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HISTORIA DE LA

QUIMICA

MONSERRAT BELLO VALENTIN


CETIS 34  1°C  QUIMICA I
HISTORIA DE LA QUIMICA
La química es una de las ciencias más trascendentales a disposición del ser
humano. Su historia se remonta a épocas muy anteriores al concepto mismo de
“ciencia”, puesto que el interés de nuestra especie por comprender de qué está
hecha la materia es casi tan antigua como la civilización misma. Esto quiere decir
que los saberes químicos existían desde la prehistoria, aunque con otros nombres
y organizados de maneras muy diferentes.
De hecho, la primera manifestación química que captó nuestro interés fue la
generación del fuego, hace más de 1.600.000 años. Eso que hoy llamamos
combustión, fue estudiada y replicada posiblemente por nuestros ancestros de la
especie Homo erectus.
A partir del momento en que aprendimos a producir el fuego y manejarlo a
voluntad, ya sea para cocinar nuestra comida o, mucho después, para fundir
metales, hornear cerámicas y llevar a cabo otras actividades, un nuevo mundo de
transformaciones físicas y químicas estuvo a nuestro alcance, y con él, un nuevo
entendimiento de la naturaleza de las cosas.
Las primeras teorías respecto a la composición de la materia surgieron en la
Antigüedad, obra de filósofos y pensadores cuyas hipótesis se basaban tanto en la
observación de la naturaleza, como en su interpretación mística o religiosa. Su
propósito era explicar por qué las distintas sustancias que conforman el mundo
poseen diferentes propiedades y capacidades de transformación, identificando
para ello sus elementos básicos o primarios.
Una de las primeras teorías que intentó dar respuesta a este dilema surgió en la
Grecia del siglo V a. C., obra del filósofo y político Empédocles de Agrigento, quien
propuso que debía haber cuatro elementos básicos (cuatro como las estaciones)
de la materia: aire, agua, fuego y tierra, y que las distintas propiedades de las
cosas dependían de la proporción en que estuvieran mezclados.
Esta lógica sirvió para que luego la escuela hipocrática de medicina griega
propusiera su teoría de los cuatro humores que componían el cuerpo humano
(sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla). Por otro lado, el célebre filósofo
Aristóteles (384-322 a. C.) luego añadió el éter o quintaesencia como el elemento
puro y primordial que conformaba a las estrellas y los astros del firmamento.
Sin embargo, el más importante precursor de la química en la Antigua Grecia fue
el filósofo Demócrito de Abdera (c. 460-c.370 a.C.), quien propuso por primera vez
que la materia estaba compuesta de partículas mínimas y fundamentales: los
átomos (del griego atomón, “indivisible” o “sin partes”).
Filósofos posteriores tomaron la idea de que el universo se compone de partículas
indestructibles, mientras que diversos pensadores indios de la Antigüedad llegaron
a conclusiones semejantes.
Sin embargo, no fue ésa la visión que se impuso durante los siglos venideros, sino
la propuesta por el cristianismo, entre cuyas preocupaciones no estaba la
comprensión de la materia, tanto como la salvación del alma humana. Es decir,
que para ella Dios había creado todo lo que existe, y con eso basta.
Es por ello que el siguiente paso en la historia de la química no debe buscarse en
Occidente, sino en las florecientes naciones árabes, tanto persas como
musulmanas, herederas de los saberes esotéricos de la Antigua Mesopotamia y el
Antiguo Egipto. Nos referimos a la alquimia.
La alquimia fue una protodisciplina nacida en el Oriente, antecesora de la química
moderna. Combinando creencias místicas sobre la existencia de la piedra filosofal,
capaz de transmutar ciertos materiales en oro, con la combinación experimental
de distintas sustancias, los alquimistas crearon una buena parte del instrumental
que hoy en día empleamos en los laboratorios químicos.
Así, alquimistas célebres como Al-Kindi (801-873), Al-Biruni (973-1048) o el
famoso Ibn Sina o Avicena (c. 980-1037), aprendieron a fundir, destilar y purificar
