez encontrarse con
aquel lugar. Sobre una planta triangular, las bandejas voladas en que se
encuentran las habitaciones se van cerrando sobre sí a medida que se as-
ciende en altura hacia el lucernario. Sin duda, hay algo de sublime en la
experiencia de sentirse rodeado de esas formas inapresables. Formas que,
12. P. Eisenman, «Blue line Text», en P. Ciorra, Peter Eisenman. Obras y proyectos,
Electa, Madrid, 1994, p. 213.
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15. B. Tschumi, Architecture and Disjunction, MIT Press, Londres, 1996, p. 176.
16. Cf. M. Novak, «Liquid Architectures in Cyberspace», [en línea] http://www.
zakros.com/liquidarchitecture/liquidarchitecture.html [consulta: 27.08.2010].
17. J. Baudrillard y J. Nouvel, Los objetos singulares, FCE, México, 2002.
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La condición (post)humana
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De esa fragilidad del yo humano, de sus límites cada vez más imprecisos,
no solo las ciencias sociales, la filosofía o la arquitectura sino también la
praxis artística ha dado testimonios elocuentes. Desde hace años —y prác-
ticamente reproduciendo el espectro de posiciones que era posible encon-
trar en el plano teórico—, el arte contemporáneo ha tratado de indagar
las consecuencias de ese nuevo horizonte posthumano donde la identidad
personal, entre otras instancias, deviene un asunto altamente borroso.
Orlan representa probablemente el caso extremo de esa situación
de facto posthumana. Un cuestionamiento radical de los supuestos en
torno a los que se plantea y se resuelve el problema de la identidad
humana es el leit motiv que atraviesa el planteamiento de esta artista.
En la larga tradición materialista occidental —esa que va de Epicuro
20. Cf. J. Habermas, J., El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia
liberal?, Paidós, Barcelona, 2002, y P. Sloterdijk, Normas para el parque humano, Siruela,
Madrid, 2000. Para una aproximación a las dimensiones de la polémica cf. L. Arenas,
«¿El fin del hombre o el hombre como fin? Crónica de la polémica Sloterdijk-Habermas»:
Pasajes 12 (2003).
21. F. Fukuyama, El fin del hombre: consecuencias de la revolución biotecnológica,
Ediciones B, Barcelona, 2002.
22. D. J. Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, Cáte-
dra, Madrid, 1995.
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Abrazar la contingencia
26. Entre los defensores del post- o transhumanismo encontramos desde lo que po-
dríamos traducir como un transhumanismo radical democrático que, en una vertiente
izquierdista de corte utilitarista, podría representar un autor como Peter Singer (cf. P. Sin-
ger, Una izquierda darwiniana. Política, evolución y cooperación, Crítica, Barcelona,
2000), hasta el feminismo socialista ejemplificado en una autora como Donna Haraway y,
a su sombra, lo que se ha dado en llamar el feminismo socialista cyborg (cf. D. Haraway,
Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1995) o
también —llevando hasta el final una lógica antiesencialista que desplaza los argumentos
de la teoría queer sobre el carácter convencional e inestable del género al terreno de la
especie— corrientes como el futurismo queer de lejana inspiración butleriana, que inter-
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pretan la performatividad del género en una clave tecnológica (cf. R. Wicker, «The Queer
Politics of Human Cloning»: Gay Today [20 de marzo de 2000]. El texto de referencia
para la teoría queer es J. Butler, El género en disputa, Paidós, Barcelona, 2001).
