Está en la página 1de 204

La Noche

en el Bolsillo
La Noche
en el Bolsillo

MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ


Primera Edición Night Sun Ediciones: Agosto 2014
© Mirtha González Gutiérrez, 2014
© Diseño de Cubierta Night Sun Ediciones

Queda prohibida cualquier forma de reproducción,


distribución o comunicación pública de esta obra sin el
permiso escrito de la autora.
CONTENIDO

Agradecimientos i

1 Noche Primera 5

2 Noche Segunda 25

3 Noche Tercera 47

4 Noche Cuarta 63

5 Intermedio 75

6 Noche Sexta 80

7 Noche Séptima 97

8 Noche Octava 10
6

9 Noche Novena 12
4

1 Noche Décima 13
0 3
Noche
1 Undécima 14
1 5

1 Ultima Noche 18
2 1
Sobre la Autora
19
6
AGRADECIMIENTOS

Insert acknowledgments text here. Insert


acknowledgments text here. Insert acknowledgments
text here. Insert acknowledgments text here. Insert
acknowledgments text here. Insert acknowledgments
text here. Insert acknowledgments text here. Insert
acknowledgments text here. Insert acknowledgments
text here. Insert acknowledgments text here.

i
Solo en la noche se cree a veces conocer el
camino.

RILKE

3
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

4
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE PRIMERA

“No rompas el silencio de esa quietud

que no
es
precisamente
soledad”.

POE

Cuando las luces se apagan, voy al encuentro


de la noche. No siempre ha sido así. Antes me
quedaba tranquila en la cama, escuchando las
voces del sueño a mi alrededor: el estornudo
de Thais, las peleas de Rebeca, los murmullos
de Estela. El tiempo pasaba muy despacio,

5
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

como si también se diera un respiro después


del ajetreo diario. El dormitorio era un gigante
de muchas gargantas, haciendo sonidos
diferentes con cada una para alejar el silencio.

Ahora me escurro sin hacer ruido, bajo las


escaleras y miro desde el descanso para ver si
descubro al profesor de guardia. La suerte es
que casi siempre les gusta quedarse en la
oficina de la Secretaría. Camino pegada a la
pared hasta alcanzar los escalones que van al
campo deportivo y ya puedo andar más libre.
Cuando dejo atrás la primera hilera de matas
de naranja es como si cruzara la frontera de un
país imaginario donde puedo ser de verdad
quien soy. Me siento siempre en el mismo
lugar: no es muy oscuro ni tan lejos. La
oscuridad me da un poco de miedo. En el suelo
tengo unos cartones que uso como asiento. A
veces llego y no están. La suerte es que hoy no
ha llovido y la tierra está seca. Dentro del
edificio me ahogo de noche. Por el día todo es
diferente.

6
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

La musiquita para levantarse es la


misma que se oye en las estaciones de trenes
al anunciar una salida. Al menos, a mí me lo
parece. Me apuro en levantarme porque si
demoro cinco minutos en llegar al baño lo
encuentro repleto y es mucho trabajo
cepillarme los dientes con los brazos pegados
al cuerpo, porque hay seis pilas de agua y el
triple de gente. Remoloneo un poco para llegar
al fondo, donde están las taquillas de la ropa
de campo. Allí sí me gusta estar acompañada,
por lo de las ranas. A las muy desgraciadas
les encanta meterse en las botas. De pensar
que puedo tocar una con la mano, me da
escalofríos. Antes no les tenía tanto miedo,
pero ahora sí. Después de andar por los
surcos deshojando plátano, me dan pánico.
Agarras una hoja seca, la estiras para cortarla
y lo mejor que puede pasarte es ver a alguna
pegada al tronco, como si estuviera dormida.
¡Tan hipócritas! Eso es haciéndose las bobas,
porque de pronto saltan y se pegan en
cualquier parte: la mano, el brazo… Cuando
pienso en eso me erizo. En esta escuela no

7
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

hay plátanos, pero en el albergue entran las


ranas. En el campo no se ven: ni en las matas
de naranja ni en las de toronja. Rebeca no les
tiene miedo, pero es muy dormilona. A veces
no desayuna y va para el matutino sin
peinarse, con las trenzas que parecen
alambres torcidos y despeluzados. Cojo las
botas. Nada. Me las llevo para ponérmelas en
la cama de Yiya, porque yo duermo en la litera
de arriba. Estela me apura para que vaya con
ella a la cocina antes del desayuno. Cuando
está el turno de Elías, el cocinero, o Fefa,
podemos tomar café. Vamos a escondidas por
la puerta del fondo, porque a los alumnos no
les dan café. Luego nos sentamos en la
escalera de atrás para que ella se fume un
cigarro. Aquí no dejan fumar, pero Estela tiene
tremendo vicio. Hay profes que se hacen los de
la vista gorda con los fumadores, como el
químico, pero otros son tremendos pesados:
quitan el pase y amenazan con ponerlo en el
expediente. Esa es una de las cosas que no me
gustan: se pasan la vida amenazando con
cualquier cosa. ¿Será que esa gente nació con

8
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

un defecto? Los más brutos son los más


pesados, debe ser porque quieren congraciarse
con Chuchú. Este Chuchú es un personaje,
además de ser el director de la escuela. Pero
no es por ser el director, sino porque se cree
que está bueno y que todas las chiquitas se
mueren por él. Total, es para alardear, porque
se supone que los profesores no pueden ser
novios de las alumnas. El curso pasado
botaron a uno porque estaba con Lolita. El día
que se iba con su mochila al hombro, salimos
al pasillo del edificio docente y se veía triste. A
la semana, en la recreación, ya Lolita estaba
sentada en el banco más oscuro con Julio, el
del grupo treinta y uno.

Pero estaba hablando de Chuchú.


Xiomara y Belkys se van a derretir un día. Hay
que ver cómo se mueven cuando pasan por el
pasillo central y él está frente al comedor. El
mejor de los días se desarman, o les tienen
que poner un yeso en la columna. A mí no me
gusta. Antes de hablar él coge aire y la voz le
sale como si recitara. Cuando lo ve Gerardo, el

9
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

oso, dice: “se levanta el telón”.

Siento un sonido familiar. Son gotas de agua


que rebotan en las hojas. Está lloviznando.
Corro hasta la caseta donde se guardan las
herramientas. Es de madera, pero las tejas de
zinc forman un alero. Ya la llovizna es
aguacero, con rayos y truenos. Puedo ver que
se apagan las farolas de la escuela. Lo que me
faltaba, ¡un apagón! Esto es tan oscuro que de
pronto no sé si estoy por el lado de la puerta.
Tanteo las tablas porque a veces olvidan
ponerle el candado. Esta es la argolla; no
siento el candado, pero siento otra mano y
quito la mía enseguida. Una voz desconocida
me tranquiliza.

—No te asustes. ¿Eres de la escuela?

—¿A ti qué te importa? —le pregunto,


bastante molesta.

Él, porque es varón, responde tan


amablemente que me avergüenzo. También

10
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

tiene una voz lindísima.

—Chica, no quiero saber quién tú eres, ni por


qué estás aquí. No te voy a comer: no hay luna
llena ni soy el hombre lobo. Mejor vemos si
podemos entrar, porque estamos
empapándonos.

Me quedo callada. Lo último que esperaba era


encontrarme con alguien. Yo, que vengo para
estar sola, mira qué me encuentro. Verdad
que a quien no quiere caldo, no le dan tres,
sino como veinte tazas. Él logra abrir la puerta
y entramos. El espacio libre en la caseta es
poco. Nos sentamos en el suelo, sin hablar.
Cruzo las piernas, pero el pantalón de dormir
está mojado y frío. Las estiro y choco con su
pierna.

—Disculpa, no quise tocarte —dice enseguida,


y siento cómo se corre hacia atrás.

Por unos minutos no hablamos. Solo


escuchamos el golpeteo de la lluvia en el
techo. Me siento traicionada. Siempre he sido
dueña de este lugar por la noche. Él es un

11
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

intruso. ¿Qué puede hacer este chiquito aquí?


No será otro que huye del albergue por la
madrugada. ¿O sí? Otra vez me habla:

—A veces vengo aquí para estar solo. Estos


días han sido insoportables. No tuve
tranquilidad en mi casa, el fin de semana.

Ahora quiere hacerse el simpático y sigue


hablando sin parar. El problema son sus
padres. Una cosa muy normal: los padres,
casi siempre, son un problema.

—No es que ellos se llevaran bien. Mami es


bastante peleona, pero yo la entiendo. Tiene
que ocuparse de la casa, llega tarde del
trabajo, mi hermano se pierde y a veces ni
sabe por dónde anda. Mi papá no llega antes
de las diez u once de la noche. Los oigo
discutir desde el cuarto. Mi papá es quien alza
la voz y ella le pide que hable bajo, por
nosotros y por los vecinos. Ya estábamos
acostumbrados a eso, bueno, es un decir, a
eso nadie se acostumbra: da un poco de
miedo. Pero ahora le dio por beber. El sábado

12
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

llegó hecho una fiera. Tiró las cazuelas al piso,


peleando porque la comida estaba fría. Mami
se fue al cuarto y cerró la puerta por dentro.
No pude aguantar y le dije que se fuera y nos
dejara tranquilos. Fue como si le hubieran
dado un corrientazo. «¡Mi propio hijo!»,
gritaba, «¡mi propio hijo botándome de la
casa!» Abrió la puerta y se fue. Cuando vine,
todavía no había virado. El domingo mi mamá
tenía los ojos tan hinchados de llorar, que le
molestaba la claridad. Yo creo que ya él no la
quiere.

Me da pena. Debe sentirse muy mal cuando le


cuenta esas cosas a una desconocida. Yo, la
desconocida, no sé qué decir. A mí no me
gusta que la gente me tenga lástima, por eso
no cuento lo mío. A él no lo conozco y no sé si
le gusta que otro opine. Otra, en este caso, lo
cual puede ser peor. A los varones no les
gusta que una esté opinando sobre su vida.

—Te quedas callada —me dice.

—Es que no sé si quieres mi opinión o solo

13
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

desahogarte. Yo hablo en el baño cosas que no


me atrevo a hablar con nadie, y después me
siento mejor.

Se ríe. Su risa es tan bonita como su voz.

—Pero tú no eres una pared ni un lavamanos.


Eres una persona. Es cierto lo que dices:
hablé para desahogarme. Tengo ese peso
dentro de mí hace días y no me he atrevido a
hablarlo ni con mi mejor socio, digo, amigo.

Lo sentí confundido. A mí no me molesta que


hable como todos los muchachos. Mi socio,
asere, o lo que sea. Me he acostumbrado a
oírlo, aunque yo no hable así. Él es educado,
se ve. Parece que notó cómo soy yo. ¿Cómo
puede ser, si no hace media hora que nos
conocemos? Tal vez por la forma en que hablo.

—Yo puedo entender lo que sientes, aunque


no por lo mismo. Vivo sola con mi mamá, ni
siquiera me acuerdo de mi papá.

—Por lo menos, así no sufres las discusiones.


¿Tu mamá no se ha casado otra vez? —

14
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

pregunta.

—No, pero tampoco creas que eso es mejor.


Siempre tienes que explicarlo en la escuela,
porque ni siquiera tengo un tío que pueda
hacer pasar por mi papá. Además, ella se
siente sola. No me lo dice, pero veo cómo se
revisa la cara en el espejo. Cuenta cada
arruga nueva. Le preocupa ver cómo se hace
vieja sin enamorarse de nuevo. También sé
que no es por la compañía, sino por el amor.
Siempre hay que contar con el amor.

Vuelve el silencio.

—¿Le tienes miedo a los hombres?

Suelta la pregunta y me coge por sorpresa.


Después me da rabia, ¿qué piensa este?
Parece que se cree muy hombre.

—No les tengo miedo. ¿Por qué iba a tenerlo?

Se da cuenta de que me puse brava, pero no


se burla; se disculpa.

—No lo dije por malo. Como me hablaste así,

15
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

tan áspera, cuando nos tropezamos hoy…

—Pero no fue por miedo. Vengo aquí para


estar sola y nunca me había encontrado con
nadie. Me molesté.

—Pues ha sido una casualidad, porque yo


vengo a veces. ¿Eres tú la que se sienta en los
cartones?

Tiene gracia. Entonces es él quien los quita.


No le contesto, pero tampoco hace falta.

—Está bien, no contestes. Tú eres de décimo,


¿no?

Este se responde solo y se las da de


sabelotodo.

—No voy a decirte. De todas maneras, a lo


mejor ni nos vemos más.

Se rió de nuevo. ¡Qué manía! Es un pesado.


Pero parece que me leyera el pensamiento.

—Me río porque hoy tampoco nos hemos visto.


No sé ni de qué color tienes el pelo.

16
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Mejor. Voy a describirme para que me


conozcas: tengo el pelo azul, la piel verde y
dos antenitas en la frente —le respondo y
ahora soy yo quien se ríe.

—¡Ah!, si es graciosa también. Ahora resulta


que eres extraterrestre, mejor, porque si de
verdad eres de la escuela, aunque ahora no
sepa quién eres, alguna vez nos veremos.

—Sí, pero no sabremos que somos nosotros.


Ni siquiera sabemos nuestros nombres.

—Es verdad. Sabes, me pasa algo contigo.


Siento como si te conociera desde siempre, es
una sensación rara.

—No eres original —le respondo—. Eso lo


dicen todos los varones para entrar en
confianza.

Aprovecho para decirle que es un poco


peliculero. ¿Será como Chuchú, que se cree
un actor? Él lo niega, pero sigo creyéndolo.
Debe ser de doce grado, que se dan lija y
miran a las hembras por encima del hombro;

17
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

de

los que quieren tener dos o tres chiquitas de


la escuela atrás de ellos y una del barrio para
el fin de semana.

—¿Quién eres, acaso un rubio de esos con


ojos verdes, tipo película norteamericana, al
estilo de Brad Pitt o quizás un Tom Cruise...?

Vuelve a reírse. ¿Será que a una le puede


gustar un muchacho solo por cómo se ríe?
Porque cuando lo oigo reír me da un
escalofrío, pero no de fiebre, es una cosquilla
por dentro, un no sé qué.

—Si me vieras, te morirías del susto, así que


mejor hacemos un trato. Me gusta hablar
contigo, aunque no te vea. ¿Por qué no nos
vemos aquí, de vez en cuando, para
conversar?

—¿Encontrarnos? En primera, me arriesgo a


venir sola, pero si me descubren algún día, no
es lo mismo que me encuentren aquí con un
muchacho. Nos expulsan de la escuela si nos

18
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

encuentran juntos.

—Entonces eres cobarde —me dice él, muy


fresco.

—¿Cobarde? No, en todo caso, precavida.


Además, ¿quién nos va a creer que venimos
aquí por la madrugada a conversar, sin ser
novios ni nada de eso?

—Nosotros lo sabremos —contesta él y luego


agrega, un poco zorro—; aunque si la
dificultad es no ser novios, podemos serlo.

Ahora sí hubiera querido matarlo. ¿Quién


piensa este que es?

—Para empezar, no te conozco, y además no


sé si cuando te vea me vas a gustar, y para
tener novio, tendría que estar enamorada. Así
que nada de encuentros.

Él trata de convencerme, no del noviazgo, sino


de las citas.

—Mira, tú dices que siempre vienes al mismo


lugar. Nos podemos encontrar aquí en la

19
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

caseta, pero quien llegue primero se sentará al


fondo y el otro, al lado de la puerta. ¿Te
parece interesante? Tú pareces una muchacha
romántica: te propongo una cita de voces.

Entonces imagino cómo pudiera ser. Al llegar,


revisaríamos la argolla del candado de la
caseta y si estuviera libre, quiere decir que el
otro no ha llegado, así que pondría una ramita
de naranja e iría a sentarse al fondo. El
segundo en llegar se quedaría junto a la
puerta. El arreglo es bueno pero un poco cursi,
pero se lo propongo y él acepta. No puede ser
de doce. Estas boberías de encontrarse, como
en una novela, no las aceptaría. Se asoma por
el hueco de la puerta y todo sigue oscuro.

Ojalá no se despierte Estela, que es una


lechuza, y vea que no estoy en la cama. Nunca
me he quedado aquí tanto tiempo. Es capaz de
dar la alarma, hacer que llamen a los
bomberos, a la policía y a una ambulancia. Ni
siquiera ella sabe que vengo aquí. Hasta hoy,

20
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

este fue mi secreto.

Ahora le hablo de Estela. Es bastante rara,


pero también muy buena. Le cuento del día en
el punto que vimos a un viejito vender
periódicos y ella buscó en su bolso hasta la
última moneda y compró como cuarenta.
Cuando vi que los repartía, pensé que estaba
loca. Luego me dijo: «Cada vez que veo a un
viejito vendedor de periódicos quisiera tener
dinero para comprárselos todos».

Él opina diferente. Dice que comprar todos los


periódicos no resuelve ningún problema, no
debería haber viejitos que vendan periódicos
para ganarse la vida.

—Bueno, las personas a esa edad reciben una


pensión —le respondo yo—, pero tú no sabes
cuál es la situación que tienen en su casa. A
lo mejor no les alcanza el dinero y no tienen
hijos que se ocupen de ellos.

—O los tienen y no se ocupan —opina él—,


pero mira, mientras haya personas como tu
amiga, hay esperanzas. ¿Cómo se llama ella?

21
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Por poco caigo en la trampa. Me doy cuenta de


que si le digo el nombre de Estela podrá llegar
a mí, así que no se lo digo.

—Eso también es un secreto —respondo.

Con la opinión sobre los vendedores de


periódicos parece hasta un poco filósofo. ¿Le
gustará leer? Averiguo.

—¿Te gusta leer?

—Sí, aunque en la escuela no tengo mucho


tiempo. A veces leo a la hora del autoestudio.

Cuando le pregunto qué lee, me sorprende su


respuesta.

—Leo de todo. Desde novelas de Agatha


Christie hasta biografías y novelas históricas:
Verne, García Márquez, Padura...

—Entonces no te gusta la poesía —concluyo


—, ni los escritores de ahora.

—¿De ahora? Poco. Tengo un amigo poeta y sí


leo lo que escribe. Pero no leo cosas raras.
Ahora a veces encuentras una novela y parece

22
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

un experimento de química. Entonces no me


dan deseos de leerla.

Una claridad repentina se filtró por las


rendijas de las tablas. En un arranque de
temor le tapé los ojos.

—Ahora podrías verme y ese no es el trato.

Pone sus manos sobre las mías.

—Me estás apretando mucho los ojos. Te


prometo que no voy a mirar cuando te vayas.
¿Me crees?

—Te creo —le digo—, pero antes de irme nos


inventamos los nombres.

—Yo sé cuál te pondré a ti. Como te encontré


en medio de la noche voy a llamarte Luna.
Quizás Luna Triste.

—Me gusta. Parece un nombre en lengua


aborigen. Pues yo te diré Merlín, que es el
nombre de un mago —digo y quito las manos
de sus ojos.

23
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Salgo tan rápido de allí que en el camino me


doy cuenta de que no aproveché mi
oportunidad para mirarlo a él. Solo pude sentir
su respiración muy cerca cuando le tapé la
cara. Estoy tan nerviosa que apenas me
escondo para entrar en la escuela, pero nadie
me ve. En el pecho siento campanadas en vez
de latidos y todavía escucho su voz diciendo:

—Adiós, Luna Triste.

24
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE SEGUNDA

Nadie sabe que yo escribo a escondidas. Hay


que cuidarse de los mirones y escondo las
hojas en el fondo de la maleta. Si vieran lo que
escribo se reirían de mí. ¿Por qué se me habrá
ocurrido llamarla Luna Triste? Cuando sentí
sus manos en mis ojos hubiera querido
besárselas, pero entonces a lo mejor no hubiera
vuelto a verla, bueno, a hablar con ella, aunque
no estoy seguro de que sigamos
encontrándonos. Ella es de esas muchachas
disciplinadas a quienes les cuesta hacer algo
que esté prohibido. Me imagino el doble

25
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

esfuerzo que hace para escaparse por la noche:


para que no la sorprendan y para vencer a su
conciencia.

Hoy amanecí con una erupción en todo el


cuerpo y me trajeron a la enfermería. Pensaban
que era sarampión, pero debo estar intoxicado.
Anoche comí pescado y no puedo comerlo, pero
tenía tremenda hambre.

