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Introducción
* Este texto forma parte de mi investigación doctoral; algunos datos y fragmentos han
aparecido en diversas publicaciones. Una versión previa del mismo se publicó —en inglés—
como «Visible dancers and invisible hunters. Divination and dancing among Masewal people
in the northern highlands of Puebla, Mexico», en P. Pitarch y J. Kelly (coords.), The Culture
of Invention in the Americas. Anthropological experiments with Roy Wagner, London: Sean
Kingston Publishing, 2019, págs. 138-157.
DOI: 10.37552/eet.mesoam.cap.6.questa
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Los masewal forman parte de los grupos contemporáneos hablantes de la lengua
náhuatl que habitan diversas regiones de México central. Conforman uno de los 62 grupos
indígenas políticamente reconocidos como Pueblos Indígenas (INEG 2010) en 68 agrupacio-
nes lingüísticas (INALI 2009). Los masewal comparten las montañas con los hablantes del
Totonaku y han habitado la Sierra Norte de Puebla durante, por lo menos, el último mile-
nio (García 1987).
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Todas las traducciones de la variante dialectal del náhuatl de Santa María Tepetzintla
al español, así como algunas valiosas interpretaciones, han sido hechas en colaboración con
Isabel Vásquez Ramos, hablante nativa, cronista municipal y antropóloga local.
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Las milpas son policultivos de maíz, chile, frijol, calabaza. Forman un sistema agro-
ecológico de alto rendimiento de alimento desarrollado por las diferentes sociedades indí-
genas de México (Ford y Nigh 2016).
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Para los masewal danzar implica encarnar ciertos espíritus, seres que de
otra manera permanecerían invisibles para todos menos para las pocas
personas que poseen el «don» o ilwalalis y quienes suelen ser adivinos o
tlamatkimej. Ambos conceptos se detallan más adelante en el texto. Para
los adivinos locales los espíritus son seres mayormente nocturnos a los
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Máscaras en el altar. (Foto: Alessandro Questa, Tepetzintla, Puebla, 2014)
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ávido por reflejarse en otras sociedades del mundo (Znamenski 2007). Pa-
rece necesario, entonces, desde la etnografía, actualizar nuestros propios
presupuestos acerca de ciertas prácticas y discursos masewal, no solo afi-
nando las propias aproximaciones disciplinarias como una «equivoca-
ción controlada» (Viveiros de Castro 2004), sino reconociendo en estas
mismas —adivinación y danzas— metodologías nativas que intentan tam-
bién controlar relaciones y conceptos. Es decir, ambos como procesos
paralelos de invención de cultura (Wagner 1981).
Cuando los danzantes masewal se atavían y enmascaran con trajes
ceremoniales no solo actúan estéticamente con el fin de representar una
historia verdadera, sino que también inventan en ese mismo actuar a los
Otros, principalmente a los invisibles espíritus de ancestros y animales,
así como de los diversos extranjeros. A través de estas invenciones, los
masewal se permiten a sí mismos convertirse en alguien más y estable-
cer una relación. Esta visualización performativa de los espíritus locales
(y de la Otredad) es la manera en la que los danzantes masewal inven-
tan también su propia cultura. La oposición conceptual creativa entre
las fuerzas de la costumbre y la invención en la cultura, propuesta por
Wagner (1981), funciona como el principal estímulo conceptual de este
texto. De manera complementaria, esta aproximación en torno a las dan-
zas masewal ha encontrado corolarios en estudios recientes sobre las di-
ferentes teorizaciones creativas indígenas en México, como el trabajo de
Pitarch sobre la noción tseltal de «pliegue» para explicar los diferentes
estados de existencia (Pitarch 2010) y el trabajo de Neurath sobre el pro-
ceso de ancestralización de los extranjeros entre los wixarika (Neurath
2005, 2013; este volumen, págs. 261-291). Además, las nociones del pers-
pectivismo amerindio (Viveiros de Castro 1998), así como la revitaliza-
ción del animismo como un concepto generalizado para la expansión de
la sociabilidad humana y de las relaciones entre humanos y no-humanos
(Arhem 1996; Pálsson 1996; Descola 2013), han movilizado la investigación
sobre las relaciones meta-humanas.