Pero es preciso recordar que el transhumanismo también convoca a los defensores
del otro extremo del arco político. La derecha ha reivindicado el transhumanismo desde
posiciones liberales, anarco-capitalistas o desde las posiciones filo-fascistas de grupúsculos
supremacistas que pululan por la red. En estos casos, la defensa del transhumanismo se
hace solidaria de los principios de un liberalismo libertario radical: ni el Estado ni cua-
lesquiera otras instancias de autoridad supraindividuales deben inmiscuirse en la libertad
de los individuos para perseguir sus propios fines, incluso cuando esos fines sean el del
mejoramiento de las capacidades físicas y psíquicas de esos individuos y su descenden-
cia con ayuda de las bio-tecnologías que el mercado pone a su disposición. En una
estricta aplicación de los principios neo-liberales, el supuesto del transhumanismo en su
versión libertaria parte de la convicción —acríticamente aceptada por lo general por los
ideólogos del liberalismo— de que será el propio mercado el que en su dinámica propia
generará órdenes dinámicos autorregulados, sin necesidad de que el Estado deba (ni tenga
derecho a) intervenir en las decisiones autointeresadas de los individuos en relación a
su devenir futuro. En este sentido Max More (antes de su renacimiento transhumanista
conocido bajo el nombre de Max T. O’Connor) desde el Instituto Extropía ha resumido
el programa transhumanista en un conjunto de «Principios Extrópicos» que, en la ver-
sión 3.0, se resumen en estos seis: Progreso perpetuo, auto-transformación, tecnología
inteligente, sociedad abierta, auto-dirección y pensamiento racional. El resultado de esos
principios es una filosofía política de corte ultraliberal en la que el valor de la libertad
individual se antepone y oscurece la apelación a cualquier otro valor social o comunitario
(cf. M. More, «Order Without Orderers»: Extropy 7 (1991) vol. 3, n.º 1, y M. More, «The
extropian principles. A Transhumanist Declaration», [en línea] versión 3.0, 1998, http://
www.maxmore.com/extprn3.htm [consulta: 27.08.2010].
170
LA CIUDAD Y LOS CUERPOS
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8
HABITAR LO INHÓSPITO.
PAISAJES URBANOS EN EL CINE DEL SIGLO XX1
Privatizar la calle
De hacer caso a las historias canónicas del cine, son las películas de los
hermanos Louis y Auguste Lumière las que inauguran a finales del si-
glo XIX lo que será por antonomasia el arte del siglo XX. De este ya lejano
comienzo, llama la atención que el cine, lejos aún de su estatuto de arte
pero consumado ya entonces como una deslumbrante y prometedora
técnica con un brillante futuro por delante, comenzara, sin embargo,
por retratar precisamente lo que quedaba detrás de ella, una forma de
modernidad industrial que comenzaba a dar síntomas de su inminente
transformación. Las imágenes inaugurales que quedan en la memoria
de las filmotecas y archivos son películas como Llegada de un tren a la
estación de la Ciotat o La salida de los obreros de la fábrica, testimonios
visuales que reflejan algunos de los iconos de una sociedad, la del capita-
lismo industrial y de producción, que por esa época ya daba síntomas de
su conversión hacia lo que iba a ser su forma dominante durante buena
parte del siglo XX: el capitalismo de consumo. En efecto, la revolución
de los siglos XVIII y XIX, que ofreció las herramientas técnicas para gene-
rar por primera vez una producción a escala industrial, dio también con
los medios para distribuir lo producido por todo el orbe: la máquina de
vapor fue la solución a ese problema común que la dinámica de fuerzas
económicas exigía para alcanzar el desarrollo que finalmente conoció.
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HABITAR LO INHÓSPITO
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HABITAR LO INHÓSPITO
por Le Corbusier en los planes de los años veinte proviene de esa una úni-
ca duda que nos plantean: la de que en ellas sea posible la vida humana.
Una sensación no muy distinta, por cierto, a la que relatan los peatones
al caminar por las enormes manzanas de Brasilia, en tantos aspectos una
plasmación práctica de algunos de estos ideales lecorbuserianos.
Pronto la megaciudad de Le Corbusier, con sus interminables «ras-
cacielos cartesianos», iba a dejar escapar por sus costuras todo lo que esa
propuesta racional reprimía y sepultaba. Ese retorno de lo reprimido
iba a producirse apenas dos años después de la mano del cine, en una
película tan confusa y mediocre ideológicamente como deslumbrante
desde un punto de vista intuitivo y visual. En 1927 Fritz Lang respondía
—acaso sin él mismo saberlo— a ese sueño cartesiano de Le Corbusier
ofreciendo el rostro oculto de la modernidad arquitectónica. Con su pe-
sadilla futurista, la Metrópolis de Lang ofrecía los materiales para otro
asalto más de la dialéctica de la Ilustración que Adorno y Horkheimer
relatarían años más tarde: la de las sombras que proyecta sobre una vida
que se quiera humana el progreso técnico e industrial [Fig. 08.05].