Mientras los demás están en las aulas yo estoy


en la cama, solo. Cuando se está solo hay
demasiado tiempo para pensar, como ahora.
En este tiempo quien más acude a mi mente es
ella. ¿Podrá una persona removerlo a uno por
completo como me ha pasado a mí? Siempre he
sido de la manera más normal posible. Eso de
ser normal, para mí, quiere decir hablar como
la mayoría de la gente que anda conmigo, en la
escuela o en el barrio. Claro, eso significa
hablar como quiera, decir malas palabras,
hacerse el duro…, pero ahora eso tiene otro
significado. Creo que ser así me va a apartar
de ella, y eso no lo quiero. Nunca había sentido
lo que sentí cuando puso sus manos en mi

26
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

cara. Fue un corrientazo, no sé. He tenido un


montón de novias y ninguna me ha hecho
preguntarme si ser como soy está bien o mal,
pero con ella es distinto. Casi no la conozco y,
sin embargo, no parece el tipo de chiquita que
pueda estar con uno como yo. Ella tiene más
que ver con el guanajo de Tony que conmigo.
Ese tiene tremenda finura para todo, se dedica
a estudiar y a leer. Pero yo no me la puedo
sacar de la cabeza. Ahora voy a escribir sobre
ella. Después, esto se llena de gente. No seré
un escritor famoso, pero cumpliré el sueño de
mi Luna haciéndola protagonista de una
novela, y la voy a llamar por ese nombre,
aunque no vaya bien con la historia. Claro, el
personaje de ella será diferente. Eso no quiere
decir que quiero cambiarla. Me gusta así,
distinta a mí.

No sé qué hora es cuando oigo la voz de


Nápoles gritando mi nombre y nada más me
da tiempo para esconder las hojas debajo de la
almohada.

27
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¡Eh, mírate! Estás flojito, mi socio, ¿qué es


eso de estar intoxicado y tomando pastillas,
asere? —me dice—. Acuérdate de que esta
noche viene la niña esa que te quiero
presentar. No vas a seguir en la cama, ¿no?

Me hago el grave, para que no piense otra


cosa.

—Compadre, estoy embarcado. Me fui a parar


de la cama y por poco me caigo, tremendos
mareos. Tengo que esperar a la enfermera a
ver si puedo salir de aquí. Si me voy es
tremendo lío. ¿Te acuerdas de cuando te
intoxicaste con el abono aquel y te llevaron al
hospital?

Por suerte me acordé de la vez que él estuvo


ingresado hasta con sueros porque casi se
envenena, haciéndose el bárbaro sin ponerse
la máscara para regar un abono supertóxico.

—¡Ni me lo recuerdes, mi hermano! Por poco


me voy directo a la tumba por respirar aquello.
Es verdad, eso es tremendo lío.

28
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Por desgracia, tengo que aguantarle a Nápoles


sus historias y, para colmo, se me aparecen
luego el Pincho y el Bala, porque las clases se
acabaron y vienen a hacer tiempo aquí como si
fuera una visita al hospital.

Yo me pongo inquieto. No puedo seguir


escribiendo, ni puedo levantarme, no vaya a
ser que siga con el cuento de la chiquita o
toquen la almohada y se caigan las hojas.

Me salva la campana, porque la enfermera


llega y saca a los tres del cuarto. Como es hora
de comida no les cae tan mal la expulsión.

El Pincho se vuelve en la puerta y grita:

—¡Venimos más tarde! —y en vez de un


anuncio, parece una amenaza.

Salen y espero todavía para sacar las hojas. La


seño está en la enfermería.

Es ella quien viene ahora a revisarme.

—No te asustes. Solo quiero ver la erupción de


la espalda y los brazos, a ver si has mejorado

29
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—mira cada roncha y las toca con la yema de


sus dedos—. Mañana tendrás que ir a ver al
médico. Necesitas un tratamiento más fuerte.
Se lo dices a la enfermera que entra a las siete
de la noche, aunque lo voy a dejar escrito
cuando me vaya.

Veo que tiene un libro que sobresale del


bolsillo de la bata que usa y le pregunto cuál
es.

—¿Te gusta leer poesía? Este es de Neruda —


lo saca del bolsillo y me lo enseña—: Veinte
poemas de amor y una canción desesperada.
Mi preferido es el poema 20.

—Es el más popular —le respondo yo—, pero


yo siempre leo el 6 y el 12. Claro, es bueno el
20 y también el 15.

Ella ríe, con bondad y un poco de sorpresa.

—Debes haberlos leído muchas veces para


recordar sus números, o tal vez tengas muy
buena memoria, ¿no?

30
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Un poco de cada cosa —respondo, mientras


ella tuerce los ojos con picardía y mira su
reloj.

—Casi es hora de irme. No olvides tomar la


tableta de las ocho.

Pasa por las camas vacías y estira las sábanas


para borrar las arrugas, y me dice al salir,
guiñando un ojo:

—¡Ah! Puedes imitar a Neruda y “escribir los


versos más tristes esta noche”. Hoy es día 20.

Después que ella se va quedo solo. Faltan unos


minutos para que la otra llegue hasta aquí,
porque primero se quedan un tiempo en la
habitación de al lado, contando instrumentos y
medicamentos, además de contarse los
chismes del día.

Yo, por mi parte, pienso en ella. Todo me la


recuerda. El poema 15 viene a mi memoria.
«Eres como la noche, callada y constelada. /Tu

31
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

silencio es de estrella, tan lejano y sencillo».


Diera cualquier cosa por ir a verla esta noche.
Hablar con ella me da mucha tranquilidad y
puedo respirar su olor, a yerba mojada.
Diciendo eso comprendo que algo de ella me
recuerda una planta conocida, pero no sé cuál
es en este momento (¿la albahaca?).

Oigo a la seño que se va y después el ir y venir


de la que entra. El trajín se interrumpe y me
llega la voz de una alumna dando las buenas
noches. Desde aquí tengo un puesto de
escucha privilegiado. La muchacha dice que
convenció a su amiga para venir a la
enfermería. El problema es que a la otra le
cuesta trabajo dormirse a la hora del silencio.
La amiga protesta. Dice que ella siempre
duerme poco y no cree que eso sea malo, pero
todos le insisten en que eso no es normal.
Cuando oigo la voz, me paralizo. ¡Es ella! Esa
es su voz. Tengo que salir a verla. Me siento en
la cama y busco rápido la camisa para ir hasta
allá con cualquier pretexto, aunque sea a
pedirle agua a la enfermera. Camino rápido

32
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

porque ya oigo desear unas buenas noches en


el aire y tengo la mala suerte de llegar cuando
la puerta se cierra detrás de las muchachas.
La enfermera me saluda y aunque llego hasta
la puerta y la abro, solo alcanzo a ver dos
sombras que desaparecen en las escaleras del
dormitorio de las hembras.

—Pensé que era Anamari —le digo a la seño,


para disimular—, pero creo que era Lourdes,
¿no? —pregunto, a ver si me dice el nombre de
la visitante.

—Si supieras, como al final no le di ningún


medicamento no anoté su nombre.

¡Qué mala suerte! Y para más desgracia, esta


seño es nueva, así que no puedo seguir
preguntando. ¡Haberla tenido tan cerca y no
verla! No puedo creer en esa bobada del
destino, pero todo conspira para que siga sin
saber quién es. Lo peor es que hoy no puedo ir

33
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

por la noche a nuestra cita. Claro, seguro ella


irá y hasta le gustará estar sola. No puedo
escapar de aquí sin más ni más. Trato de
escribir y no me sale una línea.

Para completar la noche llega la simpática de


Mariela, con sus uñas largas por delante.

—¡Ay, mi amorcito, en cuanto supe que


estabas aquí vine a verte! Pensar que estás tan
solito y tan desamparado así.

—Hola —le contesto a su babosería—, pero no


estoy solo ni desamparado. Solo estoy
intoxicado y, que yo sepa, eso no es
enfermedad grave.

—¿Qué dices? Cuando te intoxicas, tienes la


sangre envenenada. Además, se te hincha todo
por dentro, se cierra la garganta y no puedes
respirar. En una novela que leí, la
protagonista se muere asfixiada.

Vaya, vaya. A esta bruja nada más le falta la


escoba, pero yo sé cómo hacerla rabiar.

34
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Mariela, no me había fijado, ¿se te está


cayendo el pelo? Cualquiera diría que el tinte
ese te hace daño. ¿Por eso te pelaste así, tan
corto?

Se pone roja como un tomate. Di en el blanco,


pero se hace la desentendida.

—¡Qué cosas tienes! —se levanta el pelo con la


mano—. Este corte es el último grito en
Europa. Así lo están usando las modelos.

—Es una pena que no estemos en Europa,


porque aquí se ve raro.

Antes de que responda abro la boca como un


rinoceronte y no tapo el bostezo, con toda
intención.

—¡Niño! Nunca te había visto tan mal educado


—dice y hace una mueca ridícula.

—Discúlpame, pero me inyectaron y tengo


mucho sueño. Los ojos se me cierran.

El mensaje le llega.

35
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Está bien, me voy. Si al final, vine a hacerte


compañía y mira con lo que sales.

Da media vuelta y me libro de ella. Al poco rato


oigo el ding dong del silencio y poco a poco se
acaban los ruidos. La enfermera viene a
apagar la luz y me da las buenas noches pero,
por si acaso, me hago el dormido. Luego siento
que ella sale y me levanto a espiarla. Oigo su
taconeo por el pasillo aéreo hasta el edificio
docente. Eso quiere decir que va a la
Secretaría. ¿Quién será el profesor de guardia
hoy? Es martes, así que es Carlos, el
matemático. Es buena gente, habría que ver
cómo es si lo coge a uno fuera de la escuela. Lo
malo es que yo salga y la seño venga a dormir
y cierre la puerta. Total, voy a arriesgarme. Ir
allá es la única forma de encontrarme con ella.
Con Luna Triste.

Me levanto y voy hasta la puerta, pero parece


que me demoré mucho porque cuando voy a
salir, alguien gira el picaporte. No me da tiempo
a regresar a la cama. La enfermera me
sorprende.

36
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—¡Eh! Cuando fui a verte estabas durmiendo.


¿Te sientes mal?

Qué mala suerte. Invento al instante.

—No, seño. Tengo sed.

En el vaso de agua se ahoga mi esperanza de


verla esta noche.

He llegado hasta la puerta del encuentro y no


veo ninguna hoja en la argolla del candado, así
que no ha venido. Corto una ramita y la cuelgo,
por si viene. Hoy no podré estar mucho tiempo
aquí. Ya el otro día cuando entraba al albergue
me vio Marta y le inventé que no podía dormir y
había salido al pasillo a coger un poco de
fresco. Me miró con ojos de no creerme, pero
como Estela, Rebeca y yo somos las lechuzas
del albergue, no llegó a contradecirme.

Pienso en él. De verdad es incómodo no poder


pensar en él con un nombre, pero es mejor así.

37
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Por otra parte, no me gustaría que empezara a


andar detrás de mí en la escuela. En primer
lugar por Juan Carlos, que siempre está
conmigo, y aunque no se atreve a decírmelo, sé
que le gusto. No quiero que se aleje por
cualquier gracioso de esos de doce, que al final,
se buscan una novia cada semana. Además de
ser mi compañero en el ping-pong. Es curioso.
Siempre el deporte que me ha gustado es el
voli, pero desde que él me enseñó a jugar,
podemos estar horas jugando y no me aburro.
¿Cuál deporte le gustará a mi Merlín? Esa es
otra de mis historias favoritas. A veces me
fascino con los personajes y es como si me
enamorara, solo que en este caso es diferente,
porque se supondría que otros, como Arturo, me
llamaran más la atención. No es así y yo sé por
qué. Merlín es más inteligente, seguro de sí, y
yo tengo debilidad por los muchachos
inteligentes. Eso me impresionó de mi Merlín
nocturno, su inteligencia. Habría que saber si
la usa para bien. En mi caso, pudiera utilizarla
para hacerme caer en la trampa de ser su
novia y burlarse de mí. Gilberto dice que yo

38
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

estoy loca. Me siento junto a él en el aula para


controlarlo, porque se la pasa escapándose de
las clases. También se duerme a cada rato y yo
lo pellizco. A veces se me va la mano y lo
araño. Es tan bueno, que nada más se ríe y me
enseña las marcas: «Eres una fiera, ¿lo
sabías?» Pero de ahí no pasa. Claro, también
tiene su venganza. Cuando me entretengo
viene por detrás y me hinca los dedos, a la vez,
en los dos lados de la cintura y salto, porque
me hace cosquillas, mientras él grita: «El salto
del ángel.» Sinvergüenza que es.

De pronto reacciono. ¿Cuánto tiempo llevaré


aquí? Creo que es muy tarde y no va a venir.
Mejor me voy para el dormitorio. Ya me
extrañaba a mí que se prestara para este
juego. Estaba ilusionada pensando que sí
vendría. ¡Qué boba soy!

Regreso despacio. Todavía queda alguna


esperanza y creo que voy a verlo venir. Me
espera una sorpresa. Cuando estoy subiendo
las escaleras alguien me llama.

39
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¡Alumna!

Me quedo helada. Es la voz de un profesor,


debe ser el de guardia.

—Dígame —alcanzo a contestar, muerta de


miedo, mientras vuelvo la vista. Es un profesor
de mi grado. El matemático. Tiene la cara
bastante seria.

—¿Puede explicar qué hace a estas horas


fuera del dormitorio?

Él está en los bajos de la escalera y yo estoy


más arriba, justo en el descanso del segundo
piso. Le respondo con una voz de muerta que
ni yo misma me reconozco. Él, por supuesto,
no me oye.

—¿Qué dice? Hable más alto, por favor.

—Que tengo mareos y salí a coger aire. Me


siento muy mal —repito, ya con gran esfuerzo
y sintiendo mareos de verdad, pensando en la
comisión disciplinaria, en mi mamá, en…

Empiezo a ver sombras y me siento caer. Abro

40
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

los ojos y lo primero que veo es la cara del


profe que trata de levantarme del piso,
asustado.

—Pero si se sentía tan mal, ¿por qué no fue a


la enfermería, o a buscar al profesor de
guardia? ¿Se imagina que le hubiera pasado
estando sola, aquí en la escalera?

Todavía no entiendo bien qué ha pasado y


pregunto:

—¿Qué me ha pasado?

—Se desmayó —responde él, recuperándose


del susto—. Por suerte estaba yo aquí. ¿Puede
caminar?

Respondo que sí con la cabeza, sin hablar. ¡Mi


madre! Tremendo espectáculo. Así que
desmayo y todo. El profe me aguanta por un
brazo, parece que todavía teme que vuelva a
caerme.

—Vamos a buscar a la enfermera.

Llegamos a la enfermería, que está a oscuras y

41
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

él toca suave, llamando a la seño por su


nombre. Ella se demora en salir. Se ve que
acabamos de despertarla. Me toca la frente y
busca el equipo para tomarme la presión.

—Tienes la presión muy baja.

Busca una tableta y me la trae con un vaso de


agua. Yo, por si acaso, ni hablo.

—¿No fuiste tú quien estuvo aquí anoche


porque no duermes bien?

—Yo duermo bien, pero demoro en dormirme


—le respondo.

—Debe ser falta de sueño, profe —le dice la


enfermera, dirigiéndose a él—. De todas
formas, sería mejor que se quedara aquí
ahora.

Me entra pánico. Esto me huele a hospital.

—No, seño, si ya me siento mejor.

El profesor me mira, indeciso.

42
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—¿Seguro te sientes bien? —pregunta.

—Sí, ya me siento bien.

—¿Usted la puede acompañar al dormitorio?


—pregunta entonces a la enfermera.

—Claro, yo la acompaño.

Por suerte, nadie se despierta cuando entro al


dormitorio y me acuesto en silencio. No voy a
poder salir en unas cuantas noches. Hoy es
martes, así que debo recordar el día de
guardia del profesor Carlos para no
arriesgarme a salir de nuevo otro martes. La
situación se enreda y debo tener cuidado. Hoy
estuve cerca del desastre. No sé qué me daría
a tomar la enfermera, pero ahora tengo sueño.
Ni siquiera me quito el pantalón de la piyama,
para no hacer ruido. Miro por la ventana
abierta hacia fuera y en la distancia no logro
ver la caseta de las herramientas. ¡Qué bueno!
De noche, la oscuridad no deja ver hacia allá.

—Oye, ¿por qué la enfermera te trajo? —me


dice una voz.

43
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

¡Vaya!, resulta que sí había alguien despierta.


Bajo los efectos del medicamento no identifico
la voz y trato de levantarme, pero nada más
levanto la mitad del cuerpo y vuelvo a caer en
la cama, como un saco de papas.

—¡Mi madre! Si estás que no puedes


levantarte, mi ángel —ahora, con ese mi ángel,
reconozco a Estela; debí imaginar que se
despertaría.

—Me sentí muy mal, Este. Creo que era la


presión baja, por lo menos eso dijo la
enfermera —le explico.

Ella murmura, como hace siempre, y solo


alcanzo a entender que pelea porque no la
llamé para ir a la enfermería. ¡Si supiera
dónde estaba yo! Pero no se lo digo. Sería peor
y, además, me vigilaría. Prefiero callar aunque
me duele tener secretos con ella.

—¿Cómo te sientes ahora? —pregunta


preocupada.

—No sé. Me pesan los párpados y estoy muy

44
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

débil.

—¿Tomaste algo?

—Sí, una pastilla que me dio la seño —


respondo.

—Y tú como siempre, ni preguntas. Pueden


envenenarte y ni te das por enterada. Bien
pudieras saber al menos qué tomaste.

—Estela, me sentía tan mal que no se me


ocurrió preguntar. Y no exageres, que la
enfermera no va a envenenarme.

—¡Ay, chica! Es una forma de hablar, claro


que no va a hacerte daño, pero pudiera. ¿Y si
es un medicamento que provoca reacción?

—Oye, no soy alérgica. Tengo tremenda salud,


y tú lo sabes.

—Está bien, duérmete. Me voy a quedar un


rato aquí hasta que te duermas.

45
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

La conciencia me remuerde por ocultar mi


salida, pero no tengo otro remedio. De todas
maneras, no tiene por qué enterarse. El profe
ese no es de confianza y tampoco es del grupo
nuestro. Pero me tortura que yo le esconda
cosas y ella venga así, preocupada, a
cuidarme. Es de madrugada y se recuesta al
ventanal, pues no hay sillas aquí, a velar mi
sueño. En unos instantes, mientras siento que
estoy durmiéndome, oigo el chasquido que
hacen sus uñas. Sin saber por qué la manía de
Estela de frotar sus uñas, largas y curvas como
las de las brujas, es para mí como el sonido de
una canción de cuna y me rindo al sueño, llena
de paz.

46
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE TERCERA

¡Por fin salí de esa enfermería! Si seguía ahí sí


me iba a enfermar grave, de muerte. Hoy es día
de recreación. Nos sentamos en el pasillo a
esperar que pongan la música por el audio.
Hay muy poco movimiento: la semana que
viene empiezan las pruebas y mucha gente se
va a estudiar aunque no sea obligatorio el
autoestudio.

¿Por dónde andará ella? Debe ser de las que


están en las aulas ahora comiéndose las
libretas. Miro al final del pasillo y veo a un
grupo al lado de las mesas de ping-pong.
Seguro está jugando el 11, la pareja de onceno.
Nápoles les puso el 11 porque los dos están

47
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

flacos. Yo no me he fijado tanto en él, pero ella


está buena cantidad ¡y tiene unas piernas!
Como las de una modelo. Pero es un poco
pesada. Lo mira a uno por encima del hombro.
Ahora que lo pienso, ¿serán novios? No, no
parece. Él tiene tipo de guanajo y no le va a
gustar a una como ella. Como estoy con el
Pincho y el Bala los convenzo para ir hasta
allá. Hasta que pongan la música, les digo.
Van a la fuerza, porque nunca he visto dos
tipos más antideportistas que estos.

Como me imaginé, está jugando el 11. Me


pongo a mirarla a ella. No se recogió el pelo
para jugar y, cuando salta, flota y le cae en la
cara. Hace un gesto gracioso para separarlo y
echarlo de nuevo hacia atrás. No es que sea
tan bonita, que lo es, pero llama la atención
porque en ella todo parece hecho por un artista.
Además, se ve muy suave, ríe todo el tiempo,
con la cara roja por el juego. Pero a la vez se ve
fuerte, segura. Me acerco más a la mesa y creo
sentir el olor de Luna, pero ella cambia de
posición y me lanza una mirada fría. No, claro

48
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

que ella no puede ser Luna. El Pincho me


interrumpe.

—Ven acá, socio, ¿el interés es por el juego, o


por la jugadora?

Trato de tirarlo a bonche.

