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Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho

Jacques Lezra
Universidad de Nueva York / Universidad de California - Riverside

Y yo, Salomón, enaltecí al Señor, y cubrí de bellos ornamentos Su Templo, y


sentí alegría en mí en mi reino, y en mis días tuve paz... Y entonces, miserable que
soy, seguí su consejo, y la Gloria de Dios se apartó de mí; y mi espíritu se sumió en
la oscuridad; y devine juguete de ídolos y demonios. Por ello escribí este Testamento,
para que vosotros, que lo recibiréis, tengáis piedad, y os ocupéis de las cosas últimas, y
no de las primeras: y así encontréis la gracia, siempre y por siempre. Amén
El testamento de Salomón (129:1; 130:1-3)

Un mágico prodigioso, llamado Rousseau, consiguió encantar de tal modo a la


ínsula Barataria, que todos en ella fueran a la vez gobernadores y gobernados, y a
esta ínsula encantada y encantadora la rebautizó Democracia, cuyo nombre, si bien
para Don Quijote, que era letrado, podía significar “el gobierno del pueblo”, para el
sencillo buen sentido de Sancho de seguro significaría “el gobierno del demonio”.
Salvador de Madariaga

En este ensayo me centraré en el sistema de postas conformado por


los conceptos de “soberanía”, “traducción” y “decisión”. Para ello, anali-
zaré ampliamente una de las historias más conocidas de Cervantes. Mi
argumento se refiere a las bases filosóficas de la subjetividad política y la
economía política en la Europa moderna. En su forma más polémica, este
ensayo afirma que la obra de Cervantes proporciona un concepto defec-
tuoso de la identidad que permite que clases de individuos sean imaginadas
como constituyendo una unidad política. ¿En qué sentido Cide Hamete
jura “Como católico Cristiano” que lo que él narra en el capítulo 27 del
Quijote de 1615 es verdad? (Cervantes 934) Una idea de lo que signi-
fica hablar en cuanto o como un cristiano está aquí implicada. Un mapa

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de identidades contiguas, de formas contrastantes de hablar, verdaderas o


no, está también implicado: hablar en cuanto judío, musulmán, morisco
convertido, marrano o cripto-judío. ¿Cómo se deciden tales identidades
lingüísticas-religiosas-étnicas, e incluso nacionales, en Cervantes y –deter-
minantemente a través de Cervantes– en la modernidad occidental? Son
decididas teatralmente. Pero ¿qué es una decisión para Cervantes?
El vínculo entre la teatralidad moderna temprana –con lo cual no me
refiero solo a obras escritas para el teatro– y los conceptos y campos que
son llamados “subjetividad política” y economía política no es obvio. He
intentado, en los últimos años, pensar acerca de las formas en que figuras
traducidas, mercancías que atraviesan mercados, o formas culturales que
funcionan a través de fronteras lingüísticas y de otros tipos, adquieren va-
lor a medida que se van moviendo entre mercados, lenguajes y marcos
expresivos.1
Una naranja que se vende como fruta en Sevilla en 1570, se vende
como una curiosidad, además de como fruta, en Londres. Podríamos decir
que en Londres representa, en el escenario de la tienda, su valor como algo
comestible y su valor como algo exótico; a principios del siglo XVII la
lana cardada de oveja española regresa a España como tela hilada en telares
holandeses, con el acento cambiado, con valor agregado, coloreada por
el circuito de su traducción. Algo similar ocurre con cualquier producto
cultural, ya sea, por ejemplo, lo que la crítica de teatro Louise Clubb fa-
mosamente llamó un “teatrograma” [“theatergram”], o con un lazzo de la
commedia dell’arte, o con el gesto convencional del comediante que busca
representar un sentimiento también convencinal, o con una prenda de
vestir, o con conceptos como “soberanía” o “decisión” (5). Un producto
cultural también gana o pierde valor en la traducción y en el tránsito, al
realizarse o consumirse como algo originario de otro lugar, pero represen-
tado para una audiencia o mercado local. La soberanía en traducción.
Pero estoy pensando primero en soberanía o traducción: esta es mi pri-
mera fórmula. Estoy poniendo en escena una pequeña perplejidad grama-
tical: ¿Significa el “o” en “soberanía o traducción”, oponer disyuntivamente
“soberanía” y “traducción”? ¿O es mi intención que mi “o” signifique algo

1
En trabajos recientes me he aproximado a la relación entre traducción, movi-
lidad cultural y económica y comercialización de mercancías. Veánse mis ensayos
mencionados en la bibliografía.

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como el sive de Spinoza, en la famosa y muy manoseada aposición de la


Ética, “Deus, sive natura”, donde significa algo así como “es decir”: “Dios,
es decir, naturaleza”, y por tanto, en mi versión, “soberanía”, es decir, “tra-
ducción”? Mi punto no es sólo gramatical. Aquel que decide qué es o qué
no es una traducción, qué es o qué no es traducible, qué está o no está en
traducción, es soberano: soberano sobre una pequeña ínsula discursiva, en
la cual el sentido de una palabra es retenido para usos locales, pero también
sobre las relaciones de esa pequeña isla con otros mundos de lenguaje cuyos
términos o conceptos cualquier sujeto podría ofrecer como equivalentes a
aquellos en la pequeña isla discursiva sobre la cual yo reino en soberana e
intraducible soledad. Carl Schmitt, cuya famosa frase sobre la soberanía
moderna, “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”, me
habrán escuchado repetir, fue un dedicado estudiante, a través de Donoso
Cortés y otras rutas, de la monarquía confesional española (13). Estoy tra-
duciendo a Schmitt de modo de hacerlo decir primero: “Soberano es aquel
que decide sobre la traducción, soberano es aquel que decide qué es o qué
no es una traducción, que decide si una traducción tomará o no el lugar de
la palabra o el mundo traducido” (13). “Soberano”, según mí Schmitt, “es
aquel que decide qué es intraducible”. Y mi traducción de Schmitt tiene un
importante corolario reflexivo: “La soberanía es intraducible en la medida
en que es una cualidad que reside en un término único, indivisible, singu-
lar. El soberano es aquél que posee dicha cualidad, de la soberanía, ya que
es él quien decide cómo la soberanía debe ser traducida o distribuida”. La
conceptualización de la soberanía imperial moderna, con sus traducciones
delegadas, distribuidas y burocratizadas de la soberanía unitaria, emerge
junto con comprensiones y prácticas modernas de “traducción”: aparecen
juntas en el escenario. Soberanía, es decir, traducción.
Pero “la traducción” es también, en las emergentes economías de mer-
cado de la modernidad temprana, una alternativa a la soberanía imperial:
es el locus, no de la distribución burocrática y disciplinada de la soberanía,
sino de la dispersión de lo “único” o de lo “unitario”: la traducción es algo
que ocurre transaccionalmente, algo que ocurre en el lugar donde olvido
algo, donde mi discurso y yo somos usados y pasados de mano en mano y
de lengua en lengua, como mercancía que es examinada a mano, tratada.
La traducción en la modernidad temprana es lo que ocurre donde y cuan-
do mi discurso y yo alcanzamos el mercado, y siempre lo hacemos. Nada
en el emergente sistema de mercado o en el emergente sistema mundo es

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intraducible; nada se encuentra regulado por un único término soberano


e intraducible: todo está siempre ya en el mercado en traducción, y todo
lleva, siempre ya, la marca de su valor prospectivo. Como mi madeja de
lana o mi naranja sevillana, una historia [story] sobre la decisión que toma
un rey judío llega desde Judea sobre los hombros de traducciones que la
llevan a través de Grecia, a la Vulgata y a las tradiciones populares euro-
peas, desde ahí al teatro, luego atravesando fronteras, géneros y lenguajes
hasta llegar a la temprana novela, y desde ahí hasta nuestro días a través del
teatro otra vez, o en géneros completamente distintos. Una suerte de valor
se añade a cada una de las traducciones que sufre la historia en este nuevo
sistema de mercado, mientras pasa de mano en mano y mientras borra
u olvida elementos de su pertenencia a un contexto original: la historia
como mercancía. La universalización de la traducción es un paradigma
alternativo, oposicional para el movimiento y la acumulación del valor de
las mercancías, a la vez que el medio para ambos. La soberanía dispersada
del sistema-mercado, la precursora de la soberanía acéfala del capital, está
reñida, en la medida en que es sistémica, con la consolidación teológico-
política de la soberanía en el intraducible uno, el precursor (en el escenario
filosófico) de la autonomía, y el precursor, en el escenario de la economía
política, del individualismo posesivo de Locke.
El punto que intento presentar debería ser controversial de tres ma-
neras. Primero, porque enfatizo que, cualquiera sea la relación que cada
término –“soberanía” y “traducción”– tiene con el concepto de “decisión”,
hay una forma en la cual es imposible decidir entre pensar “traducción” y
“soberanía” como sinónimos, y pensarlos como conceptos radicalmente
heterónomos, disyuntivos, privativos, contradictorios incluso. Segundo,
porque estoy conectando el sistema tripartito –“soberanía”, “traducción”
y “decisión”– con el escenario, con el teatro. Finalmente, nótese lo que
implica el introducir un elemento temporal en el esquema, un elemento de
radical potencialidad o modalidad. Este es el tercer punto de controversia
y, según creo, el más problemático hasta ahora. Un producto cultural lleva
en sí las marcas prospectivas de los lenguajes y las axiologías en las cuales
se moverá, y desde las cuales puede derivar valores, ahora y entonces, o
por cuya causa perderá o pierde valor, aquí y ahora. Digamos que nos he-
mos puesto de acuerdo, supuestamente, concesso non dato, en que la com-
prensión normativa de un marco cultural establecido brinda, aquí y ahora,
una forma de evaluar el valor de tal o cual objeto, mercancía, signo, etc.

