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G. Tridon (Ed.

ESPIANDO A MARX
G. TRIDON (ED.)

ESPIANDO A MARX

Informes de la policía secreta


y otros documentos sobre Karl Marx

Traducción de
Juan Vivanco

El Viejo Topo
© G. Tridon, 2006

Título original: Rapporti informativi della polizia segreta su Karl Marx


Publicado por Isonomia

Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural / El Viejo Topo


Juan de la Cierva 6, 08339 Vilassar de Dalt (Barcelona)
Diseño: M. R. Cabot
ISBN: 97884-16995-74-5
Depósito Legal: B 10018-2018
Impreso en España
Índice

Introducción y bibliografía esencial 9


Circular (16 de abril de 1844) del ministro del Interior 15
Informe (30 de abril de 1844) de la policía alemana desde París 17
Informe (24 de octubre de 1844) de la policía alemana desde
Maguncia 19
Informe (febrero de 1845) de la policía prusiana desde París 21
Informe (14 de febrero de 1846) de la policía alemana desde
París 23
Carta de un agente de la policía secreta prusiana 25
Informe (1850) de la policía prusiana desde Londres 29
K. Marx – F. Engels (14 de junio de 1850). Espías prusianos
en Londres 31
Informe (1852) de la policía prusiana desde Londres 33
Indagaciones de Marx 39
Carta de Karl Marx a Gustav Zerffi en París
(28 de diciembre de 1852) 43
Comunicado Informativo (21 de abril de 1853) 47
Orden de detención de la policía prusiana (1853) 49
Ficha policial sobre los topos Hirsch y Fleury-Krause (1854) 51
Entrevista a Karl Marx (3 de julio de 1871) 53
Informe (28 de septiembre de 1872) de la policía parisina
desde La Haya 63
Informe (1 de octubre de 1877) de la policía parisina desde
Londres 65
Informe (6 de noviembre de 1877) de la policía parisina desde
Londres 69
Informe (2 de abril de 1878) de la policía parisina desde Lyon 71
Informe (31 de octubre de 1878) de la policía parisina desde
Londres 73
Entrevista a Karl Marx (18 de diciembre de 1878) 75
Informe (10 de enero de 1879) de la policía parisina desde
Londres 89
Nota informativa (1 de febrero de 1879) de sir Elphinstone
Grant-Duff para la princesa Victoria 91
Informe (30 de noviembre de 1880) de la policía parisina 97
Introducción

G. Tridon

«Nosotros, dijo el General, somos justamente esbirros


de Europa y verdugos, y profesamos ese arte.»
Giacomo Leopardi1

Las actividades clandestinas de la policía secreta dedicada a la lu-


cha contra los movimientos revolucionarios, los métodos usados por
los agentes para infiltrarse en las organizaciones adversarias, el modo
en que se inventan y lanzan acusaciones contra los que osan rebelarse,
no son cuestiones de poca monta.
Henry Charles Lea, el gran historiador de la Inquisición, escribe
que la técnica de forjar y dirigir movimientos heréticos ya era una
práctica común en el siglo xiii. Uno de los primeros jefes de organi-
zaciones heréticas autorizadas, además de pío delator, fue el aragonés
Durán de Huesca;2 la sospecha se consideraba gratificante y meritoria,

1. G. Leopardi, Paralipomeni della Batracomiomachia, II, 37. Leopardi fue vigilado


durante 19 años (de 1818 a 1837) por la policía austríaca (por encargo personal de
Metternich), por la policía vaticana (alertada por el Secretario de Estado Vaticano
Luigi Lambruschini) y por la del Gran Ducado de Toscana; fichado como peligroso
jacobino, propagador de ideas republicanas y contrarias a la religión.
2. H. Ch. Lea, Storia dell’Inquisizione, Milán 1910 (reedición, Milán 1974), capítu-
los VII-XII; Íd., A History of the Inquisition of Spain, I-IV, Nueva York 1906-1908,
passim (obra monumental imprescindible e insuperable) [Historia de la Inquisi-
ción Española, trad. Jesús Tobío y Ángel Alcalá, Madrid, Fundación Universitaria

9
y ser espía (delator) dispensaba títulos e indulgencias para el Paraíso.
La Santa Inquisición no es solo una página de la historia de la Iglesia,
también es un capítulo fundamental de la historia de la civilización
occidental; en ella encontramos el Modelo, la Forma, el Método, la
Vía: el que se arrastra no tropieza nunca.
Desde la falsificación del Document Taschereau, pasando por el 15
de mayo de 1848, cuando la policía parisina escenificó la ocupación
de la Asamblea Nacional (con la proclamación de la república socialis-
ta por Huber, un hombre de la policía, autor de opúsculos en defensa
de los trabajadores, contra la explotación, etc.), para poder acusar a
los jefes del movimiento obrero y detenerlos; por el proceso de Colo-
nia, por Yevno Físhelevich Ázev3 (bien pagado por la Ojrana, la poli-

Española, 1982]; Íd., L’ingiustizia della giustizia. Storia delle torture e delle violenze
legali in Europa, Génova 1989; I. Mereu, Storia dell’intolleranza in Europa. Sospettare
e punire, Milán 1979 [Historia de la intolerancia en Europa, trad. Rosa Rius y Pere
Salvat, Barcelona, Paidós, 2002]; R. Canosa, Storia dell’Inquisizione in Italia dalla
metà del Cinquecento alla fine del Settecento, Roma 1986-1990; A. Prosperi, Tribunali
della coscienza. Inquisitori, confessori, missionari, Turín 1996. Eterno, por el carácter
inmutable que presupone, el vasto tratado de Delamare, Traité de la Police, 1710 (en
partic. Libro II, Título I: «Teología de la policía»). Cfr. el juicio de V. Colorai (cit.
en Mereu, pag. 446): «Mudan las dinastías, mudan los sistemas sociales y políticos,
muda también, en otros sectores, la relación entre el Estado y la Iglesia; pero con
los disidentes todo sigue igual… como mucho, varía la intensidad de la aversión, la
violencia de la presión; pero el principio, con todas sus implicaciones, es inmutable».
3. En el Proceso de Bourges, Aloysius Huber (Hubert) se reveló como un fiel servidor
de la policía ya durante el reinado de Luis Felipe; véanse los interrogatorios y las reve-
laciones en las actas publicadas en la Gazette des Tribunaux, 11-14 de marzo de 1849;
en 1845 había publicado L’esclavage du riche, par un prolétaire, détenu politique; cfr.
L.-A., Blanqui, Scritti e materiali, 1830-1848, Isonomia Ed., 1988, pp. 103-124. Ver
también el amplio y documentadísimo trabajo de G. Danvier, Blanqui. Una vita per
la Rivoluzione, Reggio Calabria 2018, p. 980. K. Marx, Rivelazioni sul processo contro
i comunisti a Colonia, 1852, en Opere complete, XI, Roma 1982, pp. 411-471. Sobre
Ázev véase L. Bernstein, L’affaire Azef, París 1909, y la brillante biografía escrita por
Borís Ivánovich Nikoláievski, Konets Ázeva, Leningrado, Goizisdat, 1926; Íd., Istoriia
odnogó predátelia (Ye. Ázev). Terroristi i politícheskaia polítsiia, [Ye. Ázev, historia de
un traidor. Los terroristas y la policía política], Berlín, Petropolis, 1932. Traducción

10
cía secreta zarista, maestro de Sávinkov, inspirador de Kérenski), uno
de los miembros más destacados del Partido Socialista Revolucionario
Ruso, hasta el incendio del Reichstag en 1933 y la «estrategia de la
tensión» en la Italia de los años sesenta y setenta,4 la obsesión patoló-
gica del control, el uso de la sospecha como instrumentum regni, de la
delación como deber, de la provocación como práctica, para favorecer
a los corruptos de turno; todo esto tiene una larga historia.
¿Cómo puede defenderse el movimiento revolucionario de la
infiltración policial? Serguéi Mijáilovich Stepniak-Kravcinski escribe
que en la década 1880-1889 algunos revolucionarios rusos llegaron
a la conclusión de que uno de los mejores sistemas era infiltrarse a
su vez en los cuerpos policiales.5 Los más hábiles en esto fueron los
bolcheviques, que lograron ingresar en la policía secreta y obtener las
listas de los agentes infiltrados y los espías. Solo en San Petersburgo,
en la época de la revolución de marzo, las listas de la Ojrana incluían
más de 35.000 agentes infiltrados, provocadores y espías, una masa
numerosa que operaba desde hacía al menos veinte años.
En Moscú, en 1912, había 55 agentes especiales de la policía se-
creta en las organizaciones revolucionarias, repartidos así: 17 entre los

inglesa: Aseff the Spy. Russian Terrorist and Police Stool, Nueva York, Doubleday, 1934.
4. Cfr. G. De Lutiis, Storia dei servizi segreti in Italia, Roma 1985; Íd., Il lato oscuro del
potere. Associazioni politiche e strutture paramilitari segrete dal 1946 a oggi, Roma 1996.
5. Cfr.: A. Molinari-R. Sinigaglia, Stepnjak-Kravcinskij, Florencia 1970 (sobre Step-
niak-Kravcinski, véanse dos artículos de enorme interés, escritos por Eleanor Marx
para la revista The Progress, números de agosto y septiembre de 1883 – cfr. Y. Kapp.
vol. I, pp. 293-297); F. Venturi, Il populismo russo, vol. III, Turín (1952), 1972, pas-
sim; V. Dedijer, Guida all’infiltrazione. Polizia e movimenti rivoluzionari, Milán 1973,
pp. 102-115. De S. M. Stepniak-Kravcinski véase Underground Russia. Revolutionary
Profiles and Sketches from Life, publicado en inglés en Nueva York en 1883 (ed. italia-
na, Milán, Fratelli Treves 1882; ed. francesa, París 1885). Un interesante ejemplo de
contraespionaje puede leerse en la nota de la p. 44 de este libro. En una carta a Adolf
Cluss, a Washington, del 3 de septiembre de 1852, Marx escribe que recibe «noticias
de una oficina de policía prusiana donde trabaja alguien adicto». Véase también la
carta de Marx a Engels del 10 de noviembre de 1852, aquí en la p. 39.

11
socialistas revolucionarios, 20 entre los socialdemócratas (menchevi-
ques y bolcheviques) y 3 entre los anarquistas; los demás eran falsos
estudiantes cuyo cometido era controlar, involucrar, perjudicar y tratar
de llevar a la cárcel a verdaderos estudiantes. R. V. Malinovski, «buen
amigo» de Lenin y dirigente de la fracción bolchevique de la Duma,
era un informador de la policía (lo revelaron sin lugar a dudas en 1917
los documentos descubiertos en los archivos de San Petersburgo).
Los Informes policiales sobre Marx revelan que siempre estuvo vigila-
do, que las policías de media Europa eran «de casa» y que, mucho antes
de que existiera la vigilancia electromagnética, conocían los pensamien-
tos, las palabras, las acciones y las omisiones de Marx y sus allegados.6
Releer estos Informes es sumamente instructivo, tanto desde el
punto de vista histórico-político como antropológico. Junto a los
agentes que se hacen pasar por «camaradas fraternos» hay funcionarios
del Estado, como sir Elphinstone Grant-Duff, que informa y tran-
quiliza cortésmente a la princesa Victoria; también periodistas que,
como es sabido, tienen que ver con la información, y por supuesto la
moucharderie.
Esta colección de documentos, poco conocidos y aún menos in-
vestigados, referentes a la vida de Marx, no es un mero trabajo ar-
queológico, sino también un perfumado y útil florilegio que, «si es
insignificante por su extensión, no lo es ciertamente por la malicia que
encierra»,7 ante las instituciones fósiles y la perenne injusticia de la
que son guardianes y garantes.

4 de febrero de 2006

6. Un luminoso ejemplo del tipo de personas utilizadas como espías (tomado de


los mismos Archivos de la policía secreta prusiana) podemos leerlo en las pp. 51-52
de este libro.
7. La expresión se encuentra en la encíclica del papa Gregorio XVI, Mirari vos, 15
de agosto de 1832.

12
Bibliografía esencial
Favre – Lardy, «Generalbericht [...] über die geheime deutsche Propagan-
da», en Eidgenössische Monatschrift, Zúrich 1846, pp. 201-238.
K. Glossy, «Literarische Geheimberichte des Vormärz», en Jahrbuch der
Grillparzer-Gesellschaft, Viena 1912 (vols. XXI, XXII, XXIII).
A. Cornu, Karl Marx et Friedrich Engels. Leur vie et leur oeuvre, París 1955.
E. Bottigelli, «Lettres et documents de Karl Marx 1856-1883», en Annali
Feltrinelli, anno I, Milán 1958.
A. I. Nikolaevsky – O. Maenchen-Helfen, Karl Marx. Eine Biographie,
Hannover 1963.
J. Verdes-leroux, BA 1175, Marx vu par la police française (1871-1883),
Cahiers de l’ISEA, París 1966.
M. Kliem, Karl Marx. Dokumente seines Lebens 1818 bis 1883, Leipzig 1970.
J. Grandjonc, Les Emigrés allemands sous la Monarchie de Juillet. Documents
de surveillance policière, 1833-1848, Aix-en-Provence 1972.
H. M. Enzensberger, Gespräche mit Marx und Engels, Fráncfort 1973.
J. Grandjonc, Marx et les communistes allemands à Paris, París 1974.
P. Fedosseev, I. Bach, L. Golman, Karl Marx. Sa vie, son oeuvre, Moscú
1978.
Y. Kapp, Eleanor Marx, I-II, Turín 1977-1980.
G. Danvier, Blanqui, Marx e il movimento operaio europeo (1830-1880),
Roma 1991.
––––––, Blanqui. Una vita per la Rivoluzione, Reggio Calabria 2018.
János Bangya, Manuscrito original de un informe policial sobre Marx,
1852.8

8.Documento reproducido en la página 33 y traducido en la página 34.

13
Archivo de la Policia prussiana: Dossier de Marx.

14
Circular9
del Ministerio del Interior

Berlín, 16 de abril de 1844

El contenido de los dos primeros fascículos de los Deutsch-Französische


Jahrbücher, publicados en París por Arnold Ruge y Karl Marx, consti-
tuye un delito de alta traición y lesa majestad, tanto por su tendencia
como por numerosos pasajes. Los responsables son tanto los editores
como los autores de los artículos. Ruego a Su Excelencia que dé orden
a las autoridades policiales para que detengan, sin hacer mucho ruido,
al doctor A. Ruge, K. Marx, H. Heine y F. C. Bernays10 en cuanto

9. Adolf Heinrich von Arnim-Boytzenburg (1803-1868), Junker, ministro del In-


terior (1842-1845); la circular está en Archivo Secreto de Estado, Prov. Bez. Rep.
70. Actas de la presidencia de la policía de Berlín, Tit. 94. Lit. B, n. 494. Cfr. Carta
de A. Ruge al Dr. Köchli: «París, 24 de marzo de 1844 [...] Los dos primeros fas-
cículos están a punto de ser introducidos en Alemania de contrabando. Son ya una
rareza, porque muchos se pierden. He encargado la impresión de tres mil; 214 los
han secuestrado en Wissenburg cuando se ha pedido autorización para enviarlos a
Stuttgart». Archivos IMEL, Moscú. Carta de G. Jung a K. Marx, Colonia, 16 de
junio de 1844: «El gobierno de Baden ha secuestrado cien ejemplares en el vapor».
– Sobre la génesis de los Deutsch-Französische Jahrbücher, cfr. E. Bottigelli, «Les
Annales franco-allemandes», en La Pensée, n.º 110, 1963.
10. Lazarus Ferdinand Cölestin Bernays (1815-1879), publicista alemán, emigrado
a París en 1844. Director del Vorwärts parisino; en 1848 se puso al servicio del

15
crucen la frontera y se incauten de sus papeles, y que al tiempo que me
informan de su detención me envíen los papeles incautados con vistas
a abrir diligencias contra ellos.

ministerio francés de Asuntos Exteriores junto con el fundador del Vorwärts, Hein-
rich Börnstein (1805-1892); el segundo participó en la revolución de 1848 como
informador de la policía prusiana, luego huyó a EEUU, donde fundó y dirigió,
junto con Bernays, el diario alemán Der Anzeiger des Westens, en San Luis (Misuri),
de 1850 a 1863; cfr. Arndt - Olson, German-American Newspapers and Periodicals
1732-1955. History and Bibliography, Heidelberg 1961, p. 250. H. Börnstein,
Fünfundsiebzig Jahre in der Alten und Neuen Welt. Memoiren eines Unbedeutenden,
Leipzig 1881, Band I, p. 356, escribe que en París se puso en contacto con el mi-
nistro del Interior, Duchâtel. Los archivos parisinos conservan una serie de Informes
escritos por Börnstein en calidad de mouchard (soplón) al servicio del ministerio; en
1848 escribió 135, todos sobre la situación revolucionaria en Alemania; terminada
la «faena» pidió un puesto de cónsul de Francia en una ciudad estadounidense, pero
solo de dieron una propina.

16
Informe11
de la policía alemana desde París

30 de abril de 1844

El conventículo de literatos alemanes del que se viene dando noticia


desde hace tiempo, reunido para proceder a la redacción común de los
Deutsch-Französische Jahrbücher,12 está ahora al completo con la llegada
de Herweg.13
Arnold Ruge, Karl Marx, que debe sustituir a Renard14 en la redac-
ción, y Georg Herweg forman el trío de la nueva redacción alemana
de los mencionados Jahrbücher.

11. Informes de la policía prusiana y alemana, en Karl Glossy, «Literarische Geheimbe-


richte des Vormärz», en Jahrbuch der Grillparzer-Gesellschaft, Viena 1912, pp. 186-187;
W. Haenisch, «Heine und Marx», en Internationale Literatur, n.º 11, Moscú 1936, p. 128.
12. Jenny von Westphalen, Memorias [1865]: «El 19 de junio de 1843 fue el día de
nuestra boda. Hicimos un viaje de Kreuznach hacia el Palatinado renano, a través de la
Ebernburg y, pasando por Baden-Baden, regresamos a Kreuznach, donde nos quedamos
hasta finales de septiembre. Mi querida madre volvió a Tréveris con mi hermano Edgar.
Karl y yo llegamos a París, donde nos acogieron Herweg y su mujer, a primeros de
octubre. Aquí Karl, junto con Ruge, dirigió la publicación de los Deutsch-Französische
Jahrbücher. El editor era Julius Fröbel. La iniciativa fracasó después del primer número.
Vivíamos en rue Vanneau, Faubourg Saint-Germain, y nos relacionábamos con Ruge,
Heine, Herweg, Mäurer, Tolstói [Grigor Mijáilovich], Bakunin, Annenkov, Bernays y
tutti quanti». Cfr. G. M. Bravo (ed.), Annali franco-tedeschi, Milán 1965.
13. Georg Herweg (1817-1875), poeta revolucionario alemán; sus poesías entusias-
maron a la juventud – G. Herweg, Gedichte eines Lebendigen, 1841; Neue Gedichte,
1877 (póstumo).
14. Joseph Engelbert Renard (1802-1863), publicista.

