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El período de entreguerras,
la II Guerra Mundial y sus consecuencias.
Parte I
El período de
entreguerras
Historia do Mundo Contemporáneo 2
Depto. Xeografía e Historia
0. Introducción
El fin de la Gran Guerra dio lugar en Europa a la extensión y profundización
de la democracia parlamentaria. Sin embargo, las nuevas democracias
demostrarían durante el período de entreguerras una gran debilidad. A la
altura de 1936, el sistema democrático solo había sobrevivido en aquellos
estados que ya tenían una larga trayectoria liberal parlamentaria (Francia,
Reino Unido, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y los países nórdicos) y en
muy pocos de los nuevos Estados nacidos después de 1918 (Irlanda,
Finlandia y Checoslovaquia). En el resto del continente, la democracia había
cedido ante el empuje del autoritarismo político (regímenes
ultraconservadores, dictaduras militares y fascismos).
1. La debilidad de las democracias
Llegados a este punto es necesario, por tanto, preguntarse por las
condiciones que explican la debilidad de la democracia en unos casos y su
fortaleza en otros. Para esto es necesario analizar el comportamiento
divergente de tres variables políticas en uno y otro caso: legitimidad,
eficacia y efectividad.
1.1. Problemas de legitimidad La Guerra anglo-irlandesa
Por legitimidad se entiende la aceptación Entre 1919 y 1921 Irlanda, que
mayoritaria de los mecanismos sobre los llevaba años exigiendo su
que se fundamenta un determinado poder independencia del Reino Unido,
político (los procesos electorales o la llevó a cabo una guerra de
guerrillas contra el Estado
alternancia política, por ejemplo) y de las
Británico. La Guerra tuvo su
disposiciones de él emanadas. Esta origen el 21 de enero de 1919,
legitimidad atañe tanto al Estado cuando la formación de un
identificado con un marco territorial, como gobierno separatista en Irlanda
al régimen y a las instituciones liderado por el partido
democráticas. republicano (Sinn Féin) llevó a
En este sentido, las democracias que se proclamase
independiente del Reino Unido.
consolidadas en este período se
Londres, contrario a esta
caracterizan por la inexistencia de minorías decisión, envió a sus fuerzas de
étnicas, culturales o religiosas significativas seguridad para reprimir este
que cuestionen la existencia del propio movimiento independentista y
Estado. La única excepción en este sentido estas fueron contestadas por el
sería el problema irlandés en el Reino IRA (Ireland Republic Army). La
Unido, que entraría en vías de solución con Guerra finalizó en diciembre de
1921, tras la separación de
la fundación en 1921 del Estado Libre de Irlanda en dos entidades
Irlanda. Mientras, muchas de las nacientes políticas: Irlanda e Irlanda del
democracias demostraron serios Norte (bajo dominio británico).
problemas de integración en el marco
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estatal de ciertas minorías: los eslovacos en Checoslovaquia, croatas y
eslovenos en Yugoslavia, los húngaros en la Transilvania rumana, alemanes
en Checoslovaquia y Polonia, y judíos por toda Europa central y oriental. Es
decir, la firma del Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919 puso fin
oficialmente a la I Guerra Mundial dibujando un nuevo mapa político que
poco tenía que ver con la realidad étnica y cultural que vivía Europa.
En lo relativo a la legitimidad del régimen y las instituciones
democráticas deben considerarse varias circunstancias:
• En primer lugar, el peso de la tradición liberal-parlamentaria
permite en las viejas democracias atribuir los fracasos de los
poderes políticos a un gobierno concreto y no a un régimen en
general, pues pueden recordarse los éxitos del pasado. Aún así, en
muchas de las nacientes democracias, sobre todo en los países
derrotados en la Guerra (Alemania, Austria y Hungría), las nuevas
autoridades son percibidas por amplios sectores de la población y
por los círculos nacionalistas como responsables de la derrota y
como traidoras a la patria.
• En segundo lugar, resulta significativo el reducido peso electoral
que los grupos antisistema (comunistas, fascistas y derecha
autoritaria) tienen en las democracias consolidadas. Mientras, su
representatividad resulta mucho mayor en las nuevas. El caso
alemán es paradigmático: en los años 30, la suma de fascistas,
derecha radical y comunistas suponía más del 50% del cuerpo
electoral.