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(Diríamos: imagínese que pudiéramos ponernos de acuerdo en un equiva-


lente general contra cuyo valor normativo referiríamos los valores relativos
de las mercancías que buscamos comercializar). Cuando abrimos las cosas
al punto de vista de la potencialidad, a las contingencias de las posibili-
dades, al marco lógico de la modalidad, parecemos negarnos a nosotros
mismos la promesa redentora de un marco normativo. La mediación de
posibles mercados por venir, de posibles lenguajes por venir, nos hace im-
posible decidir, aquí y ahora, qué valor tal o cual mercancía tiene no sólo
en sí misma (esta sería, de cualquier forma, una exigencia demasiado seve-
ra), sino también en términos relativos. Esto en parte porque la mediación
de mercados y lenguajes por venir nos priva del derecho soberano a tomar
tal decisión. La ausencia de determinaciones temporales es un elemento
estructural de las mercancías culturales, incluidas las mercancías culturales
que llamamos “soberanía” e “identidad” o “subjetividad política”, y esta
característica estructural nos priva de nuestro derecho soberano de decidir
sobre su traductibilidad o intraductibilidad a través de lenguajes, culturas,
mercados y tiempos. Y por “soberanía dispersada” quiero referirme a algo
bastante específico. Los marcos que asignan valor a tal o cual mercancía
u objeto cultural están siempre simultáneamente sub y sobredetermina-
dos por la dispersión de las circunstancias de producción, en el pasado,
y también por la incierta luz que el futuro proyecta de vuelta (veremos la
perturbadora, profunda fórmula que da Cervantes: al parecer, no podemos
clausurar o terminar o parar la determinación: “no acabar de determinar”).
Todo esto es bastante abstracto, así que permítanme contar una histo-
ria familiar. En un lugar de La Mancha, o en una provincia no lejos de ella,
un juego bastante cruel está siendo escenificado. El año: algún momento
previo a 1615. Una de las personas que vemos no sabe que varias de las
figuras alrededor suyo están interpretando roles. Él ha sido importado a
una escena dinámica, diferenciada, donde sus actos y declaraciones serán
valorados, evaluados, rechazados o aceptados, de acuerdo a reglas que él
y muchos otros en la escena entienden sólo parcialmente. Algunos en el
público saben que nuestro protagonista está siendo burlado y que son es-
pectadores de una broma cruel. Otros no lo saben, y creen, en cambio,
que presencian una obra de lo que podríamos llamar teatro político: el
acto de investidura de su nuevo gobernador, designado para gobernar por
el distante propietario feudal de este pequeño territorio. Estamos en el
capítulo 45 del Quijote de 1615. Sancho ha sido nombrado gobernador

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de la ínsula Barataria por el Duque y la Duquesa, con quienes el Escudero


y el Caballero se encontraron algunos capítulos antes. Como muchos de
los personajes de la Segunda parte de Don Quijote, el Duque y la Duquesa
son lectores devotos de la Primera parte de la novela. Ellos, sin embargo,
tienen a su disposición los medios para cumplir los anhelados sueños de
Sancho y para entregarle el gobierno de la ínsula prometida a él por Don
Quijote y por la tradición caballeresca. Su broma cruel trenza las fantasías
de riqueza y autoridad soberana de Sancho, el espectáculo del teatro políti-
co, e incluso la extraña homología entre la distribución del poder político
y la circulación y el consumo de mercancías culturales. Barataria, la tierra
baratería, de simonía. Un “baratero” es un “Simonista”, según un antiguo
libro de vocabulario británico, “llamado así por la palabra italiana (barra-
taria), que significa corrupción o soborno en un juez que da una sentencia
falsa a cambio de dinero”. Y la palabra “Baratar”, nos dice Sebastián de
Covarrubias en 1611, deriva de “barato”, probablemente suprimiendo el
prefijo de agencia a-, “abaratar”, pero el nexo con la fantasía y con el teatro
es incluso más estrecho. “Baratar”, escribe de Covarrubias, significa “trocar
vnas cosas por otras, y de aqui se dixo baratillo, cierta junta de gente ruyn,
que a boca de noche se juntan en vn rincón de la plaça, y debaxo de capa
venden lo viejo por nueuo, y se engañan vnos a otros”.
La broma de los duques fracasa, como pasa con frecuencia en
Cervantes. El Escudero entra en escena y en el mercado preparado para él
por los aristócratas, que han encargado a uno de sus sirvientes registrar lo
que ellos esperan serán los malapropismos rústicos del escudero. Lo que
sucede a continuación es legendario.2 Nuestro gordo campesino, habien-
do bebido profundamente de las aguas de la sabiduría política humanista
servidas por el Caballero, armado con los preceptos que Don Quijote le ha
suministrado y con su propia sabiduría nativa; trayendo al escenario y al

2
La bibliografía sobre los episodios en Barataria es amplia. Entre las obras recien-
tes más importantes sobre los capítulos se encuentra la de Cascardi (sobre los con-
sejos de Don Quijote a Sancho). Para un resumen más reciente del trabajo crítico
sobre el gobierno de Sancho, véase a Guillermo Fernández Rodríguez-Escalona.
Un argumento que relaciona la ínsula con América y, de este modo, el gobierno de
una con el gobierno de la otra, está en el texto de Nemser. He encontrado parti-
cularmente útil el texto de Ázcue (para adaptaciones republicanas de los episodios
que hacen de Sancho una figura de buen gobierno popular).

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mercado –de los cuales él no está consiente– los recursos de la inteligencia


popular por los que la Primera parte de la novela lo hizo famoso; creyendo
que actúa en una suerte de obra teatral política, mientras en realidad actúa
en un espectáculo completamente distinto; nuestro gordo campesino, de-
cía, pensando que tiene una suerte de valor comerciable, cuando de hecho
tiene otro, actúa para una audiencia dividida: parte de ellos conscientes de
que lo que están observando es una especie de farsa, parte de ellos creyén-
dose presentes en el teatro donde su futuro político se decidirá. Sancho se
pronuncia con tal inteligencia y con tan gran efecto que “el que escribía las
palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si
le tendría y pondría por tonto o por discreto”. “[N]o acababa de determi-
narse”: la imperfecta e imperfectiva fórmula del juicio cultural, económico
y político en Barataria.
Toda esta indeterminación, esta imposibilidad de resolución, este im-
perfectivo “no acabar de determinar” llega a amenazar los lenguajes de la
sociedad civil en la ínsula Barataria y en la novela de Cervantes en general.
Las decisiones de Sancho son representadas para una audiencia dividida,
por actores que se distinguen por su conocimiento (o desconocimiento) de
la obra en la que se encuentran. La escena de la representación política no
sabe que es política, o que es política no sólo donde se representa a sí misma
explícitamente como política, es decir, en las decisiones del “gobernador”,
sino también en otra parte, donde no es decidible o determinable, a prime-
ra vista, si lo que estamos viendo y leyendo es real –un caso jurídico real
llevado ante un falso gobernador– o falso –una mera representación de un
caso llevado ante un falso gobernador–. Los baratarianos no saben si la ma-
yoría de los casos llevados ante Sancho son verdaderos o falsos, casos reales
o casos de casos, muestras o ejemplos de casos paradójicos tomados de las
reservas de los exempla literarios y religiosos que circulan en la temprana
modernidad, y re-presentados o reciclados, o adaptados, con Sancho ab-
surdamente en el papel usualmente reservado para una figura como Solón,
o Sócrates, o Cristo, o San Nicolás o Salomón. ¿Y “nosotros”, que leemos
o vemos esta cruel obra, estamos seguros de que sabemos con certeza cuál
es nuestro rol? Lo que leemos, y lo que los súbditos reunidos en la ínsula
Barataria ven, será sin duda político en un sentido bastante obvio: es la re-
presentación del poder político que acompaña una investidura; pero puede
ser político en otro sentido también, ya que el episodio se lee fácilmente
como la representación de la falta de fundamentos, de la indeterminación,

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de la calidad efímera o de ensueño de toda política.