—Estás un poco gracioso. Mira a las chiquitas


de por aquí si no quieres mirar el juego. ¿Qué
es esa miradera a mí, asere?

—¡Bah! No te hagas. Lo digo porque te la


comes con los ojos, y se nota. A ver si el tipo
ese es el novio y te coge en el brinco.

Ahora me molesto con él.

—Ven acá, Pincho, ¿tú crees que yo le tengo


miedo al tipo ese?

El Pincho se luce y pone cara de duda.

—La verdad, asere, pa’ mí estás rarísimo desde


que te enfermaste. Ya ni hablas con uno y te

49
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

pones bravo por cualquier cosa que te digan.

Me doy cuenta de que la rareza que dice el


Pincho es desde la otra noche, pero ellos ni se
imaginan en qué ando. Si llegaran a saber lo
de mi encuentro con Luna Triste, y peor, el
acuerdo de encontrarnos, acaban conmigo.
Por eso no puedo abandonar mi papel de tipo
duro. Como tengo que disimular, aunque no
quiero, abandono el sitio. Por suerte en ese
momento empieza a sonar la música.

—Mejor nos vamos, ya pusieron la música. Allí


aquello va a estar más movido —dice el
Pincho.

No vuelvo mi vista al ping-pong porque tendría


que mirarla: me atrae como un imán, y no
quiero que el Pincho empiece otra vez. Es
bonita, pero no la miro porque me guste sino
porque me parece conocida.

Total, esta noche no estoy para la música. Me


doy cuenta de que espero poder ir al lugar del

50
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

encuentro. ¿Y si ella no va? Los miércoles


vigilan que todos los alumnos suban a los
dormitorios para que las parejas no se queden
por ahí.

El Pincho y el Bala encuentran enseguida con


quién bailar, yo me quedo hablando con
Nápoles y Ramón, que esta noche están
pasmados. No se les posa ni una mosca. De
pronto, Nápoles se para y va a hablar con
Miriam. Desde aquí oigo cómo trata de
convencerla para que baile con él y ella no
quiere. Dice que no le gusta bailar casino. Él
insiste. Por último, ponen una música suave y
él la agarra por la mano. Ella se suelta, brava,
y lo deja plantado. Se ve ridículo en el medio
del pasillo central, pero se recupera. Nos mira y
dice con su guapería de siempre: «¡Eh! ¿Qué se
ha creído esta chama? Se volvió loca».

Nosotros nos reímos y él hace una de sus


monerías y viene caminando como un barco
escorado hasta nosotros, haciéndose el duro.
Nunca he conocido otra persona que vuelva las
cosas al revés como él. Si le damos chance, al

51
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

final parecerá que no bailó con Miriam porque


no quiso.

Al poco rato nos vamos y jugamos una partida


de ajedrez. Siempre me he preguntado cómo
Ramón juega tan bien siendo un desastre. Dice
que aprendió con su abuelo. A Nápoles lo
tenemos como un mariposón dando vueltas, sin
entender el juego, hasta que consigue otro que
juega con él a las damas. En eso quitan la
música y se oye el ding dong que anuncia el
silencio. No sé por qué le dicen el silencio al
anuncio de la hora de dormir, porque es el
momento en que se oye más bulla. Guardamos
las piezas en su caja y cuando pasamos por la
mesa de pin pon para subir al dormitorio la veo
a ella guardando las raquetas. La miro y ella
me mira como si me hubiera descubierto en ese
instante, pero me fulmina con la vista y parece
decirme «¡Descarado!, ¿quién te dijo que puedes
mirarme así?» Hace que me sienta como un
ladrón. ¡Si supiera que pongo la voz de Luna en
su cuerpo! Enseguida el sapo que anda con ella
le habla y ya nosotros estamos llegando a la

52
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

escalera.

—¡Psss! —silba Nápoles al lado mío—. ¿Y ese


cambio de luces, mi socio?

Verdad que Nápoles parece un chofer de


ómnibus hasta en la forma de hablar. Pero
como yo no contesto, empieza a cantar:

—…Si las miradas mataran, ahora estaría en


el cielo…

Lo miro con mi peor cara y él se echa a reír.

—Es jugando, socio. No pongas mala cara.

No puedo poner mala cara porque se acerca el


momento de ir a verla. Tengo la esperanza de
encontrarla esta noche y hablar con ella.
Todavía debo esperar un poco, hasta que los
demás se duerman. Necesito hacer un
esfuerzo, porque todavía estoy tomando las
pastillas que me mandó el médico y me dan un

53
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

poco de sueño. Me sostiene el recuerdo de Luna


Triste. Por la ventana se ve la luna. Es llena y
la noche está más clara.

Por fin llego a la caseta. No está la señal, pero


es temprano. Me siento en la tierra, atrás, a
esperar que llegue. Recuerdo que tengo una
caja de fósforos en el bolsillo y enciendo uno. A
la luz del fósforo se alumbra un círculo a mi
alrededor. Sigo encendiéndolos como si la
pequeña claridad me diera esperanzas. No sé
en qué momento me vence el sueño y me quedo
dormido.

¿Quién es ese muchacho? Me ha mirado con


unos ojos…, como si quisiera llegar al fondo de
mí. Lo raro es que, de pronto, lo sentí familiar.
Pero no lo conozco. Verdad es que tiene unos
ojos que llaman la atención y aunque es un
poco narizón, le queda bien. Anda con los
idiotas esos de apodos raros. Parecen
extraterrestres, con esa forma de caminar y el
pelo, con motas a los lados. ¿Será que son

54
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

orejones y se tapan las orejas? Deberían


probar con una cirugía, sería mejor. Ahora
recuerdo que a él lo he visto antes. Es del
equipo de voleibol de doce, y juega muy bien.
Es una lástima que sea buen deportista y mala
persona. Quizás no, pero andando con esos,
debe ser grosero y vulgar como ellos. Claro,
pienso que como Merlín hay pocos en la
escuela.

Juan Carlos me llama. Creo que me vio


mirando al de los ojos verdes y ¡es tan celoso!
No sé cuánta gente me ha preguntado ya si
somos novios. Es mi amigo y lo quiero mucho.
Recogemos las raquetas y subo.

Hoy Estela y Rebeca encontraron una locura


nueva. Rebeca tiene un pomo de benadrilina en
la mano y anuncia: «¡El elíxir del sueño! Tomen
su dosis aquí y duerman pacíficamente hasta
las seis». Yolanda, con la cabeza llena de
papelillos y una bata larga de dormir se acerca
con un vaso en la mano. Yo, que acabo de
llegar, las veo y parece una estampa de un
hospital de locos. Cuando Rebeca me ve,

55
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

pregunta, ¿quieres un trago? Me acuerdo


entonces de lo que me pasó anoche y sé que no
puedo intentar salir hoy, así que me parece
buena idea tomar la benadrilina y dormir
temprano. Estela sale caminando para el baño
y le grita a Rebeca que le guarde un poco. Esa
va a fumarse en el baño el cigarro del silencio,
como le dice.

La profe Virginia se asoma y dice que


apaguemos las luces. Se apagan las luces,
pero Rebeca enciende una linterna para seguir
leyendo. Yo no puedo leer esta noche. No logro
concentrarme. Solo pienso que también hoy
perdí la oportunidad de verlo. Al final, no sé si
irá. Anoche no fue. Desde la cama miro hacia la
caseta. Se ve algo. Una lucecita. Parpadeo y la
luz desaparece. Vuelve a aparecer y a
desaparecer. Deben ser los cocuyos. ¡Cómo me
gustaría estar allí y ver los cocuyos volar entre
las hojas, o alumbrar de pronto entre la yerba!
Quito la vista para no sentir nostalgia. Lo de
los cocuyos es un pretexto. Quisiera estar allí
para hablar con él y oírlo reírse. Aunque me lo

56
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

he preguntado muchas veces, me lo vuelvo a


preguntar: ¿será que uno puede enamorarse de
alguien por la forma en que ríe? Ese es otro
pretexto. Hubo algo más profundo en aquel
encuentro, pero no puedo saber qué fue. Dice
Estela, que tiene una visión tan espiritual de la
vida, que la atracción es una reacción química.
Es la primera contradicción que le encuentro a
su filosofía personal. No sé de dónde sacó ella
eso, pero lo asegura como si fuera una verdad
científica. Dice también que influyen los olores
de manera inconsciente. Es extraño que trate
de explicar el amor de una manera tan
materialista cuando es un sentimiento
inexplicable. Puede ser que sea un fenómeno
de los sentidos. ¿Cómo explicar si no lo de su
risa? En esto pensaba y no sé cuándo me
dormí porque, de pronto, había pasado la
noche: Estela me halaba por un pie.

—¡Despierta! Se nos va a hacer tarde para


tomar café.

57
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Salto de la cama y voy medio sonámbula para


el baño. Ella, que ya está vestida, habla sin
parar al lado mío.

—¡Qué va! No puedo tomar más benadrilina


por la noche. Yo creo que me hace el efecto
contrario. Anoche no pude pegar los ojos.

Me da risa. Solo dejándola sin conocimiento


ella dormiría. Jamás he conocido a alguien tan
lechuza como ella. Para escaparme tengo que
oírla roncar primero (parece una locomotora
vieja) y contar hasta diez para estar segura de
que no me sentirá salir.

Después del café nos sentamos en la escalera


de atrás, para que se fume su cigarro
matutino. Estamos tan entretenidas que los
pasos nos sorprenden y solo atinamos a
meternos debajo del edificio. Es Luis, el
subdirector. Estela apaga el cigarro con la
bota y me hace señas para que no haga ruido.
No me imagino qué hace él a esa hora parado
en la escalera que da al área deportiva. Nos
enteramos cuando lo oímos vocear:

58
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—¡Estudiante! ¿Qué está haciendo por allá a


esta hora?

¡Era por eso! Un estudiante merodeando, y


viene desde la caseta, parece. El corazón me
empieza a latir rápido. ¿Será…? No, no puede
ser. Además, no hubiera esperado hasta que
amaneciera.

El alumno responde algo, que no logro oír,


pero Estela sí, que tiene un oído de
tuberculosa. Me susurra algo, que tampoco
entiendo y pongo el dedo en mis labios, para
que se calle.

Se alejan los pasos. Volvemos a respirar.

—¿Qué dijo, Estela?

—¿El chiquito? Una mentira, claro.

—¿Por qué sabes que es una mentira? —le


pregunto.

—¡Ay, hija! ¿Quién va a salir a esta hora para


buscar una pelota en la cancha? —me
responde.

59
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¿Eso dijo él? ¡Qué bobería! Pero es tan tonto


que debe ser verdad. Porque a ver, Estela,
¿qué va a hacer alguien a esta hora en la
cancha?

Ella mueve la cabeza.

—Él venía de más allá y tenía la ropa con


yerba pegada y húmeda del rocío. Yo creo que
ese durmió fuera de la escuela.

—¡Qué barbaridad! Si pareces una vieja


chismosa.

—Oye, pero si estoy hablando contigo. Eso es


lo que pienso.

Tengo que reírme de ella.

—La detective Estela, vaya, que no dejas de


sorprenderme.

Me retuerce los ojos y algo me viene a la


mente.

—Estela, ¿de dónde venía ese chiquito?

60
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Ya estamos subiendo al pasillo central cuando


me señala un punto.

—De por allá.

¡De la caseta!, y le pregunto otra vez.

—¿Le viste la cara?

Me mira con expresión rara.

—Así que primero soy una vieja chismosa y


ahora, maga. No, no le vi la cara.

—¿Cómo le viste la ropa con tantos detalles?

—Porque estábamos abajo. No le veía la parte


de arriba. Oye, ¿por qué te interesa tanto?
Estás pálida.

Me recupero para que no sospeche.

—Algunas cosas las ves bien sin espejuelos y


para otras estás ciega. ¿Cómo que estoy
pálida? ¿Por qué estaría pálida, a ver?

Y como ya voy hacia el dormitorio viene


apurada detrás de mí, murmurando: «ay, qué

61
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

sé yo, me pareció que estabas pálida. ¿Puedo


hablar o no puedo hablar? Si te digo que
andas rara es poco decir…»

¡Qué susto he pasado! Hace falta que el


subdirector me haya creído. ¿Cómo me habré
quedado dormido hasta ahora? Estoy
empapado. Y ella no fue. ¿Será que se habrá
arrepentido? A lo mejor Luna fue el otro día
cuando yo estaba enfermo y pensó que la
había engañado cuando le aseguré que iba a
seguir yendo para encontrarnos. Ahora no sé
qué voy a hacer. Podría dejarle un mensaje.
Tendría que ser de noche. ¿Y si lo encuentra
otra persona? No, la única solución es ir hasta
que volvamos a encontrarnos. ¿Dónde estás, mi
Luna Triste?

62
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE CUARTA

¿Qué hora será? Ya hace rato que todo está en


silencio. Hoy es viernes. Ayer tampoco me
atreví a salir, pero me muero de las ganas de ir
hasta allá para ver si lo encuentro. Voy a
arriesgarme. Bajo de la cama sin hacer ruido.
Camino en puntillas y abro la puerta con
cuidado. Suena un poco. Espero para ver si
alguien escucha. Nada. Salgo al pasillo y me
deslizo por la escalera como un fantasma.
Abajo también está desierto. Voy hasta la
escalera de atrás y ahora se oyen unas voces;
me pego a una columna. Es la enfermera
hablando con la secretaria. Entonces es ella
quien está de guardia. Por suerte. Acostumbra

63
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

a quedarse dentro de la dirección oyendo


música y no sale de recorrido. Debe ser por
miedo. Camino con cautela rumbo a la caseta.
Es una noche clara y despejada. Cuando llego
toco la argolla y siento el roce de la rama en mi
mano al tiempo que lo oigo preguntar.

—¿Eres tú, Luna?

Me pongo la mano en el pecho porque el


corazón me brinca.

—Sí, soy yo —es lo único que puedo responder


para evitar que se note en mi voz el temblor que
me recorre.

Su respuesta me suena algo triste.

—Te extrañé. He venido todas las noches con


la esperanza de encontrarte.

«¡Qué mentiroso!», pienso.

—Pero yo vine a la noche siguiente y no


estabas —le replico en tono de reproche.

—Solo falté esa noche. Estaba en la

64
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

enfermería, ingresado.

Ahora hay ansiedad en mi pregunta:

—¿Estuviste enfermo?

—No mucho. Me intoxiqué. Seguro me hizo


daño alguna comida.

Hago memoria y se me escapa en alta voz lo


que pienso.

—Esa noche yo fui a la enfermería, pero nada


más vi a la enfermera.

—Lo sé —responde él—. Yo estaba en la sala


de ingresos. Te oí hablar, pero cuando salí ya
te habías ido.

«Menos mal», pienso yo, aunque no estoy tan


segura. Me hubiera gustado verlo. Pienso que si
depende de mi voluntad me va a costar decidir
verlo.

—Si me hubieras visto, sería una trampa. Ese


no fue el trato. Además, yo sí no sabía que eras
tú.

65
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Eso me consoló. Tengo deseos de verte,


Luna.

Me estremezco. No puedo dejar que me


convenza. Acuérdate, me dice la conciencia,
puede ser mentira y solo estar jugando con la
chiquita difícil para divertirse después.

—Estuve de acuerdo en encontrarnos para


hablar, no para vernos. Si no es así, no podré
venir más. Un trato es un trato.

Después de decirle esto él calla y me da miedo


de que no venga más, que se aburra de estos
encuentros porque le parezcan tontos.

No puedo decir ni hacer algo que la haga


desistir de estos encuentros. Al menos así
podemos hablar. Todo es cuestión de tiempo.
Tiene miedo, aunque no sé a qué. ¿A
enamorarse? Pero me anima pensar que
quiera venir aquí.

—No te preocupes, solo digo cuál es mi deseo.

66
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

No quiero tener secretos contigo.

Ahora quisiera preguntarle entonces por qué


viene, si le atrae algo de mí. Pero soy tonta de
remate. A los varones una le gusta por lo que
ven y él no me ha visto. Debe ser curiosidad lo
que siente. Eso sí se lo puedo preguntar.

—¿Es por curiosidad que sigues viniendo?

—¿Curiosidad? No entiendo. Vengo porque me


siento bien hablando contigo y… porque me
gusta oír tu voz.

—¿Oír mi voz? ¿Acaso tengo voz de locutora? —


pregunto, irónica.

Él me desarma.

—Voz de ángel. Nunca escuché ninguno, pero


tienes la voz más dulce que haya oído.

No sé qué responder. Es peligroso el rumbo de


la conversación, así que cambio el tema.

67
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—La semana que viene empiezan los


exámenes. No podremos venir.

Sabía que era de las que se pasan todo el


tiempo estudiando. Los exámenes duran como
quince días. ¿No podré verla en tanto tiempo?
Se lo pregunto.

—A lo mejor al final de semana. Es que yo le


repaso Historia y Literatura a un compañero
mío.

¡Qué suerte! Ojalá fuera yo. Me acuerdo del


día de la enfermería.

—Supe que tienes problemas para dormir.


¿Estás preocupada por algo?

—No —responde ella—. Siempre he sido así.


Dice mi mamá que cuando era recién nacida
estaba despierta hasta la madrugada, y
dormía poco también por el día.

—Entonces, ¿por qué fuiste esa noche a la


enfermería? —le pregunto.

68
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Por Es…, por mi amiga. Dice que duermo


muy poco.

—¿Sabes? Estas noches que he venido y no te


he podido ver me di cuenta de que no tenemos
forma de hacernos llegar algún mensaje. ¿No
se te ocurre algo? Una manera de avisarnos si
necesitamos vernos, si surge un imprevisto,
¿no crees?

De nuevo estoy a punto de caer en una


trampa. No puedo dar pie a que sepa quién
soy. Por ahora, al menos. ¡Oh! Yo misma me
sorprendo. Pensé “por ahora”, o sea, que ya
estoy pensando que después pueda ser
distinto. Estoy en un lío.

—No se me ocurre. De repente no veo la


manera de enviarnos mensajes sin saber
quiénes somos. Es difícil, pero mejor nos
quedamos con la posibilidad de vernos aquí.
Nada más.

—Eres terca. Está bien, voy a respetar el trato.

69
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

¿Tú bailas?

Me sorprende otra vez. ¿Por qué querrá


saberlo?

—Un poco —le contesto—. Aunque no me


gusta todo tipo de música.

—Eso pensé —me dice él—. Me gustaría poder


bailar alguna vez contigo.

—¿En la escuela?

—En cualquier lugar. Mi deseo no tiene que


ver con la escuela. Tiene que ver contigo.

Lo que no le confieso es mi deseo de tenerla


cerca y poder respirar ese olor que tiene a flor
mojada por la lluvia, pero se espantaría si se lo
dijera. Me tiene miedo. ¿Por qué? ¿Mi voz
sonará tan mal, tan terrible?

—¿Sabes algo? —pregunta, como si me leyera


el pensamiento—. Me gusta oírte reír y hoy no
has reído ni una sola vez. ¿Por qué?

70
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Entonces me río de su pregunta, sin llegar a


contestarla.

Es cierto, muy cierto. Me gusta oírlo reír, las


cosas que dice, su voz… ¿Será eso
enamorarse? Y no poder hablar con Estela de
él es terrible, pero si se lo cuento ahora se va a
poner furiosa, y con razón. Nunca hemos tenido
secretos. Le voy a preguntar a él.

—¿Te has enamorado alguna vez?

Lo cogí por sorpresa. Se demora en responder.

—Me doy cuenta de que me han gustado


algunas chi… muchachas, pero creo que no
me he enamorado. No antes. Entiendo que
estar enamorado es necesitar ver a una
persona, extrañarla, sentir inquietud y paz a
la vez.

No sé qué decir. Es lo que yo pienso también.


¿Por qué lo sabe? Debe ser porque lo ha

71
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

sentido. ¿Qué quiso decir con “no antes”, que


ahora sí lo siente? Esto es peligroso. Tengo
que irme.

Las últimas palabras las digo en voz alta y me


pongo de pie. Oigo cómo él se levanta.

—¿Tan rápido? —pregunta con ansiedad.

—No nos damos cuenta, pero hace mucho que


estamos aquí. Recuerda que si nos sorprenden
es un gran problema.

—Está bien. Mañana nos vamos de pase. En


todo el fin de semana no nos hablaremos. Si
quieres, te doy mi teléfono.

—Si te llamo y tienes identificador de llamadas


sabrás el número mío, así que ese lujo no me
lo puedo dar.

Se ríe con deseos. Debe pensar que soy una


tarada.