17
La redacción está domiciliada oficialmente en la Librairie Progres-
sive, pero su verdadera dirección es Boulevard Pigat, 46. Además de
los Deutsch-Französische Jahrbücher aquí se publica otro periódico ale-
mán, que sin embargo llama muy poco la atención: el Vorwarts.15
Este periódico suele evitar las consideraciones políticas y se dedica a
la crítica artística. No obstante, congrega a todo el conventículo de
la nueva escuela literaria liberal: Auerbach, Weill, Schuster, Bucholz,
Herweg, Heine, Marx y Ruge.16

15. Quincenal dirigido por F. C. Bernays, principal tribuna radical de los emigrados
alemanes. Cfr. J. Grandjonc, Marx et les communistes allemands à Paris. Vorwärts
1844, París, 1974.
16. Berthold Auerbach (1812-1882), escritor liberal alemán. Alexandre Weill (1811-
1899), periodista alemán, Theodor Schuster (1808 – se desconoce la fecha de su muer-
te), profesor agregado de Derecho, participó en los movimientos insurreccionales de
Gotinga en 1830, luego se refugió en París. Tuvo un papel dirigente en la Liga de los
Proscritos y la Liga de los Justos; como réplica a la segunda fundó la Liga de los Alema-
nes, que tuvo una vida efímera. En 1846-47 entró al servicio de Austria como agente
secreto; amigo de Ernst Dronke («De este hombrecillo», escribe Engels a Marx el 23 de
septiembre de 1851, «no se entienden dos cosas: la primera, qué hace, y la segunda, de
qué vive»). Conviene recordar que fue Dronke quien informó a Engels (y a Weydeme-
yer) sobre el «Caso Bangya» (véase la nota 19 de este libro). Bucholz, periodista alemán
emigrado a París. Heinrich Heine (1797-1856), poeta y publicista alemán, amigo de
Marx. Arnold Ruge, publicista alemán, joven hegeliano, emigrado a París; rompió con
Marx cuando este publicó en el Vorwärts n. 63, del 7 de agosto de 1844, el artículo
«Crítica al margen del artículo: “El rey de Prusia y la reforma social”» (que Ruge había
publicado en el número 60). En su artículo, Marx comparaba la revuelta de los tejedores
de Silesia con las de los obreros ingleses y afirmaba que para enfrentar la miseria social no
basta con tener conciencia política; en Inglaterra, escribía, hay una elevada conciencia
política, pero esto no es óbice para que sea el país de la pobreza por excelencia. Ruge se
trasladó a Inglaterra, donde se hizo nacional-liberal. Pero ya el embajador prusiano sabía
que Ruge no era comunista, como se desprende de su Informe al ministerio de Asuntos
Exteriores: «París 23 de septiembre de 1843: El doctor Ruge lleva algún tiempo aquí,
está estudiando la situación en Francia y pasa por no ser comunista sino liberal, y por
querer una Constitución para Prusia; es un viejo conocido del doctor Hess y le visita,
aun sin compartir la mayor parte de sus ideas». Archivo Secreto de Estado, R. 77, D. n.
10, p. 237.

18
Informe17
de la policía alemana desde Maguncia

24 de octubre de 1844

En París empieza a rebullir una nueva clase de escritores, artistas y


artesanos alemanes dispuestos a provocar un cambio con una serie de
reformas sociales.
A la cabeza de este partido están los representantes de la doctrina
hegeliana: Ruge, Marx, etc., relacionados con la Universidad de Ale-
mania del Norte –a través de Meyen–18 y con varios periódicos ale-

17. El autor de esta nota informativa es, probablemente, Adalbert von Bornstedt
(véase la n. 21).
18. Eduard Meyen (1812-1870), publicista alemán, joven hegeliano, emigra-
do en Inglaterra, luego nacional-liberal. Sobre Marx en París: J. Grandjonc, Les
Emigrés allemands sous la Monarchie de Juillet. Documents de surveillance policière
1833-1848, Aix-en-Provence 1972; Íd., Marx et les communistes allemands à Pa-
ris, Vorwärts, 1844, París 1974. Escribe Jenny Marx (esposa), en sus Memorias:
«Durante el otoño y el invierno Marx trabajó en la Crítica de la crítica crítica [La
Sagrada Familia], que luego se publicó en Fráncfort. Se relacionaban con Hess y
su esposa, Everbeck, Ribbentrop y sobre todo Heine y Herwegh. De repente, a
principios de 1845, se presentó en nuestra casa un comisario de policía que nos
mostró una orden de expulsión firmada por Guizot, a demanda del gobierno pru-
siano, donde se decía: «Karl Marx debe salir de París en las próximas veinticuatro
horas». A mí se me concedió un plazo mayor, que aproveché para vender los
muebles y una parte de la ropa de casa. Vendí todo aquello a un precio irrisorio,
pues tenía que conseguir como fuera dinero para el viaje […] Enferma, con un

19
manes y suizos. No ahorran esfuerzos por granjearse amplios apoyos
entre los literatos alemanes liberales más exaltados.

frío atroz, me reuní con Karl en Bruselas; alojada en el Bois Sauvage, ante todo
trabé conocimiento con Heinzen y Freiligrath».

20
Informe19
de la policía prusiana desde París

Febrero de 1845

Es realmente desalentador ver cómo un puñado de intrigantes engatu-


sa a los pobres trabajadores alemanes –no solo obreros, sino también
jóvenes comerciantes, empleados, etc.– tratando de ponerlos de parte
del comunismo.
Todos los domingos los comunistas alemanes se reúnen ante la Ba-
rrière du Trône, en la tienda de un comerciante en vinos, en la planta
baja (Averne de Vincennes, la segunda o tercera casa a la derecha se-
gún se sale por la puerta de la ciudad). Allí se juntan a menudo treinta,
cien, doscientos comunistas alemanes, en un local grande alquilado al

19. W. Haenisch, «Heine und Marx», en Internationale Literatur, n.º 11, Moscú
1936, p. 128. Adalbert von Bomstedt (1808-1851), ex teniente prusiano, miembro
de la Liga de los Comunistas, conocido informador de la policía política prusiana,
es probablemente su autor. Stephan Born (1824-1898, seudónimo de Simon But-
termilch, comunista alemán, revolucionario en 1848-49 y luego retirado, emigrado
primero a Suiza y luego a Londres), en su Eringenungen eines deutschen Achtund-
vierzigers, Leipzig 1898, pp. 66-89, escribe que en vísperas de 1848 von Bornstedt
era editor de un periódico socialista, la Deutsche Brüsseler Zeitung (fundada para
repetir la experiencia de París con el Vorwärts: utilizar el periódico como llave maes-
tra y como trampa). Una carta de M. Bakunin, de 1847, a George Herwegh, cita
entre otros a Bomstedt como «gafe y despreciable charlatán». Cfr. J. Grandjonc, Les
Emigrés allemands sous la Monarchie de juillet. Documents de surveillance policière,
1833-1847, Annales de la Faculté des lettres d’Aix-en-Provence, 1972.

21
efecto. Se pronuncian acalorados discursos, se predica abiertamente el
regicidio, la abolición de cualquier propiedad, la destrucción de todos
los reinos, y así sucesivamente; ya no debe existir ninguna religión.
En resumen, se oyen los desvaríos más vulgares y terribles. Podría
dar los nombres de los jóvenes alemanes que los domingos son acom-
pañados hasta allí por sus respetables padres y así se echan a perder. La
policía no puede ignorar que todos los domingos se reúne en este lo-
cal tal cantidad de alemanes, pero quizá no sepa cuál es su fin político.
Todo esto lo escribo con mucha urgencia, para que los Marx, Hess,
Herweg, A. Weill y Börnstein20 no puedan seguir labrando la desdicha
de los jóvenes.

20. Moses Hess (1812-1875), miembro de la Liga de los Comunistas y luego par-
tidario de F. Lassalle. El Archivo Secreto del Estado Prusiano, R. 77, D. n. 10, 1843,
contiene las instrucciones del ministro del Interior sobre Hess: «No es de extrañar
que los antiguos colaboradores de la Gaceta Renana y en particular el conocido
doctor Hess sean algunos de los secuaces más destacados del comunismo. Ruego a
Su Excelencia que someta a tales individuos a una constante y atenta vigilancia y me
haga saber lo antes posible dónde están, qué hacen y qué han podido saber las auto-
ridades de sus andanzas y acciones». En 1845 Hess publicó en Darmstadt Ueber das
Geldwesen; sus escritos Philosophische und sozialistische Schriften, 1837-1850, se pu-
blicaron en la recopilación de A. Comu y W. Monke, Berlín, 1961. George Herweg
(1817-1875), poeta alemán revolucionario; cfr. H. Heine, «An Georg Herweg»,
en Vorwärts, 6 de enero de 1844; esto dice de él Ludwig Feurbach en una carta
de 1845 a H. Kriege: «Siento en él un alma afín. Él es, fundamentalmente, libre,
serio y auténtico. Comunista como yo en el fondo, pero no en la forma. Nada del
comunista profesional: ortodoxia, dogmatismo. Todo, en su comunismo, es noble,
nada es vulgar; las diferencias de la naturaleza humana se notan aquí como en todas
partes». Alexander Weill (1811-1899), periodista alemán. Sobre Börnstein (1805-
1892) véase la nota 10.

22
Informe21
de la policía alemana desde París

14 de febrero de 1846

Tres jefes comunistas alemanes, entre ellos el conocido Marx, traba-


jan en la publicación de ocho volúmenes sobre el comunismo, su ori-
gen, sus doctrinas, sus conexiones y su situación en Suiza, Alemania,
Francia e Inglaterra. ¡Todo ello está documentado en los atestados! Los
otros dos colaboradores son Engels y Hess, conocidos comunistas; el
primero ha llegado de Suiza.
La Obra se publicará en París, en la imprenta del Deutscher Steu-
ermann.

21. Es muy probable que el autor de este informe sea Adalbert von Bornstedt
(1808-1851), teniente retirado prusiano, publicista, redactor del Vorwärts, funda-
dor y editor (con dinero proporcionado por la policía francesa), de la Deutsche
Brüsseler-Zeitung, en la que colaboraron Marx, Engels, Wolff y Hess; miembro de
la Liga de los Comunistas; espía prusiano (y austríaco) en París en 1844/45, con
H. Börnstein, cfr. nota 2; en marzo de 1848 dirigió, junto con Herweg, la Asocia-
ción Democrática Alemana. El 16 de marzo de 1848 fue expulsado de la Liga (cfr.
Marx a Engels, 16/03/1848). Cfr. Kurt Koszyk, «Adalbert von Börstedt, Spitzel und
Publizist», en Publizistik, Bremen, 1958, n.º 3.

23
Carta de un agente22
de la policía secreta prusiana

Berlín, Ritterstrasse 65

En el n.º 177 de la Neue Rheinische Zeitung se publica una nota de


prensa de Fráncfort del 21 de diciembre, que propala la infame men-
tira de que yo fui a Fráncfort como espía de la policía para descubrir
a los asesinos del príncipe Lichnowsky y del general Auerswald. Es
cierto que estuve en Fráncfort el 21, pero solo me quedé un día y lo
único que hice fue ocuparme de un asunto privado de la Señora von
Schwezler, de aquí, como podrá Vd. ver en el certificado adjunto, y
hace mucho que regresé a Berlín, donde llevo bastante tiempo desem-

22. Carta de Wilhelm Stieber (1818-1882), a la redacción de la Neue Rheinische


Zeitung para desmentir que es un espía. Cfr. Carta de Jenny von Westphalen a Adolf
Cluss, 28 de octubre de 1852: «Mi marido ha encontrado una carta que le había
escrito Stieber en la época de la Neue Rheinische Zeitung, que le pone en evidencia».
W. Stieber, funcionario de policía prusiano, agente secreto en Londres (uno de los
principales testigos de acusación en el proceso de Colonia contra los comunistas, en
1852; en la guerra franco-prusiana fue jefe de la policía militar y de los servicios de
espionaje y contraespionaje en Francia); informado por Julien Cherval (cuyo verda-
dero nombre era Joseph Crämer), agente del embajador prusiano en París, el conde
Edmund Hatzfeldt (marido de la condesa Sophie Hatzfeldt). Cfr. Marx, Rivelazioni
sul processo contro i comunisti a Colonia, IV; F. Mehring, Storia della socialdemocrazia
tedesca (1898), Roma 1974, vol. II, pp. 537-548; véanse también al respecto los
Documentos de las pp. 39-52 de este libro.

25
peñando mi actividad de defensor. Le remito también la rectificación
oficial publicada justamente con este emotivo en el número 338 de la
Frankfurter Oberpostamts-Zeitung del 21 de diciembre, y en el número
248 de la Nationalzeitung de aquí. Creo poder esperar de su amor a
la verdad que Vd. acoja al momento en su periódico la rectificación
adjunta y me indique el nombre de quien le ha transmitido la falaz no-
ticia, de conformidad con la obligación legal que le corresponde, por-
que es totalmente imposible que yo deje pasar sin protestar semejante
calumnia, y de lo contrario me vería obligado, muy a mi pesar, a tomar
las medidas que estime oportunas contra una respetable redacción.
Creo que en los últimos tiempos no hay nadie que merezca más
que yo el reconocimiento de la democracia. Pues he sido yo quien ha
arrancado a cientos de acusados demócratas de las redes de la justicia
criminal. He sido yo quien, cuando aquí todavía había estado de sitio,
cuando los cobardes y miserables individuos (supuestos demócratas)
hacía tiempo que habían puesto pies en polvorosa, se enfrentó a las
autoridades, impávido y diligente, y lo sigo haciendo. Si unos órganos
de prensa demócratas se comportan de este modo con nosotros, eso
no anima, ciertamente, a seguir esforzándose. Pero lo peor de todo, en
este caso, es la torpeza de los órganos de prensa demócratas. El rumor
de que yo fui a Fráncfort como espía de la policía fue divulgado pri-
mero por la Neue Preussische Zeitung de aquí, ese conocido órgano de
la reacción, para lograr que suspendiera mi actividad como defensor,
que le resultaba insoportable. Los otros periódicos berlineses ya han
rectificado el asunto desde hace tiempo. Pero los órganos demócratas
son tan torpes que repiten maquinalmente semejantes mentiras. Si yo
quisiera ir a Fráncfort como espía, desde luego la noticia no estaría
con anterioridad en todos los periódicos, ¿y por qué iba a mandar
Prusia a un funcionario de la policía a Fráncfort, donde hay suficien-
tes y eméritos funcionarios? La estupidez ha sido siempre un error de
la democracia y sus adversarios han vencido gracias a su astucia. Tam-
bién es una abyecta mentira que yo haya estado hace años en Silesia

26
como espía de la policía. Entonces era públicamente un funcionario
de policía, y como tal cumplí con mi deber. Acerca de mí se han
vertido abyectas mentiras. Que uno solo dé la cara y demuestre que
me he infiltrado capciosamente en su organización. Mentir y acusar
sin pruebas está al alcance de cualquiera. Espero de Usted, a quien
considero una persona honorable y digna, una respuesta satisfactoria
a vuelta de correo. Nuestros periódicos demócratas se han labrado
mala fama a causa de sus muchas mentiras, sírvase Usted seguir otros
derroteros.

Berlín, 26 de diciembre de 1848.


Suyo afectísimo, Stieber, Doctor en Leyes

Declaración adjunta
Declaro que el Doctor Stieber viajó la semana pasada a Fráncfort
y Wiesbaden por encargo mío, para ocuparse de un asunto privado.
La viuda del Presidente von Schwezler von Lecton, Dama de la Orden
de Luisa.

27
Informe23
de la policía prusiana desde Londres

1850
Una de las sociedades alemanas controladas por Marx, Wolff, Engels
y Vidil24 se reúne en el número 20 de Great Windmill Street, en el
primer piso.

23. Este Informe es notable por la fantasía que derrocha su autor anónimo, lo cual
queda bien demostrado por las actas internas de las reuniones del Comité Social-
demócrata para la Asistencia a los Prófugos Alemanes, del que Marx era presidente
y Engels vicepresidente. El Comité reunió 300 libras esterlinas, ayudó a más de
cien prófugos y en el verano de 1850 inauguró un albergue con 18 camas y unos
40 cubiertos (todos los Informes en Westdeutsche Zeitung, 12 de diciembre de 1849;
21 de marzo de 1850; Norddeutsche Freie Presse, 10 de mayo de 1850; 8 de agosto
de 1850; 27 septiembre de 1850). El autor, espía del gobierno prusiano, envió el
Informe al Foreign Office a través del embajador inglés en Berlín.
24. Jules Vidil, oficial retirado, emigrado francés, blanquista, uno de los firmantes
(junto con el obrero francés Alphonse Adam, blanquista, Julian Harney, cartista de
izquierda, y August Willich), del Estatuto de la Asociación Internacional de los Comu-
nistas Revolucionarios. Cfr. K. Marx, F. Engels, Opere complete, vol. X, Roma 1977,
p. 617. En la Circular del Comité Central de la Liga de los Comunistas de junio de
1850, Marx escribe: «De los revolucionarios franceses se ha asociado con nosotros
el auténtico partido proletario cuyo jefe es Blanqui. Los delegados de las sociedades
secretas blanquistas mantienen un contacto regular y oficial con los delegados de la
Liga». A raíz de ciertas discrepancias con Karl Schapper y August Willich (y por otros
motivos –cfr., p. ej. carta de Engels 13/02/1851), Marx y Engels se fueron de la Aso-
ciación. Sobre conspiradores, policía y espías, véase la reseña de Marx a los libros de A.
Chenu, Les Conspirateurs, París, 1850; L. De La Hodde, La naissance de la République,
París, 1850, en Marx-Engels, Opere complete, X, Roma 1977, pp. 311-326. Sobre la
relación entre Marx y Blanqui y sobre la situación de la emigración revolucionaria blan-
quista en Inglaterra, ver el documentadísimo trabajo de G. Danvier, Blanqui. Una vita
per la Rivoluzione, Reggio Calabria 2018, p. 980.

29
Esta sociedad se divide en tres sectores: la Sociedad B es la más
violenta y su tema de discusión normal es el asesinato de los príncipes.
En el transcurso de la reunión del otro día con Wolff y Marx, a
la que asistí personalmente, uno de los oradores afirmó: «La idiota
tampoco se librará de su destino. Los aceros ingleses son los mejores,
aquí las cuchillas están afiladísimas y la guillotina espera a todas las
testas coronadas». Así es como, a unos pasos de Buckingham Palace,
los alemanes traman el asesinato de la Reina de Inglaterra.
El comité secreto, a su vez, se divide en dos sectores, uno de los
Leaders y el otro de los llamados Blindmen, entre 18 y 20 hombres
sumamente audaces y valientes que no deben participar en ninguna
algarada, pues se reservan para las grandes ocasiones, en particular
para el homicidio de los príncipes.

30
Karl Marx – Friedrich Engels
Espías prusianos en Londres25

64, Dean Street, Soho Square, 14 de junio de 1850

Sir, desde hace algún tiempo nosotros, refugiados alemanes residentes


en este país, no salimos de nuestro asombro al comprobar la atención
que nos presta el gobierno inglés. Estábamos acostumbrados a trope-
zarnos de vez en cuando con algún oscuro empleado de la embajada
prusiana, enviado «al margen de sus funciones oficiales»; estábamos
acostumbrados a las diatribas insensatas y las proposiciones desatina-
das de estos agents provocateurs, y sabíamos cómo tratarlos. Lo que nos
asombra no es la atención de la embajada prusiana, pues estamos or-
gullosos de haberla merecido; nos asombra más bien la entente cordiale
que parece haberse creado, contra nosotros, entre los espías prusianos
y los delatores ingleses.
La verdad, Sir, es que nunca se nos pasó por la cabeza que en este
país hubiera tantos espías de la policía como hemos tenido la suerte
de conocer en el breve lapso de una semana. No solo las puertas de

25. Carta al director del semanario inglés (de tendencia liberal) The Spectator, publi-
cada en el n.º 1146 del 15 de junio de 1850; Engels escribió el borrador de la carta.
El mismo día se enviaron cartas idénticas al director del diario liberalburgués The
Sun, al director del diario cartista The Northern Star y al director de The Globe and
Traveller, órgano de los Whigs y por tanto del gobierno.