En el centro de esta pequeña obra late el más alto ejemplo de la des-
pierta inteligencia de Sancho.
Dos hombres ancianos comparecen ante Sancho. Uno de ellos se apo-
ya en un ligero báculo, una cañaheja. El otro cuenta al gobernador en
potencia que él le prestó al hombre del báculo diez piezas de oro, que no
han sido devueltas. El hombre del báculo dice que está preparado para
jurar que en realidad sí devolvió el oro, le pasa al primer hombre la caña-
heja que le estorba y, sin obstáculos, jura sobre la cruz formada por la vara
de gobernador de Sancho que sí, que en efecto devolvió el oro. Como la
declaración del anciano es ampliamente creída, se le da permiso para reti-
rarse. El hombre recupera el báculo y se aleja, caminando con dificultad.
Sancho delibera, lo llama de vuelta y hace que le entregue la cañaheja al
primer hombre, diciendo a éste: “Andad con Dios, que ya vais pagado”.
“¿Yo, señor? . . . ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro?” (Cervantes 891).
Y así es, ya que en realidad el astuto anciano había escondido el oro en el
báculo hueco y fue capaz de jurar sincera y literalmente que había devuelto
el dinero luego de pasarle momentáneamente a su compañero el báculo.
Las ricas alegorizaciones de la historia se basan en parte en historias
existentes, en valores existentes, en tropos culturales consensuados que la
determinan y sobredeterminan, como “cosas viejas” que se venden por,
con, y como una forma de añadir o de sustraer valor a la “nueva” historia
que los actores baratarianos escenifican para Sancho. Los actores que ha-
brían contratado el Duque y la Duquesa están repitiendo, quizás sin saber-
lo, una de las historias contadas en la Historia de Roma de Livio, que tiene
que ver con otro bruto, un Bruto, Lucio Junio Bruto, el hijo de Tarquinia,
“un joven hombre de mente muy distinta de la que pretendía poseer”, es
decir, un hombre joven de astuta inteligencia que se permitió a sí mismo
“asumir la apariencia de estupidez” e incluso “aceptó el apodo ‘Bruto’, a
fin que tras la pantalla que le ofrecía este título el gran espíritu que habría
de librar al pueblo romano pudiera permanecer oculto”, un Bruto que
alguna vez llevó al Oráculo de Delfos como regalo secreto una barra de oro
escondida en un báculo de madera, “is tum ab Tarquiniis ductus Delphos,
ludibrium verius quam comes, aureum baculum inclusum corneo cavato
ad id baculo tulisse donum Apollini dicitur, per ambages effigiem ingenii
sui” (71-72). Esta antigua, sancionada, secular y política historia resuena
bajo la superficie del episodio baratariano: el gran espíritu escondido bajo

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la superficie brutal; el salvador político que sutilmente espera, en su dis-


fraz rústico, el momento decisivo.3 Los súbditos del Duque y la Duquesa

3
Tito Livio: “Tito y Arrunte partieron; les fue adscrito como acompañante Lucio
Junio Bruto, hijo de Tarquinia, hermana del rey, un joven de carácter muy distinto
al que aparentaba. Éste, cuando supo que los ciudadanos principales, y entre ellos
su hermano, habían sido muertos por su tío materno, resolvió no dar al rey motivo
de temor por su manera de ser, ni motivo de ambición por su fortuna, y basar su
seguridad en ser despreciable, dado que la justicia no suponía una gran protección.
Con toda intención, por consiguiente, se dedicó a parecer tonto, dejó que el rey
dispusiera de su persona y de sus bienes, ni siquiera rechazó el sobrenombre de
Bruto: encubierto bajo tal apelativo aquel libertador del pueblo romano, aquel
valiente desconocido, aguardaba su hora. Fue a él a quien los Tarquinios llevaron
a Delfos en aquella ocasión, más como diversión que como compañero; dicen que
llevó como ofrenda a Apolo un báculo de oro envainado en un báculo de cornejo
vaciado con este objeto, como símbolo con rodeos de su propia personalidad”
(259-260). El latín es de Livy: Book I: “[H]aec agenti portentum terribile visum:
anguis ex columna lignea elapsus cum terrorem fugamque in regia fecisset, ipsius
regis non tam subito pavore perculit pectus quam anxii implevit curis. Itaque
cum ad publica prodigia Etrusci tantum vates adhiberentur, hoc velut domestico
exterritus visu Delphos ad maxime inclitum in terris oraculum mittere statuit;
neque responsa sortium ulli alii committere ausus duos filios per ignotas ea tem-
pestate terras, ignotiora maria in Graeciam misit. Titus et Arruns profecti. comes
iis additus L. Iunius Brutus, Tarquinia, sorore regis, natus, iuvenis longe alius in-
genio, quam cuius simulationem induerat. is cum primores civitatis in quibus fra-
trem suum ab avunculo interfectum audisset, neque in animo suo quicquam regi
timendum neque in fortuna, concupiscendum relinquere statuit, contemptuque
tutus esse, ubi in iure parum praesidii esset. ergo ex industria factus ad imitatio-
nem stultitiae, cum se suaque praedae esse regi sineret, Bruti quoque haud abnuit
cognomen, ut sub eius obtentu cognominis liberator ille populi Romani animus
latens opperiretur tempora sua. is tum ab Tarquiniis ductus Delphos, ludibrium
verius quam comes, aureum baculum inclusum corneo cavato ad id baculo tulisse
donum Apollini dicitur, per ambages effigiem ingenii sui. quo postquam ventum
est, perfectis patris mandatis cupido incessit animos iuvenum sciscitandi, ad quem
eorum regnum Romanum esset venturum. ex infimo specu vocem redditam fer-
unt, ‘imperium summum Romae habebit qui vestrum primus, o iuvenes, osculum
matri tulerit.’ Tarquinius Sextus, qui Romae relictus fuerat, ignarus responsi ex-
persque imperii esset, rem summa ope taceri iubent; ipsi inter se uter prior, cum
Romam redisset, matri osculum daret, sorti permittunt. Brutus alio ratus spectare
Pythicam vocem, velut si prolapsus cecidisset, terram osculo contigit, scilicet quod
ea communis mater omnium mortalium esset. reditum inde Romam, ubi adver-

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también están adaptando, esquemáticamente, una historia religiosa que se


abre camino hasta La Mancha desde la Legenda aurea, de Santiago de la
Vorágine, que probablemente pasa a través de una serie de filtros y traduc-
ciones castellanas que la popularizan y estandarizan, para terminar reco-
gida en obras como el Libro de los enxiemplos por A. B. C., de Clemente
Sánchez Vercial, de cerca del 1400, o el anónimo, ligeramente posterior,
Espéculo de los legos.4 Las historias son una parte central de la sermonística

