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Una Boda Judia
Una Boda Judia
¿Qué nos enseñan sobre el matrimonio las tradiciones de las bodas judías de la
antiguedad? Nos ayuda a entender más sobre las características del matrimonio
según fue ideado por Dios. Las Escrituras comparan el matrimonio humano y el
matrimonio celestial: Cristo y la Iglesia. Esto nos enseña claramente dos
principios acerca del matrimonio terrenal: La importancia y la santidad de la
institución del matrimonio. Veamos primero algunas cosas generales sobre las
tradiciones antiguas del matrimonio judío.
Las costumbres antiguas de las bodas judías son bastante difíciles de determinar,
según los expertos, dice Jose Antonio Hernández. No disponemos más que de
referencias dispersas y fragmentarias que nos impiden configurar una visión
completa. Además, las costumbres variaban de un distrito judío a otro.
El jóven pretendiente solía acudir a casa del padre de la novia portando una gran
suma de dinero, un contrato de esponsales, llamado shitre erusin (redactado por
las autoridades y costeado por el futuro novio), y un pellejo de vino. En cuanto
entraba en una casa un jóven portando estas cosas ya se sabía a qué venía.
Entonces el pretendiente discutía con el padre de la chica y con los hermanos
mayores el precio acordado para poder desposar a su hija. El costo solía ser de
al menos doscientos denarios para una doncella y cien denarios para una viuda,
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Desde ese momento y hasta doce meses después tenían lugar los esponsales o
desposorio. El momento del inicio de los esponsales se marcaba con un regalo de
boda (o mohar,) Genesis 34: 12 Ex 22 17, 1 Samuel 18:25. Desde el
momento de los esponsales o compromiso la novia era tratada como si
realmente estuviera casada. La unión no podía disolverse excepto por un divorcio
legal; el incumplimiento de la fidelidad era tratado como adulterio; y la propiedad
de la mujer pasaba virtualmente a ser del esposo, a menos que expresamente
renunciara a ello. Pero incluso en este caso él era el heredero natural.
Después del contrato de esponsales los novios continuaban separados cada uno
en la casa de sus padres. Durante este período la novia se preparaba para su
futuro papel de esposa y el novio se encargaba de conseguir el futuro
alojamiento para su mujer, que podía ser incluso una habitación dentro de la
casa de los padres.
La costumbre del velo nupcial, era para la novia sólo o extendido sobre la
pareja, data de tiempos antiguos. Fue suprimida por un tiempo por los rabbís
después de la destrucción de Jerusalén. Todavía más antiguo era portar coronas
que también estuvo prohibido después de la última guerra judía. Palmas y
ramas de mirto eran llevadas delante de la pareja, grano o monedas eran
arrojadas sobre ellos, y la música precedía la procesión, a la cual era obligación
religiosa sumarse si alguien se encontraba con ella. La parábola de las diez
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vírgenes, que con sus lámparas, estaban a la espera de la llegada del novio
(Mateo 25:1), está basada en una costumbre judía. Pues, de acuerdo con las
autoridades rabínicas, tales lámparas sostenidas por bastones eran de uso
frecuente, siendo diez el número siempre mencionado en conexión con las
solemnidades públicas.
En Judea había en toda boda dos amigos del novio. Antes del matrimonio,
actúan como intermediarios entre la pareja; en la boda ellos ofrecen regalos,
asisten a los novios y les atienden en la habitación nupcial, siendo también los
garantes de la virginidad de la novia. Con una bendición, precedida por una
breve fórmula, con la que la novia era entregada a su marido (Tobías VII 13),
las festividades de la boda comenzaban.
Referencias:
"Las parábolas de Jesús", Joachim Jeremías.
"Bocetos de la vida social judía", Alfred Edersheim.
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Ahora que tenemos un panorama general, lo que sigue es tomado del estudio
“Restaura mi Corazón” de Dennise Glenn, en donde se resume algunos
aspectos de la boda, lo principal y se lo compara con nuestra relación con Cristo.