• En tercer lugar, en las democracias consolidadas se asiste a una
creciente integración en el sistema de las fuerzas más
representativas de la clase trabajadora (sindicatos y partidos
socialdemócratas), que en algunos casos llegan a encabezas las
tareas de gobierno, como sucede en Suecia en 1922, en Gran Bretaña
en 1924 o en Francia en 1936. Sin embargo, las orientaciones
socialistas revolucionarias (los comunistas alemanes, los socialistas
maximalistas en Italia y los comunistas de inspiración soviética en
otros estados europeos) tienen un peso considerable en las nuevas
democracias.
• Por último, las nuevas democracias debieron afrontar con excesiva
frecuencia la deslealtad hacia el sistema de instituciones
estatales claves como el ejército y la judicatura, generalmente
heredadas de la época pre democrática o de algunos jefes de Estado
que favorecieron y protagonización la instauración de regímenes
autoritarios.
1.2. Problemas de eficacia
Por eficacia se entiende la capacidad de los poderes públicos de afrontar y
dar solución a los problemas que se le presentan a sus ciudadanos:
• La eficacia resulta favorecida en las democracias consolidadas por
unos sistemas políticos bipartidistas (EE.UU., Gran Bretaña, Nueva
Zelanda y Australia) o por un pluralismo moderado (Bélgica,
Holanda, Irlanda y los países nórdicos) que garantiza la estabilidad
gubernamental y posibilita la formación de gobierno de
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concentración nacional o de gran coalición en momentos de extrema
dificultad. Pese a esto, buena parte de las nacientes democracias se
caracterizan por sistemas políticos de un pluralismo extremo y por
una gran polarización política que provoca una gran inestabilidad
gubernamental y dificulta la adopción de decisiones fundamentales.
• Por otro lado, las democracias consolidadas demostraron una mayor
capacidad de hacer frente a los problemas socioeconómicos de
la recesión posbélica y de la Gran Depresión. A esto contribuyeron la
solidez de sus estructuras económicas, el mayor desarrollo de los
sistemas de protección social y la aceptación por patronales y
sindicatos de los canales de negociación establecidos. Mientras, los
desastrosos efectos de las crisis económicas de la posguerra y de los
años treinta (hiperinflación, desempleo) debilitaron los fundamentos
del sistema democrático en muchas de las nacientes democracias.
1.3. Problemas de efectividad
Se entiende por efectividad la posibilidad de superar los errores y atrancos
que dificultan la toma de decisiones. En este sentido, es necesario destacar
la capacidad de las instituciones en las democracias consolidadas para
corregir y superar los casos de corrupción presentes y evitar los casos de
violencia ejercida desde el poder. Aún así, sería precisamente la incapacidad
que se dio en determinadas democracias para impedir el crecimiento de las
organizaciones paramilitares de las fuerzas antisistema (Stahlhelm, SA y SS
en Alemania, squadre fascistas en Italia) el testigo más evidente de la escasa
efectividad de algunas de estas nuevas democracias.
2. Los fascismos
El término fascismo define a un conjunto de movimientos
políticos, ideologías y regímenes aparecidos en el período
de entreguerras que, pese a su diversidad, conectan con
tradiciones intelectuales anteriores, muestran una serie
de trazos comunes y responden a un mismo contexto
histórico.
Si bien, si hablamos del origen etimológico de la
palabra tenemos que acudir a una serie de hechos que nos
ayudan a entenderla. En el momento en que Benito
Mussolini se plantea la posibilidad de instaurar un
sistema político que renueve los ánimos de una Italia
desprestigiada y olvidada por el Tratado de Versales
piensa en la etapa de mayor esplendor de Italia. Ese punto
está, como es evidente, en el Imperio Romano, por lo que Fasces romano.
será este período de la historia el que sirva de inspiración
para el futuro nuevo líder y dictador italiano. La adopción del Imperio
Romano como fuente de inspiración supondrá la adopción también de
muchos de sus símbolos y entre estos tendrán especial protagonismo los
fasces. Estos constituían una herramienta formada por 30 varas atadas
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formando un recipiente cilíndrico al que se le añadía, en la parte intermedia,
una hacha. Habitualmente, este apero era grande, pues las varas podían
medir más de un metro, pero su utilidad non residía en los usos agrícolas,
sino en los simbólicos, pues ya los reyes etruscos lo empleaban para
ejemplificar su poder y más tarde fue adoptado por los reyes romanos e,
incluso, durante la República romana con tales fines.