En su crítica a Metrópolis Luis Buñuel escribiría que con ella «el cine
sirve de fiel intérprete de los sueños más atrevidos de la arquitectura».
Pero, quizá más que de los sueños, Lang se proponía hablarnos de las
pesadillas que esa nueva revolución maquinista propugnada, entre otros,
por Le Corbusier y los profetas de los tiempos modernos estaba a punto
de crear. En la distopía de Lang, la ciudad se halla ordenada en una es-
tricta jerarquía vertical. Como en la de Le Corbusier, la gran Metrópoli
de Lang crece hacia lo alto y hacia lo profundo. Dominan la superficie sus
ingentes rascacielos, autovías y aviones surcando el cielo, el Club de los
Niños, el Yoshiwara, lugar de ocio de los pudientes, y el Jardín Eterno,
donde los hijos de los poderosos dueños de Metrópolis juegan despreo-
cupados. Anticipando los diferentes procesos de gentrificación que habrá
de conocer la metrópolis contemporánea, la ciudad de Fritz Lang es un
escenario reservado a los jóvenes, ricos y poderosos. Y por debajo de esa
ciudad aún vivible se halla todo lo que la modernización no permite ver,
todo lo que excluye y destierra fuera de su vista: el barrio de las máqui-
nas, presidido por Moloch, ese monstruo maquinal al que se ha de ofre-
cer en moderno holocausto las horas y las vidas de los obreros; la ciudad
de los trabajadores, un lugar de noche perpetua en que no se pone el sol
porque tampoco nunca se levanta; las catacumbas, las criptas subterrá-
neas, los pasillos excavados en la tierra. En una palabra: el inframundo
olvidado que sostiene el funcionamiento de la metrópoli.
Todos los miedos que generará en la época de entreguerras la mo-
vilización total que trae consigo la civilización técnica son invocados
en la película de Lang: la deshumanización y la vida impersonal, el con-
flicto social y de clases, el fantasma de una vida artificial que desplace
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vez despegar los pies de la Tierra. Ya no es ella la que nos sostiene y nos
sirve, y el dictamen de Marx que ve en la modernidad ese tiempo en que
«todo lo sólido se desvanece en el aire» adquiere una curiosa literalidad
en la época de los viajes espaciales: la ciencia moderna pone al hombre
a flotar en el espacio sideral.
Las tensiones que esta radical alteración provoca en la conciencia
de la época se van haciendo visibles a lo largo de las décadas que prece-
dieron a la carrera espacial. En una fecha tan temprana como 1936 las
encontramos claramente explicitadas, por ejemplo, en la película de Wil-
liam Cameron Menzies Things to come. Basada en obras de H. G. Wells,
Menzies elaboró en ella concretas anticipaciones históricas y tecnológicas
del futuro inmediato. Algunas, como las de una inminente conflagración
bélica que podía conducir a la humanidad al desastre, se concretarían
muy pronto con la segunda guerra mundial. Otras como la invención del
helicóptero, los dispositivos inalámbricos de comunicación, las pantallas
de plasma o los viajes espaciales, tardaron algo más en llegar pero ya
están desde hace tiempo entre nosotros. La asociación de científicos ima-
ginada por Wells movidos solo por el interés de proteger el progreso y el
bien común de la humanidad está al día de hoy aún por llegar (y, lo que
es de manera inminente, la verdad sea dicha, no se la espera).
Pero si esa película es aún de algún interés lo es sobre todo por la
manera como Wells y Menzies nos hablan de la ciudad y del habitar
del futuro8. Un cambio profundo se ha operado con respecto a Metró-
polis de Lang. El mundo subterráneo que en Metrópolis era el reducto
insalubre de los trabajadores y parias de la gran ciudad, en el futuro
imaginado en Things to come pasa a ser el privilegio y el logro de una
vida civilizada y tecnológicamente avanzada [Vid. 08.09]. El dominio
tecnológico invita al hombre a un doble movimiento aparentemente
contradictorio: por un lado, hacia dentro, lo empuja a encerrarse en un
espacio interior, acolchado y homogéneo en el interior de la tierra, allí
donde las condiciones ambientales pueden ser completamente contro-
ladas y ajustadas a su voluntad y donde lo inesperado se ha hecho casi
imposible de concebir. Pero, por otro lado y en este caso hacia fuera, lo
invita a alejarse de la Tierra, a buscar en el espacio exterior, desafiante
y desconocido, nuevos misterios con que saciar el inagotable deseo de
saber y de poder humano.
