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Centro Mises (Mises Hispano)

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[Dear America (1975)]

En dos los primeros seminarios a los


que acudí en el Institute for Policy
Studies, escuché dos cosas que nunca
he olvidado y que son para mí
auténticos faros para encontrar mi
camino a las verdades sencillas a
través de asuntos complicados.

En una, Milton Kotler remarcaba que


toda persona que reclamara un cambio
“Quiero la libertad de ser responsable de mis
social debería ser capaz y debería
propias acciones”
reclamársele que declarara claramente
“¿Tú qué ganas con esto?” La gente que
reclama un cambio social para ayudar “a las masas”, auxiliar “a los pobres”, socorrer
“a los que sufren” y dicen que no tienen otro motivo podrían ser santos, pero lo más
habitual es que resulten ser pecadores sociales, que enmascaran la ambición tras la
nobleza.

Marc Raskin, en otro seminario, escuchaba pacientemente mientras y colega lanzaba


un pesado y pomposo ultimátum a favor de alguna “causa” entonces actual y luego
preguntaba: “¿Sería posible que usted hablara como un ser humano y no como una
fuerza de la historia?” La gente que reclama un cambio social como si fueran
mensajeros de la fe, o de la furia, o de la historia o un mesías a menudo no se
contenta con seguir siendo meros mensajeros. Se convierten en amos tan pronto
como pueden.

Poco más tarde, uno de nuestros colegas (un resto de la Vieja izquierda y por tanto en
contante contradicción con el espíritu generalmente libertario del resto del Instituto)
realizó una apasionada defensa de concentrar el poder a manos de unos pocos para
beneficiar el futuro de muchos. Recordando las formulaciones de Kotler-Raskin, le
pregunté a la persona si estaba deseando asumir dicho poder y ejercitarlo. “Por
supuesto”, fue la respuesta. “¿Por qué tú?”, pregunté. “Porque he estudiado y sé lo
que necesita hacerse”. “¿Para todos en todo el mundo?”, pregunté. “Por supuesto”,
fue la respuesta. “El marxismo-leninismo muestra el camino correcto para todos”.

No hay nada más sano para un espíritu de resistencia que ver de cerca a un monarca:
para entender que bajo toda la noble retórica de historia y destino hay una frente
humana con ganas de portar una corona. En esa reunión en concreto vi una frente
con ganas en su lado izquierdo. Antes había visto muchas en el lado derecho.
Durante un tiempo había pensado que podría haber una preferencia. Ya no lo pienso.

Nadie es tan grande o sabio o perfecto como la ser el amo de otra persona. El
maestro, tal vez. El que da un buen ejemplo, quizás. Un genio, a lo mejor. Pero un
amo, no. Hay veces en que un doctor o un carpintero, un músico o un artista, podría
llevarte a cierta empresa a causa de su energía, habilidad o información que no
tengas. Pero eso es temporal y especial. Es, o debería ser, mera conveniencia de
sentido común y (por supuesto) debería ser posible a través de tu aceptación,
también por sentido común. No es dominio.

El carpintero no mantiene su liderazgo cuando se han puesto todos los listones y


ahora la empresa es pintar. El doctor no es un amo a consultar cuando hay que
interpretar un canción o arrancar una planta. El liderazgo común puede provenir en
virtud de la habilidad, la energía o la información que, aunque universalmente
accesible, podría no ser universalmente conocida. El dominio viene del poder
conferido o heredado, por acumulación de privilegios, por apoyo institucional y por
tener información que está deliberadamente restringida con el fin de obtener o
mantener poder.

La diferencia está clara en nuestra vida diaria. Cuando queda claro que las mismas
diferencias aparecen en todos los asuntos humanos, los actos de liberación podrían
ser realmente los más duraderos y significativos. Liberación no significaría cambiar
de un grupo de amos a otro, como pide el espíritu de partido. Liberación es su sentido
más amplio debería significar liberación de la autoridad impuesta y la propia jerarquía
institucionalizada. La mera liberación de un tirano resulta ser una cosa temporal. La
liberación de la tiranía es un objetivo más decente, más substancial.