31
nuestras viviendas están sometidas a un estricto control por indivi-
duos de aspecto más que dudoso que, cada vez que alguien entra o
sale de casa, toman apuntes con total descaro; es que tampoco pode-
mos dar un paso sin que ellos nos sigan a todas partes. No podemos
subir a un ómnibus, o entrar en un café, sin disfrutar de la honrosa
compañía de al menos uno de estos desconocidos amigos. Que los
señores encargados de esta lucrativa actividad estén «Al Servicio de Su
Majestad», no lo sabemos; pero sabemos que las trazas de la mayoría
de ellos distan mucho de ser pulcras y respetables.
¿De qué modo, y a quién, pueden ser útiles las escasas noticias
que rebusca en nuestra puerta semejante banda de miserables espías,
prostitutas-hombres, que parecen pescados de la clase de los delatores
comunes y pagados por noticia? ¿Tan valiosos son esos informes, sin
duda extraordinariamente dignos de fe, como para conferir a alguien
el derecho a sacrificar, por su causa, la tradicional fama que ostentan
los ingleses, según la cual en su país no existe la más mínima posibi-
lidad de introducir ese sistema de espionaje del que no puede decirse
libre ningún país del continente? […].
Creemos que a los ingleses les interesa todo aquello que podría, en
mayor o menor medida, comprometer la antigua fama de Inglaterra,
que la convierte en el asilo más seguro para los refugiados de todos los
partidos y todos los países.
Suyos afectísimos y devotos servidores,
Charles Marx – Fred. Engels,
Redactores de la Neue Rheinische Zeitung.
Aug. Willich26
Coronel del ejército revolucionario de Baden.

26. «Willich participó en la guerra civil estadounidense, donde se distinguió. En la


batalla de Murfreesboro (Tennessee) era general de brigada y recibió una bala en
el pecho; se curó y murió hace unos diez años en Estados Unidos.» – Nota de F.
Engels en Para la historia de la Liga de los Comunistas, 8 de octubre de 1885. (So-
bre Schapper cfr. Correspondencia, carta de Marx a Engels, 28 de abril de 1870).

32
Informe
de la policía prusiana desde Londres

33
185227
El jefe del partido de los comunistas es Karl Marx. Los subjefes son
Friedrich Engels en Mánchester, Freiligrath y Wolff (llamado Lupus)
en Londres, Heine en París y Weydemeyer y Cluss en Estados Unidos;
Bürgers y Daniels lo eran en Colonia, Weerth lo era en Hamburgo.28

27. Traducción del manuscrito original que se reproduce en la página anterior. El autor
del Informe seguramente es János Bangya (1817-1868), «periodista» húngaro, agente
secreto de la policía prusiana y austríaca, luego al servicio de los turcos en el Cáucaso
con el nombre de Mehmed Bey. En varias cartas de Marx a Engels (cfr. por ej. la del 4 de
febrero de 1852; véanse además las cartas de Marx a A. Cluss, 8 de octubre de 1852; a K.
E. Vehse de noviembre de 1852; a Bangya, 3 de diciembre de 1852), Bangya se conside-
ra de fiar: «Ayer vino a verme el Coronel Bangya […] Bangya me ha dicho que Szemere,
Kasimir Batthyányi y Perczel (el général), vendrán a Londres y crearán un anticomité
contra Kossuth. [...] Bangya me ha ofrecido la colaboración de Szemere [sobre Szemere
véase la nota 21] y de Fereczel para Weydemeyer». Cfr. Carta de Jenny Marx a Joseph
Weydemeyer del 27 de febrero de 1852. Marx entregó a Bangya el manuscrito suyo y de
Engels Los grandes hombres del exilio, un texto muy duro contra los alemanes emigrados
en Londres: «Bangya me mandará el dinero en cuanto le entregue le manuscrito [Los
grandes hombres del exilio] – Carta de Marx a Engels, 6 de mayo de 1852. Bangya, que
era un agente, en vez de publicar el texto como había prometido, se lo pasó a la policía
prusiana. El 29 de octubre de 1852 Engels lo comprende, gracias a varias informaciones
que recibe (entre otras, de Ernst Dronke, cfr. carta a Marx, 31 de octubre de 1852: «Ayer
recibí una larga disquisición de Dronke sobre Bangya [...] No me cabe la menor duda
de que es un espía prusiano»). Véase también la carta de Marx del 28 de diciembre de
1852 a Gustav Zerffi (seudónimo del periodista Karl Hirsch, que no debe confundirse
con Wilhelm Hirsch, agente secreto prusiano en Londres) en la que explica cómo había
logrado Bangya engañarle «durante tanto tiempo»; así como la carta de Engels a Marx
del 10 de abril de 1853. En 1850, Bangya, agente al servicio de Prusia, pero también del
Zar, había llegado a vicepresidente de un Comité Revolucionario Eslavo-Alemán, cinco
de cuyos siete miembros eran espías profesionales. Cuando fue descubierto, Bangya
siguió merodeando por varias asociaciones: por ejemplo, se puso al servicio de Kossuth
para negociar con el gobierno francés. Enviado a Constantinopla, llegó a ser oficial del
ejército otomano; condenado a muerte como espía de los rusos, fue indultado y se con-
virtió en «agregado de prensa», con el nombre de Mehmed Bey, del gran visir Kiprisli
Sefer Bajá. Murió en 1868 con el grado de teniente de policía.
28. Ferdinand Freiligrath (1810-1876), poeta revolucionario alemán; miembro de
la Liga de los Comunistas, emigrado a Londres después de 1848. («Nuesto Freili-
grath es un verdadero revolucionario y un hombre honrado en todos los aspectos,

34
Aparte de ellos, todos los demás son simples gregarios. Pero la mente
activa y creativa, la verdadera alma del partido es Marx; por eso debo
informarle también de su personalidad.
Marx es de estatura mediana y tiene 34 años; pese a la edad, su
cabello ya es gris; su complexión es vigorosa y los rasgos faciales re-
cuerdan mucho los de Szemere,29 si exceptuamos la tez más oscura y el
cabello y la barba negrísimos; lleva barba completa; sus ojos grandes,
fogosos, penetrantes, tienen algo siniestro, demoníaco. No obstante,

un elogio que estoy dispuesto a hacer de pocas personas» – Carta de Marx a J.


Weydemeyer, 16 de enero de 1852). Después se hizo nacionalista. Wihlem Wolff,
llamado Lupus (1809-1864), profesor de idiomas, silesio, miembro de la Liga de los
Comunistas, codirector de la Neue Rheinische Zeitung. Emigrado, vivió primero en
Suiza, luego en Londres y en Mánchester. Perteneció al círculo de amigos más ínti-
mos de Marx y Engels; Marx le dedicó el primer volumen de El capital. Joseph Wey-
demeyer (1818-1866), nacido en Westfalia, miembro de la Liga de los Comunistas,
combatiente en la revolución de 1848, codirector de la Neue Deutsche Zeitung de
Fráncfort. Emigrado en 1851, vivió en Estados Unidos donde en 1852, en Nueva
York, fundó y dirigió el diario Revolution y, en 1860, Stimme des Volkes. Participó
en la guerra civil. Adolph Cluss, miembro de la Liga de los Comunistas, emigrado
en Estados Unidos. Heinrich Bürgers (1820-1878), miembro de la redacción de
la Neue Rheinische Zeitung y de la Liga, fue uno de los principales acusados en el
proceso contra los comunistas de Colonia; después de 1860 se hizo nacional-liberal.
Roland Daniels (1819-1855), médico de Colonia, miembro de la Liga, acusado en
el proceso de Colonia. Georg Ludwig Weerth (1822-1856), poeta y periodista rena-
no, miembro de la Liga, redactor de la tercera página de la Neue Rheinische Zeitung;
murió en La Habana.
29. Bertalan Szemere (1812-1869), escritor húngaro: en 1848 fue ministro del In-
terior y en 1849 primer ministro; luego emigrado a París. Escribe Marx, a Engels,
en una carta del 23 de febrero de 1852: «Bangya, como te escribí, está en estrecha
relación con Szemere y Batthány; es un agente de Batthány. Me ha contado que
Batthány y Czartorysky andan confabulados con Bonaparte y le ven casi todos los
días». Kasimir Batthány (1807-1854), miembro de la aristocracia húngara, minis-
tro de Asuntos Exteriores del gobierno revolucionario; refugiado en París tras el
fracaso de la revolución (1848-1849) para independizarse de Austria. Adam Jerzy
Czartorysky (1770-1861), magnate polaco, íntimo amigo de Alejandro I de Rusia.
Tras el fracaso de la rebelión polaca de 1830-1831 emigró a París, donde se puso al
frente de la emigración polaca conservadora y monárquica.

35
al primer vistazo se advierte en él a un hombre de genio y de energía.
Su superioridad intelectual ejerce una influencia irresistible en quie-
nes le rodean.
En la vida privada es sumamente desordenado y cínico; es un pési-
mo administrador y vive como un verdadero gitano. Lavarse, peinar-
se, cambiarse de ropa interior son para él rarezas; no desdeña el vino.
A menudo se queda todo el día tumbado, pero si tiene mucho que-
hacer trabaja día y noche con una resistencia inagotable;30 el sueño y
la vigilia no están repartidos regularmente en su vida; muy a menudo
permanece despierto toda la noche; luego, hacia el mediodía, se echa
vestido en el canapé y duerme hasta el anochecer sin preocuparse de
los que andan a su alrededor, en una casa donde todos van y vienen
a su antojo.
Su mujer, la hermana del Ministro Prusiano von Westphalen,31 es
una señora culta y agradable, que por amor a su marido se ha acos-
tumbrado a esa vida de gitanos y ahora se siente perfectamente a su
aire en esa miseria; tiene dos niñas y un niño, todos muy guapos y con
los mismos ojos inteligentes de su padre.32 Como marido y padre de
familia, Marx, a pesar de su carácter de otro modo inquieto y violen-
to, es el hombre más tierno y manso de este mundo.33
Vive en uno de los barrios más pobres y por tanto más baratos de

30. «Marx lee mucho, trabaja con una intensidad fuera de lo común, tiene un
talento crítico que de vez en cuando se transforma en una dialéctica arrogante y
presuntuosa, pero nunca termina nada, lo deja todo a medias para zambullirse cada
vez, desde el principio, en un ilimitado mar de libros». Carta de Arnold Ruge a
Ludwig Feuerbach, 15 de mayo de 1844; cfr. Paul Lafargue, Souvenirs, 1890.
31. Casada con Marx el 19 de junio de 1843, en Kreuznach.
32. La familia Marx vivía en Dean Street n.º 28.
33. «Recuerdo que mi padre, cuando yo tenía unos tres años, me llevaba a hombros
por nuestro jardincillo de Grafton Tenace y ensartaba flores del campo en mis ricitos
morenos […]. En Dean Street, en el Soho, escribió algunos capítulos de 18 brumario
mientras hacía de caballo de tiro para sus tres hijos pequeños». Eleanor Marx-Aveli-
ng, Berichte über Marxens Kindheit und Marx in London, Viena, 1895, p. 52.

36
Londres; tiene un piso de dos cuartos, uno de los cuales da a la calle,
el cuarto de estar, detrás del cual se encuentra la alcoba. En este piso
se buscaría inútilmente un solo mueble limpio y en buen estado: todo
está roto, desvencijado y en pedazos, cubierto por una espesa capa
de polvo, todo está en desorden. En medio del salón hay una mesa
grande de venerable aspecto, cubierta de hule; desaparece bajo los
manuscritos, los periódicos, los libros y los juguetes de los niños,34

34. Jenny, Laura y Edgar (Guido, nacido en 1849, había muerto en 1850). En la
primavera de 1851 había nacido Franziska, que murió al cabo de un año por una
bronquitis causada por el frío y las estrecheces en que vivía la familia. Esto es lo
que escribe Jenny von Westphalen a Louise Weydemeyer (carta del 11 de marzo de
1861): «En los primeros años de nuestra estancia en Londres nuestras condiciones
fueron durísimas. […] Vivíamos en dos míseros cuartuchos amueblados»; y en sus
Memorias: «Semana Santa de 1852. Nuestra pequeña Franciska enfermó de una
grave bronquitis. Durante tres días la pobre criatura luchó contra la muerte. Sufrió
muchísimo. Su cuerpecito inanimado yacía en uno de los dos pequeños cuartos,
nosotros pasamos juntos al primero y nos tumbamos en el suelo. Allí los tres niños
vivos se acostaron con nosotros y todos lloramos por el angelito que yacía allí al
lado, frío y blanco. La muerte de la querida niña sobrevino en un momento en que
estábamos hundidos en la miseria. Entonces yo fui corriendo a ver a un exiliado
francés que vivía cerca y nos había visitado poco antes. Me dio enseguida dos libras
esterlinas, dando vivas muestras de compasión. Con ellas se pagó el pequeño ataúd
en el que ahora duerme mi chiquitina. No tuvo cuna cuando vino al mundo y tam-
bién el último refugio le fue negado durante mucho tiempo. ¡Cuál no sería nuestro
desconsuelo cuando se la llevaron a su última morada!». Después de la muerte de
la pequeña Franciska, Jenny von Westphalen enfermó más gravemente que tras la
muerte de Guido, cuando, como recuerda Marx en una carta a Joseph Weydemeyer:
«Jenny estaba totalmente fuera de sí y en un estado realmente peligroso de agita-
ción y abatimiento». En una carta a Engels de 1852 Marx escribe: «Te aseguro que
cuando pienso en los dolores de mi mujer y en mi impotencia personal, lo manda-
ría todo al diablo». Una carta, sin fecha, de Jenny a Marx, a Manchester: «A veces
me siento y me derrumbo. Karl, tú sabes que nunca he sido así… Me siento, lloro
todas mis lágrimas y me desespero. El cerebro se desintegra. Durante una semana
he resistido, ahora no puedo más». En abril de 1855 murió el pequeño Edgar (de
ocho años) debido a una forma de tuberculosis. El 6 de abril Marx escribió a Engels:
«El pobre Musch [sobrenombre de Edgar] ya no está. Se durmió (en el verdadero
sentido de la palabra) en mis brazos, hoy, entre las cinco y las seis»; y el 28 de julio,

37
los trapos y las labores de la señora Marx; también puede verse alguna
tacita de bordes mellados, cucharitas sucias, cuchillos, tenedores, un
candelero, vasos, un tintero, pipas holandesas, ceniza de tabaco, todo
revuelto en esta única mesa.
Cuando se entra en casa de Marx el humo del carbón y el tabaco es
tan denso que al principio se mueve uno a tientas, como en una cue-
va; luego, poco a poco, la mirada se acostumbra al humo y se empieza
a ver algo, como a través de una niebla. Todo está sucio, cubierto de
polvo, y es realmente peligroso sentarse. Una silla solo tiene tres patas,
los chicos juegan en la cocina sobre otra silla que milagrosamente aún
está entera; por supuesto, es la silla entera la que se le ofrece al visitan-
te, pero sin limpiarla de la cocina de los niños, de modo que quien de-
cide sentarse se pone los pantalones perdidos. Lo cual no preocupa en
absoluto a Marx ni a su mujer. El recibimiento es de lo más amigable;
la pipa, el tabaco y todo lo que hay en la casa es ofrecido con la mayor
cordialidad. Una conversación inteligente y agradable suple por fin las
precariedades domésticas, haciendo soportable lo que de entrada era
solo desagradable. Entonces uno puede incluso reconciliarse con la
compañía y encontrar el ambiente interesante y original.
He aquí el retrato fiel de la vida familiar de Marx, el jefe de los
comunistas.

en una carta a Ferdinand Lassalle: «La muerte de mi hijo ha perturbado profunda-


mente mi corazón y mi cerebro. Mi pobre esposa está completamente exhausta».

38
Indagaciones de Marx
(carta a F. Engels)

Londres, 10 de noviembre de 1852


28, Dean Street, Soho

Querido Engels:
[…] de la declaración de Goldheim se desprendían dos datos:
«Greif» y «Fleury».
Entonces empecé a investigar sobre Greif (para ello utilicé incluso a
un espía prusiano). Así conseguí su dirección y averigüé que vivía en el
17, Victoria Road, Kensignton. Pero esta es la casa del señor Fleury.
Quedó claro entonces que Greif vive en casa de Fleury. Además se
descubrió que Greif no figura aquí oficialmente como «teniente de
policía», sino como attaché de la embajada prusiana.
Por último, que el sábado 6 de noviembre partió de aquí y estuvo
fuera una semana, probablemente en Colonia. Él mismo declaró que
se iba por miedo a los marxianos, que Fleury le había engañado, etc.
Por tanto, al final todo estaba claro y bien definido: Greif era el
superior de Fleury y Fleury el superior de Hirsch.35 Y así ha quedado

35. Greif, oficial de policía prusiano, uno de los jefes de la policía secreta de Lon-
dres. Charles Fleury (una joya: hijo de un atracador homicida que entretenía sus
días robando de vez en cuando, espiando para la policía, comerciando y visitando la
cárcel, cuyo verdadero nombre era Krause); Wilhelm Hirsch, antiguo «empleado de
Hamburgo», espía prusiano que se hacía pasar por prófugo comunista, expulsado
de la Liga de los Comunistas en enero de 1852; cfr. W. Hirsch, Eklärung vom 12.
Januar 1852; Íd., «Die Opfer der Moucharderie, Rechtfertigungsschrift», en Belle-
tristisches Journal und New Yorker Criminal Zeitung, 1, 8, 15, 22 abril de 1853;

39
establecido con la prueba de los hechos. Por otro lado, el viernes 5
de noviembre Imandt y Dronke36 se presentaron ante Fleury con la
Kölnische Zeitung en la mano. Naturalmente él se hizo el sorprendido,
afirmó que no conocía a ningún Greif, se declaró dispuesto a hacer
todas las declaraciones ante el magistrado, pero antes quiso hablar con
su abogado, concertó dos citas para el sábado 6 de noviembre, una
a las dos y la otra a las cuatro, pero se cuidó mucho de dejarse ver y
logró que la policía ganase un día, durante el cual nosotros no pudi-
mos hacer nada, salvo mandar unas cartas preliminares a Colonia. Por
fin, el domingo 7 de noviembre, Dronke e Imandt le arrancaron una
declaración37 que tú leerás en la Kölnische […]. Cuando tuvieron en el
bolsillo la declaración le dijeron que era un espía, que Greif vivía en
su casa, que lo sabíamos todo y que habíamos estado jugando con la
policía mientras ella creía que jugaba con nosotros. Naturalmente él
siguió defendiendo su inocencia. Por último mandé a unas personas

Declaración de A. Willich, 1853, en MEW, IX, 493-518. Declaraciones de Hirsch,


Greif, Goldheim y Stieber en MEW, VHI-IX-XIV. Sobre Fleury-Krause e Hirsch
véanse las fichas, compiladas por Stieber, sobre sus compadres, en las pp. 59-61 de
este libro. Cfr.: K. Marx, Revelaciones sobre el proceso contra los comunistas, 1852; F.
Mehring, Storia de la socialdemocrazia, Roma 1974, pp. 537-548.
36. Peter Imandt (1820-1876), profesor alemán, comunista, revolucionario, parti-
cipó en la revolución de 1848-1849, tras cuyo fracaso emigró a Suiza y luego a Lon-
dres; miembro de la Liga de los Comunistas. Ernst Dronke (1822-1891), publicista
y escritor, miembro de la Liga de los Comunistas. Redactor de la Neue Rheinische
Zeitung, tras el fracaso de la revolución emigró a Suiza y luego a Inglaterra. Cuando
la Liga de los Comunistas se escindió, se mantuvo fiel a Marx y Engels; más tarde
dejó la política.
37. Esta es la Declaración: «A la redacción de la Kölnische Zeitung. El abajo firman-
te declara que conoce al Sr. Imandt desde hace aproximadamente un mes, periodo
en que el citado Sr. le ha dado clases de francés, y que vio por primera vez al Sr.
Dronke el sábado 30 de octubre. Ninguno de los dos le dijo nada del libro de las
actas [una falsificación forjada por W. Hirsch bajo la dirección de los agentes Greif y
Fleury. N. del E.] que figura en el proceso de Colonia. No conoce a nadie llamado
Liebknecht, ni ha tenido contactos de ningún tipo con esa persona. Londres, 8 de
noviembre de 1852. Kensington – Charles Fleury».

