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Las Escritoras Italianas del Siglo XX – Dossier 7: Clelia Pellicano

Profa. Giuliana A. Giacobbe

Pellicano, Clelia (1907). «Donne ed industrie nella provincia di Reggio Calabria»,


Nuova Antologia, 42, fasc. 841, pp. 68-82.

Más que el reino de la mujer, la casa, en Calabria, puede decirse que es su ataúd. La
campesina, es cierto, pasa ahí la menor parte del día: pero la burguesa está ahí encerrada,
como una preciosa joya, desde que nace hasta que se muere.
De ella proviene la parte de felicidad y de infelicidad que se le asigna aquí abajo [en
Calabria], ahí se afea y decae como una planta en una sierra, mientras que la campesina
prospera al sol como una exuberante flor tropical.
Hasta hace algún tiempo, toda la educación femenina de esos lugares se reducía a las tareas
domésticas, y era de agradecer si alguna joven podía seguir la misa en su libro de oraciones.
¡Baste decir que una Guevara no fue capaz de depositar su firma en su propio contrato
matrimonial! (p. 70)

Por mucho que yo hubiera indagado en la historia de Reggio [Donna Geronima] es la única
mujer ilustre che me ha sido posible encontrar. He consultado viejas crónicas, he interrogado
a eruditos, metí las narices aquí y allí, con ardor, con fervor, con petulancia: tuve que
convencerme de que las mujeres calabresas, como los pueblos felices, no tienen historias.
Admitiendo que – ¡no seré yo quien dude de ello! – que los grandes hombres se formen
sobre las rodillas de sus mujeres, es únicamente en los grandes hombres calabreses que
podemos encontrar mujeres. La culpa – o el mérito, porque ¿cuánto más que nosotros habrán
sido felices esas heroínas oscuras? – es en parte, se entiende, de los señores hombres. Desde
que el mundo existe, desde cualquier latitud, el hombre ha, con el resto de las creaturas más
débiles que él, esclavizado a la mujer; pero en Calabria, creyendo que la mujer ha nacido
para su exclusivo uso y consumo, la ha monopolizado sin escrúpulos. Duele ver entre los
campesinos, la cantidad de trabajos que los hombres hacen recaer sobre las mujeres,
dejándolas envejecer y deformarse bajo el peso de las desproporcionadas fuerzas, ¡y cuál
servil obediencia exige el hombre de la mujer, sin darle a cambio otras pruebas de amor más
que unos celos salvajes, opresores, a los que da sabor con golpes!
Vamos a conformarnos con admirar a la mujer calabresa que, consumada en el alma del
marido, de los hijos, intenta obrar en los campos o en los telares, abasteciéndose a sí misma
y a los suyos (pp. 71-72).
Las Escritoras Italianas del Siglo XX – Dossier 7: Clelia Pellicano
Profa. Giuliana A. Giacobbe

La participación al Congreso Internacional de Londres (1909): fragmentos de artículos


publicados en la revista La Donna en 1909.
Reflexiones sobre la situación de Italia con respecto a los otros países que tuvieron
representación en el congreso.

Mi lejana Italia me pareció tan pequeña, casi perdida en ese vasto mundo extranjero, entre
naciones más fuertes y más poderosas que ella: ¡tan pequeña y tan grande en mis
pensamientos! Y el corazón se me estremeció de pena, se encendió ese amor patriota que
todos nosotros llevamos en las ínfimas raíces de nuestro ser […] y que nace tumultuoso en
cuanto se pisa suelo extranjero (Pellicano, 1909: 23).

Recordad, mujeres de cualquier raza, de cualquier país – desde donde resplandece el sol a
medianoche hasta aquellos donde brilla la Croce del Sud – aquí acordadas en la común
aspiración a la libertad, a la igualdad, unidas por un nudo del que el voto es símbolo,
acordaos, digo, que nuestra tarea no tendrá fin más que cuando todas las mujeres del mundo
civilizado estarán por siempre excluidas de las etiquetas de incapacidad, de inferioridad,
dentro a las que las leyes y las costumbres sociales la han condenado hasta ahora (1909: 24).

Yo narré, por Italia, nuestras luchas, nuestras esperanzas, no pudiendo ¡ay de mí!, hablar de
conquistas y de victorias. Dije que no aspirábamos al voto por el mero gusto de hacer
“política para la política”, sino para contribuir eficazmente a la reforma del Código [civil],
de la beneficencia y de la educación, sino para moralizar las costumbres, mejorar las
condiciones de las clases femeninas trabajadoras y participar, sin máscara, a la vista de
nuestros maridos y de nuestros hijos.
Recordé el rol de nuestras mujeres en la gloriosa empresa del Risorgimento nacional y, ¡ay
de mí!, la ingratitud de los hombres que se habían apresurado para quitarles el voto
administrativo del que gozaban, en Piamonte y en Toscana, antes de que Italia resurgiera
con la dignidad de una nación. Cerré [mi discurso] recordando las simpatías con las que
Inglaterra apoyó nuestros esfuerzos, los lazos que nos unen a las fuertes y leales mujeres
anglosajonas “¡primeras para el asalto como lo serán para la victoria!”. Y el feminismo de
Italia tuvo, en mi modesta persona, demostraciones de simpatía viva y directa (1909: 25).
Las Escritoras Italianas del Siglo XX – Dossier 7: Clelia Pellicano
Profa. Giuliana A. Giacobbe

El prólogo de La donna e la legge (1910), obra de su amigo Carlo Gallini.

Clelia Romano define la relación que en Italia tienen la mujer y la ley a través de una clara
metáfora: “dos señoras […] que no tienen pinta de haber ido nunca de acuerdo” (1910: V).

Es en contra de las deformaciones impuestas a nuestra psique por los instrumentos


ortopédicos de la barbarie, cruel al espíritu como al cuerpo, es en contra del perpetuarse de
la sorda guerra de sexos que nosotras feministas surgimos, prefiriendo la buena batalla en
campo abierto. Y al hombre que se enfada o se mofa de la temeraria audacia, querríamos
decir: ¡Cede! ¿No prefieres tener como aliada, más que como enemiga, a aquella con la que
tendrás, al fin y al cabo, que mezclar tu vida? […] Abajo la máscara de la galantería, de la
caballerosidad, con la que nos devolviste en humo lo que nos quitabas del estofado: ¡danos
a cambio igualdad y justicia! (1910: VII).

Sobre la mujer se cometió la más monstruosa violación que la tiranía colectiva haya jamás
llevado a cabo en el ámbito del pensamiento, la de “sexualizar” incluso el cerebro,
negándole el vital nutriente de los libres horizontes necesarios para su normal desarrollo,
che en ella se tradujo en exterminar gustos, aspiraciones, tendencias, y de un entero sexo se
hizo una especie de casta sacerdotal entumecida en los sempiternos gestos del doméstico
rito (1910: VII).

Se diga lo que se diga, el movimiento feminista no nació el día en que las sufragistas
internacionales empezaron a protestar […] El primer grito se lanzó en el campo económico
y social […] Nuestras buenas abuelas provinciales eran infatigables en la dirección de los
batallones femeninos, ocupados en abastecer […] todo lo necesario al consumo cotidiano
de familiares, dependientes e incluso colaterales […] En Calabria, por ejemplo, cada mujer
calzaba, vestía y nutría a media docena de personas al año; ahí era algo de uso común (1910:
VIII-IX).

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