Está en la página 1de 2

CORRECCION FRATERNA

Dos obras de misericordia espirituales que debe hacer todo cristiano  son: la de corregir al que se
equivoca y  enseñ ar, aconsejar a quien lo necesite. Existe entonces el deber de caridad de hablar para
edificar y ayudar al pró jimo.

Jesucristo nos repite muchas veces en el Evangelio: no temáis, no tengáis miedo (cf. Mt 14,27). El motivo
que nos da es que “É l está con nosotros”. Aunque camine por oscuras cañadas, nada temo, porque Tú
estás conmigo (Sal 22).

Pero lo que debemos cuidar para que realmente sea fructífera nuestra palabra ha de ser el modo de
decirla. Jesú s nos explica có mo debe hacerse lo que se llama correcció n fraterna: 

Si tu hermano peca, vé y corrigelo en privado; si te escuchase habrás ganado a tu


hermano. Si no te escuchase toma contigo dos o tres personas para que la cosa se
resuelva entre la palabra de dos o tres testigos. Si después no escuchare ni siquiera a
éstos, dilo a la asamblea; y si tampoco escuchase a la asamblea, sea para tí como un
pagano o un publicano. (Mt 18, 15,17)

Cada correcció n debe ser hecha por caridad, con buena intenció n; no por desahogo ni de modo
apasionado. Sobre todo en privado y rezando antes para pedir al espíritu santo que ilumine nuestras
palabras. También hay que ser paciente y dar tiempo a las personas para que entiendan y se corrijan.
Cuando hay que corregir un defecto primero uno debe examinarse así mismo para ver si se tiene el
mismo defecto, y, entonces, nos corregimos nosotros y somos má s humildes para corregir en el mejor
modo.

Pero eso no quiere decir que yo deba pasarme el día corrigiendo los defectos de los demá s, sino me
haría insoportable y perdería eficacia la correcció n cuando es verdaderamente necesaria, hay que pesar
la magnitud del mal que se ha hecho, sobre todo si se trata de un pecado grave y que puede hacer un
mal a otro o así mismo, o si es algo que ha cometido repetidamente y que puede llevarlo a un mal má s
grande o un vicio.

Saber dialogar con sensatez.

Aunque el diá logo noble siempre enriquece, las discusiones siempre son peligrosas,
por eso no las aceptes en ningú n terreno: ni moral, ni dogmá tico, ni de crítica. No los has de
convencer y perderá s el tiempo y la paz. Y, a lo mejor, dices cosas que no debes.
Cuidado con los líos: que éste me dijo, que el otro le contó , que dijeron ayer... Hay que huir de
eso, como de la culebra. Hay que huir del enredo, del chisme, de la soplonería; ¡cuá ntos malos
ratos se pasan en el mundo por esta causa!
Cuando sea necesario advertir algo, hay que encomendarlo a Dios y buscar el momento
oportuno.

Pero no só lo hay que cultivar un dialogo limpio y respetuoso. También hay que mimar la
sensibilidad de la cual nace la elegancia. Hay una elegancia física y hay una elegancia
espiritual, moral.
La elegancia espiritual, delicadeza de alma, es enemiga de lo grosero y bajo, de lo que degrada
el pensamiento, la imaginació n, la memoria, los sentidos, el corazó n.
La elegancia espiritual nada huye tanto como lo vulgar; en el lenguaje, en las maneras, en las
acciones.
Esta elegancia espiritual se confunde con el señ orío moral, la aristocracia interior y la
delicadeza de alma. Puede hallarse entre los pobres y entre los ricos. Como también entre
unos y otros puede ser cultivada su contraria.

Al corregir habremos de ser muy benévolos y respetuosos con las personas, sin humillarlas ni
abochornarlas jamá s, y mucho menos en pú blico. Muchos hombres han quedado marcados
con grandes complejos por las humillaciones y atropellos que sufrieron en correcciones
agresivas.

Pasos a seguir:
1.

También podría gustarte