Nosotros estamos sacando de ello enseñanzas para nuestra relación matrimonial.
Lo veremos punto por punto.
Saber que hemos sido escogidos por amor nos llena de seguridad y paz. El Padre
nos escogió para ser la Novia de Su Hijo Jesucristo, Su Iglesia amada y preciosa.
Somos lo más importante para Él. Al mismo tiempo que hemos sido hechos “sus
hijos adoptivos” por medio de Jesucristo. Cristo, nuestro novio, pagó el precio
que el Padre fijó y ese precio fue su misma sangre, la entrega de su vida, para
que de ese modo nuestra deuda fuera pagada. Cuando pensamos en lo que esto
significa, lo que “nuestro esposo” Jesucristo hizo por nosotros, su sacrificio por
amor, ¿cómo podemos rechazarlo? o, ¿Cómo podemos vivir una vida que no sea
agradable a Él? Recordemos que en muchos momentos Dios está comparando
el matrimonio con nuestra relación espiritual con Cristo. En nuestra cultura y
tiempos que vivimos, ya no es el padre el que escoge a la esposa o esposo,
aunque sabemos que hay culturas en que aún se hacen acuerdos entre los
padres. Pero más allá de eso, nos ayuda a ver al menos, tres cosas:
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Para el judío, el compromiso o desposorio era tan serio que tenía casi la misma
importancia en lo legal que el matrimonio, Deuteronomio 22:23s. En ese
momento hacían UN PACTO formal de matrimonio frente a testigos, que eran su
familia y al tomar juntos de la misma copa de vino, sellaban ese pacto de amor
eterno. En algunos paises o culturas se estila aun el compromiso
matrimonial, generalmente unos meses antes de la boda, pero muchos ya no y
si se hace, no tiene la misma seriedad. El varón sorprende a la mujer con la
invitación formal para casarse con ella. Le obsequia el anillo de compromiso y
por supuesto a estas alturas, luego de un noviazgo, ella esta lista para decir que
sí. A partir de este momento, la pareja está formalmente comprometida para una
futura boda, y comienzan los preparativos. La cosa va en serio. En paises
latinoamericanos, se estilaba el compromiso varios años atrás, y tal vez aún,
pero no como antes. Hay algo hermoso en la invitación formal del varón a la
mujer para casarse con ella. Para nosotros como cristianos, desde el comienzo
del noviazgo existe un compromiso interior, en el sentido de la seriedad que se le
da o debiera darsele. No es bueno tomar el noviazgo con ligereza. Y qué bueno
sería que también comenzaramos a imitar esa costumbre del compromiso formal
antes de la boda.¿Recuerdan el día que decidieron ponerse de novios o casarse?
Aunque fue algo diferente para cada uno, hubo algo en común: el amor y el
deseo de estar juntos para siempre y formar una familia. El día de la boda
“tomaron ambos de una misma copa”, porque hicieron un pacto con Dios y entre
ambos de comenzar a partir de ahí una nueva vida juntos y estar juntos para
siempre cualquiera sea la circunstancia. “Y ya no son mas dos sino uno…”
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A partir del momento de la boda, ya no somos más “dos” sino “uno”, y estamos
apartados exclusivamente el uno para el otro. Dile a tu esposo/a: ¡“Soy tu
Kiddushin”! Somos propiedad uno del otro, 1 Corintios 7:4. El día de la boda,
nos prometemos uno al otro un amor incondicional y para siempre. El novio
promete cuidar, amar y proteger a su novia y dar sus afectos conyugales solo a
ella. Ella de igual manera. Pero pasado el tiempo solemos olvidarlo y hablamos
no solo del divorcio sino que aún permaneciendo casados, hay un divorcio
emocional y de la voluntad. No es el propósito de Dios. El desea que estemos
apartados exclusivamente uno para el otro, en todo sentido: de relaciones
físicas, emocionales y en cada aspecto y área de la vida. Vivir el uno para
agradar al otro, en el sentido humano. Sabemos que mucho más allá de esta
relación, está nuestra relación con Cristo.