—No lo tengo, te doy mi palabra, pero si


desconfías, llama de un teléfono público.

72
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Déjame aclararte algo. Aunque no me has


visto aún, no estoy gorda ni necesito hacer
ejercicios. Aquí hago bastante. No me pidas
que te llame desde un teléfono público.

Se extraña, porque no me entiende.

—Ni te imaginas cuánto tendría que caminar


para encontrar un teléfono público que
funcione.

—Si no me vas a llamar, entonces prométeme


venir aquí el lunes —la voz se nota ansiosa
otra vez—. Me has dicho que esa semana no
vas a venir, por las pruebas. ¿Lo prometes?

No quiero darle seguridad. Tampoco la tengo.


Venir aquí depende de muchas cosas. Hasta de
si puedo escaparme sin ser vista. Se lo explico,
pero claro que no me entiende. Logra
arrancarme la promesa. Nos despedimos y yo
me voy primero. Es increíble cómo me he
acostumbrado que ni siquiera me da la idea de
mirar atrás. Llego al dormitorio y, cuando voy a
acostarme, veo una sombra al lado de mi

73
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

cama. La sombra es Estela. No veo su cara,


pero la adivino. Me pregunta muy seria de
dónde vengo y yo susurro, para no despertar a
las demás, que le cuento mañana. “Entonces,
mañana”, dice, y va para su cama.

Ahora sí se me quitó el sueño. ¿Qué le cuento


mañana a Estela, sin traicionarla? Me
avergüenzo de mí. Pero, qué digo, si ya la
traicioné desde que no le conté de mis
escapadas, ni acerca de Merlín… ¿Por qué he
sido tan boba, mi madre? A mí nada más se
me podía ocurrir ocultárselo a ella.

74
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

INTERMEDIO

Apenas amanece viene Estela a buscarme. Se


porta como siempre, me apura para ir a tomar
café y yo, con mi sentimiento de culpa en la
mente, solo atino a vestirme lo más rápido que
puedo para darle gusto a ella. Nos sentamos
en la escalera. Me mira y se las arregla como
una malabarista para aguantar el cigarro y
sonar las uñas al mismo tiempo. No tiene que
hablar para que yo comprenda que espera la
explicación de mi salida. Esa mirada lo dice
todo, o mejor, lo pregunta. Hago lo único
posible: ser sincera y reconocer que soy una
basura por guardarle un secreto.

—Estela, sabes que eres mi mejor amiga y te

75
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

quiero como a una hermana…

Abre los ojos y parece que el globo blanco va a


saltar de pronto y emprender vuelo.

—¿A qué viene eso ahora, mi ángel?

Esa costumbre de ella me deja sin respiro,


nunca nadie ha hecho tan real el refrán ese de
coger al toro por los cuernos. Por eso hago lo
que decidí anoche.

—No sabes que, cuando no puedo dormir,


salgo de la escuela…

Me interrumpe, asombrada:

—¿Que tú sales de la escuela por las noches,


después del silencio? ¡Dios mío! Ahora sí sé
que el mundo se acaba, que viene el
Armagedón o el segundo gran diluvio. ¿Para
qué sales? ¿Adónde vas?

Entonces le cuento todo. Mis escapadas, lo de


Merlín. Estela es una actriz por naturaleza. Mi
relato va haciendo que ella ponga distintas
caras. Primero está furiosa, después

76
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

decepcionada, pero al final, tiene los ojos


húmedos.

—¡Pero si esto es una novela rosa, querida! —


por sus frases, parece que de verdad está en el
escenario—. No sé qué decir.

Baja la vista al suelo, callada y pensativa. A mí


la voz casi no me sale de la garganta.

—¿Me perdonas? Sabes que yo misma no me


perdono, pero me daba pena contártelo.
Después, cuando me encontré con Merlín, fue
peor. Ya eso era un secreto más grande y no
sabía por dónde empezar.

—Tenías que haber empezado por el principio,


¿no? Ven acá, cabeza loca —dijo, mientras me
abrazaba—. ¿Qué es eso de pena conmigo?
Pero te conozco y sé que es verdad. Algún día
tendrás que dominar esa timidez. Uno actúa
de acuerdo con su cabeza —se llevó la mano
izquierda al pecho— o con su corazón. Nada
tengo que perdonarte. ¡Ay, chica, cómo me he
perdido cosas por no contarme!

77
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Lloro de alivio y ella me seca las lágrimas, pero


después levanta el dedo índice con su uña de
bruja y me dice:

—Lo que no te perdono es el nombre. Trata de


que sea una estrella el chiquito ese, porque tú
sabes que Merlín es mi ideal —entonces se da
un golpe en la frente, muy teatral—. ¿Y Juan
Carlos? Ahora sí que a ese pobre le da un
infarto masivo.

Me hace reír. ¡Qué cosas se le ocurren!

—Este, yo quiero mucho a Juanca, pero sabes


que no me gusta como para ser su novia.

—Qué se le va a hacer. Una nunca se enamora


de quien debe —cuando dice cosas así parece
que tuviera sesenta años y toda la experiencia
del mundo—. Vamos, que ya casi es la hora de
la formación y nos van a coger fuera de base.
¿Vas a ir a casa de Rebeca el domingo?

—No, Estela. El domingo es el cumpleaños de


mi abuela y vamos para su casa. Como es tan
lejos regresaremos tarde, por la noche. No me

78
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

va a dar tiempo.

—Niña, cualquiera piensa que San José es el


fin del mundo si se guía por ti.

—No será el fin del mundo, pero sí está lejos.


Al menos, para hacer las dos cosas.

Subimos corriendo las escaleras a buscar las


mochilas. Bajamos al área de formación en el
mismo instante en que el director hablaba. El
mismo teque de siempre sobre el estudio y las
pruebas. De lejos veo al de los ojos verdes,
pero está ausente. En eso mira para acá y
desvía pronto la mirada, como si lo hubieran
cogido en falta. ¿Tendrá novia? Seguro. Hace
un tiempo lo veía mucho con la pesada de
Mariela, pero ahora siempre anda con los
extraterrestres de sus amigos.

Por fin dan la salida. Me espera un fin de


semana solitario. Y sin Merlín.

79
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

NOCHE SEXTA

No he podido resistir la tentación de venir.


Claro, Estela también ayudó a convencerme.
Hoy llegué primero que Merlín. Imagino que
luego de su insistencia para encontrarnos no
faltará a la cita. Escucho unas pisadas y luego
su voz.

—Hola, ¿estás ahí, Luna?

—Sí, aquí estoy, hola.

—Gracias por venir. Me he pasado estos tres


días pensando en nuestro encuentro de esta
noche. ¿Estás bien?

80
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Sí. No tienes que dar las gracias. No he


venido por ti —le digo y enseguida me
arrepiento, porque creo oír a Estela diciendo
“¡qué burra eres!” y trato de arreglarlo—: es
decir, no solo he venido por ti. Recuerda que
antes de conocerte venía aquí, para escaparme
del dormitorio.

Se queda callado un momento. Pienso que,


aunque traté de arreglarlo, le he querido decir
que hubiera venido igual sin él.

—Soy un bobo. Cuando te escuché, pensé que


venir hoy, después de habértelo pedido yo, era
una manera de hacerme ver que te gusta
hablar conmigo.

No cabe duda. Es inteligente, y sabe


recuperarse rápido.

—También eso es verdad, no estás equivocado.

—¿Qué es verdad, Luna?

—Eso, que me gusta hablar contigo.

Otro silencio, esta vez más largo.

81
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Es cierto, pero que no pase de largo —dijo y


rió bajito.

Ahora sí no entendí lo que quiso decir.

—¿Quién no debe pasar de largo?

—El ángel. ¿No dicen que cuando hay un


silencio entre dos es porque pasa un ángel?
Solo que no quiero verlo partir. Lo quiero
conversando conmigo, como ahora.

Entiendo, y como cada vez que la conversación


toma ese giro, cambio el tono.

—Muy gracioso. Y nada original.

—Creo que contigo me va a costar mucho ser


original. Todo lo cursi ahora me parece bonito
para decírtelo.

No puedo evitar un estremecimiento. Ha hecho


un pacto con el diablo. Es como si me leyera el
pensamiento.

—Como te das cuenta de lo que digo,


cambiemos el rumbo. ¿No estás estudiando

82
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

para las pruebas?

—¿Sabes algo? Estudio poco. Para las


pruebas, te digo. Me gusta leer y aprendo
sobre lo que me gusta.

—¿Y qué te gusta, Merlín?

—La astronomía. Estoy al tanto de cualquier


noticia, y cuando puedo entrar a Internet,
busco información sobre el tema: los últimos
descubrimientos, artículos interesantes…

—Es linda la astronomía. Yo quiero ser


escritora. Solo que eso no es una profesión. Tú
sí podrás ser físico y dedicarte a investigar.
Claro, eso no tiene que ver con el baile.

—¿Por qué no, si me gusta la música?

—A mí me gusta la música, pero oírla, no


bailarla.

—Esa es nuestra diferencia, pero me sigues


gustando.

Menos mal que está oscuro, porque debo

83
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

haberme puesto roja.

—¿Cómo puedo gustarte, si no sabes nada de


mí, ni me has visto?

—Sí te he visto. En mi imaginación.

—¿Y si no soy como te imaginas?

—Serás como eres. Así me gustas.

— A ver, descríbeme.

—Eres sincera, apasionada e inteligente,


además de una persona sensible: es suficiente.
Te gusta la noche y es nuestro gusto común.
Ahora mismo podría salir a enseñarte los
nombres de las constelaciones que se ven
desde aquí.

—¡Ni pensarlo! Siempre buscas la forma de


verme.

Se ríe, para que yo me erice.

—Y tú siempre piensas mal. Pero es verdad


que quiero verte. Y también me gustaría

84
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

compartir contigo mi amor por las estrellas.

—Es muy temprano aún. Debemos esperar un


poco más.

—¿Temprano para verte o para ver las


estrellas?

Vuelve a enredar las cosas, con su sentido del


humor que voy conociendo.

—Para las dos cosas.

—No siempre. Observa la noche y verás.

—¿Por eso me llamaste Luna?

—Claro, es inconsciente relacionarlo todo con


la mayor pasión nuestra, ¿no crees?

—Puede ser. A Merlín también le fascinaba la


astronomía.

—Y si pienso como tú, me llamaste Merlín por


tu amor a la literatura, a la mitología, porque
al final, Merlín es una leyenda.

—Puede ser —repito, haciéndole el juego—, y

85
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

porque eres un misterio…

Me interrumpe:

—…o un mago. O es este un acto de magia: el


encontrarnos por casualidad, conocernos.

—Mi abuela dice que la casualidad no existe.

—Sí creo en la casualidad. Pero nosotros luego


seguimos un camino. Eso hicimos. Es raro que
tu abuela no crea en la casualidad. Las
personas mayores son supersticiosas y creen
en muchas cosas.

Ahora soy yo quien ríe.

—No conoces a mi abuela. Es toda una


científica. Se dedicó a la botánica porque vivía
en el campo y ama la naturaleza. Todavía hoy,
que está jubilada, pertenece a un grupo
ecologista, escribe para revistas científicas y se
mantiene al día en todo.

—Me va a gustar tu abuela. Es una lástima


que no pueda conocerla. ¿Llegará ese día?

86
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—No lo sé. Depende de muchas cosas.

—Depende de nosotros, Luna. De que no seas


tan desconfiada. Y que dejes de tenerle miedo
a la vida.

—No le tengo miedo a la vida. En eso te


equivocas.

—Me tienes miedo a mí. Y la vida es eso:


emprender, amar, equivocarse y hasta sufrir.
Cada vez que te digo algo que pueda significar
pensar en otra relación entre nosotros, huyes.

—Yo no huyo de ti. Vengo para encontrarme y


hablar contigo.

—¡Al fin lo reconociste! —logra hacerme caer


en la trampa—. Estás aquí y sin moverte, me
huyes todo el tiempo. Nada más te digo algo
que nos acerque y cambias el tema.

—Vinimos para hacernos compañía y tener


con quien hablar. En eso quedamos la primera
vez.

—Pero ha cambiado. Pienso mucho en ti.

87
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Quiero conocerte. No puedo decir que estoy


enamorado —aquí respiro, porque una
declaración de amor sí no la resistiría—, pero
tampoco puedo decirte que no lo estoy. Me
siento bien hablando contigo, respirándote…

—No te conozco. Y tienes razón en algo. No


quiero sufrir. No ahora. Me tomo las cosas
muy a pecho. Estoy en esta escuela para
estudiar. Para mí es lo más importante.

—¿Sabes algo? Estás fuera de época. Ninguna


chiqui… muchacha piensa como tú ahora.

—Y tienen un novio todos los días. No pienso


así. Y no sé si es por la forma en que he vivido,
por mi familia, o por qué. Por lo menos,
respeta que sea así.

—Lo respeto. Solo que eso no me hace sentir


mejor, ni dejo de pensar en que ahora mismo
quisiera poder hacerte mi novia, besarte…

Me levanto con rapidez.

—Por favor, está bien. Ya es muy tarde. Vete

88
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

ahora, para irme luego yo.

Se queda en silencio. Por su voz no parece que


esté bravo. Parece triste.

—Como quieras. Pero no te ofendas. Vamos a


estar muchos días sin vernos. Ahora ni
siquiera puedo preguntarte cuándo nos
veremos. También le tienes miedo a algo más:
a ti misma.

Voy a responderle cuando siento que sus


pasos se alejan. Estoy furiosa conmigo. No
puedo controlar mis impulsos.

Claro que en el dormitorio me espera Estela.


Sabía que ahora iba a vigilar mis salidas.

—Ay, Estela, soy una boba. Lo he echado todo


a perder.

Ella se asusta y me cuchichea «vamos para el


baño». En el baño también tenemos que
hablar bajito, para que no se despierte
alguien.

—Cuéntame qué pasó —dice y me mira

89
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

asustada—. ¿Te sorprendió algún profesor?

—Ojalá hubiera sido eso —respondo con voz


trágica de telenovela.

—¿Peor que eso? Entonces la cosa debe ser


grave. Acaba de decirme, niña, que me vas a
matar del corazón, y a esta hora no hay
ambulancias para correr conmigo.

Sonrío. Estela es única. No sé cómo logra


tranquilizarla a una con sus disparates.

—No, Este. Es que armé tremendo lío y, al


final, casi terminamos bravos. No puedo evitar
ponerme nerviosa, decir lo que no quiero decir,
o empeorarlo todo para que no vaya a pensar
que me derrito por él.

—¿Y te derrites? —me mira como si tuviera un


rayo láser en los ojos, para saber si le digo la
verdad.

Muevo la cabeza como Steve Wonder al cantar


Somos el mundo y soy sincera:

—Me derrito. No sé si como mantequilla o

90
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

helado, pero me pasa. Entonces me enfurece


sentirme así y soy brusca.

Ella no me contradice. Busca información,


como moderna Sherlock Holmes que es.

—¿Qué hace él?

—Ser divino, qué puedo decirte. Se calla, me


dice después palabras más tiernas todavía, se
recupera y lo siento humilde, como si se
arrodillara ante mí.

Estela da una palmada.

—¡Dios mío! ¡Qué mujer más burra esta!


Tienes que dejar de ser así. No puedes cerrarte
tanto. Los sentimientos son los sentimientos.
El amor es lindo, mi ángel.

—Pero me da miedo. ¿Cómo crees que se va a


enamorar de mí, y si se burla?

—Menos mal que las personas normales no


piensan como tú, porque la especie humana
no existiría ya en el planeta Tierra. Todos
pasamos por eso, todos nos arriesgamos. De

91
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

eso se trata. No puedes evitar el dolor, el


desengaño. Por favor, ya no eres una niña.
Crece.

Ahora me mortifica oírla decir esas cosas. Lo


recuerdo a él.

—Hablas como Merlín.

—Merlín se enamoró, pero renunció al amor


terrenal por su magia. Imposible que yo hable
como él, aunque suena lógico. Merlín era muy
sensato.

—Te hablo de mi Merlín. Eso fue lo que me


dijo hoy. Y el tuyo no renunció al amor. Fue
traicionado, que es otra cosa

—Ay, chica, es que me has robado hasta el


nombre del mago que adoro para dárselo a ese
muchacho. Y que conste, procura que lo
merezca. Cuenta, vamos, cuenta.

Le digo más o menos lo que recuerdo, y tengo


que taparle la boca de vez en cuando porque
sus exclamaciones van a despertar al

92
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

dormitorio completo. A las personas que ahora


duermen, claro.

—A ver si te he entendido. Te aguantó que


hablaras de tu abuela y hasta quiere
conocerla, dice que le gusta estar hablando
contigo como un bobo sin saber quién eres,
sin tocarte ni la mano y arriesgándose a que lo
boten de la escuela por andar afuera de noche.
Si lo sorprenden como el otro día, porque
seguro fue él quien pasó la noche esperándote
y lo vio el subdirector —no sé cómo puede
deducirlo todo, coge aire y sigue—. Chica, ¡ese
niño está enamorado! Mira: estar enamorado
es un estado especial del alma, hija mía. Se ha
enamorado de tu voz, de lo que le dices, está
enamorado de un fantasma, pero lo está. Te
toca ahora hacer que la verdadera tú sea el
fantasma que él ama.

—A eso le tengo miedo. ¿Y si cree que soy más


bonita? Si no soy su tipo,… en fin, si se
desilusiona cuando me conozca.

—Entonces, ahí acaba todo. ¿Y si no? ¿Si por

93
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

tu bobería estás perdiendo vivir un amor con


ese tal Merlín? Además, ¿de dónde sacaste la
bobería esa de preferencias por tipo? Si me
entero que estás leyendo las revistas esas Hola
o Vanidades que trae la sesohueco de Mariela,
eso sí no te lo perdono. A mí me encantan los
rubios y me enamoré de Roberto que no se
sabe si es indio, mulato o tostado por el sol. El
amor es otra cosa, piénsalo. Si es que tú en
realidad pareces una monja del siglo quince
cuando ya hay estaciones espaciales.

—No sé, Estela. Estoy tan confundida, que


dentro de la cabeza tengo un torbellino y un
ruido, como si hubiera alguien estrujando
papeles.

Me hace la mueca de “no tienes remedio”.

—No voy a atormentarte más, pero eso de que


estás aquí para estudiar nada más, no tiene
que ver con lo otro. Mira la hora que es y
nosotras aquí, hablando de Merlín. Mañana a
nuestro grupo le toca el matutino, y tú tienes
que leer las noticias. Así que te acuestas y

94
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

duermes, porque después te pones más


nerviosa y mueves el periódico como si
tuvieras el mal de Parkinson.

—¡Ay, no! —digo desesperada—. Tienes que


ayudarme. No puedo leer las noticias. Me va a
reconocer la voz.

—¡Ahora sí está bueno esto! Vas a convertirte


en una apática por ese chiquito. En mí ni
pienses. Sabes que ayer se me rompieron los
espejuelos. Casi estoy de oyente en las clases
hasta el fin de mes. Ni pensar que pueda leer
el periódico.

—¿Qué hacemos, Estela?

—Hablar con Flor. Ella sueña con ser locutora,


así que mañana nos levantamos. Te quedas
muda, y yo le digo que te quedaste sin voz.
Eso sí, por lo menos hasta la tarde no puedes
recuperar el habla, si no, quedo como
mentirosa.

Me río al final. ¡Qué cosas se le ocurren! Pues


sí, es una buena solución.

95
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Salimos del baño y miro a la noche desde la


ventana. Se ve una estrella grande, haciendo
guiños desde lejos. ¿Será Venus, la diosa del
amor?

96
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE SÉPTIMA

Por suerte, todo salió bien en el matutino.


Nadie sospechó y Estela me llevó a la
enfermería, donde unas gárgaras milagrosas
me devolvieron la voz. Ahora estamos en el
aula; es la hora del autoestudio y aprovecho
para estudiar Física con Gilberto. Él me habla
de energía cinética y yo le miro las uñas,
comidas casi hasta la cutícula.

—¿No te duele? —le pregunto cuando le


aprieto el pedazo de piel donde debía tener
uña.

Dice que no, pero aparta los dedos para que


no se los toque. Estela me está mirando y me
hace una mueca desde la esquina del aula. En

97
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

eso llega Mieres (yo no le hablo, porque es un


gallina: el otro día le gritamos un nombrete y
me cogió por las muñecas con una fuerza, que
si no llega a ser porque viene Maykel, creo que
me abofetea) y le pregunta algo a Gilberto. Me
levanto y los dejo. Si Gilber se entera de lo que
me hizo, lo mata. Voy a ver a Estela.