Hay un variante especial a este respecto que debo mencionar aunque felizmente está
declinando su importancia. Durante algún tiempo durante los sesenta e inicios de los
setenta hubo gente que era considerada a la vez como izquierdistas y como
contraculturales que decían que la única forma de liberarse era liberarse
completamente de uno mismo y rechazar toda autoridad, impuesta o no. Así se decía
que cuando el sentido del yo de una persona desaparece, la persona puede ser uno
con el universo. Así que se decía que cualquier conocimiento era esencialmente
elitista y esencialmente o trivial o malvado. A esa gente incluso le ofendía el lenguaje,
ya que implicaba actividad intelectual. Querían actividad de “la persona completa” y
de alguna extraña manera parecían excepcionar a la mente humana de ese completo.
Querían eliminar el sentido del yo que (más que cualquier otro sentido) me parece
que es el sentido más humano y que es, pienso, la única definición sensata de
“naturaleza humana”.

Esa gente iba al campo donde escuchaban voces internas en lugar de prestar
atención al sol, la escarcha y la lluvia. Querían ser tan parte del universo que
olvidaban la naturaleza de la Tierra. Muchos iban aún más lejos, a una somnolencia
eternamente drogada, asegurándose con la química la incoherencia que habían
buscado espiritualmente. Más crecieron a través y a partir de ello, reteniendo la gentil
reverencia por el inexplicable “espíritu”, pero también decentemente a tono con el
espíritu de las habilidades materiales y el mundo material, incluyendo el mundo de
otros seres humanos con quienes finalmente aprendieron a comunicarse como seres
humanos, con palabras, con música, con trabajo compartido, con amor, en lugar de
cómo intentaron una vez, de piernas cruzadas, en definitiva “vibraciones” separadas y
aisladas.

Esa gente son hoy fuerzas importantes para el cambio social, ocupándose
diligentemente de tareas domésticas en escenarios familiares. Lo mismo pasa con la
mayoría de la gente que, habiendo mantenido alguna fuerte posición que sometieron
a análisis crítico y luego cambiaron se han movido del fanatismo a la determinación.
La gente que realmente nunca se ha preocupado (que solo haya servido al amo que
haya sido más cercano o cómodo) es la que menos probablemente cambie o apoye
el cambio. Cambiarán de amos con facilidad, de la misma forma que muchos
conservadores cambiaron a ser forofos de tipo liberal para el poder presidencial.
Cambiarán poco más porque tienen poco más que cambiar: poco que dar, salvo su
lealtad. Lo mismo pasa con los izquierdistas activistas que trocan su mente por
eslóganes y sus acciones primero por demagogos, luego por comisarios y finalmente
por sargentos de policía.
El cambio se producirá alrededor de esta gente: un proceso de torbellino que, aunque
puede que nunca mueva mucha gente del centro en un momento concreto, siempre
estará inquietándola en los bordes de su existencia, erosionando finalmente sus
conchas protectoras y, en la mejor de las circunstancias, mostrando al posibilidad de
cambio en lugar de comandándolo.

¿Pero que hay en él para mí? ¿Y puedo trabajar para cambiar sin pasar o parecer ser
una fuerza de la historia? ¿Puedo hacerlo como una persona entre mucha gente, un
yo entre muchos yos, un vecino entre vecinos, en un barrio entre barrios, en un mundo
que es un punto real y concreto en un universo real y al menos reconocible?

Cuando era muy joven, lo que más quería era ser un científico, aislado y brillante,
investigando y descubriendo misterios, un alma pura flotando en un universo de
laboratorio, separado, frío, exaltado. Luego quise ser famoso y algo rico, conocido por
tener poder político sin el problema de la responsabilidad política, un fantasma que
escribía discursos pero aún una especie de ánima pura flotando en un universo de
mármol: distante, frío y famoso.

Lo que quiero ahora es distinto. No requiere sino espacio y tiempo y trabajo. No flota:
anda por el barrio. No es distante: es un mosaico de encuentros, amistades, tareas y
celebraciones (sin celebridades). Y aún incluye la ciencia, pero reconoce a la ciencia
como la más social de las acciones humanas, una herencia compartida, una larga
persistencia de la razón, algo que flota bellamente en la cabeza (no en el espacio
exterior), una ocasión para los placeres de la creatividad más que las rémoras del
orgullo. Porque el honor lo sustituye, sencillamente, por honradez; y porque la lealtad
la sustituye indudablemente por la amistad.