Los fasces representaba: la unión/poder, pues romper una vara es
más fácil que romper 30 unidas, por lo que simbolizaban el poder de la
unidad; la justicia, representada en la hacha, pues tiene la capacidad de
ejecutar y de perdonar, de decidir sobre la vida y sobre la muerte. Quien
llevara un fasces al hombro era respetado, pues como símbolo de poder y
justicia, solo podía portarlo aquellas personas que tuviesen la capacidad de
tomar decisiones y de emitir juicios.
2.1. Los antecedentes intelectuales
Las ideologías fascistas se configuraron en un caldo de cultivo intelectual
integrado por diversas corrientes culturales nacidas a finales del siglo XIX.
Entre ellas podemos destacar:
• El vitalismo y el neoidealismo (F. Nietzsche y H. Bergson)
cuestionaron abiertamente los principios racionalistas, materialistas
y positivistas característicos del siglo XIX,
postulando en su lugar valores irracionales
como el instinto o la voluntad de poder ligados,
en la mayor parte de los casos, al romanticismo
de finales del siglo XIX.
• Las corrientes cientifistas pretendieron
extrapolar los criterios nacidos en el campo de
las ciencias naturales al análisis del hombre y
de las sociedades humanas. El mejor ejemplo de
ellas fue el socialdarwinismo (H. Spencer), que Friedrich Nietzsche.
postulaba la aplicación de los principios básicos
de la teoría evolucionista (selección natural, supervivencia del más
adaptado) al análisis de las sociedades humanas y a su historia
exaltando la importancia de factores como la violencia, la guerra o la
raza.
• Las formulaciones elitistas (G. Mosca, W.
Pareto, R. Michels) sostienen que la desigualdad
entre los hombres y el dominio de las élites
sobre las mayorías es una constante histórica,
natural y justa. Por lo tanto, la democracia y el
gobierno de las mayorías solo pueden ser meras
ficciones.
• La psicología social de masas (G. Le Bon)
señalaba el carácter irracional del hombre
sumergido en las masas y postulaba la Wilfried Fritz Pareto.
necesidad de dotar a estas de un conjunto
unificado de creencias trascendentales y de un fuerte liderazgo que
dé sentido a sus vidas y orientación adecuada a su acción.
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• Las tesis racistas (Gobineau, H. S. Chamberlain) postulaban la
desigualdad entre las razas y la superioridad de los europeos arios
sobre los demás. Non hay que olvidad en este campo la notable
difusión alcanzada en los últimos años del siglo XIX por las ideas y
prácticas antisemitas en el continente europeo.
2.2. Los sistemas fascistas
A partir de estas ideas, y de su puesta en práctica aparecerán diversos
sistemas que intentarán implantar el fascismo. Son los siguientes:
a) Las dictaduras
Se definen como dictaduras aquellos sistemas políticos en los que una
persona o institución concentra todos los poderes, los derechos
individuales no están garantizados y no existe pluralidad política. Su
existencia anula la presencia de un sistema democrático, por lo que todo
sistema no democrático debe ser considerado una dictadura.
b) Los totalitarismos
La diferencia entre un totalitarismo y una dictadura reside en que el
totalitarismo necesita de unos aparatos de control que hagan que el poder
ejercido por esa única persona o institución evite cualquier acción que vaya
en contra de sus intereses. Estos elementos que deben estar presentes para
que hablemos de totalitarismo son:
- La representación del pueblo debe estar centralizada en un
partido único que funciona como un partido de masas, disciplinado
y jerarquizado y en el que sus dirigentes coincidan con los del
gobierno del país.
- El control del pueblo y de las masas está centralizado en la
policía, dedicada a dirigir su represión contra los enemigos del
régimen.
- El individuo pierde sus rasgos diferenciadores y sus acciones y su
vida hacen que sea una persona controlada por el Estado.
- Como en el caso de la sociedad, la economía es un referente para el
poder, pues su buen funcionamiento añade argumentos positivos a la
rígida estructura totalitaria. Es por este motivo que la economía
está intervenida totalmente por el Estado, que la controla en todos
sus aspectos.