40
(entre otros al general Herweg,38 ese borrachín) para que descubrieran
dónde vivía Hirsch. Se supo que vivía no lejos de Fleury, también
en Kensington. Ahora, antes de que continúe mi relato, debes saber
también esto. Toda la declaración de Goldheim te parecerá clarísima si
reparas en que: 1) el 30 de octubre (sábado) Goldheim estuvo aquí y
fue a ver a Greif y Fleury con el secretario de la embajada prusiana
Alberts; 2) que la mañana del mismo 30 de octubre nuestra declaración
sobre las revelaciones inminentes se había publicado en cinco periódi-
cos ingleses;39 3) que el mismo 30 de octubre Fleury se había citado con
Dronke e Imandt, porque Dronke debía sustituir a Imandt en una
clase de francés para él; 4) pero que, antes de que Steiber contestara a
su segundo interrogatorio con las revelaciones sobre Londres, yo, justo
después de su primer interrogatorio sobre Cherval40 etc. había man-
dado a la Kölnische Zeitung, al Frankfurter Journal y a la National-Zei-
tung una declaración en la que ya se amenazaba a Steiber con su carta
dirigida a mí. En realidad esta declaración no se publicó en ninguno
de los periódicos. Pero era indiscutible que el servicio de correos y la
policía se habían enterado de su existencia. Así se explica de un modo
muy prosaico la «clarividencia» de Steiber y la omnisciencia de sus
agentes de policía en Londres. Todo lo demás que dijo Goldheim
eran fabulae. He hecho llegar a Colonia, por vías distintas, la necesaria
explicación sobre estas cosas y la declaración de Fleury […].

38. Gottfried Herweg, obrero renano, participó en la revolución de 1848-49, luego


se refugió en Londres.
39. Cfr.: The People’s Paper, n.º 26, 30 de octubre de 1852; Morning Advertiser, 2 de
noviembre de 1852.
40. Julien Cherval (su verdadero nombre era Joseph Crämer), prusiano, espía de la
policía, infiltrado en la Liga de los Comunistas; tras la escisión de la Liga en 1850
encabezó una de las comunidades parisinas adheridas a la fracción Willich-Schapper;
uno de los imputados en el proceso del llamado complot francoalemán; condenado,
se fugó de la cárcel con la ayuda de la policía; en 1853 y en 1854 fue espía y agente
provocador en Suiza con el nombre de Nugent. Cfr. Carta de Marx a Engels, 13 de
julio de 1852 (que también se refiere a Bangya).

41
Carta de Karl Marx41 a Gustav Zerffi
en París

Londres, 28 de diciembre de 1852


28, Dean Street, Soho

[…] Dos circunstancias le han permitido a Bangya engañarme durante


tanto tiempo. En primer lugar, que fuese un conocido de Szemere […]
y que usted fuese amigo de Bangya, dado que usted me había inspirado
inmediatamente una confianza incondicional, a pesar de nuestro breve
contacto personal. En segundo lugar: yo me explicaba las contradiccio-
nes, las mentiras, etc., mientras fue posible, por la manía de Bangya,
que se revela en las ocasiones más insignificantes, de rodear de misterio
todos sus actos, de jugar a esconderse no solo con los demás sino tam-
bién consigo mismo. Incluso ahora me inclino a pensar que no era un
verdadero espía sino que, como usted dice justamente, en su calidad de

41. Carta sobre el «caso Bangya». Gustav Zerffi era el seudónimo del periodista Karl
Hirsch (1841-1900), uno de los fundadores del Partido Obrero Socialdemócrata;
miembro de la Asociación General de los Obreros Alemanes (lassalliana); dirigió,
junto con Liebknecht, el Demokratisches Wochenblatt, delegado en el Congreso de
Eisenach en 1869; director del diario Crimitschauer Bürger und Bauemfreund y, en
1870, director del periódico obrero Der Volksstaat, luego corresponsal desde París de
la prensa socialdemócrata alemana; más tarde director de la Lanterne, en Bruselas,
da 1878 a 1879. La carta está firmada Ch. Williams, seudónimo de Marx. Sobre la
«desagradable historia de Bangya», cfr. Carta de Engels a Marx, 10 de abril de 1853.

43
mediador entre varios partidos, de rufián político, se ha visto envuelto
en una situación escabrosa. […] Mi firme opinión es que ahora debe-
mos mantener la máxima discreción, pues Bangya, en cuanto se viera
descubierto, podría perjudicarles notablemente a Szemere y a usted en
su estancia parisina, y además porque cualquier declaración que com-
prometiera a Bangya ante la opinión pública, antes de la publicación
del manuscrito [Los grandes hombres del exilio], me dejaría, como poco,
en ridículo. Por último, creo que es importante –mientras maduran
las circunstancias que permitan comprometerle en público– vigilar es-
trechamente al señor Bangya. Sobre todo durante su estancia en París.
[…] Por eso yo le trataré, desde luego, con reserva y frialdad (y él no
puede esperar otra cosa después de la jugada que me ha hecho), pero
no le revelaré ni el verdadero alcance de mis sospechas ni la correspon-
dencia que he mantenido con usted. […]
Cuando Greif42 todavía estaba en Londres, Bangya recibía dinero

42. Greif, uno de los jefes de los agentes secretos prusianos en Londres, jun-
to con Charles Fleury, cfr. la nota 26. En el Memorial de 1853, «Die Opfer der
Moucharderie. Rechtfertigungsschrift» (en Belletristisches Journal und New Yorker
Criminal Zeitung, n.º 4, Nueva York, 8 de abril de 1853, p. 33), el espía W. Hirsch
confiesa: «El Sr. Greif mantenía una asidua correspondencia con el coronel Bangya
[...] Bangya veía con frecuencia a Marx para recabar información sobre su actividad
política. [...] Lo que Greif llegó a saber a través de Bangya eran sobre todo asuntos
privados; no obstante, de vez en cuando Bangya también entregaba manuscritos
de Marx, que eran simples cartas que este le había mandado. [...] Las únicas cosas
que llegaron a manos de la policía, a propósito de la correspondencia política de
Marx, fueron algunas informaciones de Bangya sobre cartas de Marx enviadas des-
de distintos lugares. Fleury utilizó esas informaciones para completar los informes
sobre las reuniones de la Liga [de los Comunistas]. Además Bangya entregó un ma-
nuscrito del opúsculo de Marx sobre la emigración [Los grandes hombres del exilio].
Bangya le dijo a Greif que él mismo había colaborado en la redacción del opúsculo
y se había encargado de llevarlo a la imprenta; por eso, le dijo, podría entregarle una
copia del manuscrito de Marx o el propio original; una de estas dos cosas se llevó a
cabo, sacando algunas libras de las arcas policiales; que luego las usara para sus fines
personales o ese dinero sirviera para sufragar gastos de imprenta, es otra cuestión,
aunque en el fondo irrelevante». Volviendo a Bangya, Fleury y compañía, en una

44
de Berlín el 3 o el 4 de cada mes. ¿Sabe usted de dónde le llegaba ese
dinero? […]
Escríbame pronto y asegúrele a Szemere que tiene en mí un sincero
admirador.
Suyo, Ch. Williams

carta del 29 de febrero de 1860 a F. Freiligrath, Marx escribe: «Por lo demás, si se


piensa en los enormes esfuerzos del mundo oficial contra nosotros, que para per-
judicarnos no se ha limitado a rozar el código penal, sino que se ha hundido en él
hasta el cuello; si se piensa en las lenguas viperinas de la democracia de los estúpidos,
que no han podido perdonar a nuestro partido el tener más intelecto y carácter que
ellas; si se conoce la historia contemporánea de todos los demás partidos; en fin, si
nos preguntamos qué se le puede reprochar realmente a nuestro partido, se llega a la
conclusión de que, en este siglo xix, lo que le distingue es su limpieza. ¿Es posible,
en las relaciones personales y el comercio de la burguesía, librarse de la suciedad? La
burguesía solo se encuentra a sus anchas en ese ambiente».

45
Comunicado informativo43

Londres, 21 de abril de 1853

Hace poco llegaron aquí el consejero de policía Stieber y el judío Gold-


heim, teniente de policía, ambos de Berlín.
Rasgos de Stiebert
Estatura mediana (unos 5 pies)
Cabello: moreno, corto.
Bigote: como el dibujo.
Tez: amarillenta y pálida.
Lleva pantalones oscuros, estrechos,
una chaqueta azul,
un sombrero plegable y gafas.

43. Nota escrita a lápiz y entregada a Marx. Carta de Marx a J. Weydemeyer: «Lon-
dres, 26 de abril de 1853 – 28, Dean Street, Soho. Querido Weydemeyer: el 21
de abril recibí un volante anónimo que adjunto. Esta carta anónima fue entregada
a Schärttner y Göringer, dueños de una cervecería democrática. He verificado los
datos que contiene». Cfr. carta a Engels, 26 de abril de 1853: «Creo que el autor es
Henri de l’Aspée, amigo y compatriota de O. Dietz, el mismo mortificado policía
que, como recordarás, tenía que haberse encontrado aquí con nosotros a tu llegada
para revelarnos más cosas». Henri de l’Aspée, que fuera funcionario de policía a
principios de los años cincuenta, emigró a Londres y contribuyó al descubrimiento
de los agentes y los métodos de la policía prusiana. Oswald Dietz (c. 1824-1864),
arquitecto de Wiesbaden, miembro del Comité Central de la Liga de los Comunis-
tas; participó en la revolución alemana de 1848-49, luego se refugió en Londres;
en 1850 se unió a la fracción Willich-Schapper; después emigró a Estados Unidos,
donde participó en la guerra civil en el bando de los nordistas.

47
Rasgos del judío Goldheim
Estatura: unos 6 pies.
Cabello: moreno, corto.
Bigote: como el dibujo.
Tez: amarillenta, cara abultada.
Lleva pantalones negros,
chaqueta amarillo claro,
sombrero negro.
Nota: Suelen ir juntos y acompañados por [Wilhelm] Hirsch,44
empleado de Hamburgo, y por Haering, antiguo cartero (conciuda-
dano de Willich).
Hoy Stieber y Goldheim45 han tenido una charla con Bangya.
Stieber y Goldheim acuden regularmente todos los días, entre las
11 y las 3, a la legación prusiana.

44. Wilhelm Hirsch, agente secreto de la policía prusiana en Londres. Véase su ficha
en la p. 51 de este libro.
45. Sobre los agentes Wilhelm Stieber y Goldheim y compañía, cfr. K. Marx, Reve-
laciones sobre el proceso contra los comunistas de Colonia, publicado anónimamente
en Basilea y en Boston, en 1853; así como Marx-Engels, Opere complete, XI, Roma
1982, pp. 619-628, Apéndice 4 de Herr Vogt; F. Mehring, Storia della socialdemocra-
zia tedesca, Roma 1974, vol. II, pp. 537-548. Véase también la carta de Jenny Marx
a Adolf Cluss (en Washington), 28 de octubre de 1852: «Últimamente Stieber anda
diciendo que mi marido es un espía de Austria»; y de Marx a Cluss, 7 de diciembre
de 1852; de Marx a Ferdinand Lassalle, 2 de junio de 1860; interesantes las rela-
ciones de Marx, en este periodo y hasta 1877, con Urquhart. «He establecido una
especie de alianza con David Urquhart y sus secuaces», carta a Lassalle, 2 de junio
de 1860, en Marx- Engels, Opere complete, vol. XLI, Roma 1973, p. 595.

48
Orden de detención46
de la policía prusiana

1853
Karl Marx – Descripción de la persona.
Edad: 35 años.
Estatura: 5 pies y 10-11 pulgadas,
según las medidas de Hannover.
Complexión: corpulenta.
Cabello: moreno, rizado.
Frente: ovalada. Cejas: negras.
Ojos: castaños oscuros, un poco miopes.
Nariz: gruesa. Boca: mediana.
Barba: negra.
Mentón: redondo.
Cara: bastante redonda.
Tez: sana.
Habla alemán con acento renano y francés.
Rasgos particulares:
a) en el modo de hablar y en los gestos se nota
un poco su origen judío;
b) es astuto, frío y audaz.

46. Archivos de la policía prusiana, K. G. L. Wermuth – W. Stieber, Die Commu-


nisten-Verschwörungen des neunzehnten Jahrhunderts, Band II, Berlín, 1854, p. 80.

49
Fichas policiales sobre los topos47 Hirsch y
Fleury-Krause 1854

N. 265. Hirsch, Wilhelm,


dependiente de Hamburgo.
Emigrado a Londres voluntariamente, donde frecuentó asiduamen-
te a los exiliados y se afilió al partido de los comunistas. Ha tenido un
doble papel. Por un lado participó en los esfuerzos del partido de la re-
volución, por otro se ofreció como espía a los gobiernos continentales,
tanto contra los delincuentes políticos como contra los falsificadores.
En relación con este segundo aspecto, ha cometido los peores engaños
y fraudes, es decir, falsificaciones, de modo que es preciso ser muy pre-
cavidos con él. Junto con sujetos de esa calaña él mismo fabricó papel
moneda falso con el único fin de denunciar a los supuestos falsificadores

47. Dos fichas ejemplares sobre los hombres usados por la policía secreta como
espías, en Archivos de la policía prusiana, K. G. L. Wermuth-W. Stieber, Die Com-
munisten-Verschwörungen des neunzehnten Jahrhunderts, Band II, Berlín, 1854, pp.
58-69. Escribe Marx en la Neue Rheinische Zeitung. Politisch-Ökonomische Revue,
IV, abril de 1850: «La policía tolera las conjuras, y no solo como un mal necesario:
las tolera por ser centros fáciles de vigilar […] y, a fin de cuentas, lugares donde
reclutar a sus soplones políticos […]. Así, los más hábiles cazadores de golfantes,
como Vidocq [1775-1857, criminal francés, agente secreto de la policía, luego jefe
de los servicios de seguridad de París] y compañía, los captan de entre la clase de
los grandes y pequeños granujas, ladrones, estafadores, insolventes fraudulentos, y a
menudo vuelven a su vieja actividad…»

51
a las autoridades policiales, a cambio de una pingüe recompensa. Poco
a poco las dos partes le acabaron desenmascarando. Hoy se ha retirado
de Londres y vive en Hamburgo en condiciones miserables.

N. 345. Krause, Carl Friedrich August,


de Dresde.
Hijo de Friedrich August Krause (ajusticiado en 1834 por el asesi-
nato de la condesa Schönberg en Dresde, en el pasado administrador,
corredor de granos), y de su viuda, aún viva, Johanna Rosine, de solte-
ra Göllnitz, nació el 9 de enero de 1824 en las casas de los viñedos de
Coswig, próximos a Dresde. Desde el 1 de octubre de 1832 acudió a
la escuela de los pobres de Dresde, en 1836 fue acogido en el orfanato
de Antonstadt-Dresde y recibió la primera comunión en 1840. Des-
pués fue aprendiz con el comerciante Gruhle de Dresde, pero ya al
año siguiente, debido a varios hurtos, entró en la cárcel por una causa
instruida contra él por el tribunal ciudadano de Dresde. Al salir, sin
trabajo, se fue a vivir con su madre; en marzo de 1842 fue nuevamen-
te detenido y procesado por robo con escalo y se le impuso una condena
de cuatro años de reclusión. El 23 de octubre de 1846 volvió a Dresde
y empezó a frecuentar a los ladrones más famosos; la Sociedad por los
Detenidos Liberados se interesó por él y le consiguió un empleo de
cigarrero; como tal trabajó hasta marzo de 1848 sin interrupción y
con una conducta pasable.
Después se dejó llevar por su inclinación a la gandulería, infil-
trándose en organizaciones políticas como espía del gobierno. A
principios de 1849 trabajó como vendedor ambulante de la Dresdner
Zeitung, cuyo redactor era el escritor republicano de Dresde E. L.
Wittig, ahora emigrado a Estados Unidos […].
Entre finales de 1850 y comienzos de 1851 estuvo en Londres con
el nombre de Charles de Fleury. A partir de 1851 su situación econó-
mica ha mejorado mucho después de haber servido a varios gobiernos
como agente, pero en esta actividad ha cometido muchos fraudes.

52
Entrevista a Karl Marx48

3 de julio de 1871

Me pidieron que investigara sobre la Internacional obrera y he tratado de


hacerlo. No es empresa fácil. En estos momentos Londres es, sin duda, el
cuartel general de la Internacional, pero los ingleses se han asustado y todo
les huele a Internacional. Con las sospechas del público, naturalmente, ha
aumentado la prudencia de la Asociación, y si quienes están al frente tie-
nen algún secreto que ocultar, no cabe duda de que son capaces de hacerlo.
Me he dirigido a dos de sus jefes, he hablado libremente con uno de ellos y
a continuación refiero lo más sustancioso de nuestra conversación.
Me he convencido de una cosa: que es una asociación de obreros au-
ténticos, pero quienes les dirigen son teóricos y políticos pertenecientes a
otra clase social […].
Karl Marx es alemán, profesor de filosofía, tiene vastos conocimientos
recabados tanto de la observación de la vida como de los libros. Yo diría
que, en el sentido común de la palabra, nunca ha sido un obrero. El
ambiente y el aspecto son los de un miembro acomodado de la middle
class. La sala donde fui introducido la tarde de la entrevista parecía la
típica morada49 de un próspero agente de bolsa que, dotado de medios,

48. Entrevista con R. Landor, en The World, Nueva York, 18 de julio de 1871.
49. A partir de 1864 Marx vivía en una casa bonita y espaciosa: 1, Modena Villas,

53
empezase a hacer fortuna. Era el retrato del bienestar, la casa de un hom-
bre de gusto y de posibilidades, pero sin denotar el carácter del propietario.
Encima de la mesa, un bonito álbum de vistas del Rin daba pistas sobre
su nacionalidad.
Atisbé cautelosamente el florero de una mesita por si había una bom-
ba. Esperaba oler a petróleo, pero lo que aspiré fue un perfume de rosas.
Contrariado, volví a sentarme, preparándome para lo peor. Entró, me
saludó cordialmente y nos sentamos frente a frente.
Sí, tengo ante mí a la revolución en carne y hueso, al fundador y espí-
ritu conductor de la Internacional, al hombre que advertía que hacer la
guerra a la clase obrera significaba crearse problemas: en una palabra, al
apologista de la Comuna de París.
¿Tienen presente el busto de Sócrates, aquel que prefirió morir antes que
prestar fe a los dioses de su tiempo, el hombre cuya frente, de bello perfil,
encaja mal en una silueta roma, achatada, como separada por un gancho
que hace de nariz? Pues bien, tengan presente este busto, tiñan de negro la
barba, dándole unas pinceladas de gris, pongan esa cabeza sobre un cuerpo
robusto, de mediana estatura, y tendrán delante al profesor. Cubran con
un velo la parte superior de la cara y podrían estar en compañía de un
buen parroquiano. Descubran la característica esencial, la frente enorme,
y de inmediato advertirán que habrán de lidiar con la más temible de las
fuerzas compuestas: un soñador que piensa, un pensador que sueña.
Al lado de Marx había otro hombre, me pareció que también ale-
mán50 aunque, dado su buen dominio de nuestro idioma, tampoco podría

Maitland Park, Haverstock Hill; cfr. carta de Marx ad Engels, 19 de abril de 1864, y
los recuerdos del periodo 1875-1878 de Maksim Maksímovich Kovalevski: «Marx
vivía junto a una plaza semicircular, a poca distancia de Regent’s Park, o mejor di-
cho en su prolongación, conocida con el nombre de Maitland Park. Aún recuerdo
que su casa tenía el número 41. Marx la ocupaba toda. En la planta baja estaban la
biblioteca y el cuarto de estar, donde solía recibir a sus conocidos»; Moió naúchnoie
i literatúrnoie skitálchestvo, cit. en Véstnik Yevropy, julio de 1909, p. 5.
50. Probablemente Friedrich Engels (N. del E.).