Para los campesinos masewal, las estilizadas danzas ceremoniales no
son solo alegres representaciones o expresiones abstractas de la tradi-
ción, sino que son además animados recursos sociales de comunicación y
vinculación entre distintos grupos de personas interrelacionadas a través
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La vida del adivino o tlamatk, que los masewal traducen como una «per-
sona que sabe/ve cosas», está marcada por un don llamado ojko ilwalalis,
o «aquello que ha sido dado» (Questa 2010, 2019). Este don otorgado al
adivino no puede ser estudiado, heredado o adquirido por otros medios,
es decir, no es un don recibido por relaciones parentales ni existe una
pedagogía y un aprendizaje institucionalizados en torno a este. El adivi-
no normalmente obtiene el don a temprana edad o durante la pubertad
y generalmente se presenta como una enfermedad peligrosa que involu-
cra una experiencia cercana a la muerte, después de la cual él o ella son
capaces de «saber ver». Este don, o ilwalalis, es dado por numerosas en-
tidades no humanas y, por lo tanto, siempre se da de acuerdo con la de-
cisión de otro, sucediendo casi siempre en contra de la misma voluntad
del receptor. El don implica una gran carga en la vida de la persona ele-
gida, una que muchos rechazan o intentan posponer ya que requiere una
existencia diferente, marcada por un peligro espiritual y físico constan-
tes, en sus tratos con los espíritus y las personas. Los tlamatkimej (plural)
actúan tanto como curanderos como hacedores de daño en sus propios
pueblos, por lo que cada tlamatk termina siendo, inevitablemente, el foco
del resentimiento, el miedo y la envidia de sus vecinos. Como resultado,
la vida del adivino termina por ser una existencia muy solitaria y, en oca-
siones, coronada por una muerte violenta. Los diversos adivinos con
los que he hablado al respecto asocian el don con una idea de destino,
algo que va más allá de su voluntad. Anselmo, un adivino, me explicó este
don con movimientos de las manos sobre la frente mientras decía: «Me
escogieron, así nomás. [Ellos] se sientan sobre mi cabeza luego, como
si fuera su silla» (Questa 2017). ¿Pero quiénes son «ellos»? ¿Quiénes se
sientan en la cabeza del adivino?
En la cabeza del adivino convergen una multitud de entidades, des-
de Jesucristo, santos y vírgenes del panteón católico hasta «dueños» de
animales y del cerro o ancestros del pueblo que se revelan como los pa-
trones espirituales principales de cada adivino. Estos seres aparecerán en
una sucesión de sueños introductorios en los que presentan al adivinador
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Ix- ojos, rostro, antifaz, y kipatla, tornar, intercambiar. Usualmente elicitada como
nimopatla, o «yo me cambio de vista/rostro». Traducción local de Isabel Vásquez.
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terapéutica locales, por lo que un tlamatk puede tanto curar una enfer-
medad espiritual como causarla. Esto explica un dicho común, extendi-
do en la sierra Norte de Puebla: «quien mejor te cura es quien te hizo el
mal». En casos extremos, algunos pacientes, aquejados por un malestar
que parece incurable y tras acudir a clínicas locales y visitar diversos es-
pecialistas tradicionales en distintas localidades, terminan por recurrir a
sus enemigos (o a sus adivinos cercanos), es decir, a quienes consideran
el origen causante del mal. Ante esta aparente contradicción moral, los
adivinos suelen decir que ellos trabajan por encargo y que a veces, incluso,
desconocen a la persona a la que están haciendo el daño, pues mediante
el kixpatla las apariencias e identidades de las personas cambian conti-
nuamente ante sus ojos.
Esto ha sido, hasta este momento, un recuento del mundo desde el
punto de vista de las personas con «don». Existe otra versión de cómo los
no humanos invisibles y el propio paisaje interactúan con la gente. Esta
versión es evidente en el montaje de las danzas colectivas. A través de la
danza, los campesinos masewal «sin don» se apropian del kixpatla, gene-
ralmente exclusivo de los adivinos o tlamatkimej, a fin de hacer evidente
y desdoblar el invisible mundo de los espíritus para todo el pueblo.
