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Gillespie
Hay otras verdades que pueden encontrarse en esos documentos, y se refieren no tanto a
la “historia” como al modo como los indígenas ( e incluso los españoles)concebían el
pasado azteca y lo usaban para comprener su mundo presente, un mundo que en aquella
época incluía no sólo el recuerdo de pasadas glorias sino también un extraño “otro”.
Las tradiciones nativas que sobreviven de ese período no son un mero recuerdo estático
del pasado prehispánico. Revelan en cambio una actitud dinámica hacia la historia y
tradiciones en estado de fluencia.
Analizar el pasado de otra cultura según lo relatan sus representantes exige conocimiento
de la visión que esa cultura tiene del pasado y del tiempo mismo. Las concepciones
mesoamericanas del tiempo eran tanto lineales como cíclicas. Con el tiempo lineal, el
tiempo registrado empieza en un punto de referencia cero situado en el pasado y avanza
al ritmo que se mida hacia el presenta y el futuro. Como es irreversible e irreceptible,
proporciona un punto absoluto y único para cada acontecimiento en el tiempo. En cambio
el tiempo cíclico se mide en círculos que se repiten infinitamente de modo que vuelve
continuamente a su punto “cero” y cada acontecimiento se repite cada vez que se repite el
ciclo. Los conceptos del tiempo cíclico, que predominaban en las culturas
mesoamericanas, se basan en parte en los interminables ciclos naturales de las
estaciones y el movimiento de los cuerpos celestes. Los ciclos temporales aztecas
incluían el concepto de un ciclo ritual de 260 días, un año solar de 365 días, un siglo de
52 años y el ciclo de 5 edades del mundo o “soles”, así como ciclo más mundanos, como
la rotación de cargos públicos.
Como el tiempo cíclico es reversible y repetible, en la visión del mundo azteca la historia
pertenecía al pasado y también al futuro. Explicaba tanto lo que había ocurrido como lo
que ocurriría. Es la historia profética en que se considera que los acontecimientos
presentes han sido puestos en movimiento por acontecimientos pasados, de manera que
tanto el presente como el futuro son conocidos y explicables. El calendario azteca se
utilizaba principalmente no para llevar la cuenta del tiempo lineal sino para la adivinación.
Para los aztecas, como para muchos otros pueblos, el propósito de la historia era explicar
la organización de la sociedad en el marco del desarrollo de su mundo.
Entre los grupos preliterarios, la transmición de saber histórico requiere una serie de
mecanismos mnemotécnicos que ayuden en el proceso de recordar y reproducir el
pasado.
Todos estos mecanismo eran utilizados en los registros aztecas, pues a pesar de la
presencia de un rudimentario sistema de notación pictográfico e inlcuso fonético, el
principal medio de preservar el pasado era oral. No se trata de que los aztecas no fueran
capaces de inventar un sistema de escritura mejor, sino más probablemente de la
ausencia de todo deseo de fijar o uniformar sus tradiciones, cosa que haría el pasado
menos flexible a las variaciones y modificaciones necesarias.
Así las tradiciones histŕicas eran efectivamente transmitidas de generación en generación
por memorización, y las pictografías servían tan sólo de ayuda o reificación.
La transmisión de tradiciones históricas estaba por lo tanto subordinada a las demandas
de la forma y el contexto de esas presentaciones. Leer los libros originales era en realidad
actuar la tradición oral, literalmente “cantar las pinturas”. Así, aún teniendo en cuenta el
declarado énfasis de los aztecas en la importancia de la memorización, los textos de esas
historias no pueden haber sido fijos, puesto que el arte verbal se recrea cada vez que se
ejecuta. Los mismos libros eran sumamente sagrados, y el cargo de escriba era muy
favorecido en la sociedad. Esos documentos no eran tanto la fuente principal de registros
cronológicos como mecanismos simbólicos que mantenían el control del conocimiento en
manos de la elite, cuyos miembros eran los únicos autorizados a poseerlos y leerlos.
No solo no había textos fijos sino que hay indicios de que las varias ciudades-estado
mantenían deliberadamente sus propias versiones distintas de la historia, con pleno
conocimiento de que diferían entre sí. Los letrados mismos no intentaban conciliar sus
tradiciones y construir a partir de ellas una secuencia histórica única, porque no era ese
su propósito.
La narración de distintas versiones de la historia, de como cada grupo había llegado a
vivir y establecerse en el centro de Mexico, era una manera de explicar la diversidad
étnica allí existente. Las variantes en las historias justificaban antagonismos y alianzas
presentes, y mantenían las identidades individuales de las varias ciudades-estado en el
valle de Mexico y más allá.