- El control del individuo del que antes hablábamos lleva a que sea
habitual que los que ocupen las altas esferas del poder sean
miembros de la policía o del ejército. Así, es común que en un modelo
totalitario los militares tengan un especial protagonismo. Además,
para dirigir la opinión del pueblo y manipular su capacidad crítica,
los estados totalitarios recurren a la propaganda o a un modelo
educativo intervenido, como sucedió en el caso de la URSS, que
ayude a garantizar la creación de un pensamiento único que
favorezca los intereses de los que gobiernan.
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c) Los sistemas autoritarios
La gran diferencia con los sistemas totalitarios, las dictaduras y los
fascismos reside en que los sistemas autoritarios no vienen a crear nada
nuevo. No pretenden un nuevo modelo de Estado que renueve la ciudadanía
y le dé a la nación un esplendor que nunca antes tuvo, sino que son un
modelo de Estado que lo que busca es recuperar viejos valores, recuperar
un orden o unos éxitos pasados que se creen perdidos. Los rasgos
definitorios del autoritarismo son:
- El pueblo debe estar a las órdenes del poder. Se considera que no
está capacitado para dirimir los aspectos políticos, por lo que el
autoritarismo no le concederá al pueblo ningún tipo de participación
en la vida política (elecciones, referendos).
- Las altas esferas están apoyadas por grupos tradicionales de poder,
o bien el ejército, o bien oligarca o aristócratas, que les sirven para
mantener el control de la oposición.
- El autoritarismo no propone nada nuevo. Desde su perspectiva es la
respuesta a cambios que se dieron con anterioridad recuperando
viejas ideas, tradiciones o costumbres con el objetivo de recuperar
un supuesto «prestigio» perdido. De algún modo, el autoritarismo
viene a recomponer la imagen de una nación que entiende
deteriorada por hechos recientes.
d) Los fascismos
Como avanzamos con anterioridad, es habitual que de forma popular
hablemos de fascismo cuando nos estamos refiriendo a un totalitarismo o a
una dictadura, pues en nuestra sociedad están muy presentes los casos de
Mussolini y Hitler. Si bien, el fascismo tiene su origen en el término fasces
del que antes hemos hablado y, siendo rigurosos, cuando nos referimos a él
nos estamos refiriendo exclusivamente al modelo dictatorial aplicado por
Mussolini o que sigue los pasos de ese modelo italiano. Como veremos,
fascismo y autoritarismo también tienen muchos rasgos en común. Los
elementos diferenciadores del fascismo son los siguientes:
I. Omnipotencia del Estado
Desde la perspectiva del fascismo el Estado es el elemento de mayor
importancia, tanta que se considera por encima y anterior a todos
los individuos, estos deben respetarlo y responder a los intereses
del mismo, deben cuidar de su buena imagen y entregar por él todo
lo que tienen. Si es necesario, la vida. Pero como el Estado no es un
elemento tangible en si, su representación está personificada en la
figura del líder, el único que aboga constantemente en favor de los
intereses de la nación y que «cuida» de que así lo haga el pueblo.
II. Sistema antidemocrático
El fascismo es crítico con las democracias y las rechaza abiertamente.
Desprecia sus instituciones, los parlamentos en los que todas las
tendencias políticas se ven representadas y el sufragio universal.
Desde la perspectiva fascista la variedad de partidos no tiene
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sentido, pues solo la existencia de un partido único puede
garantizar que los intereses de la nación se vean correspondidos.
Tampoco se puede permitir la existencia de un sufragio universal,
pues el fascismo entiende que la diversidad de formación que se da
dentro de una sociedad hace que no todo el mundo «sepa» lo que la
Nación necesita. Es decir, el pueblo no debe decidir quienes son sus
representantes porque no sabe escoger aquello que más le interesa a
la Nación. La democracia, entiende el fascismo, carece de sentido en
este punto, pues deja en manos de gente poco entendida el futuro del
país. Para evitarlo, es necesario un partido único que centralice toda
la acción y que las decisiones queden en sus manos, y no en las del
pueblo, que simplemente debe obedecer y cumplir con lo que la
nación le pide. Nace así el concepto de negación del individuo.