54
asegurarlo. ¿Le servía de testigo al profesor? Creo que sí. El «Consejo»,
sabedor de la entrevista, le pediría después al profesor un informe: la
«Revolución» sospecha en primer lugar de sus agentes, razón por la que se
necesitaba un testigo.
Fui rápidamente al grano. El mundo, le dije, no parece saber muy bien
qué hay detrás de la Internacional; la odia, pero es incapaz de explicar
qué es lo que realmente odia. Algunos, que creen haber penetrado más
profundamente que otros en esas tinieblas, afirman que es una especie de
Jano bifronte, con la sonrisa honrada y benévola del obrero a un lado y el
ojo taimado del conjurado al otro.
Le rogué a Marx que desvelara el secreto oculto en esta teoría. El estu-
dioso sonrió, y me pareció advertir una risita bajo su bigote ante la idea
de que existiese semejante temor.

MARX – Querido señor, no hay ningún secreto que desvelar (em-


pezó así, en una versión muy pulida del dialecto de Hans Breitmann),
más allá del secreto de la estupidez humana en quienes se empecinan
en seguir desconociendo que nuestra asociación actúa públicamente
y que sobre su actividad se publican informes exhaustivos para todo
aquel que se moleste en leerlos. Con un penique puede usted comprar
nuestros Estatutos, y si está dispuesto a gastar un chelín puede com-
prar opúsculos en los que descubrirá sobre nosotros casi todo lo que
sabemos nosotros mismos.
YO – «Casi», puede ser. Pero ¿no será precisamente ese «casi» la
cuestión más importante? Quiero ser muy franco con usted y hacer las
preguntas como las haría quien ve estas cosas desde fuera: la actitud de
general hostilidad hacia su organización ¿no demuestra algo más que la
malévola ignorancia de las masas? A pesar de su respuesta, quiero repetirle
la pregunta: ¿qué es la Internacional?
MARX – Basta con fijarse en los hombres que la componen: son
obreros.
YO – Sí, pero los soldados no siempre son fautores del gobierno que

55
les manda. Conozco a algunos miembros de su asociación y no me cues-
ta nada creer que son de una pasta distinta de la de los conspiradores.
Además, un secreto compartido por millones de hombres deja de ser un
secreto. Pero ¿y si estos hombres fueran meros instrumentos en manos de
un puñado de audaces, que –permítaseme la expresión– no se andan, en
cuando a los medios, con chiquitas?
MARX – No hay ninguna prueba de que sea así.
YO – ¿Y la reciente insurrección de París?
MARX – En primer lugar le ruego que demuestre que ha sido una
conjura y que lo ocurrido no ha sido la lógica consecuencia de las cir-
cunstancias. Pero aún si admitiéramos que fue una conjura, le ruego
que demuestre que la Asociación Internacional ha formado parte de
ella.
YO – La presencia de muchos miembros de la Asociación en la Comuna.
MARX – Lo mismo podría decirse que ha sido una conjura de
masones, dada su nada desdeñable participación individual. No me
extrañaría que el papa descargase en los masones toda la responsabili-
dad de la insurrección.51 Pero tratemos de hallar otra explicación. La
insurrección de París la han hecho los obreros parisinos. Por consi-
guiente sus jefes y sus ejecutores solo han podido ser los obreros más
capacitados. Los obreros más capacitados forman parte de la Asocia-
ción Internacional, pero dicha asociación, como tal, no puede consi-
derarse responsable de sus actos.
YO – El mundo ve las cosas de otro modo. Se habla de instrucciones
secretas llegadas de Londres e incluso de ayuda económica. ¿Puede decirse

51. En efecto, esto es lo que podía leerse en L’Osservatore Romano del 4 y del 30 de
mayo de 1871: «Amigos y enemigos de la Comuna, todos deben tomar las armas para
resistir a esa turba formada por masones y prófugos… gente nacida para ser el flagelo
de la sociedad». «Los comunistas, monstruos enseñoreados por el espíritu de Satanás,
no han tenido consideración ni con la altura del grado jerárquico, ni con la canicie
venerable. Los comunistas han ultrajado a Dios de las maneras más sacrílegas».

56
que la supuesta acción pública de la asociación excluye por completo la
posibilidad de contactos secretos?
MARX – ¿Alguna vez ha habido una asociación que no actúe bien
mediante contactos confidenciales, bien mediante contactos públi-
cos? Pero hablar de instrucciones secretas enviadas desde Londres, en
el sentido de decretos «en materia de fe o de moral» emanados de
un supuesto centro conspirativo al servicio de una suerte de poder
pontificio, sería desconocer completamente la naturaleza de la Inter-
nacional, significaría ver en la Internacional una forma de gobierno
centralizado, cuando en realidad la forma organizativa de la Interna-
cional garantiza el más amplio margen de iniciativa e independencia
local. De hecho, la Internacional no es un gobierno de la clase obrera;
es más una federación que un órgano de comando.
YO – ¿Cuál es el fin de esa federación?
MARX – La emancipación económica de la clase obrera mediante
la conquista del poder político. El uso de este poder para alcanzar ob-
jetivos sociales. Nuestros objetivos tienen que ser lo bastante amplios
como para abarcar todas las formas de acción de la clase obrera. Si les
hubiésemos dado un carácter particular habríamos tenido que adap-
tarlos a las necesidades de una sola sección, de la clase obrera de una
sola nación. Pero ¿se puede inducir a los hombres a unirse en nombre
de los intereses de unos pocos? Si nuestra asociación lo hiciese, ya no
tendría derecho a llamarse Internacional. La asociación no impone
ninguna forma determinada de movimiento político. Solo requiere
que dicho movimiento vaya dirigido a una sola e idéntica meta final.
Reúne una red de asociaciones colaterales que se extiende por todo el
ancho mundo del trabajo. En cada lugar del mundo se manifiestan
aspectos particulares del problema; los obreros lo tienen en cuenta y
buscan la solución más oportuna. Las asociaciones obreras no pueden
ser idénticas de un modo absoluto y hasta el último detalle, de New-
castle a Barcelona, de Londres a Berlín. En Inglaterra, por ejemplo, la
clase obrera tiene el camino despejado para desarrollar su poder po-

57
lítico del modo que considere más conveniente. Allí donde se puede
alcanzar la meta del modo más rápido y seguro con manifestaciones
pacíficas, la insurrección sería una estupidez. En Francia parece que
la plétora de las leyes opresivas y el antagonismo mortal entre las cla-
ses harán necesaria una solución violenta de las divergencias sociales.
Que acabe sucediendo tal cosa, es algo que incumbe a la clase obrera
de ese país. La Internacional no se arroga el derecho a dar órdenes
sobre este asunto, ni siquiera a dispensar consejos. Pero expresa a cada
movimiento su simpatía y le garantiza ayuda en el ámbito de sus pro-
pios estatutos.
YO – ¿Qué clase de ayuda es esa?
MARX – Lo explicaré con un ejemplo: una de las formas de lucha
más usadas por el movimiento de emancipación es la huelga. Antes,
cuando estallaba una huelga en un país, se sofocaba trayendo mano
de obra de otros países. La Internacional ha logrado impedirlo casi
por completo. Es informada de la huelga planeada, pasa las infor-
maciones a sus miembros y así ellos saben que el lugar donde se está
desarrollando la lucha es tabú. De modo que los patronos de las fábri-
cas se ven obligados a contar solo con sus obreros. En la mayoría de
los casos los huelguistas no necesitan más ayuda que esa. El pago de
cuotas y las colectas internas de las asociaciones a las que pertenecen
directamente les permiten subsistir. Si la situación se vuelve demasia-
do crítica y la huelga ha sido aprobada por la Internacional, se ponen
a su disposición los fondos necesarios sacándolos de la caja común.
Es así como hace pocos días la huelga de los cigarreros de Barcelona
se ha saldado con una victoria. Pero la asociación no está interesada
fundamentalmente en las huelgas, aunque las apoye en determinadas
circunstancias.
Resumamos brevemente: la clase obrera sigue siendo pobre en me-
dio del creciente bienestar, se hunde en la miseria rodeada un lujo
cada vez mayor. La miseria material deforma a los obreros moral y
físicamente, y no pueden contar con ninguna ayuda exterior. Por eso

58
es para ellos una necesidad ineludible hacerse cargo personalmente
de su situación. Deben modificar las relaciones entre ellos mismos,
y entre ellos y los capitalistas y terratenientes, lo que significa que
deben cambiar la sociedad. Esta es la meta común de todas las orga-
nizaciones obreras conocidas. Las ligas obreras y campesinas, los sin-
dicatos, las sociedades de ayuda mutua, las cooperativas de consumo
y de producción no son sino medios para alcanzar esta meta. Es tarea
de la Internacional forjar una verdadera solidaridad entre estas orga-
nizaciones. Su influencia empieza a sentirse por doquier. Dos periódi-
cos difunden sus ideas en España, tres en Alemania y otros tantos en
Austria y Holanda, seis periódicos en Bélgica y seis en Suiza. Y ahora
que le he explicado lo que es la Internacional quizá podrá hacerse una
opinión de las supuestas conjuras.
YO – ¿Mazzini forma parte de su organización?
MARX – (riendo) ¡Claro que no! No habríamos llegado tan lejos si
nuestras ideas no hubieran sido un poco mejores que las suyas.
YO – Me sorprende usted. Estaba firmemente convencido de que sus
ideas eran de lo más avanzado.
MARX – Él solo representa la vieja idea de la república burguesa
y nosotros52 no queremos tener nada que ver con la burguesía. Se
ha quedado tan atrás, con respecto al movimiento contemporáneo,
como esos profesores alemanes a quienes, pese a todo, se les sigue con-
siderando en Europa unos apóstoles de la «democracia desarrollada»

52. Cfr.: K. Marx, F. Engels, Scritti italiani, G. Bosio (ed.), Roma 1972, pp. 31-42,
carta de Marx a su prima Antoinette Philips, 18 de marzo de 1866: «Mazzini ha
preparado cuidadosamente el terreno contra mi liderazgo. El liderazgo no es algo
que yo desee ardientemente… Como decía tu padre: El arriero solo puede esperar que
los burros le odien. Mazzini no oculta su odio al pensamiento libre y al socialismo, ve
con envidia los progresos de nuestra asociación… Ha intrigado con algunos obre-
ros ingleses fomentando su envidia contra la influencia “alemana”… Sin duda ha
obrado con sinceridad, porque siente horror por mis principios, pues los considera
contaminados por el materialismo más avieso» (MEW, XXXI, p. 504).

59
del futuro. No cabe duda de que lo fueron en el pasado, quizá antes
de 1848, cuando la clase media alemana, en el significado inglés del
término, aún no había alcanzado un verdadero desarrollo, como en
cambio había sucedido en Inglaterra. Pero ahora se han entregado en
cuerpo y alma a la reacción y el proletariado ya no les reconoce.
YO – Muchos creen haber descubierto en su organización elementos
del positivismo.
MARX – Ni por asomo. Tenemos positivistas entre nosotros y
también los hay fuera de nuestra organización, que se muestran muy
activos. Pero eso no es mérito de su filosofía, que no desea tener nada
en común con el poder del pueblo tal como lo entendemos nosotros.
Su filosofía pretende sustituir la vieja jerarquía por una nueva.
YO – Me parece, entonces, que los jefes del movimiento internacional
moderno habrán tenido que elaborar una filosofía propia, lo mismo que
han creado una asociación propia.
MARX – Exacto. Nuestra guerra contra el capital, por ejemplo,
nunca saldría victoriosa si derivásemos nuestra táctica de la economía
política de alguien como Mill.53 Él desentrañó cierto tipo de relación

53. John Stuart Mill (1806-1873), filósofo y economista inglés. Mill se pronunció
siempre a favor de una política de reformas institucionales y distributivas en aras de
una mayor justicia social. La base de estas reformas debía ser el criterio del máximo
bienestar del mayor número de individuos. Cfr. Saggi su alcuni problemi insoluti
dell’economia politica (1844, tr. it. Milán, 1976); Princìpi di economia politica (2
vols, 1848, tr. it. Roma 1979); Saggio sulla libertà (1859, tr. it. Milán, 1981); Tre
saggi sulla religione (póstumo, 1874, tr. it. Milán, 1972) [Ensayos sobre algunas cues-
tiones disputadas en economía política (tr. Carlos Rodríguez, Madrid, Alianza, 1997);
Principios de economía política (Madrid, Síntesis, 2008); Ensayo sobre la libertad (tr.
Francisco Cardona, Barcelona, Brontes, 2011); Tres ensayos sobre religión (tr. Ge-
rardo López, Madrid, Trotta, 2014)]. Acerca del comunismo, Mill se pronunció
claramente en 1848: «Por tanto, si hubiera que elegir entre el comunismo, con
todas sus posibilidades, aún por concretar, y el estado presente de la sociedad, con
todos sus sufrimientos e injusticias; si el instinto de la propiedad privada tuviera
que acarrear, como consecuencia necesaria, que el producto del trabajo se distribu-
yera como vemos que sucede hoy, es decir, prácticamente en proporción inversa al
trabajo: las mayores cuotas para quienes nunca han trabajado del todo, las que son

60
entre el trabajo y el capital. Nosotros queremos demostrar que se pue-
de construir otro tipo de relación.
YO – ¿Y los Estados Unidos?
MARX – Los centros principales de nuestra acción, por ahora,54
están en el Viejo Mundo, en Europa. Hasta el momento muchas cir-
cunstancias han impedido que la cuestión obrera alcanzase en Esta-
dos Unidos una importancia tal que relegase las demás a un segundo
plano. Pero estas circunstancias desaparecen rápidamente y, con la
expansión de la clase obrera en Estados Unidos, empieza a abrirse
camino la idea de que allí, como en Europa, existe una clase obrera
distinta del resto de la sociedad, divorciada del capital.
YO – Parece que la solución esperada en nuestro país, sea cual sea,
podrá alcanzarse sin los métodos violentos de la revolución. El método
inglés de encauzar la agitación en las asambleas y en la prensa mientras

algo menores para aquellos cuyo trabajo es puramente nominal, y así en proporción
descendiente, con una remuneración cada vez más exigua a medida que el trabajo se
vuelve más gravoso y desagradable, hasta llegar al trabajo más agotador y destructi-
vo, que no da la seguridad de poder ganar ni siquiera lo necesario para sobrevivir; si
la alternativa fuese entre esto y el comunismo, entonces todas las dificultades, gran-
des o pequeñas, del comunismo, pesarían en la balanza como polvo. Mas para que
el cotejo sea posible es preciso que el comunismo, con sus mejores posibilidades, se
compare con el sistema de la propiedad privada no como es hoy, sino como podría
llegar a ser». Principios de economía política, II, cap. I, «Sobre la propiedad».
54. Por tanto, parece que Marx ya pensaba trasladar el Consejo General de la In-
ternacional a Estados Unidos antes de la Conferencia de Londres (septiembre de
1871) y antes del Congreso de La Haya (septiembre de 1872). Mientras el Consejo
General permaneciese en Londres habría sido imposible apartar a los blanquistas
(cfr. Volkstaat, septiembre de 1872, que lo admite sin ambages). En la entrevis-
ta concedida al Chicago Tribune del 18 de diciembre de 1878, Marx declara: «La
Internacional ha tenido su utilidad, pero su tiempo ha pasado. Hoy ya no existe [...]
se ha vuelto superflua [...] En Estados Unidos el pueblo es más audaz que en Euro-
pa». Los blanquistas pensaban lo contrario: «La dirección de la Internacional se ha
llevado a Estados Unidos, al centro de las divisiones, donde cunde el charlatanismo
y el pueblo es el menos socialista de la tierra». Internationale et Révolution. À propos
du Congrès de La Haye, Londres 1872.

61
la minoría no se convierte en mayoría me parece un buen augurio.
MARX – Sobre este punto yo no soy tan optimista. La burguesía
inglesa siempre ha estado dispuesta a aceptar el veredicto de la mayo-
ría cuando ha tenido el monopolio electoral. Pero puede estar seguro
de que, en cuanto se vea en minoría en cuestiones de importancia vi-
tal, estallará una nueva guerra por el mantenimiento de la esclavitud.

62
Informe55 de la policía parisina desde La Haya

28 de septiembre de 1872

Durante los cuatro días posteriores a la clausura del congreso56 Karl


Marx se ha alojado en un hotel de tercera categoría, el Hotel Pico.
Para comer ha ido todos los días a Scheveningen, donde ha tomado
los baños y por la noche ha asistido a los conciertos en la terraza del
Grand Hotel de los baños públicos. Allí ha cenado una noche con su
esposa, Lafargue y la mujer de Lafargue, hija de Marx,57 que es muy

55. Informes de la policía francesa, en J. Verdes-Leroux, BA 1175. Marx vu par la


pólice française (1871-1883), Cahiers de l’ISEA, París, 1966.
56. El Congreso de La Haya sancionó la ruptura definitiva con los bakuninistas y
también con los blanquistas. Todos los documentos en: La Première Internationale.
Recueil de Documents publié sous la direction de Jacques Freymond, tomo II, Ginebra
1962; tomo III, Ginebra 1971; Le Congrès de La Haye de la Première Internationale,
2-7 Septembre 1872. Procès-verbaux et documents, IMEL, Moscú 1972. Véase tam-
bién A. Arru, Classe e Partito nella Prima Internazionale. Il dibattito sull’organizza-
zione tra Marx, Bakunin e Blanqui, Bari 1972.
57. Laura se prometió oficialmente con Paul Lafargue (1842-1911) en septiembre
de 1866; se casaron el 2 de abril de 1868. Sobre ella y Lafargue véanse: F. Engels,
Paul y Laura Lafargue (E. Bottigelli ed.), Correspondance, 1868-1895, T-HI, París
1956-1959; P. Lafargue, Textes choisis (hasta 1891), París 1965; M. Dommanget,
«Introduzione» a P. Lafargue; Il diritto all’ozio, Milán 1971, pp. 9-105 [El derecho a
la pereza, tr. Manuel Pérez Ledesma, Madrid, Fundamentos, 2009]; P. Lafargue, Il
determinismo economico di Marx, Milán 1976; P. Lafargue, La religione del capitale.
Massime, preghiere e lamenti del capitalista, Bari 1979.