—¿Qué me quieres decir?

—Niña, que ya no sé si eres boba o te haces.


Con las manos de Gilberto cogidas, hablándole
bajito, no sé. Mira, cualquiera piensa que
están enamorando aquí en el aula.

—Estela, ¿desde cuándo te importa lo que


diga la gente? Además, ni tengo novio…

No me deja terminar.

—…no tienes novio, pero existe Merlín. ¡Ah! y


Juan Carlos —mira a todos lados—, que por
suerte no está aquí.

—Juanca no se pone celoso.

—No te lo dice, que es distinto, pero se pone

98
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

color púrpura cuando estás en los jueguitos


con Gilberto.

—¡Pero si Gilberto es mi amigo!

—¿Y tú, eh? ¿También serás “su amiga”? Que


yo he visto cómo te mira.

Ahora sí, lo que faltaba.

—Estela, estás hecha una vieja chismosa, por


favor.

Va a responder, un poco brava, y de pronto, se


echa a reír.

—¿Tú crees que una pueda tener


arteriosclerosis a los diecisiete? Porque es
verdad, ni yo misma me soporto.

—Debe ser la luna. En estos días hay luna


llena, ya sabes, los locos están de vena.

Me deja con la palabra en la boca y se va con


Esperanza. Veo que Mieres se ha ido y vuelvo
al asiento de Gilberto.

99
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¿Te pasó algo con Mieres? —me pregunta él.

—¿Qué me va a pasar? ¿Por qué lo preguntas?

—Porque te miró así, raro, y no te saludó. Si


te dice algo me avisas, que le entro a
puñetazos.

—¿Ves lo que te digo? Para ti, todo se arregla


con los puños. Voy a tener que dejar de hablar
con ustedes. Contigo y con Juan Carlos. Es
una violencia permanente. Sabes que eso no
me gusta.

Me quita el pelo de la cara y me acaricia la


cabeza.

—Es que eres mi hermanita. Si nada más me


imagino que alguien te habla en mala forma o
te va a hacer una mala acción, me enciendo
sin fósforos. Los varones, te digo. Además, si
tú eres la más buena y la más dulce que hay
aquí. Pero también eres muy burlona.

No sé cómo se las arregla para ser tan tosco y


tierno al mismo tiempo.

100
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Bueno, explícame el ejercicio, que nos


quedamos a medias.

—¡Mentirosa! Lo sabes hacer mejor que yo, es


para adularme.

—¿Cómo que adularte, Edison? Si eres un


genio.

Se oye una voz medio ronca reclamando


atención.

—Caballeros —no sé por qué nosotros usamos


esa palabra, pero es así—, al terminar el
horario del estudio individual nos quedamos
para hacer el plan de actividades del comité de
base.

Después de que Eduardo habla, Gilberto hace


una trompa con la boca.

—Se quedan ustedes, los militantes. Me voy


echando.

Lo aguanto por la manga y pregunto en voz


alta:

101
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¿No quedamos en que las actividades eran


para todo el grupo, no solo del comité de base?

Eduardo me da la razón.

—Sí, es verdad que lo hablamos. Si todos


estamos de acuerdo…

Se forma un pequeño barullo, que si no


podemos perder tiempo, que si estamos en
pruebas, para al final aprobar la idea.

Estela, que odia las apariciones en público, se


queda con la tarea de hacer el mural del
grupo. Entonces es cuando Eduardo nos
revela la muy brillante idea de hacer un
boletín de noticias.

—¡Figúrense! Boletín del 25 —dice, orondo.

A la loca de Thais se le ocurre ponerle Algo.

—Bueno, es que tendrá algo de noticias, algo


de deportes, algo de la producción y hasta
algo de literatura.

—No, y hasta algo de bobería, ¡ja, ja, ja! —se

102
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

ríe el sangrón de Nápoles, exhibiendo su


muela de oro.

Ramón, que es a quien él viene a buscar, no le


aplaude la gracia. Se aparta y yo oigo que le
dice:

—Caballo, me vas a poner la cosa mala en el


grupo, asere. Espérame en el pasillo.

¡Ah, sí! Porque no había dicho que Ramón es


uno de los extraterrestres que anda con los de
doce grado.

—Entonces —me pregunta Eduardo—, ¿te vas


a encargar tú del boletín?

—¿Yo? —me asombro, es algo que sorprende


—. ¿Por qué yo?

—Porque tú eres la que más sabe de Español,


te pasas la vida leyendo y metida en la
biblioteca.

—Por eso no —lo interrumpo—, que Estela


siempre está leyendo también.

103
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Estela se desquita.

—Qué va, mi ángel, yo no sé redactar ni un


párrafo. Escribo a duras penas.

—Eduardo, estamos en pruebas. Hay que


estudiar.

—Claro, si no tiene que ser este mes. Puede


ser para febrero y es mejor. El primero lo
sacamos el día de los enamorados. Como es
mensual, hacemos cinco este curso.

Ya sé que no me queda más remedio que


aceptar, pero pongo otro obstáculo:

—¿Dónde se va a imprimir?

—En la imprenta del papá de Belkis. Aunque,


si se demora, hacemos algunos en una
impresora. Entonces —Eduardo me mira casi
suplicante—, ¿aceptas?

104
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Sí, pero quiero hacer una aclaración: cada


cual tendrá que entregar noticias; hasta
Ramón —declaro, con voz firme, y nadie me
contradice, pero se ríen con Gilberto cuando
exclama:

—¡Señores, yo soy el guardaespaldas! No vaya


a ser que sigan la moda y nos quieran
secuestrar a la periodista.

Yo, que no encuentro otra cosa mejor que


hacer, le saco la lengua y para no perder la
costumbre, lo pellizco con toda mi fuerza.

Gilberto se frota el brazo pellizcado y espera


que yo me incline a recoger las libretas de la
mesa para acercarse y clavarme sus dedos
índices, al mismo tiempo, en mi cintura. Yo
salto, por las cosquillas, y él grita mientras
sale:

—¡El salto del ángel!

¡Sinvergüenza!

105
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

NOCHE OCTAVA

He pensado con nostalgia en Merlín. No


encuentro placer ni siquiera en los ocasionales
juegos de ping-pong que nos permitimos
Juanca y yo para relajarnos un poco de la
tensión del estudio. Estela no me ha dejado
que le hable durante la semana, porque dice
que tengo la culpa de sentirme así. Es un
desasosiego extraño, y apenas me concentro.
Por poco pierdo un punto en la prueba de
Literatura y ¡por una falta de ortografía!
Escribí, hablando de Galileo, “los discorsi”. Por
suerte, lo vi a última hora, ya que la D era en
mayúscula, porque es el título de la obra. Lo
peor es que la respuesta era como de una
página. Me pasó por lucirme y hacerme la

106
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

sabihonda, porque en realidad la pregunta era


sobre el teatro de Brecht. Si me puse mal yo,
peor se puso el profe Raúl. No quería creerlo.
Me adora casi como a una diosa. Ese es el
temor que me da con todos: con Gilberto, que
me imagina dulce y buena como una virgen;
con el profe Raúl, para quien soy una moderna
Sor Juana; con Juanca, quien piensa que soy
la más bonita y la más inteligente. Al final, yo
me veo como todo el mundo y temo
decepcionarlos. Lo peor es que cuando trato de
sacarlos de su error, piensan que también
tengo la virtud de la modestia, y no es verdad.
Soy soberbia y me disgusta equivocarme. Lo
que sí no tengo ningún ánimo de lastimar a los
demás, y siempre me acuso si soy dura o
áspera con alguien.

Por eso aprovecho que dieron permiso para


estudiar hasta más tarde en las aulas y me
escurro hasta mi rincón de la caseta, con
uniforme y todo. Daba por descontado que
Merlín no estaría, así que no tomé
precauciones. Me siento en un cartón.

107
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Cuando estaba la noche más oscura, salió la


luna para alumbrar mi corazón.

—¡Merlín!

—Yo mismo, sin vara mágica, sin la danza de


los gigantes y como un simple mortal,
esperando, alimentado por una mínima
esperanza. A veces, cuando te extraño,
quisiera llevar la noche en el bolsillo y sacarla,
como un pañuelo, y agitarlo en el aire para
extender las sombras y las estrellas, para
escucharte, Luna, y sentir ese olor tuyo, a flor,
a madera, a ti…

Tengo que decir que para mí son estas las más


románticas palabras del mundo y que no
cambio a mi Merlín por ningún personaje de
novela. «¿Ni siquiera por el verdadero Merlín?»,
preguntaría Estela. Dudo, pero no conozco al
verdadero y la magia de este la logra solo con
tenerlo cerca, como ahora. Para mí, suena un
arpa dulcemente y flota en el espacio, a

108
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

nuestro alrededor, un coro de voces


angelicales.

—Estar a tu lado es como flotar en el tiempo,


en contra de la gravedad.

¡Si es como lo digo! Me lee el pensamiento. O


tal vez es que siente lo que yo siento. ¿Será
posible? A lo mejor es un falso y se ha
aprendido esas frases para engañar a bobas
como yo. Me pongo en guardia.

—Yo pensé que la astronomía era parte de la


física.

—Así es. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque si desafías la gravedad, estás


desconociendo una de las leyes físicas, lo cual
para ti es muy importante. A la hora de
estudiar Astronomía, quiero decir.

Se ríe, el muy bandido. Debe saber que eso me


encanta.

109
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Solo que el sentido del humor no es una ley


de la física, es una cualidad humana y por
estar siempre a la defensiva, cuidándote de
mí, perdemos los mejores momentos de estar
juntos. ¿Quieres que te proponga otro trato?

—Está bien. Pero no te puedo prometer


aceptarlo —respondo yo, sospechando.

—No hace falta que prometas algo. Sé que te


conviene.

—Claro, como eres adivino…

—Adivino, no, soy mago. Recuerda que me


nombraste Merlín. Y las cosas, según una
frase de un cuento de Onelio Jorge, son como
uno las va nombrando por el camino. Así que
soy mago, por obra y gracia tuya.

—Muy gracioso —le arrugo la nariz, por gusto,


porque él no puede verme.

—¿Sabes que me parece que haces muecas? —


respiro hondo, ¡también lo sabe!—. Lo que te
propongo es no decirte más piropos ni

110
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

enamorarte. Hablar como dos amigos, al final


es lo que somos. Y podré conocerte y
disfrutarte mejor. Dejarás de estar a la
defensiva. Quiero gozar de tus ocurrencias, de
tu gracia.

Me confunde. Es verdad que temo al


enamoramiento, pero me gusta todo lo que me
dice.

—¿No estaba en lo cierto? Es la mejor


propuesta que puedo hacerte. Pero no me
pidas que deje de venir aquí. Todo, menos eso.

No puedo decir nada en contra.

—Estoy de acuerdo. Pero por ahora no


podremos seguir viniendo. Hoy me escapé un
rato porque mañana no tenemos prueba.
Hasta pasado, que es la de Historia, hay un
receso.

—¡Menos mal! Ya me asfixio si no vengo acá


alguna noche y, aunque no estés, hay algo en
el ambiente que te recuerda.

111
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

No respondo. Me cuesta hablar ahora, porque


no sé si será mejor tenerlo distante. Creo que
será peor. A uno siempre le gustan las cosas
difíciles. ¡Mi madre! Ahora sí seguro que me
enamoro. Tengo que inventar algo para acabar
con esto.

Después de las pruebas haremos una


caminata a la sierra Las Casas, porque
termina el semestre. Es en la madrugada del
domingo, así que no salimos de pase.
Después, cuando vayamos a la casa, tenemos
cuatro días de vacaciones.

—Ahora vamos a estar tiempo sin vernos.


Después de las pruebas, tendremos la
caminata y las vacaciones.

—No son tantos días. Si no fueras así, tan


caprichosa, pudiéramos ir a casa de tu abuela
en esos días. Me gustaría muchísimo.

A mí algo se me mueve por dentro. No sé si el


estómago o el corazón.

—¿Y qué me dices de tu mamá? Ahora

112
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

necesita compañía. Tu hermano es chiquito y


contigo podrá hablar mejor.

—Si supieras, desde que por fin se separaron,


las cosas están mejor. Y compañía, tiene. Mi
tía vino para la casa y se ha quedado un
tiempo en mi casa. Ella vive en Matanzas,
porque trabaja en la termoeléctrica de allá,
pero está haciendo un curso sobre protección
ambiental. Se va a quedar seis meses. Eso a
mami le viene muy bien. Además, Luna, ¿de
qué va a hablar conmigo? Ella es diseñadora
de modas y de ahí a la astronomía, hay
millones de años luz.

—No, qué va. Hay millones de años hombres, y


déjame decirte que es muchísimo, porque el
machismo viaja más rápido que la luz.

Pensé que le iba a dar un ataque, porque no


paraba de reírse.

—¿Ves lo que te digo? Eres muy ocurrente. No


soy machista, pero no tengo que ver con el
diseño de ropa, y ese es el mundo de mi

113
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

mamá.

—Pues mira, ahora que no tiene pareja, es


cuando le hace falta que la acompañes a
desfiles o a presentaciones, que te intereses
por lo que hace. No puedes ser egoísta.

Se hace un silencio corto.

—Quizás algún día tú puedas salir con ella.

—Pudiera ser. ¿Quién sabe? A lo mejor un día


a las ranas le crecen barbas, y a ti, cuero de
ganado vacuno.

—¡Ay, Luna! Qué cosas tienes. Está bien, pero


si es ganado vacuno, que sea un toro.

—Te lo decía ya. Enseguida supe que eras de


ese grupo.

—Pues te equivocaste. No me gusta el diseño


de modas, pero tampoco me gustan las
carreras de motos, por ejemplo. Una actividad
muy “masculina”, que yo sepa. Sin embargo,
me encanta el ballet y el teatro. Cuestión de
gustos, Luna, no de actitud ante la vida.

114
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

De pronto se oyen unas voces y vemos la luz


de una linterna. Oigo cómo Merlín se levanta y
viene hacia mí. Estoy tan nerviosa que no
atino a moverme. Me dice bajito: «Escóndete
atrás. Yo veré quiénes son».

Voy hasta la parte de atrás de la caseta. En


eso sale Merlín:

—¿Qué hacen ustedes aquí a esta hora? —oigo


que pregunta con voz de trueno, igual a la de
un profesor. Después llegan las respuestas,
asustadas.

—Venimos a coger aire —dice uno, con voz de


niño chiquito, y hay otra voz detrás de la de él,
muy parecida, que trata de confirmar.

Se oye entonces otra, muy diferente.

—¡Eh! ¿Qué te importa a ti, mi hermano, lo


que estamos haciendo aquí? No eres profesor,
ni cura, ni policía —dice el sujeto que parece
ser de los aseres de la escuela.

Oigo un forcejeo y un ruido de cuerpos que

115
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

chocan. ¡Mi madre! ¿Qué estará pasando?


Pero no puedo salir de mi escondite. Parece
que ahora el guapo reconoció a Merlín.

—¡Oye! No sabía que eras tú, mi socio. Vine a


abrirle unos huecos en las orejas a los
chamacos estos para que se pongan aretes.

—¿Aretes?¿Estás loco, Pochi? Primero, esto


está oscuro, capaz que le hagas el hueco fuera
de lugar y además, se le infecta. Eso tiene que
ser en la enfermería.

El socio se echa a reír.

—Yo no soy enfermero, mi hermano. Y si es


allá no me busco unos pesos.

«¡Qué asco!», pienso. Ese tipo está cobrándole


a esos dos novatos por echarle a perder las
orejas. Siempre encuentra uno a algún bobo.

Merlín habla tranquilo, pero firme.

—Que no se te ocurra hacerle nada a estos


chamacos. Y ustedes, andando pa'la escuela,
¡vamos!

116
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Siento como se van corriendo y el otro le dice


algo que no logro oír. Pero sí oigo a Merlín.

—Mira, Pochi, por una cosa de esas te


embarcas y te botan de la escuela, compadre.
Usa la cabeza, anda.

El otro no contesta enseguida. Después, llega


la pregunta.

—¿Y qué tú haces aquí, mi hermano? Porque


a este lugar no se llega por casualidad.

—Estoy esperando a alguien, mi socio. Por eso


me hace falta que esto esté despejado.

—¿Alguna jevita, asere?

—Eso es asunto mío, Pochi. No me malees.

Todavía oigo un murmullo y risas. Menos mal,


pero se tienen que haber dado algunos golpes,
por los ruidos que sentí. ¡Qué susto! Merlín me
habla.

—Luna, ya no hay peligro.

117
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¿Te hicieron daño?

—No soy tan débil —responde, con voz


cansada.

—Espero, por tu bien, que sea así —le digo, y


se me ocurre otra pregunta—. ¿Te gustan los
piercings?

Contesta muy socarronamente.

—¿Dónde?

—En la nariz, en la ceja, en la lengua,


dondequiera.

—No me gustan. Ni tampoco me gustan los


tatuajes. Todo eso sí me haría parecer ganado
vacuno.

¡Menos mal! Yo no resisto esos chiquitos llenos


de argollas. Ni los tatuajes tampoco. Antes, los
tatuajes se los hacían los marineros y los
presos. Eso dice mi mamá. Ahora se ha vuelto
una moda. Y entre las muchachas, más. Se lo
digo y ríe.

118
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Eres una extremista, Luna. A las personas


no se les puede juzgar porque quieran
marcarse el cuerpo, o usar una moda. ¿Tú ves
que ahora cualquiera puede usar el pelo largo?
Pues dice mi mamá que cuando ellos eran
jóvenes, si tenías el pelo largo pensaban que
eras un delincuente y hasta podías ir preso y
todo.

—Eso es una exageración, Merlín. A las


personas las llevan presas por robar, golpear a
alguien, por hacer algo que está prohibido,
pero no por el pelo.

Ríe a carcajadas.

—Luna, me preocupa tu inocencia. No siempre


es así. La justicia y las leyes las hacen las
personas, y las personas se equivocan.

—Uno puede equivocarse, pero no así.

—Desgraciadamente, sí.

Entonces me habla de los hippies, de los


cantantes de la Nueva Trova, de los Beatles, de

119
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

música que no podía oírse sino a escondidas y


me asombra saber cosas que pasaron hace
solo veintipico de años pero que parecen ser de
la edad de las cavernas. Escucho hablar a
Merlín y me lo imagino viejo. Sí, habla como si
fuera mayor: su vida no debe haber sido fácil,
es como si hubiera tenido que crecer de repente
para alcanzar el lugar donde se le permitía
aspirar el oxígeno. He sentido esa sensación
cuando me zambullo y salgo a la superficie,
solo que no es igual. Salir del agua toma unos
segundos, ¿cuánto le habrá costado a Merlín
salir a respirar? Me parece que muchas cosas
no tan envidiables. Eso me acerca más a él. Lo
hace parecer un héroe ante los muros
destruidos de mi fortaleza, porque sí, es cierto,
no me lo puedo ocultar a mí misma: estoy
enamorada de él. No sé si una puede saber la
cantidad exacta del amor. Pero es muchísimo
en mi caso. No lo puedo medir. Es igual a
cuando uno le dice a su mamá que la quiere
mucho, abre los brazos y señala de aquí al
cielo. Creo que es así. Enamorada de aquí al
cielo, pero ida y vuelta un montón de veces,

120
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

hasta el infinito. ¿Esto es amor, de verdad?


Temo que sí. Aunque de nada sirve temer en mi
caso. «Para ti, hija, el amor es una enfermedad
contagiosa para la cual no se ha inventado
todavía una vacuna», me dijo Estela la última
vez que hablamos del tema. Solo siento mucho
miedo: a sufrir, a perderlo… Aunque también
recuerdo algo que leí en algún lugar. Nos
asustamos y tememos a algo, pero cuando las
cosas ocurren no son tan malas, o al menos, no
duelen tanto como uno se imagina.

Alejo el silencio y mis cavilaciones cuando me


levanto y le digo:

—Debo irme, Merlín. Ya es tarde.

Él responde desde la puerta de la caseta.

—Nos quedamos mudos. Quédate otro rato,


Luna. Todavía es temprano.

—Me prometiste no insistir cuando decidiera


irme.

121
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Se rinde. Siempre consigo rendirlo con esa


suerte de propuesta amenaza que lo asusta,
porque piensa que puede dejar de verme, digo,
oírme.

—Está bien. Me voy primero. ¿Cuándo


vuelves?

—No lo sé. Creo que será antes de las


vacaciones. La caminata es el sábado.
Podríamos venir el domingo. No salimos hasta
el lunes esta vez.