sus Rutulos bellum summa vi parabatur” (71-72). Cervantes raramente usa el té-
rmino “bruto” para los animales humanos, en el sentido peyorativo, más o menos
metafórico que Covarrubias (Tesoro...) nos da luego de su primera definición lit-
eral: “BRVTO, comunmente se toma por el animal irracional, quadrupede, tardo,
grossero, cruel, indisciplinable. … De do vino llamar brutos a los hombres de
poco discurso y grosseros, qual se fingio Iunio Bruto: de donde tuuo el nombre.
Brutal, cosa de brutos, no le doy otra etymologia, que la Latina”.
4
Algunas de las fuentes para la descripción de las decisiones de Sancho por Cer-
vantes se encuentran en el artículo de Camille Pitollet. Aquí está el análogo en Ia-
cobus De Voragine, Historia Sancti Nicolai: “Vir quidam ab uno Iudaeo quandam
summam pecuniae mutuo accepit iurans super altare sancti Nicolai, cum alium
fideiussorem habere nequiret, quod, quam citius posset, sibi redderet. Tenente
autem illo diu pecuniam Iudaeus eam expostulavit, sed eam sibi reddidisse affir-
mat. Trahit ergo eum ad iudicium, et iuramentum indicitur debitori. Ille baculum
cavatum, quem auro minuto impleverat, secum detulerat, ac si eius adminiculo
indigeret. Volens igitur facere iuramentum Iudaeo baculum tradidit reservandum.
Iuravit ille, quod plus igitur reddiderit etiam, quam deberet. Facto iuramento bac-
ulum suum repetiit, et Iudaeus ignarus astutiae eum sibi reddidit. Rediens autem,
qui fraudem fecerat, in quodam bivio oppressus corruit somno currusque cum
impetu veniens eum necavit et plenum baculum auro fregit et aurum effudit. Au-
diens hoc Iudaeus concitus illico venit cumque dolum vidisset et a multis ei sug-
gereretur, ut aurum reciperet, omnino renuit, nisi, qui defunctus fuerat, ad vitam
beati Nicolai meritis redderetur, asserens se, si hoc fieret, baptismum suscepturum
et Christianum futurum. Continuo qui defunctus fuerat, suscitatur et Iudaeus in
Christi nomine baptizatur.” En Hernández Valcárcel: “E aún en la Vida de Sant
Nicolás se lee que un judío prestó a un christiano çierta cantidad de moneda e
tomó a Sant Nicolás por fiador. E desque vino el día de la paga, el christiano fizo
fazer un bordón hueco de dentro e puso en él el oro que le avíe enprestado el judío,
e diógelo para que lo levase algund espacio e tornólo a tomar después. E el judío
demandó al christiano lo que le avía enprestado, e el christiano afirmó que gelo
avía pagado e fizo dello juramento delante el juez. E tornándose el christiano para
su casa con el bordón en el que levava el oro, fue apremiado gravemente de suenno

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de La Mancha alrededor de 1615, por lo que no es improbable que Sancho


reconozca la antigua historia en su nueva versión. Tampoco sería absurdo
recordar en este momento –en el que Cervantes pone en escena la efectivi-
dad de los preceptos humanistas en la educación del más improbable de los
príncipes y gobernadores– que la más famosa de las adaptaciones huma-
nistas de Platón, el Silenos de Alcibíades de Erasmo, apela a la figura dorada
de la sabiduría socrática, que esconde en el atrofiado cuerpo del filósofo.
Con el Manual del caballero cristiano (Enchiridion militiis christiani) y los
Adagios de Erasmo, esa pequeña fábula platónica se transforma, traducida,
en otra historia: la del oro de la Cristiandad paulina escondido en el tosco
literalismo de la ley hebrea y de la ortodoxia católica, y también, como
Erasmo definitivamente lo señala, en una alegoría de cómo leer todas las
fábulas, es decir, en una meta-alegoría de la alegoría humanista: todas las
fábulas, ésta por ejemplo: la historia de dos ancianos pasándose entre ellos
un báculo lleno de oro inesperado. Las fabulas llevan, escondido, el oro de

e acostóse a dormir en la encruzijada de dos carreras e vino un carro cargado e pasó


por encima dél e matólo e quebrantó el blao e derramóse el oro. E oyendo esto el
judío vino a lo veer e conosçió el enganno, e dixo que non reçebiría el oro si non
resuçitase el muerto por los meresçimientos de Sant Nicolás. E resuçitó el muerto
e confesó manifiestamente el enganno que avía fecho e batizóse el judío e reçe-
bió la fe de Ihesu Christo. E de aquí es lo que dize Salomón en el nono capítulo
del Eclesiastés: ‘Así es el que jura verdad con enganno commo el que jura falso’”
(459). En Libro de los enxiemplos por A. B. C. (2a. parte): “‘Quien por engaño ha
jurado / Por mala muerte es penado’. Un cristiano tomó cierta quantía de dineros
emprestados de un judío, e non podiendo aver fviador, juró sobre el altar de Sant
Nicolás que lo más aína que podiesse se lo pagaría. E pasando muchos días que
le non pagava, el judío demndava sus dineros. El cristiano dezía que ge los avía
pagado, e assí óvolo de llamar a juizio, e non lo podiendo provar, ovo de echar el
juramento al cristiano. E este debdor tenía un bordón cavado de dentro e lleno
de oro, e levávalo consigo para si alguna cosa oviese menester. E queriendo fazer
el juramento, dio el bordó al judío. E él, non sabiendo del enganno, diógelo. E
tornándosse, el cristiano que avía fecho el juramento e el engaño, tomole el sueño
en el camino, e acostósse a dormir. E passó un carro sobre él, e matólo e quebrantó
el bordón e espazió el oro. E desque esto oyó el judío, fue allá luego, e veyendo
este engaño muchos le dezían que tomasse el oro. E él dixo que non lo tomaría,
salvo si por ruego de Sant Nicolás el que moriera tornasse a vida, prometiendo si
esto fuesse, de recebir baptismo e ser cristiano. E luego el que moriera resucitó e el
judío recebió el sacramento del baptismo” (331).

143
El lugar de la literatura en el siglo XXI

la revelación, y tan sólo necesitamos quebrar el recipiente, la cañaheja, que


lo guarda.
De acuerdo, pues: la historia que cuenta Cervantes toma forma contra
una reserva de “cosas viejas” e historias viejas, doradas leyendas políticas
sacadas de Livio, o fábulas de Platón o Erasmo que los súbditos de Sancho
–y Sancho mismo– tienen muy presentes. Pero el punto es más contun-
dente: en esta ínsula Barataria, el soberano aprende cómo dirimir casos
recordando estas “cosas viejas”.5 Se vale de su contenido meta-alegórico
como un procedimiento para gobernar y como una técnica que él puede
traducir a sus circunstancias: trata los casos presentados ante él como otros
casos de los exempla que le han sido enseñados a rodillas del vicario local
o del Caballero andante. Son ejemplos de ejemplos. Esta traductibilidad
ejemplar, es al mismo tiempo una mera técnica y el núcleo de las “cosas
viejas”. El oro es oro, a fin de cuentas; es la medida del valor; no sólo so-
brevive a la traducción: es la base sobre la cual ocurre la traducción entre
las economías naturales. En el núcleo de cualquier historia particular de la
reserva de cuentos en la que se basa tal o cual cultura, se encuentra el oro
universal de la revelación teológica-política; una vez quebrada la vaina que
los envuelve y en la que calan los meros accidentes de la cultura, el lenguaje
y el tiempo, su universalidad brilla.
Nótese la fantasía a la que me entrego. Estoy siguiendo una dirección

5
No estoy, por lo tanto, del todo de acuerdo con Hernán Vidal, quien señala que:
“Desde sus comienzos el episodio del gobierno de la ínsula de Barataria escapa a
la lógica estática del poder establecido. Con los consejos a Sancho a su partida a la
gobernación, don Quijote expone el espíritu de ascenso social de la caballería que
encarna, dando por sentado que el buen gobierno es cuestión de sentido común,
ecuanimidad y anhelo de justicia de cualquier ser humano éticamente sano, aun
de un loco, no un monopolio de la gran nobleza. Para sorpresa de los Duques, las
sabias decisiones de Sancho en las consultas legales que se le hacen en la ínsula lo
comprueban. Sus decisiones, por lo demás hacen tabula rasa del sistema legal ya
que Sancho no necesitó echar mano de los códigos existentes ni de asesores” (80).
Sancho no encara sus decisiones desde una tabula rasa; su “mesa” está, más bien,
atestada de códigos existentes, contradictorios, que interactúan dinámicamente
y que de modo impredecible suman o restan legitimidad a los otros, haciendo
imposible para nosotros, así como también para sus súbditos, decidir, de acuerdo
a cualquier código o grupo de códigos, exactamente cuál estándar o principio
subyace a las decisiones del soberano.