La «muerte de la calle» anunciada por Le Corbusier ha sido final-
mente alcanzada en la, en tantos sentidos, distópica utopía que Wells y
Menzies nos narran. El hábitat que la ciudad de Everytown nos muestra
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HABITAR LO INHÓSPITO
—Qué sitio más curioso era Nueva York, abuelo. Todo enganchado y
lleno de ventanas.
—En la antigüedad, las casas se hacían así.
—¿Por qué?
—No había luz en las ciudades como ahora y tenían que aprovechar
la luz del sol. Lo que había de él. No existía el aire acondicionado. Todos
vivían casi en el exterior. Tenían ventanas de frágil cristal. La era de las ven-
tanas duró cuatro siglos. No entendían que se pudiera iluminar el interior
de las casas con nuestro propio sol [...].
—Aún se siguen inventando cosas, ¿verdad abuelo?
— Sí, y la vida ahora es mucho más encantadora.
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HABITAR LO INHÓSPITO
10. Buckminster Fuller, «The Case for Domed Cities», St. Louis Post-Dispatch, 26 de
septiembre de 1965.
11. Technique et architecture 3 (1971), pp. 34-35.
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The House of the Future [Fig. 08.16]. Las revistas de la época saludaron
la propuesta de los Smithson precisamente como «una fantasía wellsiana
en plástico»12. The House of the Future es una de las respuestas al en-
cargo que hiciera el Daily Mail a siete arquitectos para diseñar la casa
ideal. Los principios en torno a los que se organiza la propuesta de los
Smithson son un canto a los valores de ese habitar futuro: trasparencia,
flexibilidad, fluidez, pureza. Si tomamos como referencia el mundo ima-
ginado en Things to come, pareciera que los Smithson hubieran aplicado
en su Casa del Futuro el dictum de Alberti en De re aedificatoria: «La
ciudad es como una casa grande, y viceversa, la casa es como una ciudad
pequeña». Igual que el Everytown de Things to come, nos encontramos
en este caso un hogar construido todo él en torno a un jardín interior y
cubierto al que van a dar las diversas áreas de la casa. La casa es en rea-
lidad «un patio encapsulado por su pabellón». Áreas que ya no pueden
ser llamadas «dependencias» o «habitaciones» puesto que configuran un
único espacio continuo, fluido y en tránsito. La estructura que lo contie-
ne quedaba abierta al exterior solo por uno de sus lados, de tal manera
que los otros tres lados permitieran la composición modular con otras
unidades semejantes, creando gracias a esa iterabilidad indefinida una es-
tructura de colmena que logra ampliar la densidad urbana del territorio.
En el interior nos encontramos con un espacio que evita cuidadosamente
el ángulo recto y se mantiene férreamente cerrado sobre sí. Como la
mónada leibniziana, la casa de los Smithson carece de ventanas. No
se abre al jardín exterior sino que recrea el jardín en medio del salón
de casa. Al justificar su propuesta los Smithson apelaron explícitamente
a distintas metáforas. Algunas, como las del coche, muy extendidas en
la tradición moderna; otras, como la de la caverna, más infrecuentes
pero tanto más significativas para nuestro argumento: «[En la Casa del
Futuro] las habitaciones fluyen libremente una de otra como los com-
partimentos de una cueva y, como en una cueva, los tránsitos sinuosos
que unen un compartimiento con otro son los que mantienen efectiva-
mente la privacidad». La luz proviene del interior de las estructuras; los
muebles están integrados en paneles y módulos de plástico prefabricado
que no permiten añadir o restar elementos al conjunto13. Y la mesa del
12. Cf. «House of the future»: House Beautiful (mayo de 1956), cit. en B. Colomina,
«Unbreathed Air 1956», en Allison and Peter Smithson. From the House of Future to the
house of today, 010 Publishers, Rótterdam, 2004, pp. 30-49.