El presente pasaba a ser el moodelo para reconstruir el pasado, porque cada vez que la
situación presente cambiabaa tal punto que ya no era percibida como continua con el
pasado conocido, era necesario crear de nuevo el pasado. Además, debe haber habido
tantas versiones del pasado como comprensiones del presente. La primera pregunta a
formular ante esos documentos es, por lo tanto, de índole antropológica: ¿ Qué realidad
está simbolizada en cada narración? En lugar de histórica: ¿Qué ocurrió realmente en el
pasado? Una preocupación más fundamental que deriva de esa pregunta se refiere no
tanto al contenido de las historias como “realidad” simbolizada sino a los principios
organizadores, la estructura subyaciente que gobernaba su creación.
Las tradiciones históricas preservadas ofrecen vislumbres importantes de la historia
azteca no solo prehispánica sino también del propio período colonial. Como fueron
escritas tanto, por indígenas como por españoles, son ventanas hacia las mentes de
representantes de dos culturas que habían entrado en contacto en forma abrupta y
violenta pero que eventualmente siguieron en contacto.
La visión del mundo y la experiencia acumulada no había preparado para la conquista ni a
los españoles ni a los aztecas. Dicho de otro modo, los hechos ocurridos llegaron a ser
percibidos como algo no conforme a las categorías y relaciones conocidas por medio de
las cuales esos pueblos construían y estructuraban sus mundos, yen tal caso era
necesario redefinir tales categorías y relaciones. Especialmente los aztecas (pero tambien
los españoles) miraban su pasado para hallar una solución para lo que había sucedido ,
puesto que la historia era el principal medio de explicar el origen y la natraleza de la
realidad. Para seguir en esa función, la historia azteca fue transformada de modo que
pudiera integrar los hechos de la conquistay la conolización.
Ese proceso de transformación de categorías culturales para qe se conformen a hechos
reales tal como se interpretan es la “dialéctica entre estructura y hecho”. Si bien es un
proceso continuo, se hace más prominente en situaciones de contacto culturales, cuando
una sociedad se enfrenta al comportamiento nuevo y no anticipado de un pueblo extraño.
Los aztecas en particular tenían que enfrentar el profundo problema de mantener la
continuidad entre el pasado y el presente que ordenaba su mundo, frente a
acontecimientos totalmtente inesperados y por lo tanto inexplicables.
La extrañeza de las sociedades del nuevo mundo desafiaba las concepciones europeas
del mundo. Era especialmente difícil para los europeos aceptar el hecho de que los indios
no estaban mencionadas en la Biblia, autoridad última.
Así, los dos grupos tenían que empezar a tratar de entenderse mutuamente, pero
inmediatamente hubo malentendidos e interpretaciones erróneas. Los aztecas
consideraban que su derrota había sido la derrota de sus dioses por los dioses de los
españoles. El grupo derrotado estaba obligado a adoptar el culto del dios de sus
conquistadores, asimilando a la nueva deidad en su panteón. Al aceptar al dios de los
españoles los aztecas indicaron su sumisión a él.
La imposición de una nueva religión sustituyendo completamente a la existente era algo
totalmente extraño a los pueblos indígenas, especialmente teniendo en cuenta que el
calendario ritual/solar de ceremonias y los conceptos de tiempo y espacio deificados
gobernaban una parte muy grande de la vida azteca. Para el indio la conquista no
significaba conversión absoluta, pero para los españoles las dos cosas iban juntas.
Las tradiciones históricas pasaron a ser una parte importante del diálogo entre los dos
grupos. Por lo tanto la transformación de la historia azteca no fue una empresa
exclusivamente indígena sino que fue producto de aportaciones indígenas y españolas.
Los textos históricos que sobreviven representan fragmentos de ese diálogo azteca-
hispánico congelados en el tiempo. Contienen intentos de los dos grupos de conciliar los
hechos de la conquista con sus diferentes visiones del mundo, y ninguno de los dos
puede ni rechazar completamente sus propias categorías y principios ni incorporar
plenamente los del otro. Como para explicar y reformar si era necesario, el diálogo tomó
la forma de una dialéctica, dando como resultado nuevas síntesis que a su vez eran
modificadas ulteriormente a medida que avanzaba el periodo colonial y seguían
produciendose cambios.
Fueron principalmente los religiosos quienes buscaron información sobre la historia y la
cultura aztecas, con la esperanza de utilizarla para convertir a los indígenas a la religión
cristiana así como la cultura europea.