III. Desigualdad entre individuos y supremacía de las élites
Siguiendo lo dicho con anterioridad, el fascismo establece una
categorización entre individuos en función de la clase social a la que
pertenecen o de otros rasgos como las creencias, la raza o los valores
políticos que defienden. De este modo, dentro de esos grupos habrá
uno, aquel escogido por el partido o el líder, que se considerará el
más importante, la élite. Esta está formada por los individuos que, a
criterio del fascismo, están mejor preparados para dirigir y defender
el futuro del país. El resto de grupos son inferiores a este y, siguiendo
esos criterios de raza, confesión o grupo étnico al que pertenecen,
estarán en un escalón o en otro de esas escalas inferiores y deberán
obedecer y someterse a la élite. Un ejemplo de esto fue la teoría aria
del nazismo o la superioridad política de los excombatientes en la I
Guerra Mundial defendida por el fascismo italiano. En estas escalas,
como sucedió en el caso de Alemania, es habitual que el hombre se
entienda superior a la mujer, el soldado superior al civil y los grupos
étnicos autóctonos superiores a los grupos étnicos de procedencia
extranjera.
IV. Mesianismo
Dentro de esa élite los fascismos tienden a situar a una persona en el
punto más alto, pues entienden que el pueblo necesita de una
referencia a seguir, un elemento que simbolice a la nación en sí. Nace
así la figura del jefe supremo (el Führer, el Duce o el Caudillo), un
líder que concentra en su persona todos los poderes. Pero para
justificar su presencia en el poder los fascismos crean en torno a él la
imagen de un mesías, un líder indiscutible que encarna la voluntad
de la nación, una persona a la que a veces la propia propaganda del
régimen le atribuirá acciones ejemplares con el objetivo de que el
pueblo comprenda que no está ahí por imposición, sino porque el
destino (o Dios en el caso de modelos cristianos como España) quiso
que así fuera. Hitler, con la muerte de su sobrina, Mussolini, con el
«feliz» paso por la batalla de Caporetto, o Franco, con su accidente en
África durante unas maniobras militares, ejemplificarán ese designio
divino creado por la propaganda. La llegada de ese líder es, por lo
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tanto, un golpe de suerte para el futuro del país y, como juega el
papel de un elegido, siempre tendrá la razón, no se equivoca y el
pueblo debe venerarlo y defenderlo como a la propia nación.
V. Control ideológico y cultural
Pero, como hemos indicado en líneas anteriores, crear esa imagen en
torno a un líder, a un partido y a una élite precisa de herramientas
que lo hagan, sino la pervivencia de esos elementos en el poder será
muy corta y justificarlos resultará muy difícil ante el pueblo. Es así
como, aprovechando los avances tecnológicos que se daban en
Europa a comienzos de los años 20 del siglo XX, cobra un mayor
protagonismo la propaganda. Como la propia palabra indica, el
objetivo de esta es propagar, dar a conocer unas ideas. La gran
diferencia entre la propaganda y la publicidad es que la propaganda
tiene como objetivo dar a conocer unas ideas intentando
modificar los criterios o la acción de quien se expone a ellas (la
perspectiva ética, moral y política), mientras la publicidad solo tiene
fines informativos (como mucho puede actuar con el objetivo de
modificar las intenciones económicas o de consumo del espectador).
Así, la propaganda recurrirá a la cartelería, a la radio e, incluso, al
cine (como fue el caso de la cineasta alemana Leni Riefenstahl, al
servicio de la Alemania nazi) para la exaltación de valores
irracionales de la conducta humana: sentimientos fanáticos, ausencia
de reflexión crítica, aceptación ciega de los dogmas, adoración del
líder y exaltación del régimen.
Pero la propaganda no es suficiente para el control ideológico
y cultural del pueblo, por lo que de la mano de ella se aplicará la
censura, que se encargará de limitar cualquier manifestación en
contra del poder, del líder o de los ideales representados por el
nuevo gobierno. Un ejemplo de esto fue la quema masiva de libros
«contrarios a la nación» que se dio en la Alemania nazi.
Además de estas herramientas, el fascismo tiene por objetivo
la creación de un nuevo Estado, de una nueva nación, el renaces de
una justificación de su llegada al poder, prestará importancia a la
formación de una ciudadanía futura que represente los ideales
defendidos por este nuevo modelo de gobierno. Es por esto que los
fascismos prestarán especial importancia a los niños y niñas, pues
entienden que solo con ellos será posible alcanzar la nación deseada.
Para que ese objetivo sea alcanzado se manipulará la educación
desde las primeras etapas de la vida creando personas afines al
régimen. Para apoyar esa formación en la escuela nacerán grupos de
ocio y tiempo libre para los pequeños dirigidos por integrantes del
propio partido o del régimen. Un ejemplo serán los Balillas, en Italia,
las Juventudes Hitlerianas, en Alemania, o el Frente de
Juventudes y la Sección Femenina, en España.