13. Como reconocieron posteriormente los Smithson en «The Appliance House»:
«Una casa diseñada como un coche tiene algunas desventajas, pues los aparatos electro-
domésticos estarían tan estrechamente integrados en la estructura que cambiar el frigo-
rífico sería como tratar de conseguir una guantera más grande en el salpicadero de un
Volkswagen. Sería más fácil comprar un choche nuevo», cit. en B. Colomina, «Unbreathe
Air 1956», cit., p. 36.
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HABITAR LO INHÓSPITO
Pero entre tanta limpieza el espíritu se ahoga. Hoy sabemos que el cuer-
po necesita cierta dosis de impureza y suciedad para lograr configurar
su sistema inmunológico: las alergias crecen entre niños que no tuvie-
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LA CIUDAD Y LOS CUERPOS
ron permiso para jugar en medio del polvo y los charcos de la calle. Y lo
mismo ocurre con el espíritu: también parece que se asfixia y se empe-
queñece en el confort que ofrece la mesa camilla de un cuarto de estar.
Los situacionistas, con Guy Debord a la cabeza, estarán entre los
que de forma más explícita se rebelen en los años sesenta contra los an-
helos de control biopolítico del funcionalismo arquitectónico. Su odio a
la arquitectura dominante se manifestó tempranamente en las críticas de
Asger Jorn al propio Le Corbusier, a quien conoció y con quien siendo
aún muy joven, en el año 1936, había llegado a colaborar ocasionalmen-
te. Frente a la separación de funciones que la arquitectura inspirada en
la Carta de Atenas defendía como criterio para organizar la ciudad, Jorn
y los situacionistas ofrecieron como alternativa un «urbanismo unitario».
Con él se invertía la relación jerárquica que hacía del arquitecto y del ur-
banista las instancias poseedoras del saber teórico que legitima el poder
político de imponer de arriba abajo las condiciones de vida a los ciuda-
danos. El urbanismo unitario era, ante todo un movimiento inverso, de
abajo arriba: colectivo, lúdico, flexible, de base artística y no científica,
atento al dinamismo de la vida y a la influencia real —no meramente
abstracta— de los ambientes en la psicología de los individuos. El si-
tuacionismo también trataba de recuperar la conciencia histórica que
el modernismo arquitectónico había intentado barrer. En La sociedad
del espectáculo leemos: «La ciudad es el medio ambiente de la historia
porque es a la vez concentración del poder social que hace posible la
empresa histórica y la conciencia del pasado» (§ 176).
La materialización de este rechazo sería la inversión del slogan de
«la muerte de la calle» de Le Corbusier: la tarea más inmediata de los
situacionistas consistirá en revivirla [Fig. 08.21]. Como dirá Debord
en su Introducción a una crítica de la geografía urbana, «el futuro per-
tenece a los transeúntes». Se trata de rescatar la ciudad viva y real, con
su arbitrariedad y sus impurezas, de aprender a gozar de lo imprevi-
sible y espontáneo, de volver a encontrar en la ciudad todo el azar
que la racionalización y la mecanización modernas habían tratado de
eliminar de ella. Todos los métodos situacionistas apuntan a ello: la
deriva, que pretende hacer de la ciudad un espacio reinventado cada
vez y que puede organizarse de acuerdo a principios tan arbitrarios
como precisos; la elaboración de mapas psicogeográficos que estudien
«los efectos del medio geográfico [...] sobre el comportamiento afec-
tivo de los individuos», el juego de la «cita posible», etc. Las calles de
la ciudad eran de nuevo el campo de batalla para la política y París y
su rive gauche —embellecida e idealizada por la mirada enamorada
de Debord— era la ciudad que en el imaginario situacionista resumía
todas las posibilidades de intervención y de creación de situaciones
que la vida urbana abría y que, sin embargo, el urbanismo de la época
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HABITAR LO INHÓSPITO
El cielo prometido en otro tiempo por los curas bajo la sotana negra es
tomado de hecho por los astronautas de blancos uniformes. Asexuados,
neutros, super-burocratizados, los primeros hombres en salir de la atmós-
fera son las vedettes de un espectáculo que flota día y noche sobre nuestras
cabezas, que puede dominar las temperaturas y las distancias, y que nos
oprime desde lo alto como el polvo cósmico de Dios. Ejemplo de super-
vivencia en su más alto grado, los astronautas hacen, sin pretenderlo, la
crítica de la tierra: condenados al trayecto orbital —bajo pena de morir de
frío o de hambre— aceptan sumisamente («técnicamente») el aburrimiento
y la miseria de los satélites. Habitantes de un urbanismo de la necesidad en
sus cabinas, prisioneros del aparato científico, son el ejemplo —in vitro—
de sus contemporáneos que no escapan, a pesar de las distancias, de los
diseños del poder15.