El anillo era solo para la novia. Lo compraba él y era señal de la promesa que le
hacía que se casaría con ella y para siempe. El anillo es hasta hoy, un símbolo
del amor y el compromiso de uno al otro. Que cada vez que miremos en nuestro
dedo el anillo, (aunque es solo simbólico) nos ayude a recordar ese amor
matrimonial que no debe agotarse jamás y que ese compromiso es hasta que la
muerte nos separe. El divorcio no es una opción para una pareja cristiana. El
matrimonio es un pacto que hacemos ante Dios y un compromiso que no
podemos romper.
Otra vez y así como con el anillo, la firma del contrato matrimonial era algo que
le daba seguridad a la novia. En el contrato se estipulaba concretamente que era
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deber del esposo sostener a su esposa. En nuestras bodas se suele dar unas
moneditas simbólicas (Arras) en donde el novio promete a su novia que no le
dejará pasar necesidad sino que él proveerá y cuidará de ella. Hemos visto
muchas parejas que tienen problemas por este motivo, en donde el no cumple
con sus responsabilidades como debe hacerlo o en donde los papeles están
cambiados. Él queda en casa con los niños y ella sale a trabajar. No son los roles
así como Dios los ideó. Claro que puede haber momentos especiales en que esto
suceda, etapas, pero no como algo normal. También ella puede salir a trabajar
pero siempre la responsabilidad de proveer es del esposo. Pero más allá de la
provision material, así como Cristo provee y satisface integralmente las
necesidades de la Iglesia, el esposo debe hacerlo con su esposa. Que ella pueda
estar tranquila, segura, feliz, sentirse cuidada y protegida. ¡Qué triste es que en
tantos casos es totalmente lo contrario! El esposo debiera estar continuamente
“preparando un lugarcito confortable y seguro” para su amada que no es
necesariamente una hermosa y lujosa casa, sino que ese lugar sean sus propios
brazos amorosos.
Esta es una costumbre muy extraña para nosotros, pero tiene mucho significado.
Le recuerda a la novia que cuando se case, ya no seguirá con su libre vida de
soltera, haciendo y decidiendo a su parecer, sino siendo uno con su esposo y
comprometida a dedicarse a complacerlo a él. Cuando las mujeres jovenes se
casan y no comprenden esto, y descuidan sus responsabilidades como esposas y
aun luego como madres, tienen grandes dificultades con sus maridos. Mujeres,
no tengan temor de esto: complacer a los esposos resulta en algo agradable
para las esposas mismas, y para Dios. No es algo que se hace a regañadientes y
como una desgracia o como si fueran esclavas, sino por amor. ¡Es un placer
servir a alguien que le ama y les cuida tanto! Si no es así con él, que la cosa no
es reciproca, claro que será dificil, pero esas acciones de amor y compromiso de
todas maneras serán recompensadas.
Esta es la santidad de la unión matrimonial. La unión física que marca lo que nos
hace ser una sola carne. Pero esta unión es mucho más que por unión sexual, es
unión espiritual, emocional y de todo el ser. Dios quiere que sea un vínculo muy
profundo y fuerte. Aquí está también el tema de la virginidad. Cuando el novio
judío llevaba a la novia a la cámara nupcial, uno de los amigos de él (el padrino),
que lo acompañaba en la procesión, esperaba a la puerta de la cémara mientras
se consumaba el matrimonio. Luego el novio anunciaba que “todo estaba bien”,
es decir, que su novia era virgen, y se había consumado el matrimonio. Ellos
quedaban en su luna de miel en su casa, mientras los invitados festejaban. La
importancia de la virginidad es muy grande para Dios, y es también su plan para
cada pareja. Hoy día parece ser, como dice Dante Gebel, una enfermedad que
las muchachas quieren curarse antes de los 15 años! Pero no lo es, sino que es
un privilegio y orgullo poder decir “llegué virgen al matrimonio”, y esto tanto el
hombre como la mujer. Es el ideal de Dios. Enseñemosle a nuestros hijos.
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