144
Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

de la historia de Cervantes: la tentación de representar todo y cada oro


hermenéutico o teológico-político como si fuera oro, como si en el corazón
de cada “cosa nueva” que el mercado de la cultura produce palpitara una
“cosa vieja” que, en su núcleo, en el corazón de su corazón, es sustancial-
mente idéntica al corazón del corazón de cualquier otra historia, de una
historia cualquiera, de la historia más universal. No me alejo mucho de
la ortodoxia humanista: encontrar al soberano capaz, inspirado incluso,
rastreándolo dentro del Silenos del campesino rústico; encontrar la única,
antigua e ideal fuente del valor, manifestada prefigurativamente en textos
precristianos y a continuación, sincrética o tipológicamente, traducirla a
circunstancias particulares. De esta fantasía se nutre el humanismo: nos
revela el patrón mismo de la pedagogía humanista.
Pero las viejas historias, las leyendas doradas que esta nueva historia
cervantina capitaliza, de hecho no comparten una estructura nuclear o una
sustancia; y este disenso se desenmaraña espectacularmente a lo largo del
episodio, produciendo opacidades e intraductibilidades en la conceptua-
lización del valor, del sentido, y de la decisión soberana. La modernidad
política europea hubiera sido muy distinta si en vez de los universalismos
compensatorios erigidos para evadirlas, hubieran sido estas opacidades
e intraductibilidades las que cruzaron las fronteras ficticias de la ínsula
Barataria, rumbo al territorio continental de la cultura europea.
Considérese la fuente más obvia del episodio: la Legenda aurea de
Santiago de la Vorágine. Sancho está recordando –con algunas clarísimas
diferencias– el así llamado milagro del judío engañado, quien en la compi-
lación de la Vorágine es engañado –como el anciano de la ínsula Barataria–
por medio de lo que la traducción inglesa de William Caxton llama “an
hollow staff”, “un báculo vacío”, en el cual el “embustero” esconde el oro.
Si el público de Sancho también hubiera escuchado esta historia, si su
memoria también hubiese sido despertada por esta historia –y hemos de
recordar la enorme influencia de la Leyenda dorada en esta época de ha-
giografías y exemplas–, si el público recordara, por ejemplo, la versión que
se encuentra en el Libro de los enxiemplos por A. B. C. o en el Espéculo de los
legos, entonces recordaría que la moraleja de la historia de la Legenda aurea
tiene que ver con la conversión final del judío. En la tradición ejemplar, el
embustero, que carga el báculo lleno de oro, es atropellado por un carro
que lo mata y hace caer el oro de dentro del bastón. El judío, testigo de la
muerte del embustero y de la reaparición del oro, rehúsa hacerse con éste

145
El lugar de la literatura en el siglo XXI

a menos que reviva el muerto. Éste, milagrosamente, vuelve a la vida, y


el judío, convencido por el milagro, se hace cristiano.6 Estamos ante una
trama distinta a la que observamos en el teatro de Sancho. La historia de
la Vorágine ofrece la moraleja, poco sorprendente, de que la resurrección
es y debe ser el índice de y el catalizador para la conversión. El perjurio
divinamente castigado, la resucitación, la restitución: estos son ejemplares
para el judío, que aprende del ejemplo del perjurado y castigado cristiano y
del milagro de su resurrección por San Nicolás: la verdad de la resurrección
sobre la cual descansa la fe cristiana, se esconde como oro en el interior de
la historia del deudor perjurado. Pero la versión de Cervantes ha secula-
rizado la historia, que ahora trata de la restitución de la propiedad y de la
redención en un sentido totalmente económico. El oro que contiene el bá-
culo no sustituye un atributo moral aún más dorado, como la fe o el alma;
al contenido alegórico de la historia concierne no el oro de la conversión,
sino la inteligente traducción de la alegoría moral a circunstancias secula-
res. En esta sala del tribunal de justicia de la ínsula Barataria, el drama de
la conversión ha sido traducido a un drama de jurisprudencia y de justicia
distributiva. El soberano asume sin esfuerzo el papel que dejó desocupa-
do el santo milagroso; la conversión se transforma en la restitución de la
propiedad a su legítimo dueño. El “oro” moral de la leyenda dorada se ha
transformado en la fe social necesaria en una sociedad en la cual las tran-
sacciones económicas son llevadas a cabo por personas que son fieles a los
contratos. En esta nueva sociedad, Dios es un testigo inútil. En su lugar,
Cervantes suministra un corpus de conocimiento existente, humanista o
doctrinal, que permite al sabio y prudente gobernador, el gobernador sa-
lomónico, llegar al corazón del caso y garantizar que el capital fluya a su
legítimo dueño.
Pero Sancho, el nuevo soberano, a pesar de que para muchos de los
habitantes de la ínsula pueda ser extranjero, novedoso, sin comparación en
términos generales, Sancho –el público reunido parece estar de acuerdo–

6
En la traducción de William Caxton de la Legenda aurea, el judío estafado “saw
the fraud, and many said to him that he should take to him the gold; and he re-
fused it, saying, But if he that was dead were not raised again to life by the merits
of St. Nicholas, he would not receive it, and if he came again to life, he would
receive baptism and become Christian. Then he that was dead arose, and the Jew
was christened”.

146
Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

no es único. Él puede ser traducido al paisaje cultural de la ínsula, porque el


léxico cultural sí ofrece un análogo soberano del gordo escudero. Nosotros
no sabemos, y ni el narrador cervantino ni el testigo del Duque nos cuen-
tan, si alguien en la escena recuerda la historia de San Nicolás (si alguien
recuerda las variantes esquemáticas de la historia del judío engañado que
tan comunes son en la modernidad temprana). Pero los súbditos de la ín-
sula baratariana –todos ellos: tanto los que están informados sobre la broma
cruel del Duque como los que simple e ingenuamente están presentes en
lo que creen que es la investidura del nuevo gobernador–, todos ellos, en
cuanto unidad política e interpretativa única, de hecho ven en Sancho “un
segundo Salomón”, en palabras del narrador: “Quedaron todos admirados,
y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón”, nos cuenta el narrador.
¿Sancho, “un nuevo Salomón”?7 La consolidación del desunido, divi-
dido público y audiencia como un grupo político, un “todos” que apropia-
damente carga un pronombre único, colectivo, un “todos” global y abar-
cador, ocurre aquí cuando los baratarianos –aquellos que saben y aquellos
que no– “admiran” a Sancho juntos, y juntos reconocen en él el fantasmal
antecedente de la historia de San Nicolás. Es decir, los desunidos bara-
tarianos se reúnen en nombre, como un “todos”, cuando reconocen en
Sancho al rey judío cuya sabiduría para ver en el corazón de los casos y
para dirimirlos ha sido traducida figurativamente, con la letra de la historia
salomónica transformándose en el espíritu dorado de San Nicolás. Ahora,
pasando a través de este más antiguo recuerdo, la historia de la conversión
del judío que se encuentra en la Legenda aurea y en la tradición ejemplar
ha sido invertida: San Nicolás ha sido convertido, o traducido, de vuelta
a su modelo o prototipo: la figura de Salomón. Y la identidad colectiva, la
identidad política de los súbditos-audiencia que presencian la obra simula-
da o real de Sancho, pasa a través de esta retraducción, esta desconversión
del gobernador, designado por los Duques, a través de San Nicolás y de
ahí a Salomón. El verdadero “oro” de la leyenda cristiana es la decisión
salomónica; el fundamento de la Nueva Ley y su caritativa interpretación,

7
Una útil interpretación de las alusiones de la novela a figuras de las escrituras
hebreas, que forman lo que el autor llama una “serie de ecos intertextuales de
leyendas hebreas… [que] culminan en esta alusión a la figura de Salomón” (Peña
Fernández 212), argumenta a favor de una mucho más amplia identificación de
Sancho con Salomón a lo largo de la novela.

147
El lugar de la literatura en el siglo XXI

su cacareada espiritualidad, es alcanzable sólo al transformar a Sancho en


Nicolás y a continuación de vuelta en Salomón, y al ver y al admirar al
soberano bajo la apariencia, no del misericordioso rey de la cristiandad, no
del Santo que aparece en las Leyendas doradas, no como el príncipe cristia-
no, sino más bien como el antiguo, salomónico príncipe cuya prudencial
decisión, cuya habilidad para llegar al corazón del caso, está ligada a una
literalidad precristiana. Es sobre estos fundamentos que la modernidad –y,
en concreto, una modernidad política-económica– puede ser visualizada.
En esta anacrónica ínsula Barataria, para ser verdaderamente moderno,
para lograr la soberanía dispersa, acéfala del sistema mercantil moderno,
debemos olvidar la época cristiana que se interpone y traducir la historia
de nuestras decisiones, no importa qué tan novedosas o extrañas puedan
parecer, a lo que sea que el nombre “Salomón” representa. El valor ejem-
plar del caso sobre el cual estamos decidiendo y los fundamentos sobre los
cuales tomamos nuestras decisiones siguen los pasos de un marco antiguo,
incluso mitológico, cuyo valor es redimido bajo la dispensa de un nuevo
marco cristiano que está por venir, pero que sólo funciona políticamente
cuando es reconocido como una “cosa vieja” bajo la nueva, como Salomón
escondiéndose bajo el manto del nuevo gobernador. De esta absurda tem-
poralidad, algo así como una sociedad civil emergerá en esta república
insular, una sociedad civil basada en los contratos, en el teatro de la ley
y el espectáculo combinados, en el intercambio normado de dinero. La
sociedad civil emergerá en y sobre la base de este cruel espectáculo salo-
mónico, donde el valor de nuestros ejemplos, donde el teatro de nuestros
afectos y pasiones, es traducido a través de la letra de la escritura hebrea.
Aquí, Sancho-Salomón, el juez o gobernador que puede de hecho no ser
un juez o un gobernador, pero que tampoco sabe que no lo es y de quien,
consecuentemente, no se puede decir que tan sólo actúe la parte del juez o
del gobernador, dirime casos que pueden no ser casos sino citas de obras
legendarias, en las cuales demandantes y defensores pueden o no represen-
tar roles, para una audiencia de la cual algunos miembros se saben en el
teatro, en el cruel teatro del último placer de la aristocracia, y otra parte
de la cual se sabe presente en el serio espectáculo de la investidura de un
político soberano. La ética judía y el espíritu del capitalismo.
Así que, ¿quién –o qué– era Salomón para el público de Cervantes?
Hasta este punto, me he servido de este nombre como si del báculo en
el cual el moderno secularismo teológico-político está contenido: vaina,