63
agraciada. En suma, Marx se ha comportado como la mayor parte de
los habitantes de La Haya, sobre todo si son extranjeros.
Su estancia en Scheveningen (no se puede hablar de verdadera re-
sidencia, porque vivía en La Haya) no ha causado el más mínimo
incidente.
Pero ha estado vigilado por el jefe de policía de ese suburbio de La
Haya. Se trata de un joven que ha obrado con decisión sin haber reci-
bido instrucciones. Es una lástima que no haya estado de servicio en el
congreso, porque desde el primer día habría descubierto las reuniones
secretas.
Es un muchacho lleno de celo y energía, y a fe que las necesita,
en medio de los robustos pescadores de Scheveningen y los miles de
extranjeros.

64
Informe de la policía parisina
desde Londres

1 de octubre de 1877

Karl Marx sigue siendo el jefe supremo de la Internacional. Se ve poco


con los refugiados [de la Comuna de París].58
Está en desacuerdo tanto con Vallès como con Ranvier, Landeck y
Longuet.59 Se mantiene continuamente en contacto con los comités

58. Cfr. carta de Jenny Marx (esposa) a Friedrich Adolf Sorge, del 21 de enero
de 1877: «[...] en particular ya no tenemos trato con los franceses, ni Le Moussu
ni Serrailler; y sobre todo, nada de blanquistas». Cfr. F. Engels, «Programm der
blanquistischen Kommune», en Der Volksstaat, 26 de junio de 1874. Sobre los re-
fugiados blanquistas en Inglaterra véase P. Martínez, «Amis éprouvés et sûrs: les
réfugiés blanquistes en Angleterre», en M. Agulhon, P. Baudner, J.J. Becker, Blanqui
et les Blanquistes, París 1986, pp. 153-172. Una colección de importantes docu-
mentos (nominales, correspondencia, actas de las reuniones, etc.), de la Société des
Réfugiés de la Commune en Londres, se guarda en California, Stanford University,
Nikolaevsky Collection, Hoover Institution. Documentos sobre la Commune ré-
volutionnaire (blanquista) se guardan en Amsterdam, International Institut voor
Sociale Geschiedenis, Fonds Vermersch; Archives de la Préfecture de Police, 1871-
1877, París; Institut français d’Histoire sociale, París.
59. Jules Vallès (1832-1885), tenaz opositor a Napoleón III, periodista y escritor. Su
obra maestra como novelista es la trilogía de Jacques Vingtras: El niño, El bachiller,
El insurrecto. En 1869, candidato socialista contra Jules Simon, declaró: «Siempre he
sido el abogado de los pobres; seré el candidato del trabajo, el diputado de la miseria».
Director y redactor del diario Le Cri du Peuple (el más leído durante la Comuna, junto
con Le Père Duchesne), miembro del Consejo de la Comuna. Amigo de G. Ranvier,
durante la Semana Sangrienta luchó en las barricadas. Logró huir de los versalleses y se
refugió en Londres. Cfr. R. Bellet, Jules Vallès. Journalisme et Révolution, 1857-1888,

65
internacionales. Aquí se cree que ya no está en la cresta de la ola y ya

t. I-II, Du Lérot éditeur, Tusson, Charente 1989. Gabriel Ranvier (1828- 1879),
blanquista, elegido el 26 de marzo de 1871 al Conseil de la Commune con 14.127
votos de los 16.792 votantes. P. O. Lissagaray (Histoire de la Commune, cap. XXXIII),
describió su valentía y determinación durante la Semana Sangrienta: «El único que
combate con soberbia energía, continuamente, en todas las refriegas, que todo lo
organiza y todo lo piensa, es Ranvier». Logró huir de la represión de los versalleses y
se refugió en Londres, donde se incorporó al Consejo General de la Internacional. Al
término del Congreso de La Haya, tras agotadores debates, dimitió junto con el resto
de los blanquistas. Para la controversia entre Marx y el blanquista G. Ranvier reviste
especial importancia el documento (firmado por Ranvier con A. Arnaud, F. Cournet,
P. Margueritte, Constant Martin y E. Vaillant), titulado: “Internationale et Revolu-
tion. À propos du Congrès de la Haye. Par des réfugiés de la Commune, ex membres
du Conseil Général de l’Internationale”, 15 de septiembre de 1872, Imprimerie de
Greag et Cie, 5, Greek-Street, Soho, Londres 1872, pp. 16: «Pedíamos que en los
Estatutos se incluyera una declaración de la conferencia sobre la acción política de la
clase obrera, para obligar a la Internacional a la acción. […] Por último pedíamos que
se incluyera en el orden del día la organización de las fuerzas revolucionarias. El con-
greso estuvo por debajo de todas las expectativas. Los choques de corrientes y de per-
sonalidades, las intrigas, etc. ocuparon más de la mitad de las sesiones […] sin duda,
el día en que el Consejo General se convirtiera en un comité de acción, sin dejar de
ofrecer los mismos servicios en relación con la lucha económica, transmitiría a todos
los buenos elementos de la Asociación este impulso revolucionario, y la Internacional
se colocaría en la vanguardia de la revolución. Para ello sería preciso que, sin sacrificar
una parte del movimiento a otra, el Consejo estuviera dirigido por elementos socia-
listas revolucionarios decididos a llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias en el
terreno económico y político. Se trataba, en una palabra, de situar al Consejo en el
centro de la acción, en Londres. Tal era nuestro plan, y tal debería ser si se quería que
la Internacional fuera una organización verdaderamente revolucionaria; pero no era
tal el parecer de quienes temían una preponderancia excesiva del elemento comunero
francés en un Consejo instalado en Londres. De modo que esa gente llevó el Con-
sejo General a Estados Unidos. Por miedo a volverse comunera, la Internacional ha
preferido el suicidio. Sus amigos, que no conocían el secreto de la comedia, lloran su
muerte […]; ante la obligación de cumplir con su deber, la Internacional ha rehusado,
sustrayéndose a la revolución, y ha huido al otro lado del Atlántico». El Cercle Slave
de Zúrich tradujo al ruso este importante documento (todavía hoy poco discutido,
cuando no relegado al olvido) y lo publicó en 1873; en 1876 se reeditó en Ginebra
(P. N. Tkachëv y G. N. Turski). El periodista holandés S. M. N. Calisch afirma en sus
Memorias: «Durante las sesiones del Congreso [de La Haya], al menos en las públicas,

66
no tiene posibilidad de hacer el autócrata. Su prestigio ha decaído
mucho.
Si los acontecimientos políticos volvieran a ponerse en movimien-
to, él ya no sería el jefe reconocido.

Marx no tomó la palabra; pero al parecer influyó en las deliberaciones. Estaba sentado
detrás de Ranvier y se le vio a menudo discutiendo acaloradamente con él». Landeck es
un prófugo de la Comuna. Charles Longuet (1833-1903), socialista francés, yerno de
Marx, marido de Jenny.

67
Informe de la policía parisina
desde Londres

6 de noviembre de 1877

El domingo Bazin y yo fuimos a ver a Marx. Florent no quiso venir.60


Marx rechazó la propuesta de pronunciar una conferencia [para los
exiliados de la Comuna de París], indicando como sustituto a Young
[H. Jung]61 y añadiendo que también había respondido negativamen-
te a propuestas similares de los alemanes y los ingleses, pese a su insis-
tencia y aunque fueran viejos conocidos.
Marx nos regaló un ejemplar de El capital y luego se puso a hablar
de Estados Unidos; según él, en ese país hay condiciones favorables
a una revolución social, tanto por el carácter de sus habitantes como
porque allí es posible alistar cuerpos de voluntarios armados sin que
el gobierno pueda impedirlo.
Bazin le preguntó si podía darnos informaciones sobre los artícu-

60. Gustave Pierre Bazin (nacido en 1842), orfebre, comunero en 1871; después
emigró a Londres. En 1873 participó en el Congreso Centralista de Ginebra; emi-
grado a Bélgica, fue uno de los fundadores de la Chambre du Travail de Bruselas; en
1877 participó en el Congreso de Gante; de vuelta a Francia, se unió al movimiento
guesdista. Florent, informador de la policía francesa.
61. Hermann Jung (1830-1901), relojero y sindicalista suizo, miembro del Consejo
General, Secretario de la sección suiza de la Internacional.

69
los que Chalain62 había publicado en el periódico ruso Golos.63 Marx
contestó que se ocuparía de eso y que, a través de dos rusos que viven
en París, se haría con un par de copias del día indicado.
Luego Marx dijo que quizá aceptaría pronunciar la conferencia
siempre que su nombre no apareciese en el programa, pero no antes
de que pasara algún tiempo.
Por último se despidió de nosotros invitándonos a volver a verle.

62. Louis-Denis Chalain (1845-1885) se unió a la Internacional en febrero de


1870; fue procesado tres veces. En 1871 fue elegido miembro del Conseil de la
Commune. Logró huir de los versalleses, fue condenado a muerte en rebeldía y se
refugió en Inglaterra, luego en Austria y en Suiza. Se infiltró en varias organizacio-
nes socialistas y muchísimos clubes, al tiempo que mandaba informes detallados a
la policía francesa.
63. Golos (La Voz), periódico socialdemócrata, en agria polémica con el movimien-
to revolucionario ruso Zemlja i volja! (¡Tierra y libertad!). En respuesta a la línea del
periódico y al artículo de Chalain, S. M. Stepnjak-Kravcinski escribió en el primer
número de Zemlja i volja! (que tiene la fecha de 25 de octubre pero en realidad
salió los primeros días de noviembre): «No hay nada más estúpido que la afirma-
ción de que el socialismo solo es posible en una sociedad burguesa desarrollada. El
socialismo nace allí donde hay desigualdad y explotación». En Arciv “Zemli i voli”
i “Narodnoj voli”, Moscú 1932. Véase al respecto la polémica entre P. N. Tkachev,
partidario de Blanqui, y Engels. Cfr. F. Engels, en Volkstaat n.os 117-118 de 1874;
Tkachev respondió con el opúsculo Offener Brief an Herrn Fr. Engels, Zúrich 1874,
Engels con el artículo «Soziales aus Russland» en el Volksstaat de 1875; F. Venturi, Il
populismo russo, vol. II, Turín 1972 [El populismo ruso, tr. Esther Benítez, Madrid,
Alianza, 1981]; P. P. Poggio, Comune contadina e rivoluzione in Russia. L’Oscina,
Milán 1978; F. Battistrada, Marxismo e populismo, Milán 1982; G. Migliardi (ed.),
Il populismo russo, Milán 1985 (en las pp. 308-326 está la traducción íntegra del
Programa de Nabat, de P. N. Tkachev); G. Danvier, Blanqui, Marx e il movimento
operaio internazionale, 1830-1881, Roma 1992, passim.

70
Informe de la policía parisina64
desde Lyon

2 de abril de 1878

Karl Marx, ha residido en Haverstock Hill, Regent’s Park, Londres.


Ha sido secretario corresponsal de la sección alemana [de la Inter-
nacional] en el Consejo General de Londres.
Hombre de edad avanzada. Barba gris, ojos negrísimos y cejas del
mismo color.
De baja estatura, pero corpulento y de constitución robusta. En su
cara destaca una nariz socrática. Expresión inteligente.
Autor de un libro muy difundido en los ambientes socialistas, titu-
lado: El Capital. Crítica de la economía política.

64. En J. Verdes-Leroux, Marx vu par la police française (1871-1883), Cahiers de


l’Institut de Sociologie et Économie Appliquées, París 1966.

71
Informe65
de la policía parisina desde Londres

31 de octubre de 1878

Karl Marx, jefe de la Internacional, enemigo jurado de los eslavos,66 no


perdona a su rival Bakunin67 ni siquiera después de su muerte.

65. En J. Verdes-Leroux, op. cit, París 1966.


66. H. Mayers Hyndman, The Record of an Adventurous Life, Londres 1911, p.
251: «Marx era un enemigo feroz de Rusia, y en eso nos entendíamos. [...] Este
odio comprensible, quizá acrecentado inconscientemente a causa de la raza a la que
por nacimiento pertenecía, tan tremendamente perseguida en Rusia, en él resulta-
ba francamente exagerado; incluso llegaba a aceptar las ideas de David Urquhart
[proturco y antirruso exacerbado, tory de la vieja escuela, ultraconservador] sobre la
cuestión de Oriente, con una falta de verificación directa que me asombraba en un
hombre de intelecto tan crítico». Cfr. John H. Gleason, The Genesis of Russophobia
in Great Britain, Cambridge 1950; R. Rosdolsky, «F. Engels und das Problem der
“Geschichtslosen Völker”», en Archiv für Sozialgeschichte, IV, 1964; M. Lowy, «Le
problème de l’histoire: remarques de théorie et de méthode», en Les marxistes et la
question nationale 1848-1914, París 1974; M. Molnar, Marx, Engels et la politique
intemationale, París 1975; B. Bongiovanni, «Introducción» a K. Marx, Rivelazioni
sulla storia diplomatica secreta del XVIII secolo, Milán 1978.
67. Cfr. K. Marx-F. Engels, Critica dell’anarchismo, Turín 1974; Carta de Marx a
Engels, 26 de julio de 1876. Mijaíl Aleksándrovich Bakunin (1814-1876), Ope-
re complete, vols. I-VII, Catania 1976-1993 (ed. it. de los Archives Bakounine,
I-VIII, Leiden 1961-1977); J. Guillaume, L’Internationale. Documents et Souvenirs,
1864- 1872, vols. I-IV, París 1905-1910 [Éd. G. Lebovici, París 1985]; M. Nettlau,

73
Se sabe con certeza que Marx no mantiene contactos frecuentes
con los franceses. Recibe a muchos visitantes alemanes, y desde la
muerte de Lassalle68 es el jefe indiscutible de los revolucionarios fran-
ceses.
Aunque los diputados socialistas alemanes son los jefes oficiales,
digamos que los generales de división, Marx es el Jefe del Estado Ma-
yor del ejército; es Marx quien hace los planes de guerra y vigila su
ejecución.
Muchos exiliados de la Comuna le consideran un agente de Bis-
marck. A juzgar por su tren de vida, las sumas necesarias para su
mantenimiento no pueden proceder únicamente de la caja de las aso-
ciaciones alemanas y, dígase lo que se diga, también está descartado
que ese tren de vida pueda basarse en los ingresos obtenidos con las
ventas de sus libros.
Se sabe con certeza que Marx no posee ningún patrimonio perso-
nal. Si alguna vez lo tuvo, hace mucho que lo dilapidó. En suma, si
sus recursos no proceden de la caja de los socialistas alemanes, no está
claro cuál es su origen.

Bakunin e l’Internazionale in Italia [1928], Reprint, Roma 1975; H. E. Kaminski,


Bakunin. Vita di un rivoluzionario [1949], Reprint, Catania 1979; A. Lehning, De
Buonarroti à Bakounine, París 1970; E. H. Carr, Bakunin, Milán 1977 [Bakunin,
Barcelona, Grijalbo, 1970].
68. Ferdinand Lassalle (1825-1864), filósofo político alemán, revolucionario, fun-
dador en 1863 de la ADAV, Allgemeiner deutscher Arbeiterverein (Asociación
General de los Obreros Alemanes). Adversario convencido del liberalismo parla-
mentario, defendió la necesidad de crear un partido completamente autónomo
tanto del gobierno como de la burguesía. Cfr. F. Lassalle, Gesammelte Reden und
Schriften (12 volúmenes), Berlín 1912-1920; Íd., Capitale e Lavoro [1864], Roma
1970; Íd., Opere, Milán 1945; H. Oncken, Ferdinand Lassalle, Berlín 1920; S.
Na’aman, Lassalle, Hannover 1970; J. Droz (e.), Storia del socialismo, vol. I, Roma
1973, pp. 566-592 [Historia del socialismo, tr. Elvira Méndez, Barcelona, Destino,
1983]; S. Dayan-Herzbrun, «Le socialisme scientifique de F. Lassalle», en Le mou-
vement social, n.º 95, 1976, pp. 53-70; Íd., Correspondance Marx - Lassalle, 1848-
1864. Présentation, París 1977.

74
Entrevista a Karl Marx69

18 de diciembre de 1878

En un chalecito de Haverstock Hill, en la zona noroccidental de Londres,


vive Karl Marx, el fundador del socialismo moderno.
En 1848 fue expulsado de su patria, Alemania, acusado de difundir
teorías revolucionarias; regresó en 1848, pero un par de meses después
fue expulsado de nuevo. A partir de entonces Londres se ha convertido en
su cuartel general. Desde el principio, sus convicciones le han deparado
no pocos contratiempos y, a juzgar por su casa, es evidente que no le han
enriquecido. En todos estos años Marx ha defendido sus ideas con una
obstinación y una energía basadas en su convicción de estar en lo justo.
Por contrarios que podamos ser a la difusión de estas ideas, la abnegación
de este hombre, que ya ha dejado atrás la juventud, inspira respeto.
He visitado al doctor Marx dos o tres veces y siempre le he encontrado
en su biblioteca, con un libro en una mano y un cigarrillo en la otra.
Debe haber pasado ya los sesenta.70 Físicamente está bien proporcionado:

69. The Chicago Tribune, 5 de enero de 1879. Se desconoce el nombre del entrevista-
dor. Esta entrevista permaneció desconocida hasta 1964; la publicó por primera vez el
investigador estadounidense Luis Lazarus, «Second Supplement to Marx and Engels:
American manuscripts and imprints 1846-1894», en Library Bulletin, n.º 40, mayo
de 1964. Después la publicó (en alemán) Beri Andréas, Archiv für Sozialgeschichle,
1965, vol. V, para ser finalmente incluida en MEW, Bd. 34, pp. 508-516.
70. Marx nació el 5 de mayo de 1818.