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17. Extraído del guión de G. Debord, In Girum Imus Nocte Et Consumimur Igni, 1978.
18. G. Ivain, Formulario para un nuevo urbanismo, en L. Andreotti y X. Costa,
Teoría de la deriva y otros textos situacionistas sobre la ciudad, Actar, Barcelona, 1996,
pp. 15-16.
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Socializar el tedio
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Alvy Singer: —Ustedes parecen una pareja muy feliz. ¿Cómo lo lo-
gran?
Mujer: —Bueno, soy superficial y vacía, carezco de ideas y no tengo
nada interesante que decir.
Hombre: —Sí, y yo soy igual.
Quizá no haya ningún otro fenómeno anímico que esté reservado incon-
dicionalmente a la gran ciudad como la indolencia. [...] La esencia de la
indolencia es el embotamiento frente a las diferencias de las cosas, no en el
sentido de que no sean percibidas [...] sino de modo que la significación y el
valor de las diferencias de las cosas y, con ello, de las cosas mismas, son sen-
tidas como nulas. Aparecen al indolente en una coloración uniformemente
opaca y grisácea, sin presentar ningún valor para ser preferidas frente a
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26. G. Simmel, «Las grandes urbes y la vida del espíritu», en Íd., El individuo y la
libertad, Península, Barcelona, 2001, pp. 382-383.
27. M. Houellebecq, El mundo como supermercado, cit., p. 72.
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9
Hubo un tiempo en que las artes sabían bien cuál era el terreno de su ac-
tuación. Cada disciplina artística se veía inscrita en un territorio concre-
to, se obligaba a trabajar un concepto o idea que establecía el escenario
en que el artista venía a desarrollar su creación. Las correspondencias
entre las diferentes artes y sus categorías rectoras eran casi perfectas.
La pintura se veía limitada al espacio, un espacio bidimiensional plano
como era el del lienzo, con sus límites precisos marcados por esa fronte-
ra insoslayable que constituía el marco que encerraba la imagen. La es-
cultura o la arquitectura —cuyo mutuo parentesco hoy queda más claro
que nunca en la progresiva iconización a que se ha visto sometida esta
última— trabajaban en torno al concepto clave de espacio tridimensio-
nal o volumen: volúmenes llenos, en el caso de la escultura; volúmenes
vacíos o vaciados para «dar lugar» a su ocupación por parte de los seres
humanos en el caso de la arquitectura. La música era el arte del tiempo
transcurrido. Frente al tiempo de la música, la fotografía se afanaba por
atrapar el instante o tiempo detenido. En la danza, el concepto central
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LA CIUDAD Y LOS CUERPOS
era el de movimiento. Y así, cada una de las artes hacía del lento trabajo
sobre un determinado concepto la razón de ser de su actividad creativa.
Ese tiempo nos resulta ya irremediablemente perdido. Una mirada
sobre el pasado siglo nos permite cobrar conciencia de un hecho signifi-
cativo: si algo ha caracterizado el arte del siglo XX es que, en uno u otro
momento de su decurso, todas las disciplinas artísticas han pugnado por
liberarse de estos márgenes «conceptuales» a los que desde su origen se
habían visto reducidas por la tradición. En cada caso percibimos el deseo
de colonizar otros territorios, de ampliar sus fronteras «categoriales» a
la búsqueda de espacios en los que proyectar de una manera nueva el
impulso creativo que animaba a sus cultivadores. De esas expediciones
—atrevidas o frustradas, unas; previsibles o inevitables, otras— resultan
las sinestesias que han dado lugar a algunos de los más interesantes desa-
rrollos del arte contemporáneo en el siglo XX. Las rupturas en los códigos
y formatos de los géneros clásicos y las transferencias, préstamos y juegos
intertextuales que caracterizan el arte de la postmodernidad, pueden ser
vistos como el precipitado final de una larga historia de tentativas y expe-
rimentaciones que arranca de la época de las vanguardias de las primeras
décadas y se extiende hasta el ocaso del ya fenecido siglo XX.
