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Aquí no sucederá nada… 

Así, pues, no quisiera luchar con los dioses dichosos. Pero si eres mortal que se nutre
con frutos del campo, ven acá para que pronto llegues al fin de tu vida. 

Homero, Ilíada, canto VI, vv. 141—143.


 

En efecto, creía que faltaba algo a la divinidad de no existir su réplica.

Luciano, Prometeo, párr. 9—10.

I.
Judas observaba fijamente a su maestro, el mesías, hijo de Dios, predicando como era
habitual con claridad y solvencia en sus palabras; la gente no tardaba en reunirse a su
alrededor, eso causaba alboroto, tanto entre los guardias romanos, como para los
curiosos que no conocían a aquel hombre venido de Nazaret. 
—¡Allí está el que hace milagros! —gritó alguien entre la multitud—, le dio vista a un
hombre ciego. 
A su vez, los discípulos se miraban unos a otros desconcertados porque no entendían
cómo ese desconocido sabía de ese milagro, ya que ocurrió en otro pueblo, muy lejos, y
los discípulos, por órdenes del propio Jesús, tenían prohibido hacer mención explícita de
aquella situación. Siguieron el recorrido, hasta que los paró una mujer, bastante exaltada,
diciendo que su hijo estaba muriendo. 
—Solamente nos queda su milagro, —con una voz desgarrada imploró— Señor, ¡por
favor! 
En silencio, Jesús pasó de largo, los demás discípulos lo siguieron, admiradores y
curiosos también. Iban con dirección a la casa de Otelo, quien había hecho una invitación
previa al maestro para cenar. Judas se quedó en medio del camino, atónito. La mujer
yacía en el piso llorando… 

Luego de la cena, Judas fue junto a su maestro a preguntarle la razón por la que ignoró
los gritos de aquella extraña. 
—Mi señor, ¿acaso esa mujer era mala? —le preguntó Judas. 
—No —Jesús respondió con serenidad. 
—Entonces, maestro, ¿por qué la ignoró? 
—Todo es parte del plan, Judas —dijo Jesús —, es su destino desprenderse de esa
pasión terrenal. Su alma la debe entregar completamente. 
—¿Ya sabías que esa mujer estaría en nuestro camino?
—Sí, ya lo sabía. Cómo sé todo lo que pasará, yo soy la verdad. 
—Es que siento mucha pena y compasión por esa mujer. 
—No tienes que sentir pena, ya tendrá su eternidad con mi padre. 
—Nada, maestro —respondió Judas. 
Jesús se retiró a meditar en soledad, como acostumbraba en las noches. 
 
II.
Los discípulos fueron a realizar los preparativos para la gran cena de Pascua, en Judea,
antes de que llegara el maestro. Mientras preparaban la mesa, Judas se acercó a Mateo.
—Hermano, tengo dudas —dijo Judas —, ya no estoy tan seguro como antes. 
—No deberías dudar. El maestro sigue mostrándonos el camino, porque él es ese
camino. 
—El otro día estuve pensando en que quizá los milagros no son tales..., quizá todo sea
una ilusión. 
—Pero si tú mismo presenciaste el milagro, hermano. ¿No es así?
—Ya te digo que no estoy seguro.
—Judas, no te entiendo. Los milagros son prueba suficiente… 
—No hay certeza en eso. 
—¿Como que no hay certeza? Lo viste, si lo viste es porque así fue. 
—No lo vi. Escuchar que algo pasó es diferente. 
—Él me habló el otro día, me dijo que conoce toda la verdad. Que existe un plan para
todos, ¿cómo es que sabiendo todo eso permite que la gente sufra?
—Tiene un motivo, seguramente incomprensible para nosotros, Judas. 
—Eso es, no lo comprendo, justamente por ello no puedo estar seguro. 
—No necesitas comprenderlo, tienes que sentirlo y creer. 
—Creer… 

Jesús se acercó a la mesa donde estaban sus discípulos y comenzó a reírse, sin motivo
aparente. 
—¿Por qué ríes, maestro? —preguntó uno de los discípulos. 
—Recordé algo gracioso, nada más. 