Lo que quiero del cambio social es la libertad para todos de aquellas cadenas
institucionales que en el pasado nos han ligado a los propósitos y proyectos de otros,
sin consentimiento y sin recurso real. Quiero la libertad de ser responsable de mis
propias acciones y quiero que mis acciones se juzguen por aquéllos a quienes les
afecten. Quiero que mi ciudadanía en una comunidad no sea un aspecto delegable de
mi vida, reflejando mi lugar en la comunidad y respetando el vuestro. Quiero vivir en
una comunidad en la que la gente esté tan segura de sí misma como seres humanos
que puedan respetar las diferencias en otros sin ser deferentes con la diferencia, o
asustados por ella o intimidados por ella.
Quiero unirme al aplauso por una tarea del barrio soberbiamente realizada, pero no
quiero estar en la lista de un club de fans. Quiero vivir en una comunidad en la que no
importan otras habilidades, los seres humanos decentes pondrán en práctica
aquellas habilidades que todos puedan poseer en común: veracidad, consideración
por los demás, un sentido de la proporción en empresas y ambiciones y los distintos
tratos humanos asociados a un profundo amor por los demás y perdurable sentido
respetuoso del yo.

En términos prácticos, resulta que significa vivir en buena medida como vivo ahora.
Para mí y para muchos que conozco, el cambio social se ha producido, a pesar de
que sabemos que se ha producido dentro de espacios institucionales y podría
cerrarse en cualquier momento. Los cambios se han producido. No se han
asegurado.

Asegurar dicho cambio no significa que todos en el mundo deban actuar de la misma
manera o estar de acuerdo en la misma cultura, el mismo trabajo, los mismos
patrones de comunidad o vida social o interacción cívica. Pero sí significa, hasta
donde puedo verlo, que las prácticas que permiten a unos pocos señorear sobre
muchos tendrían que resistirse y acabar aboliéndose. Mientras los propósitos del
poder se pongan por delante de los del pueblo en general, las comunidades libres o
los pueblos independientes nunca estarán seguros en genreal.

Los propósitos del poder son controlar la mayoría del pueblo por las decisiones de
unos pocos. El leguaje general es que se hace “por su propio bien”: La realidad es que
la gente controlada (incluso por el príncipe, señor o dios más benevolente) no son
más que meras marionetas. Penden de cordeles sostenidos por otros, nunca bailan
sus propios pasos o extienden otra mano sin el premiso de los cordeles sobres sus
propias manos.

Quizá sea esta el área en que en definitiva (aún siendo un apasionado amante de la
razón) debo admitir que gobierna la simple creencia. Simplemente creo que la
libertad es una condición mejor y más deseable para los seres humanos. Si s eme
presiona para probarlo, no podría ir más allá de decir que los humanos tienen la
herramienta para concebir la libertad y vivirla: la mente humana. Esa mente, esa
herramienta de pensamiento y concepción e incluso idealización, parecería no tener
ninguna función de importancia si no urgiera y presionara a la gente hacia la libertad.
Si la libertad no fuera una condición humana deseable, entonces ¿por qué la
necesidad de ella ha persistido a través de los intentos milenarios de suplantarla con
misterio, misticismo, despotismo, autoridad, legalidad, regimentación y regulación?

La libertad es funcionalmente apropiada para los seres humanos. La libertad es una


idea persistente entre seres humanos aunque no haya sido nunca un hecho
globalmente dominante. Incluso cuando los primeros seres humanos vagaban en lo
que podría parecer libertad, estaban por supuesto ligados a la dura necesidad y solo
podían ejercer opciones bastante limitadas, eligiendo rara aunque brillantemente,
decorar una caverna; elegir dolorosamente hacer una herramienta un poco mejor que
la hecha antes y así sucesivamente.

Pero más allá de ello, admitiré que la idea debe finalmente defenderse como una
creencia, una creencia de que es mejor vivir autorrealizado y autorresponsable que
vivir dominado, que vivir con un sentido del yo solo como lo definan otros y que vivir
al final de cordeles que (llamados destino, historia o política nacional) los mueven o
cortan realmente otros seres humanos vistiendo las máscaras del poder.

Karl Hess (1923-1994) fue un conferenciante y autor estadounidense a nivel nacional.


Su carrera incluye periodos en la Derecha Republicana y la Nueva izquierda antes de
convertirse en anarquista libertario. El documental Karl Hess: Toward Liberty ganó el
Óscar al mejor corto documental en 1981.

Este artículo está extraído del capítulo final de Dear America (Nueva York: William
Morrow & Company, 1975), de Karl Hess.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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