75
tiene hombros anchos, porte erguido, una cabeza de auténtico intelectual
y el aspecto exterior del judío culto. Tiene el cabello y la barba largos
de color gris metálico, ojos negros y brillantes sombreados por unas cejas
muy pobladas. Su actitud con los desconocidos es sumamente precavida,
aunque recibe extranjeros con frecuencia. La anciana señora alemana
de aspecto distinguido71 que recibe a los visitantes está acostumbrada a
admitir a los invitados alemanes siempre que lleven consigo una carta
de presentación. Pero en cuanto se entra en la biblioteca y Marx se ha
calzado el monóculo como para medir las capacidades intelectuales de
su interlocutor, entonces deja a un lado su reserva y generosamente hace
gala de sus vastos conocimientos sobre hombres y hechos, que abarcan el
mundo entero; en la conversación no se ciñe a un solo argumento sino que
toca tantos como volúmenes hay en su biblioteca. Por lo general se puede
juzgar a una persona por la clase de libros que lee. Saque el lector sus con-
clusiones si le digo lo que vi en un rápido repaso de los lomos de los libros:
Shakespeare, Dickens, Thackeray, Molière, Racine, Montaigne, Goethe,
Voltaire, Paine, colecciones de documentos diplomáticos ingleses, estadou-
nidenses y franceses; obras políticas y filosóficas en ruso, alemán, español

71. Hélène Demuth (1823-1890), llamada Lenchen, ama de llaves de la familia Marx
(cf. Louise Kautsky-Freyberger, Carta a August Bebel, 2-4 de septiembre de 1898, en
A. Künzli, Karl Marx. Eine Psychographie, Viena 1966, pp. 325-327 –véanse tam-
bién las observaciones de Yvonne Kapp, Eleanor Marx. Vita famigliare, 1855 - 1883,
Turín 1977, vol. I, pp. 279-287). Edward Aveling, marido de Laura Marx, la recuerda
así (en The Labour Prophet, IV, n.º 45, Londres 1895, p. 141): «Como ama de llaves
y fiel consejera, además de ocuparse de las tareas de la vida diaria, también intervenía
en las cuestiones políticas, en las que su sano sentido común, su intachable honradez y
su juicio certero sobre los hombres y las cosas a menudo fueron de utilidad». Wilhelm
Liebknecht, invitado con frecuencia en casa de Marx, escribe: «Lenchen ejercía en la
casa una suerte de dictadura. [...] Marx no tenía ninguna autoridad sobre ella: Len-
chen conocía todos sus estados de ánimo, todas sus debilidades, y le tenía dominado.
Por mucho que Marx montase en cólera, por mucho que vociferase, en esas ocasiones
en que cualquier otro habría preferido mantenerse alejado, Lenchen iba derecha hacia
las fauces del león, y si la fiera gruñía le echaba tal regañina que el león se volvía manso
como un cordero». W. Liebknecht, Karl Marx zum Gedächtnis. Ein Lebensabriss und
Erinnerungen, Núremberg 1896, p. 89.

76
e italiano, etcétera. En el transcurso de nuestras conversaciones Marx me
ha dejado estupefacto con su profundo conocimiento de los asuntos esta-
dounidenses de los últimos veinte años. La sorprendente precisión de sus
críticas a nuestra legislación, tanto federal como de cada estado, me hizo
pensar que obtenía sus informaciones de fuentes confidenciales. Pero su
conocimiento no se limita a Estados Unidos, sino que abarca toda Eu-
ropa. Cuando habla de su tema preferido, el socialismo, Marx, lejos de
perderse en las peroratas melodramáticas que suelen atribuírsele, discute
sus planes utópicos de emancipación de la humanidad con tal seriedad
e intensidad que denotan una convicción profunda de que sus teorías se
harán realidad, si no en este siglo, al menos en el próximo. El doctor Karl
Marx es conocido en Estados Unidos como autor de El capital y fundador
de la Internacional o, al menos, como su principal representante. Esta en-
trevista recogerá todo lo que tiene que decir sobre esta asociación en su for-
ma actual. A continuación se incluyen algunos extractos de sus Estatutos,
publicados en 1871 por el Consejo General, que le permitirán al lector
hacerse una idea imparcial de los fines de la Internacional. […] Durante
mi visita le recordé al doctor Marx que J. C. Bancroft Davis,72 en su in-
forme oficial de 1877, expuso un programa que me pareció la síntesis más
clara realizada hasta hoy de los fines del socialismo. Marx contestó que ese
programa estaba sacado de la ponencia presentada en el congreso socialista
de Gotha en mayo de 1875, pero que la traducción no era buena, y se
ofreció a corregirla. La transcribo aquí tal como me la dictó.
1. Sufragio universal, con voto igual, directo, obligatorio y secreto
de todos los ciudadanos, a partir del vigésimo año de edad, para toda
clase de votaciones y consultas del Estado y los Municipios. Llamada
a las urnas los domingos o días festivos.
2. Legislación directa. La guerra y la paz tiene que decidirlas el
propio pueblo.
3. Servicio militar de leva general y obligatorio, para todos los ciu-

72. J. C. Bancroft Davis (1800-1891), embajador estadounidense en Berlín.

77
dadanos. Ejército popular en lugar del ejército permanente.
4. Abolición de todas las leyes excepcionales, en particular de las
que afectan a la prensa, a las reuniones y a las asociaciones, y en gene-
ral de todas las leyes que limitan la libre manifestación del pensamien-
to o la libertad de investigación científica.
5. Administración directa de la justicia por parte del pueblo. Asis-
tencia gratuita en juicio.
6. Educación popular igual para todos a cargo del Estado. Obli-
gación escolar general. Instrucción gratuita en todos los centros esco-
lares.
7. Máxima extensión de los derechos y las libertades políticas, en
el sentido de los puntos anteriores.
8. Impuesto sobre la renta progresivo y único para financiar al
Estado y los Municipios, en sustitución de todos los impuestos indi-
rectos hoy vigentes, que gravan sobre todo al pueblo.
9. Derecho ilimitado de asociación.
10. Jornada de trabajo normal, que responda a las necesidades so-
ciales. Prohibición del trabajo dominical.
11. Prohibición del trabajo de los niños y de todos los trabajos de
las mujeres que sean perjudiciales para la salud y ofendan la moral.
12. Leyes que tutelen la salud de los trabajadores. Controles sani-
tarios en las viviendas obreras, vigilancia de los sistemas de trabajo en
las minas, las fábricas, los talleres y las fábricas a domicilio, realizados
por funcionarios elegidos por los trabajadores. Mejoramiento de la ley
sobre responsabilidad civil para que sea concretamente eficaz.
13. Regulación del trabajo carcelario.
El informe de Bancroft Davis también incluye otro artículo, el más
importante de todos: «La creación de cooperativas socialistas de pro-
ducción, subvencionadas por el Estado y sometidas al control demo-
crático de los trabajadores». Le pregunté a Marx el motivo por el que
había omitido ese artículo. Esta fue nuestra conversación.
MARX – En la época del Congreso de Gotha, en 1875, había una

78
escisión en la socialdemocracia. Una corriente estaba formada por los
seguidores de Lassalle y otra, que se llamaba Partido de Eisenach,
por los que habían reconocido en lo fundamental el programa de la
Internacional. El artículo que usted cita no se incorporó al programa
propiamente dicho, solo se añadió a la introducción general como
una concesión a los lassallianos. Después no se volvió a hablar del
asunto. El Sr. Davis ni siquiera menciona el hecho de que ese artículo
se introdujo en el programa como un compromiso sin especial impor-
tancia y, al tomarlo en serio, lo convierte en uno de los fundamentos
del programa.
PREGUNTA – Pero ¿los socialistas no consideran, en general, que el
gran objetivo del movimiento es el paso de los medios de trabajo a propie-
dad social común?
MARX – Sin duda. Nosotros decimos que ese será el resultado
final del movimiento. Pero para lograrlo hará falta tiempo, será cues-
tión de educación y creación de formas sociales más elevadas.
PREGUNTA – ¿Este programa solo vale para Alemania, para uno,
dos países más, o no?
MARX – Si usted quisiera sacar sus conclusiones de este progra-
ma, no habría entendido la actividad del movimiento. Muchos de
los puntos del programa carecen de significado fuera de Alemania.
España, Rusia, Inglaterra y Estados Unidos tienen su propios progra-
mas, cada uno adaptado a las dificultades específicas del país. El único
punto en común es la meta final.
PREGUNTA – Es decir, la conquista del poder por los trabajadores.
MARX – Es decir, la liberación del trabajo.
PREGUNTA – ¿Los socialistas europeos se toman en serio el movimiento
estadounidense?
MARX – Sí, es el resultado natural del desarrollo de este país. Se
ha dicho que el movimiento obrero fue importado por extranjeros.
Hace cincuenta años, cuando el movimiento obrero inglés aún era
incipiente, se dijo lo mismo de él. ¡Y eso fue mucho antes de que

79
se hablase de socialismo! En Estados Unidos el movimiento obrero
empieza a cobrar importancia a partir de 1857; es entonces cuando
arranca el crecimiento impetuoso de los sindicatos locales, seguidos
de los nacionales de los distintos oficios y, por último, se crea la Unión
Nacional de Trabajadores. Este progreso en el tiempo demuestra que
en Estados Unidos el socialismo surgió sin ayuda extranjera, a causa
de la concentración capitalista y de la evolución de las relaciones entre
empresarios y trabajadores.
PREGUNTA – ¿Qué ha logrado hasta ahora el socialismo?
MARX – Dos cosas: los socialistas han demostrado que la lucha
general entre el capital y el trabajo se da en todas partes; han demos-
trado, en suma, su carácter cosmopolita. Por lo tanto han tratado
de poner de acuerdo a los trabajadores de los distintos países. Algo
muy necesario, porque los mismos capitalistas cada vez se volvían más
cosmopolitas, no solo en Estados Unidos sino también en Inglaterra,
Francia o Alemania, contrataban obreros extranjeros para utilizarlos
contra los obreros locales. No tardaron en crearse lazos internacio-
nales entre los trabajadores de distintos países. Hoy está claro que el
socialismo no es solo un problema local, sino internacional, que debe
resolverse mediante una acción internacional de los trabajadores. Las
clases obreras se han movido espontáneamente sin saber adónde las
llevaría el movimiento. Los socialistas no inventan ningún movimien-
to, explican a los trabajadores su carácter y sus fines.
PREGUNTA – ¿El derrocamiento del orden social dominante?
MARX – En este sistema el capital y la tierra son propiedad de los
empresarios, mientras que los obreros solo poseen su fuerza de trabajo
y se ven obligados a venderla como una mercancía. Nosotros afirma-
mos que este sistema es tan solo una etapa histórica y está destinado
a desaparecer para dar lugar a ordenamientos sociales más elevados.
Comprobamos que en todas partes la sociedad está dividida en dos
clases enfrentadas, cuyo antagonismo aumenta con el desarrollo de los
recursos industriales de los países civilizados. A juicio de los socialistas

80
ya existen las condiciones necesarias para una transformación revolu-
cionaria de la etapa histórica actual. En muchos países los sindicatos
han dado origen a organizaciones políticas. En Estados Unidos ya es
evidente la necesidad de un partido obrero autónomo. Los trabaja-
dores ya no pueden fiarse de los políticos. Los especuladores y toda
clase de camarillas se han apoderado de las instituciones legislativas,
la política se ha convertido en un negocio. No es que Estados Unidos
sea un caso aislado, pero allí el pueblo es más audaz que en Europa.
En Estados Unidos todo madura más deprisa, la gente no se anda con
rodeos y llama a las cosas por su nombre.
PREGUNTA – ¿Cómo explica el rápido crecimiento del partido
socialista en Alemania?
MARX – El partido socialista actual ha nacido tarde. Los socia-
listas alemanes no tuvieron que romper con los sistemas utopistas,
que habían cobrado cierta importancia en Francia e Inglaterra. Más
que otros pueblos, los alemanes son propensos a la creación teórica,
y han sacado conclusiones prácticas de experiencias anteriores. No
debe olvidar que para Alemania, a diferencia de otros países, el capi-
talismo moderno es algo completamente nuevo. Pone a la orden del
día problemas ya casi olvidados en Francia e Inglaterra. Las nuevas
fuerzas políticas, a las que los pueblos de esos países se han resignado,
en Alemania se han encontrado ante una clase obrera ya convencida
de las teorías socialistas. Por eso los trabajadores han podido fundar
un partido político independiente casi a la vez que surgía el sistema
industrial moderno, y enviar al parlamento a sus propios representan-
tes. No existía un partido de oposición a la política del gobierno, esa
función le ha correspondido al partido obrero. Contar ahora la histo-
ria del partido nos llevaría demasiado lejos. Pero puedo decir esto: si
la burguesía alemana, a diferencia de la estadounidense y la inglesa,
no fuera una clase tan pusilánime, ya hace tiempo habría tenido que
encabezar la política de oposición al gobierno.
PREGUNTA – ¿Cuántos lassallianos hay en la Internacional?

81
MARX – Los lassallianos no existen como partido. Naturalmente,
hay unos cuantos fieles a Lassalle entre nosotros, pero son poquísimos.
Lassalle ya había aplicado nuestros principios generales hace mucho
tiempo. Cuando creó su movimiento, después de la reacción poste-
rior a 1848, estaba convencido de que la mejor manera de reactivar el
movimiento obrero era promover la creación de comunidades obreras
de productores, que deberían espolear a los obreros para que pasaran
a la acción. Para él solo eran un medio para alcanzar la meta real del
movimiento. Algunas cartas suyas, que conservo, así lo demuestran.
PREGUNTA – Es decir, eran una especie de receta.
MARX – Usted lo ha dicho. Lassalle fue a ver a Bismarck y le ex-
puso lo que pretendía. Entonces Bismarck hizo todo lo posible por
animarle.
PREGUNTA – ¿Qué pretendía Bismarck?
MARX – Quería utilizar a la clase obrera contra la burguesía que
había hecho la revolución de 1848.
PREGUNTA – Se dice que usted encabeza y guía el movimiento
socialista y que desde su casa tira de los hilos que llevan a los movimientos
organizados, a las revoluciones, etc. ¿Es eso cierto?
MARX – Lo sé. Es un disparate, pero tiene su lado cómico. Dos
meses antes del atentado de Hödel73 Bismarck me acusó en la Nord-
deutsche [Allgemeine] Zeitung de estar conchabado con Beckx, el gene-
ral de los jesuitas, y de que por nuestra culpa no había podido llegar a
un acuerdo con el movimiento socialista.
PREGUNTA – Pero es su Asociación Internacional la que dirige el
movimiento desde Londres, ¿me equivoco?
MARX – La internacional tuvo su utilidad, pero su tiempo ha
pasado. Hoy ya no existe. Existió y dirigió el movimiento, pero el
reciente desarrollo del movimiento socialista la ha vuelto superflua.
En cada país se han fundado periódicos y actualmente su intercam-

73. Max Hödel (1857-1878), fontanero alemán; en mayo de 1878 atentó contra
Guillermo I sin acertarle.

82
bio es el único nexo de unión entre los partidos de los distintos
países. La Internacional se fundó, en primer lugar, para unir a los
obreros y demostrar la utilidad de una organización que congregase
a las diferentes nacionalidades. Pero los intereses de los obreros de
cada país son distintos. El espectro de los jefes de la Internacional
que mandan desde Londres es pura invención, aunque sí es cierto
que cuando la Internacional estaba sólidamente asentada giramos
instrucciones vinculantes para las organizaciones obreras extranje-
ras. Por ejemplo, nos vimos obligados a cerrar algunas secciones de
Nueva York (en una de ellas se había puesto especialmente en evi-
dencia la señora Woodhull).74 Fue en 1871. Había muchos políticos
estadounidenses dispuestos a convertir el movimiento en un nego-
cio personal. No daré nombres, a los socialistas estadounidenses les
conocemos muy bien.
PREGUNTA – A sus seguidores y a usted, doctor Marx, se les atri-
buyen diatribas incendiarias contra la religión. Naturalmente usted vería
con agrado la extirpación de raíz de todo ese sistema, ¿no es cierto?
MARX – Sabemos que las medidas violentas contra la religión son
insensatas. Creemos que la religión desaparecerá en la medida en que
se fortalezca el socialismo. El desarrollo social favorece necesariamen-

74. Victoria Woodhull (1838-1927), feminista y reformadora estadounidense, pe-


riodista, traductora del Manifiesto; dirigió la sección más importante de la Inter-
nacional en Nueva York (Sección XII), que fue expulsada de la Internacional en
el Congreso de La Haya a propuesta de F. A. Sorge en 1872. Sobre el socialismo
estadounidense véanse: J. Commons and Assoc., History of Labour in the United
States, I-III, Nueva York 1918-1935; P. Foner, History of the Labour Mouvement in
the United States, I-IV, Nueva York 1947-1965; H. Quint, The Forging of American
Socialism. Origins of Movement, Columbia 1953; A. Fried, Socialism in America.
From Shakers to the Third International, Nueva York 1970; C. Camporesi, Il marxis-
mo teorico negli USA, Milán 1973; L. B. Boudin, Il sistema teorico di Marx, (Nueva
York 1907), Roma 1973; D. De Leon, Per la liberazione de la classe operaia ameri-
cana. Scritti e discorsi (1896-1913), Roma 1977; W. J. Ghent, Il nostro benevolo feu-
dalesimo (Nueva York 1902), Rímini 1977; M. Sylvers, Sinistra politica e movimento
operaio negli Stati Uniti, Nápoles 1984.

83
te su desaparición, y en este proceso la educación desempeña un papel
importante.
PREGUNTA – Hace poco, en Boston, el reverendo Joseph Cook, en
una conferencia, le atribuyó este juicio: una reforma del trabajo en Esta-
dos Unidos, en Gran Bretaña y quizá también en Francia, podría llevarse
a cabo sin necesidad de una revolución sangrienta, pero en Alemania y en
Rusia, así como en la India y en Austria, será necesario el derramamiento
de sangre.
MARX – He oído hablar del señor Cook. Está muy mal infor-
mado sobre el socialismo. No hace falta ser socialista para prever que
en Rusia, en Alemania, en Austria y quizá también en Italia, si los
italianos siguen por el camino que se han trazado, se llegará a una
revolución sangrienta. Los acontecimientos de la revolución francesa
podrían repetirse en esos países, es algo evidente para cualquiera que
conozca la situación política. Pero estas revoluciones las hará la mayo-
ría. Las revoluciones no las hace un partido sino toda la nación.
PREGUNTA – El reverendo Cook citó un pasaje de una carta que
usted habría enviado en 1871 a los comuneros parisinos, en la que se dice:
«Ahora somos como máximo tres millones. Dentro de veinte años seremos
cincuenta o quizá cien millones. Entonces el mundo entero será nuestro,
entonces no se levantarán solo París, Lyon y Marsella contra el odiado
capital, sino también Berlín, Múnich, Dresde, Londres, Liverpool, Mán-
chester, Bruselas, San Petersburgo, Nueva York, en una palabra, todo el
mundo. Y frente a sublevaciones de este calibre, hasta entonces nunca
vistas en el transcurso de la historia, el pasado desaparecerá como una
terrible pesadilla: la ira popular, que se desatará simultáneamente en cien
puntos distintos, borrará hasta el recuerdo del pasado». ¿Admite, doctor
Marx, haber escrito estas palabras?
MARX – Ni una sola. Yo nunca escribo semejantes simplezas me-
lodramáticas. Siempre sopeso mucho lo que escribo. Las palabras que
usted ha leído se publicaron en el Figaro con mi firma. Cartas como
esa se han propalado a cientos. Escribí al Times de Londres para de-

84
nunciar esa falsedad. Si tuviese que replicar a todas las declaraciones
y escritos que se me atribuyen debería tener a mi disposición veinte
secretarios.
PREGUNTA – Pero usted ha defendido la Comuna de París.
MARX – Ciertamente. La defendí de las innumerables calumnias
que vertían los artículos de fondo. Sin embargo, bastaba con leer lo
que mandaban los corresponsales en París de la prensa inglesa para
desmentir las informaciones contenidas en los artículos de fondo
sobre saqueos y cosas parecidas. La Comuna ejecutó a unas sesenta
personas. El mariscal Mac Mahon con su ejército de carniceros mató
a más de sesenta mil. Ningún movimiento ha sido tan calumniado
como la Comuna.
PREGUNTA – ¿Los socialistas consideran que el derramamiento
de sangre y el asesinato son medios necesarios para la realización de sus
principios?
MARX – Ningún gran movimiento nació sin derramamiento de
sangre, ni uno solo. Los Estados Unidos de América alcanzaron su
independencia con derramamiento de sangre; Napoleón conquistó
Europa con acciones sangrientas, y fue vencido del mismo modo.
Italia, Inglaterra, Alemania y cualquier otro país brindan ejemplos
parecidos. Por otro lado el asesinato, como todos saben, tampoco es
una novedad. Orsini75 trató de matar a Napoleón, pero los reyes han
matado más hombres que ningún otro. Los jesuitas mataron, los pu-
ritanos mandados por Cromwell mataron, y todo eso ocurrió mucho
antes de que se oyese hablar de socialistas. Hoy se atribuye a los so-

75. La noche del 14 de enero de 1858, cuando la carroza imperial transitaba por
la rue Le Peletier en dirección a la ópera, Felice Orsini lanzó tres bombas contra
Napoleón, sin acertarle. Subió al patíbulo el 13 de marzo del mismo año. «He co-
nocido al señor Orsini, una persona muy simpática, hermano de ese Orsini que está
criando malvas. Aunque es amigo de Mazzini, no comparte en absoluto sus ideas
anticuadas, antisocialistas y teocráticas», carta de Marx a A. Philips, 18/03/1866.