VI. Justificación de la violencia
El control del pueblo exigirá recurrir de forma habitual a la violencia,
pues al mismo tiempo que la propaganda busca modificar su actitud,
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el fascismo entiende que será muy difícil cambiar a los grupos más
reacios si no es por medio de las represalias violentas. De esta forma,
se desarrollará una estrategia de acción constante contra los
considerados «enemigos de la patria» que se traducirá en torturas,
asesinatos, palizas por las calles y escaramuzas contra todo aquel
grupo que se atreva a contradecir lo que el régimen establece. Para
llevarlas a cabo nacieron antes de llegar al poder en sus respectivas
naciones las Secciones de Asalto (Sturmabteilung, SA), en Alemania,
y los Escuadrones italianos, en Italia. Ya en el poder, los nazis
institucionalizaron estos cuerpos represivos dándole mayor
protagonismo dentro de la sociedad a la Gestapo (policía del
régimen) y a las Escuadras de protección (Schutzstaffel, SS), siendo
las segundas las encargadas, entre otras cosas, de gestionar los
campos de concentración.
El fascismo, en su interés de justificar sus actos para
mantener el control ideológico del pueblo, no solo recurrió a la
violencia como elemento represivo, sino que también introdujo en la
ciudadanía la conciencia de que esta herramienta era el método más
útil para la resolución de conflictos en tiempos de guerra. De
esta forma, al mismo tiempo que el pueblo sufría la violencia del
régimen, iba «reconociendo» la utilidad de esta para resolver un
posible conflicto futuro. Es decir, la violencia solucionó para el
fascismo un problema actual (los grupos contrarios al régimen) y un
problema futuro (la posible oposición a la entrada en una guerra,
como así sucedió).
VII. Autarquía
La importancia de la nación en el fascismo hace que esta se sitúe por
encima de todo, por lo que la economía no puede ser menos. La
autarquía es un modelo económico que busca favorecer la
economía de los estados mediante la producción, distribución y
consumo autóctono de sus bienes. El objetivo último es que el
Estado pueda autoabastecerse y, por lo tanto, sea autosuficiente.
Para conseguirlo se establecerán fuertes tasas aduaneras para evitar
la entrada de productos extranjeros, se subvencionarán los sectores
deficitarios, se crearán industrias (sobre todo de tipo militar), se
nacionalizarán empresas, se fijarán precios y se intervendrá en la
construcción de obras públicas.
El fascismo establece un modelo económico
intervencionista y, por lo tanto, anticapitalista. Su estrategia de
mercado no se basa en la libre competencia y en la ley de la oferta y
la demanda, sino en alcanzar un modelo sostenible de autoconsumo
en el que la propiedad privada quede en manos del Estado con el
objetivo de que los intereses de la nación se vean correspondidos.
Este modelo intervencionista y autárquico llevará a la nación
a estar aislada de los mercados internacionales, una estrategia
favorable en el caso, sobre todo, de Alemania tras la I Guerra
Mundial, pues la inflación había hecho muy costosa la adquisición de
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productos procedentes del extranjero y las empresas alemanas
tenían serias dificultades para competir en el mercado internacional.
VIII. Expansionismo
Es uno de los rasgos por los que se considera que el franquismo no
fue un fascismo, porque no gozó de esta característica dentro de sus
principios de acción.
El fascismo considera que su acción no solo es buena para su
pueblo, sino también para el conjunto de la humanidad. Al frente del
régimen están los grupos más preparados, la élite, por lo que
entiende como un derecho histórico que esos grupos estén al frente
de las decisiones no solo de la nación, sino también del mundo. Es
por esto que el fascismo no circunscribe su acción al territorio
nacional previo a su llegada, como hizo el franquismo, sino que tiene
por objetivo la conquista de nuevos territorios, como fue el caso de
Polonia o los Sudeste, en el nazismo alemán.
Esta idea de conquista responde al interés de crear una nueva
sociedad que le devuelva el esplendor que merece a la nación.