—De acuerdo. ¿Vas a cuidarte?

—¿En la caminata? No soy tan débil. Me canso


un poco, pero nada más.

—Lo sé. Pero cuídate de todos modos. ¿Lo


prometes?

—Prometido. Adiós.

—Adiós.

Oigo sus pasos que se alejan y siento deseos


de gritarle que vuelva, pero nada digo. ¡Si

122
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

pudiera tenerlo cerca durante la caminata!


Saber que estará al tanto de mí. De todas
formas sería imposible, porque están Gilberto y
Estela que no me dejarán sola.

123
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

NOCHE NOVENA

—Te juro, Estela, que no sé qué voy a hacer


ahora. ¿Has oído lo que te he dicho?

Estela está muy ocupada en pegar de nuevo el


papel de un cigarro que se le ha despegado.

—Espérate, chica, que este es el último y no


puedo desperdiciarlo. Enseguida que lo pegue
hablamos. Por dos segundos el mundo no se
acaba.

—Pero puede arder, Este.

Levanta los ojos, mira por encima de sus


espejuelos, y me dice:

—El día que inventaron la exageración tú

124
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

caíste dentro de la cazuela. Ya, mira, lo


pegué, soy toda oídos.

—Estela, que no puedo seguir engañándome,


estoy enamorada de Merlín. ¿Qué hago ahora?

Camina unos pasos y llega a la ventana.


Estamos en el baño del dormitorio y todas
duermen, aunque no estoy segura de la hora.
Dejé el reloj en la taquilla.

—Todavía no sé cómo te hablo con


naturalidad. Si me haces caso, harás lo que
hace cualquier muchacha normal: te harás
novia de él.

Me desesperan esas respuestas de Estela.

—Pero no es eso lo que te pregunto. Me da


miedo, ¿y si me deja, Estela, y sufro?

—Harás como todas las personas desde que el


mundo es mundo: arreglártelas como puedas,
olvidarlo, enamorarte de otro. No será tan fácil
como lo digo, pero la vida sigue. Haces una
tormenta en un vaso de agua. ¿Serás boba?

125
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Tú eres como los demás. Acaba de entender


eso. Hija, ¿cuándo te vas a decidir? Si fueran
otros tiempos, te comprendería, aunque no
estoy tan segura. ¡Caramba, me quemo!

Ahora el cigarro se le despegó otra vez y parece


una antorcha. Todavía la miro, indecisa,
porque sé que si digo algo parecido va a
insultarme.

—No sé qué voy a decirle. Ahora de pronto,


tampoco puedo enamorarlo y le prohibí que
me enamorara.

Levantó la ceja izquierda.

—Eso siempre se sabe. Solo deja que llegue el


momento. El amor tiene sus códigos, y su
lenguaje propio.

La miro con curiosidad.

—Estela —digo solo su nombre, que flota en el


aire mientras ella regresa de botar el cigarro al
cesto, después de apagar por fin la llamarada
debajo de la pila de agua—, a veces me

126
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

pregunto si eres tú quien habla. Cuando dices


esas cosas pienso en las historias antiguas.
Hablas como un oráculo, o como una
sacerdotisa en trance. Parece que tuvieras por
lo menos cincuenta años.

Se ríe con mirada de duende traviesa.

—¿Quién dice que no lo sea? La vida tiene


secretos y asuntos ocultos. ¿Cuándo vas a
verlo otra vez?

—El domingo, después de la caminata. Le dije


que esta semana hay pruebas.

—Error número uno. ¿Por qué le dijiste eso si


tú casi no estudias, superdotada?

—No sé. Quería tener un pretexto para no


bajar allá todos los días.

—Y comerte las uñas aquí pensando que


podrías estar allá con él, ¿no?

—Critícame, pero sigo mis impulsos. Hay


momentos en que quisiera decírselo, pero no
tengo valor. Y además, no estuve segura hasta

127
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

hoy.

Ahora se pone irónica.

—¡Ah! Así que hoy tuvimos una revelación


divina.

—Humana, porque al fin me di cuenta.

Estela se limpia las uñas de bruja. Me mira


con ojos pícaros.

—Sí, tú te das cuenta de casi todo. Vamos a


dormir, algo me dice que tendremos días
difíciles. Toma tu benadrilina, así no estarás
tensa en los exámenes.

Vamos para la cama. Me acuesto, pero no


puedo dormir. No sé cuánto tiempo estoy
despierta. Percibo una respiración al lado mío y
me siento en la cama. En la oscuridad no
descubro quién es, pero no es conocido. Es un
muchacho. No puedo evitar un grito. Se pone un
dedo en la boca. Entonces me doy cuenta de
que no tiene cara. Es un hueco negro, con pelo

128
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

rubio alrededor. Me da escalofríos la visión,


pero no siento miedo.

—Vete de aquí o grito —alcanzo a decir.

Entonces alarga una mano y me acaricia el


brazo.

—¿Por qué me tratas así, Luna? Solo quiero


verte un rato.

Ahora sí no me contengo y grito, a todo pulmón,


aunque ni sé qué digo.

Lo otro que siento es que me sacuden duro.


Abro los ojos y estoy acostada. Me siento en la
cama.

—¿Te sientes bien? Creo que tenías una


pesadilla —me dice Rebeca.

No contesto. Estoy atontada. Pregunta si quiero


que me traiga agua. Le digo que no y va para

129
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

su cama. Me quedo despierta. Desde la


ventana veo un tinte rosado en el horizonte. Va
a amanecer. Por eso el muchacho no tenía
rostro. No conozco a Merlín. Se me está
volviendo una obsesión el hecho de no verlo. Es
un fantasma de quien solo conozco la voz,
como el hombre invisible. ¿A él le pasará lo
mismo?

Hoy me sentí más desamparado. Es como si


ella me protegiera, y eso que nunca he
necesitado ayuda. Es curioso: siempre alardeé
de conseguir a cualquier chiquita que me
gustara y esta se me ha resistido de tal
manera, que no quiere ni verme la cara. Ojalá
pudiera llegar ahora hasta donde duerme y
aparecerme como un fantasma a su lado,
acariciarla. Nada más que por eso valdría la
pena ser un fantasma, aunque tuviera que
estar muerto. ¡Estoy loco! ¿Cómo puedo ni por
un momento desear estar muerto, ni por veinte
como Luna? Bueno, es que estoy seguro que no
hay veinte como ella, ni siquiera habrá otra.

130
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

¿Será bonita? No me interesa. Sé que tiene una


belleza especial.

Lo peor es que no tengo con quién hablar de


ella. ¿Y si hablo con mi mamá? Es mujer y debe
saber cómo tratarla para hacerle saber que
solo quiero poder hacer juntos las cosas que me
gustan a mí o las que ella quiera. No sé si esto
será amor, pero no me había sentido así con
otras muchachas. Además, pienso en Luna y
solo se me ocurren cosas buenas, amables.
¿Puede alguien cambiarlo a uno así? Me
imagino si Nápoles, el Pincho o el Bala se
enteran. Tremendo chucho. Debo estar callado
para que no se enteren: son capaces de irle con
cuentos a Luna. Ahora me siento como si no la
mereciera. Es muy inocente. Aunque yo no soy
un delincuente ni algo parecido, pero no soy
como ella. Quién sabe si me aceptará así. A lo
mejor cuando me descubra no quiere saber de
mí. Por eso es mejor que por ahora no sepa
quién soy. Tiene que pasar más tiempo para
poder cambiar y ser mejor. Por lo menos, para
que los demás tengan otra opinión. Aunque,

131
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

¿cuál será la opinión que tienen ahora? Porque


eso antes no me había preocupado.

Miro por la ventana y ya amanece. Otro día sin


ver la cara oculta de Luna.

132
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE DÉCIMA

He salido del aula porque me ahogo. No es


calor, es una sensación de sofocación, de
angustia. Total, que apenas me concentro para
estudiar. Lo que no me sepa ya, no me lo
aprenderé. Además, nunca me ha gustado
estudiar de noche. Aquí no me queda otro
remedio porque el horario de autoestudio es
obligatorio. En el balcón hay un poco de frío. Es
enero y, al parecer, será un mes de invierno
leve, lo que ocurre casi siempre en los últimos
años. Oigo unos pasos detrás de mí y antes de
volverme, siento una mano en mi hombro.

133
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¿Te sientes mal?

Es Juan Carlos. No me vuelvo: siento su


respiración agitada en mi nuca. Cuando lo veo
así, como un macho en celo, me da miedo. Por
eso Estela me dice que le corte las
aspiraciones, pero me da pena con él. Es muy
cariñoso conmigo. Me cuida, lo quiero como a
un hermano.

Me coge una mano y la besa. Este gesto es


típico de él. Y esas cosas me gustan, pero él
no. Me parece muy niño, siempre sé lo que
piensa. Me viro y quedo entre el muro y él.

—Juanca, ¿terminaste de estudiar?

—No he terminado, pero no quiero seguir. O


mejor, no puedo.

No quiero preguntar por qué, lo sé. Anoche me


miraba de una manera y no paraba de
suspirar. Pero que no hable de eso, por favor.

—Vamos a entrar —digo y doy el primer paso


en dirección al aula, pero él se acerca más a

134
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

mí.

—No. Tengo que preguntarte algo.

¡Lo sabía! Ahora no me quedará más remedio


que rechazarlo.

—Mira, sabes que me gustas mucho —aprieta


mi mano— y aunque estamos casi todo el
tiempo juntos quiero algo más. ¿Quieres ser
mi novia?

Ya está dicho. ¡Dios mío! ¿Ahora qué hago? No


me salen las palabras. Él insiste:

—Dime que aceptas.

—Es que yo…

Entonces él interpreta mal mi confusión y me


besa. Por instinto lo rechazo con brusquedad y
no necesito darle una respuesta. Se pone serio
y triste al mismo tiempo.

—¿No te gusto, verdad?

—Mira, Juanca, yo…

135
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Pero no me da tiempo a terminar.

—Soy un bruto, disculpa. Pensé que el tiempo


que pasamos juntos, tu cariño, era otra cosa.
No importa.

Sale caminando como un loco y se va,


dejándome a mí con la tristeza de su dolor.
¿Por qué nos enamoramos casi siempre de la
persona equivocada? Él es muy bueno. Merece
que lo quieran, pero no puedo quererlo y no
me lo explico. Es cierto que el amor es un
misterio. Contemplo la noche y pienso en
Merlín. ¡Si él me quisiera como Juan Carlos!

Otra vez oigo mi nombre. Es Gilberto, por


suerte. Sus manos son grandes y rugosas.
Parece más un trabajador del campo que un
estudiante.

—¿Qué tienes? —pregunta con ansiedad.

—Nada, Gilber. Estoy aburrida en el aula. Ya

136
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

no tengo deseos de estudiar.

—No te hablo de eso. Vi irse a Juan Carlos.


¿Qué pasó?

—¿Qué tú crees?

—Que has hecho mal alentándolo. Todo el


mundo sabe que está enamorado de ti como
un bobo.

—No lo he alentado. Somos amigos. Me gusta


estar con él, jugar juntos, ¿qué tiene de malo?

Gilberto tuerce los ojos.

—A veces eres egoísta y haces daño sin darte


cuenta.

—No quiero hacerle daño. Es mi amigo y lo


quiero.

—Entonces déjalo tranquilo. No lo mortifiques.


Ni juegues más con él… al tenis. Ya te tocará
sufrir. Y bastante.

Me suena a profecía. No había visto antes a

137
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Gilberto así.

—No tienes razón tú tampoco. Nunca lo


alenté. Simplemente sucedió.

Él mueve la cabeza como diciendo “nada se


puede hacer” y entra al aula. Yo sí que ahora
no puedo entrar. Aunque me cueste un regaño
voy para el dormitorio.

Bajo al segundo piso y atravieso el pasillo


aéreo. En eso veo venir a los maleantes de
doce: los de nombres raros. También viene el
rubio narizón. Se paran delante y me cortan el
paso. ¿Qué inventarán ahora? Está oscuro
aquí, pero pienso que no estén locos.

—Mira quien está aquí —dice el de las motas


—. La tenista. ¿Dónde dejaste al
guardaespaldas hoy?

No contesto y trato de llegar a la esquina del


pasillo para esquivarlo, pero ellos también se
corren. Me asustan cuando veo que el gordo
bajito alarga la mano en dirección mía, pero
en ese momento el rubio se aparta y me deja

138
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

pasar. Salgo corriendo hacia la escalera.

Mira la chiquita del once. ¿Por qué me


recordará a Luna? Es distinto. A esta me gusta
mirarla nada más. A Luna la quisiera para
estar tiempo con ella. Ahora los pesados estos
quieren interrumpirle el paso. Ella se ve
asustada, claro. Nápoles y el Bala se
extreman. ¿Qué hago sin ponerme en contra de
ellos? Aprovecho que ella trata de irse y la
ayudo.

—¿Estás loco? ¿Por qué dejaste que se fuera?

—¿Y para qué querían ustedes que se


quedara? Ya veo que últimamente están muy
extraños. Ubíquense, que están en la escuela.
Nos cogen en un brinco de esos y nos botan.
¿Qué querían hacerle, asustarla? Pues lo
consiguieron. ¡Si parecen unos asaltantes de
película!

139
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Nápoles da un silbido:

—¡Pssss! Pareces una niña, asere. ¿Qué te


está pasando? Yo creo que ya no quieres
andar con nosotros. Tú tienes otra onda.

Me molesta lo que me dice y tiene razón: no


tengo ganas de seguir andando con ellos. Pero
tampoco quiero buscarme problemas.

—Mi socio, si crees eso, para luego es tarde.


Yo nací solo.

Oigo a Ramón, al Pincho y al Bala que


protestan: «Oye, no le hagas caso a Nápoles,
que es un atravesa'o». «Nosotros no pensamos
eso, socio»… pero yo aprovecho para
desaparecer. Ya veremos luego cómo arreglo
esto. Salgo medio escondido por la escalera del
fondo de la escuela y voy al lugar de los
encuentros. Sé que ella no va a ir, pero no
importa. Estar allí me acerca a Luna. Claro, no
me imaginé lo que veo ahora. El director en
persona parado en medio de la oscuridad del

140
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

área de voleibol. Me dura todavía la confusión


con los socios y mi ánimo no me deja inventar
un buen pretexto. De todas maneras hago como
si no lo hubiera visto y me siento en la base de
la farola apagada. Espero que venga hasta mí;
bajo la cabeza, y seguro parezco un
desahuciado de la vida. De todas formas no
está lejos de lo que siento en estos momentos:
renegando de lo que he sido hasta ahora y
enamorado de una niña buena que, seguro,
seguro, no querrá saber de mí.

Los pasos ya llegan. Estoy acabado porque


solo un milagro me salvaría. Oigo la voz del
director.

—Alumno, ¿puede explicarme qué hace aquí


en vez de estar en el aula?

Me siento sin ánimos para inventar. Creo que


me voy a buscar una buena ahora, porque
estamos en semana de pruebas, casi al final
del semestre, y ando faroleando; así que le

141
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

digo la verdad, después de haberme puesto de


pie, claro.

—Director, es que he tenido una discusión en


el aula, me duele la cabeza y he salido a coger
un poco de aire para que se me pase.

Me quedo callado, esperando su respuesta, la


amenaza segura, pero no llega. Tal vez los
milagros sí existan.

—Vaya a la enfermería a pedir una aspirina;


no se quede aquí —dice, mientras me da una
palmada en el hombro.

Sale caminando hacia la escuela y yo detrás


de él. Al menos para disimular cojo por la
escalera que va a la enfermería, pero no entro,
sigo para el dormitorio.

No hay aspirinas que me alivien mi dolor, que


tampoco es de cabeza. Llego a la cama y,
cuando quito la sábana, cae algo al suelo. Es
un papel. Las luces están apagadas, porque los

142
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

demás no han llegado; así que no las enciendo


y voy al baño a ver qué es.

Es la hoja de una libreta y alguien ha escrito


con letra de molde, para que se entienda y creo
que también para no ser reconocido:

QUIERO AYUDARTE. CUANDO VAYAS A


LA CAMINATA

BUSCA A UNA MUCHACHA QUE TENGA


UN PAÑUELO

ROJO CON LISTAS BLANCAS.

ESA ES LUNA. ESTARÉ CERCA, PERO


TODAVÍA

NO TE DESCUBRAS. LA PODRÁS VER


Y ESPERA

UN MEJOR MOMENTO PARA DECIRLE


QUIÉN ERES.

UNA AMIGA

143
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

¡Ahora sí está bueno! ¿Quién puede saber que


yo soy quien me encuentro con Luna? Tiene que
ser la amiga de ella, esa de quien habla
siempre. Seguro ella le ha contado y me ha
seguido. Al menos ahora tengo una esperanza,
pero debo esperar al sábado.

Me parece que falta una vida de aquí al


sábado, porque hoy es miércoles.

144
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

NOCHE UNDÉCIMA

Nos levantamos a las tres de la madrugada


para desayunar y salir a la caminata. Me
siento agitada. Nunca he escalado una
montaña y no imagino cómo podrá ser. Nos
movemos como sonámbulas, porque romper la
rutina de la hora de despertarse es difícil,
demasiado difícil diría yo, que me duermo tan
tarde y que es este precisamente el momento
de coger el sueño. Busco unos zapatos
cómodos que he dejado para este día y
también el sombrero. Ahora nos acompaña el

145
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

fresco de la madrugada, pero al regreso nos


castigará el sol del mediodía. No sé cuánto
demoraremos en llegar, pero no será menos de
cuatro horas. Son treinta o cuarenta kilómetros,
no lo sé. ¿Dónde estará mi pañuelo? Busco de
nuevo en el maletín, porque el que uso para ir
al campo está sucio y tenía otro aquí para la
caminata. Viro al revés el maletín y reviso cada
pieza de ropa. No está.

—¿Qué buscas? —pregunta Estela, que ha


aparecido de pronto junto a mí, casi en un
acto de magia.

—Chica, es que tenía un pañuelo guardado


para usarlo hoy y no aparece. El otro está
mugroso, ni pensar que pueda usarlo. Ayer
fuimos a recoger toronjas al lado de un campo
de mandarinas. Claro que el pañuelo mío,
como siempre me lo quito, fue la toalla de
todas para limpiarse las manos.

Estela hace una de sus muecas favoritas, la de

146
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

“¡Ay, hija!, eso es una bobería” y se quita su


pañuelo de la cabeza, mientras me dice que
ella se pone otro. Solo que el pañuelo es de
listas rojas y mi blusa es verde. Todas las
cotorras de los montes me van a confundir con
sus parientes.

—Niña, ¿eso qué importa? Si arriba te vas a


poner el sombrero…

Deja la frase inconclusa, pero noto que insiste


de una manera rara en que use el pañuelo.
¿Por qué será? No me deja tiempo para
pensarlo porque va a buscar el otro y lo trae.

—¿Ves que ese está mejor? Este no alcanza


para cubrirte todo el pelo cuando te lo recojas,
porque es muy chiquito. A mí me sirve porque
tengo tres pelusas en la cabeza.

A entrometerse llega la indeseable de Yolanda,


con su risa de cirugía estética en
recuperación.

—Pues para que te enteres, hace rato que los


contrastes entraron en el mundo de la moda

147
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—empina, como siempre, la punta de la nariz


picuda—, y creo que llegaron para quedarse,
darling.

Estela, que se pone imposible, le pregunta:

—¿Ahora, además de modelo, vas a ser


intérprete de inglés?

—Debes saber, lady, que desde los cuatro


años estudio inglés con una profesora
particular. Lo hablo y escribo como una
nativa.

Esa fue la palabra que nunca debió


pronunciar porque, sin darnos cuenta,
tenemos un coro alrededor oyendo la
conversación y después de “nativa” empiezan
las carcajadas con hipo de Rebeca, la risa
sube y baja de Magdeleine y los relinchos de
Thais. Yo, nada más de verlas a ellas tengo
que reír y Estela, ni qué decir. Pero la risa no
va a ser todo. Rebeca rompe el grupo con una
frase célebre:

—Es verdad que eres tan babosa y blanca

148
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

como la natilla —coge aire cuando pronuncia


natilla— de vainilla y si le pones canela, ya
están tus pecas. ¿También eso es del mundo
de la moda, darling?