sustancias. También descubrieron materiales como el alcohol, la sosa cáustica, el
vitriolo, el arsénico, el bismuto, el ácido sulfúrico, el ácido nítrico y muchos otros,
especialmente metales y sales, que asociaban a los astros celestes y a la tradición
cabalística y numerológica.
Aunque los alquimistas fueron mal vistos en el Occidente cristiano, sus saberes
eventualmente se filtraron en Europa y fueron rescatados por filósofos y
pensadores, especialmente los que se interesaban por sus experimentos en pos
del elixir de la vida eterna o la transformación del plomo en metales preciosos.
A medida que Occidente renacía alrededor del siglo XV, redescubriendo los
saberes de la antigüedad, una nueva forma de entender la realidad se iba
gestando: un pensamiento laico, racional y escéptico que finalmente dio origen a
la idea de ciencia, y que rebautizó la herencia alquímica como química.
La aparición de textos renacentistas como Novum Lumen Chymicum (“La nueva
luz de la química”) en 1605, del polaco Michel Sedziwoj (1566-1646); Tyrocium
Chymicum (“La práctica de la química”) en 1615, de Jean Beguin (1550-1620); o
especialmente Ortus medicinae (“El origen de la medicina”) en 1648, del holandés
Jan Baptist van Helmont (1580-1644), evidencian el cambio de paradigma entre la
alquimia y la química propiamente dicha.
Esta transición acabó de darse formalmente cuando el químico inglés Robert
Boyle (1627-1691) propuso un método experimental propiamente científico en su
obra The Sceptical Chymist: or Chymico-Physical Doubts & Paradoxes (“El
químico escéptico: o las dudas y paradojas químico-físicas”). Por eso se lo
considera el primer químico moderno y uno de los fundadores de la disciplina.
A partir de entonces la química dio sus pasos como ciencia, lo cual trajo
numerosas hipótesis y teorías sucesivas, muchas hoy en día descartadas, como la
teoría del flogisto de finales del siglo XVII. Sin embargo, también se descubrieron
los primeros elementos químicos.
Sus primeras descripciones sistemáticas datan de principios del siglo XVIII. Por
ejemplo, la Tabla de las afinidades de E. F. Geoffrey, de 1718, fue precursora de
la Tabla periódica de los elementos que apareció en el siglo XIX, obra del ruso
Dimitri Mendeléyev (1834-1907).
Durante el siglo XVIII, se produjeron las investigaciones de los grandes
fundadores de la química moderna, como Georg Brandt (1694-1768), Mijaíl
Lomonósov (1711-1765), Antoine Lavoisier (1743-1794), Henry Cavendish (1731-
1810) o el físico Alessandro Volta (1745-1827).
Sus aportes fueron diversos y muy significativos, pero entre ellos destaca el
resurgimiento de la teoría atómica en 1803, gracias a la obra del inglés John
Dalton (1766-1844), quien la reformuló y adaptó al entendimiento de los tiempos
modernos. Tan trascendente fue esta aportación, que la química del siglo XIX
estuvo toda dividida entre quienes apoyaron la visión de Dalton, y quienes no.
Los primeros, sin embargo, continuaron y actualizaron la teoría atómica en los
años posteriores, sentando así las bases para los modelos atómicos
contemporáneos surgidos en el siglo XX, y para el entendimiento que hoy tenemos
sobre el funcionamiento de la materia. En ello fue también fundamental el estudio
de la radioactividad, cuyos pioneros fueron Marie Curie (1867-1934) y su esposo
Pierre Curie (1859-1906).
Gracias a estos descubrimientos y a los que en el siglo XX hicieron científicos de
la talla de Ernest Rutherford (1871-1937), Hans Geiger (1882-1945), Niels Bohr
(1885-1962), Gilbert W. Lewis (1875-1946), Erwin Schrödinger (1887-1961) y
muchos otros, comenzó la llamada era atómica.
Este nuevo período tuvo sus aciertos (como la energía nuclear) y sus horrores
(como la bomba atómica), inaugurando así un capítulo insospechado de la historia
de la química, que le permitió a la humanidad una comprensión profunda y
revolucionaria de la materia, como nunca antes lo habría siquiera soñado.

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