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EL SÍNTOMA DE LA DELINCUENCIA
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DR © 2002. Instituto de Investigaciones Jurídicas - Universidad Nacional Autónoma de México
Procuraduría General de la República
en torno a este problema. Somos los mexicanos de hoy una sociedad ate-
morizada y, prácticamente, amedrentada ante una ola delincuencial que ha
crecido, no quiero discutir si en la estadística pero sí en: presencia,
conspicuidad, violencia, sofisticación, organización, perversidad, versatili-
dad, innovación, cinismo, suficiencia, prepotencia y arraigo. Hasta allí, en
lo que se ve. Reservemos cualquier comentario o suposición acerca de lo
que –como en los icebergs– no está a la vista.
Hemos vivido –vivimos– tiempos de penumbra que nos han hecho
ver con temor el futuro de nuestra calidad de vida frente a la inseguridad y
frente al delito. Nuestra era ha puesto a prueba nuestra capacidad de resis-
tencia ante la agresión, ante la violencia y, finalmente, ante el peor acompa-
ñante de los humanos: el miedo. Para nuestro mal se ha visto flaquear
nuestra fortaleza y ya no estamos seguros de nuestros límites para sopor-
tar. Hay instantes –no se puede negar– en que sentimos que nos están
venciendo y, lo que es peor, que nos estamos venciendo. El cansancio nos
lleva al fastidio y éste al abandono, con el cual se inicia la decadencia
formidable e irreversible.
Demandamos medidas que oxigenen nuestra confianza o, por lo me-
nos –que es mucho– nuestra esperanza. Que nos digan que no estamos
vencidos y que vamos a la carga. Que nos alienten en un momento –quizá
el último– en el que todavía hay oportunidad.
Es una cuestión y un problema que obligan a hablar con sinceridad,
con madurez y con valentía. Planteando un diagnóstico certero, y cierto es
que un diagnóstico no es la cura pero sin él no hay solución. Un buen
diagnóstico no es todo, pero de ninguna manera es poco.
Debemos reconocer que en algunos aspectos hemos fallado, aunque
no de manera irremediable. Debe reivindicarse una responsabilidad del
Estado que de ninguna manera se rehuye, pero que es muy necesario e
ineludible reconocer que no es exclusiva. Que este compromiso desborda
los espacios de actuación de la autoridad y compromete profundamente a
la sociedad civil.
En fin, estamos obligados a colocarnos a la ofensiva –quizá por pri-
mera vez–, frente al problema más generalizado de nuestro tiempo. No
existe, virtualmente, ningún mexicano que no esté expuesto o que no haya
sido víctima de actos delictivos. Igual que la contaminación, la inseguridad
es un problema que no excluye a ninguna clase social; ni a ninguna zona.
EL DIAGNÓSTICO INEXISTENTE
enjuiciar 80 mil casos al año. Ese es, hoy, el tamaño de nuestro problema
y el tamaño de nuestra capacidad.
Pero, por otra parte, esos delitos no son cometidos por un solo indivi-
duo, sino por muchos. Si cada delincuente cometiera cinco delitos al año
estaríamos hablando de 400 mil delincuentes al año y nuestros espacios
penitenciarios totales son alrededor de 100 mil, por lo tanto muy insuficien-
tes para recluir a todos.
El asunto gira en varios círculos viciosos. Uno de ellos es que no
tenemos capacidad para prevenir todos los delitos. Por lo tanto, se cometen
muchos delitos y se rebasa nuestra capacidad de investigarlos. Y al no
investigarlos no podemos castigarlos. Por último, al no castigarlos se vuel-
ven a cometer otros delitos.
Otro de los círculos es que las autoridades necesitan más facultades,
pero como no se han hecho dignas de ellas y a diario caen en desprestigio
no se las conferimos. Nos movemos entre dos grandes temores: el miedo a
la delincuencia y el miedo a la autoridad. Luis Marín decía que los pueblos
latinoamericanos –a diferencia de los sajones– hemos enfrentado una gran
dificultad histórica y temperamental para hacer coincidir el orden con la
libertad y, por ello, nos hemos movido a través del tiempo en espacios de
mucho orden y poca libertad o en espacios de mucha libertad y poco orden.
Uno de los casos actuales sorprendentes en materia de abatimiento
de los índices de inseguridad han sido el de Nueva York –en la Unión
Americana– donde Rudolph Giuliani apostó a una solución eminentemente
policial: cero tolerancia, restricción de libertades ciudadanas, ampliación de
libertades policiales, mucho equipamiento, alta tecnificación, vigilancia cons-
picua y secreta, semiespionaje, ojos escondidos, oídos escondidos y mu-
chos otros similares. Los resultados fueron buenos, muy buenos. El precio,
únicamente los neoyorkinos lo sabrán en el futuro.
Así podríamos hablar de decenas de círculos viciosos en el escena-
rio de la seguridad pública y de la procuración de justicia. El caso es que su
ruptura debe ser simultánea y urgente porque la complejidad del problema
lo ha vuelto estructural. Tiene que ver con: vicios históricos, causas econó-
micas, desigualdad, desempleo, falta de expectativas profesionales, insufi-
ciencia retributiva del salario, nuevos patrones de consumo, deficiente
planeación urbana, sobrepoblación, mala canalización del ocio, disgrega-
ción familiar, corrupción pública, incompetencia policial, abandono
presupuestal y administrativo, falta de voluntad política, insuficiencia del
sistema de readaptación, benevolencia de las penas, deficiente legislación
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Procuraduría General de la República
EL MIEDO Y LA SEGURIDAD
una lucha total y global. Total, porque no existe espacio del interés colecti-
vo que no se vea amenazado por las organizaciones criminales del
narcotráfico: salud, economía, cultura, seguridad pública, seguridad nacio-
nal, Estado de derecho, integración familiar y estructura de valores, entre
otros.
Global, porque nadie es ajeno ni inmune a sus riesgos y daños. Sin
embargo, frente a las cuestiones del narcotráfico, todavía existe en algunos
segmentos de la población algo así como un síndrome de Atlántida: creen
que sucede en otro lugar, en otro tiempo, quizá en otra dimensión, pero no
en México. La verdad es que la lucha contra el narcotráfico se libra en
nuestro territorio, en nuestra sociedad, en nuestros días. Vamos, cerca de
nosotros.
De ahí la necesidad imperiosa de que el Estado asuma las posibilida-
des para una respuesta adecuada. En ella deben protegerse los derechos
fundamentales del individuo y de la sociedad. Pero además debe lograrse
la eficiencia necesaria para el combate externo contra el crimen. No basta
un Estado que no haga daño. Se necesita, además, que haga el bien. No es
suficiente un Estado inocuo; es imprescindible un Estado idóneo.
En una ocasión el juez italiano Giovanni Falcone señaló que no se
puede combatir el crimen organizado de manera desorganizada. Esto en-
cierra una lógica incuestionable.
Podemos agregar que en la lucha de la ley contra el crimen no existe
ni el vacío ni la tierra de nadie. La tierra de nadie es una creación fantástica
de los ingenuos. El espacio que no ocupa la ley lo ocupa el crimen, pero no
queda vacío. No debemos caer ni en la complacencia ni en la inconsciencia
que nos hagan ceder los espacios de la ley, cuya recuperación cuesta mu-
cho tiempo, mucho esfuerzo y mucho sufrimiento.