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H.H. Cuautla, Mor.

a 28 de junio de 2019

Seminario Teológico Bautista Dr. G. H. Lacy


ASUNTO: CARTA TESTIMONIO

Nací en un hogar cristiano, fui el tercero de cuatro hijos. Tres varones y una
mujercita, la más pequeña. Acepté al Señor Jesús como mi Salvador a la edad de 14 años.
Desde muy pequeño crecí con un ferviente deseo de servir a Dios, y eso se reflejaba en mi
vida diaria sirviendo en la iglesia. A la edad de 14 años dirigí mis primeras obras de teatro,
coros, cultos, etc. Todo en medio de un sinfín de actividades en la iglesia. Fui líder de
jóvenes en mi iglesia local y a nivel Convención Regional. Mi entusiasmo por servir al
Señor crecía cada vez más y más. A los 17 años tenía un ferviente deseo en mi corazón,
Estudiar el Seminario en Lomas Verdes. Acudí a este Seminario a cursos de verano por
espacio de 15 días para Ministros de Música, pero mis papás a fuerza querían que estudiara
una carrera. No fue posible convencerlos de lo contrario. Mi Pastor en ese entonces
Bardomiano Patiño me animaba para irme al Seminario. No fue posible sin el permiso y la
firma de mis papás, necesaria como menor de edad. Estudié la carrera de leyes en la Ciudad
de México, jamás dejé de servir al Señor con mi dones y talentos en mi iglesia local.
Terminé la carrera a los 23 años y me casé con una chica de la iglesia donde yo asistía.
Pasado dos años tuvimos una hija, mi preciosa Katy. Durante ese tiempo mi lejanía con la
iglesia era evidente, y con el Señor ni que decir. Caí en adulterio, me enredé con una chica
por espacio de un año. Desde la primera ocasión en que fallé, caí de rodillas delante de
Dios, sabía que le había fallado, y a mi esposa también. No fue fácil salir de ahí. Por
espacio de un año luché, y con la ayuda de Dios, salí del fango. Recuperé mi vida con Dios,
me acerqué a mi esposa y decidí buscar íntimamente a mi Señor. Empecé a servir al Señor
nuevamente. Creí que todo había pasado, que nadie se había enterado y mucho menos mi
esposa. Que equivocado estaba. Cuatro años después de dejar la relación con la otra chica,
mi esposa se entera por cuestiones que hoy entiendo fue Dios quien no podía pasar por alto
mi pecado. Él me había perdonado, pero las consecuencias aún no llegaban. Al enterarse mi
esposa de lo sucedido años atrás, no me perdonó e iniciaron 7 años de dolor y sufrimiento.
Mi único refugio fue mi Señor. Mi conversión había sido muchos años atrás, pero en esta
etapa fue donde aprendí a depender de Dios. Me abrazó tan fuerte que podía escuchar su
voz como un susurro, “te amo y por eso te disciplino”. Me amaba tanto que no pudo faltar
su corrección aun habiéndome alejado años atrás de esa relación. Mi esposa busco refugio
en otros brazos y mi ruego a Dios era su perdón (el de mi esposa, el de Dios ya lo había
experimentado años atrás). Jamás llegó. Busqué consejería cristiana profesional, pero ella
no quiso saber más de Dios. Se refugió en filosofías hinduistas y budistas que la llevaron a
sumergirse nuevamente en actividades ocultistas que había practicado en su adolescencia y
juventud. Yo no me perdonaba que ella estuviera viviendo eso por mi culpa, yo mismo me
decía que si yo no hubiera caído en adulterio ella no estaría viviendo en tinieblas. Me culpé
una y otra vez, era demasiado saber que ella seguía haciendo vida con otro hombre y
después con otro y otro. Dios fue mi refugio en medio de la tormenta. 7 años sin descanso y
mi oración era, “Ya Señor, por favor”. Su voz llegó en un momento por demás difícil.
Durante ese tiempo de 7 años, íbamos y veníamos viviendo juntos, me llamaba y luego me
corría de la casa, en muchas de esas ocasiones no me iba, le rogaba por su perdón. Tras la
primera separación pedí perdón a la iglesia, a ella y a su familia. Nada fue suficiente. Fue
ahí donde la voz de Dios retumbó en mi ser. Él quería limpiar muchas cosas que había en
mi corazón, quería que aprendiera a depender sólo de Él. Me quitó esa culpa que pesaba
tanto en mi mente. Me liberó y me enseño que estaba tratando conmigo, me mostró que
quería que le sirviera.

Tomé la decisión de divorciarme. Sabía que era algo que Dios aborrece. Lo había dejado en
manos de Dios y yo lo había dejado todo. No había nada que no hubiese hecho. Su Paz
inundó mi ser, su Espíritu me dio Consuelo y seguí mi camino pensando en que jamás
estaría con alguien. No lo merecía. Se me olvidaba cuanto me amaba mi Padre Celestial. 2
años después llegó a mi vida Yani y pensé, cuanto debe amarme Dios para permitirme una
nueva oportunidad y no sólo eso, sino la oportunidad tener una esposa como ella. Un
corazón dispuesto a todo por obedecer a su Señor. Sabía que era la respuesta de Dios a mi
vida, no la respuesta que yo esperaba en oración. Dios me sorprendió, mi oración siempre
fue que restaurara mi matrimonio. La esposa que Dios me ha dado me hace pensar sólo en
una cosa, su Gracia Infinita. Hoy puedo gozar de una vida matrimonial basada en la Roca,
en mi Jesús con el deseo ferviente de servirle. La mamá de mi hija últimamente ha hecho
esfuerzos por buscar nuevamente de Dios, esto me anima a seguir haciendo rogativas
oraciones para que su Santo Espíritu siga hablando a su vida. La relación que llevo hoy con
la mamá de mi hija es sin conflictos, sigo viendo a mi hija y cumpliendo con mis
obligaciones económicas entregando un sustento semanal y en su colegiatura. Dios ha sido
bueno. Por las razones anteriores, creí correcto salir de mi iglesia madre a una comunidad
pequeña a unos 10 minutos de mi anterior iglesia, una Iglesia de la misma Convención
Bautista con la misma fe y orden. El ruego de mi esposa y mío es ver a mi hija y a su mamá
rendidas a los pies del Señor. Y en cuanto a nosotros, nuestro anhelo es servirle a Él por su
gracia derramada en nosotros.

Cabe mencionar, que los detalles que plasmo en esta carta no forman parte de mi
testimonio público. Me limito a decir que fallé en mi matrimonio y que, aunque luche por
varios años para salvar la relación, el daño ya estaba hecho, Dios no puede ser burlado,
pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.

Su hermano en Cristo,

David Aranda Jiménez

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