Todas reímos y nadie oye cuando Yolanda se


atreve a replicar: «Que yo he dicho nativa, no
natilla, manada de burras…»

Mientras Yolanda se va echando fuego, hago la


combinación de cotorra aconsejada por Estela,
porque ya suena el timbre para formar y
tendremos que entrar por el fondo de la cocina
a comer algo si no queremos desmayarnos,
aunque cada cual lleva su pomo de agua,
galletas y panqués. La golosa de Rebeca lleva
hasta leche condensada en su mochila. Yo
guardo unos caramelos, por si acaso. Entre el
cansancio de caminar y que después los
bocaditos de la merienda no me gusten, puedo
sufrir una hipoglicemia.

De nuevo Estela me saca del letargo.

149
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—¡Vamos, apúrate, que nos cierran el


comedor!

Bajamos las escaleras a cuarenta metros por


segundo y nos colamos en el comedor como dos
trombas marinas. Nos comemos el pan de pie,
apurando la leche (que está ahumada, por
cierto, y sabe mal) lo más rápido que podemos
y logramos salir al patio justo en el momento en
que su majestad Chuchú I sube al podio y
empieza su discurso matutino para advertirnos
acerca de los peligros de la caminata. Como
todavía no llevo puesto el sombrero, me quito el
pañuelo con disimulo y lo guardo en el bolsillo
del pantalón. Estela y Yolanda pueden decir lo
que quieran, pero no me gusta la combinación
de rojo con verde. Ni siquiera para ir a subir
lomas.

—¡Qué cabezona eres, hija mía! Ya sé que eres


capaz de no ponerte el pañuelo —me dice

150
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Estela, cuando se anuda el de ella antes de ir


a la formación—. ¿No estarás contagiada con
la enfermedad de las marcas y ahora querrás
un pañuelo Calvin Klein, Mango o Jordache?

—¿Quién te dijo que hacen pañuelos de


marca, Estela?

—¡Yo qué sé! Como no ando mirando esas


boberías…

Busco entre el mar de cabezas con pañuelos


uno rojiblanco que me revele la cara oculta de
mi Luna. Adivino, entre las últimas de onceno
un color que se parece; ahora dejo de ver la
cabeza… No, no es. Las luces de las farolas no
alumbran lo suficiente como para distinguir los
colores. Quien está allí donde me pareció ver el
pañuelo es la tenista. Se ve distinta con el pelo
recogido en un moño. Parece mayor, o más
seria. Prefiero verla con el pelo suelto y la cara
animada, roja, de cuando está jugando. ¿Cómo
se llamará? Si el famoso guardaespaldas la

151
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

deja sola en algún momento del camino, a lo


mejor me le acerco y trato de hablarle. El otro
día se veía asustada cuando los graciosos la
rodearon en el pasillo. No es para menos.
Tropezarse con ese zoológico de pronto debe
ser un trauma muy fuerte. Desde ese día no les
hablo, pero Ramón y el Pincho me están dando
vueltas a cada rato. Mejor voy con Eduardo y
Rosabal, porque caminar tanto tiempo solo
debe ser bastante pesado. Los alcanzo cuando
suben la escalera del pasillo central y me sumo
al grupo. La madrugada está fresca, y el aire
que respiro me tranquiliza de alguna manera.
Llevamos linternas para alumbrar la carretera,
pero aún así no se distinguen bien las caras.
Los profes de Educación Física atraviesan la
caravana con paso rápido aconsejando que no
apuremos el paso y guardemos la distancia de
la cuneta para no tropezar.

Ya esta es mi tercera caminata desde que entré


en la escuela y siempre me he sentido como
ahora: emprendiendo una aventura. La única
diferencia es que las otras fueron a lugares

152
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

llanos y ahora vamos a subir una montaña. A


lo mejor no debiera llamarla así, porque es un
poco más de mil metros. Montaña es el Everest.
A esta tendríamos que decirle loma.

Delante de mí va un grupo de once con


tremendo alboroto y de pronto el sonido de una
guitarra rompe el silencio y empiezan a cantar
algo que oigo por primera vez.

—La chiquita esa tiene un pico de oro —dice


Rosabal—. Si yo fuera ella, ni estudiaba. Na, y
las canciones son de ella misma. Es hasta
compositora, chama.

Como no sé de quién habla, le pregunto el


nombre de la muchacha:

—Es Espe, compadre.

—¿Espe?

—Esperanza, la del grupo 25. Ella es la que a


cada rato canta en los matutinos. Debiera
estar en una escuela de arte y no aquí. Fíjate

153
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

si está loca que va a estudiar Física Pura.

Me da gracia lo que dice, y presto atención a lo


que cantan, porque a la primera voz se le han
unido otras y es todo un coro. ¿Estará Luna en
ese grupo? Ni siquiera sé en qué año está. Soy
de los que cree que la espera no es tan mala,
sino la incertidumbre de quien espera. No
recuerdo ahora si lo leí en algún lugar o yo
mismo escribí esto, pero es verdad. A mí no me
importaría esperar un año para ver a Luna si
supiera que es seguro verla y poder estar al fin
con ella.

♪ Por eso salgo siempre a caminar/ en busca


de una flor para mascar/ pensando/ que a la
vuelta de la tarde/ el trabajo, con que sueño/
ya es verdad.♫

¡Solo me faltaría tener a Merlín caminando a mi

154
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

lado para hacer perfecta esta madrugada!


Ahora estuviéramos juntos aquí. No sé cuándo
podré verlo. ¿Por qué todo me saldrá
complicado? Claro, si no hubiera sido por mis
vacilaciones del principio, quizás fuéramos
novios.

—¡Psss! ¡Genio!, hablo contigo, por favor,


espíritu de la luz, regresa a la tierra de estos
simples mortales y oye a la insignificante
Estela que implora tu augusta atención.

Dios, Estela cada vez está peor. Y malo


también es que me da gracia esa manera suya
de hablar, que parece estar actuando en una
tragedia griega. Ya sé que evita verme
pensando en otras cosas. También me da pena
con Juan Carlos. No ha vuelto a hablarme.
Ahora ni sé por dónde cogió. Anda como un
perro triste.

155
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Dime, excelsa Medea —le digo, a sabiendas


de que va a protestar.

—Nada de Medea, que esa fue una mala


madre, asesina, y nada tiene que ver conmigo.
¿No sería bueno que en esta caminata
conocieras a Merlín, de una vez por todas?
Sería un encuentro muy romántico.

—No me parece, Estela. Estuve pensando y


creo que es peor idealizarlo tanto. Además,
está lo de Juan Carlos. No quiero que sufra y
si él me viera de pronto con un novio, ¿qué va
a pensar?

—Ahora me habla Sor Teresa de Calcuta, otra


que no es la Santa Madre, sino una monja del
siglo catorce. Por favor, Helena, no vas a evitar
tener novio solo porque el bueno de Juanca
esté enamorado de ti. ¿Y si fuera al revés?

—Pero no es. Déjame, Estela, es mi decisión.


Además, retrocediste un siglo. Me dijiste antes
monja del siglo quince.

—¿Y si te lo encuentras? Pudiera ser que te

156
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

reconociera por la voz, en fin…

—Ojalá y no suceda. Entonces se acabaría la


indecisión porque no tendría otro remedio que
rechazarlo.

—Vamos, chica. Ven con nosotras a cantar


para que te animes.

—Estela, sabes que cuando canto enseguida


me quedo ronca, y más con esta frialdad de la
madrugada.

—¿Por casualidad hubo una transmigración


de almas de San José para acá durante las
breves horas de sueño?

—¿Qué quieres decir?

—Que más pareces tu abuela que tú, y aún


así, exagero, porque a mí me parece que tu
abuela es chévere y entra en todo. Arriba, ¡a
quedarse sin voz! Lo que tienes que cuidar son
las piernas, para ir y volver. Además, ¿por qué
no te pusiste el pañuelo o el sombrero? Se te
va a enfriar la mollera, nenita.

157
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Claro que no le hago caso, pero no puedo


resistirme. Todavía no conozco a alguien que se
le haya resistido. Nos retrasamos para entrar
en el grupito de las cantantes y al minuto estoy
desgañitándome junto con ellas. Pero es cierto
que la música tiene un efecto inmediato sobre
el estado de ánimo. Me contagian su risa, el
alboroto, y ya ni me acuerdo de la garganta.
Después de las canciones de Esperanza
seguimos y cantamos de todo: desde Lágrimas
negras (que es la canción de los borrachos)
hasta corridos mexicanos, tangos y canciones
españolas. Aquí es cuando Estela, haciendo
uso de sus excentricidades, empieza a
taconear por la carretera como otra
reencarnación de Lola Flores. Rebeca, a quien
no hay que darle mucha cuerda, se suma, y
Frida también. Todo va perfecto hasta que
tropiezan con un hueco en la calle y
empezamos a caernos unos encima de otros.
Siento un brazo que me sostiene y cuando miro,
veo al muchacho de doce que anda con los

158
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

extraterrestres. Su cara queda muy cerca de la


mía. Tiene unos ojos verdes que me encantan y
la nariz un poco grande le queda súper bien.
Me separo rápido de él, y le digo bajito:
«Gracias». Él no me responde, solo hace un
gesto de por nada con la cabeza y me mira
tratando de adivinar algo, no sé qué. Regreso
con las demás y me parece que van a notar mi
nerviosismo.

¡Qué bobería! Ni que tuviera tanta importancia


que me haya aguantado para no caerme.
¿Dónde estarán los otros locos que andan con
él? ¡Ah, ya sabía yo! Por atrás se asoman el
chiquitico y el de las motas. Él se ha quedado
mirándome con ojos interrogadores. Mejor no lo
miro más.

—¡Oye, a este tipo se le cae la baba con la


tenista esa! Míralo, Eduardo, si no se da
cuenta de que estamos hablando de él.

159
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Sí los oigo, pero disimulo. ¡Ahora sí estoy loco!


El olor de esa muchacha se me pareció al de
Luna. Es la segunda vez que me pasa. Si no
llega a separarse pronto creo que la hubiera
besado, y luego hubiera tenido que irme. No es
Luna. Es una pena que siendo tan bonita tenga
una voz tan ronca, casi masculina. Luna tiene
una voz muy dulce. Nada más dijo una
palabra, pero fue suficiente. Claro, puede que
tenga una linda voz, y haya quedado ronca con
la gritería. ¡Qué locas están! No puedo creer
que la energía les alcance para ir cantando
todo el camino. No imagino a Luna entre ellas.
Es muy sosegada y más bien tímida. Bueno, a
lo mejor logran ir cantando, pero me imagino
que el regreso será distinto. A la vuelta, todos
viramos con la lengua afuera; todos no, los más
afortunados. Hay quien regresa en la
ambulancia, con llagas en los pies o
desmayado. Claro, les pasa más a las
hembras que a los varones, pero hay sus
casos. Miro a las estrellas. Puedo distinguir
Gamma Orionis, de la constelación por Orión.
Se le representa con la figura de un cazador

160
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

con su arma en alto. Distingo las tres estrellas


brillantes, alineadas, que forman el cinturón y
otras tres más opacas que son la espada. No
entiendo la identificación de las estrellas con
armas o guerreros. La luz nada tiene que ver
con la guerra. En cambio, tiene que ver mucho
con el amor. Si yo pudiera, solo por un
momento, acercarme a Luna y poder al menos
verla, sería dichoso. Creo que nada ha tenido
sentido. Está muy claro que ella no siente como
yo. No puedo culparla, pero no lo merezco. No
ahora.

—Usted puede decir cualquier cosa, pero la


chamaca esa lo deja fuera de combate —me
dice Rosabal, y sigue hablando—: Lo único
que eso es tremendo lío, porque ella está con
el tipo ese que juega ping-pong.

¿Tanto se me nota? La noche aquella en la


escuela el Pincho y el Bala me dijeron lo mismo.

161
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Nadie puede pensar que esta no me gusta, que


solo me recuerda a Luna y yo sé que siento por
Luna algo serio. De alguna manera, hay cosas
de ella que me hacen pensar en Luna, pero no
es por ella misma.

Oigo la voz de Rosabal otra vez:

—Fíjate si es así, que lo deja lelo —me toca en


el hombro—. ¡Ssss! Despierta, que estás en
Cuba.

Se ríen de mí y los dejo. No entenderían


nunca.

Trato de alejarme del coro, porque ya la voz no


me da más. Si les sigo la corriente, me quedo
muda. ¡Qué manera de tener energía estas
chiquillas! Ya veré luego a Estela con todos los
paños que se enreda en el cuello, la salvia y
ese ungüento chino cuando no pueda hablar.
Cada vez que se pone así parece una gitana

162
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

vieja y bruja.

Está tan entusiasmada que ni ve cuando me


retraso y salgo del grupo. Voy quedando sola
en el tumulto. La noche está clara. Mirar a las
estrellas me recuerda a Merlín. En realidad,
todo me lo recuerda. La noche es el espacio que
hemos compartido y solo este hecho basta para
que su ausencia crezca y sienta la nostalgia.
No sé, cuando ese muchacho me cogió del
brazo para que no me cayera, sentí un
corrientazo, un cosquilleo. ¡Si Merlín supiera
que a él no le permito ni siquiera hablarme de
amor y me derrito cuando me toca ese otro, que
tiene un tipo tan raro y es de los mala cabeza
de doce grado. El peso de un brazo sobre mi
hombro me hace volver la cabeza.

Es Gilberto.

—¿Por qué andas sola? —pregunta, y más


parece un hermano mayor que un amigo.

—Porque —aquí carraspeo un poco para

163
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

aclarar mi voz, si es que eso es posible— ya


ves como andan Estela, Rebeca y compañía,
berreando a más no poder y yo me quedé sin
voz.

Gilber quita el brazo de mi hombro y me coge


por la mano como a una dama de la corte
francesa.

—Vámonos, mi princesa, a caminar; yo te


acompaño.

Me dice, parafraseando los versos del poema


de Roque Dalton porque sabe que me gustan y
aunque es un regado, tiene muy buena
memoria.

—Eres genial —le digo.

El hechizo de la poesía se rompe cuando él me


reprocha, bravo:

—Nada más que a ti se te ocurre ponerte a


cantar con las locas esas cuando hace tan
poco estabas enferma de la garganta. A ver,
que pareces más un bebé que una mujer de

164
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

casi veinte años.

Me hace reír. ¿Será verdad que la


preocupación por la edad es un problema
femenino? Puede ser, porque enseguida
respondo:

—Diecisiete, Gilberto. Ni uno más.

Él ríe también, pero ya me está anudando al


cuello su pañuelo de bolsillo y me abotona la
camisa hasta arriba. ¡A veces me parece un
viejo! Es verdad que yo lo obligo a estudiar,
pero él me cuida como si fuera su hija. Me da
un golpecito en la cabeza y dice:

—¡Aprende, que yo no soy eterno!

Seguimos caminando cogidos de la mano y veo


delante de nosotros, como a dos filas más allá,
a Juan Carlos. Camina solo, y no sé por qué
da la impresión de un niño desamparado.

—¿No te habla? —pregunta Gilberto.

Yo le digo que no con la cabeza.

165
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Está ofendido conmigo y pienso…

Gilberto me tapa la boca:

—No hables. Cuando abres la boca te entra


todo el frío de la madrugada. Espera a que
salga el sol a ver si te recuperas.

Caminamos callados. En medio de la frialdad


de la noche y los cantos de las muchachas, es
para mí un alivio sentir la mano tibia de
Gilberto en mi mano.

La tenista va de la mano con el físico loco.


¿Dónde estará su pareja? Míralo, si va solo por
allá. ¿Se habrán peleado? Esta sería una
buena oportunidad para hablar con ella
durante el camino, pero me ha defraudado su
voz. Tal vez haya más cosas de ella que no me
gusten. ¿ Y si Luna me sorprendiera? Pero qué
digo, si no sabe quién soy. Aunque la conoceré
algún día y recordaré que en este momento
estaba hablando con otra. Claro que son dos
cosas distintas hablar y enamorar.

166
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Ya llevamos un buen rato de marcha. El físico


loco se vira y me pregunta:

—Compadre, ¿qué hora tienes ahí?

A mí no me cae bien lo de compadre, pero el


socio está vola’o en Física y el año pasado nos
ayudó con unos problemas para las pruebas
finales. No tiene por qué caerme mal. Voy a
responderle cuando otra chiquita que va al
lado mío le contesta:

—Son las cuatro y cuarenta y dos.

—Gracias, mi cielo —dice él y sigue con la


tenista, sin molestarse en dirigirme de nuevo
la palabra.

Faltan por lo menos dos horas para que


amanezca. En esta época del año todavía son
largas las noches. Por suerte para mí.
¿También será una suerte para Luna? Lo dudo.
Se comporta de un modo tan extraño. Quizás

167
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

debí llamarla de otra manera. Recuerdo ahora


a Romeo y Julieta. Es cierto que la luna es
inconstante: tiene cuatro formas cada
veintiocho días. Demasiados cambios,
demasiado voluble. No puedo ser así, tan
irracional. De verdad que los celos enloquecen.
Ella es constante y buena. Demasiado buena.
Quizás sea eso lo que nos aleja. Algo presiente
sobre mí que no se decide a dejarme entrar en
sus sentimientos. ¿Qué es esto? Algún gracioso
me tapa los ojos por detrás. O graciosa, porque
siento el olor del perfume repugnante que usa
Mariela. Esto era lo que me faltaba. Creo que el
peor error de mi vida ha sido el poco tiempo que
estuve con ella. Gracias al famoso papel de
macho que nos creemos obligados a hacer. Si
es verdad que las personas reencarnan, ella
debió ser una bruja medieval, o Lucrecia
Borgia.

Para colmo, Rosabal y Eduardo me miran y


aprietan el paso. Los entiendo como si hubieran
hablado. Se van y me dejan, y a lo mejor hasta
piensan que me han hecho un favor. Cuando el

168
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

destino nos juega una mala pasada, hay que


tener paciencia. O como dice Ramón: coopera
con lo inevitable. ¡Ñó, pero qué trabajo me da si
lo inevitable es Mariela! Ni la sarna me parece
tan mala.

Tengo que esperar primero que quiera quitarme


las manos de encima y luego, aguantar su
cháchara.

—Cariño, demoré en encontrarte. Ya pensaba


que no habías venido a la caminata. Te
escondes bien. Espero que no sea de mí.

¡Caballero! Esta chiquita está loca. Habla como


en las novelitas esas que alquila la novia sin
sesos del Pincho. No, y por lo menos aquella
tiene justificación, porque no estudia ni trabaja.
Se quedó en su casa como un parásito. ¡Si esta
siguiera su camino! Hago un supremo esfuerzo
para no ser grosero.

169
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Hola, Mariela. ¿Para qué me buscas?

—Mira que eres pesado —me da un


empujoncito de cariño, tan cheo como ella—.
Para hablar contigo y caminar juntos.
Muchacho, eres arisco. Yo pensé que a estas
alturas ya te habías dado cuenta…, vaya, que
como yo…

¿Qué es esto? Será que esta chiquita me va a


hacer una declaración de amor? Miro
desesperado a mi alrededor y veo que el físico
ya no está con la tenista. Ella camina sola. No
lo pienso dos veces, interrumpo a Mariela y le
digo:

—Disculpa, Mariela, pero dejé a mi novia sola.


Luego te veo.

Me apuro en alcanzar a la tenista, pero en el


mismo momento llega al lado de ella otra

170
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

muchacha y al verme, me dice:

—¡Hola! ¿Vas a acompañarnos un rato?

La tenista la mira con ojos asesinos. Me da


gracia, porque es muy evidente que no desea
para nada que yo esté ahí y la amiga le está
poniendo la cosa difícil. No pienso darle gusto,
porque de repente siento deseos de
mortificarla; es como si padeciera una
enfermedad contagiosa o algo. Se nota que no
me agradece lo que hice por ella el otro día
cuando los locos esos quisieron asustarla en el
pasillo central, o ahorita, cuando la aguanté
para que no se cayera.

—Parece que te has convertido en un


caballero protector últimamente, ¿no? —
agrega, mirándome con picardía.

La tenista, que casi no puede hablar, susurra


un «por favor, si no te molesta quisiera hablar
a solas con ella» y no me queda más remedio
que apartarme.

171
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

¡Qué chasco! Pero cuando trato de ver si


Mariela nos mira, no la veo por parte alguna.
La impresión de la noticia debe haberla dejado
tiesa. Ahora seguiré adelantando para
alejarme de ella. Apenas murmuro un
«Disculpen» y me alejo de la tenista y
compañía.

—Has estado de verdad grosera con ese


muchacho —me reprocha Estela cuando él se
aleja—. Me ha dado vergüenza por ti. ¿Qué te
pasa?

—¿Y a ti, por qué te importa tanto que haya


despachado al chiquito ese? —le pregunto—.
Es del grupo ese de los aseres de doce grado
que andan en la guapería y son tremendos
vulgares.