148
Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

corteza, cáscara o contenedor para el escondido oro weberiano de los va-


lores culturales que ahora podemos revelar, siglos después, como si rom-
piéramos el alegórico báculo salomónico. No es la fe, sino la admiración
colectiva, lo que late en el corazón de la historia de Cervantes: el carisma.
(Weber: “Los jueces son al propio tiempo funcionarios administrativos del
príncipe y el príncipe mismo interviene, en nombre de la ‘justicia de gabi-
nete’ (Kabinettsjustiz) en la aplicación del derecho; decide según su criterio
o de acuerdo con puntos de vista de equidad, de conveniencia o políticos;
considera la garantía del derecho como una gracia en gran medida libre o
como privilegio en relación con el caso concreto; determina sus condicio-
nes y formas y hace a un lado las formas racionales y medios probatorios
del procedimiento en favor de la libre investigación oficial de la verdad (de
oficio). El modelo ideal de esta administración racional de la justicia es
la ‘justicia de Cad.’ de los juicios ‘salomónicos’, tal como los practicaron
Salomón y Sancho Panza en la Ínsula Barataria. Toda justicia principesca
patrimonial lleva en si la tendencia a seguir estas vías […] La forma caris-
mática específica de la solución de las querellas consiste en la revelación
por los profetas o por el oráculo, así como por el arbitraje ‘salomónico’ de
un sabio carismáticamente calificado, juicio de valor que, aun encarnado
en sentencias estrictamente concretas e individuales, exige una validez ab-
soluta. Aquí radica la verdadera ‘justicia del Cadi’, en el sentido proverbial
y no histórico de la frase” (626-627,851)).8 He tratado el nombre Salomón
como una metonimia para la literalidad del valor, para la cual el valor
universal del oro es un primer tropo. He hecho del nombre “Salomón” un
concepto, cuyo sentido y valor se traducen como el oro –con pérdidas y ga-
nancias, claro, pero de forma predecible– a través de lenguajes y tiempos.
Una medida dorada; una leyenda dorada.
Pero esto es simplón: nuestra pulsión por resolver, por decidir, si

8
Una útil lectura del episodio de Barataria en el contexto de Weber y Maravall,
en Barbosa Muñiz. Para una aproximación mucho más matizada al uso por parte
de Weber del episodio de la ínsula, y de las líneas que cito, en Kettler y Volker,
especialmente en la página 316 y siguientes, donde el autor argumenta a favor de
entender que el fracaso de Sancho como soberano formal o racional y como “Cadi”
o soberano carismático, es la expresión de su “libertad de la pasiva injusticia de sus
superiores sociales”, una “libertad” que “lo cualifica como un ciudadano modelo
incluso si a la vez lo hace un juez fallido” (331). Véase también su “‘Sancho Pansa
als Statthalter’: Max Weber und das Problem der materialen Gerechtigkeit”.

149
El lugar de la literatura en el siglo XXI

Sancho será tomado por necio o por sabio nos lleva demasiado rápidamen-
te lejos de la formula imperfectiva, imperativa incluso, de Cervantes: “no
acababa de determinarse si […] tendría y pondría [a Sancho] por tonto o
por discreto”, dice el testigo de la historia (982). “No acabar de determi-
narse”, sí, por supuesto, queriendo decir “no podía decidir, no podía parar
de decidir, no podía alcanzar el final de la decisión”, pero también vacilan-
do entre la forma personal y la impersonal de “determinarse”, y permitien-
do a los lectores de Cervantes entender, en este lector delegado que están
observando, toda la fuerza del reflexivo “determinarse”. No terminar de
tomar una decisión: no ser capaz de determinarse uno mismo. El material
cultural al cual la historia se refiere está decididamente indeterminado. En
la época de Cervantes, Salomón era una figura de la prudencia, ciertamen-
te, una figura asociada de forma no poco frecuente con el tardío Felipe II.
¿Pero de qué más también? ¿Qué hubiera recordado el público reunido en
la isla de Sancho cuando tradujeron o convirtieron la admirable novedad
de Sancho de vuelta a la familiar “cosa vieja”, al “Salomón” que “todos”
reconocen en él, y de la cual su valor y sentido derivan? ¿Qué valores se vin-
culan, en la tropología cultural a la cual Sancho es importado, al nombre
“Salomón”? Y no olvidemos la temporalidad absurda, redentiva que la obra
de Cervantes también explota. ¿Qué toma prestado el nombre “Salomón”
de sus usos pasados y futuros? O, para ser más precisos, ¿cómo el nombre
propio “Salomón” deviene, o es traducido a, un concepto?
Esta es una cuestión complicada, y metodológicamente productiva
exactamente donde es más difícil. Hay cuatro aspectos principales en re-
lación con esta dificultad. Finalizaré examinándolos en orden de interés.
Estas son, no sorprendentemente, dificultades que afligen a cualquier in-
tento de abordar la historiografía literaria con un enfoque dialéctico, pero
también son, me gustaría que se advirtiera, las dificultades que encontra-
mos cuando consideramos cómo una frase puede ser traducida de un len-
guaje natural a otro, o de una época a otra. Cuando preguntamos: “¿Qué
valor se vincula al nombre que parece unir a la audiencia, que parece crear
las condiciones para un gobierno prudencial; el nombre “Salomón”?”, es-
tamos preguntando por el uso del nombre aproximadamente hacia 1615,
y nos topamos inmediatamente con complicaciones prácticas, dado que
los usos del nombre “Salomón” son múltiples, un archivo abierto que difí-
cilmente podríamos completar. Puesto que desearíamos tener alguna idea
de las dimensiones del archivo completo antes de decidir a qué concepto

150
Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

corresponde el nombre “Salomón”, querríamos ser capaces de dar cuenta


no solo del uso del nombre “Salomón” como la figura de decisiones sobe-
ranas prudentes y justas, sino también del uso del nombre en la mitología
prenacional (la extraña fábula de la “mesa de Salomón”, que se supone
que está bajo la ciudad de Toledo), en farsas (como en la extraordinaria-
mente extraña Farsa de Salomón, de Sánchez de Badajoz, que data de antes
de 1549), y en romances populares. Al ser el catálogo de estos usos a la
vez infinito e incompleto, estaríamos forzados a proceder relativamente
a ciegas y a designar como “lo salomónico en 1615” a una parte de un
archivo cuyas dimensiones ignoramos, basados en una decisión tomada
sobre fundamentos prácticos antes que inmanentes o definitivos. Esto en
sí mismo no es preocupante; es, de hecho, lo que hacemos comúnmente,
cuando traducimos entre lenguajes o cuando nos hablamos unos a otros.
Pero se vuelve más preocupante, por supuesto, cuando se pretende que
el concepto de “lo salomónico” reemplace un fundamento trascendente,
teológico-político para las decisiones soberanas.
La segunda dificultad metodológica profundiza el dilema pragmático.
Digamos que conseguimos, mínimamente, diagramar alguna fracción de
los usos del nombre “Salomón” hacia 1615. Bien podríamos encontrar
que esos usos culturales no son coherentes, y que en realidad nunca lo han
sido. Recordamos la apócrifa Leyenda de Salomón, fuente de la controver-
tida tradición hermana que corre paralela a la historia de la sabiduría y la
prudencia de Salomón: la tradición que lo muestra hacer pactos diabólicos,
enloquecer, volverse una figura de hechicería e imprudencia. Entender qué
es “un nuevo Salomón” resultará mucho más difícil: no sólo no estamos
seguros de cuál es el sentido antiguo del nombre o concepto “Salomón”,
sino que la noción de lo “nuevo” o de la novedad de la figura antigua se
aplicará diferentemente a diversos usos del nombre: algunos aceptarán un
sentido escatológico cristiano, mientras otros no.
Nuestra tercera dificultad se refiere a los procedimientos que usaría-
mos hoy para determinar qué es o qué no es una figura de “Salomón” en
1615 o alrededor de esa fecha, o para determinar cuál es el principio de
coherencia que hace ejemplar al nombre “Salomón”. Es decir, nuestra di-
ficultad tiene que ver con los procedimientos que usamos hoy para decidir
qué hace de “Salomón” un concepto más que un nombre propio. Estos
procedimientos están irremediablemente vinculados con fantasías y pro-
tocolos contemporáneos que se refieren a la identidad, que falsifican, o al