Italianos y alemanes justificarán el expansionismo de forma
diferente, pues mientras Mussolini empleará argumentos
históricos para la conquista de Abisinia (al considerar que es un
derecho que le corresponde a Italia desde el período imperialista),
Hitler justificará este expansionismo desde una visión espiritual. En
el caso alemán, la conquista de nuevos territorios responde a la
necesidad de que el pueblo alemán disponga de un «Lebensraum» o
espacio vital, que le permita desarrollarse y crecer como pueblo. Este
espacio estará inicialmente integrado por todas las áreas en las que
la cultura germánica esté presente, pero más tarde la expansión
responderá a intereses económicos (disponer de tierras para
alimentar a la nación alemana) o étnicos (eliminar aquellas etnias
que «atentaron» o podrían «atentar» contra la cultura alemana).
En el caso del franquismo, los intereses territoriales fueron
diferentes, pues no respondían a la necesidad de conquistar nuevos
territorios, sino, a lo sumo, de recuperar viejas áreas perdidas. Es
decir, el expansionismo franquista no buscaba esparcir las ideas del
Régimen, sino intentar recuperar el «esplendor» perdido en tiempos
pasados. Aún así, la recuperación de estos territorios no fue, siquiera,
una de las prioridades del franquismo, como sí lo fue el
expansionismo para los fascistas.
3. El fascismo italiano
3.1. Los orígenes
Al final de la Gran Guerra, Italia ofrece un panorama sumamente
problemático. El fin del conflicto fue acompañado de una grave recesión
económica: la caída de la producción industrial, ligada en buena medida a la
interrupción de los pedidos militares, provocó un notable crecimiento del
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desempleo; el espectacular aumento de los gastos del Estado durante la
guerra generó inflación y un fuerte endeudamiento público.
Los problemas económicos de la posguerra contribuyeron al
agravamiento de las tensiones sociales: las huelgas alcanzaron una
inusitada extensión e intensidad tanto en las empresas industriales como en
las grandes explotaciones agrarias; en este contexto, el proletariado fabril
protagonizó en el norte del país a ocupación de numerosas instalaciones
fabriles a lo largo de 1919-20 (bienio rojo), que, si bien acabarían
diluyéndose, hicieron temer a amplios sectores sociales la inminencia de un
estallido revolucionario.
En el plano político, el régimen liberal aparecía desacreditado ante
los sectores nacionalistas de la opinión pública que no habían visto
cumplidas en la Conferencia de París las expectativas con las que Italia
había entrado en la guerra en 1915. En 1919, un grupo de ultranacionalistas
(los arditi, soldados de élite italianos de la I Guerra Mundial, encabezados
por el poeta Gabriele D’Annunzio) ocupaba el puerto de Fiume en el
Adriático, habitado mayoritariamente por italianos y convertido en ciudad
libre en los acuerdos de paz. Sería el propio ejército italiano el encargado de
restablecer la legalidad internacional. Por otro lado, la tradicional
inestabilidad gubernamental italiana se vio agravada a partir de 1918: los
liberales (Giolitti, Salandra y Facta), tradicionales detentadores del poder,
aparecían divididos en múltiples facciones; el Partido Socialista (PSI), que
experimenta un notable ascenso electoral en la posguerra, contaba con un
importante sector radical (massimalisti) partidario de la acción
revolucionaria; la Iglesia católica había abandonado su tradicional
conservadurismo político para apoyar al Partido Popolare Italiano (PPI) de
Dom Sturzo, convertido en la tercera fuerza política del país.
Benito Mussolini había sido, hasta
1914, un miembro destacado del PSI y director
de su portavoz oficial el periódico Avanti. Sin
embargo, su actitud favorable a la guerra en
1914 determinó su expulsión del partido y
favoreció su acercamiento a otros grupos
belicistas (ultranacionalistas, sindicalistas
revolucionarios y futuristas). Figuras
destacadas de estos sectores (Mussolini,
Marinetti y D’Anunzio) habían confluido en
1919 en la fundación de los Fasci Italiano di
Combatimento. Los fasci elaborarían un
programa que uniría las inquietudes
nacionalistas (anexión de Fiume y Dalmacia)
con demandas teñidas de un cierto radicalismo Benito Mussolini.
político (sufragio universal masculino y
femenino, abolición del Senado, anticlericalismo y republicanismo) y social
(jornada de 8 horas laborales, participación obrera en las empresas y
organización corporativa de la producción). Sin embargo, a partir de 1920
el fascismo fue adquiriendo una orientación radicalmente antisocialista
(antibolchevismo) y organizó grupos paramilitares (Squadre d’azione)
que, con una importante presencia de excombatientes y uniformados con la
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