Luego de acabada la cena, Judas estaba parado frente a la casa, en la noche oscura y
vacía, cuando Jesús se acercó. 
—Judas, ¿qué pasa? —preguntó Jesús. 
—Nada, maestro. 
—Sé que sientes duda, que no crees más, que crees no creer más —dijo Jesús. 
—Nada, maestro. 
—Sé lo que estás pensando. 
—Nada, maestro. 
—Sé lo que piensas, lo que crees pensar, lo que quieres pensar. 
—Nada, maestro. 
—No puedes escapar de esto. Mi padre te ha elegido. 
—Nada, maestro. 
—Muy bien, espero que sigas honrando tu misión. 

III.
Frente a un árbol, en medio del desierto, únicamente rodeado de colinas. Un solitario
cuervo observa el vacío de una escena tétrica. 
Judas sostiene su cuerda sin mucha convicción. 
Recuerdo que estaba con Mateo, hace tiempo, y apareció el maestro. Me llamó, dijo que
tenía que darme un mensaje. 
—¿Es posible que tenga un destino? —le pregunté directamente. 
—Mi padre te ha encomendado una cosa y solo una cosa —me dijo. 
—¿Qué debo hacer, señor? 
—Debes entregarme para que me den muerte. 
Yo lo miré incrédulo, pensando que era una extraña broma. Pero es cierto que ya venía
sintiéndome lejano a mi realidad desde hacía meses, lo que hacía me parecía que lo
hacía alguien más, mis sensaciones eran las de un habitante extraño, extraño de mí
mismo, extraño de la fe que alguna vez tuve, y extraño de mi propia respiración. 
—Pero señor…, no quiero entregar… 
—No importa lo que quieras. ¿Recuerdas el día de la cena? 
—Sí, lo recuerdo. 
—Entonces recuerdas que reí. 
—Sí, lo recuerdo. 
—Reí porque ustedes no estaban allí por deseo propio. Ni por sus decisiones.
—¿Cómo? 
—Mi padre los puso allí, mi padre los eligió para hacer lo que estaba estipulado en su
divina iluminación. 
—Pero… estoy vivo, soy yo. 
—No. Es Dios, mi padre. 
—Entonces, ¿no estoy vivo? —pregunté. 
—Es un préstamo, tu espíritu y tu alma no te pertenecen. Estás prestando un servicio y
luego serás recompensado por ello. 
—Pero Señor… 
—Es inútil que intentes revelarte, Judas. Las cosas son como mi padre quiere. Para ello
tendré que morir, y tú tendrás que entregarme. 
—No puedo traicionar el ideal, señor… 
—No existe el ideal. Es lo que mi padre quiere y nada más. 
Sigo pensando en esa conversación. 
¿Quién era yo? 
¿Por qué pensaba? 
Si los dioses estaban tan seguros de su obra… ¿por qué tuvieron que recurrir a mí? 
Nadie, nada, era nadie en la nada, pero incluso así siento que puedo negarme, aunque
esa única forma sea inconcebible. Supongo que es lo que me queda, ese préstamo tiene
que finalizar, si no estoy, entonces su plan no va a poder ser, entonces él no podría
prever que su creación pueda decidir sobre la muerte. Es lo mismo, pero volvería a sentir
felicidad, al final, solo por el hecho de arrebatarle el control sobre mí y, por ende, sobre la
humanidad. 

IV.
Iglesia San Sebastián, 2021.
Una joven, con total seriedad, parada frente al auditorio, comenzó a leer. 
Él les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el
Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los
confines de la tierra.»
Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos.
Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres
vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que
os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.»
Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco
de Jerusalén, el espacio de un camino sabático.
Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y
Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas
de Santiago.
Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas
mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos - el número de los
reunidos era de unos ciento veinte - y les dijo: «Hermanos, era preciso que se cumpliera
la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado ya acerca de
Judas, el que fue guía de los que prendieron a Jesús.
Pues Judas era uno de los nuestros, y tenía parte en nuestro trabajo… 
Luego cayó de cabeza y se reventó, y se le salieron todos los intestinos.1

1
Hechos, 1: 7-18.

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