Quizá de todas las disciplinas artísticas fue la más joven de ellas, la
fotografía, la primera en querer salirse de sus fronteras (establecidas,
por cierto, hacía muy poco) y explorar otros territorios. La imagen fo-
tográfica quiso romper con su esclavitud al tiempo-instante y decidió
hacerse, como diría Deleuze, imagen-movimiento: fue entonces cuando
la fotografía se convirtió en cine.
Pero en pintura, ese deseo de trasgresión también se evidenció muy
pronto en los albores del siglo XX cuando la pintura ensayó la forma de
trascender el carácter espacial bidimensional de su disciplina sin por
ello abandonar los límites del cuadro. La primera fase de ese intento de
superación la propiciaron el futurismo o el cubismo en su fase analíti-
ca. Su empeño en hacer ver simultáneamente las diferentes facetas del
objeto representado puede ser visto justamente así: como un intento de
conquistar el tiempo en la pintura, de dar cuerpo a la paradoja de repre-
sentar la sucesión de los instantes de una escena bajo la idea de simul-
taneidad de momentos diversos. Esa es la sensación que nos provocan
algunos cuadros de Picasso, Braque o Russolo: parecieran querer mos-
trarnos la síntesis simultánea de una misma imagen contemplada desde
puntos de vista (temporalmente) sucesivos [Fig. 09.01]. A finales de los
años veinte, la necesidad de fusionar la pintura como arte del espacio
bidimensional con otras disciplinas que hacían del tiempo su materia
prima (como la música o el cine) era ya un lugar común entre los artistas
plásticos. Kandinsky en su Punto y línea sobre el plano escribía:
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SINESTESIAS DEL ARTE CONTEMPORÁNEO
Porque el cine pertenece al capítulo de las artes plásticas y sus leyes están
estrechamente conectadas a las de la pintura y la danza [...] con un ele-
mento nuevo, a saber, que la raíz de lo artístico no hay que buscarla en el
resultado acabado y concluso sino en el devenir temporal de una revelación
de algo distinto3.
2. W. Kandinsky, Punto y línea sobre el plano, Paidós, Buenos Aires, 1996, p. 30.
3. Walter Ruttmann, manuscrito inédito, ca. 1913 y 1917, cit. en A. Lukas, Film als
Malerei mit Zeit. Entwürfe zum absoluten Film Walter Ruttmanns und Hans Richters, Ins-
titut für Kultur- und Kunstwissenschaften, Humboldt Universität zu Berlin, Berlín, 2001.
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Esta fusión puede hoy ya verse como algo cotidiano y, en algunos casos,
hasta previsible, pero en los orígenes se trató de un completo desafío
estético y conceptual. A ese respecto, la Son-O-Hause es un proyecto
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Música de colores
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11. Cf. «Carta del camarada Gramsci sobre el futurismo», en L. Trotsky, Literatura y
Revolución, Akal, Madrid, 1979.
12. Aristóteles, Política, Libro VIII, 1340a, Gredos, Madrid, 2000, p. 426.
13. Th. W. Adorno, «El envejecimiento de la Música Nueva», en Íd., Disonancias.
Música en el dirigido, Rialp, Madrid, 1966.
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14. L. Russolo, El arte de los ruidos, Centro de Creación Experimental, Cuenca, 1998.
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17. «El mayor defecto con el que hay que enfrentarse hoy consiste en que las per-
sonas no son ya realmente capaces de experimentar, sino que entre ellas y lo que ha de
ser experimentado se interpone activamente esa capa estereotipada a la que hay que opo-
nerse [...]. Esto va íntimamente unido al concepto de racionalidad o al de consciencia»
(Th. W. Adorno, Educación para la emancipación, Morata, Madrid, 1998, pp. 99-101).
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18. Th. W. Adorno, Filosofía de la nueva música, Akal, Madrid, 2003, p. 41.
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desde la potencia que puede tener para hacer reflexionar y tomar con-
ciencia de la sinrazón de la vida moderna. Quizá haya sido Adorno el
mejor portavoz de este segundo modo de razonar: «El arte —dice en
su Teoría estética— tiene que convertir en uno de sus temas lo feo y lo
proscrito. [...] Tiene que apropiarse lo feo para denunciar en ello un
mundo que lo crea y lo reproduce a su propia imagen»19. La disonancia
como modo de «dar que pensar».