151
El lugar de la literatura en el siglo XXI

menos alteran, el objeto histórico. La ínsula Barataria –como aquella otra


en la que puede estar remotamente inspirada: la isla Utopía– está ubicada
tanto en el siglo XXI como en la modernidad temprana, y en tiempos por
venir, y también en tiempos interpuestos que deslindan sus bordes.
Este aspecto anacrónico, carente de determinaciones temporales de
nuestras decisiones es profundamente perturbador. Cuando, por ejemplo,
este episodio de Don Quijote es traducido al inglés y al siglo XVIII, el
concepto de comunidad sobre el cual Sancho descansa cambia dramática-
mente. ¿Ya estaba presente en el texto de 1615 esta comunidad distinta?
La pregunta es mucho más difícil de responder de lo que podría parecer
a primera vista. Tómese la traducción al inglés y la dramatización de Don
Quijote que realiza Thomas d’Urfey en 1694, titulada The Comical History
of Don Quixote. La versión de d’Urfey de la escena baratariana prescinde
completamente de la analogía con Salomón, en parte para enfatizar la es-
tupidez de Sancho, su payasería. He aquí la escena en la cual Don Quijote
instruye a Sancho en la relación entre el pueblo y el soberano. La ofrezco
en el original inglés, y a continuación traducida:
Don Qu.: Your hat, Sancho your hat, ‘dsdeath, don’t you see they are all ba-
reheaded: Come, come look grave and speak after me, we’ll imitate· the Po-
lish Election, and give it them in Latin, ---Sit bonus Populus.
Sancho: Sit bonus Populus. (Speaks loud and Clounishly.)
Don Qu.: Bonus ero Gubernator.
Sancho: Bonus ero Gubernator.
They shout.
Duke: So then, since all things move in their right order, here now let’s part,
and bonos nocios Governour.
Sancho: The Governour is your Grace’s Footstool, my Lord.
(160-161)
DQ: El gorro, Sancho, el gorro. Válgame Dios, ¿no estás viendo que van to-
dos descubiertos? Venga, pon cara seria, y repite conmigo: haremos como en
la Elección polaca, y lo diremos en Latín: --Sit bonus Populus.
S: Sit bonus Populus.
DQ: Bonus ero Gubernator.
[Claman]
Duque: Pues como todas las cosas se mueven en el orden correcto, despidá-
monos ahora, y bonos nocios, Gobernador.

152
Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

S: El Gobernador es el taburete de Vuestra Alteza, señor mío.


En esta escena, d’Urfey presenta la relación soberano-súbdito en un
latín macarrónico, pronunciado por Sancho, quien –evidentemente sin
saber lo que dice– está imitando a Don Quijote, quien a su vez está imi-
tando, según sus propias palabras, “la elección polaca”. Es un momento
delicado. El latín de la “elección polaca” –diré más sobre lo que este análo-
go histórico podría ser en breve– es en sí mismo remedado en el juego de
palabras intralingüístico de los duques. “Bonos nocios”, dicen al Escudero
y al Caballero, y a los baratarianos, y quieren decir, en parte “buenas no-
ches”, pero una parte del público de d’Urfey también habría oído el eco de
nescios –necio– en “nocio”, las palabras española y latina para “ignorante”
o “tonto”. Este juego intralinguístico les desea al Caballero y al Escudero
buenas noches, se burla de su ignorancia, y además trae “correcto orden”,
un principio de soberanía cosmológica, al cuadro. Esta burla o tergiver-
sación hace del subjuntivo “sit bonus populus” –que podría toscamente
significar “en cuanto el pueblo sea bueno” o “si el pueblo fuera bueno”,
entonces el gobernador sería bueno– un futuro que dice: hasta el punto
en que el “populus” sea bueno, el soberano lo será también. Se hace que
esto dependa del “noscios”, de la necedad o estupidez, o mejor aún, de la
incapacidad de Sancho de entender lo que está diciendo; no en la medida
en que él es soberano, sino en la medida en que el Duque está creando –en
una suerte de colusión con Don Quijote– una comunidad de miembros
del público que observan cómo el público de dentro de la obra ridiculiza
a Sancho y al Caballero. No es, como en la obra de Cervantes, admira-
ción por la prudencia “salomónica” del ingenuo Escudero lo que produce
una identidad política general; es más bien el desprecio universal por el
Escudero, en tanto él no puede pronunciar, o entender, la fórmula de la
soberanía. De modo que la comunidad política aquí se duplica: el público
que ve la obra en la que el desconocimiento del latín de Sancho pone en
escena un principio de gobierno recíproco entre los súbditos que son bue-
nos y el soberano que también lo es. Y, por supuesto, la “elección polaca”
que el Caballero está imitando –una imitación prospectiva de eventos del
tardío siglo XVII– es precisamente el epítome, no del consenso político,
sino del disenso radical. D’Urfey recuerda, con un asombroso anacronismo,
la asunción como “elector de Sajonia” en 1698 de Federico Augusto I, que
escandalosamente requirió su conversión al catolicismo romano, es decir,
requirió la latinización del ducado protestante de Sajonia.

153
El lugar de la literatura en el siglo XXI

La payasería a nivel del lenguaje –latinizaciones, tergiversaciones y


glugluteos de idiomas– se vuelve impredecible al ser traducida al teatro,
al ser gestualizada y al adquirir la especificidad temporal de una puesta en
escena.9 Una reseña del notable Tony Aston de una escenificación de la
adaptación de d’Urfey, publicada en Londres en 1808 en The Cabinet, or,
Monthly Report of Polite Literature, observó que el actor que interpretaba a
Sancho, cuyo nombre artístico era Cave Underhill, “si bien no era el mejor
actor de los que allí había”, no tenía “rival en su seco, intenso, categórico
manejo de la baja comedia”. Esto, por supuesto, lo hace un excelente can-
didato para interpretar a Sancho, rol por el cual, junto con el del primer
cavador de tumbas en Hamlet, de Iacomo en El libertino, y algunos otros,
Underhill era famoso. El actor, al parecer, tenía cerca de cincuenta años en
ese momento, y tenía “aproximadamente seis pies de alto, una cara grande,
y [era] un poco más corpulento que quien escribe”, nos cuenta Aston. “Su
cara [era] muy parecida a la del Homo Sylvestris o Champanza: su nariz era
chata y corta, su labio superior muy largo y ancho, con una amplia boca
y una barbilla corta, una desagradable voz, y acciones torpes (a menudo
brincando con ambas piernas a la vez cuando se le ocurría algo jocoso, para
luego abrazarse a sí mismo al pensarlo). No podía interpretar un personaje
serio... y era el más limitado actor que jamás he visto. A duras penas pudo
declamar un breve discurso en latín de Don Quijote, en el que Sancho dice:
Sit bonus Populus, bonus ero Gubernator; palabras que Underhill pronunció:

Sh[it] bones and bobble ar[se]


Bones, and ears gobble nature

9
El tratamiento más bien laxo de d’Urfey del texto de Cervantes llevó a Pilon, el
autor de una adaptación de Barataria: Or, Sancho Turn’d Governor, A Farce in Two
acts (London: J. Almon, 1785), a explicar que “Solamente tres escenas del original
han sido conservadas, e incluso éstas fue necesario modificarlas materialmente y
enriquecerlas con adiciones para darles un aspecto nuevo y moderno. Marcado
por la admiración hacia el genio de Cervantes, quien escribe se ha mantenido tan
fiel a él como la naturaleza de la escritura dramática se lo ha permitido” (3). El
aspecto “nuevo y moderno” implica algunas drásticas modificaciones. Las escenas
de la corte de justicia son maravillosamente transformadas, por ejemplo: en la far-
sa de Pilon, las salomónicas decisiones de Sancho se vuelven los medios para que
el hambriento gobernador obtenga para sí vino y faisán y para apropiarse de los
sobornos que un contrabandista solía pagar a uno de los agentes.