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Figura 2
Danzantes Tipekayomej 2.
(Foto: Alessandro Questa, Tepetzintla, Puebla, 2014)
dos» conocidos por ser respetuosos, llamados tlanosatl «gente que sabe
cómo hablar» o «llamadores». En representación del mayordomo, estos
hombres visitan a cada capitán o líder danzante varias veces en su casa
a fin de negociar y pagar con cerveza y comida por las danzas en la fecha
estipulada.
Cada danza es compuesta por una agrupación de personajes diferen-
tes (animales, espíritus de la montaña, ancestros), quienes, a través de la
combinación de sus movimientos, describen ciertas relaciones y propo-
nen secuencias narrativas. Estas narrativas, sin embargo, son en parte
un misterio, ya que tanto la audiencia como incluso los danzantes, no tie-
nen en su mayoría una idea clara ni tampoco demasiado interés en seguir
una narración lineal o total de cada danza. No obstante, las danzas son
claramente episódicas (gracias al marcaje otorgado por la música) y la
gente valora atentamente que cada episodio se manifieste adecuadamente
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Danza de Tipekayomej
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Danzantes Tipekayomej 1.
(Foto: Alessandro Questa, Tepetzintla, Puebla, 2014)
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Notas de trabajo de campo, agosto 2015.
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Danza de wewentiyo
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Danzantes Wewentiyo 2.
(Foto: Alessandro Questa, Tepetzintla, Puebla, 2013)
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poder llenarlo de los amarres necesarios para mover otros artefactos ha-
cia arriba y hacia abajo. La bandera de México y un guaje coronan el tarro.
El guaje, llamado también tipeyolo o «corazón del cerro», se corta previa-
mente en dos, se conecta con las cuerdas interiores y se llena de confeti
de colores; al final de la danza, esta pieza debe abrirse para que llueva el
confeti desde lo alto del tarro (como los granos del maíz) sobre el grupo
de danzantes. La bandera mexicana que se coloca en el guaje completa la
complicada estructura vertical del tarro y ofrece una presencia nacional
durante el evento, ya que todos estos sucesos suceden «en algún lugar de
México», como dicen los danzantes.
Una vez que todos estos dispositivos se encuentran en su lugar, el
tarro completo con sus múltiples capas, cubierto con hojas verdes de
papatla, adquiere simultáneamente la forma de «un cerro», de una «planta
de maíz» y de un «asta de bandera». El tarro es un aparato complejo ca-
paz de mover numerosos objetos hacia arriba y hacia abajo —con cuerdas
que «desfloran» el palo, mueven un tejón disecado, un pájaro carpintero
de madera, operan un artilugio para abrir el guaje—, todo de alguna ma-
nera unido por las cuerdas y controlado por una sola persona, un tramo-
yista, al pie del palo. Al tramoyista se le considera una persona especial
que sabe levantar y manipular el tarro. Sin embargo, la mayoría de sus
técnicas no son visibles para la audiencia, pues el tramoyista y su maqui-
naria permanecen, en todo momento, ocultos en la parte interior del
lienzo circular o mantiado que rodea al tarro.
La danza de wewentiyo comprende, como la de tipekayomej, varias
historias y relaciones simultáneas entre los diferentes personajes que su-
gieren una narración no lineal. La historia que podríamos llamar «prin-
cipal» se enfoca en un grupo de cazadores ancestrales, sus esposas y sus
perros mientras buscan a un tejón para cazarle para evitar que se coma
la mazorca de la planta del maíz. El tejón ha robado o intentará robar la
mazorca, pero demuestra ser más astuto que los cazadores, quienes final-
mente reciben la ayuda de un personaje bromista, conocido en español
como el payaso, que solo revela su identidad espiritual por medio de su
nombre masewal, que es tipewewe o «anciano/dueño del monte», un es-
píritu ancestral cuidador de la montaña y de sus animales. Una vez que
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Danzas holográficas
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Danzantes Wewentiyo 1.
(Foto: Alessandro Questa, Tepetzintla, Puebla, 2013)
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Especialista con títeres de la pareja de «Mantenedores» o Tlatikipanojke.
(Foto: Alessandro Questa, Tepetzintla, Puebla, 2013)
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