85
cialistas la responsabilidad de todos los atentados contra reyes o esta-
distas. La muerte del emperador alemán sería, ahora, deplorada por
los socialistas alemanes, ya que es muy útil en su puesto, y Bismarck
ha hecho más por muestro movimiento que ningún otro hombre de
estado, pues ha llevado las cosas al límite.
PREGUNTA – ¿Qué piensa de Bismarck?
MARX – Antes de su caída, a Napoleón se le tenía por un genio.
Después le han llamado imbécil. A Bismarck le ocurrirá exactamente
lo mismo. Con el pretexto de unificar Alemania ha creado un poder
despótico. Sus propósitos están claros para todo el mundo; su última
acción76 no es más que un golpe de estado encubierto, pero le sal-
drá mal. Los socialistas franceses protestaron después de la guerra de
1870, una guerra puramente dinástica; en sus manifiestos advirtieron
al pueblo alemán que si aceptaba la transformación de la supuesta
guerra defensiva en guerra de conquista sería castigado con la instau-
ración de un despotismo militar y una despiadada represión de las
masas obreras. Entonces el partido socialdemócrata alemán celebró
reuniones y difundió manifiestos para pedir una paz honorable con
Francia. Inmediatamente se desencadenó contra él la persecución del
gobierno prusiano y muchos de sus dirigentes fueron a la cárcel. Pese
a todo, sus diputados, y solo ellos, osaron protestar enérgicamente
en el parlamento alemán contra la anexión violenta de las provincias
francesas. Bismarck, impertérrito, siguió aplicando con fuerza su polí-
tica, y la gente habló de Bismarck como de un genio. Pero, acabada la

76. Marx se refiere a las «Leyes antisocialistas». Tras el atentado de Hödel, en mayo
de 1878, Bismarck presentó el proyecto de ley que prohibía todas las asociaciones y
publicaciones socialistas, pero el Reichstag lo rechazó. Tras el atentado de Nobiling,
Bismarck aprovechó la indignación pública para imponer la disolución del Reichs-
tag y convocar elecciones que, en julio de 1878, dieron la mayoría a los conserva-
dores. Los partidos liberales perdieron cuarenta escaños y los socialdemócratas se
quedaron en nueve. Bismarck aprovechó la ocasión para hacer aprobar por el Rei-
chstag una «Ley excepcional» contra los socialdemócratas que, votada el 19 de octu-
bre de 1878 (221 votos a favor y 149 en contra), permaneció en vigor hasta 1890.

86
guerra, Bismarck, a falta de nuevas conquistas, ha tenido que inventar
ideas más originales y en eso ha fracasado miserablemente. El pueblo
ha perdido la confianza que tenía en él y su popularidad está en horas
bajas. Necesita dinero, el Estado necesita dinero. Con su constitución
de fachada abrumó al pueblo con impuestos para llevar adelante sus
planes militares y de unificación. Tiró de la cuerda todo lo que pudo,
y ahora, sin ninguna justificación constitucional, trata de hacer lo
mismo. Para seguir sangrando a su pueblo ha evocado el fantasma
del socialismo y hace todo lo posible por provocar un levantamiento
popular.
PREGUNTA – ¿Recibe usted informes desde Berlín?
MARX – Sí, estoy bien informado por mis amigos. En Berlín reina
la calma y Bismarck está chasqueado. Ha expulsado a 48 dirigentes,
entre los que están los diputados Hasselmann y Fritzsche, y también
a Rackow, Baumann y Auer de la Freie Presse. Estos hombres habían
exhortado a la calma a los obreros de Berlín y Bismarck lo sabía. Tam-
bién sabía que en Berlín hay 75.000 obreros próximos a morir de
hambre. Confiaba en que una vez alejados los jefes habrían estallado
revueltas, el pretexto que esperaba para perpetrar un baño de sangre.
Así habría podido poner grilletes a todo el imperio, dar rienda suelta
a su política predilecta de hierro y sangre y, al mismo tiempo, ya no
habría límites a la recaudación de impuestos. Hasta ahora no ha es-
tallado ningún desorden y Bismarck ha quedado en ridículo frente a
todos los hombres de estado.

87
Informe77 de la policía parisina
desde Londres

10 de enero de 1879

Karl Marx es bastante escéptico sobre la amnistía [a los comuneros de


París] y cree que solo una parte, una pequeña parte de los interesados,
podrá beneficiarse de ella.
No obstante, espera que con el alejamiento de los exiliados menos
preparados desde el punto de vista teórico y menos decididos a alcan-
zar los verdaderos objetivos revolucionarios pueda aumentar la cohe-
sión entre los que queden. Marx dice que cuando la masa se haya ido,
quizá los refugiados de la Comuna se entenderán mejor y al final se
unirán en torno al único objetivo posible: la victoria de la revolución.
Según Marx, la partida de todos los que participaron en el movi-
miento comunista de 1871 solo por haberse visto envueltos en él o
por oportunismo, más que por principios, sin duda surtirá un efecto
positivo en el estudio y la propaganda.

77. En J. Verdes-Leroux, op. cit., París 1966.

89
Nota informativa78 de sir Elphinstone Grant-
Duff para la princesa Victoria

1 de febrero de 1879

La última vez que tuve el honor de ver a Vuestra Alteza Imperial, ma-
nifestó cierta curiosidad acerca de Karl Marx y me preguntó si le cono-
cía. Por eso decidí aprovechar la primera ocasión que se me presentara
para conocerle. Hasta ayer no fue posible: fui a almorzar con él y pasé
tres horas en su compañía.
Es un hombre bajo, casi pequeño, con una cabellera gris, como
también la barba, que contrasta con el bigote aún negro. El rostro
es casi redondo, la frente bien modelada y amplia, los ojos quizá de-
masiado juntos, pero en conjunto la expresión es bastante agradable,
muy distinta de la del tipo que va por ahí devorando recién nacidos
en su cuna –que es lo que la policía piensa de él.
Su conversación fue la de una persona bien informada, es más,
culta –muy interesado por la gramática comparativa, que le había
animado a estudiar el eslavo antiguo, y por otros temas insólitos– y
sazonada con una vena de ingenio, como cuando, al hablar de la Vida

78. A. Rothstein, «A Meeting with Karl Marx», en The Times Literary Supplement,
15 de julio de 1949, p. 464. A comienzos de 1879 la primogénita de la reina Victo-
ria, casada con el príncipe heredero de Alemania, le pidió informaciones sobre Marx
a sir Elphinstone Montstuart Grant-Duff (un parlamentario liberal, ex subsecreta-
rio para la India). El 30 de enero de 1879 se organizó una comida con Marx en el
Devonshire Club de St Jame’s Street.

91
del Príncipe Bismarck de Hezekiel, llamaba a esta obra «el Antiguo
Testamento», en contraposición con el libro del doctor Busch.79
En conjunto, muy positif, bastante cínico, carente por completo de
entusiasmo, interesante y a menudo intérprete de ideas correctas en la
conversación sobre el pasado y el presente, pero vago e insatisfactorio
con respecto al futuro.
Prevé, no sin motivo, un violento y no lejano cataclismo en Rusia,
que empezará con una serie de reformas impuestas desde arriba que,
al no ser capaz de soportarlas el viejo y desvencijado esqueleto del
Estado, provocarán su completo desmoronamiento.
De lo que sucederá a continuación no tiene –y esto es muy eviden-
te– una idea clara, aparte de la convicción de que por mucho tiempo
Rusia no podrá ejercer ninguna influencia en Europa.
Cree que después el movimiento se extenderá a Alemania, donde
cobrará la forma de una sublevación contra el actual sistema militar.
Le pregunté:
–¿Cómo puede creer que el ejército se alzará contra sus jefes?
–Olvida usted –me contestó– que en este momento, en Alemania,
ejército y nación son casi la misma cosa. Los socialistas que le acabo
de mencionar son, como todos los demás, soldados bien adiestrados.
No debe tener en cuenta solo al ejército permanente sino también a la
milicia territorial. Pero en el ejército permanente también hay mucho
descontento. No ha habido nunca un ejército en el que la severidad
de la disciplina haya causado tantos suicidios. De la decisión de dis-
pararse a sí mismo a disparar contra los oficiales no hay un gran paso.
Cuando alguien se decida a hacerlo, muchos le imitarán.
–Admitamos –le objeté– que los gobernantes europeos se pongan
de acuerdo para limitar los armamentos, lo cual podría aligerar sobre-
manera las cargas que gravan sobre el pueblo; ¿qué pasará entonces
con la revolución que, según usted, estallará inevitablemente?

79. G. Hezekiel, Leben des Fürsten Bismarck, Berlín 1868; W. Busch, Bismarck und
seine Leute während des Krieges mit Frankreich, Leipzig 1878.

92
–Ah, son incapaces de hacer tal cosa –dijo él–. Los temores y las
sospechas de todo tipo harán imposible el acuerdo. Es más, con los
avances de la ciencia la carga será cada vez mayor, porque con ella
se perfeccionan también los medios de destrucción. Todos los años
habrá que apartar sumas crecientes para los onerosos instrumentos de
guerra. Es un círculo vicioso sin vía de escape.
–Pero hasta ahora –le dije– no ha habido insurrecciones populares,
salvo en condiciones de extrema miseria.
–No se imagina –me contestó– cuán profunda es la crisis por la
que ha atravesado Alemania en los últimos cinco años.
–Está bien –proseguí–, admitamos que su revolución ha estallado
y usted ha formado su gobierno republicano: el camino todavía es
largo, larguísimo, antes de hacer realidad sus ideas y las de sus amigos.
–Es obvio –me contestó–, pero todos los grandes movimientos
avanzan lentamente. Sería solo un paso hacia la mejora de la situa-
ción, como vuestra revolución de 1688…80 solo un paso en nuestro
camino.
Lo que he escrito podrá dar a Vuestra Alteza una imagen aproxi-
mada de las ideas sobre el próximo futuro de Europa que agitan la
mente de Marx. Son demasiado abstractas para resultar peligrosas,
pese a que la situación, con esos gastos alocados en armamento, sin
duda lo es. Si en los próximos diez años los gobernantes de Europa no
encuentran la manera de resolver este problema, aun sin necesidad de
agitar el espantajo de la revolución, yo por mi parte desesperaré del

80. Marx no cita la revolución de los diggers y los levellers (1642-1648), sino la farsa
de la fuga di Jacobo II y la llamada al trono, por parte de los whigs y los tories, de
Guillermo III de Orange, Estatúder de Holanda. Cfr. H. Noel Brailsford, I live-
llatori e la rivoluzione inglese, voll. I-II, Milán 1962 (a cura di Christopher Hill);
G. Winstanley, La terra a chi la lavora! L’ideologia del collettivismo agrario prodotta
dalle lotte sociali nell’Inghilterra di Cromwell, A. Recupero (ed.), Rímini- Florencia
1974; M. Sweezy, M. Dobb, R. Hilton, C. Hill, H. K. Takahashi, G. Lefebvre, G.
Procacci, La transizione dal feudalesimo al capitalismo, G. Bolaffi (ed.), Roma 1975;
C. Hill (ed.), Saggi sulla rivoluzione inglese del 1640, Milán 1976.

93
futuro de la humanidad, sobre todo en nuestro continente.
En el transcurso de la conversación Marx habló varias veces de
Vuestra Alteza Imperial y del Príncipe Heredero, siempre con gran
respeto y decoro. Pero incluso cuando han salido a relucir personajes
de los que no hablaba con respeto, en sus palabras no había rastro de
ira o violencia. Su crítica era muy profunda y mordaz, pero sin tonos
a lo Marat.
Con respecto a las cosas horribles que se atribuyen a la Internacio-
nal, Marx se expresó como un hombre cabal.
Me recordó un episodio que me hizo comprender a qué peligros
se exponen los emigrantes con fama de revolucionarios. Se había en-
terado de que el nefasto Nobiling,81 durante su estancia en Inglaterra,
tenía intención de visitarle.
–Si lo hubiera intentado –dijo Marx– por supuesto que le habría
recibido, pues él me habría enviado su tarjeta de visita de empleado de

81. Karl Eduard Nobiling (1848-1878), el socialista alemán que el 2 de junio de


1878 hirió gravemente a Guillermo I. El historiador, jurista y político ruso Mak-
sim Maksímovich Kovalevski (1851-1916), «Moió naúchnoie i literatúrnoie ski-
tálchestvo», en Rússkaia mysl, I, San Petersburgo 1895, Rússkie Sovreménniki, p.
61, escribe: «Me hallaba casualmente en la biblioteca de Marx cuando él recibió
la noticia del fallido atentado de Nobiling contra el viejo emperador Guillermo
I. Marx se puso a lanzar improperios contra el terrorista que había errado el tiro y
justo después declaró que, después de ese intento criminal de abreviar el curso de
los acontecimientos, solo podía esperarse una cosa: más persecuciones contra los so-
cialistas». El aristócrata Kovalevski (profesor del colegio ruso de París) era amigo de
Marx y compartía con él el interés por la historia de la comunidad aldeana de Rusia
y Europa. De Kovalevski véanse: Tableau des origines et de l’évolution de la famille
et de la propriété, Estocolmo 1890; Modern Customs and Ancient Laws of Russia,
Londres 1891; «Le système du clan dans le pays de Galles», en Revue Internationale
de Sociologie, París 1897; su obra capital es Proisjozhdenie sovreménnoi demokratii
[El origen de la democracia moderna], en 4 vols., 1895-1897 (cfr. M. Guidetti - P.
H. Stahl, Il sangue e la terra, Milán 1977, pp. 149-210; 489-502); se relacionó con
Marx dese 1875 hasta 1879, cuando tuvo que volver a Rusia; cfr. Carta de Marx a
Engels, 10 de septiembre de 1879; en 1906 fue elegido diputado; en 1907 ingresó
en el Consejo de Estado.

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la oficina estadística de Dresde y, como yo también me ocupo de esta-
dística, habría sido interesante mantener una conversación con él –y
añadió–: ¡En menudo lío me habría metido si hubiera venido a verme!
En conclusión, mi impresión, teniendo en cuenta que Marx tiene
ideas totalmente contrarias a las mías, no ha sido nada desfavorable.
Es más, me agradaría volver a verle. Al fin y al cabo, no será él, lo
quiera o no, quien ponga el mundo patas arriba…
Querida señora, tengo el honor de declararme devotísimo y fidelí-
simo siervo de Vuestra Alteza Imperial.

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Informe82
de la policía parisina

30 de noviembre de 1880

Louise Michel83 le ha preguntado a Marx el motivo por el que no

82. Archives de la Préfecture de Police, Paris, BA 89. Rapports quotidiens du Préfet au


Ministre de l’Intérieur.
83. Louise Michel (1830-1905), blanquista, una de las principales militantes
de la Comuna. Durante la Semana Sangrienta solo dejó de luchar tres horas:
«Algo me ataba a la lucha callejera; algo me atraía con tanta fuerza que no traté
de resistir». Luchó en Neuilly, Clamart, Issy y luego en París, en la barricada
Clignancourt. Logró huir de los versalleses pero se entregó al saber que habían
detenido a su madre en su lugar. Ante el VI Consejo de Guerra rechazó la defensa:
«Pertenezco por completo a la revolución social. Declaro que acepto la responsabi-
lidad de todos mis actos… Como al parecer todo corazón que lucha por la libertad
solo tiene derecho a un poco de plomo, yo reclamo mi parte… ¡Si no sois unos
cobardes, matadme!». El 16 de diciembre de 1871 fue condenada a deportación y
recluida en un fuerte; el 24 de agosto de 1873 fue deportada a Nueva Caledonia.
Tras su liberación, el 7 de noviembre de 1880 llegó a Londres (en Souvenirs et aven-
tures de ma vie recuerda «la bonne réception que me fut faite par les proscrits de
Londres». Dos días después volvió a París, donde fue recibida por una muchedum-
bre entusiasta. Después de 1880, encarcelada de nuevo tres veces, se convirtió en la
bandera de la lucha libertaria y de la sinceridad. Murió en Marsella durante una gira
de conferencias. Son importantes sus Mémoires, 1886; La Commune, 1898 [La Co-
muna de París, trad. Dolors Marin e Isabel González-Vallarino, Madrid, Asociación
LaMalatesta, 2014]; Souvenirs et aventures de ma vie, 1905 (París 1983; Lyon 2002);
el libro de poemas À travers la vie et la mort (París 1982), y Le Livre du bagne, Textes
établis et présentés par Véronique Fau-Vincenti, Lyon 2001. Sobre las cuestiones rela-

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apoya activamente la causa de la revolución, y si se puede contar con él
para organizar un ejército revolucionario.
En su respuesta él le revela cuál fue su papel en 1871. Entonces
había seguido con gran preocupación la explosión demasiado repen-
tina del movimiento: habría deseado una mayor preparación. Pero
una vez puesto en marcha, lo había seguido con interés y también lo
había defendido ante sus amigos. No había acudido a París porque al
ser sobre todo un hombre de pluma, de él habría salido un pésimo
soldado. Pero no se siguieron sus consejos, pese a que la Comuna re-
cibió su mensaje, que fue remitido por Jung.84 Si hubieran escuchado
su consejo, hoy estarían disponibles los millones que había propuesto
apartar; con ellos se habría podido comprar un arsenal completo y se
estaría en condiciones de atacar en el momento más favorable.
Su respuesta termina con los votos más calurosos por el éxito de la
revolución y un fraternal saludo a Louise Michel.

cionadas con la petición de L. Michel, véase la nota 59.


84. Cfr. Primer manifiesto del Consejo General sobre la guerra franco-prusiana,
23 de julio de 1870; Segundo manifiesto del Consejo General sobre la guerra fran-
co-prusiana, 9 de septiembre de 1870; Manifiesto del Consejo General de la Aso-
ciación Internacional de los Trabajadores, 30 de mayo de 1871; G. M. Bravo (ed.),
La Prima Internazionale. Storia documentaria, vol. I, Roma 1978, pp. 433-442;
467-487; K. Marx, 1871, La Comune di Parigi. La guerra civile in Francia, Savona
1971, pp. 94-111; Íd., La guerra civile in Francia, Roma 1980; F. Engels, Note sulla
guerra franco-prusiana di 1870-1871, Milán 1996, passim. Hermann Jung (1833-
1901), relojero suizo, miembro del Consejo General de la Internacional, secretario
de la sección suiza de 1864 a 1872; después trabajó en el marco de las Trade Unions
inglesas.

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