Además de la adopción de convenciones europeas en la escritura en prosa y la
ilustración, la lengua nahuatl se simplificó y se uniformó y el sistema de registro
pictográfico indígena, todavía en uso en la época colonial, sufrió una modificación
haciéndose más fonético. Eso se debía no sólo a la presencia de un alfabeto fonético
español sino también a un cambio en el contenido de los textos indígenas. En lugar de ser
principalmente rituales, los documentos de estilo indígena empezaron a concentrarse en
la historia, las genealogías y las reclamaciones de tierras y otros procedimientos legales.
Si para los aztecas la derrota significaba la derrota de sus dioses por el dios de los
vencedores, entonces sus propias creencias prehispánicas exigían que aceptaran al
nuevo dios lo más pronto posible a fin de unirse a sus conquistadores. Por lo tanto fue
“compulsión social” más que coerción militar, la causa del tremendo cambio de las
prácticas aztecas a las españolas.
La repercusión de la conquista sobre las tradiciones históricas entre los aztecas, como
parte del proceso dialéctico, puede quizá deducirse de los documentos de comienzos del
período colonial que sobreviven. Como ya se ha señalado, para emprender ese análisis
es preciso enfrentar una serie de problemas: 1) sólo se han conservado unas pocas voces
de ese “diálogo”2) no nos queda ninguna versión prehispánica pura de historia narrativa
azteca, lo que hace difícil discernir qué elementos aportó originalmente al diálogo 3)
distinguir los conceptos aztecas anteriores a la conquista de la síntesis posteriores a ella
se complica por la presencia de similitudes independientemente desarrolladas en las
visiones del mundo azteca y española 4) en las historias recurren fechas, personajes y
hechos específicos, debido a la concepción azteca del tiempo como cíclco y sometido a la
influencia de fuerzas sobrenaturales, y 5) hay contradicciones entre los distintos relatos
debido a rivalidades y comprensiones diferentes.
El enfoque estructuralista contrasta con la metodología histórica más habitual en varios
aspectos y ha sido recomendada como complementaria de ella: “La ventaja del análisis
estructuralista es que no es selectivo (como el enfoque histórico), sino que respeta la
necesidad de conservar todos los detalles de un relato determinado como parte del
proceso de descodificación, aparte de que tengan o no sentido inmediatamente”.
Al no ser selectivo, este enfoque postula que todos los relatos contradictorios del pasado
ser igualmente legítimos, es decir, que no hay ninguna versión correcta o texto más digno
de confianza. En cambio, “cada versión debe ser considerada en la medida en que todas
documentan un sistema de posibilidades, cada una de las cuales puede transformarse en
todas las demás.
El objetivo, por lo tanto, no es reconciliar las contradicciones planteadas por las diferentes
tradiciones, sino explicarlas en una forma que permita no sólo las contradicciones sino la
incorporación de elementos sobrenaturales o improbables. Un axioma básico del análisis,
entonces, es que las narraciones se aceptan simplemente “tal como son”. Son textos
simbólicos que deben ser “leídos” en el sentido de interpretados.
Debido a que los relatos históricos son de formato narrativo, muchos acontecimientos y
personas que parecen asemejarse están separados por tiempo cronológico y por lo tanto
aparecen como distintos. Sin embargo, esos esos detalles son simplemente
manifestaciones diferentes de un mismo episodio, parte de la repetición que hace más
visible la estructura de los textos. Además, esas repeticiones de la misma historia narrada
una y otra vez refejan la concepción azteca del tiempo cíclico, de la historia pofética, del
pasado que se repite. Por lo tanto el timepo cíclico aumenta el número de relatos distintos
del mismo hecho, lo cual lejos de ser un estorbo es absolutamente necesario para el
análisis. Esa repetición es necesaria porque las versiones rivales de una historia expresan
colectivamente ideas que niguna de ellas de por sí puede expresar acerca de problemas
fundamentales de la naturaleza del cosmos y de la sociedad. Es en esta totalidad de
expresiones superficiales que se revelan las reglas subyacentes que rigen la creación y
recreación del texto.
Mediante el examen de la transformación de la historia azteca después de la conquista
podemos empezar a elucidar esas reglas y categorías del pensamiento azteca. Muchos
de los elementos de las narraciones históricas aztecas están unidos estre sí por medios
como “semejanza, oposición, paralelismo, trasmutación, yuxtaposición, el uso de pars-
pro-toto u otros mecanismos operadores, en sentido lógico, que crean los códigos míticos
y desarrollan sus relaciones. Esos vínculos revelan que los elementos son a la vez el
mismo y distinto. Así, a partir de las variantes de episodios históricos se reconstruyen los
patrones recurrentes que establecen relaciones de sutitución y combinación.