—Pero es que siempre juzgas a los demás de


forma severa. No te querría decidiendo un
juicio en contra mía por nada del mundo. A mí
no me parece malo. Además de que me

172
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

contaste que el otro día te defendió cuando los


tipos esos se te atravesaron en la escuela.

—No me defendió. Solo me dejó pasar.

—¿Eso no es defenderte? Se puso de tu lado.


No me digas que tú, la inteligente, no te diste
cuenta de que esa actitud suya lo puso en
contra de los otros amigos. No tienes ni un
pelo de boba; piensa para que veas que tengo
razón.

—No, yo seré implacable, pero con semejante


abogada defensora, seguro sale inocente.

—Por favor, no seas irónica. Yo lo veo con esos


chiquitos raros con que anda y él no luce igual
a ellos. Le noto algo tierno en la mirada…

—Eres una mentirosa, Estela.

—Y tú una descarada. No dejas que se acerque


porque es atractivo. ¿Temes que desplace a
Merlín? Por lo menos, tiene unos ojos que
hechizan, como si fuera un mago. A tu otro
mago, a Merlín, no lo has visto. La vista es

173
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

importante, mi amiga.

—No es eso, Este, yo te lo juro. Mira, tú mejor


que nadie debes entenderme. Es una
sensación de cercanía como si nos
conociéramos.

—¿Acaso estás creyendo en la reencarnación,


en otras vidas anteriores?

Cuando Estela se pone como ahora, la matara.


Llega Gilberto y nos interrumpe. Vamos
atravesando la carretera, pero a la derecha
nos queda un llano que parece un desierto, y
más allá pueden verse algunas elevaciones, y
la falda del pico S.J.

Por fin llegamos a la base del pico. Los tres


juntos empezamos la subida. Nunca imaginé
así la escalada. En realidad es igual a subir
una calle empinada, pero tienes que agarrarte
de los matorrales, de las ramas que
encuentras, y la respiración se hace fatigosa.
Por suerte, Gilberto va conmigo y evita
cualquier resbalón. Me pesan tanto las piernas

174
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

que cada vez voy más lento. Él me propone


parar ahora y sentarnos un momento, porque
hay unas piedras lisas, pero no acepto. Creo
que si me siento, va a ser peor. Seguimos con
dificultad. Lo único bueno es que no hay calor,
no solo por lo temprano del día, sino por la
vegetación, que es muy tupida.

¡Por fin! Llegamos a la cima. Creo que hemos


demorado casi dos horas en subir, pero vale la
pena. El viento me da en la cara y dejo que me
agite el pelo. Hay nubes cerca de nosotros:
parecen esponjas blancas que flotan. Es
impresionante la vista desde aquí. El mar
tiene distintos tonos de azul, en algunos
lugares casi verde. Los campos muy verdes, e
increíblemente, todo aparenta ser muy parejo.
Se ve un río, igual a como lo dibujamos: una
línea que parece estar inmóvil y se pierde
cuando llega al océano.

—No se pierdan esto, muchachas, miren qué


belleza.

El sol asomaba por detrás de unas lomas, un

175
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

disco grande y amarillo rojizo que en realidad


parece una bola de fuego. Es una imagen de
verdad hermosa. Amanece.

Nos sentamos a descansar y a esperar a los


demás. La profe de Biología está revisando los
pies de Rebeca, que se rasguñó en la subida.

—Rebeca, mira que eres exagerada. Eso es un


arañazo —le dice Estela.

Rebeca se pone brava.

—Claro, como no eres tú, brujita. Es que


todavía no hay suficiente claridad para que lo
veas bien.

Esta Rebeca es tremenda. La profe busca a


alguien, pero la ambulancia está abajo.

—¡Profe! —la llama Gilberto—, llame a un


helicóptero de primeros auxilios. La gravedad
de la herida no permite el descenso.

—Niño, cada vez eres más pesado —le dice la


accidentada—. Si sigues así te van a incluir en
la tabla periódica como un nuevo elemento.

176
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Por supuesto, vas a ser el más raro y el de


mayor peso específico.

Gilberto le hace muecas mientras imita las


carcajadas de ella. El director, que está
recorriendo los grupos, llega hasta nosotros.

—Vamos a empezar el descenso, muchachos.


Procuraremos estar antes del mediodía en la
escuela. Con cuidado, que la tierra está
húmeda. Vayan de dos en dos.

Gilberto es todo un forzudo. Se pone en el


medio de Estela y yo para bajar.

—Estela, ¿dónde se metió el oso? —le


pregunto.

—¿Quién? —me pregunta Estela, porque del


otro lado no oye bien mi voz ronca, pero por
fin entiende—. ¡Ah! El oso. Sabes que ese oso
tiene tremendas malas pulgas. Estaba
rezongando y lo dejé por ahí.

Nos reímos y de pronto siento que se me


enreda el pie, caigo al suelo y resbalo, como

177
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

por una canal…

¡Mi madre! ¿Qué le pasó? Ha caído rodando.


Logro agarrarla y veo su cara, llena de
arañazos, y los ojos cerrados. El físico me grita
desde arriba, pero viene remolcando a la otra
muchacha y entonces le grito que me parece
que está bien, pero sin conocimiento. Voy a
bajarla. La cargo y noto que no pesa mucho. Es
menuda. Trato de apurarme lo más posible.
Parece que se ha corrido la voz, porque viene
Ricardo, el profe de Educación Física, a
ayudarme y me pide cargarla él. Le digo que no
estoy cansado y me apuro, porque ella no se
mueve y me da miedo. ¿Se habrá dado algún
golpe en la cabeza? ¡Mi madre! ¿Irá a morir
esta muchacha? Siento mucha angustia y ya
en la carretera corro hasta donde se ve la
ambulancia. Tengo la sensación de que su vida
depende de mi rapidez.

Llego a la ambulancia y la están esperando. La


acuestan en la camilla y una doctora la revisa.

178
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Se vira hacia mí para preguntarme:

—¿Se golpeó en la cabeza?

—No lo sé, doctora. Yo la vi cayendo. Es


posible que se haya dado con alguna piedra,
porque rodó un tramo bastante grande.

Asiente. Veo que le toman el pulso, la presión.


Habla con la enfermera. Todo esto me
preocupa.

—¿Está bien? —pregunto yo, aturdido todavía


por el accidente.

—No lo sabemos, muchacho. Hay que


examinarla. La llevaremos al hospital para
reconocerla bien y hacerle pruebas. Fue una
suerte que pudieras ayudarla.

—Pero, ¿estará bien? —siento que no me han


respondido la pregunta.

Veo que la doctora comprende al fin, porque


me tranquiliza.

179
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

—Seguro que va a estar bien. No te preocupes.

—Oiga, ¿no puede acompañarla alguien?


¿Podría ir con ella?

—Es mejor que no. La enfermera va a ir al lado


de ella. ¿Lo ves?

Me quedo mirando cómo le ponen oxígeno y un


suero. ¿Para qué, si no saben qué tiene? La
ambulancia sale con su luz roja y su sirena.
Ahora tendré que hablar con su amiga y el
físico. Los veo venir. ¡Qué casualidad! No es
este un buen amanecer, a pesar de que ya la
mañana dejó de ser promesa y es un hecho,
tan cierto como que siento el corazón encogido
dentro del pecho y hasta deseos de llorar. Por
favor, me digo, que no le pase nada malo. ¡Si
hubiera estado más cerca! La amiga me mira
con un poco de asombro porque ve que estoy
preocupado.

180
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

ÚLTIMA NOCHE

Estoy sentado en este banco y no puedo


quitarme de la mente a esa muchacha. Ha
pasado todo el día y no hemos tenido noticias
de ella. La enfermera que está de guardia no
fue a la caminata. Para colmo cuando llegamos
aquí los teléfonos estaban sin corriente. Por ahí
viene la amiga. Me pongo de pie y voy a su

181
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

encuentro.

—Hola —le digo, porque no sé su nombre—.


¿Sabes algo de tu amiga?

—No. Hace un rato fui a hablar con el director


y me dijo que la profe Luisa y la secretaria
fueron al hospital. ¿Por qué no les dijiste que
me dejaran ir con ella? Nosotros llegamos
enseguida.

—Es que la doctora me dijo que no podían


acompañarla. Yo mismo hubiera ido.

—¿Por qué tú? Ni la conoces apenas.

—Pero es una compañera de la escuela, no, y


yo fui quien la auxilió. Me asusté mucho, no
sé cómo se cayó.

Ella me mira y no sé por qué, me parece que


hay un brillo pícaro, burlón, en sus ojos.

—Sí, últimamente eres su fantasma. Casi


siempre estás cerca de ella.

182
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

—Ha sido por casualidad —replico yo.

—En esta vida nada es casualidad, muchacho


—me dice con tono de filósofa y asocio su
forma de hablar con alguien, de manera vaga;
no puedo precisar con quién.

—Es que bajamos juntas con Gilberto y a ella


se le enredó un pie en la yerba y resbaló. En
vez de arrastrarnos a nosotros, soltó la mano
de Gilberto.

Respiro hondo. No se me quita la sensación


extraña dentro del pecho.

—¿No habrá que avisar a sus padres? —le


pregunto, pensando en los míos y cómo
estarían si a mí me sucediera algo así.

Veo que ella va a responder y se calla, como si


lo pensara mejor. Después se sienta en el
banco, al lado mío.

—Yo también pensé en eso, pero será mejor


hacerlo cuando haya qué decir. Hasta ahora
solo sabemos que se cayó y perdió el

183
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

conocimiento. ¿Te imaginas cómo se


sentirían?

Me lo imagino. Es curioso. Estoy aquí sentado,


angustiado por la vida de esa muchacha y ni
siquiera sé su nombre.

—¿Vas a esperar conmigo las noticias? —


pregunta la amiga.

—Si no te molesta, sí —le respondo—. ¿Por


qué lo preguntas?

Ella mueve las manos y hace chasquear sus


uñas.

—Por si no tienes otra cosa que hacer… ahora


por la noche —cuando dice esto último levanta
una ceja y me mira fijo a los ojos como si
pudiera entrar y ver lo que hay detrás de ellos
—. ¿No es raro que te preocupes por alguien
de quien no sabes ni el nombre?

Lo último me sorprende. Es como si hubiera


leído mis pensamientos.

—Tienes razón, es raro. No sé por qué me

184
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

angustia tanto si no la conozco. No tengo


explicación para eso. Siento que algo me une a
ella. Ahora por la noche no tengo otra cosa
que hacer.

Ella sonríe.

—Eso quiere decir que más tarde sí. Podemos


empezar por presentarnos. Soy Estela, ¿cuál
es tu nombre?

—Mi nombre es Hermes, mucho gusto —le


respondo y aprovecho para hacer otra
pregunta—. ¿Cómo se llama tu amiga?

Me mira largamente antes de responder y hace


una pregunta que no viene al caso:

—¿Quieres saber su nombre real, Hermes,


mensajero de los dioses?

Como yo respondo afirmativamente, al fin lo


dice.

—Helena. Mi amiga se llama Helena con


hache, como la de Troya. Bueno, como la
raptada por Paris, porque no era troyana, sino

185
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

griega.

—¿También podría desatar una guerra? —


pregunto yo, tratando de hacer un chiste. Ella
me mira pensativa y responde:

—¿Sabes? Si entendemos la guerra como un


conflicto entre dos bien que pudiera ser, sí,
aunque aquella Helena solo fue un pretexto:
esa de Troya nunca fue su guerra.

Resulta que la amiga de Helena es muy


especial y filósofa. De nuevo trato de recordar
quién me ha hablado de alguien parecido, pero
estoy bloqueado emocionalmente por lo que ha
pasado. Oímos detrás de nosotros una voz:

—¿Hay alguna noticia de Helena?

Es el físico, que está parado en medio del


cantero por detrás del banco, como una
aparición.

—¡Niño!, tremendo susto que me has dado.


No, todavía no hay noticias. Estamos
esperando.

186
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Su cara también refleja ansiedad. De dos


zancadas irrumpe en el pasillo para decirnos:

—Voy para el vestíbulo a ver si llega alguien


del hospital. ¿Ya se podrá llamar por teléfono?
¿Ustedes saben el número?

Estela se pasa la mano por la cabeza y casi le


grita:

—¿Por qué tantas preguntas? No sabemos.


Espera igual.

Nos da la espalda y se aleja en dirección al


vestíbulo. En ese momento sentimos el ruido
del motor de un vehículo y la frente blanca de
una ambulancia parquea al lado de la
escalinata de la escuela.

Llegamos cuando están ayudando a bajar a


Helena. Verla con un piyama del hospital me
da mala espina, pero después comprendo que
la ropa de la caminata estaba llena de tierra.

Ella se abraza a Estela y las dos lloran, pero la

187
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

sana llora más que la enferma. Al fin las


separa Gilberto.

—¿No hay un abrazo para mí?

Helena lo abraza y en eso sale Chuchú de la


dirección y se echa a perder todo.

—Nada de sofocaciones, que seguro la


estudiante debe hacer reposo. ¿Doctora, cómo
está ella?

La doctora sonríe:

—Ella está muy bien. Parece que tiene la


cabeza dura. La pérdida de conocimiento
puede haber sido por la impresión de la caída
o por falta de oxígeno, pero le aseguro que le
hicimos todas las pruebas posibles y está
sana.

—¿Parece que tiene la cabeza dura? Si lo sabré


yo —dice Estela—, pero vamos para que te
bañes y cambies la ropa.

188
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Salen abrazadas del vestíbulo, mientras que


Gilberto y yo nos mantenemos a cierta
distancia, caminando detrás de ellas. De
pronto, Estela frena y se vuelve, obligando a
Helena a virarse también.

Ella me mira con esa expresión tierna y


aniñada que me pone nervioso.

—Helena, debes darle las gracias a tu


salvador. Él fue quien te recogió y llevó hasta
la ambulancia, en brazos, como a la doncella
de una historia de amor.

Él se pone tan rojo que me da pena.

—No creo que fuera tu salvador, solo te


ayudé… —me interrumpo porque ella ha
puesto una cara tan sorprendida que me
pregunto qué pude decir yo que la emocionara
tanto.

—¡Eres Merlín! ¿Cómo es posible? Yo…

Solo atino a ir hacia ella y abrazarla, contento

189
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

de mi Luna sana y salva en esta noche, y


siento que por primera vez no debo mirar al
cielo para encontrar las estrellas. Hoy todas
ellas, por única vez, bajaron a la tierra.

190
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

191
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Desde el amor y la memoria

El amor es un misterio. No lo digo solamente


yo: también lo confiesa Helena cuando
descubre este sentimiento que la sorprende y
confunde. Ese primer amor que sentimos en la
vida nos convierte el mundo en un lugar tan
hermoso que nos asombra: nada volverá a
parecernos lo que antes era. A la vez, nos
puede alegrar o entristecer al mismo tiempo y
sentir la felicidad sin razón aparente. Con el
tiempo vemos que son infinitas las
posibilidades de enamorarnos, pero esa
primera vez es mágica y nunca la olvidaremos.
Ese amor convierte al ser amado en nuestro
héroe o heroína más increíble, porque también
ocurre que lo acompaña una apasionada
admiración por cualidades que se nos antojan
sobrenaturales y los hombres y las mujeres
somos iguales ante el amor, como ante la
muerte, quizás porque cuando amamos la vida
se nos muestra en una dimensión
desconocida.

Las historias de amor, desde siempre, han


despertado en mí un estado de gracia
indescriptible. No podría decir cuántas he
conocido gracias a las páginas de los libros e,
inevitablemente, la vivo como si fuera la mía
propia. Por eso me decidí a escribir esta, que
empecé a escribir un día, la abandoné por
años y luego la terminé con una urgencia

192
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

inesperada, como si en ello me fuera la vida.

He disfrutado mucho escribir esta novela. Los


buenos recuerdos de esa etapa de mi vida
como estudiante vuelven a mí con frecuencia.
Conocí a muchas personas importantes,
aunque los caminos después fueron diferentes
y a algunos no los he vuelto a ver. Atesoro con
cariño la amistad y el aprecio de personas con
quienes compartí aquellos momentos y de
otras que vinieron después, cuando ya no era
una muchacha. No sé si he merecido todo ese
afecto, pero es de mis posesiones más
preciadas y han estado para alegrarme cuando
ese otro amor no ha estado en mi vida.

Por lo general las dedicatorias en los libros son


breves y no permiten agradecer a todos los que
uno quisiera. Entonces decidí que ahora deseo
hacerles saber que, aun sin vernos, han
formado y aun forman parte de mi vida.

En la novela hay personajes y situaciones


reales y de ficción que conviven en armonía.
Thais, Magdeleine, Estela, Rebeca, Flor, Juan
Carlos, Gilberto, Maykel, Carlos, el diri, el
yanqui, Ramón, Rosabal, Eduardo, Esperanza
y Milagros (las jimaguas), Maritza, los profe
Esperanza, Raúl Gorrity, Miguel y Luis. Hasta
los que no aparecen expresamente, mientras
escribía, estuvieron muy cerca de mí como en
la secundaria y en el Pre.

193
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

Otros como Guillermo, Maritza, María Elena y


su mamá Fina, Olguita, Nelio (de luminosa
memoria), Ramón el Bicho, me acompañaron
en muy difíciles momentos. Mis amigos de la
Biblioteca Pública de Cienfuegos, del Centro
de Patrimonio y del Libro fueron mi familia
cuando la tuve lejos. Por eso, si escribo sobre
el amor los menciono porque también fueron
parte de ese mundo íntimo y particular.

Justo, José Díaz Roque, Maritza, Candelario,


Michel, Coyra, Ian, Mayito y la otra Maritza,
ocupan un lugar muy especial. Recuerdo sus
cumpleaños, frases y voces que llegan a mí
desde la distancia para hacerme compañía. No
puedo olvidar el cariño de Danilo, Lily, Iliana,
Orestes, Violeta, Chaly, Deysi, Juanita, Lucía,
Nivia y Clara, Mariloly, David, Rafaela, Mirtica,
Anivia, Alejandro, Lester, Marcos, Ariel, Baby,
Rosa María, Beatriz, Grisel, Geysi, Ana Teresa,
Sarría, Omar, Pedro, Rodolfo, Carlos Díaz,
Martha de la Cruz y Fidelito.

En época más reciente, tuve la suerte de


encontrar la amistad de seres únicos en la
editorial Gente Nueva, otros escritores y gente
del mundo del libro. Ellos saben quiénes son.
Mencionaré solo a Janet, amiga y maestra, mi
querido Espino Erick el Rojo, Jacqueline, María
Elena, María del Carmen, Rosa, Mirta, Alga
Marina, Celima, Aracely, Lida y Gretel, porque
no me lo perdonarían, pero son muchos más.

194
LA NOCHE EN EL BOLSILLO

Entre ellos mis compañeros de viaje Zurbano y


Pérez Chang.

Sin el amor de mi madre no tuviera hoy la


sensibilidad imprescindible para hilar mis
narraciones dedicadas a esos «locos bajitos»
sin los cuales no podría vivir y mi padre me
abrió los ojos a la tolerancia. La ternura de
mis tías Chacha, de dulce recuerdo, y Luisa
fue un alimento vital para mi espíritu. Tengo
una familia numerosa, a la cual adoro, con
muchos hermanos, tíos, primos y sobrinos de
la cual escribiré algún día y de quienes podría
decir como Dumas que somos «todos para uno
y uno para todos». No sé qué me hubiera
hecho sin Tavito, Elvira, Carlos, Magaly y
Valia (citados por edad para que no haya
celos).

Otras muchas personas, cuyos nombres a


veces recuerdo y otras no (con esta memoria
que se ha deteriorado), vienen a mi mente
siempre con sus rostros amables, y ahora
también acuden.

Creo que la vida me ha premiado al rodearme


de tanto cariño y darme dos hijos que son mis
sueños de carne y hueso. Por eso agradezco
además a su padre, Alfredo, por tanto tiempo y
amor compartido.

Eso tiene de bueno el amor: la infinitud.

195
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

196
SOBRE LA AUTORA

Mirtha González Gutiérrez es una escritora cubana


para niños y jóvenes de la isla. Entre sus trabajos
más importantes se encuentra La niña que salió a
buscar un cuento, Talía y sus papeles, Talía
quiere cambiar el mundo, Cantacaminos, El
contar de los contares, Los cuentos de Peque y en
especial, Peruso.

197
MIRTHA GONZÁLEZ GUTIÉRREZ

198

También podría gustarte