Pero si de «ruido» hablamos, habrá que decir que su papel y reivin-
dicación ha llegado también a formar parte del catálogo de la arquitec-
tura de las últimas décadas. Y ha llegado bajo la forma de denuncia de
la pureza y el funcionalismo que caracterizó al movimiento moderno,
bajo la forma de la crítica del higienismo y de la racionalidad típica
de la arquitectura hasta los años sesenta del pasado siglo. En los años
ochenta y noventa, el programa deconstructivo en arquitectura (Eisen-
man, Tschumi, Hadid, Coop Himmelb(l)au, Libeskind, etc.) puede ver-
se como un intento de introducir disonancias en la manera de abordar
el desarrollo de los proyectos, de producir quiebras en la inteligibilidad,
de sumar interferencias a la caótica ciudad contemporánea.
La arquitectura decostructiva de los noventa dará la bienvenida a la
metáfora de la distorsión y el rudio. La ruptura de la armonía (y los concep-
tos afines asociados a ella: sistema, orden, racionalidad, funcionalidad, etc.)
será una suerte de liberación, de ampliación del lenguaje arquitectónico.
No obstante, la temprana presencia del «ruido» en la arquitectura
del siglo XX se percibe con claridad ya en un antecedente tan tempra-
no como el expresionismo alemán. Si los arquitectos deconstructivistas
pertenecen al grupo de los que han visto en el ruido una liberación del
lenguaje de la arquitectura (al grupo de los integrados), el expresionis-
mo es un señalado ejemplo de movimiento en que el ruido pretende ser
una velada o explícita acusación de un mundo oscuro e intimidatorio.
En efecto, el expresionismo en arquitectura es —como lo definió
alguna vez Iñaki Abalos— «la cara oculta del proyecto moderno»20, un
movimiento cuya escasa obra construida no se corresponde con la dura-
dera —aunque a veces soterrada— influencia de su legado. El expresio-
nismo puede tomarse como un intento de dar voz a una crítica radical de
la ciudad moderna. Como tal, su uso de la disonancia y de la distorsión
desproporcionada, su momumentalidad y el carácter amenazador de sus
construcciones, constituyen rasgos que vienen a expresar la denuncia de
la presunta irracionalidad del mundo moderno. Los arquitectos expresio-
nistas hacen uso de la distorsión y de la desproporción disarmónica (en
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SINESTESIAS DEL ARTE CONTEMPORÁNEO
209
LA CIUDAD Y LOS CUERPOS
El proyecto del Parc de la Villette puede verse como un proyecto que fomen-
ta el conflicto sobre la síntesis, la fragmentación por encima de la unidad, la
locura y el juego por encima de una gestión cuidadosa. Subvierte una serie de
ideales que fueron sacrosantos al período moderno y, de este modo, puede
verse como un aliado de una específica visión de la postmodernidad24.
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Epílogo
A CUBIERTO:
ELOGIO DEL ESPACIO FRÁGIL1
1. Una primera versión de este texto fue presentada como conferencia en The Buil-
ding Centre de Londres, en la serie de conferencias «Living landscape: Politics of/in pu-
blic space, democracy and public space». Quisiera agradecer a su curadora, la arquitecta
y comisaria, Stephanie Brandt de Space Pilots su amabilidad al invitarme a dicho foro.
Finalmente el texto vio la luz en la revista LARS. Arquitectura y ciudad (2010). Mi agra-
decimiento a su director, Carlos Pérez y a la coordinadora de la revista, Eva Ferraz, por
aceptar el texto en su publicación y al profesor Nicolás Sánchez Durá por su interés y su
mediación para que la publicación fuera posible.
2. De cuán extemporáneo puede resultar hoy este planteamiento puede dar cuenta
la obra de David Farrell Krell, Arche-ticture: Ecstasies of Space, Time, and the Human
Body, State University of New York Press, Albany, 1997, donde hay una explícita invita-
ción a la arquitectura a que abandone «la perspectiva moral».
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FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
214
EPÍLOGO
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FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
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EPÍLOGO
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FANTASMAS DE LA VIDA MODERNA
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BIBLIOGRAFÍA
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