154
Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

Que en castellano literal, sin atender a los juegos de palabras intradu-


cibles del original, podrían ser algo así como:
Mierda hueso menea culo
Huesos, y orejas engullen natura

Astón se ofende, pero no es claro exactamente por qué: ¿está actuando


Underhill particularmente mal, balbuceando o glugluteando la versión de
d’Urfey de las palabras de Sancho, o está actuando particularmente bien,
interpretando –con carnavalescos y divertidísimos efectos– el tipo de “pa-
yasería” que las acotaciones de d’Urfey exigen? Aún más difícil de determi-
nar es cómo funciona el esfuerzo de clasificar a Sancho: el escudero sería
un Homo Sylvestris, pero Champanza, el sinónimo aparente de Sylvestris,
que es una suerte de versión temprana del chimpancé, es una especie de
palabra compuesta, un híbrido o una quimera que mezcla al simio con el
nombre del escudero –Sancho Panza-Champanza–, como si Aston estu-
viera glugluteando y balbuceando el nombre del Escudero de la misma
forma en la que dice que Underhill balbuceaba o glugluteaba la traducción
–o versión– de d’Urfey de las palabras de Cervantes. Aquí es imposible
decidir si Aston está interpretando a Underhill interpretando la versión
interpretada de Sancho de d’Urfey, o si su latín, Sylvestris o Champanza,
simplemente por proximidad al nombre –Sancho Panza– pierde para no-
sotros, hoy, su precisión taxonómica y se vuelve (a pesar de sí mismo y a
pesar de nuestros mejores esfuerzos por mantener en orden la cronología y
la taxonomía –es decir, por mantener en su lugar las fronteras conceptuales
de lo que es “homo”–, humano, más antiguo) una suerte de lenguaje del
homo Sylvestris. La “redención” de Sancho por la payasería de una posible
puesta en escena futura, no es un valor futuro que podamos usar necesaria
o incluso predeciblemente para redimir el presente.
Todo esto es muy divertido, pero en realidad es mucho lo que está en
juego, porque lo que se está decidiendo es el estatus del animal humano.
(Un fantasma darwiniano ronda nuestra lectura de la pequeña escena de
Aston: Sancho Panza, el champanza, el chimpancé, valorado retrospecti-
vamente como el precursor evolutivo del animal humano. Por supuesto,
este fantasma darwiniano compite, para nosotros, con sus propios precur-
sores: fantasmas antiguos que establecen el mérito del animal humano en
contradistinción con los desméritos del primate, que meramente remeda
la percepción o la conciencia o el pensamiento, que carece de alma, que

155
El lugar de la literatura en el siglo XXI

no puede hablar, etc.). Y esta aparente indecidibilidad en la taxonomía-


cronología tiene una dimensión de complicación mayor. Cuando pregun-
tamos qué podría significar “Salomón”, qué función cumple el nombre
aquí, cómo funciona en la constitución del campo de la audiencia como
un campo político, estamos apuntando al momento en el cual la figura
de Salomón se liga al concepto de interpretación o traducción en cuanto
decisión: Salomón es una figura de la decisión prudencial, es decir que, en
relación a la sobredeterminación semántica de “Salomón”, en relación a lo
que “Salomón” quiere decir exactamente, y cuándo y por quién y con qué
consecuencias previsibles, tenemos que ser “salomónicos”, tenemos que ser
“nuevos” Salomones en relación a la estructura del “viejo” Salomón que es-
tamos leyendo en Don Quijote. Precisamente porque el nombre “Salomón”
está sobre y subdeterminado en sus usos, y precisamente porque toma su
sobre y subdeterminación a la vez del pasado y de su futuro, el lector o el
espectador queda en una posición en la que necesita tomar una decisión
soberana, una decisión taxonómica, para decir: “El nombre ‘Salomón’ tiene
como equivalente conceptual tal o cual dimensión de sentidos; puede ser
traducido de este y no de aquel modo a un concepto”. De este modo, pero
no aquel: una decisión soberana, un corte, un juicio, cuya autoridad reside
finalmente en el hecho intraducible de tomar una decisión. “Salomón” es
el nombre para la figura de la cual obtenemos el procedimiento soberano
usado para establecer el sentido y el valor de “Salomón”. “Salomón” es
también un concepto cuyos usos históricos evaluamos, taxonomizamos,
compilamos, interpretamos, en admiración y en desprecio, y que da como
resultado la comunidad política y el disenso radical, el hebreo antiguo de
la modernidad política y el latín polaco de la Elección teológica-política.
Permítaseme finalizar rápidamente. Mi apuesta en este ensayo era pen-
sar a través de tres preguntas relacionadas. ¿Cómo entendemos la forma en
la que una red cultural recibe, transforma y es transformada por una im-
portación: una nueva mercancía cultural, un nuevo teatrograma, un nuevo
gobernador, un nuevo término? También estaba interesado en entender
cómo podríamos comenzar a historizar lo que llamo el uso de segundo or-
den del concepto de traducción: aquellos usos de la figura de la traducción
para describir y regular el movimiento de materiales culturales entre mer-
cados y, de modo más general, a través de rutas comerciales. Finalmente,
estaba interesado en observar si la asociación de la traducción con la so-
beranía en la modernidad temprana nos brindaba formas de pensar acerca

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Soberanía o traducción: las decisiones de Sancho / Jacques Lezra

de la relación regulativa que el concepto de “traducción” de segundo orden


tiene con respecto a los usos de primer orden del término. He sugerido que
el teatro emerge como el espacio en el que la relación entre estos conceptos
se despliega, en el periodo de la modernidad temprana. Me he enfocado en
la forma compacta, sintomática en la que el nombre “Salomón” es usado
como una figura para traducir el lenguaje de la identidad religiosa y de la
conversión religiosa a un lenguaje político-económico, y para traducir la
figura literaria-cultural-política de Sancho al paisaje cultural de la ínsula
Barataria. La cuádruple complicación metodológica que he esbozado mo-
dela el concepto de la identidad soberana sobre cuyo defectuoso núcleo
la política moderna y la economía política moderna descansan: el camino
que lleva de Maquiavelo a Hobbes y de ahí a Weber y a Schmitt cruza la
ínsula Barataria, donde sus contornos, bordes y dirección serán im-perfec-
cionadas en el escenario cervantino. La escenificación que hace Cervantes
de las salomónicas, admirables decisiones de Sancho –escenificaciones que
se extienden en el tiempo hacia el pasado y hacia el futuro, al momento
en el que el estatus taxonómico del animal humano está siendo decidido
en términos científicos antes que religiosos– es constitutiva de la relación
entre el buen súbdito y el buen soberano. El bruto se transforma en Bruto,
o Salomón: que cada bruto podría transformarse en Bruto, pueda transfor-
marse en Bruto o Salomón, esta es la fantasía del gobierno republicano en
la modernidad. Pero ya no servirá erigir nuestra república hipotética sobre
el nombre conceptualizado de “Bruto”, volviendo al bruto el fundamento
de la republica, del mismo modo que tampoco servirá levantarla sobre la
conceptualización de “Salomón”: un Bruto, que esconde el dorado heroís-
mo de la virtud republicana, será indistinguible de otro, que conspira para
asesinar a César en nombre de la república: Et tu, Brute? Un Salomón, que
gobierna con sabiduría, de otro, demente y guiado por sus pasiones. La
fórmula o el imperativo de decisión im-perfectiva de Cervantes –“no aca-
bar de determinarse”– ofrenda y moldea la fantasía de gobierno republica-
na distribuida, y la sujeta en el mismo golpe a una dura contrafactualidad.
La futura puesta en escena de una decisión soberana, así como también el
sobredeterminado sistema de valores del pasado; la heroica escatología y
crematística del gobierno en la modernidad: ellas están siempre abiertas a
la traducción errónea, a ser tergiversadas, puestas en ridículo, remedadas:
cada Bruto se vuelve brutal, se vuelve champanza. Esto: la república de
brutos bajo la decisiva mano de Salomón. Gobernar e interpretar suponen,

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El lugar de la literatura en el siglo XXI

en la modernidad cervantina, asumir como la condición de las relaciones


políticas lo que Barataria dramatiza como el espectáculo de intolerable in-
determinación: No acabar de determinarse.

Traducción de Rodrigo Zamorano

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