La práctica de fragmentar esos documentos en diferentes partes, que a continuación son
rotuladas falsas o verdaderas, no hace justicia a las historias aztecas si no indaga por qué
existen tantas contradicciones tan conforme a un patrón, y tantos elementos
sobrenaturales, dentro de los registros históricos. Además, los aztecas no conocían
nuestra distinción entre historia y mito.
En realidad, la idea de una oposición entre historia y mito es una construcción artificial
dela cultura occidental, porque ambas cosas son el punto final de los mismos procesos.
Afirmar, que nuestra historia es verdadera mientras que los mitos son falsos por definición
es ignorar la realidad de que ambos son narraciones simbólicas. “el mito y la histoira son
conjuntos de experiencia significativa acerca del pasado condicionados por la utilidad y la
importancia para el presente, tal como es experimentado por una tradición cultural
particular.
Martínez Marín
22 códices sólo 4 están en Mexico, los demás se hallan en diversos países europeos, y
sus nombres tienen que ver con circunstancias históricas posteriores a su origen; de los
restantes, 5 están en Inglaterra; enItalia, Francia y Austria, 3 en cada país; 1 en Alemania
y 1 más en España.
Características de los códices y su valor como obra
La pintura de los códices es, junto con la mural y de la cerámica pintada, una de las
expresiones más importantes de la pintura prehispánica.
Navarrete
Uno de los problemas que más han ocupado a los estudiosos de la historia rehispánica ha
sido explicar la patente similitud entre Aztlan, el lugar de origen de los mexicas, y Mexico,
su lugar de asentamiento definitivo. Desde hace más de un siglo han surgido dos grandes
escuelas que proponen una interpretación histórica y una interpretación mítica de este
problema.
Según la explicación histórica, Aztlan existió y los mexicas partieron de su patria original a
la busca de otro lugar que se le pareciera.
En contraste, la explicación mítica sostiene que el lugar original es México y que Aztlan es
una proyección de esta ciudad al paado
para Navarrete es posible compatibilizar ambos métodos si se los analiza con una
perspectiva crítica.
Brinton, Seler y los posteriores defensores de la explicación mítica coinciden en
contraponer historia y mito. La primera es el registro de hechos reales en un tiempo real,
el segundo es un discurso simbólico e ideológico que obedece a regals cognoscitivas muy
diferentes. Ambas formas son excluyentes.
Esta contraposición tiene venerable tradición en el pensamiento ocidental. Desde
herodoto, la historia se ha colocado del lado del logos y a releado a las otras tradiciones
sobre el pasado al mythos.
La novedad interpretativa de Brinton y Seler no residió en sospechar de los aspectos
inverosímiles de los relatos históricos mexicas, sino en extender su sospecha a toda la
migración. Fueron ellos quienes plantearon la posibilidad de que estas tradiciones
pudieran ser una ficción completa.
Los defensores de la explicación mítica, de Brinton en adelante, han esgrimido diversos
argumentos para demostrar las “deficiencias” que impiden a las tradiciones indígenas ser
plenamente históricas y que las colocan firmemente en el terreno del mito, estos
argumentos se pueden resumir en 4 grandes grupos:
1- La deficiencia tecnológica de las técnicas de transmisión de la memoria histórica.
2- La naturaleza poco confiable de las tradiciones orales y el carácter poco evolucionado
de la escritura pictográfica impedían conservar un recuerdo fidedigno del pasado y
fomentaban su mitificación.
3- La parcialidad y localismo de la memoria histórica que impedía el distanciamiento y la
objetividad que supuestamente deben caracterizar a los discursos propiamente históricos
4- La naturaleza simbólica e ideológica del discurso indígena sobre el pasado. El hecho
comprobado que los gobernantes mexicas destruyeron las tradiciones históricas antiguas
al momento de acceder al poder imperial a principios del siglo XV.
Duverger
Grusinzki
El conjunto de los conocimientos que explicaban y sintetizaban la imagen que aquellas
culturas o mejor dicho, que aquellos medios dirigentes daban del mundo,se vaciaba en
dos modos de expresión que al parecer son predominantes y propios del área
mesoamericanas: la tradición oral y la pictografía.
Las culturas del centro de Mexico son antes que nada culturas de lo oral.